ANÁLISIS BÍBLICO-PASTORAL FRENTE
AL PROBLEMA DE LAS SECTAS
Juan
Daniel PETRINO
Universidad del Salvador
Buenos Aires, Argentina
Las sectas: fenómeno antiguo y siempre nuevo
La aparición vertiginosa de nuevos movimientos religiosos y sectas en el marco social y religioso contemporáneo llama la atención de todos: de los pastores y del pueblo en general, de los periodistas y especialistas en el tema... En estos últimos años los estudios se han multiplicado bajo sus más diversos aspectos.
El avance de las sectas está a la vista y se ha vuelto de alguna manera un tema común. Sin embargo, es tan complejo y vasto, tan amplio y difícil de encerrar en cuadros precisos, que se presenta siempre como actual y susceptible de nuevas investigaciones; un fenómeno que es siempre noticia. Mas aún, y de un modo particular en el campo práctico, los medios para subsanar esta situación permanecen siempre a la espera de una ulterior reflexión, un mayor enriquecimiento y toma de posición. La pastoral tiene por delante en este nuevo desafío todo un campo de trabajo.
Adentrándonos en las páginas del Nuevo Testamento los interrogantes bíblico-pastorales encierran en sí una fuerza e interés particular. La Iglesia apostólica no se vio ajena al fenómeno de las sectas y tuvo que hacer frente a estos grupos ya desde los primeros años de vida. ¿Qué actitud tomaron los apóstoles? ¿Qué enseñanzas nos legaron aquellos que son fundamento y columnas de la verdad ante la aparición de doctrinas y líderes extraños y contrarios al Evangelio? ¿De qué modo reaccionaron los fieles que convivieron con el mismo Maestro?
Espigamos en este escrito algunas enseñanzas neotestamentarios para traer nueva luz al campo pastoral.
Las sectas: falsificación y caricatura de lo divino
Los apóstoles habían escuchado de labios del mismo Jesús la advertencia, «Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy el Cristo", y engañaran a muchos. ... Surgirán muchos falsos profetas que engañarán a muchos» (Mt. 24, 4-5. 11). El maligno sembraría la cizaña (cf. Mt. 13, 24-30; 36-42) para confundir y dividir, para alejar al hombre de Dios y de su misma vida, incluso en el nombre de lo divino. El príncipe de las tinieblas y padre de la mentira, homicida desde el principio, estaría detrás del espíritu anticristiano, combatiendo el Evangelio de Jesucristo (cf. Jn. 8, 44-47). El Señor llamó a los falsos profetas «lobos rapaces con disfraces de ovejas» (Mt. 7, 15) alertándonos acerca del engaño y de los prodigios que obrarían usurpando su divino Nombre (cf. Mc. 13, 5.22-23; Mt. 7, 21).
El divino Maestro oró por la unidad: «Que todos sean uno» (Jn. 17, 21a) y para que hubiese un solo rebaño y un solo pastor (cf. Jn. 10, 16) nos unió en su propio Cuerpo, la Iglesia (cf. 1 Cor. 12, 12-30), a la que concedió la riqueza insondable de su sacerdocio. Los evangelistas nos relatan aquellas solemnes escenas: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo» (Mt. 28, 18-20). El Señor Jesucristo edificó su Iglesia sobre san Pedro, los apóstoles y sus sucesores, fundamento de unidad y punto de referencia: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia ... Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos» (Mt. 16, 18); «apacienta mis ovejas» (Jn. 21, 16). «Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza» (Lc. 10, 16).
