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Magisterio y Teología
(1975)

 

6.1. Introducción, por Mons. Ph. Delhaye

Al presentar las conclusiones de la Comisión teológica internacional sobre las relaciones entre el Magisterio y la Teología quisiera exponer brevemente su origen y sentido.

1. Los trabajos de 1975

A lo largo de sus investigaciones(76), la Comisión teológica internacional ha encontrado el problema de las relaciones entre el Papa y los obispos, «Iglesia docente», por una parte, y los teólogos, por otra(77). En la sistematización preconciliar, los teólogos, ante todo, tenían la misión de transmitir a los seminaristas la doctrina oficial. Sólo algunos de entre ellos llevaban a cabo sus investigaciones personales, pero con frecuencia se encerraban en la erudición histórica. La crisis modernista había creado un clima de desconfianza que aún seguía pesando.

Los trabajos del Concilio y, más aún, el hervidero de ideas del post-Concilio hicieron caer en la cuenta de la simplicidad de las soluciones recibidas. Ya en 1950, en el Congreso jubilar de la Universidad Gregoriana, el cardenal G. Siri había subrayado la paradoja de la situación: «Nosotros los obispos, junto con el Papa, formamos la Iglesia docente -decía-, mas cuando tenemos que enseñar algo nuevo, es a vosotros, teólogos, a quienes nos dirigimos».

¡De nuevo, y mucho, durante y después del Concilio! Y si las intrigas de los teólogos no han sido lo que algunos espíritus desazonados han descrito, no es menos verdad que la parte de los peritos fue muy grande. Los obispos daban las directrices, proponían las cuestiones, pero eran los especialistas los que redactaban los textos de los esquemas sobre los que los obispos habían de pronunciarse. Fuera de los mismos textos oficiales, ¡cuántos discursos episcopales fueron redactados sobre la documentación preparada por tal o cual teólogo!

Por otra parte, la corresponsabilidad episcopal debería extender a todo el mundo los métodos de trabajo de la Curia romana(78): los teólogos especialistas se convertían en coautores de textos doctrinales y pastorales. Al margen de esta colaboración, por otra parte, los «teólogos» ocupaban con frecuencia el primer plano de la vida de las ideas, gracias tanto a los encuentros, congresos, simposios, etc., como también a la prensa y a la televisión, que reservaban, sobre todo, a sus audacias, espacios muy escogidos.

Fue precisamente con un simposio muy abierto y libre como la Comisión teológica internacional decidió hacer el balance del problema durante la sesión anual de octubre de 1975. Bajo la presidencia del reverendo padre O. Semmelroth S.I., rector de la Facultad de Teología de los jesuitas alemanes en Frankfurt a.M.(79), las investigaciones fueron llevadas a cabo, expuestas y pasadas por la criba del diálogo antes de ser examinadas en una mesa redonda durante toda una semana. Se impusieron dos grandes tipos de orientaciones principales: el de la doctrina y el de la historia.

Desde el punto de vista de la historia era importante, ante todo, examinar la experiencia privilegiada de las primeras generaciones, y especialmente las relaciones entre los pastores, los doctores, los äéäÜóêáëoé. Esto fue, sobre todo, obra del profesor H. Schürmann, ayudado en ello por el reverendo padre B. Ahern C.P. El historiador de la teología, autor del espléndido artículo Théologie del DThC, reverendo padre Y. Congar O.P., fue el designado para seguir la evolución de la influencia de los teólogos que culmina en la Edad Media(80). En lo que concierne a la época moderna había que escuchar al reverendo padre J. Walgrave O.P., especialista en Newman. Precisamente a lo largo de su evolución espiritual y a través de sus crisis dolorosas el fundador del Oratorio en Inglaterra intentó precisar la parte relativa del Papa, de los obispos, del conjunto de los fieles, de las conciencias individuales, en la fe creída y vivida.

El segundo bloque de trabajos era estrictamente doctrinal e intentaba tematizar las relaciones Magisterio-teología, después de haberlas estudiado en su evolución histórica concreta. Dos jornadas de estudio fueron especialmente dedicadas a ello, bajo la dirección del reverendo padre J. Alfaro S.I.(81) y del profesor K. Lehmann. Importaba, ante todo, precisar de nuevo la noción de teología: por esta razón las enseñanzas de W. Pannenberg estuvieron un cierto tiempo en el centro de los debates. A continuación había que tomar conciencia del ensanchamiento del trabajo teológico: la enseñanza y la investigación de erudición han perdido importancia relativa. El primer trabajo teológico está ahora ocupado por cuestiones nuevas que asaltan el pensamiento cristiano y que lo confrontan tanto con la evolución cultural como con cristianos que «han tomado la palabra» y que «tienen sus propios estados de espíritu». En fin, aparece un hecho (o, mejor, reaparece, cuando se piensa en otras épocas, por ejemplo, en el siglo XII): la multiplicidad de conflictos entre Magisterio y teología. Sin duda alguna no se puede excluir un debilitamiento del espíritu de obediencia, ni la necesidad casi incoercible de nuestra época, de ver las cosas en términos hegelianos de dialéctica (tesis, antítesis, síntesis) y de lucha. Pero hay algo más profundo en la tensión actual que, gracias a Dios, coexiste con la estima de las personas: la inevitable divergencia de tareas, repartidas entre aquellos que deben mantener y aquellos que deben tomar partido ante un cambio cultural particularmente rápido y profundo.

La Comisión teológica internacional, siendo muy consciente de este problema, no podía esperar resolverlo perfecta y completamente. Después de seis años, sabía perfectamente que, a lo más, podía ser el grano de mostaza (Mt 13, 31). Pero, al menos, sí podía convertir su semana de estudio en un espacio de reflexión y lucidez.

Ella nos comunica hoy las conclusiones redactadas por los dos «directores del juego», el reverendo padre O. Semmelroth y el profesor K. Lehmann. Una de las ventajas del sistema del simposio es que hace nacer las conclusiones, de una reflexión en común llevada por todos al mismo paso. Así se evita el que pueda parecer que se quiere imponer tesis redactadas previamente por una personalidad o un grupo que ha trabajado por su cuenta, sin asociar a otros a su esfuerzo. Indudablemente el trabajo es más complicado. Hay que pasar veladas y noches resumiendo puntos de vista intercambiados en la jornada, intentar sintetizar durante las últimas horas las posturas más generales que se deducen, votar sobre los textos que se ven aún imperfectos. Pero la colaboración puede continuar por correspondencia, aportar modificaciones, permitir tomas de posición y votos. Éste es el resultado de estos trabajos, definitivamente votados en forma específica por la gran mayoría de los miembros de la Comisión teológica internacional, y que ahora voy a presentar. Lo haré inspirándome en el breve comentario redactado por el reverendo padre O. Semmelroth y el profesor K. Lehmann.

