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1-1-4 LOS SORDOS OYEN


1. Toda evangelización conecta con esta experiencia bíblica fundamental: Dios habla hoy. Como dijo Jesús a los enviados de Juan el Bautista, dicha experiencia es, entre otras, señal y garantía de autenticidad: los sordos oyen (Mt 11,5). Se cumple así lo que anunciaron los profetas: Oirán aquel día los sordos palabras de un libro (Is 29,18). Y también: Los oídos de los sordos se abrirán (35,5).

2. En la Biblia, el mayor problema religioso del hombre no está en si Dios existe o no existe, sino en si Dios habla hoy o no. Así, el hombre puede escuchar los pasos de Dios por el jardín de este mundo, pero también puede ocultarse (Gn 3, 8); el escuchar constituye a Israel como Pueblo de Dios (Dt 6, 4); Dios revela a Israel la Palabra, lo que no hizo con ninguna otra nación (Sal 147,19-20); frente a los dioses mudos de las naciones, el Dios de Israel es un Dios que habla (Sal 115, 5); la Palabra es don de Dios para los sencillos: Al abrirse, tus palabras iluminan dando inteligencia a los sencillos (Sal 119, 130); sin ella, las gentes andan hambrientas, sedientas, errantes (Am 8,11-12); los profetas gritan con voz que nadie puede acallar: Escuchad la Palabra (Am 3,1; Jr 7,2).

3. Para Jesús de Nazaret, evangelizar es sembrar la Palabra (Mc 4,14); la Palabra es algo necesario, como el aire o el pan (Mt 4,4); en torno a ella se constituye la verdadera comunión, la verdadera familia (Lc 8,21); quien fundamenta su vida en la Palabra, construye sobre roca (Mt 7,24); quien la rechaza, introduce la más profunda división (Jn 10,10); por su actitud ante la Palabra, serán juzgados los hombres (Jn 12,48); con una Palabra que se cumple, realiza Jesús las señales que manifiestan la presencia del Reino de Dios (Mt 8,8.16), el cambio de corazón que acompaña al perdón de los pecados (Mt 9, 1-7), la misión de los doce que continúa su propia misión (Jn 20,21) y la señal definitiva de la nueva alianza (Mt 26,26-29). Toda la Escritura es un testimonio a favor de Jesús (Jn 5,39). El es la Palabra de Dios hecha carne (Jn 1,14), Palabra rechazada por los suyos (1,11), Palabra que convierte en hijos de Dios (1,12), Palabra que resucita a los muertos (5,25).

4. Para la Iglesia naciente, evangelizar es anunciar la buena nueva de la Palabra (Hch 8,4); la Iglesia va creciendo con la difusión de la Palabra (6,7;12,24;19,20); cuando los gentiles la acogen, se hacen creyentes, lo mismo que los judíos (10,44;11,1); quien evangeliza, anuncia no una palabra de hombre, sino la Palabra de Dios que permanece operante entre nosotros (1 Ts 2,13), una palabra viva y eficaz (Hb 4,12), no encadenada (2 Tm 2,9), palabra que compromete, aunque la mayoría negocie con ella (2 Co 2,17). En fin, escuchar o no escuchar, acoger o rechazar la Palabra he ahí la frontera de la conversión al Evangelio.

5. El hecho de que Dios habla sigue siendo actual.El Concilio Vaticano II lo proclamó así para nuestro tiempo: Dios, que habló en otro tiempo, sigue hablando con la esposa de su amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo, va conduciendo a los creyentes a toda la verdad, y hace que la palabra de Dios resuene en ellos abundantemente (DV 8). De manera especial, Dios habla en la Biblia: En los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos (DV 21).

6. Una cosa parece importante: si Dios habla, de la forma que sea, el creyente ha de escuchar; esto supone un respeto a la iniciativa de Dios (quien habla es Dios, no el hombre), un discernimiento imprescindible (personal, pastoral, comunitario) y, finalmente, la acogida de algo que, por encima de todo, es don de Dios (no producto del hombre). Ciertamente, además toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia (2 Tm 3,16-17), pero hay situaciones significativas en las que aparece claramente que Dios sigue hablando, o que Cristo se mete en la conversación, como sucedió a los caminantes de Emaús (Lc 24,32).

