Capítulo VII
LOS SUFRAGIOS POR LOS DIFUNTOS
La fe en la resurrección de los muertos
248. "El máximo enigma de la vida humana es la muerte". Sin embargo,
la fe en Cristo convierte este enigma en certeza de vida sin fin. Él proclamó
que había sido enviado por el Padre "para que todo el que crea en Él no
muera, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3,16) y también: "Esta es
la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida
eterna; yo le resucitaré en el último día" (Jn 6,40). Por eso, en el Símbolo
Niceno-Constantinopolitano la Iglesia profesa su fe en la vida eterna:
"Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro".
Apoyándose en la Palabra de Dios, la Iglesia cree y espera firmemente que
"del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los
muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte
vivirán para siempre con Cristo resucitado".
249. La fe en la resurrección de los muertos, elemento esencial de la revelación
cristiana, implica una visión particular del hecho ineludible y misterioso que
es la muerte.
La muerte es el final de la etapa terrena de la vida, pero "no de nuestro
ser", pues el alma es inmortal. "Nuestras vidas están medidas por el
tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres
vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la
vida"; desde el punto de vista de la fe, la muerte es también "el fin
de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia
que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y
para decidir su último destino".
Si por una parte la muerte corporal es algo natural, por otra parte se presenta
como "castigo del pecado" (Rom 6,23). El Magisterio de la Iglesia,
interpretando auténticamente las afirmaciones de la Sagrada Escritura (cfr. Gn
2,17; 3,3; 3,19; Sab 1,13; Rom 5,12; 6,23), "enseña que la muerte ha
entrado en el mundo a causa del pecado del hombre".
También Jesús, Hijo de Dios, "nacido de mujer, nacido bajo la Ley" (Gal
4,4) ha padecido la muerte, propia de la condición humana; y, a pesar de su
angustia ante la misma (cfr. Mc 14,33-34; Heb 5,7-8), "la asumió en un
acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre. La obediencia de Jesús
transformó la maldición de la muerte en bendición".
La muerte es el paso a la plenitud de la vida verdadera, por lo que la Iglesia,
invirtiendo la lógica y las expectativas de este mundo, llama dies natalis al día
de la muerte del cristiano, día de su nacimiento para el cielo, donde "no
habrá más muerte, ni luto, ni llanto, ni preocupaciones, porque las cosas de
antes han pasado" (Ap 21,4); es la prolongación, en un modo nuevo, del
acontecimiento de la vida, porque como dice la Liturgia: "la vida de los
que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra
morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo".
Finalmente, la muerte del cristiano es un acontecimiento de gracia, que tiene en
Cristo y por Cristo un valor y un significado positivo. Se apoya en la enseñanza
de las Escrituras: "Para mí vivir es Cristo, y una ganancia el morir"
(Fil 1,21); "Es doctrina segura: si morimos con Él, viviremos con Él"
(2 Tim 2,11).
250. Según la fe de la Iglesia el "morir con Cristo" comienza ya en
el Bautismo: allí el discípulo del Señor ya está sacramentalmente
"muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si muere en la
gracia de Dios, al muerte física ratifica este "morir con Cristo" y
lo lleva a la consumación, incorporándole plenamente y para siempre en Cristo
Redentor.
La Iglesia, por otra parte, en su oración de sufragio por las almas de los
difuntos, implora la vida eterna no sólo para los discípulos de Cristo muertos
en su paz, sino también para todos los difuntos, cuya fe sólo Dios ha
conocido.
Sentido de los sufragios
251. En la muerte, el justo se encuentra con Dios, que lo llama a sí para
hacerle partícipe de la vida divina. Pero nadie puede ser recibido en la
amistad e intimidad de Dios si antes no se ha purificado de las consecuencias
personales de todas sus culpas. "La Iglesia llama Purgatorio a esta
purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo
de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al
Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia y de Trento".
De aquí viene la piadosa costumbre de ofrecer sufragios por las almas del
Purgatorio, que son una súplica insistente a Dios para que tenga misericordia
de los fieles difuntos, los purifique con el fuego de su caridad y los
introduzca en el Reino de la luz y de la vida.
Los sufragios son una expresión cultual de la fe en la Comunión de los Santos.
Así, "la Iglesia que peregrina, desde los primeros tiempos del
cristianismo tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico
de Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos, y
ofreció sufragios por ellos, "porque santo y saludable es el pensamiento
de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados" (2 Mac
12,46)". Estos sufragios son, en primer lugar, la celebración del
sacrificio eucarístico, y después, otras expresiones de piedad como oraciones,
limosnas, obras de misericordia e indulgencias aplicadas en favor de las almas
de los difuntos.
Las exequias cristianas
252. En la Liturgia romana, como en otras liturgias latinas y orientales, son
frecuentes y variados los sufragios por los difuntos.
Las exequias cristianas comprenden, según las tradiciones, tres momentos,
aunque con frecuencia y debido a las condiciones de vida profundamente
cambiadas, propias de las grandes áreas urbanas, se reducen a dos o a uno solo:
- La vigilia de oración en casa del difunto, según las circunstancias, o en
otro lugar adecuado, donde parientes y amigos, fieles, se reúnen para elevar a
Dios una oración de sufragio, escuchar las "palabras de vida eterna"
y a la luz de éstas, superar las perspectivas de este mundo y dirigir el espíritu
a las auténticas perspectivas de la fe en Cristo resucitado; para confortar a
los familiares del difunto; para mostrar la solidaridad cristiana según las
palabras del Apóstol: "llorad con lo que lloran" (Rom 12,15).