2. El sentido de las conclusiones

Además de la introducción y la tesis I, el texto de estas conclusiones se divide en tres partes: lo que aproxima al Magisterio y la teología (tesis II-IV), lo que los diferencia (tesis V-IX), cómo se puede concebir la coordinación de estos dos servicios eclesiales (tesis X-XII).

a) La introducción y la tesis I tienen esencialmente como objetivo situar el problema actual

No podía tratarse de resumir una evolución histórica que presenta considerables variaciones. En ciertas épocas, la de los padres, por ejemplo, los Papas y los obispos son los primeros teólogos. En otras aparece un cambio. Los miembros de la jerarquía se ocupan, ante todo, de la pastoral o de la política general, mientras que la investigación intelectual en materia de fe se convierte en privilegio exclusivo de los especialistas. Entonces la «jurisdicción» de la missio docendi toma el lugar de las responsabilidades de enseñar derivadas de la ordenación. Las Facultades de Teología entienden que les corresponde regir el sector de las ideas y entran incluso en conflicto con el Papa Juan XXII en el terreno de la escatología(82). Más tarde, los abusos de este sistema que condujo a los abusos de los doctores conciliares (Constanza, Basilea) y a la revuelta de los teólogos «reformados», obligaron a la puesta en guardia y a la suspicacia con respecto a la investigación. Ante la poca precisión de los libros del Nuevo Testamento, no se puede esclarecer el problema de una manera histórica, sino por una reflexión sobre las tareas recíprocas. Un primer esfuerzo en este sentido había sido intentado por el Congreso teológico de Roma, celebrado inmediatamente después del Concilio. Fue la ocasión para una enseñanza luminosa y abierta de Pablo VI, que naturalmente sirve de punto de partida(83).

b) Primera parte. Los elementos comunes al Magisterio y la teología pueden ser reducidos a tres grandes temas: su origen, su orientación, la manera de ejercerse.

Los servicios eclesiales del magisterio y del trabajo teológico tienen una fuente común: la Palabra de Dios, que señala incluso las condiciones de su ejercicio (tesis II). Al servicio de la Palabra de Dios es el título de un volumen de artículos varios recientemente ofrecido a un miembro eminente del Vaticano II(84): esta fórmula resume bien la riqueza, el valor, así como los límites que no es lícito traspasar y las usurpaciones a evitar de una parte y de otra (tesis III, 1). Hay que mantener una comunión vital entre el sensus fidelium, el Magisterio que lo guía, la teología que lo capta y lo profundiza (tesis III, 2). El Papa, los obispos, los teólogos, los fieles estan todos obligados a la fidelidad con respecto a los documentos de la Tradición (tesis III, 3).

Ni el Magisterio ni la teología pueden tomar como blanco, o incluso como coartada, la especulación pura y el gusto intelectual que la especulación pudiera aportar a ciertos espíritus. Tienen un fin y un blanco pastoral y misionero, aun cuando entre los teólogos la técnica y la investigación aparentemente gratuita deban a veces parecer que toman el primer plano. Esencialmente se trata de hacer vivir a todos los hombres vivir a todos los hombres la verdad de Cristo, que se la guarde de toda desviación. El carácter pastoral de la investigación teológica se afirma de dos maneras. Negativamente, los teólogos han de evitar que hipótesis, investigaciones -inevitablemente repetidas y alegadas por los medios de comunicación social- terminen finalmente dañando a la fe de los cristianos. Positivamente, en el sentido de que incluso en la investigación más abstracta y especializada, el teólogo debe pensar en la manera como ella inspirará la presentación de la Palabra de Dios, la predicación, la instrucción religiosa (tesis III, 4).

Por fin, un tercer punto común es la importancia de la colaboración y la corresponsabilidad (tesis IV). El Vaticano II ha recordado estas ideas tanto a los obispos como a los teólogos. Se ha declarado anticipadamente en contra de todos los particularismos de las naciones, de los ambientes culturales y de las escuelas. Mas es claro que, tanto del lado del Magisterio como del lado de los teólogos, esta voluntad de colaboración no ha de referirse solamente a los colegas. Hay que extenderla a las dos partes en cuestión, en un espíritu de diálogo, del que se hablará más adelante.

c) Segunda parte. Antes de hablar de conciliación y colaboración importa, en efecto, ver con toda nitidez la diferencia entre Magisterio y teología, que recaen sobre las funciones, la «autoridad», el vínculo con la Iglesia, la libertad.

Especifidad de los servicios. El documento de la Comisión teológica internacional sitúa el trabajo propio del Magisterio en la proclamación auténtica del mensaje cristiano. Solamente a partir de esta interpretación de la Palabra de Dios se podrán comprender las intervenciones negativas de poner en guardia contra los errores o un esfuerzo de sistematización que coloca de nuevo una verdad en una síntesis total. Los teólogos, por su parte, ejercen ante todo una función de mediación entre el Magisterio y la comunidad. De una parte, van a continuar la tarea de escrutar la Revelación en sí misma y en la confrontación con las ciencias, las técnicas, las culturas de cada época y de cada ambiente. En esto ayudan al Magisterio a presentar la fe de una manera más adaptada. Pero, por otra parte, los teólogos deben ser, ante el Papa y los obispos, los intérpretes del sensus fidelium, de las voces de los tiempos, de la evolución de las mentalidades, y establecer la separación entre lo «humano» que puede ser asumido por la Iglesia de Cristo y aquello que le es irreductible (tesis V).

El problema de la «autoridad» debe ser también evocado porque estamos en un tiempo en el que este término no significa solamente la _îoõóßá proveniente del Señor (Mt 28, 18); significa también el aspecto psicológico de la influencia y de la competencia. Estos dos aspectos se encuentran de nuevo en los representantes de la jerarquía y la teología, pero en perspectivas diferentes. El Magisterio jerárquico es, a la vez, un carisma y una función jurídica que se ejercen en fuerza de la misión recibida de Cristo en la ordenación: el documento reencuentra aquí las concepciones de la Iglesia apostólica y patrística, por encima de todas las sutilezas jurídicas de las jurisdicciones delegadas. Los teólogos, por su parte, al lado de su inserción existencial en una sociedad jerárquica y comunitaria, están, ante todo, definidos por el carácter científico y, por lo tanto, relativamente autónomo de su investigación. Los métodos de la teología no son los de las ciencias experimentales y humanas; ellos también tienen sus exigencias propias, cuyo desprecio o ignorancia -la experiencia lo ha demostrado lastimosamente- repercute en detrimento de la imagen característica de la Iglesia como también de su propio progreso interior (tesis VI).

La referencia a la Iglesia se matiza de una parte y de la otra de la misma manera. En el Papa y los obispos se trata esencialmente de la responsabilidad doctrinal ligada al sacramento del orden: son los encargados de nutrir al pueblo cristiano en la fe, de continuar así la obra de salvación comenzada por Cristo. Los teólogos, por su parte, no son necesariamente ministros ordenados. Si su trabajo no se puede ejercitar sino en comunión con la acción del Espíritu en la Iglesia, sin embargo está especificado, ante todo, por la competencia técnica. Por lo demás, se distinguirá entre la enseñanza que exige una misión canónica, y una misión más libre que se ejercita tanto en la erudición como en la formación de la opinión y la reflexión cristiana en general. Sin caer en el anticlericalismo de algunos, la declaración «des-clerifica» el trabajo teológico en cuanto tal (tesis VII).

