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34. OPERACIÓN MOISÉS


1.    
  No es fácil comprender y actualizar la operación Moisés. El empeño tiene sus dificultades. Es preciso separar la historia de la leyenda. Es en la historia donde escuchamos la palabra de Dios que abre un camino de liberación, que genera alianza con Dios y entre los hombres, que ofrece una orientación a la existencia humana, que crea comunidad.

2.       En primer lugar, situamos a Moisés en la historia del pueblo de Israel. El judío recuerda así los comienzos: Mi padre era un arameo errante: bajó a Egipto y residió allí con unos pocos hombres, pero allí se hizo un pueblo grande, fuerte y numeroso (Dt 26,5). Cuando nace Moisés, los israelitas están sometidos a dura esclavitud: Les impusieron capataces para aplastarlos bajo el peso de duros trabajos, y así edificaron para el faraón las ciudades granero Pitón y Ramsés (Ex 1,11). Además, el faraón (quizá Ramsés II, 1290-1224 a. C.) dio una orden brutal contra el crecimiento del pueblo hebreo: Todo niño que nazca lo echaréis al río (1,22). Abandonado a la orilla del Nilo, Moisés fue salvado por la hija del faraón, que lo adoptó como hijo, diciendo: De las aguas lo he sacado (2,10).

3.       Las circunstancias le llevaban a Moisés a olvidar sus raíces y a convertirse en un hombre de la clase faraónica dominante. Pero siendo ya mayor, fue a visitar a sus hermanos y comprobó sus penosos trabajos (2,11). Un día mató a un egipcio (quizá un capataz) que maltrataba a un hebreo. En una tumba excavada en el Valle de los Reyes (Tebas) una antigua pintura muestra los trabajos de construcción promovidos en vida por el muerto, un alto dignatario. Los trabajos son forzados. “El palo está en mi mano, dice un capataz según aparece en escritura jeroglífica, ¡No seáis holgazanes!”. Huyendo de un seguro castigo, Moisés se fue a vivir al país de Madián (2,15). Sentado junto a un pozo, se encontró con las hijas del sacerdote Jetró, que iban a abrevar las ovejas. Molestadas por unos pastores, Moisés salió en su defensa. Jetró le ofreció trabajar como pastor y le dio a su hija Séfora por esposa (2,21).

4.       En cierta ocasión, Moisés llevó el rebaño trashumando por el desierto hasta llegar al Horeb, el monte de Dios (3,1). Allí tiene la experiencia de fe que le cambia la vida: Vio que una zarza ardía sin apagarse (3,2). Le sirvió de señal, como su propio fuego interior, como la comezón que le quemaba dentro, como la palabra de Dios que estaba escuchando: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído el clamor que le arrancan sus opresores y conozco sus angustias. Voy a bajar para librarlo del poder de los egipcios. Lo sacaré de este país y lo llevaré a una tierra nueva y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel. Es una palabra de liberación, con la toma de conciencia viene la misión: Yo te envío al faraón para que saques a mi pueblo, los israelitas, de Egipto  (3,7-10). Es la experiencia profética: Surgió el profeta Elías como fuego, su palabra quemaba como antorcha (Eclo 48,1). Cuando Elías peregrina al monte de Dios (1 R 19, 8), lleva fuego en el corazón: Ardo en celo por la gloria de Dios, porque los israelitas han abandonado tu alianza (19, 14). Es la experiencia de Jeremías: Había en mi corazón algo así como fuego ardiente, (Jr 20,9).

5.       Ante la misión que se le encomienda, Moisés se defiende: ¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas?  Responde el Señor: Yo estaré contigo y esta será para ti la señal de que yo te envío. Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto daréis culto a Dios en este monte. Y también: Así dirás a los israelitas: El Señor, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación (Ex 3,12-15). Se ha especulado mucho sobre el nombre de Dios. Es todo más sencillo. Lo que aquí está en juego es la fórmula ordinaria de la alianza: el Señor está con su pueblo.

