Cortesía de www.comayala.es
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

 

PRESENTACIÓN


Al presentar el Proyecto catecumenal me parece oportuno incluir algunos acontecimientos de la historia concreta, personal y comunitaria, que lo han hecho posible. Quizá pueda ser útil a algunas personas. Además, es bueno dar gracias al Señor y cantar a su nombre, publicar su amor por la mañana y su lealtad por las noches.

 

Primeros pasos

Lo canté una vez y ahora lo cantamos: Llamado desde el seno, pues no fue cosa mía... Nací en Aldeaseca de Arévalo, provincia de Avila, el 12 de abril de 1944. Durante muchos años, mi padre ha sido maestro en Sinlabajos. Soy el segundo de seis hermanos. En alguna ocasión me han preguntado: ¿Y por qué te pusieron Jesús? Sin duda, mi madre quería ofrecer al Señor su primer hijo varón. O sea, que lo hizo con intención sacerdotal. Y le salió. Era profundamente creyente. Para ella Dios estaba cerca, entre los pucheros, como decía Santa Teresa. En cierta ocasión murió un vecino y comentó: "Dichoso él". Como yo puse cara de sorpresa, añadió: "Ya está con Dios". Si llegaba el caso, no dudaba en consultar con sacerdotes especialmente preparados, como D. Germán Mártil, de los Operarios Diocesanos de Salamanca.

Mi madre murió el 8 de febrero de 1956, de una embolia cerebral, a los 40 años. Yo tenía 11. La última vez que la ví viva fue al despedirme al marchar al seminario de Arenas de San Pedro, el 17 de septiembre de 1955. Fue la peor noticia que me podían dar. Al verla muerta, la impresión que tuve es que no estaba allí, que no era ella. Volví al seminario a finales de febrero. Por las noches, antes de dormir, yo le hacía una oración al Señor. Se ha cumplido, pero de otra forma a como yo esperaba. Y no puedo decir que me haya visto defraudado. Si el Señor dice que los muertos resucitan y que son como ángeles, puedo decir que en muchos momentos he contado con su presencia misteriosa. Como ángel del Señor, ha ido orientando mis pasos.

Desde el curso 58-59 tengo la Biblia en las manos. Algo nuevo empezaba a brotar en la Iglesia. Al seminario llegaban testimonios de conversión que procedían de los nuevos cursillos de cristiandad. El padre Lombardi anunciaba por todas partes la necesidad de un Mundo Mejor. El 28 de octubre del 58 los aparatos de radio anunciaban al mundo la elección de un nuevo Papa. Y acertaron: hubo un hombre enviado por Dios que se llamó Juan.

 

Regalo de Pentecostés

El cambio que entraña la mayoría de edad supuso para mí una revisión de todo y, por tanto, también de la educación recibida. Como dice San Pablo, cuando era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre, dejé todas las cosas de niño. La filosofía moderna que comenzaba a estudiar me llevaba a aceptar los límites de la razón humana, a la hora de resolver los grandes interrogantes de la existencia: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar?

Fue el 2 de junio de 1963, fiesta de Pentecostés. Tenía entonces 19 años y hacía el tercer curso de Filosofía en la Universidad Pontificia de Salamanca. Residía en el Colegio Mayor de San Carlos. A pesar de las limitaciones, se respiraba allí un ambiente de renovación y de libertad que no se daba en otros seminarios. El Concilio Vaticano II estaba en pleno desarrollo. Aquella tarde un compañero del Colegio, José Antonio del Río, me dijo que pensaba acercarse a los Operarios Diocesanos, que si le acompañaba. Le dije que sí. Precisamente, residía allí un primo mío, Gerardo, a quien hacía tiempo no veía. Mi primo no estaba allí. Quien sí estaba era un compañero de curso, Aurelio Ortín, que actualmente es diácono en Barcelona. No recuerdo cómo ni por qué, Aurelio comenzó a contar su historia. Y la de su padre, maestro que tuvo que emigrar a Buenos Aires. Era una historia viva de fe, de éxodo, de vocación. Fuera llovía, tronaba, descargaba una fuerte tempestad. Los aparatos de radio difundían la agonía del Papa Juan XXIII.

