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45. SITUACIONES INFERNALES
 

1.      No es fácil hablar sobre el infierno. Es un tema que raramente se toca. Quizá, en unos casos, se deba a una reacción extrema contra excesos y abusos de un pasado todavía reciente. Quizá, en otros, se deba a la secreta convicción de que eso del infierno es algo impresentable en el mundo moderno. En cualquier caso, estamos ante un vacío, algo de lo que no se habla, como si algunas páginas del Evangelio estuvieran de sobra. Todo se comprende mejor si hablamos de situaciones infernales, que podemos vivir y que estamos llamados a evitar.

2.      He aquí algunos interrogantes: ¿existe realmente el infierno? ¿no será un invento de los curas? ¿no será una forma de meter miedo a la gente? ¿cómo conciliar el infierno con la infinita misericordia de Dios? ¿puede hacer alguien algo que merezca un castigo semejante? ¿en qué consiste el infierno? ¿es un lugar o una situación? ¿habrá alguien condenado? ¿serán muchos? ¿qué dice la palabra de Dios? ¿qué dice el Evangelio?

3.      El infierno (en hebreo, seol; en griego, hades) o los infiernos (en latín, inferi), tanto en Israel como en otros pueblos, son las regiones inferiores de la tierra, la morada de los muertos: el lugar de cita de todo ser viviente (Jb 30,23). En este sentido, el Símbolo apostólico dice que Cristo descendió a los infiernos, es decir, que murió realmente.

4.      En la experiencia bíblica, el infierno aparece también como juicio de Dios para los malvados: En precipicio los colocas, a la ruina los empujas (Sal 73), el castigo del impío es fuego y gusanos (Eclo 7,17), el Señor omnipotente les dará el castigo en el día del juicio. Entregará sus cuerpos al fuego y a los gusanos, y gemirán en dolor eternamente (Jdt 16,17). Con incineración o enterramiento, con fuego o con gusanos, el fin del impío es la muerte: los impíos con las manos y las palabras llaman a la muerte (Sb 1,16), su esperanza se desvanece como el humo con el viento (5,9-14). Sin embargo, el fin del justo es la vida: la justicia es inmortal (1,15), los justos viven eternamente (5,15), no me entregarás a la muerte, ...me colmarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha  (Sal 16). En  lenguaje apocalíptico, se dice que unos despertarán para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno (Dn 12,2).

5.      El Antiguo Testamento recoge dos experiencias terribles como símbolo de la suerte que puede caer sobre el malvado: la lluvia de fuego y azufre sobre Sodoma y Gomorra (Gn 19,24) y la desolación de Tofet, en el valle de la Gehenna, lugar de placer que acabó convirtiéndose en lugar de horror: Y al salir verán los cadáveres de los que se rebelaron contra mí; su gusano no muere, su fuego no se apaga, y serán el horror de todo el mundo (Is 66,24). No se habla de vivos que sufren, sino de cadáveres que se corrompen o se queman. Es el juicio de Jerusalén, que será terrible para quienes viven apegados a prácticas paganas. También lo será para el imperio agresor (Asiria, hacia 701) que terminará en el quemadero, en Tofet, allí donde los paganos sacrificaban a sus hijos: Que está preparada hace tiempo en Tofet, está dispuesta, ancha y profunda, una pira con leña abundante: y el soplo del Señor, como torrente de azufre, le prenderá fuego (30,33). La Gehenna (del hebreo ge-Hinnon, valle de Hinnon) es un valle al sur de Jerusalén, al que se llega por la Puerta de la Basura, lugar maldito desde la época en que se ofrecían sacrificios de niños (Jr 19,4-6;2 R 23,10). En él se quemaban cadáveres y basuras.