Estas diferencias tienen su incidencia en los espacios de la libertad, que hay que reconocer al Magisterio y a la teología. Como hemos dicho anteriormente, este documento tiene el mérito de mirar de frente el problema de los conflictos. Aun antes de esbozar soluciones más concretas (tesis X-XII), recuerda ciertos principios generales demasiado olvidados hoy día. La jerarquía tiene el poder y el deber de actuar en plena libertad por el bien del pueblo cristiano y de su unidad en la caridad y en la fe (tesis VIII, 1). No debe pensar que toda tensión es en sí misma mala; un cierto estado de tensión es una de las condiciones de la vida comunitaria y del progreso científico. Pero tensión no quiere decir necesariamente hostilidad; significa ante todo una llamada al dinamismo y al diálogo (tesis IX), desde el momento que se destierra todo espíritu arbitrario y autoritario (tesis VIII, 1). Por otra parte, es necesario reconocer que ciertos teólogos exageran en su reivindicación e interpretación de la «libertad científica». Llegan a olvidarse de que el respeto debido a la autoridad formal del Magisterio es un elemento constitutivo del método teológico, o incluso se lanzan a campañas de opinión que tienen su lugar más propio en la vida política de las democracias pluralistas que en la schola Christi.

En todos los terrenos ha sido siempre difícil fijar los límites de las libertades. Por lo que toca a la libertad científica y a la libertad académica de los teólogos, el documento de la Comisión teológica internacional propone estos criterios concretos: la sumisión a la Revelación divina, el sentido de responsabilidad, una hermenéutica de los documentos eclesiásticos en el ambiente de la fe, una voluntad de realizar el trabajo crítico de una manera positiva.

d) Tercera parte. Investigaciones sobre los principios de una colaboración confiada entre Magisterio y teólogos

La tercera parte del documento es quizás la más nueva y la más rica. Sin duda alguna, lo anteriormente dicho tiene el mérito de distinguir dos servicios de Cristo y de la Iglesia, frecuentemente confundidos. Pero aquí se trata de reflexionar sobre los conflictos, surgidos estos últimos años y, más todavía, sobre el clima de desconfianza que tiende a establecerse. En la exposición se desarrolla una lenta dialéctica: parte de las condiciones ideales, las del diálogo (tesis X), para definir las condiciones concretas (tesis XI) y examinar, por fin, el eventual fracaso del proceso (tesis XII).

El «diálogo» es uno de los grandes slogans de nuestra época; ha recibido muchos sentidos diferentes y, a veces, ha conseguido detener toda decisión. Digamos rápidamente que la Comisión teológica internacional emplea el término «diálogo» en el mismo sentido que el Vaticano II: se trata de una voluntad eficaz de comunicar los puntos de vista de las partes antes que la autoridad tome una decisión. No se trata de un medio de eludir o de rechazar una responsabilidad bajo el prestexto de que no es aceptada por la «base». Una condición previa asegura, por lo demás, el realismo del método, ya que éste se sitúa en una comunidad de fe. Se da, pues, un punto de referencia común al puede uno atenerse y que sirve de criterio: la Revelación de Cristo presentada por la Iglesia. Fuera de él, puede darse, sin duda, un diálogo como el que se da con los no católicos o con los no creyentes. Pero en este caso no se trata ya de un diálogo teológico orientado y guiado por el estudio de una misma fe. Cada una de las partes aportará además lo que le es propio. El Magisterio tendrá así una nueva fuente de información. Por su parte, los teólogos obtendrán para algunas de sus tesis una aprobación oficial (tesis X y XI, 1). Pero insistamos una vez más: se vuelve aquí al Vaticano II, que exige a la autoridad el informarse ampliamente e intercambiando puntos de vista antes de pronunciarse, pero que no prevé, de ninguna manera, con ello una parálisis o una dimisión de esta autoridad. Por el contrario, la autoridad no plantearía un diálogo auténtico si omitiera o redujera indebidamente el estadio de la argumentación y de los intercambios de los puntos de vista para llegar rápidamente a los apremios, las amenazas y las sanciones (tesis XI). Se da un doble peligro al omitir o al reducir indebidamente este estadio: se corre el riesgo de no comprender exactamente el punto de vista del otro o de condenarlo sin haberlo escuchado suficientemente. Y esto es válido en los dos sentidos. Todos conocemos casos sorprendentes, en los que ciertas condenaciones han sido dadas contra los teólogos sin que se los haya escuchado. La reforma del Santo Oficio por Pablo VI y, más todavía, la Norma agendi de 1971 han hecho, por lo demás, imposibles estos abusos(85). Mas en la actualidad con mucha frecuencia es la jerarquía la condenada por ciertos teólogos sin haberla escuchado y sin haber examinado e incluso leído en sus textos.

Para restablecer la autenticidad del diálogo en el sentido de una investigación previa llevada en común, la tesis XI señala también ciertos abusos que los teólogos han de evitar. Evidentemente sería fácil poner nombres bajo cada uno de estos deslices. Pero eso pertenece a la Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe, no a la Comisión teológica internacional. Por lo demás, la simple enumeración es quizás todavía más significativa. El diálogo está condenado al fracaso:

- si los teólogos se entregan indefinidamente a la búsqueda, olvidándose de que hay una Revelación adquirida y confiada a la Iglesia;

- si no se discute con un deseo igual de escuchar y si, con el pretexto de dialogar, se busca solamente hacer prevalecer su punto de vista;

- si se convierte el diálogo en algo equivalente a una justa política en la que se busca derribar a un adversario;

- si no se tiene preocupación por la verdad;

- cuando el diálogo llega al argumento bien conocido de «Escúchame a mí, he aquí mi punto de vista», dispuesto a no escuchar el del otro;

- si se lleva el diálogo delante de un extenso público que, incompetente en materias técnicas, será fácilmente víctima de los movimientos de opinión y de las manipulaciones;

- si se trabaja la opinión por los mass media, fuera ya del diálogo mismo de la fe.

Pero hay que considerar que el diálogo puede fracasar. Aquí la Comisión teológica internacional quiere presentar sugerencias tanto a los representantes del Magisterio como a los de la teología (tesis XII). Se siente que, por encima de los principios en cuestión, planea todavía el recuerdo de casos dolorosos y la conciencia de los peligros que se han corrido actualmente. La síntesis aquí presentada lleva, por lo demás, la marca de las opiniones propuestas por dos grupos más particularmente sensibles al uno o al otro aspecto del problema.

Veamos, ante todo, las ventajas reconocidas a la autoridad. El Magisterio tiene el derecho de entablar un proceso formal. Tiene el deber de restablecer la verdad comprometida, de salvaguardar la fe del pueblo cristiano. Puede acaecer, en casos extremos, que se vea obligado a denunciar la herejía, en el sentido pleno de la palabra. Esto, por lo demás, se recuerda cuando se habla de rechazo de aceptar la fe, por encima de las legítimas divergencias de las escuelas teológicas y las reglas comunes de la hermenéutica teológica.

Por otra parte, los teólogos tienen el derecho a ser tratados con justicia y caridad. El documento de la Comisión teológica internacional preconiza, a este propósito, una «dialéctica»-tipo en tres tiempos. En un primer estadio, la jerarquía y el teólogo intercambian sus puntos de visto o por conversaciones personales o por escrito. Si la conciliación es imposible de esta manera se pasa a una indagación que es ya más formal, aunque continúe siendo amplia y flexible. Por esta razón se habla aquí de «diferentes clases de advertencias», de puestas en guardia etc. Y solamente cuando todo este proceso se ha agotado, se puede pensar en una condenación de herejía propiamente dicha. Es claro que si el teólogo ha sido suficientemente hábil para evitar los encuentros informales y formales, el Magisterio, a pesar de todo, instruirá la causa. Todas las legislaciones conocen las escapatorias de la contumacia. Un teólogo o un cristiano que rehúsa todo intercambio de puntos de vista con la jerarquía, que se escabulle cuando se le interroga sobre fórmulas contrarias a la fe, ¿no será que por su ambigüedad que da muestras de obstinación, está muy mal cualificado para apelar al «ethos» del diálogo?