6.       La liberación de Egipto y el paso del mar Rojo son acontecimientos que no aparecen en los documentos egipcios de la época, tampoco las plagas, calamidades o desgracias vividas como castigo (7-12). Pero el éxodo se convierte en la profesión de fe de Israel: Dios dirige la historia. Dijo el Señor a Moisés: Di a los israelitas que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los israelitas entren en medio del mar a pie enjuto (14,15-16). Al parecer, cuando Napoleón se metió con su ejército en el extremo del mar Rojo, seco en parte a consecuencia del reflujo, la pleamar les sorprendió y las últimas secciones tuvieron que andar con agua hasta los sobacos. La diferencia de altura de las mareas en el Golfo de Suez (ahora está el canal) llegaba hasta 2’10 metros. Es posible que los israelitas escaparan, en el momento oportuno, por ahí. Habían acampado entre Migdol y el mar (14,2). Migdol significa torre, fortaleza; por tanto, es la fortaleza egipcia de vigilancia. Una densa nube facilitó la huida. Un fuerte viento del este, que sopló durante la noche, secó el lecho del mar que quedó a la vista. Los carros egipcios avanzaban con gran dificultad: Al rayar el alba, volvió el mar a su lecho, de modo que los egipcios, al querer huir, se vieron frente a las aguas (14,20-27).

7.       Para llegar a la tierra prometida (Canaán, Palestina) la ruta de los filisteos, que bordeaba la costa mediterránea, era el camino más corto, pero también el más vigilado con fortalezas y puestos de guardia. La ruta de las minas, que bordeaba la costa occidental del mar Rojo, era el camino más largo, pero también el más seguro. Además, Moisés ya conocía el camino de Madián. Pues bien, los israelitas dan un rodeo: Dios no los llevó por el camino de la tierra de los filisteos, aunque era más corto, pues se dijo Dios: No sea que, al verse atacado, se arrepienta el pueblo y se vuelva a Egipto. Hizo Dios dar un rodeo al pueblo por el camino del desierto del mar Rojo (13, 17-18). El faraón había dicho de los israelitas: Andan errantes por el país y el desierto les cierra el paso (14,3).

8.       La salida de Egipto es la primera etapa de un largo recorrido: desde Ramsés hasta el río Jordán (Nm 33,5-49; ver Dt 1,46). Una caravana formada por mucha gente con rebaños de ovejas y vacas no puede ir muy deprisa (Ex 12,38). Bordean el desierto, acampan donde hay agua, vuelven a la vida nómada total. Aprovechan recursos de la zona: las codornices y el maná (16,13-15). En Refidim no encuentran agua y murmuran contra Moisés: ¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed? Aquel lugar se llamó Massá y Meribá por la querella de los israelitas y por haber tentado a Dios diciendo: ¿Está el Señor entre nosotros o no? (17, 1-7). Otro problema: atacan los de Amalec (17,8).

9.      Jetró se enteró de lo que Dios había hecho en favor de Moisés y salió a su encuentro con Séfora y sus dos hijos (18,6). Reconoció que el Señor es más grande que todos los dioses. Al día siguiente, se sentó Moisés para juzgar los asuntos del pueblo. Estuvo desde la mañana hasta la noche. Jetró le dio el consejo de compartir su misión con hombres capaces: Te presentarán a ti los asuntos más graves y en los asuntos de menor importancia juzgarán ellos (18,22). Después Moisés despidió a su suegro, que se volvió a su tierra.

10.   Al tercer mes de la salida de Egipto, llegan al desierto del Sinaí y acampan frente al monte (19,2). Allí celebran la alianza de Dios con su pueblo: Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos. Los israelitas dijeron: Haremos todo cuanto ha dicho el Señor (19,4-8). La liturgia judía de la Pascua proclama el sentido actual del éxodo liberador: Aquel que esté oprimido, venga a celebrar la Pascua.