Los Apóstoles vieron inmediatamente la aparición de movimientos que se oponían a la "Ekklesia" de Cristo. Estas "hairesis" o "sectas" se presentaban como opositoras al Evangelio del Señor y a su Iglesia: cambiaban el mensaje evangélico deformando la realidad del misterio de Jesucristo y erigían a la vez comunidades "separadas" y al "margen" de la Comunidad apostólica. Estos grupos que se escindían del tronco eclesial ("secta", del latín "seco" = cortar y "sequor" = ir en pos de, seguir) no solamente sustentaban doctrinas contrarias a la verdad enseñada por el Maestro, sino que seguían autoridades extrañas a la jerarquía dejada por el mismo Jesús; los sectarios iban detrás de nuevos líderes que no respondían al magisterio instituido por el Salvador. He aquí las principales notas características de la etimología bíblica del término secta (cf. Schlier, H., "Hairesis", en Kittel, R., ed. Grande Lessico del Nuovo Testamento, vol. I., trad. it., Brescia, 1965, col. 485-498).
San Pedro menciona en su segunda epístola la aparición de "sectas" que niegan al Señor y perjudican el camino de la verdad: «Hubo también en el pueblo falsos profetas, como habrá entre vosotros falsos maestros que introducirán herejías (sectas) perniciosas que, negando al Señor que los adquirió, atraerán sobre sí una rápida destrucción. Muchos seguirán su libertinaje y, por causa de ellos, el Camino de la verdad será difamado» (2 Pe. 2, 1-2).
El apóstol san Pablo, al despedirse de sus fieles de Éfeso, deja traslucir el drama de las divisiones y de los falsos líderes que arrastrarían a los creyentes al margen de la verdad apostólica: «Yo sé que, después de mi partida, se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán el rebaño; y también que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos detrás de sí» (Hech. 20, 29-30).
La naciente Iglesia debió afrontar las más diversas ideologías que intentaban interpretar y vivir el cristianismo escindidos de la ortodoxia y autoridad apostólica. Estas tendencias provenían de ambiente tanto judío como pagano. Las principales "hairesis" de los siglos I-II se enmarcaban dentro de la corriente judaizante y del mundo del gnosticismo. Las comunidades cristianas sufrieron la tensión y división de estos grupos heterodoxos que pretendían incorporar elementos incompatibles con la doctrina divina y su Institución, la Iglesia. Por otra parte, el Imperio romano experimentaba en aquella época una silenciosa y progresiva invasión de sectas, originarias del oriente y de otras regiones conquistadas por las legiones. Las "hairesis" asumían sincretísticamente algunas de estas creencias desfigurando el Evangelio. Aquí cabe destacar entre ellas: la idolatría el escatologismo, la magia y el esoterismo, el gnosticismo helénico, la heterodoxia judaizante y el maniqueísmo.
Notemos que se trataba entonces, al igual que en nuestros días, de sectas con tinte religioso, en las cuales el misterio o lo sobrenatural no se niega directamente sino que viene falsificado. No estamos ante la indiferencia y el ateísmo sino ante la manipulación y la caricatura de lo divino. He aquí la paradoja del drama sectario: se despoja al hombre de lo divino en el nombre del mismo Dios que le llama a esta vocación sublime de comunicar con el mundo sobrenatural. Se niega la realidad deformándola.
Estas ideologías sectarias o "hairesis" se ubican entre aquellos que perturban a los fieles y «quieren transformar el Evangelio de Cristo» (Gál. 1, 7); usurpan su nombre y se autoproclaman Mesías (cf. Mt. 24, 4-5). Se trata de "falsos profetas" (cf. 1 Jn. 4, 1-3), "doctores falaces" (cf. 2 Pe. 3, 3-4) y "seductores" (2 Jn. 7) que se "introducen solapadamente" (cf. Jds. 4) negando en definitiva el misterio de Jesucristo (cf. 2 Jn. 7). De ahí la proclamación paulina «Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo y lo será siempre. No os dejéis seducir por doctrinas varias y extrañas» (Hebr. 13, 7). Y el apóstol San Juan, al concluir su primera epístola: «Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna. Hijos míos, guardaos de los ídolos» (1 Jn. 5, 20b-21).
