Cortesía de www.comayala.es
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

 

44-1. PURIFICACIÓN FINAL
 

  1. Durante siglos, el tema del purgatorio ha sido mal tratado. Necesita revisión. De entrada, surgen diversos interrogantes: ¿existe el purgatorio? ¿Qué dice la palabra de Dios? ¿Qué dice el Evangelio? ¿Se está pasando del purgatorio a la purificación? ¿Se produce esa purificación con la muerte? ¿Es un aspecto del juicio y del encuentro con Dios? ¿En qué medida la doctrina católica del purgatorio supone un problema ecuménico? ¿Conocemos ya ahora situaciones que necesitan purificación y son contrarias al reino de Dios?

  2. En el segundo libro de los Macabeos hay un pasaje clásico al respecto. En las túnicas de los soldados, que habían caído, se encuentran objetos consagrados a los ídolos, cuya posesión estaba severamente prohibida por la Ley: Fue entonces evidente para todos por qué motivo habían sucumbido aquellos hombres. Bendijeron, pues, todas las obras del Señor, juez justo, que manifiesta las cosas ocultas y pasaron a la súplica, rogando que quedara completamente borrado el pecado cometido. Es santo y piadoso orar por los difuntos (2 Mc 12,40-46). Se aconseja en el Eclesiástico: La gracia de tu dádiva llegue a todo viviente, ni siquiera a los muertos les rehúses tu gracia (Eclo 7,33).

  3. Jesús habla de un pecado que no se perdona ni en este mundo ni en el otro, la blasfemia contra el espíritu santo (Mt 12,32), luego (se deduce) hay pecados perdonables en el otro. Ante la tumba de Lázaro, Jesús ora y da gracias porque su amigo, a pesar de la muerte, vive (Jn 11,42). Ciertamente, es un ejemplo que se ha seguido poco. Lo que se suele hacer es otra cosa, orar por los difuntos. Jesús denuncia la oración de los letrados, que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones (Mc 12,40). En la segunda carta a Timoteo Pablo ruega por Onesíforo, que le ayudó en momentos difíciles y que, al parecer, le ha abandonado: Concédale el Señor encontrar misericordia aquel día (2 Tm 1,18). En la carta a los Romanos, la muerte tiene una función purificadora: El que muere, queda liberado del pecado (Rm 6,7); hay cosas cuyo fin es la muerte (6,22); la muerte da paso al rescate de nuestro cuerpo ( 8,23).

  4. Más que la duración de la purificación, importa la reconciliación de quien se encuentra con el rostro de llamas y los pies de fuego (Ap 1,14-15) de Cristo juez. La purificación es una dimensión del juicio. En la primera carta a los Corintios, Pablo dirige este aviso a quienes están al servicio del Evangelio: Mire cada cual cómo construye. Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, Jesucristo. Sobre ese cimiento edifican con oro, plata, piedras o con madera, heno o paja. Lo que ha hecho cada uno, saldrá a la luz; el día del juicio lo manifestará, porque ese día despuntará con fuego y el fuego pondrá a prueba la calidad de cada construcción: si la obra de uno resiste, recibirá su paga; si se quema, la perderá; él saldrá con vida, pero como quien pasa a través del fuego (1 Co 3,10-15).

  5. La tradición cristiana tiene muchos testimonios de oración por los difuntos. Por ejemplo, en el siglo III, el célebre epitafio de Abercio que termina así: “Quien comprende y está de acuerdo con estas cosas, ruegue por Abercio”. San Agustín escribe esta oración a propósito de la muerte de su madre: “Sanado ya mi corazón de aquella herida, derramo ante ti, Dios nuestro, otro género de lágrimas muy distintas por aquella tu sierva: las que brotan del espíritu conmovido a vista de los peligros que rodean a todo el que muere. Porque, aun cuando mi madre, vivificada en Cristo, vivió de tal modo que tu nombre es alabado por su fe y sus costumbres, no me atrevo a decir que no saliese de su boca palabra alguna contra tus mandamientos. Así pues, dejando a un lado sus buenas acciones, por las que te doy gracias, te pido ahora perdón por los pecados de mi madre... Descanse en paz con su marido. E inspira, Señor y Dios mío, a cuantos leyeren estas cosas, que se acuerden ante tu altar de Mónica, tu sierva, y de Patricio, en otro tiempo su esposo, por cuya carne me introdujiste en esta vida” (Confesiones IX,13).

  6. Veamos la experiencia de San Gregorio Magno, monje y papa (hacia 540-604). Había dos hermanos en el monasterio, Justo y Copioso. Enfermó gravemente el primero y le dijo al otro que conservaba oculta una cantidad de dinero. El enfermo murió y fue enterrado con su dinero, mientras los monjes decían: Vete con tu dinero a la perdición (Hch 8,20). “A los treinta días de la muerte, comenzó mi alma - dice Gregorio – a sufrir con el difunto, a pensar con dolor en sus padecimientos y a buscar modos de liberarle de ellos, si era posible. Entonces, llamando a Precioso, prepósito de nuestro monasterio, le dije: Hace mucho tiempo que nuestro hermano difunto es atormentado en el fuego. Debemos emplear la caridad y ayudarle en lo posible y que se vea libre. Vete y cuídate de ofrecer por él el sacrificio (de la misa) durante treinta días sucesivos, de suerte que no pase día sin que sea inmolada la hostia saludable por su liberación. Precioso marchó y obedeció. Nosotros nos dedicamos a otras ocupaciones, sin cuidarnos de contar los días. Pero el monje muerto se apareció una noche a su hermano Copioso. Al verle le preguntó: ¿Cómo estás, hermano? Le respondió: Hasta ahora estuve mal, pero ahora estoy ya bien, porque hoy recibí la comunión (la unión con los demás). Copioso corrió  a contárselo a los demás. Los hermanos contaron los días cuidadosamente, y aquél era el día en que se había ofrecido por él la trigésima misa” (Diálogos, IV,55).