Es claro que la «actualidad» de las tesis propuestas por la Comisión teológica internacional no cesa de crecer. Aquellos que al comienzo de la lectura estarían tentados de reprocharle que recuerdan a una doctrina clásica (pero esto ¿no es ya hoy una necesidad?) no podrán menos de sentir que, a partir de ahí, las tomas de posición que desembocan sobre los hechos de los últimos diez años, son francamente avanzadas. En un espíritu pacífico y sin ruido, ciertamente, por encima de la excitación de la vida moderna, ¿no será imperativo volver a la paz y a la serenidad cristianas? Non in commotione Dominus (1 Re 19, 11).

 

6.2. Texto de las conclusiones aprobadas «in forma specifica» por la Comisión teológica internacional(86)

Las relaciones entre el Magisterio y la teología

Introducción

«No solamente las relaciones del Magisterio con la teología [...] tienen mucha importancia, sino que hay que reconocerles hoy un carácter muy acentuado de actualidad»(87). En las páginas que siguen, se hace un esfuerzo para esclarecer la relación que existe entre «el mandato que constituye [al Magisterio eclesiástico] guardián de la Revelación divina y la tarea confiada [a los teólogos] de estudiar y exponer la doctrina de la fe»(88).

Tesis 1

Se llama Magisterio eclesiástico la tarea de enseñar, que pertenece en propiedad, por institución de Cristo, al colegio episcopal o a cada uno de los obispos en comunión jerárquica con el Sumo Pontífice. La denominación de «teólogo» se aplica a los miembros de la Iglesia, a quienes sus estudios y su comunión de vida en la fe cualifican para promover, según un modo científico propio, una inteligencia más profunda de la Palabra de Dios y asimismo, en virtud de una misión canónica, para enseñarla. Con respecto al Magisterio de los pastores, de los teólogos o doctores y sus relaciones mutuas, la manera de hablar del Nuevo Testamento y de la Tradición que se ha desarrollado durante el curso de los siglos, reviste un carácter analógico, que implica a la vez semejanza y desemejanza. A este propósito, la continuidad es real, y hay que admitir también cambios muy profundos. Las relaciones y articulación recíprocas ente el Magisterio y la teología presentan formas concretas diversas enel correr de los tiempos.

I. Elementos comunes al Magisterio y los teólogos en el ejercicio de su tarea

Tesis 2

El Magisterio y la teología tienen en común, aunque de una forma analógica y según su modo particular, la tarea de «conservar el depósito sagrado de la Revelación, y de penetrarlo siempre más profundamente, de exponerlo, enseñarlo y defenderlo»(89), al servicio del Pueblo de Dios y para la salvación del mundo entero. Este servicio implica, ante todo, el deber de salvaguardar la certeza de la fe. Esta tarea está asegurada, de diferente manera, por el Magisterio y el ministerio de los teólogos, sin que se pueda ni se deba establecer una separación entre la acción del uno y de los otros.

Tesis 3

El Magisterio y la teología están vinculados el uno y la otra, en este servicio común de la verdad, a ciertas obligaciones:

1. Ambos están obligatoriamente guiados por la Palabra de Dios. En efecto, «el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues [...] lo escucha devotamente, lo conserva devotamente y lo expone fielmente, y todo lo que propone para ser creído como revelado por Dios, lo saca de este único depósito de la fe»(90). Por su parte, «la teología se apoya en la Palabra de Dios escrita lo mismo que en la santa Tradición, como sobre un fundamento permanente; allí encuentra la garantía más sólida de su fuerza y principio de una juventud siempre renovada, mientras que escruta a la luz de la fe toda la verdad encerrada en el misterio de Cristo»(91).

2. Una y otra tienen la obligación de atender al «sentido de la fe» poseído por la Iglesia en el pasado y en el presente. La Palabra de Dios, en efecto, se propaga de una manera vital a través de los tiempos en el «sentido común de la fe», del que está animado el Pueblo de Dios en su totalidad y según el cual «la colectividad de los fieles, teniendo la unción que proviene del Santo, no puede equivocarse en la fe»(92). Como se ve, esto vale en cuanto que se realice «una singular concordia entre pastores y fieles en el mantenimiento, la práctica y la confesión de la fe transmitida»(93).

3. Los documentos de la Tradición en los que ha sido propuesta la fe común del Pueblo de Dios, son un término de referencia que se impone tanto al Magisterio como a la teología. Aunque con respecto a algunas de estas enseñanzas el papel del uno y de la otra es diferente, ni el Magisterio ni la teología tienen el derecho de desatender las huellas que la fe ha dejado en la historia de la salvación del Pueblo de Dios.

4. Es necesario hablar también de una oblicación común nacida de la responsabilidad pastoral y misionera con relación al mundo. Sin duda alguna, el Magisterio del Sumo Pontífice y de los obispos es pastoral por un título específico, pero los teólogos no están exonerados, por el carácter científico de su trabajo, de una responsabilidad pastoral y misionera. Este aspecto pastoral del trabajo teológico debe ser hoy tanto menos olvidado cuanto que los medios modernos de comunicación favorecen una divulgación muy rápida de cuando concierne a la ciencia. Además en razón de la función vital que debe realizar en el seno del Pueblo de Dios y en su beneficio, la teología debe tender a un fruto pastoral y misionero, y debe realizarlo efectivamente.

Tesis 4

El Magisterio y los teólogos tienen en común -si bien con sus diferencias- el hecho de ejercer su misión de manera a la vez colegial y personal. El carisma de infalibilidad está prometido a «la colectividad de los fieles»(94), al colegio de los obispos que mantienen el lazo de comunión con el sucesor de Pedro y al mismo Sumo Pontífice, jefe de este colegio(95). Esto debe tener su efecto en la práctica de la corresponsabilidad y de una cooperación, que reúnan colegialmente a los titulares del Magisterio y a todos los teólogos. Esta unión debe ser vivida entre los representantes del Magisterio y, tratándose de los teólogos, entre los colegas, así como entre el Magisterio y estos últimos. Sin embargo, hay que tener en cuenta la responsabilidad personal, de la que ningún teólogo puede eximirse. Sin esta responsabilidad personal no hay progreso científico posible; y esto no es menos verdadero cuando se trata de la ciencia de la fe.

II. Las diferencias entre el Magisterio y los teólogos

Tesis 5

Debemos, ante todo, exponer la diferencia entre las funciones específicas del Magisterio y de la teología.

1. Al Magisterio le compete mantener con autoridad la autenticidad cristiana y la unidad en materia de fe y de moral. De ahí se derivan funciones específicas que, aunque en una primera mirada pudieran aparecer como marcadas por un carácter negativo, constituyen, sin embargo, un servicio positivo para la vida de la Iglesia. Se trata «de interpretar de forma auténtica la Palabra de Dios escrita o transmitida por la Tradición»(96); de reprobar las opiniones que ponen en peligro la fe y la moral de la Iglesia; de proponer las verdades a las que las condiciones del momento confieren mayor actualidad. En fin, aunque no sea la tarea propia del Magisterio elaborar síntesis teológicas, su preocupación por la unidad le debe hacer considerar las diferentes verdades particulares a la luz de todo el conjunto del mensaje cristiano. La integración de cada una de ellas en el todo es, en efecto, una exigencia de la misma verdad.

