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46. UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA
 

  1. Es algo que no podemos imaginar: Ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios prepara a los que le aman (1 Co 2,9). Es un mundo nuevo, todo es nuevo. Sin embargo, en la experiencia presente de fe, podemos vivir ya ahora los signos del reino de Dios, que anticipa el futuro absoluto del mundo. Es la buena nueva de Jesús: El reino de Dios está en medio de vosotros (Lc 17,1). Con el reino de Dios comienza ya un mundo nuevo, transfigurado, distinto. En el comienzo está incluido el final. Del principio sale el fin, como del grano la espiga. En el presente está lo que será, aunque ocultamente. Juan, desterrado en la isla de Patmos por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús (Ap 1,9), lo vio así: un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap 21,1).

  2. Todos los comienzos son humildes. Así sucede con el reino de Dios. Comienza en medio de un mundo que no reconoce nada de él. Pero algunos perciben ya en esos humildes comienzos las señales de la acción de Dios: A vosotros se os ha dado conocer los misterios del reino de Dios (Lc 8,10). Dios establece su reino a partir de lo que es como nada a los ojos humanos: No temas, pequeño rebaño, que a vuestro padre le ha parecido bien daros a vosotros el reino (Lc 12,32). Con la misma certeza con que sale del grano de mostaza el arbusto en el que anidan los pájaros, y del trozo de levadura la masa fermentada (Mt 13,31-33), la acción creadora de Dios convertirá ese pequeño grupo en una muchedumbre inmensa, reunida de todos los pueblos de la tierra.

  3. ¡Ahí están las señales!, responde Jesús a los enviados de Juan: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la buena nueva (Lc 7,22). El reino de Dios ha comenzado donde parecía imposible: en el destierro, en tierra extraña. Se hace posible la alegría en medio del sufrimiento, la libertad en medio de la esclavitud, la fuerza en medio de la debilidad, incluso la vida en medio de la muerte. El espíritu de Dios sopla de nuevo sobre la tierra seca. ¡La nueva creación ha comenzado!

  4. Es el cumplimiento de lo que anunciaron los profetas: Que el desierto y el sequedal se alegren, regocíjese la estepa y florezca como flor; estalle en flor y se regocije hasta lanzar gritos de júbilo. Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de cobarde corazón: ¡Animo, no temáis!... El vendrá y os salvará. Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como el ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo. Pues serán alumbradas en el desierto aguas, y torrentes en la estepa, se trocará la tierra abrasada en estanque, y el país árido en manantial de aguas... Los redimidos del Señor volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus cabezas. ¡Regocijo y alegría les acompañarán! ¡Adiós penar y suspiros (Is 35,1-10;11,6-9;Ez 36,1-15;Am 9,13-15). La liberación de Israel, la vuelta del destierro, será una nueva creación: Mirad, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva; de lo pasado no habrá recuerdo ni vendrá pensamiento, sino que habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear; mirad, voy a transformar a Jerusalén en alegría y a su población en gozo;... ya no se oirán en ella gemidos ni llantos (Is 65,17-19).

  5. Ni siquiera la muerte violenta, que sufrió Cristo, lo pudo impedir. Al contrario. Se dice en el Apocalipsis: Yo fui muerto y he aquí que vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y del hades (Ap 1,18). Y también: Entonces vi, de pie en medio del trono y de los cuatro vivientes y de los ancianos, un cordero, como degollado. Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios, enviados a toda la tierra. Y se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono (5,6-7). Es el Siervo constituido Señor: fue como cordero llevado al matadero (Is 53,7), pero está de pie, resucitado, y en medio del trono, es el Señor. Se le ha dado todo poder, tiene la plenitud del espíritu de Dios, viene a juzgar. El reino de Dios se hace presente en la persona de Jesús: Ha llegado el reinado sobre el mundo de nuestro Señor y su Cristo (Ap 11,15). Estaba anunciado: preparad en el desierto un camino al Señor (40,3), el Señor viene con poder (40,10), ¡qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero, que dice: Ya reina tu Dios (Is 52,7).

