GUÍA PASTORAL PARA LOS SACERDOTES DIOCESANOS
DE LAS IGLESIAS QUE DEPENDEN DE LA
CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS


 

EL SACERDOTE ESPIRITUALIDAD Y MISIÓN


1. Introducción

I. EN LAS FUENTES DEL SACERDOCIO MINISTERIAL
2. Fundamento Trinitario
3. Fundamento eclesiológico y sacramental

II. IDENTIDAD DEL EVANGELIZADOR Y DEL PASTOR
4. Conciencia misionera del presbítero
5. Conciencia pastoral del presbítero
6. Fraternidad sacerdotal
7. Ministro de la Palabra
9. Liberación, promoción humana y opción preferencial por los pobres
10. Artífice de la colaboración
11. Pastor dedicado a la evangelización de las culturas
12. Amigo y guía de los jóvenes
13. Promotor de las vocaciones
14. Atento a la identidad propia de los laicos
15. Apóstol de la familia
16. Cercano a los enfermos y ancianos
17. Promotor de ecumenismo
18. Atento al diálogo con los no cristianos

III. ESPIRITUALIDAD DEL SACERDOTE DIOCESANO
19. Necesidad y naturaleza de la espiritualidad del sacerdote
20. Dimensiones de la espiritualidad sacerdotal
21. Líneas evangélicas de la espiritualidad sacerdotal
22. Medios de espiritualidad

IV. REGLAS DE VIDA SACERDOTAL
23. La palabra de Dios interpela al sacerdote
24. Vida de oración
25. Vida intelectual
26. Vida común
27. Obediencia sacerdotal
28. Pobreza y uso de los bienes
29. Castidad por el Reino en el celibato
30. Relaciones con la familia y los parientes
31. Deberes cívicos
32. Formación permanente
33. Unidad, armonía y celo en la vida del presbítero


Venerables Hermanos en el Episcopado, Carísimos sacerdotes,

Las jóvenes Iglesias de misión, de las cuales sois celosos pastores, están viviendo un periodo histórico de desarrollo y de maduración particularmente favorable. En tal contexto de reconfortante dinamismo de vida cristiana y misionera, los sacerdotes, en fuerza de su ordenación y de la misión recibida, desarrollan un papel único e insustituible.

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos, coherente con su secular experiencia, ha escogido como prioridad operativa para estos años precisamente la atención del clero autóctono. En efecto, para estar en disposición de dar una respuesta válida al Señor y al desafío siempre nuevo que la historia presenta a la Iglesia misionera, es necesario dar mayor primacía a la identidad de los pastores. Estamos profundamente convencidos de que el porvenir de nuestras futuras comunidades eclesiales y su idoneidad para incidir significativamente sobre el mundo no cristiano que le circunda, son y serán directamente proporcionales a la "calidad" del clero.

No sin razón el Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la Audiencia concedida a la Asamblea Plenaria de nuestro Dicasterio, después de haber insistido sobre "la preeminencia de la vida espiritual" para los sacerdotales locales, ha afirmado que en los Territorios de Misiones "el testimonio personal de santidad del sacerdote adquiere un relieve singularísimo, y llega a ser, más que por otros motivos, sello de credibilidad y garantía de eficacia de la actividad apostólica".

Por mi parte, me siento feliz de poder ofrecer a todos los sacerdotes diocesanos de las Iglesias de misiones una copia de esta "Guía Pastoral". En ella están delineados los principios fundamentales del ser y del quehacer sacerdotal, en conformidad con la sabiduría y la experiencia de la Iglesia misionera. La confío con esperanza a María, Madre de Jesucristo Eterno Sacerdote, y Estrella de la Evangelización, a fin de que ayude a cada sacerdote a interiorizarla y a seguirla con fidelidad, alegría y perseverancia.

Imploremos juntos la asistencia del Espíritu Santo para ser siempre, cada vez más, fieles imitadores de Cristo, "Misionero del Padre".