2. Se puede decir que los teólogos están investidos de una función de mediación entre el Magisterio y el Pueblo de Dios. «La teología se halla en relación a la vez con el Magisterio de la Iglesia y la comunidad cristiana toda entera. Ocupa, de alguna manera, una posición intermedia entre la fe de la Iglesia y su Magisterio»(97).

Por una parte, toca a la teología, «en cada gran área sociocultural [...] aquella consideración [...] que someta a nueva investigación, a la luz de la Tradición de la Iglesia universal, los hechos y las palabras reveladas por Dios, consignadas en la Sagrada Escritura y explicadas por los Padres y el Magisterio»(98). En efecto, «las investigaciones y los descubrimientos recientes de las ciencias, como los de la historia y la filosofía, suscitan cuestiones nuevas que [...] exigen a los teólogos nuevas investigaciones»(99). Así la teología «debe ayudar al Magisterio a ser siempre, según su función, luz y guía de la Iglesia»(100).

Por otra parte, por su trabajo de interpretación, de enseñanza, de transmisión dentro del modo de pensar contemporáneo, los teólogos insertan la doctrina y las tomas de posición del Magisterio en la síntesis de un contexto más amplio, y hacen así que el Pueblo de Dios las conozca mejor. De esta manera, contribuyen «por su actividad a extender la verdad enseñada por la autoridad de Magisterio, a exponerla, a justificarla y a defenderla»(101).

Tesis 6

Hay otra diferencia que concierne a la cualificación de la autoridad en virtud de la cual ejercen sus funciones el Magisterio y la teología.

1. El Magisterio tiene su autoridad de la ordenación sacramental que «al mismo tiempo que el encargo de santificación, confiere también los de enseñar y gobernar»(102). Esta autoridad «formal» es, a la vez, carismática y jurídica; fundamenta el derecho y el deber del Magisterio, en cuanto que es una participación de la autoridad de Cristo. Hay que procurar que el ejercicio de esta autoridad ministerial utilice igualmente la autoridad de la persona y el valor que se deriva de la misma verdad propuesta.

2. Los teólogos deben su autoridad específicamente teológica a su cualificación científica. Esta cualificación no puede ser separada del carácter propio de esta investigación que es la ciencia de la fe, y que no puede hacerse sin una experiencia vivida y sin la práctica de la misma fe. Bajo este aspecto, la teología tiene en la Iglesia no solamente una autoridad profana y científica, sino también una autoridad eclesial: se inserta evidentemente en el orden de las autoridades que se derivan de la Palabra de Dios y que están confirmadas por una misión canónica.

Tesis 7

Aparece todavía una nueva diferencia en la manera como el Magisterio de una parte y los teólogos por otra están vinculados a la Iglesia. Si la acción del Magisterio y la de los teólogos se sitúan en la Iglesia y están para beneficio de ella, es con una desemejanza en esta referencia eclesial.

1. El Magisterio es un cargo eclesial oficial conferido por el mismo sacramento del orden. Como elemento institucional, no podría existir de otra manera sino en la Iglesia. Así mismo, los diferentes titulares del Magisterio no pueden usar de su autoridad y de su poder sagrado «más que en vista de la edificación de su rebaño en la verdad y en la santidad»(103). Esto no concierne solamente a las Iglesias particulares confiadas a cada uno de ellos, sino que «como miembros del Colegio episcopal [...], cada uno de ellos está obligado, en relación con la Iglesia universal, por institución y precepto de Cristo a esta solicitud que [...] es provechosa para la Iglesia entera»(104).

2. La obra teológica, aun cuando no se ejerce en fuerza de una «misión canónica» explícita, no puede realizarse fuera de una comunión viviente con la fe de la Iglesia. Por esta razón, todos los bautizados pueden desempeñar la tarea de teólogo en la medida en que, por una parte, viven efectivamente la vida de la Iglesia, y cuando, por otra, están dotados de la competencia científica requerida. La tarea del teólogo recibe su dinamismo de la vida del Espíritu Santo. Esta vida anima a la Iglesia y se comunica por los sacramentos, la predicación y la comunión en la caridad.

Tesis 8

La diferencia entre el Magisterio y la teología reviste un aspecto particular en lo que concierne a su libertad y a la función crítica a ella asociada. Esta función crítica se ejerce en relación con los fieles y el mundo, e incluso entre el Magisterio y la teología.

1. El Magisterio posee evidentemente en su ejercicio la libertad que le garantizan su naturaleza y su institución. Esta libertad va unida a una gran responsabilidad. También es frecuentemente difícil, aunque necesario, usar de esa libertad de tal manera que, a los ojos de los teólogos y de los otros fieles, no parezca su ejercicio arbitrario o exorbitante. Por otra parte, entre los teólogos, algunos reivindican la libertad científica de una manera exagerada, sin tener en cuenta suficientemente el hecho de que el respeto con relación al Magisterio constituye uno de los elementos específicos de la ciencia teológica. Además no es raro que la tendencia democrática actual suscite un movimiento de solidaridad que lleva a que algunos teólogos se opongan a las disposiciones tomadas por el Magisterio en el ejercicio de su misión de vigilancia doctrinal en materias de fe y de costumbres. No deja de ser conveniente, aunque ello no sea cosa fácil, encontrar constantemente una manera de actuar que, aun siendo libre y valiente, evite cualquier especie de arbitrariedad y todo daño al sentimiento de comunidad en la Iglesia.

2. A la libertad del Magisterio corresponde, del lado de los teólogos, con su carácter propio, la que se deriva de su responsabilidad científica. Ésta, sin embargo, no carece de límites. Ante todo, está sujeta a la ley de la verdad. Por otra parte, también para ella es verdad que «en el uso de todas las libertades debe ser observado el principio moral de la responsabilidad personal y social»(105). De otra parte, si los teólogos tienen que interpretar las enseñanzas eclesiales actuales y pasadas del Magisterio, si deben situarlas en el contexto total de la verdad revelada y promover su mejor inteligencia con la ayuda de la hermenéutica, esta tarea debe ser llevada de una manera positiva y no destructiva, incluso cuando presente aspectos críticos.

Tesis 9

No es raro que en la realización de las tareas respectivas del Magisterio y de la teología se dé lugar a algunas tensiones. Ni hay que extrañarse ni se puede esperar que aquí abajo se pueda llegar a eliminar plenamente las divergencias: al contrario, por donde quiera que hay vida verdadera, hay igualmente tensión. Pero ésta no debe ser interpretada en el tono de la hostilidad ni de una verdadera oposición: representa, por el contrario, un factor de dinamismo y un estímulo que incita al Magisterio y a la teología a desempeñar concertadamente sus funciones respectivas practicando el diálogo.

III. Cómo promover hoy las relaciones entre los teólogos y el Magisterio

Tesis 10

El diálogo entre los teólogos y el Magisterio halla su fundamento y sus condiciones de eficacia en la comunidad de la fe de la Iglesia y en la voluntad de servirla. En efecto, ellas determinan las funciones del Magisterio y la teología, por muy diferentes que ellas sean.

