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5. DESIERTO


1. La experiencia de fe implica afrontar la travesía del desierto. Más que un lugar geográfico, el desierto es una situación dura. Es el precio del éxodo, una tierra inhóspita, espantosa (Dt 1,19). Falta el pan, falta el agua, no hay caminos: En el desierto erraban, por la estepa, no encontraban camino de ciudad habitada; hambrientos y sedientos desfallecía en ellos su alma (Sal 107,4-5). Es lugar de paso, no de permanencia, lugar que debe cruzarse para llegar a una tierra que mana leche y miel (Ex 3,8).

2. Por sus dificultades y carencias, el desierto es el lugar de la tentación. En el fondo, se pone a prueba la fe, si nos fiamos de Dios, si confiamos en su palabra: Recuerda el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para humillarte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no (Dt 8,2).

3. Cuando el pueblo se postra ante el becerro de oro (Ex 32), Moisés rompe las tablas de la Ley (32,19). Sin embargo, por mandato de Dios, escribe de nuevo las palabras de la alianza y pasa en el monte Sinaí cuarenta días y cuarenta noches (34,28). Como Moisés, y como Elías (1 R 19,8), Jesús afronta la prueba del desierto. La prueba es de duración limitada y se produce bajo la acción del espíritu: Fue llevado por el espíritu al desierto para ser tentado por el diablo (Mt 4,1). La tentación se sitúa (como un abismo, como una trampa) entre el bautismo de Jesús y el cumplimiento de su misión. Va contra la experiencia de fe vivida en el bautismo (Mt 3,17; Lc 3,22) y contra la misión que de ella deriva.

4. Los evangelios nos hablan de tentaciones de Jesús, de tres asaltos por parte del adversario. En el fondo todo puede parecer muy simple. En realidad, todo aparece camuflado. La primera tentación se refiere al pan, símbolo de todas las necesidades: quien carece de pan, carece de todo. Allí donde falta de todo, surge fácilmente la pregunta inquietante: ¿Será Dios capaz de preparar una mesa en el desierto? (Sal 78,19). El tentador sugiere a Jesús que utilice su condición de hijo de Dios y resuelva por sí mismo los problemas de su existencia: Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan (Mt 4,3). O sea, si eres hijo, actúa por tu cuenta, independientemente de Dios. Donde Israel olvidó su misión y, de espaldas a Dios, deseaba volver a las ollas de Egipto, responde Jesús: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4,4; ver Dt 8,3). Es necesario el pan, pero quien vive sólo de pan, no es el hombre querido por Dios.

5. En la experiencia de Israel, la segunda tentación aparece en forma de duda: ¿Está el Señor entre nosotros o no? (Ex 17,7). En el evangelio, el desplazamiento de Jesús revela una ajena dirección y manifiesta lo serio de la prueba por la que pasa. El adversario le lleva (Mt 4,5) al impresionante complejo de la ciudad santa, le pone sobre el alero del templo y le dice: Si eres hijo de Dios, tírate abajo... Le propone resolver de mala manera la cuestión fundamental, provocando una situación límite para ver si Dios le saca de ella: si es hijo, que se note. Apela incluso, con mal discernimiento, a un salmo: A sus ángeles te encomendará... para que en piedra no tropiece tu pie (Sal 91, 11-12). Este salmo canta la providencia de Dios para con todos aquellos que confían en El. Donde Israel quiso tentar a Dios y arrancarle un milagro, Jesús acepta los signos que Dios le envía sin exigir otros. Porque está escrito: No tentarás al Señor tu Dios (Mt 4,7; ver Dt 6,16). Jesús quiere permanecer dentro de los límites de su propia condición, desde la cual todo lo recibe de Dios: El hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al padre (Jn 5,19).

