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19. UNO SOLO ES VUESTRO PADRE
2. En casi todas las religiones se atribuye la paternidad a la divinidad,
pero ésta se queda en el plano del sentimiento vagamente religioso: A Dios
nadie le ha visto jamás (Jn 1,18). En el mundo de la filosofía ni
siquiera se llega a establecer la idea de Dios; además, se encienden las luces
de alarma: ilusión-culpa-alienación-esclavitud. En la vida ordinaria se vive
poco la realidad de Dios como padre, aunque en principio se dé por supuesto (Jn
8,41). En la Biblia es más bien Dios quien se llama así. Cuando habla, actúa y,
cuando actúa, habla: está con nosotros (Ex 3,15) y revela el sentido de
la historia y el sentido de la creación. De una forma especial, en el
evangelio el Dios vivo aparece en diálogo con el hombre, nos dirige su
Palabra, nos trata como a hijos (Jn 1,11;ver Gn 3,8-9), se manifiesta
a los discípulos: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a
pequeños (Mt 11,25).
3. El capítulo 22 del Génesis relata la hora más penosa de la vida de Abraham.
Mientras le envuelve la oscuridad de la prueba, quizá tiene la sensación de
encontrarse absolutamente solo. Pero en el instante más duro le llama el
ángel del Señor, que le libra de la prueba tan terrible. Y Abraham llama a
aquel lugar: El Señor provee (Gn 22, 14). Toma conciencia de que se halla
bajo la mirada, bajo la providencia de Dios. Es Dios quien nos mira, quien nos
cuida. La mayor parte de las cosas que existen en el mundo no las podemos ver,
ya que están demasiado lejos, para que pueda alcanzarlas nuestra mirada. Y hay
cosas tan pequeñas que no las podemos percibir. Dios lo ve todo. Su mirada
penetra la urdimbre, el corazón del hombre. Distingue lo auténtico de lo falso;
la expresión, del pensamiento; la máscara, del original. Para El son evidentes
las raíces, el fondo, el origen.
4. La Providencia es una realidad que podemos vivir. Nos llega una noticia: las
cosas han ocurrido de esta manera y de esta otra. A nuestro alrededor se está
formando un círculo, el conjunto de cosas, de hechos, de exigencias. Y todo este
círculo nos está mirando. Pero ¿es algo o es Alguien? ¿Despierta tu más profunda
comprensión! ¡Es El! No tienes más que mantenerte despierto y alerta, y algún
día se te manifestará, y tú te sentirás guiado por su Palabra. Entonces entrarás
dentro de esa realidad, como ser vivo y activo: "La Providencia no es una
máquina ya hecha que simplemente funciona, sino que se está cumpliendo y
realizando, con una novedad que brota de la libertad divina y también de nuestra
insignificante libertad humana. Y no en cualquier parte, sino aquí mismo. No de
una manera general, sino ahora. La Providencia es el misterio del Dios vivo, y
tú te darás tanto más cuenta de ella cuanto más te encuentres inmerso en ella,
como un ser vivo. Te darás cuenta si no la dejas pasar por alto, si colaboras
con ella. Te están llamando. Dios te llama a tomar parte en la realización de su
obra, prevista desde toda la eternidad. Tu conciencia debe comprender de qué se
trata en este momento. Tu propia libertad debe convertirla en realidad. Debes
situarte como hombre vivo, en medio de la actividad viva de Dios" (R. Guardini).
5. Israel experimenta en su historia la acción amorosa de Dios. En el éxodo Dios
le envuelve, le sustenta, le cuida, como a la niña de sus ojos (Dt
32,10). Oseas recuerda y proclama su inmensa ternura: Cuando Israel era niño,
yo le amé...Yo enseñé a Efraím a caminar, le alzaba en brazos; pero él no
comprendía que yo cuidaba de él (Os 11,1-3). Isaías compara el amor del
Señor con el amor de una madre: ¿Acaso olvida una mujer a su niño de
pecho?...Pues, aunque ella se olvidare, yo no te olvido (Is 49,15). Dios es
amor: Cual la ternura de un padre para con sus hijos así de tierno es el
Señor para quienes le temen (Sal 103,13). Ese amor está en el origen mismo
del ser: Tú mis riñones has formado (Sal 139,13). El creyente vive con
espíritu de infancia: Como un niño en brazos de su madre (Sal 131,2); con
confianza: bajo las alas divinas (Sal 91). Y está invitado a invocarle:
Tú eres mi Padre (Sal 89,27). A poner en sus manos el propio destino: En
tus manos encomiendo mi espíritu (Sal 31,6).
