Cortesía de www.comayala.es
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

 

33. EL DIOS DE ABRAHAM, DE ISAAC Y DE JACOB


1.
 La tradición de los patriarcas (Gn 12-36, 38 y 39) no es la biografía de los antepasados de Israel. En una época tan lejana no cabe hablar de historia en el sentido moderno de la palabra. Dejando a un lado elementos legendarios (25, 7), su género literario es la tradición cultual, la homilía, que revive el pasado en los acontecimientos del tiempo presente. De forma sencilla, estos antiguos relatos, que primero fueron orales y después fueron escritos, nos dicen quién es Dios, cómo actúa en la historia, qué espera de nosotros.

2. Conviene tenerlo en cuenta. Un largo proceso va de las tradiciones orales (hacia 1850-1300 a.C.) a la redacción final  (hacia 400 a.C.) de los primeros libros de la Biblia. En el siglo X antes de Cristo, un teólogo de Jerusalén (sur del país) ve en la monarquía de David el cumplimiento de las antiguas promesas. A Dios se le llama Yahvé, el Señor. Por ello, el redactor de estos primeros escritos es conocido como yavista. En el siglo VIII, tras la división del reino en dos (Israel, Judá), un teólogo del norte actualiza las antiguas tradiciones ante la tentación que supone el modo de vivir cananeo: como dioses, sin Dios. En principio, a Dios se le llama Elohim, Dios. Por ello, el redactor de estos textos es conocido como elohista. A finales del siglo VII la tradición deuteronomista quiere explicar cómo pudo ocurrir la caída de Samaría, capital del norte: el Deuteronomio es la respuesta. En el siglo VI, sacerdotes judíos desterrados en Babilonia interpretan a su vez las antiguas tradiciones para defender la identidad creyente en tierra extraña. Su obra se conoce como sacerdotal. Finalmente, después del destierro, un último redactor recoge los diversos textos y los reúne en los cinco libros (Pentateuco) que el judaísmo llama la Ley.

3. En el marco general de una humanidad dispersa (Gn 3-11), nos acercamos a los orígenes de Israel. Una emigración es el punto de partida de una inmensa aventura, no sólo del pueblo israelita, sino también de toda la humanidad que se irá sentando a la mesa de Abraham, de Isaac y de Jacob (Mt 8, 11). Entonces comienza algo nuevo. Queda atrás la pretensión original del hombre, con sus repercusiones en la familia, en el trabajo, en la muerte (Gn 3). Abraham escucha la palabra de Dios y establece una relación, una alianza con el Dios vivo que se manifiesta en la historia, una historia de  emigración: Sal de tu tierra, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra (Gn 12, 1-3; 15, 1-21).

4.  Al salir, Abraham deja atrás sus raíces, que entroncan con la humanidad dispersa de Babel, el nombre hebreo de Babilonia, ciudad símbolo, misterio de idolatría, incomunicación y dispersión (Gn 11). Abraham deja su tierra, su pueblo, su clan. Renuncia a las seguridades que estos le ofrecen, pero su salida supone una liberación  para dar comienzo a un pueblo nuevo, nacido de las manos de Dios. Como en un principio.

5. La figura de Abraham pertenece al marco de una historia conocida. Su nombre, sus movimientos, sus costumbres, su forma de vivir, lo sitúan en el contexto de las migraciones arameas de Mesopotamia, la tierra de Babel. Abraham sigue la ruta de las caravanas en busca de pastos para sus rebaños. Son tribus nómadas. Quieren quizá establecerse en tierras de cultivo. No saben leer ni escribir, pero transmiten de hijos a nietos la experiencia de los antepasados. Los relatos son fáciles de recordar, pues están unidos a lugares que la caravana encuentra en sus desplazamientos: el pozo, la encina, el monte, la estepa.