Roma, 1 de Octubre de 1989 Fiesta de Santa Teresa del Niño Jesús Patrona de las Misiones

Josef Card. Tomko Prefecto


1. Introducción

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos, consciente de la importancia fundamental del sacerdocio ministerial para la vida y el desarrollo de la comunidad cristiana, ha prestado siempre especial atención a los presbíteros locales de las nuevas Iglesias. Como aportación concreta a la formación de los sagrados ministros, en la sesión plenaria del 14-17 de octubre de 1986, se han formulado Algunas Directivas sobre la formación en los Seminarios Mayores, que S.E. el Cardenal Prefecto ha comunicado a los Obispos interesados en una circular del 25 de abril de 1987.

Para dar continuidad a esta primera e importante contribución en beneficio de los seminaristas, y como testimonio de atención a los sacerdotes, durante la plenaria del 11-14 de abril de 1989, después de amplia consulta y examen del abundante material enviado por las Iglesias particulares, se ha preparado una Guía Pastoral para los sacerdotes diocesanos de las Iglesias que dependen de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. En esta Guía, conforme a la doctrina y a las normas generales de la Iglesia, se tratan en orden todos los temas principales referentes a la identidad, la espiritualidad, la vida y la acción pastoral de los presbíteros, haciendo hincapié, según lo indicado expresamente por el Concilio[1], en las notas características que corresponden más bien a las Iglesias jóvenes en pleno desarrollo; en particular: las cualidades espirituales y el estilo de vida del sacerdote, que sean un testimonio evidente también para los no cristianos; la comunión con el Obispo, con el presbiterio y la comunidad cristiana; la disponibilidad y el compromiso para dar el primer anuncio del Evangelio a los no cristianos; la formación y participación de los laicos en la vida y el desarrollo de la Iglesia, y su compromiso en la obra de Evangelización; la atención primordial a los jóvenes; el amor preferencial por los pobres; la sensibilización en favor de la promoción humana y la defensa de la justicia; la inquietud por la inculturación y la aptitud para promoverla; el diálogo ecuménico y el diálogo con las otras religiones.

Estos, y otros puntos importantes, constituyen la trama de toda la materia; hacen que la Guía responda, en la medida de lo posible, a las necesidades de los sacerdotes de las Iglesias que están en los territorios de misiones. Se considerarán, pues, clave de lectura de lo demás.

Los destinatarios de la Guía son, esencialmente, los sacerdotes diocesanos seculares que pertenecen a las Iglesias que dependen de la Congregación; ellos son cada vez más numerosos y asumen siempre mayores responsabilidades. Por consiguiente, requieren especial atención. Además, pertenecen por lo general a la primera o segunda generación de sacerdotes nativos del país, para los cuales el modelo tradicional del sacerdote es el religioso misionero, y no el sacerdote diocesano secular local; en fin, los problemas de los sacerdotes que se encuentran en los territorios de misiones son específicos y concretos, están vinculados a situaciones eclesiales y socioculturales locales, y requieren directrices y soluciones adecuadas.

Se espera que esta Guía constituya un punto de referencia, y un elemento de unidad y de estímulo para todos los sacerdotes seculares; y que, al mismo tiempo, sirva de inspiración para los religiosos y misioneros que trabajan en esas mismas Iglesias jóvenes. La Congregación para la Evangelización de los Pueblos entrega, por tanto, con gran confianza estas orientaciones a las Conferencias Episcopales y a los Ordinarios como guía pastoral para sus presbíteros, y como documento básico para formular o renovar sus directorios particulares, de manera que toda la familia sacerdotal de la Iglesia misionera viva en el fervor, trabaje en unidad de espíritu e intenciones, y pueda responder a las esperanzas de una Iglesia que se encamina hacia un nuevo adviento misionero, con María.