La verdad de la palabra de Dios nos vuelve libres (cf. Jn. 8, 32. 36), mientras que las sectas, "apariencia de sabiduría" y "piedad afectada" (Col. 2, 23), imponen a sus seguidores un yugo esclavizante ajeno a la vida de Cristo. «Mirad —dice san Pablo— que nadie os esclavice mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo» (Col. 2, 8).
Los líderes sectarios «hombres de mente corrompida», «descalificados en la fe» (2 Tim. 3, 8) se arrogaban una autoridad que no les pertenecía, irrumpiendo en el mundo de lo sagrado fuera de los designios providenciales señalados por Dios en la historia de la salvación. Las sectas pretendían así sustituir la Iglesia de Jesucristo, su amada esposa, fruto del sacrificio del mismo Salvador.
Las doctrinas sectarias implicaban en segundo lugar una invasión irreverente en el ámbito de la divina revelación; una racionalización indebida del misterio que conllevaba en sí una deformación de su propia entidad y, por tanto, un cambio del "depositum fidei". La "hairesis" constituía de este modo una ideología contradictoria a la palabra de Dios. La gnosis se colocaba por encima del misterio, o, dicho de otro modo, se convertía la fe en una forma privilegiada de gnosis. La inteligencia humana se erigía sobre todo, encerrando en sí, cuando no creando, el mismo conocimiento de Dios con sus propias fuerzas. La creencia en el seno de las sectas se convertía en una cuestión fundamentalmente humana y en una "especialidad" de una élite selecta. Estos, en el decir de san Pablo, «están siempre aprendiendo y no son capaces de llegar al pleno conocimiento de la verdad» (2 Tim. 3, 7).
La ideología sectaria irrumpía por ultimo en el campo religioso para su autoafirmación: no tanto para dar gloria a Dios e intimar en amistad con el Señor de todo, sino más bien con el fin de apropiarse de los poderes divinos (cf. Hech. 8, 9-24). He aquí la mutación sectaria: se convierten los carismas en fuerzas mágicas, lo sobrenatural en fuerzas preternaturales, lo soteriológico en esoterismo y el misterio en ocultismo. Los Apóstoles tuvieron que hacer frente a los cultores de fuerzas ocultas y paranormales y a los fabricantes de ídolos, rivalizando con la magia, la superstición (cf. Hech. 13, 6-12), el ocultismo (cf. Hech. 16, 16-24; Hech. 19, 11-17) y la idolatría (cf. Hech. 19, 23-30; 1 Cor. 10, 14).
San Pablo alerta sobre las "doctrinas extrañas" y la "vana palabrería", reservando palabras duras para los que tergiversan y deforman el Evangelio y la gracia de Cristo: «Si alguno enseña otra cosa, y no se atiene a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que es conforme a la piedad, está cegado por el orgullo y no sabe nada; sino que padece la enfermedad de las disputas y contiendas de palabras, de donde proceden las envidias, discordias, maledicencias, sospechas malignas, discusiones sin fin propias de gentes que tienen la inteligencia corrompida, que están privados de la verdad y que piensan que la piedad es un negocio» (1 Tim. 6. 3-5).
Los escritos apostólicos llaman a la «vigilancia» (cf. Fil. 3, 2), para no dejarse «seducir» (cf. Gál. 1, 8-9; 3, 1), y a la fortaleza, para no caer ante las «intimidaciones» de los adversarios del Evangelio (cf. Fil. 1, 27-30). Es el anhelo de San Pablo «que permanezcáis sólidamente cimentados en la fe, firmes e inconmovibles en la esperanza del Evangelio» (Col. 1, 23). El Apóstol busca que sus fieles «alcancen en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col. 2, 2-3). Y su solicitud permanente para con ellos «para que nadie les seduzca con discursos capciosos» (Col. 2,4).
El alerta se repite: «Que nadie os engañe con vanas razones, pues por eso viene la cólera de Dios sobre los rebeldes» (Ef. 5, 6). El desorden y exceso de especulación aleja de la sana doctrina: «todo el que se excede y no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios» (2 Juan 9).
