El sacramento del matrimonio
 

1. El matrimonio en los primeros siglos. 2. El consentimiento matrimonial. 3. Forma canónica. 4. La posición de Jesús. 5. La llamada "excepción paulina". 6. Matrimonio y sacramento. 7. Fecundidad del matrimonio. 8. Claves catequéticas. 9. Tratamiento catequético en las distintas edades.

 

II. El sacramento del matrimonio

 

En el mundo actual el matrimonio presenta un conjunto de luces y sombras. En primer lugar, son importantes los progresos realizados: el conocimiento más profundo de la vida interna del hombre, del amor y de las leyes de la vida y, también, la abundancia de nuevos medios puestos al servicio de los esposos. Por otro lado, la comunidad conyugal y familiar no brilla en todas partes con el mismo esplendor. A la poligamia de ciertas regiones corresponde el divorcio y el amor libre de otras. Además, el amor matrimonial es frecuentemente profanado por el egoísmo, el hedonismo y los usos ilícitos contra la generación (cf GS 47).

En nuestro tiempo, los cambios sociales y culturales ponen a prueba el vigor y la solidez del matrimonio y de la familia: desaparecen los apoyos sociológicos de antes; se pasa de la familia patriarcal a la familia nuclear; se vive dentro de una dinámica social propia de las sociedades industriales; la emancipación de la mujer y una nueva valoración de la sexualidad son rasgos propios de nuestro tiempo; también lo son los problemas nacidos del incremento demográfico, así como el envejecimiento de poblaciones enteras.

De una u otra forma, estos interrogantes se repiten: ¿Es lícito el divorcio por algún motivo? ¿Cuál es la posición de Jesús? ¿Qué aporta el Evangelio al matrimonio? ¿En qué consiste el matrimonio? ¿En qué consiste el sacramento del matrimonio? ¿Qué implica la paternidad responsable?

 

1. EL MATRIMONIO EN LOS PRIMEROS SIGLOS. En los primeros siglos, como se dice en la Carta a Diogneto (de mediados del s.II), los cristianos "se casan como todos" (V,6), por lo judío, por lo griego, por lo romano. Aceptan las leyes imperiales, mientras no vayan en contra del Evangelio. El matrimonio se celebra "en el Señor" (1Cor 7, 39), dentro de la comunidad, sin una ceremonia especial.

En el mundo judío, la boda se celebra según las costumbres y ritos tradicionales (cf Gén 24 y Tob 7,9,10). Cierto tiempo después de los esponsales, se celebra la boda. En el mundo judío la boda era un asunto familiar y privado. No se celebra en la sinagoga, sino en casa. No obstante, como todo en Israel, tiene una dimensión religiosa. La celebración incluye oración y bendición.

En el mundo romano se dieron, sucesivamente, tres formas de celebrar el matrimonio. La "confarreactio" (con pastel nupcial), la forma más antigua, incluía ceremonias de carácter jurídico y religioso. En la época imperial apenas se daba este tipo de unión. El modo corriente de contraer matrimonio era la "coemptio", rito que simbolizaba la compra de la esposa, y el "usus" (uso), simple cohabitación tras el mutuo consentimiento matrimonial.

El "consensus" (consentimiento) vino a constituir en la práctica lo esencial de la unión matrimonial. Dice el Digesta: "No es la unión sexual lo que hace el matrimonio, sino el consentimiento" (35,I,15). Como tal, no se requería ningún rito particular ni la presencia del magistrado. El poder civil no hacía más que reconocer la existencia del matrimonio y, en cierto modo, proteger la unión conyugal poniendo ciertas condiciones.

Los cristianos se casan como todo el mundo, pero "dan muestras de un tenor de peculiar conducta, admirable, y, por confesión de todos, sorprendente" (Carta a Diogneto,V,4). Acogen la vida que nace y respetan el lecho conyugal: "Como todos engendran hijos, pero no exponen los que les nacen. Ponen mesa común, pero no lecho" (V,6 y 7).

Ignacio de Antioquía (hacia el año 107) que invita a los cristianos a casarse "con conocimiento del obispo, a fin de que el casamiento sea conforme al Señor y no por solo deseo" (A Policarpo,5,2).

