El sacramento del orden
 

1. Un hecho sorprendente. 2. Tras los pasos de Jesús de Nazaret. 3. Los dirigentes de las primeras comunidades. 4. No hay ordenación sin comunidad. 5. Sacerdocio, imperio, monacato. 6. No hay ordenación sin subsistencia. 7. Reducción sacerdotal y cultual. 8. Al servicio de la comunidad. 9. Claves catequéticas.


En principio, el orden como sacramento del ministerio eclesial podría entenderse -más que el matrimonio- como sacramento del servicio a la comunidad. Sin embargo, ambos sacramentos "confieren una misión particular en la Iglesia" (CEC 1534): ¿podría una comunidad vivir sin ministerio? ¿podría vivir sin la perspectiva cristiana del matrimonio? Fueran los que fueren, una catequesis viva asume los interrogantes y cuestionamientos que surgen en un mundo progresivamente secularizado, en medio de una Iglesia necesitada de renovación y en el ámbito de las diferentes confesiones cristianas. De la respuesta que se dé depende el que ambos sacramentos se conviertan en señal del evangelio en medio de la sociedad.

 

El orden es el sacramento del ministerio eclesial. La figura del ministro de la Iglesia, tal y como llega hasta nosotros (sacerdote, monje o fraile, célibe, varón), está en crisis. Algunos hechos lo manifiestan: fuerte descenso del número de vocaciones, gran cantidad de abandonos, envejecimiento progresivo del clero, cuestionamientos diversos. Además, el servicio religioso que la sociedad pide (sobre todo, de tipo sacramental) sobrecarga cada vez más las espaldas de un número cada vez menor de sacerdotes. Es preciso volver a las fuentes del ministerio eclesial para encontrar una respuesta evangélica a la crisis.

 

1. UN HECHO SORPRENDENTE. En las primeras comunidades cristianas hay diversidad de ministerios o servicios, entre ellos el de dirección (cf 1Tes 5,12), pero jamás se llaman sacerdotes sus dirigentes. Estos son los que anuncian el evangelio, mientras que los sacerdotes (judíos o paganos) son los ministros del templo o del altar (cf 1Cor 9,13-14). En cierto sentido, sacerdotes son todos los cristianos (cf 1Pe 2,5.9). Además, se denuncia la inutilidad propia del culto del Antiguo Testamento (cf Heb 9,9-10). Los primeros cristianos mantienen su identidad, "sin que, por una parte, crean en los dioses que los griegos tienen por tales y, por otra, no observen tampoco la superstición de los judíos" (I,1), dice el autor de la Carta a Diogneto, de mediados del siglo II.

En los primeros siglos, la Iglesia no presenta los rasgos propios de una religión establecida: sacerdotes, templos, imágenes, altares. Por esto, a los cristianos se les acusa de impiedad. Incluso se los persigue con el grito de ¡Mueran los ateos! Hacia el año 300 escribe Arnobio: "Ante todo nos acusáis de impiedad, porque ni edificamos templos ni erigimos imágenes divinas ni disponemos altares".

 

2. TRAS LOS PASOS DE JESUS DE NAZARET. Todo se entiende mejor, siguiendo los pasos de Jesús de Nazaret. Es por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec (Heb 10,5-7), pero no es sacerdote levítico. Es profeta laico (Mt 21,23;Lc 24,19), vestido normal (Jn 19,23). Entre los muchos discípulos que le siguen, escoge a doce para que estén con él y para enviarlos a predicar (Mc 3,14-15). Sobre ellos se levanta el nuevo pueblo de Dios (Mt 19,28). Jesús comparte con ellos su propia misión (Mt 10,8); los envía de dos en dos (Mc 6,6-7); al volver, se les llama apóstoles, es decir, enviados (6,30). No son ellos los únicos. Están también los setenta y dos (Lc 10,1-20) y las mujeres que acompañan a Jesús (8,2-3).

En el grupo de los doce, Pedro tiene una función especial: él es la piedra, tiene las llaves del Reino, puede atar y desatar (Mt 16, 18-19; cf 18,18). Los doce colaboran con Jesús en la multiplicación de panes (Mc 6,35-44); han de seguir su ejemplo, no buscando ser servidos, sino servir (10,45); celebran con él la última cena (14,12-24); reciben la tradición de la cena del Señor (Lc 22,19). Sin embargo, son las mujeres quienes anuncian a los once (falta Judas) y a todos los demás la resurrección de Jesús (Lc 24,10; Jn 20, 18). Los once reciben del Señor Resucitado la misión de perdonar o retener los pecados (Jn 20,23) y la misión de anunciar el evangelio a todos los pueblos (Mt 28,19).