6. La tradición de Abraham recoge experiencias diversas. Abraham no tiene Biblia, escucha la palabra de Dios en las circunstancias ordinarias de la vida, Dios se le mete en todo. Por ejemplo, en el trabajo. Abraham y su sobrino Lot aumentan sus rebaños y tienen problemas de espacio hasta el extremo de tener que separarse: No haya disputas entre nosotros ni entre mis pastores y tus pastores, pues somos hermanos. ¿No tienes todo el país por delante? Pues bien, apártate de mi lado. Si tomas por la izquierda, yo iré por la derecha; y si tú por la derecha, yo por la izquierda (Gn 13, 8-9). Abraham le da a Lot la oportunidad de elegir la región que prefiera. Lot se queda con la parte mejor, la vega del Jordán, la tierra de Sodoma, fértil como el jardín de Dios, como el país regado por el Nilo. Abraham se queda con la tierra que él no eligió, pero  que Dios la eligió para él. Por cierto ¿estamos en la tierra que Dios eligió para nosotros?

7. El encuentro entre Abraham y Melquisedec tiene un profundo significado religioso de alcance ecuménico. Además, presenta un modelo de sacerdocio, que no es precisamente levítico. Melquisedec (rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo) percibe la acción de Dios a favor de Abraham. Le ofrece pan y vino como gesto de hospitalidad y le bendice diciendo: ¡Bendito sea Abraham del Dios Altísimo, creador del cielo y de la tierra, y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos! (14, 19). El  sacerdocio nuevo de Cristo según el orden de Melquisedec (Sal 110) tendrá en él su precedente:  No quisiste sacrificios ni holocaustos... Heme aquí que vengo para hacer tu voluntad (Hb 10,5-7).

8. En el encinar de Mambré, en lo más caluroso del día, Abraham está sentado delante de su tienda y ve a tres caminantes. Percibe en ellos la presencia del Señor y hace esta oración: No pases de largo cerca de tu servidor (Gn 18, 3). Ofrece una comida a sus invitados y conversa con ellos. El Señor dice su palabra: Volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un embarazo, para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo (18, 10). Los caminantes (ahora son dos) llegan a Sodoma. Lot los acoge en su casa, donde debían ser respetados. Los habitantes de Sodoma atentan contra ellos. La ciudad es totalmente destruida, pero Lot escapa de la catástrofe. La zona es de tipo volcánico. Los caminantes le dejaron este mensaje: No mires atrás ni te pares en toda la redonda. Escapa al monte (19, 17). La mujer de Lot miró hacia atrás y quedó convertida en estatua de sal (19, 26).

9. Veamos ahora un problema familiar. Abraham tuvo dos mujeres, la libre y la esclava, Sara y Agar. La palabra de Dios asume los deseos de Sara y Abraham debe hacer lo que dice su mujer: Despide a la esclava y a su hijo (21, 10). Lo sintió mucho Abraham, pero Dios le dijo: No lo sientas ni por el chico ni por la esclava. En todo lo que te dice Sara, hazle caso... también del hijo de la esclava haré una gran nación, por ser descendiente tuyo (21, 12-13).

10. En el pasaje del monte Moria Abraham aparece como modelo de creyente. Está dispuesto a sacrificar lo que más quiere, su propio hijo, si Dios se lo pide. Es sólo una prueba (22, 1-2). Abraham vio un carnero en la maleza... y lo sacrificó en lugar de su hijo (22,13). Aquel lugar no se le olvidará. Lo llamó: El Señor provee (22,14). Por su parte, el Señor confirma su promesa: Por haber hecho esto, por no haberme negado tu hijo, tu único, te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa (22, 16-17).