6. La tercera tentación la provoca el poder. De nuevo aparece el extraño desplazamiento de Jesús: Le lleva consigo el diablo a un monte muy alto y le muestra todos los reinos del mundo y su gloria (Mt 4,8). Puede haber aquí una alusión al imperio romano. En sentido nacionalista y político, un hijo de Dios, un ungido (mesías, cristo), un rey, necesita poder. El tentador le sugiere el cumplimiento del salmo: Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra (Sal 2,8). Se le ofrece poder, pero la conciencia quedaría sometida, sofocada: Todo esto te daré, si postrándote me adoras (Mt 4,9). Responde Jesús que el hombre no debe arrodillarse ante nadie, sólo ante Dios. Además, el diablo queda al descubierto, desenmascarado, rechazado: Apártate, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a El darás culto (Mt 4,10; ver Dt 6,13).

7. El diablo le deja hasta la próxima ocasión (Lc 4,13). Es la ocasión, la situación, lo que facilita la tentación. El desierto, una situación dura por la que se atraviesa y en la que, además, se experimenta el silencio de Dios. La situación es objeto de discernimiento. En cada caso, Jesús se remite a la palabra adecuada, dicha ya de una vez por todas. Al final, servidores de Dios atienden a Jesús, que así recibe del Padre lo que no había querido recibir de su propia decisión (Mt 4,11).

8. El desierto es como un test que revela lo que hay en el corazón del hombre. En esa situación se manifiesta su verdadera orientación profunda. Pablo recuerda a la comunidad de Corinto que el desierto dejó al descubierto a un pueblo codicioso del mal, que no se fiaba de Dios. Ahí están los pecados del desierto: idolatría y fornicación, tentar a Dios, murmuración (1 Co 10,6-10). Se dice en el salmo 95: Cuarenta años me asqueó aquella generación y dije: Pueblo son de corazón torcido, que mis caminos no conocen. Lo que ciega a Israel, lo que ciega a la humanidad, es la confianza en la propia fuerza y no en la fuerza de Dios. El pone en el desierto un camino, ríos en el páramo (Is 43,19).

9. El desierto es, también, lugar del encuentro del hombre con Dios. Dios cuida de que su pueblo no desfallezca. Cada uno recogió lo que necesitaba para su sustento (Ex 16,8). Mirando hacia atrás, el pueblo puede reconocer con asombro la acción de Dios: No se gastó el vestido que llevabas ni se hincharon tus pies a lo largo de esos cuarenta años (Dt 8,4). Lo que podía haber sido la tumba del pueblo, Dios lo convirtió en lugar de paso hacia una tierra espléndida, habitable y fértil. Dios abre caminos donde no existen.

10. El desierto es, para el profeta perseguido, lugar de refugio. Elías se esconde junto al torrente de Kerit, al este del Jordán (1 R 17,6). Juan el Bautista se refugia en el desierto de Judea, junto al valle del Jordán, en parajes de grutas y torrentes (Lc 3,2). Al desierto huye la Iglesia naciente, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada (Ap 12,6).

11. Desierto y cruz son, en cierto sentido, realidades equivalentes. La cruz, la muerte en la cruz, es el peor de los desiertos. Jesús ha aceptado pasar por la cruz para que todo el que crea tenga por él vida eterna (Jn 3,15). El Dios vivo, que abrió un camino donde no lo había, en medio del mar y en medio del desierto, abre un camino donde tampoco lo hay, en medio de la muerte.

12. Las dificultades pueden ser medio de crecimiento y de liberación. Lo dice bellamente esta parábola: Había un pájaro que se refugiaba a diario en las ramas secas de un árbol que se alzaba en medio de una inmensa llanura desértica. Un día, una ráfaga de viento arrancó de raíz el árbol, obligando al pobre pájaro a volar cien millas en busca de un nuevo refugio...hasta que, al fin, llegó a un bosque de árboles cargados de frutas. En realidad, si el árbol seco se hubiera mantenido en pie, nada hubiera inducido al pájaro a renunciar a su seguridad y a echarse a volar.

* Diálogo: La experiencia del desierto ¿tiene valor permanente?