 

3. LOS DIRIGENTES DE LAS PRIMERAS COMUNIDADES. Las primeras comunidades tienen sus dirigentes: apóstoles y presbíteros (He 15,23), profetas y maestros (He 13,1), obispos y diáconos (Flp 1,1). Se habla también de evangelizadores y pastores (Ef 4,11). Los términos no son aún fijos ni tampoco corresponden con exactitud a los ministerios actuales. Los diferentes servicios van apareciendo poco a poco, según los lugares y las necesidades. Hay también profetisas (He 21,9) y diaconisas (Rom 16,1).

Los doce aparecen en el conjunto de la comunidad cristiana primitiva como un grupo especial: garantizan la continuidad de la misión de Jesús y organizan la vida de la comunidad (He 2,42). En la elección de Matías, Pedro establece las condiciones que ha de poseer el apóstol: haber acompañado a Jesús desde el principio y ser testigo de su resurrección (He 1,21-22).

En la comunidad de Jerusalén, junto a los apóstoles, Santiago, "el hermano del Señor", aparece como el gran dirigente, rodeado de un consejo de presbíteros (ancianos), según el modelo de las sinagogas judías (cf He 15,13.22). Entre los cristianos de lengua griega (cf 1Tim 3,1.8) se usan términos de carácter general: obispos (inspectores) y diáconos (servidores). En la comunidad de Jerusalén, son elegidos también los siete, que se ocupan del sector griego de la comunidad (cf He 6,2-6). A este grupo pertenece Esteban, el primer mártir, acusado de "hablar en contra del Lugar Santo y de la Ley" (6,13). De este grupo nace la comunidad de Antioquía, catequizada por Bernabé y por Pablo (11,26).

Los apóstoles reconocen la gracia concedida a Pablo (Gál 2,9). Cristo mismo le ha confiado el ministerio (1Tim 1,12). El apóstol tiene la responsabilidad de todas las comunidades que funda. En Efeso deja a Timoteo y en Creta a Tito (cf 1Tim 1,3;Tit 1,5). Los dirigentes de las comunidades locales se distinguen de los colaboradores personales de Pablo, que él mismo escoge cuidadosamente (cf Flp 2,19-24). La comunidad es "el cuerpo de Cristo" (1Cor 12,27). Junto a las grandes comunidades, como Jerusalén o Antioquía, están las pequeñas comunidades, cuya dirección podría corresponder al cabeza de familia, varón o mujer (cf Rom 16,3-5;Col 4,15). En Filipos, la comunidad empieza por un grupo de mujeres; ellas tienen un papel predominante (cf He 16,12.15;Flp 4,2).

En las cartas pastorales, mediante la imposición de manos de un consejo de presbíteros y la palabra de un profeta, ciertos cristianos en los que la comunidad ha visto un carisma del Señor son incluidos entre los ministros o dirigentes (cf 1Tim 4,14;He 14,23). Originalmente, la imposición de manos significa la elección de alguien levantando la mano. Se establecen algunos criterios. Se considera normal que estos dirigentes sean casados, padres de familia que han dado prueba de dirigir bien su casa y de educar a sus hijos (cf 1Tim 3,1-13;Tit 1,5-9). Por su parte, Pablo renuncia a una vida conyugal con libertad y al servicio del evangelio, sin criticar a los demás. Cada cual tiene su gracia; unos de una manera, otros de otra (cf 1Cor 7,7.25;9,5).

A finales del siglo I, San Clemente Romano en su primera carta a los corintios escribe que los apóstoles "según anunciaban por lugares y ciudades la buena nueva y bautizaban a los que obedecían al designio de Dios, iban estableciendo a los que eran primicias de ellos -después de probarlos por el espíritu- como obispos y diáconos de los que habían de creer" (42,4). El documento llamado Doctrina de los Apóstoles, compuesto quizá ya en el siglo I, habla de profetas y maestros. De los profetas dice: "Ellos son vuestros sumos sacerdotes" (13,3). Dice también que elijan obispos y diáconos: "También ellos os administran el ministerio de los profetas y maestros" (15,1).

En las cartas que San Ignacio de Antioquía escribe camino del martirio (hacia el año 107), en cada comunidad aparece un obispo, asistido por ancianos (presbíteros) y diáconos. En cuanto a la eucaristía, dice que "sólo ha de tenerse por válida aquella que se celebre por el obispo o por quien de él tenga autorización" (Esm. 8,1).