6.      En el Evangelio, Jesús emplea la imagen de la Gehenna y llama a la conversión. Se requiere un esfuerzo, tomar medidas drásticas, si es preciso: Si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga (Mc 9,47), no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna (Mt 10,28). Como anuncia Juan el Bautista, hay que dar fruto de conversión, todo árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego, el que viene detrás bautizará con espíritu santo y fuego (3,8-11). Es decir, quien no se bautice con espíritu santo, se bautizará con fuego. El fuego es símbolo del juicio de Dios. El juicio está cerca y lo hace el Señor: en su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era; recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga (3,12). Los falsos profetas tendrán el mismo final (7,19).

7.      En la parábola de la cizaña, el hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego (13,41-42); el hijo del hombre, como juez de las naciones, pronunciará la maldición a quienes rechazaron a los enviados del Evangelio: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno (25,41). A las vírgenes necias les dirá el Señor: No os conozco (25,12). El siervo inútil, que no ha querido negociar con el talento recibido, será echado a las tinieblas de fuera (25,30). En la parábola del hombre rico y del hombre pobre, el pobre (al morir) es llevado por los ángeles al seno de Abraham; sin embargo, el rico es sepultado en el infierno (hades) y vive entre tormentos (Lc 16,22-23).

8.      Todas estas expresiones son imágenes y, por tanto, no se pueden tomar al pie de la letra. Sirven para expresar el horror de perder el sentido de la propia existencia, la vida que anuncia Jesús, la vida que no acaba. Con gran libertad, Jesús usa también otras palabras para expresar lo mismo: perder la vida (Mc 8,35), no ser conocido (Mt 7,23),  llanto y rechinar de dientes  (22,13), castigo eterno (Mt 25,46).

9.      Según el teólogo alemán Karl Rahner, el hombre “debe contar con la posibilidad de una perdición definitiva”, pues “de otro modo no se daría ya la seriedad de una historia libre”. Ahora bien, esa posibilidad “se halla en un plano subordinado junto a la doctrina de que el mundo y la historia universal en su conjunto desemboca de hecho en la vida eterna de Dios” (Curso fundamental sobre la fe, Ed. Herder, Barcelona, 1978, 509).

10.  En realidad, no es el juicio de Dios lo que hace al hombre inocente o culpable.  El juicio denuncia, pero no constituye esa situación: Dios no mandó a su hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en El no es juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas (Jn 3,17-19). El juicio de Dios pone en plena luz lo que acontece ahora en el secreto de los corazones.

11.  Por encima de todo, el plan de Dios es la salvación de todos los hombres: Dios quiere que todos los hombres se salven (1 Tm 2,4), no me complazco en la muerte del malvado, sino en que el malvado se convierta de su mala conducta y viva (Ez 33,11), no os busquéis la muerte con los extravíos de vuestra vida, no os atraigáis la ruina con las obras de vuestras manos; que no fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes (Sb 1,12-14). Como el mal, el infierno es obra del hombre, no de Dios.

12.  Jesús habla del infierno como de un poder que despliega su acción en el presente, el poder del príncipe de este mundo (Jn 14,30), el adversario, Satán. Se ha formulado así en el Catecismo holandés: “Es la fuerza que se cruza en nuestro camino, el adversario. Pero no en el mismo pie de igualdad con Dios, pues ni es perfecto, ni tan poderoso como Dios, como dice expresamente la Biblia. Es la escalofriante maldad que vemos realizarse en la humanidad y que frecuentemente sobrepasa tanto la maldad del individuo particular que nos obliga a preguntarnos: ¿Qué poder se desencadena aquí? ¿Es un poder meramente humano?” (Herder, Barcelona, 1969, 461).

13.  El autor del Apocalipsis ve en el cielo una señal de lo que está pasando en la tierra: la Mujer está amenazada por el Dragón, se libra una dura batalla entre el Bien y el Mal (Ap 12,1-12). Esto se suele olvidar. Sin embargo, la experiencia de cada día nos depara situaciones infernales en el plano familiar, social, político o religioso. Además, nuestra historia contemporánea sabe de hombres animados por una voluntad realmente satánica, hombres que no dudan en levantar sus vidas sobre los despojos de sus semejantes.