Volví al Colegio de San Carlos con la conciencia de haber sido conducido aquella tarde misteriosamente, eficazmente, significativamente. Nada había sucedido por casualidad. Todo tenía sentido. Unos años después, un gran profesor de la Universidad Gregoriana de Roma lo formulaba así: "Cuando la Palabra de Dios se impone a las cosas, las crea; cuando se impone a los hombres, hace la Ley; cuando se impone a los acontecimientos, dirige la historia". Al atardecer, ya en mi habitación, mirando a los más altos edificios, símbolo del mundo moderno, no pude menos de exclamar: ¡Este pobre mundo de las casualidades...! A partir de entonces, esta experiencia de fe, este regalo de Pentecostés, ha sido un punto de referencia firme en mi camino, una luz que ha ido creciendo e iluminando mi vida.

Por las noches solía leer la Biblia. Y muchas veces me parecía encontrar el pasaje adecuado. Se me hacía Palabra viva. Recuerdo algunas frases que me llegaron especialmente: Evangelizar no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí, si no evangelizare!. Y también: Dando al olvido lo que ya queda atrás, corro hacia la meta, hacia la vocación de Dios en Cristo Jesús. Y finalmente: Les daré un pastor que los apaciente.

 

El hecho de la evolución

En Salamanca conocí la obra de Teilhard de Chardin en un momento en que la vieja visión del mundo asumida por la filosofía escolástica, la llamada "filosofía perenne", daba señales inequívocas de caducidad. Sin embargo, ahí estaba Teilhard, sabio, profeta y místico, que -afrontando dificultades e incomprensiones- había ofrecido una nueva visión del mundo, evolutiva y dinámica.

Resultaba liberador constatar que la evolución no se opone a la fe ni, de suyo, da amparo a ninguna filosofía. Es un hecho que se descubre por la ciencia. Según Teilhard, el mínimo credo común de todos los evolucionismos es éste: existe una ligazón física entre todos los vivientes y, por extensión, entre todo lo real.

Hombre inteligente y creyente, Teilhard considera ilegítimo el cisma que gradualmente, desde el Renacimiento, ha separado al cristianismo del mundo moderno. Decía ya en 1923: "Empiezo a pensar que hay cierta visión del mundo real tan cerrada para determinados creyentes, como el mundo de la Fe está cerrado para quienes no son creyentes".

En su persona y en su obra, Teilhard presenta una decidida renovación que le permite dialogar con el mundo moderno. La misma Religión sale fecundada, engrandecida. Teilhard tiene el mérito de devolver al cristianismo su sentido cosmológico. Pero también, el de ofrecer a un mundo dinámico la luz de la Revelación.

 

Cristo es el Centro

En un círculo de estudios, tenido en el Colegio Español de Roma allá por el curso 67-68, se me pidió que explicara qué era eso del punto Omega. El punto Omega, de claro sabor apocalíptico, es el centro final de convergencia de todo el proceso cósmico. Para Teilhard, el universo está centrado evolutivamente. La dirección del proceso evolutivo es ésta: cosmogénesis-biogénesis-antropogénesis, o sea, mundo-vida-hombre. Pero he aquí el problema: el hombre -en quien la evolución se ha hecho consciente- percibe su propia finitud y la del mundo mismo. Ahora bien, si la nada es el futuro de la evolución, ¿tiene sentido el esfuerzo precedente? En este contexto surgió mi primer artículo, que trató sobre el concepto teilhardiano de muerte en el marco de un mundo en evolución.

Omega es el futuro que espera a una evolución que ha llegado a ser consciente, pero que ha de afrontar el paso vertiginoso y oscuro de la muerte. Omega ha de ser, según Teilhard, una realidad trascendente y personal. Trascendente, porque está al otro lado de todos y de cada uno de los fenómenos. Personal, porque -desde el momento en que el mundo ha llegado a ser personal- ya nada puede tener sentido para él que no sea supremamente personal, ya ninguna realidad puede ser superior ni puede atraerle si no es sumamente relacional, ya ningún punto trascendente podría centrarle.

Omega es el punto clave de la hipótesis teilhardiana. Si Omega existe, entonces todo es explicable. También la muerte. La muerte es, así, paso hacia adelante por donde se llega a la plenitud de Omega.

Avanzando de abajo hacia arriba, es decir, a la luz de la razón, no se llega sino a ese hipotético "dios desconocido" que es Omega. Pero cambiando de perspectiva y considerando las cosas de arriba abajo, es decir, a la luz de la Revelación, Omega es Cristo, que llena, consuma, da consistencia y recapitula toda la creación.