  7. La doctrina católica del purgatorio ha supuesto un problema ecuménico entre las distintas confesiones cristianas. En la Edad Media, pareciendo a los occidentales (latinos) que el pensamiento de los orientales (griegos) sobre el purgatorio era menos preciso que el suyo, les pidieron que suscribiesen una formulación clara en este punto. Así lo hace, a través de sus legados, el emperador de Constantinopla Miguel Paleólogo en el II concilio de Lyón (1274): “Si verdaderamente arrepentidos, murieron en la caridad antes de haber satisfecho con dignos frutos de penitencia por lo que cometieron u omitieron, sus almas son purificadas después con penas purgatorias” (Dz 464). Lo mismo se hace en el decreto de unión del concilio de Florencia (1445): “Los griegos tropezaban con la idea de los latinos sobre un fuego purificatorio, sobre todo porque ni la Escritura ni los padres saben nada sobre ello. En el decreto de unión se eludió toda definición precisa, limitándose a afirmar que, después de la muerte, las almas en cuestión tendrían que someterse a penas de purificación” (H.Jedin, Manual de Historia de la Iglesia, IV, Herder, Barcelona, 1973, 744).

  8. Desde que en 1506 se empezó a construir la nueva basílica de San Pedro, se invitó a los fieles de todos los países a contribuir a sufragar los gastos, concediendo indulgencias a los que aportaran una cantidad, cuyo importe se dejaba a su criterio. Incluso se nombraron predicadores especiales. Los abusos cometidos en la práctica de las indulgencias provocaron la reacción protestante. Veamos la posición de Lutero: “En relación con el purgatorio se ha establecido un tráfico a base de misas de difuntos, de vigilias, cabos de semana, mes y año... y todo, hasta el extremo de que prácticamente la misa sólo se utiliza para los difuntos, cuando en realidad Cristo instituyó el sacramento para los vivos”, “San Agustín no afirma la existencia de un purgatorio, ni registra pasaje alguno de la Escritura que le obligue a admitirlo”, “y llegamos a las dichosas indulgencias, logradas al mismo tiempo para los vivos y los difuntos (claro que siempre con el dinero de por medio” (Los artículos de Schmalkalda), “en otros tiempos las penas canónicas se imponían no después, sino antes de la absolución, para excitar la contrición verdadera” (Tesis 12).

  9. Frente a la reacción protestante el concilio de Trento (1563) enseña “que el purgatorio existe y que las almas allí detenidas reciben ayuda de los sufragios  de los fieles y sobre todo del valioso sacrificio del altar” (Dz 983). En el Catecismo de la Iglesia Católica se pasa discretamente del purgatorio a la purificación: “La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados” (n. 1031).

  10. Como se hace actualmente, parece necesario destacar la función purificadora de la muerte y del encuentro con Dios, que juzga y salva, es Dios de vivos y no de muertos: “La purificación viene por la muerte”, “no debemos independizarla ni hacer de ella una postrimería aparte. Sobre todo porque la Sagrada Escritura apenas habla de ella”, “los protestantes no practican esta oración expresa por los difuntos. La esperanza viva de que el muerto está en Dios, ocupa en ellos el lugar de nuestra oración. La diferencia no es en el fondo tan grande como pudiera parecer. No rezan nominalmente por los difuntos, pero acompañan su sepelio con oraciones” (Catecismo Holandés, Herder, Barcelona, 1969, 456-457). Según ellos, “el don salvífico de Dios es total y no parcial. En la muerte se realiza el juicio de una forma completa. Quien ha muerto, está justificado del pecado (Rm 6,7)” (M.Schmaus, El credo de la Iglesia católica, II, Rialp, Madrid, 1970, 975). “El paso por la muerte a la vida de la resurrección es una purificación, un despojarse dolorosamente de todo lo que es contrario a Dios” (Nuevo libro de la fe cristiana, Herder, Barcelona, 1971, 590). “La purificación es el encuentro con Dios, en cuanto que tal encuentro juzga y acrisola al hombre, pero también lo libera e ilumina, lo salva y perfecciona” (H.Küng, ¿Vida eterna? Cristiandad, Madrid, 1983, 235). “Dios mismo, el encuentro con él, es el purgatorio. De donde se deduce que no es menester recurrir a ningún lugar, a ningún tiempo, a ningún acontecimiento especial para comprender lo que significa purgatorio” (G. Greshake, Maguncia, 1976).

* Diálogo: Sobre lo que nos parece más importante