14.  El infierno no es un lugar, sino un estado. El Catecismo de la Iglesia Católica define el infierno como el “estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados” (n. 1033). El estado de condenación supone la negación definitiva de la comunión con Dios, lo contrario de la vida eterna, la muerte eterna. Quien rompe con Dios rompe con la propia vida y con el propio futuro. La muerte es el final, no hay esperanza (Gn 3,19). San Pablo habla de ruina eterna, alejados de la presencia del Señor (2 Ts,1-9).  Desde el punto de vista de la relación con los otros, el infierno es la negación de la comunión, la incomunicación, la soledad, el llanto y el rechinar de dientes, el grito que no va dirigido a nadie, que se pierde en el vacío. Desde el punto de vista de su relación con el mundo, el condenado no puede prescindir de la nueva creación, pero no encuentra su sitio en ella: el  universo nuevo es para él un caos.

15.  De espaldas a Dios, a los demás y al mundo, el condenado viene a ser justamente lo contrario de lo que está llamado a ser. La vida queda sin sentido, sin razón de ser, sin esperanza. Es tan inútil como el árbol sin fruto, o la paja sin grano, algo que se echa al fuego, porque no sirve para nada. El evangelio de Jesús nos invita a hacer el bien, de modo que esa resurrección sea para nosotros de vida y no de condena (Jn 5,29). En el Apocalipsis se habla del lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda (Ap 21,8).

16.  El concilio Vaticano II nos invita, según el aviso del Señor, a velar constantemente “para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena (Hb 9,7), merezcamos entrar con El a las bodas y ser contados entre los elegidos (Mt 25,31-46), y no se nos mande, como a siervos malos y perezosos (Mt 25,26), ir al fuego eterno (Mt 25,41), a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes (Mt 22,13 y 25,30)” (LG 48). El concilio denuncia situaciones infernales, que están contra el plan de Dios: “Cuanto atenta contra la vida – homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado -; cuanto viola la integridad de la persona humana, como por ejemplo las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes: o las condiciones laborales degradantes” (GS 27).

17.  La conversión es necesaria. Es preciso cambiar, evitar situaciones infernales, para que nuestro mundo sea habitable, un jardín (Gn 2,8) según el proyecto de Dios, un mundo plenamente humano. El Dios vivo, que interviene en la historia, no se calla ante situaciones que claman al cielo y denuncia el templo como cueva de bandidos: He aquí que vosotros fiáis en palabras engañosas que de nada sirven para robar, matar, adulterar, jurar en falso... Luego venís y os paráis ante mi en esta Casa llamada por mi nombre y decís: ¡Estamos seguros!, para seguir haciendo todas esas abominaciones (Jr 7,8-11). La mayor responsabilidad la tienen los grandes de la tierra: Estad atentos los que gobernáis multitudes... porque un juicio implacable espera a los que están en lo alto; al pequeño, por piedad, se le perdona, pero los poderosos serán poderosamente examinados (Sb 6,2-6).

18.  De una forma especial, el poder del mal que está en acción en el mundo, se dirige contra los creyentes de todos los tiempos. Poderes bestiales se ceban en un tipo particular de hombres, los santos del Altísimo (Dn 7,18.25), aquellos que no se inclinan ante el poder de la bestia. Ellos reciben de parte de Dios un mensaje de esperanza: están llamados a juzgar la historia (7,9). El poder del infierno no prevalecerá contra la comunidad de discípulos (Mt 16,19). En medio de un mundo sometido a poderes bestiales que se imponen como señores absolutos (Mc 10,42), el evangelio de Jesús anuncia la liberación a los oprimidos, la buena nueva a los pobres (Lc 4,18).