Tertuliano (hacia 160-220) comenta la ventaja de casarse en el Señor: "¿Cómo podemos ser capaces de ensalzar la felicidad tan grande que tiene un matrimonio así; un matrimonio que une la Iglesia, que la oblación confirma, que la bendición marca, que los ángeles anuncian, que el Padre ratifica?" (Ad uxorem II 8,6.7.9).

 

2. EL CONSENTIMIENTO MATRIMONIAL. Desde los siglos IV al IX se subraya el carácter eclesial de la celebración del matrimonio entre cristianos y se establece bien claro que las ceremonias (oración y bendición) no son obligatorias para la validez de la unión. El primer testimonio que habla de una bendición nupcial verdaderamente litúrgica data de la época del papa Dámaso (366-384) y se encuentra en las obras del Pseudo-Ambrosio (Ambrosiaster). La bendición sólo se confiere en el primer matrimonio.

Se constata el profundo influjo del derecho romano, según el cual sólo el consentimiento es estrictamente necesario para el matrimonio, cualquiera que fuese su forma. Dice el papa Nicolás I el año 866, en su respuesta a los búlgaros, que le consultaron acerca de la importancia de las ceremonias eclesiásticas (oración y bendición) que algunos habían declarado ser los elementos constitutivos del matrimonio: "Baste según las leyes el solo consentimiento de aquellos de cuya unión se tratare. En las nupcias, si acaso ese solo consentimiento faltare, todo lo demás, aun celebrado con coito, carece de valor" (D 334).

Es en los siglos sucesivos cuando la iglesia reivindica competencia jurídica sobre el matrimonio y dispone que el consentimiento y la consiguiente entrega de la prenda nupcial se haga expresamente en presencia del sacerdote (ss.IX-XI), en la iglesia o, más a menudo, ante las puertas de la iglesia, como indican varios rituales de los ss. XI-XIV; a este acto le seguirá luego la celebración de la misa con la bendición de la esposa.

Para darle la mayor publicidad posible, se convino que el acto tendría lugar no ya en casa de la novia, sino a la puerta de la iglesia. Con ello, lo que antes era realizado por el padre o tutor, ahora viene a realizarlo el sacerdote, con palabras como estas: "Yo te entrego a N. como esposa" (Ritual de Meaux). Entre los siglos XV y XVI se extiende la fórmula: "Y yo os uno...", que algunos considerarán como la forma sacramental del matrimonio.

 

3. FORMA CANONICA. El concilio de Trento, reaccionando contra las afirmaciones de los reformadores, no sólo defiende la sacramentalidad del matrimonio sino también su derecho a regularlo, proponiendo una forma canónica uniforme, que garantice la validez del mismo sacramento y evite el peligro de la clandestinidad y de los impedimentos.

El Ritual Romano (1614) supondrá la codificación de los usos medievales del matrimonio celebrado ante la Iglesia, queriendo respetar los "usos y costumbres laudables" de las diversas regiones.

El viejo Código de Derecho Canónico (1917) imponía la forma canónica a los bautizados en la Iglesia católica, aunque la hubieran abandonado después (c.1099). En el nuevo Código de Derecho Canónico (1983), el abandono formal lleva consigo la no obligatoriedad de la forma canónica del matrimonio, cuando los dos contrayentes se encuentran en esa situación; por tanto, el matrimonio que ellos contraigan sin forma canónica será, ante la Iglesia, verdadero matrimonio, si reúne las debidas condiciones (c.1117).

El concilio Vaticano II pide que se revise y enriquezca el rito de la celebración del matrimonio "de modo que se exprese la gracia del sacramento y se inculquen los deberes de los esposos con mayor claridad" (SC 77).

El nuevo Ritual del Matrimonio (1969 y 1990), dentro de la misa o fuera de ella, pero siempre en el marco de celebración de la Palabra, articula la liturgia del matrimonio en cuatro momentos: las preguntas, el consentimiento, la bendición y entrega de los anillos, la oración de los fieles. La antigua oración de bendición de la esposa se presenta ahora como oración de bendición de la esposa y del esposo.

