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25. MI PADRE, MI MADRE, MIS HERMANOS


1. Dice la Escritura que honrar padre y madre es un mandamiento que conduce a la felicidad y a la vida: Honra a tu padre y a tu madre... así se prolongarán tus días y serás feliz en la tierra que el Señor tu Dios te da (Dt 5,16). El amor a los padres fundamenta la casa de los hijos: La bendición del padre afianza la casa de los hijos, y la maldición de la madre destruye los cimientos... Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor (Eclo 3,8-13).

2. Jesús pide el cumplimiento del cuarto mandamiento, que en su época estaba siendo olvidado. Algunos fariseos y escribas, venidos de Jerusalén, acusan a Jesús de que sus discípulos quebrantan la tradición de los antepasados, pues no se lavan las manos antes de comer. El les responde: Y vosotros ¿por qué traspasáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición? Porque dijo Dios: Honra a tu padre y a tu madre, y el que maldiga a su padre o a su madre sea castigado con la muerte. Pero vosotros decís: El que diga a su padre o a su madre: Lo que de mí podrías recibir como ayuda es ofrenda, ése no tendrá que honrar a su padre y a su madre. Así habéis anulado la palabra de Dios por vuestra tradición. ¡Hipócritas! (Mt 15,1-8). En cuanto al precepto de lavarse las manos antes de comer, dice Jesús que es una tradición meramente humana: No es lo que entra por la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale del corazón (15,11.18).

3. Ahora bien, el Evangelio no defiende un paternalismo enfermizo, que sofoca la vida y el crecimiento del hijo, y le impide conquistar poco a poco su mayoría de edad, su libertad e independencia. Cuando Jesús, a los doce años, se desmarca de sus padres para aparecer al cabo de tres días en el templo, sentado entre los doctores, su madre le dice: ¿Por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando (Lc 2,48). Jesús da una respuesta que ellos no comprenden: Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi padre? (2,49).

4. Es el despertar de su vocación, pero también el proceso del muchacho que se despega de las faldas de su madre, según la psicología del desarrollo. Con el paso del tiempo, la formación de la personalidad del niño y de la niña discurre por caminos distintos: la identidad femenina surge de un proceso de identificación con la madre. Los niños, por el contrario, al definirse como varones, separan a las madres de sí mismos. La intimidad y la proximidad de la madre se vive como una especie de retroceso que resulta amenazante. La psicología conoce también los procesos de dejar al padre y a la madre, que se libran en profunda tensión y tenaz forcejeo.

5. El Catecismo de la Iglesia Católica comenta así el cuarto mandamiento: "se dirige expresamente a los hijos en sus relaciones con sus padres", pero también con los familiares, los maestros, los patronos, los jefes y los administran o gobiernan la patria (2199). Por tanto, más allá de su significado original, se utiliza el cuarto mandamiento en apoyo del orden social establecido.

6. El Catecismo suaviza bastante la tensión que el Evangelio introduce en la familia y en la sociedad. Además, no parece valorar la novedad que entraña (al respecto) la comunidad de discípulos. No obstante, dice lo siguiente: "Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla", "la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús" (2232), "pertenecer a la familia de Dios" (2233).

7. En la experiencia del Evangelio, la familia no es lo primero. Jesús pone la comunidad de discípulos por encima de la familia. Un día llegan su madre y sus hermanos. Le avisan: Oye, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan. Jesús responde: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mc 3,33-35). En otra ocasión, mientras Jesús enseñaba, levantó la voz una mujer y dijo: ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron! Pero él replicó: Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan (Lc 11, 27-28). El Evangelio introduce una tensión y, al propio tiempo, entraña una novedad. Por tanto, no sólo honrarás a tu padre y a tu madre, sino que los que escuchan la palabra de Dios serán tu familia.

8. En la misión de Jesús, María casi desaparece. San Mateo y San Lucas suavizan las tensiones entre madre e hijo y, también, con la familia. Al fin y al cabo, perciben que María ha acogido la Palabra desde el principio. San Marcos es más crítico. Dice que los parientes le van a buscar porque piensan que está fuera de sí (Mc 3,21). Y añade San Juan: Ni siquiera sus hermanos creían en él (Jn 7,5). La familia no entiende la misión de Jesús. Incluso su posición está cerca de los escribas, que afirman: Está endemoniado (Mc 3,22).

9. La llamada de Jesús sitúa al discípulo ante opciones radicales: por encima de los bienes, por encima de la familia, por encima de uno mismo. La conversión al Evangelio supone una lucha permanente y un continuo ejercicio de libertad: Si alguno viene junto a mí y no pospone a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío (Lc 14,26; ver Mt 10,37). Jesús es causa de disensión y señal de contradicción: No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él (Mt 10, 34-36). El discípulo de Jesús deja al propio padre (Mc 1, 20), lo deja todo, pero recibe el ciento por uno: casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones (Mc 10, 30). El discípulo no llama padre a nadie en la tierra, porque uno solo es nuestro padre (Mt 23, 9) y todos somos hermanos.

10. Ante la cruz de Jesús, los conocidos (en general) a distancia se quedan (Lc 23,49; ver Sal 38,12 y 31,12). Sin embargo, María aparece con el discípulo amado al pie de la cruz (Jn 19,25-26). Después, no aparece en ninguna experiencia de resurrección. Quizá el dolor de la muerte de Jesús le dificultara ver las señales de la resurrección. María está al pie de la cruz con el dolor de madre, tan único (Lam 1,12), como espada que atraviesa el alma (Lc 2,35). Jesús invita a María a vivir otra maternidad en la comunidad del discípulo amado, a dar un paso en la fe, a ser madre de otra forma, en una relación nueva, que no es biológica: Ahí tienes a tu hijo (Jn 19,26), un hijo que te nacerá no del vientre, sino del corazón. Finalmente, la madre de Jesús y sus hermanos aparecen en oración con los discípulos (Hch 1,14).

 

* Diálogo: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos