Cortesía de
www.comayala.es
20-4. VENGA TU REINO
2. El Evangelio es anunciado en un mundo donde parece reinar la experiencia
contraria. El Evangelio anuncia el reino de Dios junto a la conversión del
hombre (Mc 1,15). Sin embargo, parece suceder justamente lo contrario: Dios no
reina en modo alguno y, además, el hombre no puede cambiar.
3. Nicodemo es maestro en Israel y, sin embargo está convencido. Más aún, está
resignado. El hombre no puede cambiar. De todo lo que dice y hace Jesús ha
entendido una cosa: que Dios está con él y que viene de Dios como maestro. Pero
hay algo que le resulta verdaderamente extraño, eso que dice Jesús: El que no
nazca del agua y del espíritu no puede entrar en el reino de Dios (Jn 3,6).
Para cambiar, el hombre necesitaría ser fundido de nuevo en el seno de su madre.
Nicodemo ya es viejo y conoce bien las posibilidades del hombre. No cree que el
hombre pueda cambiar, nacer de nuevo, renacer.
4. En realidad, el hombre comete su error más radical, cuando evita la
presencia de Dios. Dios acostumbra a pasear por el jardín de este mundo, quiere
estar cerca del hombre, salir a su encuentro, hablarle. Pero el hombre sospecha
que Dios no le interesa para vivir, que Dios es enemigo de su felicidad y de su
vida, que Dios es envidioso. Por tanto, el hombre oye el ruido de los pasos de
Dios y se oculta. De este modo, despide a Dios de toda función en el seno de la
historia, pero con ello no hace otra cosa que cerrarse a sí mismo el camino del
árbol de la vida (Gn 3).
5. Sin embargo, desde Abraham al último de los profetas, tener fe no es
meramente admitir la existencia de Dios, sino creer que Dios interviene en la
historia humana. Y así la fe es una profunda experiencia de Dios como Señor de
la historia. Se canta en los salmos del reino (Sal 93-100): ¡El Señor es rey!
(Sal 96,10). Dios reina sobre el mundo y la historia, pero de una forma especial
quiere reinar sobre Israel: Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os
conduzcáis según mis preceptos (Ez 36,27).
6. Desde tiempos muy antiguos se daba a Dios el título de rey, según una
costumbre muy común en los pueblos semitas. Lógicamente, entonces se pensaba que
Israel era el reino de Dios, se trataba de una realidad presente (1 Sm 12,12).
Pero con el comienzo del dominio extranjero, el contraste existente entre tal
creencia y la triste realidad condujo a la idea de un futuro reino de Dios que
apenas se podía percibir en el presente. En una época en la que Israel vivía
sometido al dominio de imperios paganos y en la que el nombre del Señor era
profanado, los profetas lo anunciaron: ¡Qué hermosos son sobre los montes los
pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia
salvación, que dice a Sión: Ya reina tu Dios! (Is 52,7; ver Miq 2,13;4,7;Zac
14,9.16-17;Sof 3,15).
7. En los salmos se canta el reino de Dios, un reino que alcanza a todos los
pueblos: ¡Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo!
Porque el Señor, el Altísimo, es terrible, Rey grande sobre toda la tierra
(Sal 47,2). Se canta su justicia: Poderoso rey que el juicio ama, tú has
fundado el derecho, juicio y justicia tú ejerces en Jacob (99,4). Se cantan
sus juicios: Sión lo oye y se alboroza, exultan las hijas de Judá a causa de
tus juicios (97,8). Se cantan sus obras: Cantad al Señor un canto nuevo,
porque ha hecho maravillas (98,1). Se canta su amor: Se ha acordado de su
amor y su lealtad para con la casa de Israel (98,3). Se canta su majestad:
Reina el Señor, de majestad vestido, el Señor vestido, ceñido de poder, y el
orbe está seguro, no vacila (93,1). El Señor reina desde siempre: Desde
el principio tu trono está fijado, desde siempre existes tú (93,2).
8. Aunque fuera esbozada en el pasado, Jesús anuncia una novedad radical,
el reino de Dios. Es una realidad que está oculta en el seno de la historia. No
viene espectacularmente ni está ligada a un tiempo ni reservada a un lugar. Está
vinculada a su persona. Jesús hace sentir sin rodeos a quien lo necesita la
cercanía de Dios: El reino de Dios ya está entre vosotros (Lc 17,21).
