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CAPITULO V
Cuarta petición del Padrenuestro
El pan nuestro de cada día dánosle hoy. (Mt 6,11)
I. SIGNIFICADO Y VALOR DE ESTA PETICIÓN
En estas últimas peticiones del
Padrenuestro, que guardan estrecha relación con las anteriores, imploramos los
bienes corporales y espirituales de que tenemos necesidad.
El orden de todas ellas es bien claro: pedimos primeramente las cosas divinas
(las que directamente se refieren a Dios), y después las cosas necesarias para
el cuerpo y para la vida del hombre. Bienes humanos necesariamente subordinados
a los divinos, como esencialmente lo están todos los hombres a Dios, su último
fin.
Y en tanto debe e) hombre desear, pedir y usar los bienes terrenos, en cuanto
Dios ha dispuesto en su providencia que tengamos necesidad de ellos para
conseguir la vida eterna, el reino y la gloria del Padre.
Toda la oración del Padrenuestro está basada y animada de este espíritu de
subordinación de todos los hombres y de todas las cosas a su fin último, que es
Dios. Espíritu que debe presidir e inflamar siempre nuestra demanda de los
bienes terrenos. Cuando San Pablo escribía: El mismo Espíritu viene en ayuda de
nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene (Rm
8,26), se refería evidentemente a nuestro afán de pedir
exclusivamente cosas terrenas y caducas. Quede bien firme en todos la
advertencia, para que nunca tenga el Señor que echarnos en cara aquello del
Evangelio: iVo sabéis lo que pedís ().
Un criterio directivo para discernir la bondad o malicia de nuestras peticiones
será siempre la intención y finalidad del que las formula. Si pedimos las cosas
de la tierra como bienes absolutos y centrando en ellos el fin mismo de la vida,
sin preocuparnos de pedir otras cosas, es evidente que no oramos como conviene.
Los bienes terrenos escribe San Agustín-no los hemos de pedir como si fueran
nuestros, sino sólo porque nos son necesarios (1). Y San Pablo quiere que todos
los bienes, aun los necesarios para la vida, se subordinen a la gloria de Dios:
Ya comáis, ya bebáis o ya hagáis alguna cosa, hacedlo todo para gloria de Dios (1Co
10,31).
La prueba más contundente de la
conveniencia y aun necesidad de esta petición del Padrenuestro la tenemos en la
misma indigencia que todos experimentamos de las cosas que en ella se piden para
conservar la vida corporal. Necesidad más aguda en nosotros que en los primeros
padres, por la distinta condición en que a todos nos dejó su primer pecado.
Cierto que Adán y Eva necesitaban también, aun en su primitivo estado de
inocencia, tomar alimentos para conservar y reparar las fuerzas del cuerpo; pero
no necesitaban ni de vestido para cubrirse, ni de casa para habitar, ni de armas
para defenderse, ni de medicinas para las enfermedades, ni de tantas y tantas
cosas como han llegado a ser indispensables para la naturaleza caída. Para
proveer ampliamente a todas las exigencias, hubiérales bastado el fruto del
árbol de la vida, plantado por Dios en medio del paraíso.
Y no por esto habrían transcurrido sus vidas en el ocio. Dios les impuso el
deber del trabajo; no un trabajo molesto y fatigoso, sino una ocupación grata y
agradable, a la que siempre habrían correspondido los suavísimos frutos de
aquella tierra fecunda. Sus trabajos, sin fatigas, se habrían visto siempre
coronados por el premio: la tierra jamás fallaría a sus esperanzas.
Con el primer pecado, la humanidad entera fue arrojada del paraíso, privada del
árbol de la vida y condenada a la fatiga del duro trabajo: Por haber escuchado a
tu mujer..., por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el
tiempo de tu vida; te dará espinas y abrojos y comerás de las hierbas del campo.
Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de
ella has sido tomado; ya que polvo eres y al polvo volverás (Gn
3,17-19).
