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42. LAS SEÑALES DEL FIN
 

1.      En cada generación las preguntas se repiten: ¿cuándo? ¿cómo? ¿dónde? Sabemos interpretar el aspecto del cielo: Va a hacer bueno, va a hacer malo. Pero ¿sabemos interpretar las señales de los tiempos? (Mt 16,3-4), ¿sabemos interpretar las señales del fin? De suyo, las señales del fin indican que el fin está cerca. Sin embargo, la dimensión última o escatológica (ésjaton significa límite, fin) ha sido desplazada al final de la historia, cuando es una dimensión del tiempo presente: lo que ha de venir, lo nuevo, lo definitivo. ¿Qué dijo Jesús al respecto? ¿Supo ver las señales de su propio fin? ¿Supo ver el fin de aquella generación, de aquella sociedad, de aquel templo? 

2.      De diversas maneras, Jesús tiene presente su propio fin. Tras curar en sábado al hombre de la mano seca, los fariseos y los herodianos ya planean cómo acabar con él (Mc 3,6). En otra ocasión, unos fariseos le dicen: Sal y vete de aquí, porque Herodes (Antipas) quiere matarte. Jesús responde con decisión y firmeza: Id y decid a ese zorro: Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado. Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén (Lc 13,31-33). Finalmente, ahí está el triple anuncio de su muerte violenta (Mt 16,17,20). Sabe dónde y quiénes le matarán: Mirad que subimos a Jerusalén y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles para burlarse de él, azotarle y crucificarle (Mt 20,17-19).

3.       El conflicto de Jesús con los jefes religiosos de su pueblo se agrava definitivamente: el templo es denunciado como cueva de bandidos (Mt 21);  los escribas y fariseos, hipócritas, se han sentado en la cátedra de Moisés (Mt 23). Sin embargo, los discípulos se dejan impresionar por la construcción imponente del templo, obra de Herodes el Grande, dictador sanguinario, aliado de Roma. Según el historiador judío Flavio Josefo, el templo estaba “cubierto por todas partes con espesas placas de oro”, “donde no estaba cubierto de oro lo estaba de mármol blanquísimo” (Guerra judía V, 222-224). Pues bien, Jesús anuncia el fin del templo, símbolo nacional: No quedará piedra sobre piedra (Mt 24,2).

4.       Sentado luego en el monte de los Olivos, se le acercan los discípulos y le dicen: Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo (24,3). Tres cuestiones de una vez: la destrucción del templo, la venida de Jesús como Señor (el día del Hijo del hombre), el fin del mundo. En el evangelio de San Marcos se dice de una forma más simple: Dinos cuándo sucederá eso, y cual será la señal de que todas estas cosas están para cumplirse (Mc 13,2).

5.      ¡Abrid vuestros ojos a las señales del fin!, dice Jesús. Vosotros mismos podéis encontrar la respuesta: De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todo esto, sabed que El está cerca, a las puertas. Yo os aseguro, que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (24,32-35). En el evangelio de San Lucas se dice así: Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el reino de Dios está cerca (Lc 21,31). En realidad, el reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: Vedlo aquí o allá, porque el reino de Dios está dentro de vosotros (Lc 17,20-21). Jesús lo anuncia por todas partes: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca (Mc 1,15).

6.      El pueblo estaba a la espera (Lc 3,15). En el Antiguo Testamento se espera el día del Señor, día de juicio en que se condenarán las injusticias sociales y la falsa piedad. Ese día se manifestará el reino de Dios sobre su pueblo, sobre los pueblos, sobre el mundo. Se espera un nuevo estado de cosas donde triunfe el derecho, la justicia, la paz. El siervo del Señor anunciará la justicia a las naciones: No desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho y su instrucción atenderán las islas (Is 42,4). El reino de Dios se manifestará sobre las ruinas de los imperios humanos (Dn 7). La buena nueva que espera el pueblo creyente es ésta: ¡Dios reina! (Is 52,7). La espera puede tener un sentido nacionalista, como sucede a los caminantes de Emaús tras la muerte de Jesús: Nosotros esperábamos que sería él quien fuera a liberar a Israel (Lc 24,21). Lo mismo esperan los demás discípulos, cuando preguntan al Señor resucitado: ¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? Responde Jesús: A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del espíritu santo y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra (Hch 1,6-8). El reino de Dios es universal. 