El espíritu anticristiano, el espíritu del anticristo, reinaría en medio de las sectas: «prodigios engañosos», «todo tipo de maldad que seducirán», presencia de «un poder seductor que les hace creer en la mentira» (2 Tes. 2, 9.13; cf. 1 Jn. 4, 1-3). «El Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe entregándose a espíritus engañadores y a doctrinas diabólicas, por la hipocresía de embaucadores" (1 Tim. 4, 1; cf. Jds. 17-18). El sobreaviso sobre «los falsos apóstoles» y «operarios engañosos" (cf. Apoc. 2, 2b) se hace tanto más necesario cuanto que «se disfrazan de apóstoles de Cristo» al modo como «Satanás se disfraza de ángel de luz» (cf. 2 Cor. 11, 13-14).
El engaño de las "hairesis" encerraba en sí el fraude, la falsificación y la confusión: manifestaciones preternaturales, palabras y escritos presentados como auténticamente divinos. En la epístola a los Tesalonicenses leemos: «no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestros ánimos, ni os alarméis por alguna manifestación profética, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el Día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera» (2 Tes. 2, 2-3).
Los sectarios, al igual que los falsos profetas, utilizaban los oráculos, se valían igualmente de los textos sagrados «reinterpretándolos» de acuerdo con sus ideologías. San Pedro nota, refiriéndose a los epístolas paulinas: «en ellas hay cosas difíciles de entender, que los ignorantes y los débiles interpretan torcidamente —como también las demás Escrituras— para su propia perdición» (2 Pe. 3, 16). Y el mismo Apóstol advierte que la divina palabra no puede caer bajo la libre interpretación individualista: «ante todo tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios» (2 Pe. 1, 20-21).
El carácter sagrado y la altísima dignidad de la palabra y revelación divinas han de inspirar el máximo respeto; y, aunque misteriosas, no deben caer bajo las maniobras tergiversantes. San Juan advierte duramente en el Apocalipsis: «Si alguno añade algo sobre esto, Dios echará sobre él las plagas que se describen en este libro. Y si alguno quita algo a las palabras de este libro profético, Dios le quitará su parte en el árbol de la Vida y en la Ciudad Santa, que se describen en este libro» (Apoc. 22, 18-19).
La vida cristiana ante las sectas
El baluarte donde refugiarse frente al error y la confusión es la tradición apostólica y la Iglesia de Dios, «columna y fundamento de la verdad» (1 Tim. 3, 15). Ante el espectáculo de las ideologías de moda, San Pablo anima a su discípulo amado: «combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna ... guarda el depósito. Evita las palabrerías profanas, y también las objeciones de la falsa ciencia; algunos que la profesaban se han apartado de la fe» (1 Tim. 6, 12. 20-21). «No te avergüences ... Ten por norma las palabras sanas que oíste de mi en la fe y en la caridad de Cristo Jesús. Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que habita en nosotros» (2 Tim. 1, 8. 13-14; cf. 1 Jn. 4, 6). Las palabras son gráficas: «Rechaza las fábulas profanas y los cuentos de viejas» (1 Tim. 4, 7). «Evita las palabrerías profanas, pues los que a ellas se dan crecerán cada vez más en impiedad, y su palabra irá cundiendo como gangrena» (2 Tim. 2, 15-17). A Tito por su parte, el Apóstol le avisa que a los «habladores y embaucadores» es menester «taparles la boca» y «reprenderles severamente», «a fin de que conserven sana la fe» (Tito 1, 11. 13).
El Señor edifica la Iglesia, que es su Cuerpo, en la unidad de su fe (cf. Ef. 4, 11-13), «para que no seamos ya niños llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error, antes bien, siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquél que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo recibe» (Ibíd. vv. 14-16).
