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2-2-3. DE LA MUERTE A LA VIDA


1. El cambio que anuncia el Evangelio es radical: un paso de la muerte a la vida. La tradición catecumenal y litúrgica de la Iglesia ha visto en el pasaje de Lázaro (Jn 11) un test que sirve para revisar la experiencia de fe, que aparece aquí en una situación concreta: la de un hombre que muere en la plenitud de la vida.

2. Una enfermedad grave irrumpe de modo desconcertante en el círculo de amigos íntimos de Jesús, en Betania, en casa de Lázaro: ¿Cómo es posible una cosa así? Las hermanas enviaron a decirle: Señor, aquél a quien tú quieres, está enfermo. Al oirlo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. ¿Qué quiere decir Jesús? ¿Que esta enfermedad no es para tanto? Esa es la interpretación literal, pero aquí todo tiene un significado más profundo: ¿Qué sentido tiene esta enfermedad? ¿Tiene la muerte la última palabra? ¿O la tiene la gloria de Dios?

3. Jesús amaba a María, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. Al parecer, se lo tuvo que pensar, orar y discernir. Dos días después, dice a sus discípulos: Volvamos de nuevo a Judea. Volver a Judea era meterse en la boca del lobo. Le dicen los discípulos: Hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí? Pero Jesús lo tiene claro: Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo. Jesús ha recibido una luz especial.

4. Jesús descubre poco a poco su plan: Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle. Los discípulos lo entienden al pie de la letra, pero no es eso. Necesitan que Jesús se lo diga claramente: Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí para que creáis. Para Jesús la muerte es un dormir del que se puede despertar. Ahora bien, ¿cómo se ha enterado Jesús de que Lázaro había muerto? ¿Por qué misteriosa comunión o comunicación? En cualquier caso, se alegra de no haber estado allí: el retraso tiene un sentido. Y la decisión está tomada: Vayamos donde él. Los discípulos no han descubierto todavía la vida que anuncia Jesús, la vida que vence a la muerte. Lo que tienen claro es el riesgo que corren: Vayamos también nosotros a morir con él. El contraste es muy fuerte: Jesús anuncia la resurrección y la vida, corriendo un riesgo de muerte.

5. Cuando llega Jesús, Lázaro lleva ya cuatro días en el sepulcro. Como medida de prudencia, Jesús no se acerca a la casa. La casa está llena de judíos, que han venido a acompañar a las hermanas. Betania está cerca de Jerusalén, a unos 3 kms. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Marta le lanza una queja, le hace un reproche. Jesús no ha estado allí. De haber estado, no hubiera permitido que Lázaro muriera. Sin embargo, ella sabe que cuanto Jesús pida a Dios, Dios se lo concederá.

6. Le dice Jesús: Tu hermano resucitará. Ante la muerte que nos deja sin palabras, Jesús anuncia esta palabra: la resurrección y la vida. Responde Marta: Ya sé que resucitará en la resurrección el último día. Marta sabe lo que le han enseñado y, a decir verdad, no le entusiasma mucho: el último día, al final de la historia. No hay plazo más largo. Responde Jesús: Yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto? Jesús pone en cuestión la concepción popular. Hay una diferencia entre lo que ya sabe Marta y lo que anuncia Jesús. El es (¡en presente!) la resurrección. Quien crea en él, aunque muera, vivirá; más aún, ni siquiera morirá. Es decir, la muerte no existe: es sólo un paso (ver Sb 3,2). Esto no sólo se dice por Lázaro, sino por cualquiera de nosotros. También para nosotros va dirigida la pregunta: ¿Crees esto? Marta responde con una confesión de fe: Creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.

7. Marta va a llamar a su hermana María y le dice al oído (de nuevo, la medida de prudencia): El Maestro está ahí y te llama. María se levanta rápidamente y le sale al encuentro. Sin embargo, los judíos la siguen (se viene abajo la medida de prudencia) pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Y nosotros ¿qué hacemos? ¿Vamos al encuentro del Señor, que es la resurrección, o vamos al sepulcro a llorar allí?

8. María le suelta a Jesús el reproche familiar. Jesús se echó a llorar. También él está afectado por la muerte de Lázaro. Los judíos decían: Mirad cómo le quería. Pero algunos dijeron: Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera? También hoy podemos escucharlo: Jesús, que sigue haciendo milagros, ¿por qué no hace uno en nuestro caso? Jesús se conmovió de nuevo y fue al sepulcro.

9. Dice Jesús: Quitad la piedra. ¿Habrá que tomarlo al pie de la letra? Lo de Lázaro sólo aparece en el evangelio de Juan. Jesús tiene presente la parábola del profeta Ezequiel. El pueblo está en el destierro, está muerto; más aún, es un campo de huesos secos. Se quejan ante Dios: Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza. Pues bien, se dice a estos huesos: Escuchad la Palabra del Señor...yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel (Ez 37,4-12; ver Is 49,9)). En este caso, volver del destierro, volver a casa, es resucitar. Pero Jesús lo aplica a la muerte, el peor de los destierros. Entonces ¿qué supone resucitar? ¿La reanimación del cadáver? ¿O, más bien, la vida que anuncia Jesús (más allá de la muerte)? La familia lo entiende al pie de la letra: ya huele... Sin embargo, es preciso creer para ver la gloria de Dios.

10. Los discípulos quitan la piedra, que separa a vivos y muertos. Es todo un símbolo. El hombre es un ser que camina entre dos mundos. Jesús da gracias al Padre por haberle escuchado con palabras del salmo 138: Te doy gracias, Señor, ... pues tú has escuchado las palabras de mi boca. La situación se ha transfigurado. Jesús gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, sal fuera! Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto en un sudario (ver Ez 37,6). Jesús les dice: ¡Desatadlo y dejadle andar! Es una Palabra fuerte, poderosa, una Palabra que resucita a los muertos (ver Jn 5,25). Los demás hemos de echar una mano, lo contrario de lo que se hace: quitar la piedra, quitarle el traje de muerto, dejarle andar. A su modo, el resucitado también anda (ver Lc 24,15), una vez liberado de los lazos de la muerte (Sal 18,6).

11. Muchos judíos creyeron en Jesús. Pero algunos, como era de prever, fueron donde los fariseos y les contaron lo sucedido. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo. Obviamente, no creen en las señales que realiza Jesús, pero ven que prenden como pólvora entre la gente: Si le dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación. O sea, si sigue adelante, se romperá el pacto político con el imperio, se vendrá abajo la seguridad del Templo y la seguridad del Estado: Desde ese día decidieron darle muerte. Por eso Jesús no andaba ya en público entre los judíos (Jn 11,53). Está claro, la acción de Jesús tiene una incidencia política y no está a favor del pacto.

12. Seis días antes de la Pascua, Jesús fue a Betania: le dieron allí una cena (12,2). Lázaro estaba con él a la mesa. A su modo, el resucitado también cena (ver Lc 24,30). El duelo se convirtió en fiesta (Is 61,3). Realmente, ¡es grande la gloria del Señor! (Sal 138,5). El reproche se convirtió en derroche: María, tomando una libra de perfume de nardo puro, ungió los pies de Jesús. Pero Judas echa la cuenta: ¡trescientos denarios, trescientos días de jornal!, se podía haber dado a los pobres. Para Jesús la unción remite a su propia muerte: Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Muchos judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro (12,10). Pero ¿acaso se puede matar a un resucitado? (ver Lc 20,36).

* Para la revisión personal o de grupo: ¿Crees esto? ¿Ves la gloria de Dios?