I. EN LAS FUENTES DEL SACERDOCIO MINISTERIAL

2. Fundamento Trinitario

Cristo Jesús, en quien "reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col. 2, 9), fue enviado por el Padre para realizar el plan de salvación universal (cf. Jn. 3, 17; 5, 30; 8, 16; Gal. 4, 4; etc.), recibiendo de El todo poder para cumplir su misión (cf. Jn. 5, 20-21; Mt. 28, 18); fue ungido con el Espíritu Santo (cf. Lc. 4, 18 ss.; Hch. 10, 38), y después de haber cumplido la voluntad del Padre, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (cf. 1 Tim. 2, 4), hasta dar su vida como rescate por muchos (cf. Mc. 10. 45), destruyó la muerte con la resurrección y volvió al Padre, penetrando los cielos, donde reina eternamente e intercede por sus hermanos (cf. Jn. 16, 27-28; 13, 1. 3; Hb. 4, 14-16). El sacerdote, cuya tarea es continuar la misión de Cristo, halla la fuente última de su misión en el amor salvífico del Padre (cf. Jn. 17, 6-9. 24; 1 Cor. 1, 1; 2 Cor. 1, 1), y el origen inmediato de su vocación en Cristo que le llama por su nombre como llamó a los apóstoles e infunde en él su Espíritu (cf. Jn. 20, 21) para marchar hacia el Padre con sus hermanos. En esta realidad Trinitaria, fuente de la misión de la Iglesia[2], se arraiga y encuentra plena justificación la vocación y misión del sacerdote ministro.

El mismo Cristo promovió a sus apóstoles como ministros de manera que poseyeran, en la sociedad de los creyentes, la sagrada potestad del orden. Por medio de los apóstoles, el Señor hizo partícipes de su propia consagración y misión a los sucesores de aquellos que son los Obispos, cuyo cargo ministerial, en grado subordinado, fue encomendado a los presbíteros a fin de que cooperaran en el fiel cumplimiento de la misión apostólica[3]. Esta misión participa en la misión universal de la Iglesia para los no cristianos e involucra a los sacerdotes en forma concreta[4].

Por intermedio del Obispo, los sacerdotes son llamados por Cristo a una vocación especial (cf. Mc. 3. 13; Lc. 6, 13); están en el mundo pero no son del mundo (cf. Jn. 17, 14-15); y, en virtud de la consagración, están capacitados para cumplir la misión misma de Cristo de anunciar a todos que el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca (cf. Mc. 1, 15), y de presidir, enseñar y santificar al Pueblo de Dios[5].

El principio constitutivo del sacerdocio ministerial es Cristo-Sacerdote víctima de la nueva y eterna alianza (cf. Hb. 9, 11-15). El principio eficaz es la elección y misión especial por parte de Dios, que convierte al sacerdote en instrumento de Cristo (cf. Mc. 3, 10-19; Lc. 22, 19; Mt. 28, 18-20). El principio ejemplar es la diaconía de Cristo, cuyas imágenes dan luz a la identidad del sacerdote: Cristo-enviado por el Padre para salvar al mundo (cf. Jn. 3, 17), que indica la universalidad de la misión; Cristo-siervo, que subraya la renuncia de Cristo, quien vino, no a ser servido, sino a servir y a dar su vida (cf. Mt. 20, 28: Flp. 2, 7-8); Cristo-pastor-maestro, que vela con amor, guía su rebaño, y lo reúne en el único redil (cf. Jn. 10.1 ss.). Es la palabra viva del Padre que convoca a las gentes en su Reino (cf. Jn. 12, 48-50).

El relieve que se da a la función ministerial subraya la relación esencial del sacerdote con la Persona de Cristo. El sacerdote, en efecto, es signo e instrumento del único sacerdote y mediador ante el Padre: Jesucristo, y continuación de El sobre la tierra, que actualiza el poder de Cristo de anunciar la Palabra, de renovar el sacrificio de la Cruz en la Eucaristía, perdonar los pecados y guiar al Pueblo de Dios. Es imposible separar el ser del sacerdote del ser de Cristo, la vida del sacerdote de la vida de Cristo.