11. Las mediaciones de Dios son muy diversas. Abraham quiso buscar esposa para su hijo Isaac por medio de su criado entre las hijas de su propia tierra. El criado va a Mesopotamia y se encuentra con Rebeca junto al pozo. Precisamente, acababa de hacer una oración al Señor: Voy a quedarme parado junto a la fuente, mientras las muchachas de la ciudad salen a sacar agua. Ahora bien, la muchacha a quien yo diga: Inclina, por favor tu cántaro para que yo beba, y ella responda: Bebe, y también voy a abrevar tus camellos, esa sea la que tú tienes designada para tu siervo Isaac (24, 13-14). El criado dijo a Rebeca: Dame un poco de agua de tu cántaro. Ella le dio de beber. Y añadió: También para tus camellos voy a sacar, hasta que se hayan saciado (24,17-19). El criado empieza a verlo todo claro. La joven corre a anunciar a casa de su madre lo que acaba de vivir. La familia reacciona diciendo: Del Señor ha salido este asunto (24, 50). Le preguntan a la joven su opinión y ella dice: Me voy (24, 58). Y se puso en camino hacia la casa de Isaac, que la esperaba en su tierra.

12.  La visión de Jacob es un pasaje importante de su propia tradición. Jacob se detiene en un lugar (Betel, casa de Dios) donde se le hace de noche y coloca unas piedras para reposar su cabeza. Tiene un sueño. Jacob ve una escalera (quizá una torre escalonada, un templo) que une el cielo y la tierra, con mensajeros de Dios que suben y bajan. La comunicación procede de Dios, en lo alto, y llega hasta Jacob, en el suelo. Es la palabra de la promesa: Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra en la que estás acostado te la doy para ti y tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra (28, 13-14). El sueño de Jacob se cumple en Cristo, verdadero templo de Dios: Veréis el cielo abierto y a los ángeles del cielo subir y bajar sobre el hijo del hombre (Jn 1, 51;2, 21). En verdad, en él se bendicen todas las familias de la tierra (Sal 72, 17).

13.   El hecho de la muerte es alcanzado también por la palabra de Dios. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, dice Jesús, no es un Dios de muertos, sino de vivos, para él todos viven, son como ángeles, son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Los saduceos, miembros del alto clero, no creen que los muertos resuciten y ponen la objeción de la mujer que se casa siete veces: ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Responde Jesús: En la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven (Lc 20, 35-38).

14.   Los saduceos están en un error por no entender las Escrituras ni el poder de Dios (Mt 22, 29). Todo está en relación. Quien no percibe la acción de Dios, no entiende las Escrituras. Jesús remite a los saduceos a la vocación de Moisés, que escucha esta palabra de Dios: Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob (Ex 3, 6). Jesús asocia estrechamente el conocimiento del Dios vivo, Dios de vivos, y la certeza de la resurrección. La gente queda asombrada. No es sólo la inmortalidad del alma. Es una nueva creación: Ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios prepara a los que le aman (1 Co 2,9). Está escrito, los justos juzgarán a las naciones (Sb 3, 8), brillarán como estrellas por toda la eternidad (Dn 12, 3). Es decir, el Señor toma en sus manos nuestro destino (Sal 126) hasta el final.

15. Lo que importa no es la descendencia física, sino la fe y la conversión. Lo advierte Juan Bautista: No creáis que basta decir en vuestro interior: Tenemos por padre a Abraham, porque os digo que puede Dios de estas pìedras dar hijos a Abraham (Mt 3, 9). Algo semejante dice Jesús: Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham (Jn 8,39). Por su parte, Pablo afirma  que el pueblo de Abraham es el pueblo que nace de la fe: a fin de que la promesa quede asegurada para toda la posteridad, no tan sólo para los de la ley, sino también para los de la fe de Abraham, padre de todos nosotros, como dice la Escritura: Te he constituido padre de muchas naciones, padre nuestro delante de Aquel a quien creyó, de Dios que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean (Rm 4, 16-17).      

* Diálogo: ¿Nuestra experiencia coincide con la de Abraham, de Isaac y de Jacob?

-  pertenecemos a la humanidad dispersa

-  escuchamos la palabra de Dios en las circunstancias de la vida

-  dejamos nuestra tierra, nuestro pueblo

-  recibimos un pueblo,  una tierra, una promesa

-  entendemos las Escrituras y el poder de Dios

-  no es un Dios de muertos, sino de vivos