Campaña del enfermo 2003
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PRESENTACIÓN
Hace unos años se
consideraba normal: los enfermos están en los hospitales. De modo
semejante, se consideraba normal que fueran atendidos desde el punto de
vista religioso por los capellanes de hospital. Sin embargo, la realidad
social y sanitaria ha cambiado mucho. Se han creado estructuras de
atención primaria y ambulatoria cada vez más numerosas, complejas y
extendidas, así como diversas formas de atención a domicilio. Ahora, la
mayoría de los enfermos están en sus casas y es desde la parroquia donde
ellos y sus familias son o no son atendidos en la dimensión religiosa.
Este cambio ha venido a plantear abiertamente la misión sanadora de la
comunidad parroquial. Asumir esta misión constituye una prioridad.
Hoy no se puede organizar la atención a los enfermos desde una visión
meramente hospitalaria, desconociendo la misión de la comunidad cristiana
en el campo de la salud y de la enfermedad. Urge fundamentar esa misión en
una nueva comprensión del Evangelio. Y ofrecer recursos y pistas que
ayuden a ofrecer en medio de la sociedad el Evangelio de la salud.
Con este material de educación en la
fe pretendemos:
* Conocer la situación de los
enfermos y sus familias. * Sensibilizar a las comunidades parroquiales
sobre su misión sanadora hoy, al servicio del Evangelio de la salud. *
Promover la acción saludable de la comunidad parroquial en el mundo de la
salud y de la enfermedad.
Los destinatarios son los enfermos
y sus familias, las comunidades parroquiales, los organismos de promoción
y decisión pastoral en las diócesis, las congregaciones religiosas
sanitarias, las congregaciones contemplativas, las instituciones sociales
y sanitarias, el personal sanitario especialmente el de atención primaria,
las instituciones docentes de la Iglesia en el campo de la Pastoral.
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1. La
parroquia y los enfermos
La relación de la parroquia con los enfermos necesita revisión.
La realidad actual es muy diversa: presenta luces y sombras, logros y
carencias. En primer lugar, veamos algunos logros. Poco a poco,
las parroquias van tomando conciencia de su misión sanadora. En algunos
lugares, constituye una prioridad. Se van creando grupos organizados que
quieren actualizar los gestos de Jesús en el servicio a los enfermos. Se
considera necesaria la formación continua: no basta la buena voluntad.
Resulta muy indicada la presencia de aquellos que por su profesión
aseguran al grupo un estilo de discreción y de saber hacer, una
competencia. El acompañamiento y la atención a las familias de los
enfermos va tomando importancia: la familia también cuenta. Desde las
parroquias de hace un seguimiento de los enfermos ingresados en hospital.
La acción de la comunidad cristiana no se reduce a los sacramentos. Muchos
enfermos necesitan recibir antes la palabra de Dios, que llega de muchas
maneras. El servicio de llevar la comunión a los enfermos va siendo
asumido por los seglares, que lo hacen como prolongación de la eucaristía
dominical. Se da una preocupación por incluir una educación sobre el
dolor, la enfermedad y la muerte en los programas de catequesis. Hay un
mayor compromiso en la lucha por la defensa de los derechos de los
enfermos. "En el ambiente parroquial ya no es sólo el trabajo del
sacerdote que tradicionalmente ha cuidado de los enfermos de la parroquia,
sino que son grupos de seglares, religiosas, quienes en nombre de toda la
comunidad parroquial están realizando esta acción pastoral" (J.
Osés). Se constatan también lagunas, dificultades e interrogantes. He
aquí algunas lagunas. Se constata falta de integración de los
enfermos en la parroquia, así como una adecuada catequesis parroquial
sobre la salud, la enfermedad y la muerte; urge encontrar un cauce a
través del cual un número mayor de profesionales sanitarios cristianos
sirvan a este sector; urge atraer a los jóvenes al compromiso adecuado a
su inventiva y generosidad. Veamos algunas dificultades.
Pastores y responsables laicos no acaban de ver la necesidad de atender el
campo de la salud con una organización específica. Hay equipos
parroquiales que, centrándose en lo de siempre, parecen anquilosados y
cerrados a nuevos aires y nuevas tareas. ¿Ser necesario recordar que la
unción de enfermos no es la extremaunción que se administra a los
moribundos, sino el sacramento que ayuda a los enfermos a vivir su
situación? Finalmente, como se ha reconocido a diversos niveles, de hecho,
no pocas parroquias por diversas razones están lejos de constituir una
verdadera comunidad cristiana. Aparecen estos interrogantes:
¿cuál es el papel de la comunidad cristiana en relación a los enfermos?
