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9. SIERVO DE YAHVÉ


1. La experiencia de fe implica asumir la función y la actitud del Siervo de Yahvé. En la Biblia, la figura del Siervo aparece en el libro de la consolación (Is 40-55), llamado así por sus primeras palabras: Consolad, consolad a mi pueblo (40,1). El libro es posterior al profeta Isaías, que recibe su misión en el año 740 antes de Cristo. Las palabras de consuelo van dirigidas al pueblo judío, desterrado en Babilonia (años 587-538). La nueva potencia es Persia: ¿someterá su rey Ciro a Babilonia? ¿Volverán los desterrados? Un profeta desconocido (segundo Isaías) lo anuncia como un nuevo éxodo: ya está en marcha ¿no lo reconocéis? (45,19).

2. En principio, el profeta ve actuar a Dios por medio de su siervo Ciro, elegido para someter ante él a las naciones, para abrir ante él los batientes (45,1). Pero poco a poco se perfila un personaje misterioso, que será instrumento de salvación universal: ¿cuáles son sus rasgos? En cuatro cantos (42,1-7; 49,1-6; 50,4-10; 52,13-15 y 53) aparece su figura y su misión. El último canto recoge su aspecto doliente, la cruz del Siervo.

3. El Siervo es elegido, sostenido y amado por Dios: He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él (Is 42,1). Esta Palabra se cumple plenamente en el bautismo de Jesús, del que se dice: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco (Mt 3,17). Como en el comienzo del mundo (Gn 1,2), el Espíritu desciende en forma de paloma y alumbra una nueva creación. El Siervo es llamado, conducido, formado y destinado por Dios para ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para realizar las señales que liberan: Yo, el Señor, te he llamado en justicia, te tomé de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas (Is 42,6-7). Lo que soñaron los profetas se cumple en las señales del Evangelio (Lc 3,18-19).

4. El Siervo se percibe a sí mismo como llamado por Dios desde siempre, desde el seno materno (Is 49,1). No sólo anuncia sino que también denuncia: Hizo mi boca como espada afilada, en la sombra de su mano me escondió; hízome como saeta aguda, en su carcaj me guardó (49,2). Puede verse acechado por una sensación de fracaso: Pues yo

decía: Por poco me he fatigado, en vano e inútilmente mi vigor he gastado (49,4). Sin embargo, para Dios su fecundidad es inmensa: Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus de Jacob, y de hacer volver a los preservados de Israel. Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra (49,6).

5. Como María, la esclava del Señor, el Siervo es discípulo que escucha la Palabra: El Señor me ha abierto el oído (50,4). Como verdadero profeta, es signo de contradicción (Lc 2,34), recibe golpes, insultos y salivazos: Y yo no me resistí, ni me hice atrás. Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos. Pues que el Señor habría de ayudarme para que no fuese insultado, por eso puse mi cara como el pedernal, a sabiendas de que no quedaría avergonzado (50,5-7). En medio de la contradicción, el Siervo se remite a otro tribunal: Cerca está el que me justifica: ¿Quién disputará conmigo? (50,8). En la persona del Siervo, Dios quiere ser escuchado: El que de entre vosotros tema al Señor, oiga la voz de su siervo (50,10). En el pasaje de la transfiguración se dice de Jesús: Escuchadle (Mt 17,5).

6. Como consecuencia de su misión, el Siervo sufre marginación y persecución. Aparece sin forma y figura (San Juan de la Cruz): No tenía apariencia ni presencia, desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias (53,3). Carga con el pecado del mundo: Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba. Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras rebedías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino (53,4-6). Sin condenar la legítima defensa, el Siervo denuncia la injusticia y renuncia a la violencia. El dolor del justo injustamente perseguido refleja -como en un espejo- el pecado del mundo. La renuncia a la violencia manifiesta una justicia que no es de este mundo, una justicia semejante a la de Dios (Mt 5,48).

7. Por su camino iba el eunuco, como oveja errante y perdida, cuando se encontró con Felipe. Felipe llevaba un camino muy distinto. Pertenecía al sector griego de la comunidad de Jerusalén. Como el Evangelio, el sector griego había hecho un barrido de leyes (613 tenían los judíos) y sobre ese sector caía especialmente la persecución: Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra (Hch 8,4). Pues bien, en este contexto, un mensajero, el ángel del Señor, habló a Felipe diciendo: Levántate y marcha hacia el mediodía por el camino que baja de Jerusalén a Gaza (8,26). Se levantó y partió. Salió sin comprender todavía.

8. El eunuco, de nacionalidad etíope, alto cargo, ministro del tesoro, hombre piadoso, volvía de adorar en Jerusalén, de una peregrinación, sentado en su carro, leyendo la Biblia (8,27-28). El Espíritu (ahora, sin mensajero alguno) le dice a Felipe: Acércate y ponte junto a ese carro (8,29). Felipe corrió hasta él y le oyó leer al profeta Isaías. Le dijo: ¿Entiendes lo que vas leyendo? El contestó: ¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía? Y rogó a Felipe que subiese y se sentase con él. El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: Fue llevado como oveja al matadero; y como cordero, mudo delante del que lo trasquila, así él no abre la boca. En su humillación le fue negada la justicia; ¿quién podrá contar su descendencia? Porque su vida fue arrancada de la tierra (Is 53,7-8).

9. El eunuco preguntó a Felipe: ¿De quién dice esto el profeta? ¿De sí mismo o de otro? (Hch 8,34). Felipe entonces, partiendo de este texto de la Escritura, se puso a anunciarle la Buena Nueva de Jesús. Felipe no hace exégesis. Felipe evangeliza. Todo lo que ha sucedido ese día tiene un sentido, nada ha sucedido por casualidad. La clave de todo es Jesús, el Señor, crucificado precisamente en ese lugar de donde vuelve el eunuco de peregrinación: ¿un lugar santo? ¡Un matadero!.

10. Según el Concilio, Cristo nos enseña a llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia (GS 38). Nos enseña a asumir la función y la actitud del Siervo. Además, podemos reconocer la presencia de Cristo en el justo injustamente perseguido.