Esta unidad en la comunicación y la participación en la verdad es anterior, como afinidad y predisposición, a todo intercambio concreto. A su vez, se ve reforzada y se hace más viva por el ejercicio del diálogo en sus formas más diversas. Así el diálogo asegura la mejor de las ayudas recíprocas. El Magisterio se encuentra más iluminado en el anuncio y la salvaguardia de la verdad en materia de fe y costumbres. La comprensión de la fe, que ha de ser creída y vivida, propuesta por la teología, alcanza, por otra parte, la certeza gracias a la confirmación que recibe del Magisterio.

Tesis 11

El diálogo entre el Magisterio y los teólogos no está limitado más que por la verdad de la fe que hay que mantener y exponer. Por esta razón todo el campo de la verdad está abierto a este intercambio de ideas. Mas, por otra parte, no se trata de buscar la verdad indefinidamente como un objeto indeterminado o una pura incógnita. La verdad ha sido realmente revelada y confiada a la Iglesia para que ella la guarde fielmente. El proceso del diálogo queda agotado cuando se pretende salir de los limites de la verdad de la fe.

Esta finalidad del diálogo, que lo coloca al servicio de la verdad, es frecuentemente puesta en peligro y su posibilidad queda reducida por ciertas maneras de proceder. El diálogo está condenado al fracaso cuando se quiere convertirlo en un instrumento de acción como si se tratase de una lucha política en la que cada una de las partes pretende asegurarse los medios de presión, y, en fin de cuentas, carece de una preocupación auténtica por la verdad. Las mismas leyes del diálogo quedan violadas desde el momento en que se quiere ocupar todo el espacio de una manera unilateral. Entre el Magisterio y los teólogos, se encuentra particularmente falseado cuando se abandona prematuramente el nivel de la argumentación y los intercambios, para apelar de golpe a los medios de presión, a la amenaza y a la sanción. Lo mismo ocurre cuando el debate entre los teólogos y el Magisterio se lleva al público, católico o no, por una publicidad y una información inadecuada a la naturaleza del tema. Se movilizan entonces presiones poderosas, como las de los mass media, que son extrañas a las exigencias mismas de la discusión.

Tesis 12

Antes de establecer un proceso formal en materia doctrinal, la autoridad competente agotará todas las posibilidades ordinarias de llegar a un acuerdo por la vía del diálogo (por ejemplo, conversaciones personales, preguntas y respuestas cruzadas por correspondencia). Si no se puede llegar a un verdadero acuerdo en estas gestiones, el Magisterio debe poner en marcha un procedimiento de investigación amplia y flexible, comenzando por diversas formas de advertencia, de «sanciones verbales», etc. Si el caso encierra una gravedad particular, el Magisterio está obligado ­después de consultar a teólogos de diversas escuelas y no sin haber agotado todos los recursos de diálogo­ a restablecer la verdad comprometida y a salvaguardar la fe del pueblo fiel.

Según las reglas clásicas, el hecho de «herejía» no puede ser definitivamente establecido más que cuando el teólogo acusado ha dado pruebas de obstinación, es decir, rehuye cualquier intercambio apto para hacer luz sobre una opinión contraria a la fe y rechaza prácticamente todo diálogo. Esta constatación presupone la aplicación de todas las reglas de interpretación del dogma y de las cualificaciones teológicas. De esta manera está asegurado el «ethos» de un procedimiento dialogal hasta en el caso en que las decisiones no pueden ser evitadas.

 

6.3. Comentario, por O. Semmelroth y K. Lehmann(106)

Introducción

El tema tratado por la Comisión Teológica Internacional en su sesión de 1975 es el mismo de que habló el Sumo Pontífice Pablo VI en la alocución al Congreso Internacional de Teología del Concilio Vaticano II, el 1 de octubre de 1966. Parece, por ello, oportuno recurrir a algunas afirmaciones pronunciadas por él. Es necesario ulteriormente tener presente que las relaciones mutuas entre el Magisterio eclesiástico y la teología son estrechas. A modo de introducción quizá se puede explicar así tal relación: toca a toda la Iglesia y, por esta razón, a aquellos órganos delegados especialmente para ello, anunciar a los hombres la Palabra de Dios que ha escuchado.

Se trata, por tanto, de dos funciones que hay que ejercitar conjuntamente: escuchar la Palabra de Dios y anunciarla con el testimonio de la palabra y la vida. Y esto, en último término, debe hacerse a través del testimonio común de todos los fieles, pero, de manera particular, de aquellos que sea a través de un ministerio oficial, sea por la cualificación científica, están preparados para ello. Esta unidad del escuchar y del enseñar, aunque sea de suyo inseparable, sin embargo, en uno u otro modo de cumplir el deber de enseñar ­a saber, en virtud del ministerio o por la preparación científica­ se ejercita con cierta acentuación diferente. Parece poder afirmarse que a los teólogos toca primariamente el deber de escuchar la Palabra de Dios ­de manera, sin duda, cualificada, es decir, científicamente­, mientras que al Magisterio eclesiástico toca más bien enseñar esta Palabra escuchada, pero con la ayuda de expertos en la ciencia teológica.

Tesis 1

En esta tesis se tratan dos cuestiones. En primer lugar, parece necesario explicar el concepto de Magisterio eclesiástico y de teólogo, ya que tanto el uno como el otro pueden expresarse con el concepto de magisterio. La función de enseñar pertenece, en efecto, aunque de manera diversa, tanto a los obispos como a los teólogos. Es necesario también tener presente que no siempre, a lo largo del decurso de la historia de la Iglesia, se ha hablado del Magisterio de las pastores y de los doctores en sentido unívoco. Se da analogía tanto en el sentido en que el uno y el otro eran comprendidos como en el modo concreto en que se ejercitaban. Por ejemplo, en algunos períodos más antiguos, más que en tiempos posteriores, el oficio episcopal y el ejercicio de la teología coincidían en las mismas personas. Más tarde, el Magisterio eclesiástico y la teología científica estuvieron unidos más bien por el camino de la cooperación.

Parte primera: trata de los elementos comunes al Magisterio eclesiástico y a los teólogos en el ejercicio de su función. Parece ser de mucha importancia no olvidar que, en la diversidad del oficio respectivo, deben cooperar para cumplir sus funciones eclesiales.

Tesis 2

En efecto, la verdadera teología, entendida en sentido católico, es función que ha de ejercitarse en el seno de la Iglesia no menos que el Magisterio eclesiástico de los obispos. Tanto la una como la otra función deben poner a salvo la certeza de la fe, sea profundizando la comprensión de la fe y defendiéndola con medios científicos, sea anunciándola auténticamente y custodiándola contra sus adversarios.

Tesis 3

Hay algunos vínculos comunes que obligan tanto al Magisterio como a los teólogos. La autoridad del Magisterio y de los teólogos es diversa; sin embargo, en ambos casos se trata de verdadera autoridad. Por ello es necesario que ambos oficios sepan que esta autoridad no es absoluta, sino que debe ejercitarse en forma de servicio: a saber, servicio a la Palabra de Dios. Esta escucha u «obediencia de fe» (Rom 1, 5; 16, 26) es prestada por los teólogos mediante la investigación científica en cuanto que favorece aquella mejor escucha que ellos facilitan a los obispos, cooperando con los cuales sirven al anuncio de la Palabra de Dios, que es competencia propia de los obispos mismos.