De esta forma, Cristo Resucitado adquiere para Teilhard dimensiones cósmicas: "Tú has ocupado por derecho de Resurrección el punto clave del Centro total en el que todo se concentra". Y también: "El Astro que el mundo espera, sin saber todavía pronunciar su nombre, sin apreciar exactamente su auténtica trascendencia, sin poder distinguir los más espirituales, los más divinos de sus rayos, es por fuerza el mismo Cristo que esperamos nosotros". Y finalmente: "Cristo se ama como una persona y se impone como un mundo".

 

Victoria sobre la muerte

En cierto sentido, toda la obra de Teilhard es una gran meditación sobre la muerte. La muerte es "el resumen y la consumación de todas nuestras disminuciones", pero también es medio divino que conduce a la plenitud de la resurrección. Sin embargo, la resurrección no es, para Teilhard, una restauración del orden actual del mundo, una especie de paraiso terrestre. En su obra se perfila un nuevo concepto de resurrección, fruto de su visión dinámica del mundo. Veamos:

-con la muerte, hay algo que pasa irrevocablemente. Hay algo esencial y algo caduco. La muerte, para no ser ya tal muerte, debe dejar filtrar "la esencia más preciosa de nuestros seres".

-la muerte, paso hacia adelante, coloca al mundo y al hombre en situación de trascendencia. Es "la condición natural de un éxtasis fuera de las dimensiones y marcos del universo visible".

-la resurrección se entiende como plenitud de nuestra propia personalidad en situación de trascendencia. Esta plenitud se nos da en Cristo, en quien somos divinizados: consumación de la Cristogénesis, misterio y destino de la historia, transfiguración del hombre y del mundo.

"De este modo se hallará constituido el complejo orgánico: Dios y Mundo, la Plenitud, realidad misteriosa que no podemos decir que sea más bella que Dios solo, puesto que Dios podía prescindir del Mundo, pero que tampoco podemos pensar como absolutamente accesoria sin hacer con ello incomprensible la Creación, absurda la Pasión y falto de interés nuestro esfuerzo. Y entonces será el fin. Como una marea inmensa, el Ser habrá dominado el temblor de los seres. En el seno de un Océano tranquilizado, pero en que cada gota tendrá conciencia de seguir siendo ella misma, terminará la extraordinaria aventura del Mundo. El sueño de toda mística habrá hallado su satisfacción plena y legítima. Dios lo será todo en todos".

Teilhard murió en Nueva York, el 10 de abril de 1955, Pascua de Resurrección. Tres días antes de su muerte, dejó escrito en la última página de su diario un resumen sorprendente de su pensamiento entero: El Universo está centrado evolutivamente. Cristo es el Centro. Y los tres versículos (1 Co 15,26-28), en los que se dice que el último enemigo destruido es la muerte, pues Cristo ha puesto todas las cosas bajo sus pies.

Poco antes, el 15 de marzo, durante una cena en el consulado de Francia en Nueva York, Teilhard había afirmado, en presencia de sus sobrinos: Quisiera morir el día de Resurrección.

En su último día, por la mañana, asistió a una misa solemne en la catedral de San Patricio. Por la tarde, a un concierto. Después, en casa de unos amigos, se mostró satisfecho de la "magnífica jornada". Al tomar el té, cayó repentinamente al suelo. Llamaron a un médico, pero murió allí mismo: ¡en Pascua de Resurrección!.

 

Heme aquí

Recibí la ordenación sacerdotal el día de San José de 1969, en el Colegio Español de Roma, de manos del entonces obispo de Tarazona (ahora arzobispo de Granada) D. José Méndez, acompañado de muchos presbíteros. El recordatorio decía esto: por la imposición de las manos al servicio de la Iglesia. Y también: No quisiste sacrificios ni holocaustos, pero me has preparado un cuerpo.

El sacerdocio de Cristo, no levítico sino según Melquisedec, era el modelo. En aquel momento grandes seminarios, que acababan de ser construídos, quedaban casi vacíos. Había caído la imagen sociológica del cura y se requería una nueva.