11.  El pueblo que Dios ha liberado no puede ser como los demás. Para su instrucción (24,4-12), por medio de Moisés, recibe las tablas de la Ley. El Decálogo es una catequesis fundamental, una orientación de la vida. Señala los límites fuera de los cuales no hay alianza ni con Dios ni con los hombres, es la posibilidad de participar en los caminos de Dios en su acción en el mundo, es la clave creyente de la aventura humana: No tendrás otros dioses, no tomarás el nombre del Señor tu Dios en falso, recuerda el día del sábado para santificarlo, honra a tu padre y a tu madre, no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio contra tu prójimo, no codiciarás los bienes ajenos (20,2-17). Ante la escena del becerro de oro, Moisés rompe las tablas de la ley (32, 19), para rehacerlas después (34,1).

12.   Por sus dificultades y carencias, el desierto es lugar de tentación. En el fondo, se pone a prueba la fe, si nos fiamos de Dios, si confiamos en su palabra (Dt 8,2). La situación dura del desierto revela lo que hay en el corazón del hombre. Pablo recuerda a la comunidad de Corinto que la experiencia del desierto deja al descubierto a un pueblo codicioso del mal, que no se fia de Dios. Ahí están los pecados del desierto: idolatría y fornicación, tentar a Dios, murmuración (1 Co 10,6-10). Se dice en el salmo 95: Cuarenta años me asqueó aquella generación y dije: Pueblo son de corazón torcido, que mis caminos no conocen.

13.   Israel permanece mucho tiempo en Cadés  (Dt 1,46), es una zona de oasis. Para llegar a Canaán, los israelitas tienen que pasar por Edom. Moisés envía mensajeros, pidiendo permiso de paso, pero se le niega; entonces da un rodeo (Nm 20,21). Envía mensajeros a Sijón, rey de los amorreos, pero niega el permiso y, además, ataca a Israel (Nm 21,24). Los israelitas se establecen en tierra de Moab y, engañados con malas artes, se ponen a fornicar con mujeres de la zona. Pinjás zanja el asunto de forma brutal: lanza en mano, sorprende a una pareja fornicando y atraviesa a los dos por el bajo vientre (25,1-8). A Pinjás se le alaba la acción, pero merece una severa corrección. 

14.   La salida de Egipto se produce en un contexto general de emigración, en el que puede ser situada. Durante el segundo milenio, las tribus nómadas del gran desierto oriental acechan el momento de asentarse sobre las tierras fértiles del país de Canaán. No es una invasión masiva, sino una infiltración más o menos continua, sin ningún plan establecido de antemano. Los emigrantes se establecen en el norte, en la alta Galilea, así como en las mesetas circundantes. Las fortalezas que rodean el centro del país, la rica llanura de Esdrelón, les impiden avanzar. El centro es una tierra protegida por todas partes: dos líneas de ciudades fortificadas por el norte y por el sur, el hondo valle del Jordán  por el este y las fortalezas egipcias del camino del mar por el oeste. A pesar de todo, la montaña de Efraín, en la parte central, sirve durante mucho tiempo de refugio a los habiru, antiguo nombre de los hebreos.   

15.   Moisés muere a las puertas de la tierra prometida. Se dirá en el libro del Deuteronomio: No ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés (Dt 34,10). Le sucede Josué, para que no quede la comunidad del Señor como ovejas sin pastor (Nm 27,17). Josué afronta el paso del Jordán. En realidad, la ocupación del país se limita a la parte central y se desarrolla de manera pacífica, con excepción de algunos conflictos locales. Los israelitas acampan en Guilgal, donde  celebran la pascua (Jos 3-5). La ciudad de Jericó no ofrece resistencia (6,1-16). Una parte del grupo que dirige Josué se instala en la montaña de Efraín. Poco a poco, el nombre de la montaña designa a los que la habitan. Se forma así la tribu de Efraín. Más abajo se establece la tribu de Benjamín. La asamblea de Siquén incluye un pacto entre distintas tribus, algunas de las cuales llevan mucho tiempo viviendo en el norte del país. A los delegados de las tribus del norte Josué anuncia todo lo que ha hecho el Señor por su pueblo (24,2-13), la maravillosa historia de Israel (Sal 105), les invita a dejar otros dioses y a convertirse al Señor. La respuesta es: Serviremos al Señor, nuestro Dios, y le obedeceremos (Jos 24, 24).