Nuestra condición y panorama cambió por completo. Todo nos sucederá al revés de
lo que hubiera acaecido a Adán y a su descendencia de no haber existido el
pecado de origen. Situación tanto más dura la nuestra cuanto que no pocas veces
los más fatigosos trabajos, los más grandes gastos y sudores no se ven coronados
por el fruto, impedido o arruinado por la esterilidad del terreno, por las
intemperies del tiempo, por las sequías, piedra, langosta, pulgón y otras
enfermedades que pueden inutilizar en bien poco tiempo el trabajo de temporadas
y aun de años enteros. Castigo, la mayor parte de las veces, de nuestros
pecados; porque Dios mantiene su tremenda condenación: Con el sudor de tu rostro
comerás el pan (Gn
3,19), y retira sus bendiciones fecundantes de nuestros pobres
trabajos.
Realmente es dura nuestra vida e inmensas sus necesidades, agravadas casi
siempre por nuevas culpas. Toda nuestra esperanza y todos nuestros esfuerzos
serán vanos e inútiles si el Señor no los acompaña con sus bendiciones. Porque
ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento- (1Co
3,7); Si Y ave no edifica la casa, en vano trabajan los que la
construyen (Ps
126,1).
Toda nuestra vida, pues, y las cosas terrenas de que ella depende, se
encuentran, en último análisis, en manos de Dios. Esta reflexión nos estimulará
y obligará a todos a volver los ojos a nuestro Padre, que está en los cielos, y
a suplicarle humildemente los bienes terrenos juntamente con los espirituales.
Imitaremos al pródigo de la parábola,que, viéndose acosado en un país extraño
por la necesidad y por el hambre, y aun privado del mismo alimento de los
animales, cayó por fin en la cuenta de que nadie, excepto su padre, podía
socorrerle ni ayudarle (2).
Plegaria que en nosotros debe ser siempre confiada, porque sabemos que Dios,
nuestro Padre, goza en oír la voz de sus hijos; Dios Padre que, al sugerirnos
que le pidamos el pan de cada día, nos promete escucharnos con la abundancia de
sus dones (3); al mandarnos pedirle, nos enseña el modo de hacerlo;
enseñándonos, nos exhorta; exhortándonos, nos impele; impeliéndonos, nos
promete, y prometiéndonos, nos da esperanza cierta de alcanzar lo que le
pedimos.
La palabra pan tiene en la
Sagrada Escritura especialmente dos significados:
1) el alimento material y todo lo que necesitamos para la conservación de la
vida del cuerpo;
2) todos los dones de Dios necesarios para la vida espiritual y para la salud y
salvación del alma (4).
Es constante doctrina de los Padres que en esta petición del Padrenuestro
imploramos las cosas necesarias para la vida terrena.
Sostener que el cristiano no debe preocuparse de las necesidades materiales, y
que, por consiguiente, no deben ser objeto de nuestras plegarias los bienes de
la tierra, es contrario no sólo a la doctrina de la Iglesia y a las enseñanzas
de los Padres, sino también al sentido de la Escritura misma, que tantos
ejemplos nos ofrece de estas peticiones lo mismo en el Antiguo que en el Nuevo
Testamento.
Vemos cómo Jacob oraba así: E hizo Jacob voto diciendo: Si Yavé está conmigo u
me protege en mi viaje, y me da pan que comer u vestidos que vestir, y retorno
en paz a la casa de mi padre, Yavé será mi Dios; esta piedra que he alzado como
memoria será para mí casa de Dios, u de todo cuanto a mí me dieres te daré el
diezmo (Gn
28,20-22). Y Salomón: No me des ni pobreza ni riquezas. Dame
aquello de que he menester (Pr
30,8). El mismo Cristo nos mandaba hacer oración por las
necesidades humanas: Orad para que vuestra huida no tenga lugar en invierno ni
en sábado (Mt
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Mt 20). Y Santiago: ¿Está afligido
alquno entre vosotros? Ore. ¿Está de buen ánimo? Salmodie (Jc
5,13). Y San Pablo: Os exhorto, hermanos, por nuestro Señor
Jesucristo u por la caridad del Espititu, a que me ayudéis en esta lucha,
mediante vuestras oraciones a Dios por mí, para que me libre de los incrédulos
en Jadea (Rm
15,30).
Es claro, pues, que con el pan de cada día pedimos en esta plegaria todo lo
necesario para la vida de la tierra: vestido, alimento, pan, salud, etc.