¿cómo asume la parroquia su misión sanadora? ¿entra en diálogo con las
instituciones que promueven la salud? ¿contacta con asociaciones de
enfermos y familiares? En cualquier caso, es fundamental acercarnos a
la realidad. Nos puede ayudar a tomar conciencia de la misma el siguiente
cuestionario:
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CUESTIONARIO
- Conocemos a los enfermos de nuestra
comunidad - Conocemos su situación concreta y la de sus
familias - Sienten la ayuda y la compañía de la comunidad - En
la mayoría de los casos se visita a los enfermos - La visita la
hace el sacerdote - Se reduce al rito - Se queda en la mera
asistencia, cuando la hacen los seglares - Existe un grupo
organizado - Se difunde el testimonio evangelizador de los
enfermos - La educación ante la enfermedad y la muerte se realiza
sólo ocasionalmente - No se hace nunca - Se incluye en los
programas de catequesis de la parroquia - Se da una preocupación
real por la defensa de los derechos del enfermo - Se conocen los
problemas sociales y sanitarios de la zona - La parroquia se
relaciona con las instituciones que promueven la salud - Se lleva
la comunión a los enfermos - Los enfermos participan de la vida de
la comunidad - No hay verdadera comunidad cristiana - Los
enfermos reciben el sacramento de la unción - Se da al final -
La celebración comunitaria de la unción va ganando terreno - La
unción no es el sacramento de la tercera edad - Los seglares
participan en la misión de ungir a los enfermos - Existe un
voluntariado dedicado a los colectivos de enfermos desasistidos:
ancianos enfermos, crónicos, mentales, terminales, drogadictos,
SIDA.
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2. El
Evangelio de la salud
En una sociedad que
reivindica para sí la atención y el cuidado de los enfermos surgen
interrogantes a los que hay que dar una adecuada respuesta: ¿Qué
función le queda a la Iglesia? ¿Qué relación se da entre Evangelio y
salud? La salud que desean los ciudadanos ¿tiene algo que ver con la salud
que Jesús ofrece a los hombres y mujeres de su tiempo? La salud que
ofreció Jesús entonces ¿puede ofrecerla hoy la Iglesia? Para empezar,
una cosa es importante. Jesús no desarrolla ningún discurso sobre la
salud. Tampoco es médico. Sin embargo, su vida y su acción generan salud
tanto a nivel físico como a otros niveles: emocional, social, mental,
religioso. La terapia que Jesús pone en marcha es su propia persona. Es
el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). Además, para evitar
reducciones, el acento no ha de ponerse únicamente en la situación de
enfermedad sino en la nueva salud que Jesús ofrece a todos, sanos y
enfermos, jóvenes y mayores: él viene para que tengan vida y la tengan
en abundancia (Jn 10,10). La salud que Jesús ofrece se sitúa
dentro de un itinerario: comienza por la salud física, pero no se detiene
ahí. Alcanza al hombre entero en todas sus dimensiones. No se limita al
cuerpo ni se limita al individuo. Así pues, al menos a primera vista,
estamos lejos de las formas habituales de concebir la salud. En la
medicina convencional, la salud se define como ausencia de enfermedad
(lesión, disfunción) o como "silencio del cuerpo y de los órganos". En la
cultura occidental, la salud consiste fundamentalmente en "estar bien"
(buen funcionamiento del cuerpo, vigor, prestancia, exuberancia,
rendimiento) y también en "sentirse bien". Obviamente, el papel del médico
y de la medicina es fundamental. Sin embargo, vivimos en una sociedad
medicalizada, que nos va acostumbrando a buscar en la ciencia la
solución de todos los problemas humanos, de todas las aspiraciones y de
todos los sueños. Al propio tiempo, existe una corriente
humanizadora, que incorpora el concepto de persona a la noción de
salud. Esta implica todas las dimensiones de aquella. Entonces hablamos de
salud física, psíquica, mental, social, relacional, moral, espiritual. Es
una salud individual y comunitaria, reclama libertad y sentido, está
inserta en la trama de valores y contravalores. La salud es biológica,
pero también biográfica.
Así pues, la salud
humana no puede reducirse a los niveles de "estar bien" o "sentirse bien".
Aun siendo importantes, son incompletos y resultan, por sí solos,
ambiguos, pues ¿de Qué sirve estar bien, si uno se siente mal? Y también:
¿Qué salud posee quien, por estar drogado, se siente bien? Se necesita
asumir la dimensión m s honda de la salud, según la cual la persona
funciona bien en aquello que la constituye como tal. Entonces la persona
no está enferma, no vive esclava de adicciones, sus relaciones no son
patógenas o patológicas, no sufre de vacío existencial. Este es el nivel m
s personal de la salud. De hecho, lo que hace que cada uno de nosotros
sea persona no es el hecho de tener dos ojos que funcionan bien (las
águilas ven mejor que nosotros) sino nuestra forma de mirar; tampoco el
hecho de tener dos brazos o dos piernas... Jesús viene a sanar la persona,
para que en salud y enfermedad aprendamos a ser hombres y mujeres en
plenitud. En otros tiempos, al hablar de la acción de la Iglesia en el
campo de la salud y de la enfermedad, se hacía una distinción neta entre
la actividad asistencial y la actividad religiosa. La primera era
desarrollada por médicos y agentes sanitarios. La segunda era
fundamentalmente de tipo sacramental. Para entender la misión de la
comunidad cristiana en el campo de la salud (y para que no pocos
cristianos vivan plenamente como tales en el ejercicio de su profesión) es
preciso partir de una nueva visión de la evangelización, la que se nos
presenta como un proceso con diferentes etapas, guiado por una dinámica
interna: fidelidad a Dios y fidelidad al hombre. En esta óptica, también
cuando no hay (o todavía no hay) anuncio explícito, hay o puede haber
evangelización. ¿Qué sería de ésta sin los gestos del testimonio, de aquel
testimonio que plantea "interrogantes irresistibles" (EN 18). En este
proceso se sitúa la oferta de salud por parte de Jesús. Sí, la salud es
parte de la buena noticia del Evangelio. Es m s, está en el corazón, en el
núcleo de la evangelización. La salud ofrecida por Cristo afecta a
todo hombre (sano o enfermo) e incluye todas las dimensiones de la
persona. He aquí algunos rasgos del Evangelio de la salud:
- Cristo
deshace el prejuicio que vincula de forma inevitable enfermedad y pecado.