9. El reino viene cuando se dirige a los hombres la palabra de Dios, la
palabra del reino (Mt 13,19). Es como una semilla sembrada en el
campo (13,4), como un grano de mostaza que se hace árbol en cuyas ramas
anidan los pájaros del cielo (13,31), como la levadura que se echa en la
masa (13,33), como un tesoro escondido en el campo (13,44), como una
perla que se compra a costa de todo lo que se tiene (13,46), como una red
que se echa en el mar y recoge todo género de peces (13,47).
10. A los demás les llega por medio de parábolas. Sin embargo, los discípulos
contemplan los secretos del reino: ¡Dichosos los ojos que ven lo que
veis! (Lc 10,23). Más aún, los discípulos heredan el reino: No temas,
pequeño rebaño, porque a vuestro padre le ha parecido bien daros a vosotros el
reino (Lc 12,32). De modo especial, Pedro recibe las llaves del mismo (Mt
16,18). La Iglesia, convertida al Evangelio, constituye en la tierra "el germen
y el principio de ese reino" (LG 5). Es preciso buscar por encima de todo el
reino de Dios y su justicia (Mt 6,33).
11. Jesús anuncia el programa del reino de Dios en medio de
felicitaciones. La verdadera felicidad no se encuentra por los caminos del
poder, del dinero y de la fuerza, sino por los de la paz, la generosidad, la
misericordia, la lucha por la justicia, la entrega confiada en manos de Dios. La
muchedumbre queda asombrada. Además, se anuncia como gracia a quienes por sí
mismos ni siquiera pueden cumplir la ley. Con su cumplimiento brota en el
corazón humano la alegría, la paz, la bienaventuranza (Mt 5).
12. Jesús anuncia una palabra que se cumple. Los hechos acompañan a las
palabras. Se dan en él las señales esperadas: Los ciegos ven, los
cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan, se anuncia a los pobres la buena nueva (Lc 7,22). La gente se
admira, porque les enseña como quien tiene autoridad (Mt 7,29). Según
ello, podemos orar: Renueva las señales, repite tus maravillas (Eclo
36,5).
13. Acusado de querer ser rey de los judíos, Jesús declara que su reino no es
de este mundo (Jn 18,36). Sin embargo, los poderosos de este mundo le
condenan y crucifican. En adelante, los discípulos anuncian el reino de Dios,
pero centrado ya en el nombre de Jesús. El crucificado ha sido constituido
Señor (Hch 2,36). ¡Lo mismo que Dios! Por tanto, el reino de Dios es ya el
reino de Cristo. Los apóstoles oran así en medio de la persecución: Señor,
ten en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos que puedan predicar la
palabra con toda valentía, extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales
y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús (Hch 4,29-30;ver Sal
65,9).
14. En la oración descubrimos la voluntad del Padre y la parte que nos toca en
que se cumpla, preparamos nuestro corazón para ponerlo al servicio del reino de
Dios, que está en acción. Dios está cerca: En él vivimos, nos movemos y
existimos (Hch 17,28). Podemos orar como Jesús: Heme aquí que vengo para
hacer tu voluntad (Hb 10,7;Sal 40,8-9), envía tu luz y tu verdad, que
ellas me guíen (Sal 43,3), enséñame a cumplir tu voluntad (Sal
143,10). También podemos orar como la Iglesia primitiva, diciendo: Ven, Señor
Jesús (Ap 22,20). Cristo resucitado secretamente, como el imán atrae las
limaduras de hierro, atrae todo hacia sí según las líneas de un trazado
progresivamente visible.
* Diálogo: ¿Qué es lo que pedimos cuando decimos: Venga tu reino?
para la BIBLIOTECA
CATÓLICA DIGITAL
1. Tras la invocación o glorificación del nombre de Dios, la oración de Jesús se
centra en lo esencial de su misión: la irrupción del reino de Dios en el campo
de la historia y la necesaria conversión. De este modo, Jesús le pide al Padre:
Venga tu reino (Lc 11,2). Y añade, explicitando lo anterior: Hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo (Mt 6,10). Ahora bien, surgen
diversos interrogantes: ¿Qué significa eso del reino de Dios? ¿Se
identifica con la Iglesia? ¿Ha llegado ya o todavía no? ¿Llega ahora también?
¿Qué es lo que pedimos cuando pedimos a Dios que venga su reino?