  6. Como anunciara el profeta Daniel (Dn 7,13), el hijo del hombre viene: Mirad, viene sobre las nubes (Ap 1,7). Viene a juzgar: De su boca salía una espada afilada (1,16), la hora del juicio ha llegado (14,7). Como se dijo en tiempo de destierro, el Siervo anunciará el juicio a las naciones (Is 42,1): Hizo mi boca como espada afilada (49,2). El juicio de Dios es la respuesta a las oraciones de los creyentes, que dan testimonio y son  perseguidos: ¿Hasta cuándo, Señor? (Ap 6,10;Sal 79).

  7. El Señor juzga a los obispos de las iglesias. De Efeso: Date cuenta de dónde has caído (Ap 2,5). De Pérgamo: Mantienes a algunos que sostienen la doctrina de Balaam (2,14). De Tiatira: Toleras a Jezabel, esa mujer que se llama profetisa y está enseñando y engañando a mis siervos (2,20). De Sardes: Tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto (3,1). De Laodicea: Puesto que eres tibio, ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca (3,16). El Señor juzga a las naciones: Tienes que profetizar todavía contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos (10,10). Dios reina por medio de aquellos que dan testimonio: Vosotros sois mis testigos (Is 43,12;44,8). Es preciso estar atentos: Lo de antes ya ha llegado y anuncio cosas nuevas (42,9). Una y otra vez, promete Jesús la recompensa a quienes consigan la victoria: Al vencedor le daré mana escondido; y le daré también una piedrecita blanca, y, grabado en la piedrecita, un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe (Ap 2,17). La victoria es el testimonio mismo.

  8. Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado y el mar no existe ya (Ap 21,1). El Apocalipsis describe la plenitud del reino de Dios, que coincide con las aspiraciones más profundas del corazón humano. El mundo viejo, desfigurado por el pecado, desaparece. Es el primer cielo y la primera tierra. El mar (la morada del mal) no existe ya: Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni fatiga. Porque lo de antes ha pasado. Y el que está sentado en el trono dijo: Todo lo hago nuevo (21,4-5).

  9. Es un mundo nuevo en el que Dios tiene su familia y su casa. Es el cumplimiento de la nueva alianza: Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los hombres: acamparé entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos (21,2-3).

  10. El reino de Dios coincide con la nueva Jerusalén. La ciudad tiene doce puertas, y sobre esas puertas doce nombres, que son los de las doce tribus (21,12). El Señor quiere que Jacob vuelva a él y que Israel se le una (Is 49,5). Pero no sólo esto: Poco es que seas mi siervo en orden a levantar las tribus de Jacob y hacer volver los preservados de Israel. Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra (49,6).Vienen de todo pueblo y nación. El pequeño grupo con el que comenzó el reino de Dios crece inmensamente: Después miré y había una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero (Ap 7,9). Como dijo Jesús en la última cena, en la casa de mi Padre hay muchas moradas (Jn 14,2).

  11. Es un mundo nuevo donde Dios reina, donde se cumple su voluntad en la tierra como en el cielo: Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo (1 Co 15,28). Con razón, dice San Pablo, la creación, expectante, espera la manifestación de los hijos de Dios... Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo con dolores de parto. Y no sólo eso, también nosotros, que poseemos las primicias del espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, el rescate de nuestro cuerpo (Rm 8,19-23).

  12. La nueva creación se identifica con el paraíso de Dios: Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios (Ap 2,7). La liberación de todo dolor, de toda fatiga, de todo llanto es la corrección del error original del hombre  (Gn 3,16-19). Cuando el buen ladrón le dice a Jesús: Acuérdate de mi, cuando vengas con tu reino, Jesús le responde: Te lo aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23,43).