Por ello, corrige a sus discípulos por su posición ante el ciego de
nacimiento y les dice: Ni él pecó ni sus padres (Jn 9,3). Es
preciso estar atentos y devolver al enfermo la dignidad perdida o
usurpada. - Jesús se sitúa siempre allí donde el hombre está, donde le
duele al ser humano: Pasó haciendo el bien y curando (Hch 10,38).
- La salud no se impone desde fuera. Se acoge desde dentro: Tu fe
te ha salvado (Mc 5,34). Es propuesta y regalo, pero también es tarea
asumida con libertad y responsabilidad. - Somos invitados a vivir una
nueva relación con el cuerpo. Sólo un cuerpo asumido es un cuerpo salvado,
un cuerpo que hay que acoger, reconciliándose con todos sus límites,
tratándolo como obra de Dios (Gn 1,25) y templo del Espíritu (1 Co
6,19). - El Evangelio es una verdadera escuela de salud comunitaria,
que integra al enfermo dentro de la comunidad, cura el tejido relacional
de la misma, potencia unas relaciones fraternas y solidarias: La
multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola
alma (Hch 4,32). - En la base de la salud se sitúa también una
relación con Dios nueva, sana y purificada. Se puede pasar de la fe en un
Dios desconocido, ausente o temible a una relación de confianza, en la que
podemos decir: Abba, Padre (Rm 8,15). La experiencia de la
presencia de Dios es saludable. - El Evangelio de la salud responde a
las diferentes necesidades de la persona, potencia sus recursos, da
cumplimiento (más allá de lo esperado) a sus aspiraciones: necesidad de
sentido y de significado, de amar y ser amado, de vivir y de sobrevivir,
de libertad y de felicidad. No se trata sólo de curar, sino también de
promover y potenciar, de llevar la vida humana a su plenitud. - La
pertenencia a Cristo y a la Iglesia no vacuna al creyente contra nada.
Ahora bien, ¿dónde podemos encontrar mejor esa salud de toda la persona
sino en una comunidad viva que sea realmente piscina de Betesda (Jn
5,2), es decir, comunidad que cura? - Estamos al servicio de una salud
que nos supera, de un don que recibimos. No vamos en nombre propio, sino
en nombre de Cristo, que sigue diciendo: Curad enfermos (Mt 10,8).
Al propio tiempo, la salud nos es encomendada como tarea, es
responsabilidad individual y colectiva, está en el corazón de la
evangelización.
- Creemos en la eficacia saludable de la Palabra
escuchada, del sacramento celebrado, de la oración compartida, de la
esperanza puesta a prueba y mantenida, de la escucha atenta del otro, del
respeto a su intimidad, de la solidaridad. Estamos al servicio de la
plenitud de lo humano, asumiendo el sufrimiento y el deterioro físico
- Lo sabemos: Llevamos este tesoro en vasos de barro (2 Co
4,7). Es el barro de los límites humanos: falta de purificación de las
propias motivaciones, falta de gratuidad, falta de preparación, exceso de
prejuicios... Necesitamos crecer en discernimiento, beber en la fuente de
la palabra de Dios, vivir en situación de conversión permanente. - El
Evangelio de la salud pasa por mediaciones inevitables. Una de ellas,
nuestra propia humanidad. De ahí la importancia de evangelizar la propia
humanidad para ser instrumento eficaz de la ternura de Dios. En realidad,
nuestra capacidad nos viene de Dios (2 Co 3,5). - El Evangelio
de la salud ha de estar animado por el testimonio. El testimonio es
indispensable en todo proceso de evangelización. Como se dice en la carta
de Santiago: Poned por obra la Palabra y no os contentéis con oírla
(St 1,22). - El anuncio, explícito o no, es ese momento del proceso de
evangelización en el que compartimos experiencias fundamentales a la luz
de la palabra de Dios, se iluminan interrogantes profundos de la
existencia, celebramos la presencia saludable de Dios, compartimos la fe y
la esperanza, acompañamos en los procesos de vida y de muerte, oramos
desde lo que estamos viviendo, llevamos la comunidad al enfermo y el
enfermo a la comunidad.![](salud2003_archivos/naranjapunto.gif)
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3. Misión
sanadora de la comunidad
La Iglesia, en su
totalidad, debe ser comunidad que cura. Sanar es una tarea encomendada
originalmente a la comunidad cristiana. Esta misión de curar no se
contrapone a los esfuerzos de carácter científico, técnico u organizativo,
que la sociedad realiza en la promoción de la salud, en la prevención de
la enfermedad o en la curación y rehabilitación del enfermo. La misión
sanadora de la comunidad hunde sus raíces en el mismo Evangelio, en lo que
Cristo dijo e hizo. Jesús evangeliza allí donde la vida aparece
amenazada e, incluso, malograda. Su acción es salvadora, liberadora,
sanante. La Iglesia siempre ha considerado como parte de su misión la
atención a quienes sufren bajo el peso de la enfermedad. La