7. En cualquier caso, es inútil hablar de método, lo cual supone un control por parte del hombre. El control se ha de poner en el discernimiento, para no engañarse. La Palabra de Dios, viva y eficaz, transciende todo método: se cumple en la dinámica del Espíritu. Se requiere, eso sí, una actitud de escucha y un fiel discernimiento, que respete la iniciativa de Dios y acoja, en cada caso, el don de Dios, más allá de todo racionalismo (que considera imposible que Dios hable hoy), más allá de todo iluminismo (falsa iluminación que anunciara una nueva revelación o un nuevo evangelio) y más allá de toda magia, juego o manipulación (que pretendiera falsamente hacerle hablar a Dios).

8. Conocida es la experiencia de la Palabra, que hace posible la conversión de San Agustín. Había pretendido dar pleno sentido a su vida, prescindiendo de Dios. Y, de hecho, se encontraba en el fango profundo, con insatisfacción y vacío, desnudo como el hombre pecador (Gn 3,7). Había oído contar diversas experiencias de fe, como aquella de San Antonio Abad. Habiendo recibido una inmensa fortuna de sus padres, se le ocurrió entrar en una Iglesia justo en el momento en que se proclamaba el Evangelio: Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres. Lo escuchó como una palabra de Dios dirigida a él y así lo hizo.

9. En el fondo, Agustín quería cambiar y no podía. En esa situación, en el huerto de Milán y con lágrimas en los ojos, hace una oración: ¿Hasta cuándo, Señor...? Y desde una casa vecina, un niño o una niña comienza a decir: Toma y lee, toma y lee. Agustín se pregunta qué podía significar aquello: ¿sería una canción, un refrán o quizá una palabra de Dios dirigida a él? ¿Debería tomar la Biblia y leer? Optó por esto último y, tomando el libro del Apóstol, que tenía allí a mano, abrió y comenzó a leer allí donde se posaron sus ojos. Se encontró lo siguiente: Nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias (Rm 13,13-14). Se lo comentó a su amigo Alipio, el cual lo recibió como Palabra de Dios y dijo: Lo que viene después es para mí: Acoged bien al que es débil en la fe (Ver Confesiones, VIII).

10. Para Santa Teresa, Cristo habla hoy, le habla a ella: ¿Pensáis que está callando? Aunque no le oímos bien, habla al corazón (C 24,5). Teresa llama locuciones a las palabras que recibe de Dios. El Señor, para hablar, repite -en el fondo- su palabra bíblica. Circunstancias de época hicieron imposible el acceso de Teresa a la Biblia. En los Indices de los años 1551, 1554 y 1559 se prohibía la publicación de la Sagrada Escritura en lengua vulgar permitiéndose sólo el uso de citas en libros de contenido religioso. La Palabra le llega tan de presto, a deshora, aun algunas veces estando en conversación, muy en el espíritu, con poderío y señorío, hablando y obrando.

11. San Juan de la Cruz habla también de las locuciones de Dios: Y son de tanto momento y precio, que le son al alma vida y virtud y bien incomparable, porque le hace más bien una palabra de estas que cuanto el alma ha hecho en toda su vida. Acerca de estas, no tiene el alma qué hacer (ni qué querer, ni qué no querer, ni qué desechar, ni qué temer)... Dichoso el alma a quien Dios le hablare. Habla, Señor, que tu siervo oye (1 R 3,10; Subida del monte Carmelo, XXXI).

12. Para la revisión personal o de grupo: ¿Qué significa para tí la Palabra de Dios? Lo que Dios dijo, Dios habla hoy, lo que Cristo dijo, Cristo habla hoy... O también: ¿Escucho la Palabra de Dios? ¿Cómo la escucho?

* como palabra viva cumplida en los acontecimientos

* como palabra viva y eficaz, que pone en juego toda mi personalidad

* insisto en aquello que despierta o expresa vivencias transparentes

* respeto la iniciativa de Dios, sin forzarla

* como espejo ante el cual aparece mi vida

* como objeto de estudio