 

4. LA POSICION DE JESUS. En aquel contexto cultural, como ahora, el problema del divorcio era muy agudo. El Antiguo Testamento lo admitía (Dt 24,1). Las dos grandes escuelas de la época discutían en qué casos debía aplicarse. La del rabino Shammai admitía el divorcio sólo en caso de adulterio. La de Hillel añadía: "y por cualquier otra cosa que pueda desagradar al marido". Por tanto, cualquiera de las dos escuelas era más permisiva que la posición de Jesús. Esta tenía que resultar especialmente difícil a quienes venían del mundo pagano. Pues bien, a quienes no aceptan la indisolubilidad Jesús les invita a la conversión, no les anula el matrimonio.

Para ponerle a prueba, es decir, para ver si enseña la doctrina oficial, unos fariseos le preguntan a Jesús si le es lícito a uno repudiar a su mujer por algún motivo. Jesús les remite al proyecto original de Dios (cf Mt 19,4-6). Para Jesús todo matrimonio es indisoluble. Está escrito en los profetas: "No traiciones a la esposa de tu juventud. Pues yo odio el repudio" (Mal 2,15-16). Juan el Bautista pagó con su vida la defensa del vínculo matrimonial. Le dijo a Herodes, que (es de suponer) rechazaba la indisolubilidad del matrimonio: "No te es lícito vivir con la mujer de tu hermano" (Mc 6,18).

Los fariseos argumentan que Moisés permitió el divorcio y el repudio. Les dice Jesús: "Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así. Ahora bien, os digo que quien repudie a su mujer -salvo el caso de concubinato- y se case con otra, comete adulterio" (Mt 19,8-9).

Los discípulos entienden que para Jesús no hay ninguna excepción (cf Mc 10,1-12;Lc 16,18 y 1Cor 7,10-11). El concubinato (en griego "porneia") no es ninguna excepción (cf He 15,22-29 y Lev 18-19). Por ello, le dicen que, si eso es así, entonces no trae cuenta casarse. Les dice Jesús: "No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido" (Mt 19,10-11). Entenderlo, aceptar la posición de Jesús, supone un don, una gracia de Dios.

 

5. LA LLAMADA "EXCEPCION PAULINA". El primer autor que interpreta el pasaje de Pablo (1Cor 7,12-16) como "excepción paulina" es el Pseudo-Ambrosio, a finales del siglo IV; posteriormente, Teodoro de Canterbury (s.VII) e Inocencio III (s.XIII). La atribución de dicha interpretación a San Ambrosio (y a San Gregorio Magno) favoreció su introducción en la Iglesia occidental. San Agustín sólo admite el derecho de separarse (De conj. adult.1.1,c.25). San Pablo conoce bien la palabra del Señor (1Cor 7,10) y sólo habla de la posibilidad de un nuevo matrimonio en caso de muerte de uno de los cónyuges (1Cor 7,39). Además, no se presta precisamente él a cambiar el Evangelio (cf Gál 1,8).

En los casos en que hay problemas por cuestión de fe, San Pablo exhorta a la parte creyente a no tomar la iniciativa de la separación: "pues el marido no creyente queda santificado por su mujer y la mujer no creyente queda santificada por el marido creyente". De otro modo, "vuestros hijos (no bautizados) serían impuros, mas ahora son santos". Ahora bien, "si la parte no creyente quiere separarse, que se separe, pues el hermano o la hermana no están sometidos a esclavitud" (traducción de San Jerónimo, s.IV). No se trata de aguantar una situación de esclavitud. La parte abandonada al menos tiene el derecho de vivir en paz: "para vivir en paz nos llamó el Señor". San Pablo concluye su exhortación a no tomar la iniciativa de la separación: "pues ¿qué sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido? Y ¿qué sabes tú, marido, si salvarás a tu mujer? El Pastor de Hermas muestra que para la Iglesia del siglo I y comienzos del siglo II el repudio declarado legítimo por el judaísmo es una separación tras la cual un nuevo matrimonio sería adulterio. El nuevo Código de Derecho Canónico sigue recogiendo el "privilegio paulino" (c.1143). El Catecismo de la Iglesia Católica no dice nada al respecto.