En el cumplimiento de este trabajo común tanto los teólogos como el Magisterio recogen del común sentido de los fieles de los tiempos pasados y del presente aquello que la Palabra de Dios ha comunicado a la Iglesia. En efecto, aquello que pertenece al patrimonio común de fe de la Iglesia emerge de la fe de la Iglesia en las varias dimensiones de su universalidad, es decir, de toda la Iglesia de hoy, que a la vez se prolonga en los tiempos pasados.

A lo largo del decurso de los siglos, la Iglesia ha dejado huellas en las que se descubre la fe, de la que vivía la Iglesia de los tiempos pasados. Por estos testimonios, es decir, por estos documentos de género diverso, llegados hasta nosotros, están vinculados la investigación de los teólogos y el testimonio del Magisterio eclesiástico, puesto que se trata de testimonios de la misma Iglesia creyente que se prolonga en los siglos.

La investigación teológica, como también el ejercicio del Magisterio, no se hacen por puro academicismo o por discusión polémica en cuanto tal. El fin para el que la verdad de fe es profundizada, mantenida pura y anunciada como evangelio, es pastoral y misionero. Es necesario que los hombres vivan de la misma fe. Más que para los teólogos, el carácter pastoral de su oficio es evidente para el Magisterio eclesiástico. Sin embargo, tampoco los teólogos pueden realizar su trabajo científico prescindiendo del aspecto pastoral, hasta el punto que el cuidado de las almas constituye un elemento intrínseco del mismo trabajo teológico. El carácter pastoral influye sea negativa, sea positivamente, en la teología: negativamente, en el sentido de que el trabajo de los teólogos debe estar atento a que la fe de los creyentes no padezca detrimento por el hecho de que explicaciones difíciles y cuestiones disputadas se lleven fácilmente, mediante los instrumentos de comunicación social, al conocimiento de aquellos, los cuales por tal divulgación quedan más turbados de lo que es tolerable; positivamente, en el sentido de que el trabajo teológico se utiliza para el anuncio, para la predicación y para la instrucción religiosa.

El trabajo teológico, también el científico, no sólo no puede quedar, hoy de hecho, secreto entre cuatro paredes, sino que por su fin mismo de ministerio al servicio de la predicación de la Palabra de Dios, toca de cerca la vida de la comunidad eclesial y humana.

Tesis 4

En esta tesis, la atención se dirige a la cualidad colegial o comunitaria, sea de la función del Magisterio, sea del trabajo de los teólogos. Aunque ambos pueden y deben ejercitarse mediante el empeño personal de cada obispo y teólogo concreto, sin embargo en el ámbito del Magisterio y de la teología el carisma competente se da a los miembros concretos en virtud de su unión con el colegio y con la comunidad eclesial. Esta comunión y esta colegialidad se deben tener en cuenta en el ejercicio del oficio y en el trabajo científico. Se debe tener cuidado especial, sobre todo, de la comunión entre el colegio magisterial y la comunidad de aquellos que se dedican al trabajo teológico. La colegialidad del Magisterio eclesiástico ha sido recordada, de manera especial, por el Concilio Vaticano II, de modo que cada uno no debe y no puede ejercitar su oficio sin referencia al colegio. Por otra parte, los teólogos no pueden realizar su trabajo sin tener en cuenta el trabajo y las opiniones de los colegas, y esto no sólo por exigencia de método científico, sino también por exigencia de comunión vital, tanto intelectual como carismática.

Parte segunda. Los elementos comunes al Magisterio eclesiástico y al ministerio de los teólogos no eliminan las diferencias existentes entre ambos. Cuatro son especialmente los elementos en que difieren: la función propia de cada uno, la cualidad de la autoridad propia a cada uno, el modo diverso de estar unidos con la Iglesia, la libertad propia y específica de cada uno.

Tesis 5

Función del Magisterio es la defensa de la integridad y de la unidad de la fe y de las costumbres. Esto no puede hacerse a fuerza de leyes, sino según la medida de la verdad propuesta a través del ejercicio del oficio. Por ello, en esto tiene necesidad de la ayuda y de la cooperación de la ciencia de los teólogos, en cuanto que con método científico se esfuerzan por descubrir la verdad de la Palabra de Dios escondida en palabras de hombres. La función de defender la integridad y la unidad de la fe, a primera vista, parecería ser más bien negativa, es decir, limitativa. En realidad se ejercita de modo completamente positivo para la vida de la Iglesia, a saber, mediante la interpretación auténtica de la Palabra de Dios, que contiene a la vez un limite a las opiniones contrarias a la fe y, todavía más, una introducción más profundizada en el conocimiento de la fe.

Lo que se dice en el número 2 de la tesis 5 acerca de la función, en cierto modo, de mediación de los teólogos entre el Magisterio y el pueblo de Dios no debe entenderse de modo demasiado exclusivo. Sin embargo, parece que es bastante importante, ya que aquello que el Magisterio propone como materia de fe o de doctrina eclesiástica debe comunicarse, mediante la interpretación y la explicación teológica, al pueblo de Dios que vive aquí y ahora y que no siempre comprende en el verdadero sentido cuanto en el pasado o también hoy es anunciado por el Magisterio. Por otra parte, también el mismo Magisterio tiene necesidad de la ayuda de los teólogos para poder reconocer en la fe del pueblo cristiano cuanto es verdadero y cuanto es erróneo, puesto que la fe de la comunidad del pueblo de Dios es norma también para aquellas cosas que el Magisterio podrá proponer obligatoriamente a todos para que las crean. Ya que en el cumplimiento de tal oficio deben emplearse diversos medios científicos, el Magisterio eclesiástico tiene necesidad de una seria colaboración por parte de los teólogos. Por ello, los teólogos mismos deben ser conscientes de este ministerio.

Tesis 6

Acerca de la fuente de la autoridad, en virtud de la cual tanto el Magisterio eclesiástico como los teólogos cumplen su misión, es necesario distinguir de modo que -observando la justa diferencia­ se evite toda falsa oposición.

Por una parte, la autoridad especifica del Magisterio eclesiástico procede de la ordenación sacramental, mediante la cual tiene lugar la cooptación en el colegio episcopal, al cual en cuanto tal corresponde la suma autoridad pastoral en la Iglesia. Es necesario considerar atentamente que tal «autoridad formal» debe coincidir con una cierta autoridad personal, que se deriva tanto del modo de comportarse la persona como también de la autoridad científica adquirida por el teólogo con el estudio y la investigación. Una cosa no debe excluir a la otra. Y esto puede verificarse por el hecho de que el mismo obispo consagrado pastor en la Iglesia haya adquirido también, con los estudios teológicos, la otra forma de autoridad, o por el hecho de que aquel que ha sido consagrado obispo y maestro, en el cumplimiento del propio oficio se sirve de la ayuda y de la cooperación de un teólogo experto.

Acerca de la autoridad del teólogo, es necesario advertir que no debe ser una autoridad sólo intelectual, sino que debe provenir de la participación en la vida de la Iglesia, cuya fe viva se investiga y explica con la actividad teológica.

Tesis 7

Sin duda, al desarrollar el propio oficio, tanto el Magisterio eclesiástico como los teólogos deben estar unidos a la Iglesia. Sin embargo, en la modalidad de esta unión con la Iglesia hay algunas diferencias.

En cuanto al Magisterio eclesiástico, la eclesialidad proviene del hecho de que se trata de un oficio y de un ministerio en y para la Iglesia, que no tiene sentido fuera de la Iglesia. Y esto también, más aún especialmente, porque se refiere a la función de enseñar, es decir, al Magisterio; tanto más que este Magisterio debe, ante todo, ejercitarse a la manera de juicios que disciernen la verdad o la falsedad de las sentencias proferidas.

