3. EL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS


1. La tradición cristiana, desde San Ireneo (hacia 115-203), atribuye a San Lucas el tercer evangelio. Natural de Antioquía (Siria) o al menos establecido allí, Lucas es un cristiano procedente del mundo pagano. Colabora con Pablo (2 Tm 4,11 y Flm 1,24), que le llama médico querido (Co 4,14).

            2. Antes de la muerte de Pablo, quizá hacia el año 60, Lucas decide escribir su evangelio, cuando ya muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros. Lo hace después de haber investigado todo desde los orígenes y se lo dedica a un cristiano ilustre, a Teófilo, para que conozca la solidez de las enseñanzas que ha recibido (Lc 1,1-4).

            3. Los destinatarios del tercer evangelio son cristianos de mentalidad griega o gentil. La tradición habla de Acaya (Grecia) como del lugar en que se redactó. Lucas explica costumbres judías (22,1.7) y omite sistemáticamente las palabras duras contra los paganos, que aparecen en otros evangelios. Lucas pertenece a ese sector del cristianismo primitivo para quien, por ejemplo, las 613 leyes del acervo legal judío son basura comparado con el conocimiento de Cristo (Flp 3,8).

            4. Lucas resalta el alcance universal de la Buena Nueva. Cristo es de todos y para todos. Sus raíces alcanzan a toda la humanidad (3,23-38). Las comunidades que reciben el evangelio de Lucas celebran con gozo la salvación de Dios que, manifestada en Cristo, llega también a los paganos.

            5. Lucas sitúa en la sinagoga de Nazaret el comienzo de la predicación de Jesús. Ahí se manifiesta ya su programa, lo esencial de su misión. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y, desenrollándolo, halló el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva (4,18).

            6. Es de destacar la importancia dada a la acción del Espíritu, desde los relatos de la infancia hasta el final. El Espíritu es el don propio de los tiempos mesiánicos, que se cumple en la misión evangelizadora de Jesús: Esta Escritura, que acabáis de oir, se ha cumplido hoy (4,21).

            7. Jesús anuncia las señales que liberan. Donde haya opresión, habrá Palabra de liberación. Una muchedumbre de pobres, sometida por los poderosos y los ricos, acoge como buena noticia el anuncio de Jesús: Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios (6,20). En cambio, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya recibísteis vuestro consuelo! (6,24). El evangelio de Lucas manifiesta una especial predilección por los pobres, oprimidos, enfermos, marginados, extranjeros, publicanos, pecadores.

            8. De una forma especial, el evangelio de San Lucas anuncia la buena nueva del perdón y de la misericordia de Dios. Jesús acoge a publicanos y pecadores: No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal (5,31). Jesús invita a sus discípulos a amar a los enemigos (6,27), a ser compasivos y misericordiosos (6,36-38). Tres parábolas ponen de relieve la misericordia de Dios: la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo perdido (15,1-32).

            9. El pasaje de Zaqueo es exclusivo de Lucas (19,1-10). Zaqueo era algo así como director de aduanas, jefe de publicanos y rico. Recibe con gozo a Jesús y, al compartir la mitad de sus bienes, manifiesta que ha descubierto la verdadera riqueza: la salvación ha llegado a su casa.

            10. El evangelio de Lucas destaca también la presencia de la mujer: María, que acoge la Palabra y nos la entrega (1,38); Isabel, la fecundidad de la estéril (1,36); Ana, la anciana profetisa (2,36); la viuda de Naim, que recupera a su hijo muerto (7,12); la pecadora perdonada (7,37); las mujeres que acompañan a Jesús (8,2); la hemorroisa (8,43); la hija de Jairo (8,42); la viuda que comparte (21,2); las mujeres que le compadecen (23,28); las mujeres que anuncian la resurrección (24,6).

