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20-7. ANTE LA TENTACIÓN Y EL MAL


1. La oración de Jesús concluye con esta petición: No nos dejes caer en la tentación (Lc 11,4). San Mateo añade a lo anterior: y líbranos del mal (Mt 6,13). ¿Qué es lo que pedimos con ello? ¿Se trata de una fórmula vacía de significado? ¿Es algo que se dice deprisa y por rutina? ¿Conocemos situaciones concretas en las que se hace necesario pedir luz y fuerza ante la tentación y el mal?

2. Quiérase o no, la existencia humana se encuentra en la encrucijada del bien y del mal, entre la gracia y la desgracia, en un campo de lucha. En ese combate, el ser humano se experimenta -según la Biblia- como ser de "carne", es decir, débil: Toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo...La hierba se seca, la flor se marchita, más la palabra de nuestro Dios permanece por siempre (Is 40,6-8). De una forma especial, la debilidad humana se palpa ante el hecho de la tentación, ante la presencia del mal. La oración de Jesús asume estas dos experiencias profundamente relacionadas.

3. La humanidad es tentada desde el principio. Según el Génesis, el plan de Dios es permanecer cerca del hombre, dialogar con él. Pero el hombre sospecha que no necesita de Dios para vivir, que Dios es envidioso, enemigo de su felicidad y de su vida: Se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal (Gn 3,5). Bajo la imagen del fruto prohibido, la tentación aparece apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría. La tentación aparece camuflada y necesita ser desenmascarada. Se pueden ver sus efectos en los diversos planos de la vida: familia, trabajo, política, religión. Así vino el mal al mundo, así sigue viniendo hoy. Si desapareciera de este mundo todo el mal introducido por el hombre, este mundo sería un jardín

4. También Jesús fue tentado. Frente a la tentación del pan, Jesús responde que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Frente a la tentación de la duda que exige un milagro aquí y ahora para seguir adelante, responde Jesús: No tentarás al Señor tu Dios. Frente a la tentación del poder que promete eficacias, pero que exige sumisiones, servilismos y adoraciones, Jesús responde que sólo ante Dios el hombre debe arrodillarse: Al Señor tu Dios adorarás y sólo a él darás culto.

5. El "desierto" es el lugar de la tentación. Más que un lugar geográfico, es una experiencia profunda, vivida allí donde el hombre experimenta las dificultades del éxodo, del proceso de liberación. Sin embargo, el desierto es también el lugar del encuentro del hombre con Dios. Mirando hacia atrás, podemos reconocer con asombro la acción de Dios ante la amenaza aniquiladora del desierto: No se gastó el vestido que llevabas ni se hincharon tus pies (Dt 8,4). Dios cuida de que su pueblo no desfallezca en el camino: le envía el maná, el alimento del desierto, abre caminos donde no existen. Lo dijo Abraham, padre de todos los creyentes: El Señor provee (Gn 22,14).

6. El desierto es un test que revela lo que hay en el corazón del hombre. Lo recuerda Pablo a la comunidad de Corinto: la experiencia del desierto dejó al descubierto a un pueblo codicioso del mal, que no se fía de Dios, que cae en diversos pecados: idolatría, fornicación, pretensión de tentar a Dios, murmuración. Todo ello fue escrito como aviso para nosotros: El que crea estar en pie, mire no caiga. Y contando con ésto: Fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas (1 Co 10,12-13).

7. Dios no tienta a nadie: Cada uno es tentado por su propio deseo que le arrastra y de seduce (St 1,14). Por ello, es preciso vigilar los movimientos del propio corazón, de donde salen las intenciones malas (Mc 7,21-22).También hay que velar por el cumplimiento de la propia misión, como el administrador fiel a quien el Señor ha puesto al frente de su servidumbre para darles la comida a su tiempo (Lc 14,42). Ante la muerte cercana, Jesús encuentra su último refugio en la oración del huerto. Es algo que los discípulos necesitan para poder resistir en medio de la persecución. Por ello les dice: Velad y orad, para que no caigáis en tentación (Mc 14,38). Por ellos ora al Padre en la última cena: No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del malo (Jn 17,15). Y les infunde confianza: ¡Animo, yo he vencido al mundo! (Jn 16,33). Los discípulos saben que Jesús es el más fuerte (Lc 11,22).

8. Es preciso velar, porque el adversario está en acción: arrebata la Palabra sembrada en el corazón (Mt 13,39), siembra la cizaña en el campo (Mt 13,25), es homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira (Jn 8,44), entra en el corazón de Judas (Jn 13,27), zarandea a los discípulos (Lc 22.31). Por ello nos advierte Pablo: No deis ocasión al diablo (Ef 4,27), ronda como león rugiente buscando a quien devorar (1 P 5,8).

9. Además, es preciso orar en la prueba (Sal 31), con propias palabras, con los salmos, como las primeras comunidades, teniendo como modelo la oración de Jesús: en ella encontramos un esquema para nuestras oraciones (Tertuliano), incluye todas nuestras peticiones y plegarias (Cipriano). En nuestro caso, el modelo es la última petición: No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Es importante tener en cuenta que en la oración de Jesús el creyente no está solo, está en medio de "nosotros", es decir, en una comunidad de hermanos.

10. El creyente sabe que sus propias fuerzas no bastan y que el mal le desborda. Como dice el concilio Vaticano II: "Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas" (GS 13). Por ello, el creyente recurre al Señor: Clamé al Señor en mi angustia, a mi Dios invoqué; y escuchó mi voz desde su templo (Sal 18,7), enséñame tus leyes (Sal 119,12), no dejes mi corazón inclinarse a la maldad (141,4), pon, Señor, en mi boca un centinela (141,3), encamíname en tu verdad (25,5), enséñame a cumplir tu voluntad (143,10), en espíritu generoso afiánzame (51,14), crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme (51,12), sondéame, Señor, ponme a prueba, pasa al crisol mi conciencia y mi corazón (Sal 26,2).

11. Las situaciones pueden ser muy diversas: encrucijadas en las que se juega el sentido de la vida, enfermedades, accidentes, muertes, injusticias, persecuciones, grandes engaños (falsos cristos y falsos profetas, Mc 13,12). Aunque la situación sea humanamente desesperada, el creyente se pone en manos de Dios: En ti, Señor, me refugio (Sal 7,12), a ti me acojo (Sal 7,2), en tus manos encomiendo mi espíritu (Sal 31,6), aguardo al Señor, esperando su Palabra (Sal 130,6), el auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. No deje él titubear tu pie...De día el sol no te hará daño, ni la luna de noche. Te guarda el Señor de todo mal, él guarda tu alma; el Señor guarda tus salidas y entradas, desde ahora y por siempre (Sal 121).

12. Los enemigos ponen trampas, como se hace con los animales siguiendo su pista: En el camino por donde voy me han escondido un lazo (Sal 142,4), sácame de la red que han tendido (31,5), han cavado una fosa para mi (35,7), líbrame, Señor, del hombre malo, del hombre violento guárdame, los que en su corazón maquinan males, y peleas albergan todo el día, aguzan su lengua igual que una serpiente, veneno de víbora hay bajo sus labios (140,2-4). El creyente, vigilando y orando, confía en el Señor: No le ha de sorprender el enemigo (89,23), el Señor me sostiene (Sal 3,6), el Señor me salva (Sal 55,17), él me dará cobijo en su cabaña en día de desdicha (Sal 27,5), los que en ti esperan, no quedan defraudados (Sal 25,3).

Diálogo: Sobre situaciones en las que oramos ante la tentación y el mal.