19.  Las palabras de Jesús sobre el infierno no están ahí para que vivamos como esclavos del miedo, bajo la angustia y el terror. No son para asustarse, sino para convertirse. La experiencia presente de fe nos lleva, de suyo, a vivir en la confianza, como hijos de Dios: En esto ha llegado el amor a su plenitud en nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio (1 Jn 4,17). Algo parecido dice Jesús a Nicodemo: El que cree en él no es juzgado (Jn 3,18).

20.  Lo denuncia el teólogo suizo Hans Küng. En la historia de la Iglesia, “cualquier medio ha parecido bueno para salvarse a sí mismo y a otros del infierno”: “Conversiones forzadas, quema de herejes, progroms de judíos, manía de brujas, todo ello en nombre de la religión del amor, lo que ha costado millones de vidas humanas (sólo en Sevilla, en 40 años, fueron quemadas 4.000 personas). Verdaderamente, el día del juicio final, al conjuro de la secuencia Dies irae, dies illa, introducida en 1570 en la misa de difuntos por el papa Pío V, antiguo Gran Inquisidor romano, este día del juicio – digo – la Iglesia misma lo ha cumplido despiadadamente innumerables veces con pretendida autoridad antes de la aparición del juez universal”. En cuanto al control de natalidad, Pablo VI  mantuvo en su encíclica Humanae vitae (1968) la posición rigorista: en caso contrario, los papas Pío XI y Pío XII “habrían actuado con suma imprudencia condenando con la pena de castigos eternos miles y miles de actos humanos que ahora estarían permitidos” (¿Vida eterna? Ed. Cristiandad, Madrid, 1983, 220-221). Aunque estuvo a punto de hacerlo, Pablo VI no corrigió la posición de los papas anteriores y no pronunció la “palabra liberadora” (A.Luciani) que tantos esperaban.

21.  Por lo demás, cuando uno pregunta a Jesús si son pocos los que se salvan, responde de modo que no deja lugar para una falsa confianza: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán (Lc 13,24). Jesús llama a la conversión y a la vigilancia. En este sentido, el concilio de Florencia (1442) va más allá de lo que está escrito, cuando afirma que “nadie fuera de la Iglesia católica, sea pagano, judío, hereje o cismático, tiene parte en la vida eterna, sino que va al fuego eterno” (Dz 714). El concilio Vaticano II corrige (de hecho) el exceso precedente: “Pues quienes ignorando sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna” (LG 16).

22.  Una noche de otoño de 2001, Sheij Munir, imam de la mezquita de Madrid, tuvo un sueño: una cazuela llena de gusanos ardía sobre el fogón de su cocina y Serhane (llamado El Tunecino, uno de sus fieles) le ofrecía una cucharada. El sueño se produjo sólo unas horas después de que Serhane le abordara a la salida del templo y le hiciera una consulta que le inquietó: “Me apartó de la gente y me dijo si podía hacerme una pregunta: ¿Por qué los gobiernos de los países musulmanes son incrédulos? ¿Se les puede cambiar por la fuerza? Le contesté que el Corán prohíbe usar la fuerza contra nada y contra nadie. Se lo repetí varias veces para que le quedara muy claro”. Serhane, presunto cerebro del 11-M y uno de los siete terroristas que se suicidaron después en el piso de Leganés, no rebatió la respuesta. Pues bien, dice el imam: “Esa noche me desperté con la imagen de la cocina sucia y Serhane ofreciéndome aquellos gusanos en la cuchara. Y al día siguiente lo busqué y le relaté mi sueño. Le dije que limpiara la cocina, que limpiara su sueño. Que se apartara de aquel camino equivocado. Este sueño es un mensaje de Dios para ti, le insistí” (El País, 14-4-04).

* Diálogo sobre el mensaje del Evangelio a este respecto:

Dios quiere que todos los hombres se salven

es preciso cambiar

es preciso evitar situaciones infernales

hay que dar fruto de conversión

se puede perder el sentido de la propia existencia

se puede perder la vida que no acaba

esforzaos en entrar por la puerta estrecha