parroquia es ámbito preferente de actuación, porque es ahí, y no en
las instituciones sanitarias, donde está la mayoría de los destinatarios
de la salud que anuncia el Evangelio. Es en la comunidad cristiana, donde
se aprende a vivir desde la fe experiencias fundamentales de la vida, como
la salud y la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. La parroquia ha
de encarnar y actualizar el servicio sanador de Cristo. Su estilo de vida
sano, su capacidad de acogida, su gozosa celebración de la salvación, su
esfuerzo en educar para vivir con sentido la salud, la enfermedad y el
morir, junto con su presencia sanadora con los enfermos, son algunas
formas de realizarlo. La parroquia, siendo verdadera comunidad
cristiana, se distingue por una relación de fraternidad. Los
enfermos encuentran en ella la acogida, cercanía y preferencia que
encuentran en Jesús. La comunidad parroquial necesita superar las barreras
mentales y físicas que la separan de los enfermos. La presencia de los
enfermos en la comunidad, la cercanía en forma de visita o acompañamiento,
permite conocer las situaciones, las circunstancias y las condiciones por
las que pasa cada enfermo y su familia, permite descubrir cómo viven la
crisis que entraña una grave enfermedad. En el espíritu del Concilio
Vaticano II, sin eximir a los sacerdotes de las funciones que les son
propias, se subraya la aportación de los laicos en cuanto miembros
de la comunidad cristiana. En virtud del bautismo, todos somos sacerdotes
(1 P 2,9) y, por tanto, mediadores entre Dios y los hombres. Los laicos
tienen, frecuentemente, el carisma del servicio a los enfermos (1 Co
12,9). Hay que reconocer este carisma y favorecer que lo ejerciten
adecuadamente.
Los enfermos son miembros activos de la
comunidad. Viviendo con sentido su enfermedad, son testigos vivos de que
es posible luchar contra la enfermedad y asumirla serenamente, mantener la
paz e incluso la alegría y madurar humana y cristianamente. Por su
experiencia personal, el enfermo dispone de una riqueza que sólo él posee
ordinariamente. En consecuencia, está especialmente indicado para ayudar a
otros enfermos: él comprender , mejor que los demás, los problemas, las
dificultades, las inquietudes y las angustias, las renuncias y las crisis,
las rebeliones, así como el largo caminar hasta llegar a aceptar su
condición de enfermo. Los enfermos pueden ayudar a los sanos a revisar
constantemente su escala de valores, a comprender que la belleza y la
fuerza física no lo son todo, que lo esencial no es el tener sino el
ser. ![](salud2003_archivos/naranjapunto.gif)
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¿DÓNDE ESTAMOS?
La
comunidad cristiana ha de ser en medio de la sociedad piscina de Betesda
(Jn 5), comunidad que cura. El relato de San Juan es un esquema de
evangelización, que viene a preguntarnos dónde
estamos:
- en la fiesta oficial de una religión sin
compromiso - en el pórtico de la piscina, entre la multitud de
enfermos - con par lisis, sin poder dar un paso - sin nadie que
nos meta en la piscina - esperando que se ponga en marcha la fuente
de la salud - en diálogo con Cristo, escuchando su palabra - con
iniciativa propia, llevando la camilla, caminando - metiendo enfermos
en la piscina. ![](salud2003_archivos/verdepunto.gif)
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4. Curar y
orar
La enfermedad es una situación
dura y angustiosa. No es fácil ponerse en el lugar del otro. El
enfermo palpa la fragilidad de su ser, que hasta ahora creía firme y
seguro. La enfermedad amenaza destruir todo lo que se tiene y todo lo que
se es. El enfermo es un hombre atacado en lo más hondo de su
existencia. El diálogo con el enfermo se inicia generalmente por la
narración del accidente, de la enfermedad, de los exámenes sufridos, del
tratamiento a seguir, de las mejoras experimentadas y de la agravación de
su estado. A las pruebas físicas y morales se añaden a menudo los
padecimientos mentales, la inquietud familiar y profesional y la angustia
por el futuro. La enfermedad obliga al enfermo a prestarse una atención
exclusiva. Su horizonte se estrecha. Le son posibles quizá sólo unos
movimientos, unos gestos. Está en una situación de dependencia. Todo ello
cambia su relación con los demás. Sufre quizá por percibirse como
una carga. O por no poder compartir lo que le pasa: Quien viene a verme
habla de cosas fútiles (Sal 41). La duración de la enfermedad puede
originar el espaciamiento de las visitas. La enfermedad puede provocar
reacciones diversas e interrogantes que quieren encontrar una razón
de lo que pasa, pero que no tienen fácil respuesta: ¿Por Qué me ha tocado
a mí? ¿Por Qué esta enfermedad? ¿Qué habré hecho yo para merecer esto?