Por mi parte me ponía al servicio de la Iglesia, de una Iglesia renovada, que no podía ser otra cosa sino comunidad. En audiencia a los nuevos sacerdotes, Pablo VI nos regaló un ejemplar de los Hechos de los Apóstoles. El detalle fue significativo: había que volver a la Iglesia de los primeros tiempos, a la Iglesia de los Hechos de los Apóstoles. Pero las dificultades eran enormes. Había que acercarse por aproximaciones sucesivas. Y para muchos, todavía no había llegado la hora.

Anteriormente, había hecho Filosofía y Letras en la Universidad Pontificia de Salamanca (1960-1965) y Teología en la Universidad Gregoriana de Roma (1965-1969). Para completar estudios, buscando la relación de la teología con las ciencias humanas, hice Psicología en la Universidad Complutense de Madrid, con especialidad de Clínica en la Escuela de Psicología (1969-1973). Al mismo tiempo, fui dando los primeros pasos en el terreno pastoral, dando prioridad a lo que -de una u otra forma- tuviera que ver con grupos y comunidades.

En la primera mitad de 1973, consideré la posibilidad de volver a Avila, donde había comenzado a colaborar en Grupos de Formación Doctrinal, en el Instituto Teológico, en el Seminario y, después, en Formación Permanente del Clero. Pero diversos acontecimientos me harían cambiar de plan.

 

Instruir en la Palabra

El obispo de Avila era D. Maximino Romero de Lema. que además era vocal de la Comisión Episcopal de Enseñanza y, anteriormente, había sido en Madrid rector de la Iglesia del Espíritu Santo (1961-1968), iglesia que después sería cerrada por el franquismo. Según se supo entonces, Pablo VI quería nombrar a D. Maximino arzobispo de Santiago, pero se opuso a ello el anterior Jefe del Estado. Dijo el Papa: Pues, si no vale para España, vale para la Iglesia universal. Y le nombró Secretario de la Congregación romana del Clero. Esperando al nuevo obispo, en Avila todo quedó en situación de interinidad.

Mientras tanto, en unos cursos de verano, organizados por el Secretariado Nacional de Catequesis, iba como teólogo José Manuel Sánchez Caro, entonces director del Instituto Teológico Abulense y ahora rector de la Universidad Pontificia de Salamanca. Al final, José Manuel no pudo participar, dio mi nombre y, así, comencé a colaborar con el Secretariado.

Primero fue el curso de Oviedo. Pero el 11 de julio tuve que volver urgentemente a Avila, pues mi padre -que había sido operado de próstata- tuvo una embolia pulmonar. Cuando me avisaron, según los médicos me dijeron después, ya estaba en marcha un proceso de necrosis, clínicamente irreversible. Pensaban que moriría ese día, hacia las dos. Los médicos no se explicaron la mejoría que se produjo en aquella hora, a eso de las once. Unos días después fue el curso de Avila, en el que pude participar en su totalidad.

Al comenzar el curso 73-74, me llamaron desde el Secretariado Nacional de Catequesis. Se necesitaba un teólogo para el equipo encargado de redactar el catecismo que después se llamaría Con vosotros está (para chicos de 11-14 años).

El catecismo rompía viejos moldes y hubo que hacer, al propio tiempo, la Guía Doctrinal, algo así como su escudo protector. Una mañana, preparando un tema de la Guía, topé con un texto de la Biblia, que me llamó mucho la atención: ¿No he escrito para tí treinta capítulos de saber y ciencia, para hacerte conocer la certeza de las palabras verdaderas, y puedas responder palabras verdaderas a quien te envíe?. Conté los temas redactados hasta ese momento. En total, treinta. No hice la tesis doctoral, como pensaba, pero sí una síntesis de fe.

La aprobación y publicación del catecismo Con vosotros está fue un acontecimiento en la Iglesia española. Y la Guía doctrinal ha tenido durante estos años usos muy diversos: catequesis de adultos, catecumenados, elaboración de catecismos y de diversos proyectos catecumenales, formación de profesores de religión... En 1982 se habló de una revisión del catecismo. Sin embargo, poco a poco se le arrinconó. En 1987 se dejó de editar.

Después se hicieron otros catecismos. En realidad, no hay método, ni pedagogía, ni instrumento catequético que pueda resolver el problema de fondo de una catequesis de consumo, puesta al servicio de una pastoral de consumo; de una catequesis sin Palabra viva y eficaz, sin anuncio, sin proceso, sin comunidad, sin compromiso; en suma, de una catequesis sin renovación profunda de la Iglesia.

