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20-3. SANTIFICADO SEA TU NOMBRE


1. En la oración de Jesús, lo primero que le pide al Padre es que su nombre sea santificado. Sin embargo, esto parece superfluo: ¿qué necesidad tiene Dios, el "santo" (Is 6,3), de que su nombre sea santificado? Como decía San Agustín: "¿No parece que pidiendo la santificación del nombre divino, ruegas a Dios por Dios y no por tí?". Por otro lado, la cuestión del nombre ¿no es algo meramente convencional?

2. En la Biblia el nombre expresa la realidad de las cosas y de las personas, su papel, su significado, su función. Indica también la dimensión social de la persona, es decir, su renombre. De este modo, santificar significa alabar, bendecir, glorificar. Se dice en el salmo 113: Alabad, servidores del Señor, alabad el nombre del Señor. Bendito sea el nombre del Señor, desde ahora y por siempre. De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.

3. En los comienzos, el Dios de Israel no tiene nombre propio, sino que es conocido por su relación de amistad con los patriarcas: es el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Con Moisés, Dios revela su nombre: Yahvé, el que está con su pueblo, el Señor (Ex 3,14). Es un Dios vivo que denuncia la opresión y abre un camino de liberación: Bien vista tengo la opresión de mi pueblo en Egipto (Ex 3,7). En adelante, su nombre reunirá a las tribus dispersas.

4. Es el único Dios verdadero: Antes de mí no fue formado otro dios, ni después de mí lo habrá (Is 43,10). Israel no tendrá otros dioses: No te postrarás ante ningún otro dios, pues el Señor es un Dios celoso (Ex 34,14). Israel invocará el nombre del Señor, pero no pronunciará su nombre en falso ni abusará de él: No juraréis en falso por mi nombre: sería profanar el nombre de tu Dios (Lv 19,12).

5. Con mucha frecuencia, en los salmos se alaba el nombre del Señor: Doy gracias al Señor por su justicia, canto al nombre del Señor (Sal 7,18), Señor, Dios nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra! (8,2), quiero alegrarme y exultar en tí, cantar a tu nombre (9,3), anuncie yo tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabe (22,23), rendid al Señor la gloria de su nombre (29,2), ensalcemos su nombre todos juntos (34,4), celebraré tu nombre, porque es bueno (54,8), cantaré a tu nombre para siempre (61,9), toda la tierra canta tu nombre (66,4), cantad al Señor, cantad a su nombre (68,5), el nombre de Dios celebraré en un cántico (69,31), bueno es dar gracias al Señor y cantar a tu nombre, Altísimo (92,2), bendice al Señor, alma mía, del fondo de mi ser, su santo nombre (103,1), doy gracias a tu nombre por tu amor y tu lealtad (138,2), yo quiero alabar siempre tu nombre (145,1).

6. En los salmos encontramos muchas maneras y en situaciones muy diversas de bendecir o invocar el nombre del Señor: Nuestra alma en el Señor espera, él es nuestro socorro y nuestro escudo, en él se alegra nuestro corazón y en su santo nombre confiamos (33,20-21), como cuando en el santuario te veía, al contemplar tu poder y tu gloria, pues tu amor es mejor que la vida, mis labios te glorificaban, así quiero en mi vida bendecirte, levantar mis manos en tu nombre (63,3-5), bendito sea el Señor, Dios de Israel, el único que hace maravillas, bendito sea su nombre glorioso para siempre; toda la tierra se llene de su gloria (72,18-19), socórrenos, Dios salvador nuestro, por el honor de tu nombre (79,9), pues él se abraza a mí, yo he de librarle; le exaltaré, pues conoce mi nombre (91,14), dad gracias al Señor, aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas. Cantadle, salmodiad para él, sus maravillas todas recitad; gloriaos en su santo nombre (105,1-3), ¡no a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria, por tu amor, por tu verdad! (115,1).

7. Corre el año 592 a.C. El profeta Ezequiel se encuentra en Tel Abib, junto al río Kebar, a unos 1.300 kms. de Jerusalén, en medio de una comunidad de deportados. Para Ezequiel, la experiencia del destierro es el resultado de una degeneración de la que no se tiene conciencia. La profanación del nombre de Dios contamina y dispersa al pueblo y, al revés, la santificación de su nombre le purifica y le congrega. Por culpa de Israel, las naciones se han formado una falsa idea de Dios: No hago esto por consideración a vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, que vosotros habéis profanado entre las naciones adonde fuisteis. Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones, profanado allí por vosotros. Y las naciones sabrán que yo soy el Señor ... cuando yo, por medio de vosotros, manifieste mi santidad a la vista de ellos. Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestro suelo. Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados: de todas vuestras impurezas y de todas vuestras basuras os purificaré (Ez 36,22-25).

8. En esta perspectiva de purificación, se sitúa la misión de Juan, que bautiza en agua, para conversión (Mt 3,8). En la misma perspectiva, asumiéndola y superándola, se sitúa la misión de Jesús: llama a la conversión y anuncia el Reino de Dios en acción (Mc 1,15), bautiza con espíritu santo (1,8), manifiesta a sus discípulos el nombre de Dios (Jn 17,6) y en nombre de Dios purifica el templo (Jn 2,13-22).

9. El nombre que expresa más profundamente el ser de Dios es el de Padre. Jesús lo da a conocer (Mt 11,25ss). Le pide al Padre: santificado sea tu nombre (Lc 11,3). También ante su muerte, que concibe con la fecundidad del grano de trigo que cae en tierra y produce fruto, dice Jesús: Padre, glorifica tu nombre (Jn 12,28). Dios lo hará manifestando su acción y su gloria en favor de Jesús, dándole el nombre que está sobre todo nombre: Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre (Flp 2,10).

10. En la última cena, Jesús ora así: Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y estos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos (Jn 17,25-26).

11. Los cristianos han de alabar el nombre de Dios y han de cuidar que su conducta no lleve a otros a blasfemar. Por ello, el aviso de Pablo tiene valor permanente: Tú que instruyes a los otros ¡a tí mismo no te instruyes! Predicas: no robar y robas, prohibes el adulterio y adulteras, aborreces a los ídolos y saqueas sus templos. Tú que te glorías en la ley, transgrediéndola, deshonras a Dios. Porque, como dice la Escritura, el nombre de Dios, por vuestra culpa, es blasfemado entre las naciones (Rm 2,21-24). Como Iglesia "santa y necesitada de purificación" (LG 8), que se renueva por la conversión al Evangelio, sabemos en la génesis del ateismo "pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión" (GS 19).

12. Ahora también, como en tiempos de Ezequiel y en tiempos de Jesús, el futuro está en la comunidad renovada, purificada. Y esto puede cumplirse en nosotros: Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5,16). De este modo, el nombre de Dios no es profanado y blasfemado, sino bendecido y glorificado: Como tu renombre, oh Dios, tu alabanza llega hasta el confín de la tierra (Sal 48,11). Se nos invita en la Escritura: Con todo el corazón y la boca cantad himnos y bendecid el nombre del Señor (Eclo 39,35). Y también: Ofrezcamos a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que celebran su nombre (Hb 13,15).

* Diálogo: ¿Qué pedimos cuando decimos: santificado sea tu nombre?