Significado amplísimo, confirmado por la Escritura en el episodio de Elíseo, que
mandó al rey asirio dar el pan necesario a los soldados, V éste les hizo
distribuir gran cantidad de toda clase de alimentos (5). Y del mismo Señor está
escrito que entró en casa de uno de los principales fariseos para comer pan (Lc
14,1), significando con esta palabra todo el conjunto de la
comida.
Notemos, por último, que al pedir el pan no pedimos a Dios abundancia de
riquezas ni exquisitez de alimentos o vestidos lujosos. Pedimos la cantidad
suficiente y la calidad conveniente a nuestra condición. En teniendo con que
alimentarnos-escribe San Pablo-y con qué cubrirnos, estemos con esto contentos (1Tm
6,8). Y Salomón: No me des ni pobreza ni riquezas; dame aquello
de que he me-nester (Pr
30,8).
Esta frugalidad y parsimonia va
expresada también en la palabra adjunta a la petición: nuestro. Con ella
significamos que pedimos y esperamos de Dios únicamente lo que nos es necesario
y no lo que pudiera servir para lujos innecesarios y excesos superfluos. Y lo
llamamos "nuestro" no porque nosotros podamos proporcionárnoslo sin la ayuda de
Dios, sino porque nos es necesario, y como tal lo esperamos de la ayuda divina.
Todos esperan de ti-escribe David-que les des el alimento a su tiempo. Tú se lo
das y ellos lo toman; abres tu mano y sácianse de todo bien (Ps
103,27); Todos los. ojos miran expectantes a ti, y tú les das el
alimento conveniente a su tiempo (Ps
144,15).
Lo llamamos nuestro, además, porque con pleno derecho lo pedimos a Dios y con
pleno derecho podemos procurárnoslo mediante nuestro trabajo, no con
injusticias, robos o fraudes. Todo cuanto nos apropiamos con medios injustos o
inmorales, no es nuestro, ni puede acarrearnos más que daños y males en su
posesión, uso y fin, al contrario de lo que experimentamos en las ganancias y
bienes santamente adquiridos: Comiendo lo ganado con el trabajo de tus manos,
serás feliz y bienaventurado (Ps
127,2). Yavé mandará la bendición para que te acompañe en tas
graneros y en todo trabajo de tus manos. Te bendecirá en la tierra que Y ave, tu
Dios, te da (Dt
28,8).
Y no sólo pedimos el poder retener y usar lo que licitamente hemos adquirido con
nuestro ingenio y sudor, ayudados por la gracia divina; pedimos también que Dios
nos conceda recto discernimiento y sano juicio para saber usar de estas cosas
con toda prudencia y equidad en bien nuestro y de nuestros prójimos.
Y de nuevo nos insiste la
petición en el concepto de moderación y frugalidad con la palabra cotidiano: lo
necesario para cada día. No entra en el orden de la Providencia que busquemos
abundancia de comidas y bebidas, variedades y exquisiteces de alimentos; el
cristiano debe contentarse con lo necesario para satisfacer sus necesidades
naturales. Lo superfluo, lo refinado, lo excesivo, no va bien con los hijos de
Dios.
En la Sagrada Escritura reprende el Señor duramente la glotonería de los
acaparadores de bienes; ¡Ay de los que añaden casas a casas, de los que juntan
campos y campas hasta acabar el término, siendo los únicos propietarios en medio
de la tierra! (Is
5,8).
De su insaciable ansiedad escribe también Salomón: El que ama el dinero, no se
ve harto de él (). Y San Pablo: Los que quieren enriquecerse caen en
tentaciones, en lazos y en muchas codicias locas y perniciosas, que hunden a los
hombres en la perdición y en la ruina ().
Se llama también cotidiano este pan porque de él tenemos necesidad para reparar
las energías gastadas cada día con el trabajo y natural desgaste vital.
Finalmente, lo pedimos cada día porque cada día debemos servir al Señor y
ofrecerle, uno a uno, todos los de nuestra existencia.
Claramente se comprende que al
rezar al Señor: El pan nuestro de cada día dánosle, hacemos un acto de fe y
adoración profunda en la omnipotencia de Dios, en cuyas manos están todas las
cosas (6) y de quien únicamente pende nuestra vida. Con estas palabras deponemos
todo pensamiento de orgullo que pudiera levantarnos a decir con Satanás: Todo me
ha sido entregado a mí, y a quien quiero se lo doy (Lc
4,6). Es la voluntad divina la que únicamente posee y puede
conceder todas las cosas.
