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LA JUSTICIA DEL REINO DE DIOS


1.      Pablo lo sabe por experiencia: quien se ha encontrado con Cristo es como si hubiera vuelto a nacer, una criatura nueva, un hombre nuevo (2 Co 5,17), lleva una vida nueva (Rm 6,14). En cierto sentido, en el encuentro con Cristo ha sido creado de nuevo. La profundidad de esa relación es expresada así: ¡Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi! (Ga 2,20).

2.      El descubrimiento de ese acontecimiento saca a Pablo  fuera de sí, derriba sus viejos centros de interés, invierte su jerarquía de valores, cambia los cimientos de su mundo: Todo eso que para mí era ganancia, lo consideré pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía – la de la ley – sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe (Flp 3,7-9).

3.      La justicia del hombre nuevo, la justicia del reino de Dios, es proclamada por Jesús en el mensaje de la montaña. Las bienaventuranzas no son máximas de sabiduría, sino una llamada de  conversión al Evangelio: Viendo Jesús a la muchedumbre, subió al monte, se sentó y sus discípulos se le acercaron (Mt 5,1-2). Lo primero que llama la atención es que el Evangelio de Jesús, proclamado en la montaña, no es para unos pocos, sino para la muchedumbre muchos que podrían transformarlo. De una forma especial, es para la comunidad cristiana, que en esa carta magna encuentra su propia identidad. Y es para el mundo, que -con esa sal- necesita ser preservado de la corrupción y -con esa luz- necesita ser liberado de la oscuridad (5,13-16).

4.      Bienaventurados, dichosos, felices...Así, hasta nueve veces. La verdadera felicidad no se encuentra por los caminos del poder, del dinero y de la fuerza, sino por los del servicio, la generosidad, la renuncia al poder, la mansedumbre, el perdón, la paz, la lucha por la justicia, la causa de Jesús (Mt 5,3-12). La felicidad es promesa formal del Evangelio. La expresión bienaventurados, dichosos, no sólo contiene una promesa, sino también una felicitación. Jesús anuncia la llegada del reino de Dios en medio de felicitaciones, de dicha, de bienaventuranza. Sería una contradicción anunciar la Buena Noticia en medio de la tristeza: El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo; el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo aquél (Mt 13,44).

5.      El ir, el vender, el comprar se debe a la alegría de haber descubierto en la propia vida la acción de Dios. Esa alegría subyace a todas las decisiones y también a todas las renuncias. Brota en medio de los insultos y de las persecuciones y se hace incontenible cuando el discípulo experimenta el poder de la Buena Nueva que anuncia. Por encima de todo el verdadero motivo de la alegría es éste: Vuestros nombres están escritos en los cielos (Lc 10,20).

6.      La palabra de Jesús, prometiendo la bienaventuranza, no es sólo el anuncio de un consuelo para la otra vida: significa también que el Reino de Dios viene a nosotros. Todas las Bienaventuranzas se orientan al Reino inminente de Dios. Dios está con los que tienen necesidad de El. Los consolará, los saciará, tendrá misericordia de ellos, los llamará hijos suyos, les dará la tierra como herencia, les manifestará su rostro.  Las Bienaventuranzas no son sólo la proclamación de una exigencia, sino ante todo el anuncio de un don.

7.      En este contexto se sitúa la moral de las bienaventuranzas, la moral del hombre nuevo, que nace de la Palabra de Dios y vive conforme a ella. El Decálogo no es abolido, sino llevado a su plenitud (Mt 5,17): No penséis que he venido a abolir la ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento (5,17). El Evangelio es percibido como peligroso, subversivo. Se sospecha que Jesús viene a destruir la Ley y los Profetas, el fundamento mismo de la identidad social y religiosa de Israel. Jesús ha de defenderse de ello. Su Evangelio no supone la destrucción de la Ley y los Profetas, sino su superación y su más profundo cumplimiento. Así sucede cuando proclama la superioridad del hombre sobre el sábado (Mc 2,23-27), la fidelidad del corazón (Mt 5,27-28), la sinceridad fraterna (Mt 5,33-37), el amor al enemigo (Mt 5,38-48).

8.      El Evangelio de Jesús presenta un ideal mayor que el del Antiguo Testamento. Va más allá de la ley y los profetas. Es la prolongación de la ley de Dios llevada hasta sus últimas consecuencias. Es la perfección y el cumplimiento de la Ley. El estilo del Evangelio es éste: Habéis oído que se dijo... pues yo os digo... Al escuchar el programa de Jesús, la muchedumbre queda asombrada (Mt 7,28). Hoy el asombro continúa. Ciertamente, no hay ideal más alto. Responde a las aspiraciones más profundas del hombre y a su insaciable sed de dignidad, de paz y de justicia. El Evangelio es Buena Noticia. Además, su cumplimiento se anuncia como gracia a quienes, por sí mismos, ni siquiera pueden cumplir la ley. Con su cumplimiento, brota en el corazón humano la alegría, la paz, la bienaventuranza.

9.      Con relación al Decálogo, el ideal moral del Evangelio, proclamado en el sermón de la montaña, se presenta como un no sólo...sino que... El ideal moral del Decálogo no sólo es cumplido hasta la última i (Mt 5,18), sino que también es superado. En el mensaje de la montaña, Jesús proclama de forma global, la orientación de la existencia cristiana, configurada por el don de Dios y la conversión del hombre a la justicia del Evangelio,  una justicia que supera la de escribas y fariseos (5,20), de publicanos y gentiles (5,46-47), una justicia semejante a la del Padre celestial (5,45-48), la justicia del reino de Dios:

10.  Es importante. El proceso de evangelización se desarrolla en un campo de lucha y, por tanto, de tentación. El combate espiritual es tan brutal como la guerra humana, decía Paul Claudel a propósito de su conversión. La conversión marca el paso de un mundo a otro, de un modo de vivir a otro, de una escala de valores a otra, de un dios falso al Dios vivo de Jesucristo. La conversión pide, por tanto, una fuerte renuncia (en el fondo, a todo) y ofrece una total liberación. Todo lo cual no se hace sin luchas y resistencias. Como dice Jesús, la cruz marca la frontera de una situación a otra: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc 8,34). Evangelizar supone un proceso de superación de resistencias. O lo que es lo mismo, supone echar demonios  (Mc 1,39).

11.   La conversión al Evangelio se realiza dentro de un proceso. Es un seguimiento (Mt 4,18-32; Mc 1,16-20; Lc 5,1-11). La conversión inicial es la respuesta dada a la evangelización primera. La conversión fundamental es fruto del proceso catecumenal. Dice el Concilio Vaticano II: Este paso, que lleva consigo un cambio progresivo de sentimientos y costumbres, debe manifestarse con sus consecuencias sociales y desarrollarse poco a poco durante el catecumenado (AG 13). La conversión permanente es propia del creyente, que -a pesar de todo- ha de pedir perdón cada día (Mt 6,12).

12.  Tenéis que nacer de nuevo, dice Jesús a Nicodemo (Jn 3,7). Este cambio radical es expresado también de otras formas, como un paso de la sed al agua de la vida (Jn 4), de la ceguera a la luz (Jn 9), de la muerte a la vida (Jn 11).