La intensa vida espiritual de los creyentes les mantendrá inmune de las asechanzas (cf. 1 Pe. 5, 8) y la fascinación de las sectas. El estudio y profundización de nuestra fe, así como la vida interior y el ejemplo de vida hasta el padecimiento, son las mejores armas para hacer frente a los contradictores del Evangelio. San Pedro escribe: «dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto. Mantened una buena conciencia, para que aquello mismo que os echen en cara, sirva de confusión a quienes critiquen vuestra buena conducta en Cristo. Pues más vale padecer por obrar el bien, sí esa es la voluntad de Dios, que por obrar el mal» (1 Pe. 3, 13-17).
El apóstol San Judas confía a sus queridos discípulos esta misión frente a las divisiones gestadas por las "hairesis": «edificándoos sobre vuestra santísima fe y orando en el Espíritu Santo, manteneos en la caridad de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A unos, a los que vacilan, tratad de convencerles; a otros tratad de salvarles arrancándoles del fuego; y a otros mostradles misericordia con cautela, odiando incluso la túnica manchada por su carne» (Jds, 20-23).
Las estrategias sectarias que buscan acercarse a los fieles y conquistarlos para sus ideologías y grupos no eran desconocidos a los Apóstoles. En los textos antes citados te habla de la «acción solapada» de los sectarios, de «discursos capciosos» y «argumentos embaucadores», así como de «vana palabrería» y «objeciones de la falsa ciencia». Estos «visitan las casas» y perturban a los fieles, fomentan las «disensiones y disputas», procurando arrastrar a la gente contra la verdad del Evangelio. Las acciones de reclutamiento que promueven los líderes de las "hairesis" van desde las palabras dulces y falaces basta la persecución directa.
En este marco se deben ubicar las advertencias apostólicas. «Al sectario, después de una y otra amonestación, rehúyele" (Tito 3, 10). «Si alguno viene a vosotros y no es portador de esta doctrina, no le recibáis en casa, ni le saludéis, pues el que le saluda se hace solidario de sus malas obras» (2 Jn. 10-11).
El apóstol san Pablo Insiste: «Esto has de enseñar; y conjura en presencia de Dios que se eviten las discusiones de palabras, que no sirven para nada, si no es para perdición de los oyentes» (2 Tim. 2, 14; cf. ibíd. 2, 23). Y refiriéndose a las doctrinas y cultos paganos, les dice a los corintios: «No os juntéis con los infieles. Pues ¿qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las tinieblas? ¿Qué armonía entre Cristo y Beliar? ¿Qué participación entre el fiel y el infiel? ¿Qué conformidad entre el santuario de Dios y el de los ídolos?» (2 Cor. 6. 14-15).
Ante el fenómeno sectario he aquí en pocas palabras la máxima apostólica: vigilancia y crecimiento en la intimidad con el Señor. «Vosotros pues, queridos, estando ya advertidos, vivid alerta, no sea que, arrastrados por el error de esos disolutos, os veáis derribados de vuestra firme postura. Creced, pues, en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2 Pe. 3, 17-18).
Esta unión íntima con el Maestro por la gracia y oración se intensifica y halla su momento privilegiado en la Palabra de Dios, la Santísima Eucaristía y la Virgen María.
La vida espiritual y la sana doctrina encuentra en las Escrituras Sagradas la fuente preciosa que educa "al hombre de Dios" y le mantiene en la fe y sabiduría de Cristo. San Pablo elogia el conocimiento de los Libros Sagrados de su discípulo Timoteo y le encomienda vivamente la familiaridad con la palabra de Dios para no verse arrastrado por el error y el desaliento. He aquí el texto: «Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Letras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y educar en la justicia, así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena» (2 Tim. 3, 14-17).
La Palabra de Dios lleva a la Eucaristía: el Verbo al Verbo que se hizo Carne por nosotros. El corazón de la espiritualidad bíblica radica en la Santísima Eucaristía, Sacrificio y Comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo. Los Apóstoles lo habían aprendido del mismo Maestro (cf. Mt. 26, 26-28; Lc. 22, 19-20; Jn. 6, 53-58) y lo vivieron con notable fervor (cf. 1 Cor. 11, 23-25). La Eucaristía, Sacramento de la Fe y de la unidad —tal como nos describe los Hechos de los Apóstoles— constituía y edificaba la Comunidad de los creyentes (cf. Hech. 2, 42).