 

6. MATRIMONIO Y SACRAMENTO. He aquí algunos interrogantes al respecto: ¿Es el matrimonio una realidad meramente humana o profana? ¿Es una realidad sagrada desde el comienzo de la creación? ¿Ha sido elevada por Cristo a sacramento? Como dice el concilio, los esposos cristianos "poseen su propio don, dentro del Pueblo de Dios, en su estado y forma de vida" (LG 11). Así pues, ¿en qué consiste la gracia del sacramento? (cf SC 77). En realidad, ¿se percibe como señal? En nuestro mundo ¿aparece oscurecido el proyecto original de Dios sobre el matrimonio?

La concepción cristiana del matrimonio se remite al proyecto original de Dios. Según el proyecto de Dios, marido y mujer están llamados a formar "una sola carne" (Gén 2,24). Tal es la figura del matrimonio en un mundo que, en cuanto salido de las manos de Dios, es bueno, un mundo humano y habitable, un "jardín" (2,8). La relación entre marido y mujer es armoniosa. La comunicación es transparente (2,25). Sin embargo, algo muy profundo provoca la pérdida de esa figura, la maldición, el desamor, la separación, el desamparo.

El relato de Gén 2-3 se aplica a cualquier pareja concreta, muestra la realidad oculta que quizá deja en penumbra la felicidad del primer enamoramiento y que la convivencia matrimonial descubrirá después: la experiencia de un padecimiento común, que arrastra a la persona más amada al abismo de la propia indigencia. El relato pone al descubierto que el hombre y la mujer, en su más profundo error, evitan la presencia de Dios. Dios tiene la costumbre de pasear por el jardín de la historia humana, pero el hombre y la mujer se ocultan, creen que no necesitan de Dios para vivir, que Dios es envidioso, enemigo de su felicidad y de su vida: "Se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" (3,5). Dios aparece no ya como una ilusión, sino como una mentira, una opresión de la que es preciso librarse. Así pues, la pareja rechaza a Dios, pero con ello se cierra a sí misma el camino que conduce al "árbol de la vida" (3,24). Quedan fuera del jardín, fuera del mundo maravilloso que Dios había creado para ellos.

La ruptura de la alianza entre ambos se manifiesta ya en la acusación: "La mujer"...(3,12). La relación de amor se transforma en relación de fuerza, de dominación. La mujer ya no se siente la reina del hogar, sino la esclava; vive la maternidad como un peso, con dolor. El mundo del trabajo aparece duro, espinoso, esclavizante. El futuro, dominado por la muerte (3,16-19). Marido y mujer quedan en una situación cerrada de la que no pueden salir por sus propias fuerzas. El amor humano necesita ser redimido. Reconocerlo es toda una confesión de fe (cf CEC 1606-1608).

El evangelio nos invita a ver el matrimonio en la perspectiva de los designios de Dios. La unión conyugal es alianza de amor: "Abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne" (Gén 2,24). La misma diversidad y reciprocidad del varón y de la mujer, destinados a tal unión, son presentados como una imagen expresiva de Dios (1,27); la fecundidad, como bendición (1,28); el amor conyugal, como redención de la soledad (2,18).

El matrimonio es una obra de Dios, del que proviene todo amor verdadero. Un amor que puede haberse originado en circunstancias aparentemente casuales, pero en las que el creyente reconoce la mano de Dios: "Del Señor ha salido este asunto" (Gén 24,50;cf 24,48;Tob 6,11-12;7, 12). Por ello, se pide: "Que el Señor nos construya la casa" (Sal 127). Jesús devuelve al matrimonio la perfección de los orígenes, atacando el mal en su raíz. Es el corazón la raíz que necesita ser saneada. Es el hombre entero el que se manifiesta en cada uno de sus gestos (cf Mt 5,27-28). La fidelidad del corazón también evangeliza. El amor al que están llamados los esposos es un amor total y para siempre. Si así lo consiguen, serán una señal en medio del mundo.

Jesús se opone a toda decadencia moral, incluso a la antigua tolerancia mosaica: "Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre" (Mt 19,6). Los discípulos comprenden con dificultad la exigencia de Jesús. Tal exigencia se realiza en medio de un orden de gracia (cf 19,10-11).

El concilio Vaticano II enseña el valor sagrado del matrimonio, de todo matrimonio: "Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina. Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de la decisión humana" (GS 48). El amor matrimonial es uno e indisoluble (GS 49).