La renovación implica una evangelización de los bautizados, una nueva evangelización. Solamente así, mediante el servicio del Evangelio, puede cerrarse esa herida abierta en el costado de la Iglesia, herida que no debe curarse a la ligera. Lo denunciaron los profetas: Curáis a la ligera las heridas de mi pueblo.

Terminado el catecismo (con sus guías) y presentado por todas partes, en el curso 1977-1978 pasé al Departamento de Catequesis de Adultos. Se me confió la responsabilidad del mismo el 3 de septiembre de 1978. Allí estuve ocho años justos, promoviendo una catequesis de adultos de inspiración catecumenal.

En el primer trimestre de 1979 publiqué España, país de misión. Se requería una confesión nacional, un reconocimiento de la contradicción eclesial de la sociedad española: muchos son los bautizados, pocos los evangelizados.

De 1978 a 1986, como responsable de Catequesis de Adultos, formé parte del Equipo Europeo de Catecumenado. Fruto final de esta colaboración fue el libro europeo de catecumenado, que recoge 25 años de experiencia catecumenal en Europa.

Desde abril de 1975 utilizamos la Guía Doctrinal al servicio del catecumenado. Posteriormente, introduciendo diversas adaptaciones, publicamos en el Secretariado Nacional de Catequesis el Proyecto catecumenal.

En 1981 la Junta del IV Centenario Teresiano me pidió la elaboración de unas catequesis sobre Santa Teresa. Lo mismo sucedió en 1991 con el Centenario de San Juan de la Cruz, pero la Junta no las publicó. Lo hizo la Asociación.

Desde 1985 vengo colaborando con el Departamento de Pastoral de la Salud de la Comisión Episcopal de Pastoral en la publicación de unas catequesis que, con motivo del Día del Enfermo, sirven para descubrir la misión de curar que tiene la comunidad cristiana.

En 1985 la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis publicó el documento El catequista y su formación, en cuya redacción participé. Enraizado en la misión de Jesús y de los Doce, y entroncado en la tradición viva de la Iglesia, el catequista producirá fruto abundante en un mundo que necesita de Dios. Se recupera la definición más antigua de catequista: el que instruye en la Palabra. Posteriormente, en el Congreso de Catequistas (7-13 abril de 1986) se me encomendó la ponencia Vocación y misión del catequista hoy.

En octubre de 1985, tras discernimiento personal y comunitario, publiqué en la revista Vida Nueva un pliego sobre la muerte de Juan Pablo I. En el Secretariado Nacional de Catequesis se me dijo que sobre éso ni una palabra más si quería seguir allí. Dije que lo había escrito en conciencia y que -de una u otra forma- seguiría con el tema, aunque se me cesara, como así sucedió en el verano siguiente. A finales de 1990, publiqué el libro Se pedirá cuenta, sobre la muerte y la figura de Juan Pablo I.

 

La comunidad de Ayala

En la primera mitad de 1973, había comenzado a colaborar con la parroquia del Cristo de la Salud, en la calle Ayala. La perspectiva de crear grupos y de formar comunidad, a pesar de las dificultades previsibles, me llevó a aceptar la propuesta de Fernando Salom, sacerdote valenciano que colaboraba en la parroquia y que marchaba a otro destino.

La insatisfacción por el cristianismo convencional se hacía sentir por todas partes. Nada más llegar, le planteé al párroco, D. Ignacio Zulueta, la necesidad de un catecumenado, de una comunidad. Me dijo que para el curso siguiente; de momento, él había pensado en unas reuniones en torno a la Biblia y al Concilio: podría ser un primer paso. Acepté. Yo me encargué de las reuniones (quincenales) en torno a la Biblia. De ahí salió el núcleo inicial de la comunidad.

Era un pequeño grupo (8-10 personas), pero estaba abierto a la renovación y al cambio. Y, como sabía a poco, pronto comenzamos las reuniones en casa de Julián y Pilar, los domingos por la tarde. Buscábamos la comunidad perdida de los Hechos de los Apóstoles. Por ahí era posible la renovación profunda de una Iglesia, que -siendo vieja y estéril como Sara- podía volver a ser fecunda.