Inseparable de Jesucristo, la Madre por excelencia, que siempre intercede ante su divino Hijo (cf. Jn. 2) junto a su Iglesia (cf. Jn. 19. 25-27; Hech. 1. 14), la Virgen María, maestra de oración y de entrega a Dios (cf. Lc. I, 38; 1, 46-55; 2, 19. 51). Ella aplasta la serpiente y vence al dragón protegiendo a sus hijos del mal y del error (cf. Gén. 3, 15; Apoc. 12). La devoción mariana ocupa un puesto particular en la perseverancia de los fieles y en ministerio apostólico frente al florecimiento de las "hairesis" contrarias al Evangelio de Jesucristo.
La consecuencia inmediata de la auténtica vida espiritual es la evangelización. Los fieles, pertrechados de las armas del espíritu (Hech. 2; 4, 8; Ef. 6, 10-20), se lanzan a la aventura misionera, para compartir con todos la insondable riqueza de Jesucristo (cf. Ef. 3, 8. 14-19). El Espíritu Santo les lleva a vivir para Cristo Jesús (cf. Rom. 8, 14-17), y a no descansar hasta ver al Señor formado en cada uno (cf. Cor. 9, 16. 22-23); extender el Evangelio a todos los confines (cf. Mt. 28. 18-20), confiando en Dios, que da el crecimiento (cf. 1 Cor. 3, 6-7).
Los tiempos difíciles, lejos de hacer palidecer la actividad apostólica, exigen por el contrario un mayor fervor evangelizador. El incansable Apóstol de los gentiles nos dejó en la persona de Timoteo aquella gran consigna: «Te conjuro en la presencia de Dios ... Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio» (2 Tim. 4, 1-5).
La caridad y la paciencia serán en esta tarea apostólica la luz que mostrará la verdad y la sal que sazonará al mundo (cf. Mt. 5, 13.14). «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn. 13, 35). «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt. 5, 16).
«¡Mirad cómo se aman!». La historia nos narra cómo llamaba la atención de los paganos el amor que se tenían los cristianos y su entereza ante las persecuciones. «La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma ... Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía» (Hech. 4, 32. 33). Las escenas y sentimientos de los Apóstoles seguían este tono «Ellos marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre. Y no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Nueva de Cristo Jesús cada día en el Templo y por las casas» (Hech. 5, 41. 42). Las obras de misericordia volvían patentes las palabras del Señor, y los perseguidores quedaban atónitos al ver cómo los fieles afrontaban la muerte con la esperanza del Cielo y la resurrección.
A modo de Conclusión
Este breve análisis bíblico pastoral sobre el problema de las sectas en los escritos apostólicos inspirados nos lleva a remarcar algunos puntos concluyentes.
Notamos, antes que nada, que el fenómeno de las sectas, su aparición y florecimiento, no es un hecho meramente sociológico o de orden histórico y psicológico, sino que ha de ser visto y valutado desde la óptica teológica. Las sectas constituyen como tal un problema teológico pastoral. El estudio de las mismas no debe reducirse, por lo tanto, al campo fenomenológico y al cuadro de las estadísticas, así como tampoco ha de ser absorbido por el sensacionalismo. Si así lo hiciéramos, este problema irá en aumento, mientras que el interés por su estudio y análisis pasará de moda.
La pastoral reconoce en las Escrituras la fuente inagotable de su vitalidad. Tomando contacto con la divina palabra y los testimonios de la Iglesia apostólica salta a la vista el profundo amor a la Iglesia y la firmeza en la fe de los primeros cristianos. Una Fe que les hacia exclamar «¡Ay de mi si no evangelizo!», y que llegaba hasta la donación de la propia vida en el martirio. Lecciones éstas particularmente necesarias en un mundo que pierde el gozo de la verdad, ahogado en las garras del agnosticismo relativista.