Ahora bien, el matrimonio vivido desde la fe cristiana se convierte en sacramento de Cristo. Cristo "sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además, permanece con ellos para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad". Cristo ayuda y fortalece a los esposos "en la sublime misión de la paternidad y maternidad", así como en "la educación, principalmente religiosa" (GS 48).

 

7. FECUNDIDAD DEL MATRIMONIO. Los esposos, dice el concilio Vaticano II, son "cooperadores del amor de Dios y como sus intérpretes". A ellos corresponde decidir "con responsabilidad humana y cristiana" el número de hijos (GS 50). El amor conyugal ha de conjugarse con el respeto a la vida humana "desde su concepción" (GS 51). Sin embargo, los esposos pueden hallarse en situaciones en las que el número de hijos, al menos por cierto tiempo, no puede aumentarse" (GS 51).

La cuestión de la regulación de la natalidad fue confiada por Pablo VI a la Comisión pro Estudio de Población, Familia y Natalidad, para que, cuando ésta acabara su tarea, el papa diera su juicio. En la Comisión, la mayoría juzgó que el control artificial de la natalidad tenía la misma moralidad que el control natural, con tal de que no fuera abortivo o con tal de que clínicamente no estuviera contraindicado (por ejemplo, por dañar a la mujer o al feto). Pues bien, unos meses después, el 25 de julio de 1968, Pablo VI publicó la encíclica "Humanae vitae", optando por la posición minoritaria y aceptando sólo el control natural. La sorpresa fue grande. Quedaba ya muy lejos la obsoleta biología aristotélica y medieval, según la cual en el semen masculino estaría contenido todo el hombre en potencia, mientras la mujer permanecería pasiva en la generación (cf Tomás de Aquino, Suma de Teología, I, c.118, a.1.4; Aristóteles, 1.2,c.4). Hoy sabemos que el nuevo ser humano comienza con la fecundación del óvulo femenino.

En carta pastoral el obispo Luciani, luego papa Juan Pablo I, dijo a sus diocesanos: "Confieso que, aunque no revelándolo por escrito, albergaba la íntima esperanza de que las gravísimas dificultades existentes pudieran ser superadas y que la respuesta del maestro, que habla con especial carisma en nombre del Señor, pudiera coincidir, al menos en parte, con las esperanzas concebidas por muchos esposos, una vez constituida una adecuada comisión pontificia para examinar el asunto" (29-7-1968).

Una cosa es el mandamiento general "Creced y multiplicaos" (Gén 1,28) (o una llamada profética a los pueblos que envejecen por su escasa natalidad) y otra cosa muy distinta es el principio según el cual todo "acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida" (HV 11;CEC 2366), considerando "intrínsecamente mala" toda acción conyugal que pretenda un control artificial de la natalidad (cf CEC 2370).

 

8. CLAVES CATEQUETICAS. La perspectiva cristiana del matrimonio y su celebración sacramental afecta a dos tareas básicas de la catequesis: iniciar en el estilo de vida de Jesús, lo que supone un proceso de conversión al evangelio; e iniciar en el sentido del sacramento, lo que supone descubrir lo que aporta el evangelio a la celebración del matrimonio.

Una clave catequética fundamental es asumir, como hizo el concilio, la realidad actual del matrimonio con sus luces y sombras, con sus interrogantes, para sembrar ahí la experiencia del Evangelio.

Es fundamental también la toma de conciencia histórica: en medio de los cambios sociales y culturales que se producen a lo largo de la historia en lo que al matrimonio se refiere hemos de distinguir lo que es permanente y esencial de lo que es caduco y accesorio.

La doble inspiración conciliar (vuelta a las fuentes y diálogo con el mundo de hoy) nos permite establecer, de forma renovada, una relación evangelizadora con el mundo (cf Jn 4,16-18), más allá de los viejos esquemas propios de una situación de cristiandad, en una experiencia humana tan profunda como la del matrimonio.

Una clave fundamental, se celebre como se celebre el matrimonio en la diversidad de tiempos y lugares, es el consentimiento matrimonial. En cierto sentido, el evangelio no anuncia nada nuevo, sino que remite a una realidad primordial, que es preciso reconocer y respetar. En diálogo con la psicología actual, la catequesis destacará la autonomía y la madurez que supone ese consentimiento: "Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer".