¿Dónde está la justicia de Dios? En medio del desconcierto, puede surgir
la tentación, la rebeldía frente a Dios, la reacción que
cuestiona el sentido de la vida: ¿Para qué haber nacido? (Jb
3,11). Las reacciones del enfermo son un desahogo. Se requiere una actitud
de acogida y comprensión. El creyente puede preguntarse: ¿Qué dice
Dios de mi enfermedad? ¿Qué está haciendo con ella? En realidad, no
existen respuestas fáciles. Por ello, es preciso orar. La relación sana
con Dios, especialmente ante la enfermedad y la muerte, requiere una
purificación constante. Fácilmente proyectamos nuestros temores, deseos,
pensamientos. Y no nos relacionamos con El tal cual es (Jb 42,7.13-17). En
realidad, m s vale no saber que aventurar respuestas falsas.
La
enfermedad hay que afrontarla médicamente. Es de sentido común:
Vete al médico, pues de él has menester (Eclo 38,12). La enfermedad
es un mal, es malo estar malo. Por eso, Jesús pasa curando (Hch
10,38). No es necesariamente un castigo de Dios, como piensan los amigos
de Job (Jb 5,17-18). Es algo inherente a la condición humana:
Los años de nuestra vida son setenta u ochenta, si hay vigor (Sal
90). Los evangelios muestran la atención que Jesús dedica a los
enfermos. No sólo enseña, también cura: Recorría toda Galilea
enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del reino, curando
las enfermedades y dolencias del pueblo (Mt 4,23). Las curaciones
(ordinarias o extraordinarias) que Jesús realiza son señales del reino de
Dios presente en medio de nosotros (Mt 11,5). La enfermedad no desaparece
del mundo, pero ya está en acción la fuerza de Dios que finalmente vencer
. Los discípulos son enviados a hacer lo mismo que Jesús: Id y
proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad
muertos, limpiad leprosos, echad demonios (Mt 10,7-8). En cumplimiento
del mandato de Jesús, los discípulos ungían con aceite a muchos
enfermos y los curaban (Mc 6,13). Los gestos de servicio hablan
por sí mismos. No es raro que los enfermos comprendan su sentido y lo
manifiesten. Lavar, curar, aliviar, "poner un poco de bálsamo en las
heridas" ¿no es expresar ya la realidad de la unción de los enfermos?
La unción de los enfermos fue practicada siempre por la
Iglesia. Leemos en la carta de Santiago: ¿Está enfermo alguno de
vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia y que recen sobre él,
después de ungirlo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe
salvar al enfermo, y el Señor lo curar , y si ha cometido pecado, lo
perdonar (St 5, 14-15). La oración de fe es la oración hecha con fe,
que excluye toda magia y supone una relación viva con el Señor. Importa la
oración ferviente, es decir, asidua. Se afirma que, si se hace así, tiene
mucho poder (5,16). En la enfermedad todo queda al descubierto: viejos
odios, problemas no resueltos. De una u otra forma, puede darse una
verdadera reconciliación. Entrar en el mundo del enfermo no es fácil.
Es preciso detenerse un poco. Como el levita y el sacerdote, ante el
herido encontrado en el camino, podemos dar un rodeo, dirigir la vista
hacia otra parte, llevar prisa. Pero podemos hacer lo que el samaritano:
se detiene, descubre lo que realmente necesita, venda sus heridas, echa
en ellas aceite y vino, le carga sobre su propia cabalgadura, le lleva a
una posada, cuida de él. La parábola del samaritano (Lc
10,29-37) manifiesta cómo alguien sin diploma religioso puede cumplir
realmente el Evangelio.
La enfermedad
provoca en el seno de la familia una crisis, que puede dividirla o
ayudarla a crecer en unidad y solidaridad. El enfermo no puede ser bien
entendido ni atendido prescindiendo de la familia. Es preciso valorar el
papel propio de la familia y promover la ayuda adecuada para que la
familia pueda superar la crisis de la enfermedad. El poder hablar
abiertamente de los problemas y dificultades causadas por la enfermedad
aligera el sufrimiento tanto del enfermo como de la familia. Ser necesario
ver quién puede ayudar mejor a la familia. El simbolismo de la
unción (el aceite que cura las heridas) es un gesto fraternal de
asistencia y de curación. Expresa la solicitud de la comunidad cristiana
hacia el hermano que sufre. Revela el comportamiento de Cristo que
carga con nuestras enfermedades (Mt 8,17). El sacramento remite a
la comunidad y manifiesta la presencia eficaz del Señor en medio de la
enfermedad. En su nombre los discípulos impondrán las manos sobre los
enfermos y se pondrán bien (Mc 16,18). La unción, dice el Concilio,
"no es un sacramento sólo para aquellos que están a punto de morir", sino
para quienes están "en peligro de muerte por enfermedad o vejez" (SC 73).