El problema de las sectas es vasto y complejo, lo sabemos; y por ende las propuestas y metodologías pastorales a proponer son numerosas. Sin embargo, estos programas pastorales no nos deben hacer perder de vista las fuentes perennes de la espiritualidad, por cuanto que es allí donde radica la solución básica y el fundamento ultimo de los medios pastorales por utilizar. La comunidad creyente que vive el misterio de Jesucristo y que irradia la verdad del Evangelio, desmantela y detiene por sí misma la invasión de las sectas. Hemos de retomar con fuerza las fuentes de la vida divina: la Santísima Eucaristía, la devoción mariana y la familiaridad con la palabra de Dios. La caridad brotará de esta fuente inagotable de vida, siendo de este modo las obras de misericordia el distintivo que muestre la imagen de Cristo ante los demás.
Algunas veces pretendemos grandes infraestructuras y medios gigantescos y complejos para hacer frente a un problema que parece superarnos con el riesgo de minimizar u omitir lo fundamental. Esto nos recuerda a Naamán el sirio (2 Re. 5) que pretendía algo distinto y original cuando el profeta le mandaba simplemente bañarse en el Jordán. El agua de la vida brota de Dios (cf. Jn. 4, 14), y el mal se vence a fuerza de bien (cf. Rom. 12, 21). No se descartan —obviamente— las investigaciones ni la implementación de nuevos programas pastorales, pero estamos convencidos que su eficacia dependerá de la vida espiritual de los creyentes y la autenticidad evangélica de la comunidad. «El que permanece en mí —dice el Señor— como yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn. 15, 5). Es desde una comunidad viva de fe y caridad que obtendrá eficacia cualquier medio pastoral concreto que se aplique para hacer frente al proselitismo sectario y avance de estos grupos. «Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? ... En todo esto salimos completamente vencedores gracias a aquél que nos amó» (Rom. 8, 31. 37).
El Papa Juan Pablo II lo expresaba ante la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo: «Al preocupante fenómeno de las sectas hay que responder con una acción pastoral que ponga el centro de todo a la persona, su dimensión comunitaria y su anhelo de una relación personal con Dios. Es un hecho que allí donde la presencia de la Iglesia es dinámica, como es el caso de las parroquias en las que se imparte una asidua formación en la Palabra de Dios, donde existe una liturgia activa y participada, una sólida piedad mariana, una efectiva solidaridad en el campo social, una marcada solicitud pastoral por la familia, los jóvenes y los enfermos, vemos que las sectas o movimientos para-religiosos no logran instalarse o avanzar» (Discurso inaugural, IV Conferencia General del Episcopado latinoamericano, Santo Domingo, Conclusiones, Buenos Aires, 1993, pág. 15).
(Français)
Juan-Daniel Petrino établit un parallèle entre la prolifération actuelle des sectes et les hérésies que rencontra l'Eglise primitive. Dans le Nouveau Testament nous pouvons trouver des enseignements toujours valables pour nous aider à affronter le défi pastoral des sectes. A l'instar de ces nouveaux mouvements religieux, les hérésies antiques falsifiaient, rationalisaient et manipulaient le mystère surnaturel. Seules pourront résister à l'assaut de ces nouveaux mouvements religieux les communautés chrétiennes enracinées dans une vie spirituelle intense cherchant son aliment dans les Saintes Ecritures, l'Eucharistie et la dévotion mariale.
(English)
Juan-Daniel Petrino draws a parallel between today's proliferation of sects and the heresies that the early apostolic Church had to face. In the New Testament we can find valuable indications which help us to confront the pastoral challenge of the sects. Like today's new religious movements, those ancient heresies distorted, rationalized, and attempted to manipulate the zone of mystery. Only Christian communities rooted in an intense spiritual life, finding nourishment in the Scriptures, the Eucharist, and Marian devotion, will be able to resist the negative impact of these new religious movements.