De aquí que también los ricos y poderosos tengan obligación de pedir lo que
necesitan, aunque parezca que nada les falta. Si es cierto que abundan en
bienes, no lo es menos que todo lo recibieron de Dios y que además a Él deben
suplicar y sólo de Él deben esperar su conservación. Aprendan de aquí los
ricos-escribe San Pablo-a no ser altivos y a no poner su confianza en la
incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, que abundantemente nos provee de
todo para que lo disfrutemos (1Tm
6,17).
San Juan Crisóstomo comenta así la palabra dánosle: Con ella pedimos no sólo que
nos sea concedido lo necesario para vivir, sino que nos sea concedido por Dios;
por aquel Dios que, infundiendo al pan cotidiano su poder nutritivo y saludable,
hace que el alimento sirva al cuerpo, y el cuerpo al alma (7).
Y decimos dánosle y no dámelo, porque es exigencia de la caridad cristiana el
pensar en las necesidades ajenas y el preocuparse de los intereses del prójimo
además de los propios. Tanto más cuanto que el Señor nos concede sus bienes no
para que nos sirvan egoísticamente a nosotros solos, sino para que nos sirvamos
de ellos para el bien y caridad de los hermanos necesitados. Ésta es la doctrina
constante de los Padres; San Basilio y San Ambrosio escriben: El pan que te ha
sido concedido y que tú escondes, es de los hambrientos; y el vestido que
guardas con llave en tus armarios, es de los hombres desnudos; y el dinero que
ocultas bajo la tierra, es rescate y liberación de los pobres. Ten bien
entendido que robas cuantos bienes puedes dar y no quieres (8).
La palabra hoy nos recuerda y
representa al vivo nuestra ccmún miseria. ¿Quién llegará a hacerse ilusiones de
poder proveer con su trabajo las cosas necesarias a una larga vida, cuando ni
siquiera sabe si ésta conocerá el día de mañana? Quiere el Señor que no
presumamos del mañana, y ni siquiera del hoy, para que cada día hagamos depender
nuestra jornada de sólo su beneplácito y de los dones de su divina Providencia y
cada día nos acordemos de acudir al Padre, que está en los cielos.
Y baste ya lo dicho acerca de la primera significación de la palabra pan; pan
material, que sustenta el cuerpo; pan común a todos los hombres, justos y
pecadores, fieles e infieles; pan que a todos concede cada día la bondad
inefable del Dios que hace salir el sol sobre los malos y buenos y llueve sobre
los justos e injustos (Mt
5,45).
Añádase a este pan material el
espiritual, que también pedimos a Dios en esta plegaria. Significa este pan
espiritual todo cuanto en esta vida nos es necesario para la salud y robustez de
la vida del alma y para conseguir la salvación eterna. Alimento múltiple y
variado, como múltiples y varios son los alimentos del cuerpo y las exigencias
del alma.
1) Pan del alma es, ante todo, la palabra de Dios.
Venid-dice la Sabiduría-y comed mi pan y bebed mi vino, que para vosotros he
mezclado (Pr
9,5).
La Escritura dice que Dios castiga a la tierra con el hambre cuando hace que
falte a los hombres, en castigo de sus pecados, el alimento de su divina
palabra: Vienen días, dice Yavé, en que mandaré yo sobre la tierra hambre y sed,
no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra de Yavé (Am
8,11). Y así como es síntoma de grave enfermedad el sentir
náuseas ante el alimento y la imposibilidad de retenerlo en el estómago,
igualmente debe desesperarse de la salvación de un alma cuando ésta no busca la
palabra de Dios o no la tolera si se la proponen. Apártate lejos de
nosotros-dicen a Dios-, no queremos saber de tus caminos (Jb
21,14). Es la locura suicida y obstinada ceguera de quienes,
substrayéndose a las enseñanzas y obediencia de los legítimos pastores-los
obispos y sacerdotes-, se separan de la Iglesia católica y se abandonan a
heréticas corrupciones de la palabra de Dios.
