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30-7-1. EL VINO DE LA BODA


1. Jesús asiste a una boda en Caná de Galilea. Como es de suponer, la boda se celebra según las costumbres y ritos de la tradición judía (ver Gn 24 y Tb 7,9,10). Cierto tiempo después de los esponsales, se celebra la boda. En el mundo judío la boda era un asunto familiar y privado. No se celebra en la sinagoga, sino en casa. No obstante, como todo en Israel, tiene una dimensión religiosa. La celebración incluye oración y bendición. Pues bien, aquella boda tenía algo especial. Entre los invitados, familiares y amigos, se encuentra la madre de Jesús. Y fue invitado también Jesús con sus discípulos. No está solo Jesús, está con sus discípulos, en grupo, en comunidad.

2. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: No tienen vino. El vino es símbolo de fiesta (Is 25,6), de alegría (Sal 104,15), de amor. Dice la novia del Cantar de los Cantares: Mejores son que el vino tus amores (1,2); y también: Te daría a beber vino aromado (8,2). Además, el vino viejo es símbolo de la Ley y el vino nuevo, símbolo del Evangelio (Lc 5,39; ver Jn 15,1; Is 5,1-4;Jr 2,21). Se dice en la Escritura: Como la vid he hecho germinar la gracia, y mis flores son frutos de gloria y riqueza (Eclo 24,17;ver Jn 1,17). Fuera lo que fuera, en aquella boda faltaba algo importante. Se había acabado el vino: ¿Qué pudo suponer entonces? ¿Qué puede suponer ahora?

3. ¿Qué nos importa a mí y a tí, mujer? La respuesta de Jesús suele emplearse para rechazar una petición que se juzga inoportuna. La razón es ésta: Todavía no ha llegado mi hora. La novedad que trae Jesús tiene su momento, que él no quiere anticipar. Sin embargo, su madre sigue adelante y dice a los sirvientes: Haced lo que él os diga. Jesús puede resolver el problema, pero es fundamental que los sirvientes sigan cualquier indicación suya.

4. Estaban allí colocadas seis tinajas de piedra para la purificación de los judíos, de unos cien litros cada una. Las tinajas son, como la vieja tradición, prácticamente inamovibles: de piedra (ver Ez 36,26) y con capacidad de muchos litros cada una. Su finalidad: la purificación de los judíos. De nuevo, nos encontramos con un símbolo. La purificación es algo que domina la Ley antigua. La necesidad continua de purificación procede de la conciencia de impureza, de indignidad, creada por la misma Ley. Esta obsesión (enfermiza) con la indignidad del hombre explica la posición central que asumen las tinajas en la fiesta de la boda. Y, además, las tinajas están vacías. El aparatoso ritual, prescrito por la Ley, está vacío, no purifica, no sirve para unir al hombre con Dios.

5. Tal obsesión se encuentra, a veces, en la práctica de la confesión antes de la boda. En otros tiempos era increíble. Así, por ejemplo, la duodécima condición que el franciscano Alonso de Molina ponía a los indios antes de casarse era confesarse (en realidad, recibir la absolución "por si acaso"): "Por tanto, los que ahora os queréis casar, si por ventura algunos de vosotros estáis descomulgados, tenéis necesidad de que yo os absuelva primero. Y, así, os hincad ahora de rodillas y decid sendas veces la oración del padre nuestro mientras os absuelvo". El nuevo Ritual del Matrimonio (1990) recomienda a los novios que en la preparación reciban, si es necesario, el sacramento de la Penitencia (n.18).

6. Les dice Jesús: Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Al hacer llenar las tinajas indica Jesús que él ofrece la verdadera purificación, pero lo hace de otro modo, no con agua externa, que como la Ley se queda fuera, sino con vino que penetra dentro del hombre. Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala. En realidad, alguna responsabilidad tenía este hombre de que faltara vino. Sorprendido por la calidad del vino nuevo e ignorando su origen, se dirige al novio y le dice: Todos sirven primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora. El maestresala reconoce que ahora el vino es bueno, pero no lo relaciona con la presencia de Jesús; piensa que procede de la bodega del esposo y no entiende por qué no lo ha sacado antes.