            11. Tras el proceso y muerte de Jesús, el evangelio de Lucas destaca su presencia nueva, como Señor Resucitado. Jesús resucitado no es un fantasma. Su resurrección es un acontecimiento trascendente, pero tiene su palpabilidad. Los discípulos tardan en reconocerle. Le reconocen por medio de signos: camina con ellos, come y bebe con ellos (24,13-32).

            12. Según Lucas, Jesús ocupa el centro de la historia de la salvación. Con Jesús termina una gran etapa: el tiempo de Israel, tiempo de promesa, de preparación, de espera. Con Jesús se abre otra gran etapa: el tiempo de la Iglesia, tiempo de cumplimiento, de plenitud, de misión.

            13. Lucas sigue a grandes rasgos el esquema general de Marcos: actividad de Jesús en Galilea (4,14-9,50) y en Jerusalén (19,29-24,53), pero destaca especialmente el viaje de Jesús a Jerusalén (ocupa casi la mitad de su evangelio, desde 9,51). Además señala que de Jerusalén se extenderá a todas las naciones. He aquí un posible esquema: prólogo, evangelio de la infancia, Juan el Bautista (1,1-4,13); actividad de Jesús en Galilea (4,14-9,50) y subida a Jerusalén (9,51-19,28); actividad de Jesús en Jerusalén, el final de los tiempos, misterio pascual (19,29-24,53).

            14. El sábado, por la mañana, me encontré con el pasaje del hijo pródigo. No me dijo nada especial. Sin embargo, sin comprender todavía, guardé la palabra en el corazón. A mediodía, el amigo Rude -responsable de Pastoral de la Salud- me regaló un libro que acababa de salir, titulado El regreso del hijo pródigo. Me llamó la atención. Son meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, hechas por un sacerdote holandés que dirige una comunidad del Arca, para enfermos mentales, en Toronto. En la portada del libro aparecen las figuras del cuadro: el padre (acogiendo al hijo que vuelve), el hijo pródigo, una mujer (quizá la madre), el hijo mayor (de pie, mano sobre mano, mirando de forma enigmática) y un hombre sentado (dándose golpes de pecho, mirando al hijo pródigo). Tanto en los comentarios bíblicos como en los cuadros de la época (s. XVII), la parábola del fariseo y el recaudador de impuestos (18,9-14) y la parábola del hijo pródigo aparecen estrechamente relacionadas. El hombre sentado sería un administrador que representaría a los pecadores y recaudadores de impuestos, mientras que el hombre que está de pie sería el hijo mayor, representando a los escribas y fariseos.

            15. Pues bien, por la tarde tenía una boda. Los novios no habían llevado mala vida, no. Pero en cierto sentido -habiéndose alejado de la Iglesia por diversas circunstancias, como tantos jóvenes- habían vuelto a casa. Al llegar a la parroquia, donde se celebraba la boda, nos encontramos con una gran basílica. El presbiterio no recordaba el cenáculo de la primera comunidad, sino el salón del trono del imperio de Constantino. De entrada, nos encontramos con un cura organista, enfadado porque no se le había avisado (de que no hacía ninguna falta). Los novios, que habían hecho el cursillo en la parroquia, no habían solicitado sus servicios ni tampoco se les había dicho nada al respecto. Después de la boda seguía allí, con su cara de enfado. Un coadjutor hacía causa con él en virtud de no se qué normas, seguramente subsidiarias. En fin, se quedaron fuera de la fiesta. La música y los cantos, en vez de invitarles a la alegría y a la participación, se convirtieron en motivo de incomprensión y de rechazo.

            16. En la parábola, el padre sale a recibir a sus dos hijos. No sólo al menor, caprichoso, sino al mayor, cumplidor del deber, que vuelve del campo preguntándose qué son toda esa música y esos cantos. El padre quiere a los dos hijos. Este no es el cuadro de un padre extraordinario. Es el retrato de Dios cuya bondad, amor, perdón, alegría y misericordia no tienen límites. Como discípulos de Jesús, estamos invitados a vivir como hijos del Altísimo, como hijos de Dios Padre (6,37).