Como todo sacramento, la unción de los enfermos tiene una dimensión
comunitaria. La enfermedad de uno de sus miembros presenta a la
comunidad cristiana una gran ocasión para manifestar su amor fraterno.
Durante la enfermedad, los lazos que vinculan a unos y otros no sólo no se
rompen, sino que adquieren un sentido nuevo. Como dice San Pablo:
Cuando un miembro sufre, todos sufren con él (1 Co 12,26). La
comunidad ha de ser en medio de la sociedad piscina de Betesda (Jn 5), es
decir, comunidad que cura. La unción de los enfermos no debe ser un
hecho aislado, una breve visita del Señor. Todo es importante (primeros
síntomas, análisis, diagnóstico, tratamiento), todo puede situarse en el
contexto de oración que acompaña a la lucha contra la
enfermedad. La oración envuelve la acción. Lo espiritual acompaña a lo
material. El servicio sanitario adquiere un valor sacramental, que
comienza con los gestos humanos de acogida al ingresar en el hospital y
continúa con los diferentes servicios prestados al enfermo. El amor de
Cristo a los enfermos se pone de manifiesto a través de las curas médicas,
a través de las visitas fraternas, a través de la oración. El Señor nos
espera en el enfermo, se identifica con él: Estuve enfermo y me
visitasteis (Mt 25, 36). Vivir, para los enfermos, quiere decir:
luchar contra la enfermedad. También quiere decir: continuar siendo
miembros de la comunidad humana y cristiana. He aquí lo que escribía una
enferma de veintisiete años, hospitalizada en un Servicio de Reanimación:
"Técnicamente, ¡perfecto! He visto desfilar muchísima gente, pero no me he
encontrado con nadie; tengo la impresión de estar fuera de
órbita".
Como dice el Concilio, "con la unción de los enfermos y la
oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda al Señor paciente y
glorioso, para que los alivie y los salve" (LG 11). La persona del enfermo
es así el centro de atención de toda la comunidad y se convierte en
signo de la presencia de Cristo y de la lucha emprendida por El
contra la enfermedad y la muerte. La comunidad dar a entender al enfermo
que no es un peso, que no es un fracasado, que no está solo, que no va
hacia la nada, que Dios tiene la última palabra, que nada que pueda
apartarle del amor de Dios (Rm 8, 31-35). "El hombre, al enfermar
gravemente, necesita de una especial gracia de Dios, para que, dominado
por la angustia, no desfallezca su ánimo, y sometido a la prueba, no se
debilite su fe" (RU 5). Con la unción, el dolor ante la enfermedad y la
muerte se vuelve humano, es decir, con esperanza. La
enfermedad pierde su carácter m s duro, desesperado y lacerante. Como la
misma muerte, pierde su aguijón (1 Co 15,55) para convertirse en signo de
paz, de serenidad y de esperanza. El enfermo creyente evangeliza
desde su situación paciente.![](salud2003_archivos/naranjapunto.gif)
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EL SENTIDO PASCUAL DE LA MUERTE
La comunidad
cristiana ha de recuperar "el sentido pascual de la muerte cristiana" (SC
81). Como la muerte de Jesús (Jn 13,1), la del cristiano es un paso (eso
significa pascua), un paso a la casa de Dios: "Una señora cristiana, viuda
y con una hijo de veinte años, a la que le dolía morir m s por aquel hijo
que por ella misma (decía: A mí esto no me importa, voy a reunirme con mi
marido), me hablaba de su muerte. Era la noche del sábado santo. Le había
hablado de la vigilia pascual que acabábamos de celebrar en la clínica y
de una alumna enfermera que aquella noche recibiría el bautismo en su
parroquia. Ella me decía: Me gustaría que mi pascua fuera esta noche. Como
no sabíamos si sería aquella noche o algunos días después, le dije que
para nosotros pascua son todos los días, es poner en manos de Dios cuanto
vivimos para que él lo haga pasar a la vida eterna. Ella me miró y me
dijo: Creo que cuando uno muere es como un capullo que se abre y se hace
flor" (BDM, Bruselas).![](salud2003_archivos/verdepunto.gif)
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TESTIMONIO
Empecé a
visitar a una enferma de paliativos relativamente joven. Enfermería me
comentó el carácter insolente de la paciente y el trato que tenía con sus
padres: les culpaba de que ellos estaban bien y ella se estaba muriendo.