Con el nuevo curso, en reunión del equipo pastoral de la parroquia (al que se había incorporado Lorenzo Sánchez, de Salamanca) decidimos poner en marcha un catecumenado. El catecumenado siguió, en principio, la orientación neocatecumenal. Tras las primeras catequesis, la comunidad quedó constituída el 8 de diciembre. Comenzamos 42 personas. Inicialmente, la experiencia fue positiva. Suponía un paso hacia adelante. Aunque con algunas reservas, era preciso avanzar. En noviembre, D. Ignacio había sido ingresado en el viejo hospital de San Pedro, por una operación de próstata. "En cuanto pueda, iré a la comunidad", me dijo. Vino, pero de otro modo, en esa dimensión nueva en la que vive el Señor Resucitado. Murió el 25 de enero de 1974.

En el primer trimestre de 1975 fuimos viendo la necesidad de hacer una revisión del sistema adoptado: rechazo total de la orientación neocatecumenal por parte del nuevo párroco, que era consiliario de cursillos de cristiandad; aspiración diocesana por un catecumenado autónomo; inconvenientes de una dirección exterior e inadecuada sobre el grupo catecumenal; cerrazón sistemática que va asfixiando al grupo; disminución progresiva del número de miembros; imposibilidad de incorporarse al grupo nuevos miembros que han iniciado una relación viva con él; interpretación discutible del catecumenado y de sus etapas (entre ellas, el precatecumenado); carencia de instrumentos catequéticos adecuados; oferta de abrir un centro catecumenal en el colegio mayor de Tagaste... La revisión fue aceptada por mayoría, primero en el equipo responsable, luego en la comunidad.

Desde el 8 de abril, tras un mes de tensiones y algunas rupturas, compensadas con nuevas incorporaciones, comenzamos una nueva etapa, siguiendo orientación propia. La revisión se llevaría a efecto, la comunidad permanecería abierta a la incorporación de nuevos miembros y la orientación pastoral de la comunidad se iría definiendo dentro de ella. Eramos 30 personas. A partir de entonces, la comunidad comenzó a crecer.

Al propio tiempo, el nuevo párroco fue marcando en la parroquia una orientación, en la que de hecho quedaba excluido todo tipo de catecumenado. Con el horizonte así cerrado, la comunidad quedó separada de la parroquia y vinculada a la vicaría como comunidad autónoma. Durante tres meses nos reunimos en el colegio mayor de Tagaste. Al final, manteniendo la autonomía con respecto a la parroquia, el párroco nos dejó un local en el sótano de la misma. Dicha autonomía nos permitió seguir la experiencia catecumenal y comunitaria con entera libertad, sin estorbo alguno.

A partir de entonces, el rumbo de la comunidad se ha ido definiendo mediante la escucha asidua de la Palabra de Dios en el fondo de los acontecimientos personales, sociales o eclesiales. Ha sido fundamental la propia experiencia de fe de quienes llevamos el catecumenado, que poco a poco se iba convirtiendo en comunidad. También lo ha sido la revisión continua del camino a seguir, así como el contacto con otros grupos. Disponíamos ya de la síntesis de fe, que posteriormente desembocaría en el proyecto catecumenal, así como de otros instrumentos.

El 13 de noviembre de 1977, fecha del nacimiento de San Agustín, pusimos en marcha la comunidad de Santa María de la Esperanza. Edelmiro Mateos había conectado con nosotros, con motivo de la presentación del catecismo en la Vicaría IX. Poco a poco, la parroquia y el barrio de la Ciudad de los Periodistas se han ido llenando de grupos.

En 1987 nos constituimos en asociación, reconocida eclesial y civilmente, la Asociación Comunidad de Ayala (c/ Saliente,1). Esto ha dado asentamiento eclesial y civil a la acción evangelizadora que estamos desarrollando. También señala el horizonte en el que desemboca el proceso catecumenal: asociados para evangelizar.

Todo proceso de evangelización debe verificar la diferencia existente entre quienes son llamados y quienes, por su respuesta, son finalmente elegidos. En realidad, muchos no responden a la llamada. Lo dice Jesús: muchos son los llamados y pocos los elegidos.

Actualmente, estamos animando en Madrid más de cien grupos en parroquias, colegios y casas; la Asociación Comunidad de Ayala tiene también proyección fuera de Madrid. Ahí está la Asociación Comunidad del Puerto (Tenerife), la Asociación Comunidad de la Palabra (Gran Canaria), la Fundación Virgen de las Nieves (Salamanca), la Asociación Con vosotros está (Córdoba) y los grupos de Guadalajara, Cuenca, Murcia, Vigo, Barcelona, León, Zamora, Burgos, Logroño, Toledo, Segovia, Avila, Pontevedra, Lisboa, Maputo, Londres...