6. Sólo Jesús nos revela quién es realmente Dios: Nadie conoce bien al Padre,
sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar (Mt 11,27). Se
trata de un conocimiento vital. Cada acontecimiento de su vida deja al
descubierto el verdadero rostro de Dios. Jesús funda su misión en las decisiones
del Padre, que se le van manifestando: Mi alimento es hacer la voluntad del
Padre (Jn 4,34). Quien es hijo de Dios, escucha la Palabra de Jesús (Jn
8,42-43). De una forma especial, El es el Hijo (Lc 3,22;Sal 2,7;Mt
21,17). El nos invita a acoger como niños el plan de Dios (Mc 10,15), un plan
preparado desde siempre y manifestado progresivamente en la historia. En
realidad, en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman
(Rm 8,28).
7. Jesús nos invita a confiar en el Padre y a no ser esclavos de la preocupación
por el alimento o por el vestido: Ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad
de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os
darán por añadidura (Mt 6,32-33). Sin embargo, el hombre necesita de la
fuerza del Espíritu para vivir con corazón de hijo ante Dios Padre: Como sois
hijos, Dios envió a vuestros corazones el espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba!
(Padre) (Ga 4,6;ver Rm 8,14-16). Con la fuerza del Espíritu, la confianza en
Dios se mantiene firme ante el hecho de la muerte: En la casa del Padre hay
muchas moradas (Jn 14,2;ver Hb 2,15).
8. Vivir con confianza en Dios Padre no es posible sin vivir fraternalmente con
los demás hombres (Is 58,9-10). Si Dios es nuestro Padre, entonces el mundo es
la casa de todos y todos somos hermanos, también los enemigos: Amad a
vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de
vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover
sobre justos e injustos (Mt 5,44-45).
9. El corazón de Dios Padre lo manifiesta Jesús de forma incomparable en la
parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32). En realidad, la figura principal es el
padre. Dios aparece como luz que alumbra, como brújula que orienta al hombre en
sus opciones, que no le abandona en el ejercicio arriesgado de su libertad, y
que crea nuevas perspectivas de liberación, rehaciendo los episodios que eran o
parecían desastrosos. La paternidad de Dios no es opresora ni reduce al hombre a
la pasividad, a una dependencia infantil, al mero sentimiento de culpabilidad, a
la anulación de la propia personalidad. La paternidad de Dios, vivida según el
evangelio, nos ayuda a ser más responsables, más libres, más conscientes.
10. La revelación de Dios como Padre está en el centro del mensaje de Jesús.
Denunciando a escribas y fariseos como falsos padres, Jesús nos exhorta a no
llamar a nadie padre en la tierra: Uno solo es vuestro Padre, el del cielo
(Mt 23,9). Nos invita a llamarle Padre, a pedirle que se manifieste su acción y
su presencia, que su nombre sea conocido y respetado, que venga su reino, que se
cumpla su voluntad: Padre nuestro del cielo, santificado sea tu Nombre; venga
tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo (Mt 6,9-10).
Jesús nos enseña que el hombre puede acudir siempre al Padre, tal como es en lo
profundo de su vida y con lo que más necesita: Danos hoy el pan nuestro de
cada día. Perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros perdonamos a los que nos
ofenden; no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal (Mt 6,11-13).
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1. La figura del padre evoca origen y fuente de vida, confianza y apoyo,
benevolencia y ternura, seguridad y cuidado, sabiduría y consejo, guía
orientadora, modelo a seguir. Aun siendo malos, los padres saben dar cosas
buenas a sus hijos (Lc 11,13). Pero, en nuestro tiempo, el psicoanálisis,
el marxismo y el existencialismo han impregnado con sus análisis
la sociedad contemporánea y la paternidad aparece como sinónimo de ilusión
regresiva e infantil, de complejo no resuelto de culpas imaginarias, de
alienación que expropia al hombre de su dignidad y lo convierte en dócil
instrumento de sus amos terrenos; sugiere dependencia servil, sumisión cobarde,
miedo a la libertad, obediencia ciega, temible autoridad. En este contexto,
¿podemos llamar a Dios verdaderamente Padre? ¿cómo? ¿en qué sentido?