Era exigente y caprichosa. Tenía a sus padres en un sin vivir. En la
reunión interdisciplinar llegamos a la conclusión de que teníamos que
hacer algo entre todos. Me presenté como agente de pastoral, casada y con
dos hijas. Esto impactó a la enferma y empezó a hacerme preguntas
personales. Me dijo, finalmente, que la religión para ella era un rollo,
pues sus padres siempre habían sido muy creyentes y eso a ella le
fastidiaba. Estaba rebelde con todo lo que concernía a sus padres. Estos
habían perdido otra hija en un accidente y ahora solamente les quedaba
ésta. Cuando salí el primer día de la habitación, su madre salió conmigo
y, llorando, me pidió que siguiera visitándola. En la segunda visita, sus
padres se salieron y nos dejaron solas. Hablamos bastante rato y me pidió
si podía leerla algo de Dios, le dije que sí. A los pocos días, le
propuse, para que no fuera tan monótono, compartir la visita con el
sacerdote. Hizo un gesto no muy convencida, pero aceptó. Quiso Dios que el
sacerdote que vino a visitarla fuera de su parroquia. Sin nosotros
saberlo, hablando, salió el tema. Entonces nos enteramos que pertenecía su
calle a la comunidad de este sacerdote. Se hicieron grandes amigos,
compartían aficiones musicales, etc. Primero nos pidió que la enseñáramos
a rezar...Tiempo m s tarde se estabilizó su enfermedad y la dejaron ir a
casa. Pidió que le llevara la comunión. Unas veces estaba mejor y otras
peor. Hacíamos según su estado de ánimo. Empeoró y quiso morir en casa. Y
recibió la santa unción en pleno conocimiento. En el funeral, el sacerdote
no pudo por menos de rompérsele la voz de emoción al hablar de ella. Esto
impactó positivamente a toda la gente que asistió al entierro. Al cabo de
unos días, vinieron sus padres a traernos un recordatorio con la foto de
su hija. Al sacerdote le trajeron la flauta que ella tanto quería, y a mí
una vela, para que siguiera dando luz. Tenemos colgada su fotografía en el
despacho. Nos mira con unos ojos grandes y alegres, llena de vida, y hasta
parece que nos da ánimos y aliento para seguir con esta misión dura, pero
llena de amor.
Marisa,
Barcelona.
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TESTIMONIO
Soy telefonista. Un día,
estando en mi trabajo, recibí una llamada de mi padre de 92 años para
decirme que mi madre, muy deteriorada y con graves problemas neurológicos,
se había caído a la entrada de la parroquia y estaba con rotura de cadera
y otros golpes. No pudiendo operarla, la mandaron a casa y así vinieron
una serie de problemas aumentados a los que ya existían. Soy afiliada a la
ONCE por estar casi ciega, por múltiples desprendimientos de retina. Así
tenía que enfrentarme sola a todo. Estaba desesperada y no podía encontrar
ayuda en la fe, pues, a pesar de haber recibido una buena educación en la
religión católica, la había perdido. Me dirigí a la parroquia de Santa
Feliciana y hablé con el padre Antonio que me atendió muy bien. Me mandó a
unos ángeles de blanco, que gracias a Dios han cambiado mi existencia. Son
las religiosas Siervas de María de la plaza de Chamberí. Con destreza y
cariño evitaron que en la piel macerada de mi madre aparecieran escaras y
la trataron con tanto mimo que consiguieron que volviera a hablar, pues no
lo hacía desde la caída. Incluso volvió a sonreír. Mi padre era muy reacio
a dejarse asear por unas monjitas, hasta que poco a poco se fue rindiendo
ante el cariño con que era tratado. Yo nunca hubiera podido imaginar que
pudieran existir personas así, que dediquen su tiempo con total desinterés
económico a hacer el bien a los demás, sin conocerlos de nada. Yo empecé a
quererlas y a dejarme querer por ellas. Las llamé para mi madre, pero
también mi padre y yo las necesitábamos. Me maravillaban por la fuerza de
su fe, el no aparentar nunca cansancio, su constante alegría. Día a día
iba calando en mi interior ese fluir de agua pura y fresca de la fe. Pas‚
del egoísmo a la generosidad, de la ceguera de mis ojos a la claridad de
mi alma y de mi preocupación excesiva brotó una gran confianza en la
providencia de Dios. Hoy me siento una mujer nueva. Quizá los problemas
siguen ahí, pero ya no estoy sola. Mi padre falleció el 3 de marzo, a los
seis meses de conocer a las hermanas. Sentimos mucho, mi madre y yo, su
ausencia, pero con tan buenas amigas se puede superar mejor. Leo el
evangelio escrito en braille y ahora, tanto mi madre como yo, somos ya
enfermas misioneras.
Pilar, Madrid.
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TESTIMONIO
Cecilia llegó al grupo de
Nuestra Señora de la Vid en el otoño de 1998. Se había quedado viuda y
trataba de aprender a vivir en la nueva situación. Sofía, su vecina de
escalera, había hablado una tarde con ella largo y tendido. Le ofreció lo
que tenía, un grupo en el que compartimos la experiencia de fe. Cecilia
estuvo dos años yendo y viniendo por el grupo, callada muchas veces,
preguntando otras. A primeros de abril, ingresó con carácter de urgencia
en La Paz. Todo el malestar que le venían tratando meses atrás no era
debido a nervios o depresión. Las ecografías manifiestan un cáncer de
colon ya con metástasis. Es preciso operar y pensar en quimioterapia.
Ella, aunque no sabe toda la verdad, está asustada. Sus hijas, Nieves y
Marisol, se desahogan con varias mujeres del grupo que han ido a verla al
hospital. Sus hijas agradecen que se la visite. El 11 de mayo nos
presentamos casi por sorpresa y vemos una alegría inmensa en su cara.
