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1-1-5 LOS MUERTOS RESUCITAN


1. El Evangelio lanza un desafío al acontecimiento duro, doloroso y desconcertante de la muerte, ante el que la razón humana se reconoce incapaz de vislumbrar un solo rayo de luz y de esperanza. Es el máximo enigma de la vida humana, dice el Concilio (GS 18). El desafío lo formuló claramente San Pablo: ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? (1 Co 15,55). Una de las señales del Evangelio es esta: los muertos resucitan (Mt 11,5). Nos avisa Jesús: No os extrañéis de esto (Jn 5,28).

2. Tras la denuncia y purificación del templo, los escribas y los sumos sacerdotes acosan a Jesús con preguntas, intentando sorprenderle. En este contexto, algunos saduceos (de la clase alta, conservadores, que niegan la resurrección) le plantean el caso de la mujer que muere tras haberse casado sucesivamente con siete hermanos, en la medida en que iba enviudando: Esta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? (Lc 20,33).

3. Jesús responde que en la resurrección ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección...Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos viven (20,35-38). Por tanto, para Jesús los muertos resucitan, son como ángeles. Esto ya lo indicó Moisés. Los patriarcas, aunque muertos hace siglos, están vivos, están con Dios. Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para El todos viven (¡en presente!). Los saduceos están en un gran error (Mc 12,27), por no entender las Escrituras ni el poder de Dios (Mt 22,29).

4. Jesús habla de su propia muerte como de un paso de este mundo al Padre (Jn 13,1), un paso de este mundo (sometido a la muerte) al mundo nuevo (resucitado a la vida). Se va, pero vuelve (Jn 14,8;14,28). Le verán los creyentes: Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis (Jn 14,19). Las parábolas del grano de trigo que cae en tierra (Jn 12,24) y de la mujer que da a luz (Jn 16,21) manifiestan cómo se sitúa Jesús ante la muerte. La muerte produce fruto. Es como un parto. Estando en la situación límite de la cruz, Jesús le dice al buen ladrón: Hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lc 23,43). Dios salva la vida a cuantos creen en Jesús, a cuantos la pierden por El (Lc 9,24; ver 2 Mc 7 y Dn 12,2). Más aún, la vida eterna a la que resucitan los muertos es ya posesión de los vivos que creen en El: el que cree, tiene vida eterna (Jn 6,47; ver Col 2,12).

5. En realidad, tanto entonces como ahora, está muy difundido el error de Marta: Sí, sé que resucitará el último día (Jn 11,24), al final de la historia. Lo que pasa es que no se entiende bien la respuesta de Jesús: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás (11,25-26). También para nosotros es la siguiente pregunta: ¿Crees esto?

6. Los muertos mueren para los hombres, no para Dios. Para Dios todos viven. Pero el hombre, si se separa de Dios, se queda sin horizonte, sin futuro, condenado a muerte (Gn 3,19). El hombre necesita convertirse y descubrir el proyecto de Dios: según su plan no estamos condenados a morir, sino llamados a resucitar.

7. La pregunta se hace una y otra vez: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? Dice San Pablo: ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, de trigo, por ejemplo o alguna otra semilla. Y Dios le da un cuerpo a su voluntad: a cada semilla un cuerpo peculiar (1 Co 15,35-38). Dice también: Se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual (15,44). Hablamos, como podemos, con palabras e imágenes comunes de algo que nos trasciende totalmente: la vida que anuncia Jesús, la vida que vence a la muerte, la resurrección como un florecer, como un despertar, como un nacer, como un amanecer, como un morar en la casa del Padre, como un volver.

8. No sabemos el cómo ni en qué consiste el cuerpo espiritual del que habla San Pablo (1 Co 15,44; ver GS 39), el cuerpo resucitado. Ciertamente, aquí incide la visión del hombre que se tenga: dualista (alma-cuerpo), monista (unidad del hombre entero), fixista o estática (el hombre es como está), evolutiva o dinámica (todo cambia, el hombre también). Sea como sea, creemos que el hombre resucita a imagen y semejanza de Jesús, el Primogénito de entre los muertos (Col 1,18), primicia de los que durmieron (1 Co 15,20). Ahora bien, Cristo resucitó al tercer día (Hch 15,4; ver Mc 10,34), es decir, tras un breve lapso de tiempo, en seguida (ver Os 6,2, Jon 2,1 y Sal 16,10-11).

9. En realidad, hay una profunda implicación entre la resurrección de Cristo y la nuestra. San Pablo lo dice tajantemente: Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó (1 Co 15,16). Por ello, junto a la fe en Cristo Resucitado, confesamos: Creo en la resurrección de los muertos. Creemos que seremos los mismos y en plenitud, una plenitud que no podemos imaginar: Ni el ojo vio ni el oído oyó...lo que Dios prepara a los que le aman (1 Co 2,9).

10. Si amar a una persona es decirle: tú no morirás, cada uno de nosotros puede oir del Dios que nos ama la Palabra que resucita a los muertos. Lo dijo Jesús: Llega la hora (ya estamos en ella) en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivirán (Jn 5,25; ver 5,21). Dijo también: En la casa de mi Padre hay muchas moradas (Jn 14,2). Algo semejante dice San Pablo: Aunque se desmorone la morada terrestre en que acampamos, sabemos que Dios nos dará una casa eterna en el cielo, no construida por hombres (2 Co 5,1). Se canta en la liturgia: La vida de los que en tí creemos, Señor, no termina, se transforma. Y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo. Y se ora así por quien acaba de morir: Concédele que, así como ha compartido ya la muerte de Jesucristo, comparta también con él la gloria de la resurrección (Plegaria Eucarística II). Según el Concilio, el rito de las Exequias debe expresar más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana (SC 81). Todo ello no impide una posible purificación (Concilios de Lyon y de Florencia, años 1274 y 1439) ni tampoco, para los que hayan hecho el mal, una resurrección de condena (Jn 5,29).

11. En el Apocalipsis, los mártires gozan ya de la resurrección de Cristo, viven y reinan con El (Ap 20,4-5). En los primeros siglos, el día de su muerte se celebra como día de nacimiento. San Ignacio de Antioquía (s.II) escribe camino del martirio: Mi parto se acerca (Carta a los Romanos,6,1). Y también: Yo, hasta el presente, soy un esclavo. Mas si lograse sufrir el martirio, quedaré liberto de Cristo y resucitaré libre en El (4,3). Y finalmente: Bueno es que el sol de mi vida, saliendo del mundo, se oculte en Dios, a fin de que en El yo amanezca (2,2).

12. En la experiencia de la comunión de los santos, podemos descubrir -de muchas maneras- que muchos muertos viven, como Cristo vive. La relación con ellos -dice el Concilio- no se interrumpe, se robustece; ellos interceden por nosotros (LG 49). Veamos este testimonio de Santa Teresa: Acaéceme algunas veces ser los que me acompañan y con los que me consuelo los que sé que allá viven, y parecerme aquellos verdaderamente los vivos, y los que acá viven tan muertos, que todo el mundo me parece no me hace compañía (Vida, 38,6).

13. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? (Lc 24,5). Como un día las mujeres al Resucitado, mucha gente busca a sus muertos entre los muertos, en el sepulcro. Y, sin embargo, no están allí. Han resucitado. Viven, como Cristo vive. Si nos lo creemos, muchos acontecimientos nos hablarán de todo esto, confirmándolo en nuestra propia experiencia. Como en aquel tiempo: Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban (Mc 16,20).