Aunque el asunto suscitara polémica (1Tim 2,11-14;1Cor 11,1-16), no parece que puedan excluirse casos de mujer obispo durante los dos primeros siglos, cuando la Iglesia se reunía en el ámbito (privado) de las casas. En la basílica romana dedicada a santa Práxedes, junto a la de santa Pudenciana, hay un mosaico (en la capilla de S. Zenón) con cuatro figuras femeninas: las dos santas, María y una cuarta mujer con un velo que le cubre el cabello y un halo cuadrado en torno a la cabeza (se indica con ello que aún vive). María y las dos santas son fáciles de reconocer. Una inscripción identifica el rostro de la cuarta como el de "Theodora episcopa". Pero las dos letras finales del nombre propio han sido borradas, lo que dificulta su identificación.

 

4. NO HAY ORDENACION SIN COMUNIDAD. En la Iglesia antigua, cada comunidad participa en la elección de sus dirigentes. San Cipriano (s.III) reclama este derecho incluso frente al papa Esteban: "Que no se le imponga al pueblo un obispo que no desee" (Ep. 4,5). Y San León Magno (s.V) formula este principio: "Aquel que debe presidirlos a todos debe ser elegido por todos". Dice también: "No se debe ordenar obispo a nadie contra el deseo de los cristianos y sin haberles consultado expresamente al respecto" (Ad Anastasium). En la cristiandad primitiva no se conocían las parroquias. Cada comunidad tenía su obispo.

San Policarpo, que muere mártir a los ochenta y seis años (el año 155) por negarse a dar culto al emperador, es un testigo que empalma con los primeros discípulos: según San Ireneo (hacia 115-203), "contaba su trato con Juan y con los demás que habían visto al Señor" (Carta a Florino). Su elección, como obispo de Esmirna, reviste particular interés. Sin tardanza alguna, habiendo llamado a los obispos de las ciudades vecinas, acudió también una gran muchedumbre de las ciudades, campos y aldeas. Empezaron a deliberar sobre el futuro pastor de la Iglesia. Tras una oración prolongada, Policarpo se levantó a hacer la lectura. Todos los ojos estaban fijos en él:

"Era la lectura de las cartas de San Pablo a Timoteo y Tito, en las que dice el Apóstol cómo ha de ser el obispo, y se le acomodaba tan maravillosamente el pasaje, que todos se decían entre sí no faltaba a Policarpo punto de los que Pablo exige al que ha de tener a su cuidado la Iglesia. Después de la lectura y de la exhortación de los obispos y la homilía de los presbíteros, fueron enviados los diáconos a preguntar al pueblo a quién querían, y todos unánimemente respondieron: Policarpo sea nuestro pastor y maestro. Conviniendo en ello toda la asamblea eclesial, le elevaron a la dignidad de obispo, a pesar de sus muchas súplicas y voluntad de renunciar" (Apéndice a San Policarpo,XXII). El canon 6 del concilio de Calcedonia (año 451), conocido no sólo en Oriente sino también en Occidente, donde estuvo vigente hasta el siglo XII, traduce en términos jurídicos la concepción y la práctica del ministerio en la Iglesia primitiva. Dicho canon declara nula e inválida la ordenación absoluta, es decir, la ordenación de un candidato desvinculado de una comunidad: "Nadie puede ser ordenado absolutamente ni como sacerdote ni como diácono...si no se le asigna claramente una comunidad local en la ciudad o en el campo, en un 'martirium' (sepultura de un mártir) o en un monasterio" (PG 104,558).

 

5. SACERDOCIO, IMPERIO, MONACATO. A partir del siglo III, se empieza a hablar en la Iglesia de ordenación para indicar la incorporación de un cristiano al orden de los ministros. En el mundo romano, estos términos se utilizaban para el nombramiento de los funcionarios imperiales. Con el edicto de Milán (313), Constantino decreta la tolerancia del culto cristiano; se equipara a los sacerdotes cristianos con los sacerdotes paganos y se les concede ayudas económicas por parte del Estado; a partir del año 321, el domingo se convierte para toda la sociedad en el día de descanso y culto. Con el edicto de Tesalónica (380), Teodosio proclama al cristianismo como religión oficial del Estado y el emperador, a la vez cristiano y depositario de la más alta autoridad temporal, interviene e interfiere en los asuntos de la Iglesia; los obispos obtienen el rango de funcionarios con los correspondientes privilegios; se introducen en la liturgia cosas que antes repugnaban, pues recordaban el culto pagano: el uso del incienso, cirios en vez de lámparas de aceite, altar en vez de mesa, templos en vez de salas de reunión, vestidos litúrgicos en vez de vestido normal. Los obispos son "sumos sacerdotes"; los presbíteros, sacerdotes "de segundo orden" o, simplemente, sacerdotes (ss. IV-V).