Siente que Dios le está haciendo un regalo. Nosotros no lo sabemos, pero
ese día es su cumpleaños. Las noticias que nos da de los médicos son de
paciencia y espera hasta ver el efecto de la quimioterapia. Nos invita a
que le leamos el evangelio del día. Se nos encoge el corazón cuando leemos
en el evangelio de San Juan: En la casa de mi padre hay muchas
moradas...Cecilia pregunta Qué quiere decir esto. Rezamos con el corazón
en la mano para poder vivir el día a día. Un día en la calle, Paqui se
encuentra con las hijas, que con l grimas en los ojos, agradecen desde lo
m s profundo el acompañamiento del grupo. Es otoño. Cecilia está
empeorando. Trata de disimular sus dolores y angustias. En el fondo sabe
lo que va a suceder, pero el paso es muy duro y desconocido. La invitamos
a expresar sus miedos, para que el Señor transfigure la situación y se vea
su acción en medio de la enfermedad. Leemos el salmo propio del día. Es
impresionante el título: Homenaje a Aquel que lo sabe todo. Y lo demás:
Señor, mi pensamiento calas desde lejos... Cecilia coge la Biblia y lo
vuelve a leer emocionada, en voz alta. Somos testigos de su diálogo con
Dios, de su encuentro. Es un momento muy especial y el silencio es
absoluto. Cuando su hija la recoge, Cecilia no puede callar lo que ha
vivido. Unas semanas después, Paqui y Sofía piden a Jesús que se acerque
por el grupo. La reunión fue una experiencia de unción. Para Cecilia, una
noche inolvidable. Está por primera vez su hija Marisol. Cecilia pone
sobre la mesa su interrogante m s profundo: ¿Por Qué a mí? La palabra nos
invita a reflexionar sobre la fragilidad de la condición humana: Toda
carne es hierba, la flor se marchita, se seca la hierba (Is 40, 1-9). Un
pasaje muy oportuno. Días después los médicos le preguntarían si tenía
miedo a morir y si podía hablar de ello con alguien. Murió el 12 de enero
de 2001. En el velatorio el salmo 90, sobre la fragilidad del hombre que
es "como hierba", fue todo un regalo, un guiño de Cecilia desde la nueva
dimensión en la que vive ya con el Señor resucitado: Tú has sido para
nosotros un refugio de edad en edad...Los años de nuestra vida son unos
setenta u ochenta, si hay vigor. Cecilia había cumplido setenta
años.
Marisol, San Sebastián de los Reyes.
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Para la
reflexión personal y de grupo |
1¿Puede ofrecer hoy la
Iglesia la misma salud que ofreció Cristo? ¿Qué salud encomendó Cristo a
su Iglesia?
2¿Cómo promover la acción
saludable de la comunidad cristiana en el mundo de la salud y de la
enfermedad?
- visitando a los enfermos - asumiendo sus
interrogantes - descubriendo qué necesita el enfermo y su familia
- participando en la misión de curar - educando ante la
enfermedad y la muerte - orando a partir de lo que estamos
viviendo
|
- facilitando una relación sana con Dios -
integrando a los enfermos en la vida de la comunidad - difundiendo el
testimonio evangelizador de los enfermos - conociendo la situación
concreta de los enfermos y sus familias - creando grupos organizados
de atención a los enfermos - viviendo desde la fe experiencias
fundamentales, como la salud y la enfermedad, el sufrimiento y la
muerte - conociendo los problemas sociales y sanitarios de la
zona - creando un voluntariado dedicado a los colectivos de enfermos
desasistidos - haciendo de la parroquia una comunidad de
comunidades - formando una comunidad viva
|
ORACIÓN
Señor, te encomendamos a los
enfermos de nuestra comunidad. Acoge sus quejas. Mitiga sus dolores.
Alivia su angustia y su cansancio. Dales tu aliento en su
lucha. Reanima su esperanza. Sana sus heridas. Aviva su
confianza. Haz que se sientan queridos. Llena sus vidas de amor y
de sentido. ¡Que se vea tu obra con ellos! ¡Confirma tú la acción de
nuestras manos!
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BIBLIOGRAFÍA
-AZCONA F, Análisis de los datos del cuestionario sobre
pastoral sanitaria en las parroquias, en Labor Hospitalaria, nº
210 (1988). -ALVAREZ F., La salud encomendada a la comunidad como
don y como misión, en Labor Hospitalaria, nº 259
(2001). -BAUTISTA M., Jesús: sano, saludable y sanador, San
Pablo, Buenos Aires, 1995. -BUREAU DE PASTORAL DE ENFERMOS DE BRUSELAS,
La comunidad cristiana y los enfermos, Marova, Madrid,
1980. -RODRIGUEZ BERNAL A., La pastoral de la salud en la parroquia.
Memoria del camino con respuestas e interrogantes, en Labor
Hospitalaria, nº 259 (2001). -SANDRIN L., La Iglesia, comunidad
sanante. Un reto pastoral, San Pablo, Madrid 2000.
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CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA Departamento de Pastoral de la Salud Añastro, 1 -
28033 Madrid |