Estén, pues, todos los presbíteros, convencidos de que su identidad sacerdotal se realiza únicamente en la conformidad total con la identidad de Cristo, con conocimiento, coherencia y fervor del espíritu. Y recuerden que Cristo, al cumplir su misión de salvador, aceptó el camino de la encarnación, despojándose de sí mismo y tomando todo lo que es propio del hombre, excepto el pecado (cf. Hb. 2, 17-18; 4, 15). Esta encarnación ha de ser un signo de la actividad misionera.

El Espíritu Santo da a la Iglesia la unidad íntima y ministerial, proporcionándole diversos dones jerárquicos y carismáticos (cf. Ef. 4, 11-13; 1 Cor. 12, 4)[6], y vivificando, como alma, a las instituciones eclesiásticas[7], infundiendo en los corazones de los cristianos ese espíritu que había animado a Cristo a cumplir su misión[8].

"Los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo cabeza"[9]. La elección, la santificación y la misión proceden siempre del Espíritu santificador (cf. Hch. 13, 3; 19, 6). Y es el Espíritu el que da la capacidad objetiva de ejercer eficazmente el ministerio. También el Espíritu es enviado (cf. Jn. 14, 26; 15, 26) y permanece unido al sacerdote-enviado para colaborar en la obra de salvación[10]. Gracias al Espíritu, principio de comunión[11], los sacerdotes llegan a ser guías y animadores espirituales de la comunidad, especialmente con la fuerza de la Palabra. Gracias a ese mismo Espíritu, son ministros de los sacramentos, que por El son vivificados, desde el bautismo, "en el Espíritu y el agua" (Jn. 3, 5; Hch. 10. 47), hasta la Eucaristía, en la que Cristo "ejerce constantemente, por obra del Espíritu Santo, su oficio sacerdotal en favor nuestro"[12].

La consagración inaugura en los sacerdotes un continuo Pentecostés. En virtud de esta gracia extraordinaria, ellos deben saber reconocer la acción del Espíritu en la Iglesia y cooperar con ella, conscientes de que han recibido una misión sobrenatural y universal en favor de todos los hombres.

3. Fundamento eclesiológico y sacramental

La Iglesia, "sacramento universal de salvación"[13], actualiza la redención, mediante la Palabra y los sacramentos, principalmente mediante el Sacrificio de la Eucaristía. De este carácter ministerial de la Iglesia participan los sacerdotes llamados a predicar y difundir el Evangelio, a presidir el culto y a desempeñar la función de guías en el Pueblo de Dios. La Iglesia es comunión, articulada jerárquicamente en distintos ministerios, servicios y funciones en el interior de la comunidad. En particular, mediante los tres grados del Orden sagrado (Obispos, sacerdotes, diáconos), se edifica como templo vivo, en una comunión de fe y de amor. Estos tres ministerios que confiere la ordenación, transmitidos por los apóstoles y sus sucesores, son jerárquicos y constituyen la jerarquía eclesiástica.

El Obispo en comunión con el Sumo Pontífice, Jefe del Colegio Episcopal, y con los miembros del Colegio, es -en la comunidad eclesial- el "gran sacerdote"[14], signo vivo de Cristo, supremo pastor; su función reproduce aquella central de servicio humilde y potente de Cristo Jefe[15]. Para ejercer en forma plena y eficaz su ministerio, el Obispo debe ser coadyuvado por presbíteros y diáconos. Los presbíteros son ayuda e instrumento del Orden episcopal y, en cada comunidad, representan al Obispo: bajo su autoridad, predican el Evangelio[16], "santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos encomendada"[17]. El presbítero, además, en comunión con el Obispo, obra en nombre de Cristo[18]. Anuncia, ejerciendo el mismo ministerio de Cristo-Profeta en el servicio de la Palabra, incluso a aquellos que están lejos[19]; es sacerdote-ministro en cuanto consagra en nombre de Cristo-Pontífice ("in persona Christi Pontificis")[20]; es pastor, en cuanto reúne y guía a la comunidad en nombre de Cristo-Buen Pastor (cf. Lc. 10, 16; 1 P. 5, 2).