Ahora, la tensión primordial no se establece entre Iglesia y mundo, como en la Iglesia primitiva (cf Rom 12,2), sino entre clero y laicos. La Iglesia se concibe como una institución investida de poder (jerarquía) frente al pueblo cristiano reducido a una masa sin competencias. El papa Gelasio (492-496) define la situación con su doctrina de los dos poderes: el sacerdocio y el imperio.

En el Occidente, ante el empuje de las invasiones nórdicas, la Iglesia es la única institución que sobrevive. El clero monopoliza la educación y la cultura. Con lo cual, cada vez más el laico es el que no tiene formación, el que ni siquiera entiende ya el latín y, por tanto, ya no puede seguir la liturgia entrando así a desempeñar el papel de oyente silencioso.

Ya en el siglo IV, como reacción al paganismo ambiental, surge la tradición ascética del estado monacal, llamado también orden. Los organizadores y maestros de esta forma de vida fueron en Oriente el egipcio Pacomio (+346) y Basilio de Cesarea (+379); en Occidente, Ambrosio (+379), Agustín (+430) y, sobre todos, Benito de Nursia (+hacia 560). La forma de vida típicamente cristiana de la Iglesia primitiva, la pertenencia a la Iglesia como miembro, ya no es lo que cuenta. Los criterios son ahora la liberación del mundo, de las posesiones terrenas y del matrimonio. Los clérigos se alejan de la vida normal y forman su propio estado de vida con su inmunidad, sus privilegios y su vestimenta propia. Según el Decreto de Graciano (1142), la primera clase de los dos estados de la Iglesia la forman los sacerdotes y los monjes; la segunda, los seglares.

 

6. NO HAY ORDENACION SIN SUBSISTENCIA. En 1179 se rompe de hecho con la concepción de Calcedonia. Ahora lo que cuenta es el beneficio: "No se puede ordenar a nadie sin que esté asegurada la subsistencia" (Tercer concilio de Letrán, canon 5). La estructuración feudal de la sociedad condiciona la figura del ministerio. La vinculación eclesial del sacerdote se transforma en dependencia del señor feudal, eclesiástico o civil, que instituye el beneficio. Al propio tiempo, las nuevas concepciones canónicas llevan a una distinción, según la cual todo aquel que ha sido ordenado posee personalmente la función sacerdotal (potestad de orden), incluso en el caso de que no se le encomiende una comunidad cristiana (potestad de jurisdicción).

Poco a poco se impone una praxis que hubiera sido inimaginable en la Iglesia antigua: por ejemplo, la misa privada, sin comunidad. Se configura así un tipo de sacerdote dedicado casi exclusivamente a decir misas. Se multiplican los altares en las iglesias. Las leyes del Antiguo Testamento sobre el sacerdocio y la tradición monacal determinan la imagen medieval del ministerio. El signo distintivo del ministro es su relación con el culto, no con la comunidad. El ministro es alguien separado del mundo, incluso de los propios cristianos. El celibato será la expresión adecuada de esa separación. El sacerdote, no la comunidad, es el mediador entre Dios y los hombres.

La ley del celibato fue promulgada en la Iglesia latina primero, de forma implícita, en el primer concilio de Letrán (1123) y más tarde, de forma explícita, en los cánones 6 y 7 del segundo concilio de Letrán (1139). Dicha ley fue el resultado de una larga historia (desde finales del siglo IV), en la que sólo existió una ley de continencia para el sacerdote casado (carta del papa Siricio, 385; DS 185). De acuerdo con una vieja costumbre, se prohibía la relación sexual antes de tomar la comunión. Ahora bien, a finales del siglo IV, cuando las Iglesias occidentales (frente a lo que ocurría en las orientales) comenzaron a celebrar la eucaristía diariamente, la continencia exigida a los sacerdotes casados se convirtió en una situación permanente.