7.       En la respuesta de Jesús sobre el futuro que viene todo está misteriosamente relacionado: la crisis final que se está gestando, el día del Hijo del hombre, la llegada del reino de Dios. El reino de Dios  que viene con poder (Mc 9,1) es el reino del Hijo del hombre que viene en la gloria de su Padre (Mt 16,27-28) y se sienta en su trono de gloria para juzgar a las doce tribus de Israel (19,28). Eso sí, después de padecer mucho y ser reprobado por esta generación (Lc 17,25), por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día (9,22).

8.       En general, la generación de Jesús rechaza el Evangelio y el juicio que recibe es severo: Vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: Tiene un demonio. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: Ahí tenéis un comilón y un borracho (Mt 11,18-19). Es una generación malvada y adúltera (12,39): Los ninivitas se levantarán en el juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás.  La reina del Mediodía se levantará en el juicio con esta generación y la condenará; porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón (12,41-42). A esta generación se pedirá cuenta de la sangre de los profetas (23,33-36).

9.       En la respuesta de Jesús hay una advertencia, una llamada al discernimiento para no dejarse engañar: Mirad que no os engañe nadie. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: Yo soy el Cristo, y engañarán a muchos (Mt 24,4-5), entonces, si alguno os dice: Mirad, el Cristo está aquí o ahí, no lo creáis. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán grandes señales y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, a los elegidos. ¡Mirad que os lo he predicho! (24,23-25;ver 2 Ts 2,1-3;1 Ts 4,15).

10.   Ahora bien, ¿cuáles son las señales del fin? El Evangelio indica unas señales que anuncian al mundo y al hombre su propio fin: la guerra, el hambre, la peste, la muerte. Junto a estos jinetes del Apocalipsis (Ap 6,3-8) que recorren la tierra, el futuro que viene es tiempo de lucha, de tribulación, de persecución: Os entregarán a la tortura y os matarán, y seréis odiados de todas las naciones por causa de mi nombre (Mt 24,9). En medio de los horrores que en cada época señalan al hombre su propio fin, resuena la buena noticia de que, a pesar de todo, se impondrá la victoria de Dios: Se proclamará esta buena nueva del reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones (24,14). Las señales del fin son los dolores de parto (24,8) de un mundo nuevo que está naciendo: Cuando empiece a suceder todo esto, levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación (Lc 21,28). Al final, no está la nada, sino Dios, el Hijo del hombre. Dios hace con la historia lo que hizo con la vida de Jesús.

11.   Jesús se refiere a la historia en curso, la que vive su propia generación: Cuando veáis la abominación de la desolación, anunciada por el profeta Daniel, erigida en el lugar santo (el que lo lea que entienda), entonces los que están en Judea huyan a los montes, el que esté en el terrado, no baje a recoger las cosas de su casa, y el que esté en el campo, no regrese en busca de su manto ¡Ay de las que estén en cinta o criando en aquellos días! Orad para que vuestra huída no suceda en invierno ni en día de sábado. Porque habrá entonces una gran tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta el presente ni volverá a haberla. Y si aquellos días no se abreviasen, no se salvará nadie; pero en atención a los elegidos se abreviarán aquellos días (24,15-22).

12.   Para más detalles, leemos en el evangelio de San Lucas: Cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación (Lc 21,20). Al acercarse a la ciudad, el día de su entrada mesiánica, Jesús lloró por ella, diciendo: ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita (19,41-44).

13.   En los años 64-66 d.C., más de tres mil personas fueron crucificadas en Jerusalén  (F. Josefo, Guerra judía II, 284-308). La rebelión judía frente a la ocupación romana desemboca en el asedio y destrucción de Jerusalén por el ejército de Tito, el año 70. El templo fue reducido a cenizas y parte de la población murió de hambre o fue asesinada. Los primeros cristianos no hicieron la guerra, se refugiaron en Pella, al otro lado del Jordán. Sin duda, recordaron las impresionantes palabras de Jesús sobre la destrucción de Jerusalén y del templo.