2) Pero el verdadero pan y manjar del alma es Cristo nuestro Señor. Él mismo nos
dice: Yo soy el pan vivo bajado del cielo (Jn
6,51).
Son infinitas las alegrías, la paz y el bienestar que este divino pan infunde a
las almas de los justos en sus peores momentos de desconsuelos, luchas y
dolores. Recordemos,por ejemplo, la alegría de los apóstoles perseguidos en
Jerusalén: Ellos se fueron contentos de la presencia del consejo, porque habían
sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús (). Y el mismo Señor nos
dice de las luchas y victorias de los santos: Al que venciere, le daré del maná
escondido ().
3) De manera especialísima, Cristo es pan substancial en el sacramento de la
Eucaristía, prenda inefable de amor que Él nos dejó antes de retornar al Padre.
El que come mi carne-dice Jesús-y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Tornad y
comed; éste es mi cuerpo (Jn
6,56
Mt 26,76).
Cristo Eucaristía es en verdad nuestro pan, porque sólo pertenece a los
cristianos, y entre éstos, a quienes, purificados de sus pecados en el
sacramento de la penitencia, le reciben con santidad y devoción.
Y es pan cotidiano porque cada día se ofrece en la Iglesia en sacrificio y se
distribuye a las almas y cada día se ha de recibir como alimento, o a lo menos
se debe vivir en disposición de poder recibirlo. A quienes con un falso y
peligroso rigorismo pretenden alejar las almas de la comunión por largos
intervalos de tiempo, escribe justamente San Ambrosio: Si es pan de cada día,
¿por qué ha de recibirse de año en año? Toma cada día lo que cada día te
aproveche y vive de modo que merezcas tomarlo cada día (9),
Una vez elevada a Dios nuestra
plegaria y una vez ordenado rectamente nuestro ingenio y trabajo para
procurarnos las cosas necesarias a la vida, dejemos la eficacia y éxito en manos
de la divina Providencia, que jamás abandona al justo en la incertidumbre (10).
Porque o nos concederá el Señor lo que pedimos (satisfaciendo así nuestros
deseos) o no lo concederá de hecho, manifestándonos de esta manera que nuestro
deseo ni era útil ni saludable. Nadie como Dios-ni siquiera los mismos
interesados-se preocupa tanto del bien de los justos (11).
Y los ricos y poderosos piensen seriamente que recibieron de Dios sus riquezas
para que sepan compartirlas fraternalmente con los necesitados (12).
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NOTAS:
(1) SAN AGUSTÍN, De Serm. Dom, in mont., 1.2 c.16: ML 34, 1292.
(2) Deseaba llenar su estómago de las algarrobas que comían los puercos, y no le era dado. Volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me muero de hambre! (Lc 15,16-17).
(3) Pues ¿quién de vosotros es el que, si su hijo le pide pan, le da una piedra..,? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide! (Mt 7,9-11).
(4) Cf. Gn 14,17; Si 11,1; Lc 14,15.
(5) Y Elíseo respondió: No los hieras... Dales pan y agua para que coman y beban y que se vagan a su señor. El rey de Israel hizo que les sirvieran una gran comida, y ellos comieron y bebieron (4 Re. 6,22-23).
(6) De Yave es la tierra y cuanto la llena, el orbe de la tierra y cuantos la habitan (Ps 23,1). Porque tiene en sus manos las profundidades de la tierra, formada por sus manos (Ps 94,4). Cf. Est 13,9.
(7) SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. 14 Oper. imperf.: MG 51,46.
(8) SAN BASILIO, Hom. 6: MG 31,262ss.
(9) SAN AMBROSIO, De Saccam., c.4: ML 16,471.
(10) Echa sobre Yavé el cuidado de ti, y Él te sostendrá, pues no permitirá jamás que el justo vacile (Ps 54,23).
(11) SAN AGUSTÍN, Epist. 121 ad Prob., c.14: ML 33,494-495.
(12) A los ricos de este mundo encárgales que no sean altivos ni pongan su confianza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, que abundantemente nos provee de todo para que lo disfrutemos, practicando el bien, enriqueciéndonos de buenas obras, siendo liberales y dadivosos, y atesorando para el futuro con que alcanzar la vida eterna. (1 Tm 6,17-19).