 

7. REDUCCION SACERDOTAL Y CULTUAL. En el s. XVI, el concilio de Trento, reaccionando a la crítica de los reformadores, defiende el ordenamiento eclesiástico existente. El ministro de la Iglesia es el sacerdote, que es, sobre todo, el hombre de los sacramentos: "los Apóstoles y sus sucesores en el sacerdocio han recibido el poder de consagrar, ofrecer y distribuir su cuerpo y su sangre, así como el de perdonar o retener los pecados" (DS 957). El orden es un signo eficaz que introduce en la jerarquía eclesial: "confiere la gracia" (DS 959) e "imprime carácter" (DS 960). Los obispos, sucesores de los Apóstoles, "son superiores a los sacerdotes" (DS 960). Se señalan varios y diversos órdenes de ministros: "Las Sagradas Escrituras mencionan claramente no solamente los sacerdotes (sic), sino también los diáconos (Hch 6,5;1 Tm 3,8ss)" (DS 958). El diaconado permanece sólo como un paso hacia el sacerdocio y reducido a una función litúrgica. Para asegurar la formación de los sacerdotes, se decreta la institución de los seminarios.

En una época muy ritualista, se recuerda la necesidad del sacerdocio de Cristo "según el orden de Melquisedec", pues la perfección no se podía alcanzar "por la inutilidad del sacerdocio levítico" (D 938).

 

8. AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD. El concilio Vaticano II sitúa el ministerio eclesial en el marco de la comunidad. Es un servicio entre otros "para apacentar el Pueblo de Dios y acrecentarlo siempre" (LG 18). Este servicio es "ejercido en diversos órdenes por aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose obispos, presbíteros y diáconos" (LG 28). Hay una "diferencia esencial y no sólo gradual" (LG 10) entre sacerdocio ministerial y sacerdocio común, aunque existe entre todos los bautizados "una verdadera igualdad" (LG 32).

Los obispos son "sucesores de los Apóstoles" (CD 2); juntamente con el papa, sucesor de Pedro, "forman un solo Colegio Apostólico" (LG 22). Tienen la función de anunciar a los hombres el evangelio (CD 12), de santificar (CD 14) y de dirigir la Iglesia que les ha sido confiada (CD 16). Han recibido "el ministerio de la comunidad con sus colaboradores, los presbíteros y los diáconos" (LG 20). Tienen "la plenitud del sacramento del orden" (LG 21).

Los presbíteros, como "cooperadores del orden episcopal" (CD 28), son ministros de la Palabra de Dios (PO 4), de los sacramentos y de la Eucaristía (PO 5), pastores del Pueblo de Dios, "de suerte que pueden obrar como en persona de Cristo cabeza" (PO 2). Su función "no se limita al cuidado particular de los fieles, sino que se extiende propiamente también a la formación de la auténtica comunidad cristiana" (PO 6). El diácono es ordenado "no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio" (LG 29). Se restablece el diaconado "como grado propio y permanente de la jerarquía" (LG 29) al servicio de la liturgia, de la Palabra y de la caridad.

Desde posiciones protestantes se ha rechazado que el ministerio sea algo constitutivo de la Iglesia; sería algo meramente funcional. Sin embargo, en el diálogo ecuménico esta posición tiene cada vez menos fuerza. Se dice en el Documento de Lima (1982): "El ministerio de tales personas, que desde tiempos muy tempranos recibieron la ordenación, es algo constitutivo para la vida y el testimonio de la Iglesia" (n.8).

El concilio Vaticano II valora el celibato sacerdotal como "fuente particular de fecundidad espiritual"; reconoce que "no se exige por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece por la práctica de la Iglesia primitiva y por la tradición de las Iglesias orientales"; sin embargo, confirma la legislación existente en la Iglesia latina(PO 16). Ciertamente, el celibato (asumido como imitación y seguimiento de Cristo) es una opción radical por la que el discípulo queda plenamente disponible al servicio del evangelio (Mt 19,12). Ahora bien, si Cristo confió el ministerio apostólico a hombres casados (y no casados) y los apóstoles, a su vez, hicieron lo mismo, de esa misma manera puede y debe actuar la Iglesia. Dice San Pablo, aunque manifiesta cuál es su opción personal y su preferencia: "En cuanto al celibato, no tengo mandato del Señor" (1Cor 7,25). En cualquier caso, es fundamental que la opción sea fruto de la gracia (no de la ley) y sea claramente libre. Es cierto el proverbio: La libertad todo lo llena de luz. Y también: "Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2Cor 3,17).