7. Los discípulos perciben la señal, la primera que realiza Jesús: Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. La señal crea comunidad: sus discípulos vieron su gloria y creyeron en él. Estas palabras recuerdan mucho aquellas otras: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros y hemos visto su gloria (Jn 1,14). El relato, por tanto, no ha de tomarse por lo que parece a primera vista. Su verdadero sentido está más hondo. Podemos celebrar una boda con vino viejo, que quizá es escaso y se acaba en pleno banquete; podemos vernos remitidos a las tinajas de las purificaciones, que quizá están vacías y es preciso llenar de agua; finalmente, podemos ver la transformación del agua en vino, la purificación convertida en la fiesta del Evangelio. El relato parece ser una parábola en acción, señal y manifestación de la gloria de Jesús.

8. Esta primera señal anuncia la sustitución de las viejas instituciones, que resultan incompatibles con el Evangelio. Cuando los fariseos y los escribas le acosan porque sus discípulos no ayunan, les dice Jesús: ¿Podéis hacer acaso ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán (Lc 5,34-35). El Evangelio es un banquete de bodas y no lo entienden los aguafiestas. Es un vestido nuevo, que no se puede utilizar para remendar el viejo. Es un vino nuevo, que revienta los pellejos viejos. Les dijo también: Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo; de otro modo, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el remiendo del nuevo. Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino nuevo reventaría los pellejos, el vino se derramaría, y los pellejos se echarían a perder; sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos (5,36-38). Lo que pasa es que el vino nuevo que ofrece Jesús no es del gusto de aquellos que están acostumbrados al vino añejo de la Ley. Les parece mejor el viejo (5,39), tiene más años, más solera.

9. Desde la novedad del Evangelio, los primeros cristianos se apartan de las viejas prácticas de los judíos. Dice el autor de la Carta a Diogneto, a mediados del siglo II: "No creo que tengas necesidad de que te informe yo sobre su escrúpulo respecto a las comidas, su superstición acerca de los sábados, su orgullo de la circuncisión, su simulación en ayunos y novilunios, cosas todas ridículas e indignas de consideración alguna...Y el estar en perpetuo acecho de los astros y de la luna para sus observaciones de meses y días y distribuir las disposiciones de Dios y los cambios de las estaciones conforme a sus propios impulsos, unas para fiestas y otras para duelos, ¿quién no lo tendrá antes por prueba de insensatez que de religión?" (4,1-6).

10. Por lo que al matrimonio se refiere, los primeros cristianos se casan como todo el mundo, pero "en el Señor" (1 Co 7,39), acogen la vida que nace y no adulteran: "Se casan como todos; como todos engendran hijos, pero no exponen los que les nacen. Ponen mesa común, pero no lecho" (A Diogneto 5,6-7). Tertuliano (hacia 160-220) proclama la gracia de casarse en el Señor: "¿Cómo podemos ser capaces de ensalzar la felicidad tan grande que tiene un matrimonio así; un matrimonio que la Iglesia une, que la oblación confirma, que la bendición marca, que los ángeles anuncian, que el Padre ratifica?" (Ad uxorem II 8,6.7.9). 11. Los primeros capítulos de San Juan (2,1-4,42) contienen cuatro relatos distintos (la conversión del agua en vino, la purificación del templo, los encuentros de Jesús con Nicodemo y con la samaritana), girando en torno a un tema común, que podría expresarse con palabras de San Pablo: Lo viejo ha pasado, lo nuevo ha comenzado (2 Co 5,17). Se anuncia el vino nuevo del Evangelio, un nuevo templo, un nuevo nacimiento, el agua viva y el culto nuevo en espíritu y verdad. La sustitución del viejo templo (u orden religioso) por uno nuevo es un hecho. Y tuvo (y tiene) un precio (Jn 2,21). Es preciso optar.