Otra clave importante es la fidelidad del corazón y la fidelidad matrimonial. En positivo o en negativo, la cuestión fidelidad/infidelidad sale donde menos se piensa. Asimismo, una catequesis viva ha de facilitar una decisión adulta y responsable, humana y cristiana, en lo que se refiere a la paternidad responsable y a la regulación de la natalidad.

En resumen, el sacramento del matrimonio celebra la realidad del amor humano entre marido y mujer, vivido bajo la acción del Espíritu. Reconocer que el amor humano necesita ser redimido supone toda una confesión de fe. Es preciso abrirse al don de Dios, manifestado en Cristo. La comunidad cristiana (consciente de sus limitaciones, pero confiando en la Palabra de Dios) celebra el cumplimiento gozoso de una palabra de fidelidad definitiva y de fecundidad responsable.

 

9. TRATAMIENTO CATEQUETICO EN LAS DISTINTAS EDADES. En la catequesis de niños podemos prestar atención a cómo viven ellos la relación existente entre sus padres. Los niños no entienden muchas cosas del mundo de los adultos, pero entienden el proyecto de Dios sobre el matrimonio: quieren que sus padres no se separen nunca.

En la catequesis de jóvenes se pueden asumir estos objetivos: descubrir la importancia de la fidelidad del corazón y de la fidelidad matrimonial, valorar la importancia del consentimiento matrimonial, preparar el corazón para un amor que sea para siempre.

En la catequesis de adultos puede plantearse la dimensión sacramental del matrimonio en términos de experiencia: ¿Se percibe la acción de Dios en las diferentes situaciones: enamoramiento, convivencia ordinaria, paternidad responsable, educación de los hijos, casos de separación, casos de reconciliación o reconstrucción del matrimonio? ¿En qué medida ayuda una comunidad a descubrir y vivir lo que significa casarse en el Señor? ¿En qué se nota que los esposos cristianos evangelizan? ¿Son una señal en medio del mundo?

La catequesis prematrimonial, es lo ideal, puede integrarse en el proceso de inspiración catecumenal de jóvenes y de adultos. Sin embargo, teniendo en cuenta la condición secularizada de la mayoría de los novios, en muchos casos la preparación al matrimonio puede convertirse en siembra del evangelio, en evangelización primera, abierta a una evangelización básica posterior.

Podría facilitar una catequesis viva sobre el tema, actualizando la pedagogía original del evangelio, una lectura en grupo del pasaje de la boda de Caná (Jn 2), asumiendo primero lo que no se entiende, lo que choca, los interrogantes, para hacer después una presentación actual de la catequesis del "vino nuevo", símbolo del evangelio (cf Lc 5,37-39), y terminar con un diálogo abierto.

Podemos celebrar una boda con "vino viejo", símbolo de la Ley; el vino viejo quizá es escaso y se acaba en pleno banquete; podemos vernos remitidos a las "tinajas de las purificaciones" (en la celebración puede aparecer, de la forma que sea, la obsesión por la culpa y la indignidad del hombre); las tinajas quizá están vacías (el viejo ritual no funciona) y es preciso llenarlas de agua; finalmente, podemos ver la transformación del agua en vino, la verdadera purificación convertida en la fiesta del evangelio.

Jesús López Sáez

 

 

BIBLIOGRAFIA: II. AUER J. y RATZINGER J., Los sacramentos de la Iglesia, Herder, Barcelona, 1977; BOROBIO D., Inculturación del matrimonio. Ritos y costumbres matrimoniales de ayer y de hoy, San Pablo, Madrid 1993; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Catecismo Con vosotros está y Manual del Educador 1. Guía Doctrinal, Madrid 1976; FREGNI G, Matrimonio, en Diccionario de Catequética, CCS, Madrid 1987; IGLESIAS J., Derecho Romano. Instituciones de derecho privado, Ariel, Esplugues de Llobregat (Barcelona) 1972; NUÑEZ PAZ M.I., Consentimiento matrimonial y divorcio en Roma, Universidad de Salamanca 1988; SCHILLEBEEECX E., El matrimonio, realidad terrena y misterio de salvación, Sígueme, Salamanca 1970.

 

Artículo publicado en Nuevo Diccionario de Catequética (San Pablo, Madrid, 1999)