El 30 de diciembre de 1994, con el apoyo de la Asociación y como fruto de la dimensión social del Evangelio, se constituyó la Fundación Betesda, para el desarrollo integral de personas minusválidas. Como primera realización, la Fundación está promoviendo la construcción de una residencia para minusválidos psíquicos, especialmente para aquellos que se quedan sin padres, con una capacidad de 48 plazas (c/ Belisana,22).

 

Proyecto catecumenal

Durante estos años, hemos ido revisando el proyecto catecumenal. Hemos suprimido algunas catequesis y añadido otras. Sale así una segunda redacción con la experiencia acumulada y contrastada en tantos grupos y comunidades.

Esta segunda redacción se publica para uso de la Asociación, pero no de modo exclusivo. La síntesis de fe es una obra de Iglesia. Tanto antes como ahora, he unido mis esfuerzos a los de muchos. En realidad, yo iba a regar mi huerto y a empapar mi tablar: Y he aquí que mi canal se ha convertido en río y mi río se ha hecho un mar.

Además, la misión desborda los límites de lugar y de tiempo. Y, a decir verdad, nos encanta participar en semejante perspectiva: Aún haré lucir como la aurora la instrucción, lo más lejos posible la daré a conocer. Aún derramaré la enseñanza como profecía, la dejaré por generaciones de siglos. Ved que no sólo para mí me he fatigado, sino para todos aquellos que la buscan. Se ha dicho bellamente: En la tumba de uno de los antiguos faraones egipcios fue hallado un puñado de granos de trigo. Alguien los tomó, los plantó y los regó. Y, para general asombro, los granos retoñaron al cabo de cinco mil años. No sabemos hasta dónde ni hasta cuándo puede llegar la semilla. Nos corresponde sembrar, regar, segar y limpiar.

Como la primera, la segunda redacción queda abierta a las sugerencias que puedan venir especialmente de aquellos que son considerados como columnas, a quienes presentamos de nuevo el Evangelio que anunciamos.

Como entonces, anunciamos una Palabra que se cumple: Cristo está con nosotros (1) y nos descubre el misterio de Dios (2), el misterio del hombre (3) y el misterio del mundo (4). Como dice San Pablo, hemos sido constituidos servidores de la Palabra para transmitir todo el mensaje completo. Somos discípulos, enviados a hacer discípulos.

Hablar de proyecto catecumenal es hablar de etapas, de objetivos y de medios o instrumentos (temas o catequesis, pistas para las reuniones).

-La primera etapa es la evangelización primera o precatecumenado. Se pretende la comunicación primera de la experiencia de fe, una comunicación viva, realizada por testigos actuales. La experiencia de fe es como una semilla destinada a crecer. Primero se siembra, después crece, finalmente produce fruto. La parábola del sembrador nos lo dice de forma resumida y admirable. El sembrador necesita dos cosas: la semilla y el campo. La semilla es la Palabra de Dios y el campo es el mundo. Como en la Iglesia naciente, a pesar de la diversidad de situaciones y personas, hay unas constantes que se repiten y que se dan, de forma germinal, en la evangelización primera.

-La segunda etapa es, propiamente, el proceso catecumenal o catecumenado. El catecumenado es un proceso de evangelización. Es crecimiento y desarrollo de la siembra realizada en la evangelización primera. Se pretende una iniciación básica en la experiencia del Evangelio. Para ello, el proceso catecumenal asume en profundidad la vida misma a la luz de la Palabra de Dios.

-La tercera etapa es el final del catecumenado. El Evangelio nos habla de siembra y de crecimiento, pero también de frutos, de siega y de limpia. El proceso catecumenal concluye con la maduración de la experiencia de fe, que supone -entre otras- éstas constantes: reconocimiento actual de Jesús como Señor y conversión (fundamental) a los valores del Evangelio. Todo ello requiere un tiempo, mayor o menor según los casos.

El proyecto catecumenal lo utilizamos con libertad, según se ve necesario o conveniente y en la medida en que sirve a lo fundamental, haciendo como el dueño de la casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo.

 

Jesús López Sáez

Madrid, 19 de marzo de 1996