Dígase lo mismo de los teólogos cuando, y en la medida en que ejercitan su función, no sólo como investigadores, sino también como enseñantes en virtud de una misión canónica. La ciencia teológica, sin embargo, está unida a la Iglesia, también cuando se limita a la investigación personal y no se ejercita oficialmente. La ciencia de la fe, que es la teología, no puede ejercitarse más que en el contexto vital de la fe de la Iglesia. En efecto, la fides quae no puede ser investigada sino por aquel que, con viva fides qua, vive en la Iglesia.

Tesis 8

Hoy se habla frecuentemente de la libertad de la ciencia teológica, contraponiendo no raras veces esta libertad científica a las ataduras puestas por parte de la autoridad. Así, frecuentemente se pierde de vista el hecho de que la verdadera libertad es propia tanto del Magisterio autoritativo como de la ciencia teológica: tal libertad propia de cada uno debe ser tenida en cuenta por la otra instancia.

Quien habla de libertad -se trate de la del Magisterio eclesiástico o de la teología científica- no debe olvidar que ella no puede identificarse con el libertinaje, sino que debe caminar juntamente con un gran sentido de responsabilidad, que necesariamente restringe la libertad misma. La responsabilidad que restringe la libertad científica de los teólogos con respecto al Magisterio se presenta como respeto. Este respeto no debe suprimir la libertad científica de los teólogos, la cual, por sí misma, está vinculada por la misma verdad, enunciada por la Palabra de Dios y custodiada por el Magisterio.

Sin duda, en mantener la libertad del Magisterio y la de los teólogos aparece una enorme dificultad; es necesario renovar siempre los esfuerzos para que la libertad se ejercite sin romper por ello los vínculos necesarios, y al mismo tiempo respetar y poner a salvo tales vínculos sin que resulte destruida la libertad propia del ministerio de la verdad.

Tesis 9

Esta tesis prepara el paso a la tercera parte, en la que se trata del diálogo bien entendido entre el Magisterio y la teología. Nadie, en efecto, puede dudar, por cuanto se ha dicho hasta ahora, de la facilidad con que pueden verificarse tensiones. Todas las cosas dichas sobre los puntos de convergencia y sobre las divergencias deben poder coexistir, también a costa de esfuerzos renovados continuamente. Sin embargo, siempre se advertirá una tensión entre elementos que deben coexistir, pero que no pueden reducirse fácilmente a unidad. El diálogo es el medio no para resolver sin más tal tensión, sino para hacerla fructuosa.

(O. Semmelroth S.I.)

La parte tercera de las tesis quiere contribuir a hacer que aquella cierta tensión entre el Magisterio y la teología, descrita en la Tesis 9, no llegue a ser nociva al bien común de la Iglesia. Para evitar esto existen muchos medios e instrumentos, entre los cuales tiene prevalencia el diálogo, camino principal y método válido para instaurar una relación fructuosa entre los teólogos y el Magisterio.

El concepto de diálogo debe entenderse rectamente. No se trata de un coloquio vago, indeterminado y prolijo hasta el infinito. El diálogo debe servir para encontrar la verdad. Si el diálogo, también a nivel sumo, asegura la verdadera libertad y la iniciativa de todos los participantes, no puede, sin embargo, sustituir la función de los jueces de la fe ni debe impedir las necesarias decisiones del Magisterio para proteger la fe de la Iglesia. No se trata, por ello, de un concepto superficial y común de diálogo, sino del concepto de diálogo purificado de tales implicaciones y en consonancia con la fe cristiana.

Tesis 10

El diálogo tiene también sus presupuestos; de no ser así no consigue la verdad. A todo diálogo entre el Magisterio y los teólogos se debe presuponer una solidaridad fundamental que consiste en la fe común de la Iglesia. Esta unidad observa y tiene en cuenta las funciones diversas del Magisterio y de la teología. El verdadero diálogo vive en y de este fundamento común. El diálogo perdería toda significación en el momento en que faltase o fuera sólo fingida la comunión profunda en la fe. Por esto, para que lleve a la verdad, el diálogo no sólo debe ser conducido con pericia, sino, sobre todo, con sinceridad, con fortaleza en afirmar la verdad y con prontitud para acogerla. Hoy esta comunión no raras veces, se descuida o pone en duda; por ello parece necesario subrayar la importancia de esta base de todo diálogo entre Magisterio y teología.

La tesis se propone reafirmar que las funciones propias del Magisterio y de la teología no deben llegar a confundirse. Si están en el campo de la propia responsabilidad, como se precisa al final de la tesis, se ayudan mutuamente muy bien. La tesis rechaza los intentos de todos aquellos que querrían quitar del medio más o menos la función del Magisterio, atribuyendo en materia de fe y de costumbres la exclusiva competencia a la teología científica y, por ello, a los teólogos.

Tesis 11

Se plantea consecuentemente el problema de los límites del diálogo entre Magisterio y teólogos. Dos son los elementos principales: 1) Si se guarda la comunión de fe, el diálogo, de suyo, no tiene límites. Esto, sin embargo, no significa un proceso hasta el infinito en la búsqueda de la verdad. 2) El método dialógico tiene límites en el momento en que se toca la verdad de fe.

Pero el diálogo presenta también peligros intrínsecos que destruyen la posibilidad de coloquio. El diálogo puede fácilmente resultar alterado en el caso en que, por ejemplo, se empleasen medios de coacción externa. Pero no es hoy éste el mayor peligro. En las relaciones entre Magisterio y teólogos se da un nuevo problema de gran importancia que hasta ahora, en esta forma, no había existido jamás. En otro tiempo, el diálogo entre el Magisterio y los teólogos sobre una materia dudosa se desarrollaba directamente, es decir, entre la autoridad competente y un determinado teólogo; hoy, en caso de conflicto, en no raras ocasiones, se interpone ­entre Magisterio y teólogos­ la publicidad. De aquí, presiones, cálculos tácticos, etc., que hacen desaparecer la verdadera atmósfera de diálogo, cuya sinceridad queda así oscurecida. Episodios de este género dan origen a una situación nueva que, sin duda, debe profundizarse.

Tesis 12

Las tesis no pretenden afrontar problemas particulares y especialmente jurídicos acerca de la estructura externa del diálogo, sobre todo en caso de conflicto. Pero esta tesis pretende mostrar el significado y el puesto del método dialógico antes del proceso sobre la doctrina, y en cuanto es posible, también en el procedimiento (Ratio agendi).

El proceso sobre la doctrina representa el paso último y decisivo, en el caso en que todas las otras formas insinuadas en el texto se revelasen inútiles y vanas. En este sentido, la tesis recomienda el método del diálogo también al Magisterio, para que ­reaccionando a las opiniones dudosas­ quiera emplear por grados los instrumentos que tiene a su disposición (cf. lo que se expone en la tesis). Las reglas clásicas de la hermenéutica de los dogmas proporcionan una ayuda válida y clara. Pero la tesis sabe bien que el diálogo también puede terminar si el teólogo contradice a una verdad de fe sin ofrecer esperanza de cambiar. En tal caso, es el teólogo mismo quien, en último término, rechaza el diálogo.

(K. Lehmann)