14.   Con imágenes de los profetas, que anuncian el juicio de las naciones y de Jerusalén (Is 13,9-20;34,1-4;Zac 12,10-12), se describe la conmoción de los cimientos: Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, y las fuerzas de los cielos serán sacudidas (24,29). Se hunde el mundo, pero la última palabra no es la nada. La tiene el Hijo del hombre: Entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria (24,30). En su proceso, le dijo Jesús a Caifás: A partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y venir sobre las nubes del cielo (26,64).

15.   Con su muerte violenta, Jesús pasa de este mundo al Padre (Jn 13,1), pero no abandona nuestro mundo, sino que de un modo nuevo se hace presente en él. Se dice en el evangelio de San Juan: Me voy y volveré a vosotros (Jn 14,28), dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis (14,19). La venida del Hijo del hombre no será un acontecimiento más, situado en un lugar concreto. Será como el relámpago que sale por oriente y brilla hasta occidente (Mt 24,27). Será visto desde todas partes. Será suficientemente claro para que no haya duda. Pero ¿dónde será? Donde esté el cadáver, allí se juntarán los buitres (24,28).

16.   Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada: ni los ángeles del cielo ni el hijo, sino sólo el padre (24,36). Por tanto, es preciso estar vigilantes. La generación de Jesús se parece a la de Noé: vive de espaldas al diluvio que viene (24,37-39). Se parece también a la de Lot: vive de espaldas al fuego que acecha (Lc 17,28-29). Las palabras de Jesús son dichas a una generación, a la suya,  pero valen para todas.

17.   El fin es personal e intransferible, algo que afecta a cada uno y puede llegar en cualquier momento: Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado;  dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada (Mt 24,40-41).

18.   Por tanto, hemos de estar preparados. El fin puede llegar de improviso, como el ladrón que asalta la casa, cuando el dueño duerme profundamente: Si el dueño de la casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre (24,43-44). El fin puede alcanzarnos como la muerte al rico necio de la parábola. Pensaba asegurarse largos años de buena vida tras una gran cosecha, pero Dios puso fin a sus cálculos: Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será? Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios (Lc 12,16-21).

19.   Pedro tiene una duda y le pregunta al Señor: ¿Dices esta parábola para nosotros o para todos? (12,41). Para vosotros también, dice el Señor con otra parábola: ¿Quién es el siervo fiel y prudente, a quien el señor ha puesto al frente de su servidumbre para darles la comida a su tiempo? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. Yo os aseguro que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si el mal siervo aquel se dice en su corazón: Mi señor tarda, y se pone a golpear a sus compañeros y come y bebe con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los hipócritas; allí será el llanto y el rechinar de dientes (Mt 24,45-51).  

20.   A la luz del futuro de Dios, existe una tensión entre el ya y el todavía no. La plenitud de los tiempos ha llegado (1 Co 10,11) y el reino de Dios se anticipa realmente entre nosotros (LG 48), irrumpe en la historia. Como discípulos,  somos testigos de esa universal manifestación de Dios: ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! (Lc 10,23). Sin embargo, aún no se ha manifestado lo que seremos (1 Jn 3,2). Además, como dice el Concilio, “ignoramos el tiempo en que se consumará la tierra y la humanidad. Tampoco conocemos el modo como se transformará el universo. La figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya dicha es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que brotan en el corazón humano” (GS 39).

21.   La fe cristiana no puede utilizarse como pretexto para desentenderse de los problemas actuales del mundo. Ni compromiso sin fe ni fe sin compromiso. Dice el Concilio: “Se equivocan los cristianos que, bajo pretexto de que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno” (GS 43).

·         Para la reflexión personal y de grupo:

-  la dimensión última se ha desplazado al final de la historia

-  sin embargo, es una dimensión del tiempo presente

-  hay falsos cristos y falsos profetas

-  percibimos en nuestra generación las señales del fin

-  la guerra, el hambre, la peste, la muerte, la conmoción de los cimientos

-  es tiempo de lucha, de tribulación, de persecución

-  el fin es personal e intransferible

-  a pesar de todo, al final está Dios, el Hijo del hombre

-  un mundo nuevo está naciendo, entre dolores de parto

-  hemos de estar vigilantes, no sabemos el día ni la hora

-  percibimos ya la universal manifestación de Dios

-  aún no se ha manifestado lo que seremos

-  ni compromiso sin fe ni fe sin compromiso