Cortesía de www.comayala.es
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

 

20-6. EL PERDÓN DE LAS OFENSAS

1. Siendo el amor el gran mandamiento (amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo), la oración de Jesús se ocupa también (sin ingenuidad, con realismo) de las rupturas de la comunión y, por tanto, de la necesidad del perdón. Y como el amor a Dios es inseparable del amor al prójimo, la reconciliación con Dios aparece vinculada a la reconciliación con el hermano: Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda (Mt 5,23-24). Por ello, Jesús nos invita a dirigirnos al Padre, diciendo: Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

2. El evangelio recoge la mejor tradición del Antiguo Testamento. Se dice en los salmos: Desiste de la cólera y abandona el enojo, no te acalores, que es peor; pon tu suerte en el Señor, confía en él, que él obrará (Sal 37,8,5). Y en el libro del Eclesiástico: Perdona a tu prójimo el agravio y, en cuanto lo pidas, te serán perdonados tus pecados (Eclo 28,2). En el libro de la Sabiduría se dice que el justo debe ser humano y que, al juzgar, ha de tener en cuenta la bondad de Dios y, al ser juzgado, ha de confiar en su misericordia (Sb 12,19.22).

3. El modelo está en Dios mismo que es amor y que perdona la ofensa: Como se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es su amor para quienes le temen; tan lejos como está el oriente del ocaso, aleja él de nosotros nuestras rebeldías (Sal 103,11-12). Por ello, podemos decir: Cantaré eternamente las misericordias del Señor (Sal 89,2). Como dice el apóstol San Juan: Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia (1 Jn 1,9). Lo que no vale es decir: "El Señor no lo ve, Dios no se entera": El que hizo el oído, ¿no va a oír? El que hizo el ojo, ¿no va a ver? El que corrige a las naciones, ¿no va a castigar? (Sal 94,7-10).

4. La confesión de la propia culpa y la petición de perdón dirigida a Dios aparecen frecuentemente en los salmos, sobre todo en los salmos penitenciales: Borra nuestros pecados, por causa de tu nombre (Sal 79,9); hemos pecado como nuestros padres (Sal 106,6); misericordia, Dios mío, por tu bondad (Sal 51,3); perdona mi culpa, porque es grande (25,11); Señor, no me reprendas con ira (6,2;38,2); si llevas cuenta de las ofensas, Señor, ¿quién podrá resistir? (130,3); de las faltas ocultas límpiame (19,13). Quien humildemente reconoce su culpa, obtiene el perdón de Dios: Mi pecado reconocí y no oculté mi culpa...Y tú absolviste mi culpa (32,5). El Señor es clemente y compasivo: No nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas (103,10; ver 65,4).

5. Los profetas asumen los salmos penitenciales. Saben que el pueblo va por mal camino y que se impone una confesión nacional (Sal 106). En su función de intercesores, también ellos componen cantos penitenciales: Esperábamos la luz y hubo tinieblas, la claridad y anduvimos en oscuridad. Palpamos la pared como los ciegos y como los que no tienen ojos vacilamos. Tropezamos al mediodía como si fuera al anochecer, y habitamos entre los vivos como los muertos (Is 59,9-10); caímos como la hoja todos nosotros, y nuestras culpas como el viento nos llevaron (64,5); esperábamos paz y no hubo bien alguno, el tiempo de la cura y se presenta el miedo (Jr 14,19). Bajo el influjo de los profetas, se toma conciencia de que Dios no es culpable del mal que sobreviene: Justo es el Señor, porque yo he sido indócil a sus órdenes (Lm 1,18); no es demasiado corta la mano del Señor para salvar, ni es duro su oído para oír, sino que vuestras faltas os separaron a vosotros de vuestro Dios (Is 59,1); al Señor nuestro Dios la piedad y el perdón, porque nos hemos rebelado contra él, y no hemos escuchado la voz del Señor nuestro Dios para seguir sus mandatos (Dn 7,9-10).

6. En el evangelio, las parábolas de la misericordia manifiestan la preocupación de Dios por la oveja, la dracma o el hijo perdidos (Lc 15). Dios es un padre que se alegra al perdonar. El anuncio del perdón de Dios es parte esencial de la buena nueva del Evangelio (Mc 2,5). Jesús invita a sus discípulos a ser misericordiosos, como el Padre lo es: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial (Mt 5,44-45).

7. Jesús enseña a sus discípulos que hay que perdonar a los hombres para ser perdonados por Dios: Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas (6,14-15). Esto supuesto, el problema de Pedro es cuántas veces tiene que perdonar a su hermano: ¿Hasta siete veces? Si el antiguo Lamec se había vengado siete veces (Gn 4,24), ¿le bastará al discípulo con perdonar otras siete? Dice Jesús: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete (Mt 18,22). En la parábola del siervo sin entrañas Jesús inculca con fuerza la necesidad del perdón (18,23-35). Como la convivencia humana, la comunidad de discípulos necesita constantemente de la reconciliación y del perdón para poder sobrevivir. De otro modo, se deshace y desaparece. Son múltiples las situaciones de la vida humana que reclaman el ejercicio del perdón: formas de comportamiento que molestan a los demás, malentendidos, problemas de la convivencia de cada día, falta de respeto

8. En el caso de una falta grave y pública se aplica la corrección fraterna (Mt 18,13-17). Si la corrección es rechazada en los distintos niveles (a solas, en pequeño grupo, en comunidad), el hermano en cuestión sea para ti como el gentil o el publicano. La necesidad de perdonar siempre no impide constatar la división que se produce por causa del evangelio. Como dice Jesús: ¿Creéis que estoy aquí para traer paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división (Lc 12,51). La paz es fruto de conversión. También hay situaciones, en las que se ha sembrado cizaña y se requiere tiempo para hacer un adecuado discernimiento: es preciso esperar hasta la siega para no arrancar el trigo con la cizaña (Mt 13,24-30).

9. Jesús rechaza la oración de aquellos que se tienen por justos y desprecian a los demás, la oración del fariseo: "Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como ese publicano". En cambio, Jesús acoge la oración del publicano: ¡Ten compasión de mí, que soy un pecador! (Lc 18,9-14). Lo mismo sucede con el hijo pródigo, cuando dice: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti (Lc 15,21).

10. Desde el comienzo, la oración de Jesús está presente en la reunión de la comunidad. En ella, la necesidad del perdón es permanente: Se nos ha confiado el servicio de la reconciliación (2 Co 5,18). Es permanente también la necesidad de la comunión y del amor, esa unidad por la que ora Jesús: Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros (Jn 17,11).Es bueno decir lo que se piensa, también lo es pensar lo que se dice. Es bueno hablar con el corazón en la mano, también lo es vigilar los impulsos del propio corazón, de donde salen las intenciones malas que contaminan al hombre (Mc 7,21-23). Dice Jesús que las naciones serán juzgadas por la actitud asumida ante el hermano: En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hicisteis (Mt 25,40).

* Diálogo: ¿Aparecen en nuestra oración los problemas de relación? ¿Perdonamos a quienes nos han ofendido?