Según el Derecho Canónico (1983), "sólo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación" (c.1024). El nuevo Catecismo lo explica así: "El Señor Jesús eligió a hombres para formar el colegio de los doce apóstoles y los apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores" (CEC 1577). Sin embargo, en el diálogo ecuménico se afirma cada vez más que no hay razón teológica alguna para continuar excluyendo a la mujer del ministerio ordenado, desde la dignidad humana y cristiana común: en Cristo "ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer" (Gál 3,29). En 1992 la Iglesia Anglicana de Inglaterra aprobó la ordenación de las mujeres. Los presbiterianos lo hicieron en los años cincuenta y los luteranos en los setenta. Una cuestión: ¿se está produciendo una clericalización de la mujer?

Finalmente, durante el posconcilio (al menos, a determinado nivel) se ha producido por todas partes una esperanzadora floración de comunidades, en las que se vive la experiencia del evangelio en el marco de una relación de fraternidad. Sin embargo, si la Iglesia es (por definición) comunidad, lo más grave y preocupante no es la escasez de vocaciones sacerdotales, sino (a gran escala) la ausencia alarmante de comunidades vivas, en las que pueda darse una suficiente diversidad de ministerios y servicios. Como en un principio.

 

9. CLAVES CATEQUETICAS. Siendo una tarea catequética fundamental la de iniciar en la celebración de la fe y en el sentido de cada uno de los sacramentos, la catequesis del sacramento del Orden se convierte en un objetivo específico.

Para lograr dicho objetivo, una clave catequética importante es asumir la realidad, para poder transformarla. Por tanto, ¿está en crisis la figura del ministro eclesial? ¿Qué hechos lo manifiestan? ¿Cuáles son los cuestionamientos más importantes que se hacen hoy?

Otra clave es la toma de conciencia histórica: ¿qué cambios más importantes se han dado a lo largo de la historia en la figura del ministerio eclesial? Es un hecho que la Iglesia naciente ha evitado la palabra "sacerdote" para identificar a sus dirigentes ¿qué significado tuvo y qué significado tiene para la Iglesia de hoy?

Siguiendo la doble inspiración conciliar (vuelta a las fuentes y diálogo con el mundo de hoy) ¿es posible encontrar una salida evangélica a la crisis? ¿Cómo? ¿En qué medida el concilio Vaticano II ha renovado la figura del ministerio? ¿Somos conscientes del alcance ecuménico de la renovación del ministerio? ¿En qué medida la floración de comunidades vivas ayuda a renovar la figura del ministerio?

Puede establecerse una relación entre la experiencia humana común y la experiencia del evangelio. Todo grupo necesita, de algún modo, una organización. Un grupo amorfo no puede sobrevivir mucho tiempo. Poco a poco cada miembro del mismo va descubriendo su papel junto a los demás. Así surge un conjunto orgánico de funciones o servicios, que caracteriza y expresa la vida del grupo. El grupo no puede estar dividido: para poder subsistir, necesita unidad. Esto se hace posible en torno a una o varias personas que asumen la responsabilidad de ser centro de unión. Es lo que, normalmente, se llama autoridad. El riesgo de toda autoridad consiste en olvidar su función de centro de unidad del grupo o de la sociedad, para convertirse en instrumento de dominio. Jesús enseña a sus discípulos a mirar su función de autoridad como un servicio realizado a los hermanos (cf Mc 10,42ss).

En cualquier forma de catequesis (de adultos, jóvenes o niños) es importante el lenguaje testimonial. Por ejemplo, un sacerdote comenta en el grupo: ¿por qué se hizo sacerdote? ¿cuál es la historia de su vocación? ¿lo vive como gracia recibida del mismo Cristo? ¿en qué consiste su trabajo? ¿Qué significa para él la comunidad cristiana? Responde a las preguntas, se abre un diálogo.

 

Jesús López Sáez

 

 

BIBLIOGRAFIA: I. AA.VV., Clérigos en debate, PPC, Madrid 1996; AA.VV., El ministerio y los ministerios según el Nuevo Testamento, Cristiandad, Madrid 1975; CASTILLO J.M., Ministerios, en Conceptos fundamentales de Pastoral, Cristiandad, Madrid 1983; JO TORJESEN K., Cuando las mujeres eran sacerdotes, El Almendro, Córdoba 1997; SCHILLEBEECKX E., El ministerio eclesial, Cristiandad, Madrid 1983; SNELA B., Sacerdote-obispo, en Diccionario de conceptos teológicos, Herder, Barcelona 1990.

 

Artículo publicado en Nuevo Diccionario de Catequética (San Pablo, Madrid, 1999)