SCDO/LAICO-PBRO: En la Iglesia-comunión, en fin, hay distinción y complementariedad entre el sacerdocio de los ministros ordenados y el sacerdocio común de los fieles, pues el uno coopera con el otro para realizar la misión confiada por Cristo a la Iglesia. El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo[21]. Los presbíteros deben ser conscientes de su identidad particular que los habilita para un ministerio específico y que se ordena a la edificación del único Cuerpo de Cristo que es por naturaleza: profético, sacerdotal y real. A pesar de la diversidad de las funciones permanece intacta la idéntica dignidad fundamental de los cristianos.

El sacerdote es diocesano en virtud de su incardinación en la diócesis[22], donde permanece unido al Obispo bajo un aspecto nuevo y está, de manera especial, al servicio de esa comunidad eclesial particular que es la diócesis[23]. En su calidad de sacerdote diocesano, está llamado a crear la comunión entre los miembros de la comunidad local y también a ampliarla, evangelizando a aquellos que todavía permanecen fuera de ella. En esta comunión de la Iglesia, no debe olvidarse el papel que tienen los diáconos permanentes que trabajan al lado del sacerdote y deben formarse para que lleven una vida evangélica, de manera que puedan cumplir, en forma adecuada, los deberes propios de su orden. Ellos representan una figura que puede asumir un significado importante en las Iglesias jóvenes que necesitan de todas las energías disponibles para desarrollarse. La función del diácono debe estudiarse y organizarse a nivel de las Conferencias Episcopales[24].

Es necesario subrayar la dimensión eclesial y sacramental que califica a los sacerdotes. Todo sacerdote representa a la Iglesia y actualiza en ella el proyecto de salvación. Esto supone: conciencia de aquello que tiene relación con la Iglesia, coherencia con el proyecto concreto de salvación, y comunión de espíritu y de acción con todos los que actúan en la pastoral, en especial con el Romano Pontífice, el Obispo, los demás sacerdotes y los diáconos.

Tengan todos los presbíteros fija su mirada en María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia: desde el momento de la Encarnación del Hijo de Dios, ella es fundamento ejemplar necesario de su ser y de su vida.


1 Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 16; cf. también: Pío XII Exhortación Apostólica Ad Clerum Indigenam, 28 de junio de 1948: AAS 40 (1948), 374-376.

2 Cf. Conc. Vat. II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 2-5.

3 Cf. Conc. Vat. II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium 28; Id., Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 2.

4 Cf. Conc. Vat. II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 20.

5 Cf. Conc. Vat. II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 20; Id., Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 4 ss.; Id., Decreto sobre el oficio pastoral de los Obispos Christus Dominus, 11 ss.

6 Cf. Conc. Vat. II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 4.

7 Cf. ibid., 7.

8 Cf. Conc. Vat. II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 4.

9 Cf. Conc. Vat. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 2.

10 Cf. Conc. Vat. II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 4; Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, 29 de dic. de 1975, 75: AAS 68 (1976), 64-67.

11 Cf. Conc. Vat. II, Decreto sobre el ecumenismo Unitatis Redintegratio, 2.

12 Cf. Conc. Vat. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 5.

13 Cf. Conc. Vat. II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 48.

14 Cf. Conc. Vat. II, Constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium, 41; CIC c 835 & 1.

15 Cf. Conc. Vat. II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 27, 41.

16 Cf. Conc. Vat. II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 20.

17 Cf. Conc. Vat. II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 28.

18 Cf. ibid., 21.

19 Cf. Conc. Vat. II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 13, 37, 39; Id., Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, 2.

20 Cf. Conc. Vat. II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 41.

21 Cf. ibid., 10.

22 Cf. Conc. Vat. II, Decreto sobre el oficio pastoral de los Obispos Christus Dominus, 28; CIC c 265.

23 Cf. Conc. Vat. II, Decreto sobre el oficio pastoral de los Obispos Christus Dominus, 11.

24 Cf. Conc. Vat. II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 29; CIC c 236.

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