16.   En el actual conflicto palestino israelí conviene recordar lo que el rabino David Meyer escribe en Le Monde (9-1-2001). Afirma que en la tradición judía la idea de “tierra santa” o de “promesa incondicional” sobre la tierra de Israel no existe. Cita el siguiente pasaje: Ahora, pues, Israel, guarda las leyes y mandamientos que yo te inculco y ponlas por obra... Si degeneráis, si os hacéis un ídolo... desapareceréis rápidamente de ese país por cuya posesión vais a cruzar el Jordán (Dt 4,1-26). El rabino denuncia esa idolatría de la tierra de Israel, que se antepone al respeto de la vida humana. Es preciso relativizar el concepto de tierra prometida. Es una señal de nuestro tiempo: la tierra prometida es una tierra compartida por pueblos de diversa raza, cultura o religión, que saben convivir. En principio, cualquier tierra puede ser tierra prometida para quienes buscan la justicia y la paz.

17.   ¿Qué relación tiene la misión de Moisés con la misión de Jesús de Nazaret? En tiempo de Jesús, lo que debía ser tierra de libertad y de vida es tierra de opresión y de muerte. Incluso el templo corrompe su función y forma parte de un mundo injusto y opresor. Jesús, con la fuerza del Espíritu, comienza su misión en Galilea de los gentiles, cumpliéndose la palabra del profeta Isaías: El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz (Mt 4,16), porque donde hay opresión, hay palabra de liberación. Como aquel día, en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18).

18.   Con el Evangelio Jesús introduce una tensión que se expresa así: Habéis oído que se dijo... pues yo os digo... (Mt 5, 21-48). Ahora bien, el Decálogo no sólo es cumplido (5,18), sino también superado: No sólo no tendrás otros dioses, sino que buscarás por encima de todo el reino de Dios y su justicia (6,33), no sólo no jurarás en falso, tampoco en modo alguno (5,33-34), no sólo guardarás el sábado, sino que serás alimentado con el pan de vida (Jn 6,35-51), no sólo honrarás a tu padre y a tu madre, sino que aquellos que escuchan la palabra de Dios serán tu familia (Mc 3,31-35), no sólo no matarás, sino que amarás a tu enemigo (Mt 5,43-46), no sólo no cometerás adulterio, sino que serás fiel con todo el corazón (5,27-30), no sólo no robarás, sino que compartirás tus bienes (Lc 19,8-10), no sólo no darás falso testimonio contra tu prójimo, sino que disculparás y perdonarás (Mt 18,21-22).

19.  Se celebraba la fiesta de las tiendas. Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y los lleva aparte, a un monte alto. Mientras estaban orando, su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Las dos grandes figuras de Israel, Moisés y Elías, aparecen en gloria: Conversaban con él, hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén (Lc 9, 31). Jesús será entregado en manos de los hombres (Lc 9,44). Pedro se ofrece a cumplir la fiesta de las tiendas. Todavía estaba hablando, cuando una nube los cubrió con su sombra. De la nube salió una voz que decía: Este es mi hijo amado, en quien me complazco; escuchadle. La nube, señal de la presencia de Dios (Ex 24,16), ahora aparece sobre Jesús. Se cumple la palabra anunciada por Moisés: El Señor suscitará un profeta como yo, a quien escucharéis (Dt 18, 15). Es la confirmación de la misión de Jesús (Mt 3,17): Escuchadle.

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