- La celebración de la Eucaristía, que es absolutamente aconsejable, cuando
sea posible. En ella, la comunidad eclesial escucha "la Palabra de Dios,
que proclama el misterio pascual, alienta la esperanza de encontrarnos también
un día en el reino de Dios, reaviva la piedad con los difuntos y exhorta a un
testimonio de vida verdaderamente cristiano", y el que preside comenta la
Palabra proclamada, conforme a las características de la homilía,
"evitando la forma y el estilo del elogio fúnebre". En la Eucaristía
"La Iglesia expresa entonces su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo
al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio de la muerte y resurrección de
Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus consecuencias, y
que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino". Una lectura
profunda de la Misa de exequias, permite captar cómo la Liturgia ha hecho de la
Eucaristía, el banquete escatológico, el verdadero refrigerium cristiano por
el difunto.
- El rito de la despedida, el cortejo fúnebre y la sepultura: la despedida es
el adiós (ad Deum) al difunto, "recomendación a Dios" por parte de
la Iglesia, el "último saludo dirigido por la comunidad cristiana a un
miembro suyo antes de que su cuerpo sea llevado a la sepultura". En el
cortejo fúnebre, la madre Iglesia, que ha llevado sacramentalmente en su seno
al cristiano durante peregrinación terrena, acompaña el cuerpo del difunto al
lugar de su descanso, en espera del día de la resurrección (cfr. 1 Cor
15,42-44).
253. Cada uno de estos momentos de las exequias cristianas se debe realizar con
dignidad y sentido religioso. Así, es preciso que: el cuerpo del difunto, que
ha sido templo del Espíritu Santo, sea tratado con gran respeto; que la
ornamentación fúnebre sea decorosa, ajena a toda forma de ostentación y
despilfarro; los signos litúrgicos, como la cruz, el cirio pascual, el agua
bendita y el incienso, se usen de manera apropiada.
254. Separándose del sentido de la momificación, del embalsamamiento o de la
cremación, en las que se esconde, quizá, la idea de que la muerte significa la
destrucción total del hombre, la piedad cristiana ha asumido, como forma de
sepultura de los fieles, la inhumación. Por una parte, recuerda la tierra de la
cual ha sido sacado el hombre (cfr. Gn 2,6) y a la que ahora vuelve (cfr. Gn
3,19; Sir 17,1); por otra parte, evoca la sepultura de Cristo, grano de trigo
que, caído en tierra, ha producido mucho fruto (cfr. Jn 12,24).
Sin embargo, en nuestros días, por el cambio en las condiciones del entorno y
de la vida, está en vigor la praxis de quemar el cuerpo del difunto. Respecto a
esta cuestión, la legislación eclesiástica dispone que: "A los que hayan
elegido la cremación de su cadáver se les puede conceder el rito de las
exequias cristianas, a no ser que su elección haya estado motivada por razones
contrarias a la doctrina cristiana". Respecto a esta opción, se debe
exhortar a los fieles a no conservar en su casa las cenizas de los familiares,
sino a darles la sepultura acostumbrada, hasta que Dios haga resurgir de la
tierra a aquellos que reposan allí y el mar restituya a sus muertos (cfr. Ap
20,13).
Otros sufragios
255. La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico por los difuntos con ocasión,
no sólo de la celebración de los funerales, sino también en los días
tercero, séptimo y trigésimo, así como en el aniversario de la muerte; la
celebración de la Misa en sufragio de las almas de los propios difuntos es el
modo cristiano de recordar y prolongar, en el Señor, la comunión con cuantos
han cruzado ya el umbral de la muerte. El 2 de Noviembre, además, la Iglesia
ofrece repetidamente el santo sacrificio por todos los fieles difuntos, por los
que celebra también la Liturgia de las Horas.
Cada día, tanto en la celebración de la Eucaristía como en las Vísperas, la
Iglesia no deja de implorar al Señor con súplicas, para que dé a "los
fieles que nos han precedido con el signo de la fe... y a todos los que
descansan en Cristo, el lugar del consuelo, de la luz y de la paz".
Es importante, pues, educar a los fieles a la luz de la celebración eucarística,
en la que la Iglesia ruega para que sean asociados a la gloria del Señor
resucitado todos los fieles difuntos, de cualquier tiempo y lugar, evitando el
peligro de una visión posesiva y particularista de la Misa por el
"propio" difunto. La celebración de la Misa en sufragio por los
difuntos es además una ocasión para una catequesis sobre los novísimos.
La memoria de los difuntos en la piedad popular
256. Al igual que la Liturgia, la piedad popular se muestra muy atenta a la
memoria de los difuntos y es solícita en las oraciones de sufragio por ellos.
En la "memoria de los difuntos", la cuestión de la relación entre
Liturgia y piedad popular se debe afrontar con mucha prudencia y tacto pastoral,
tanto en lo referente a cuestiones doctrinales como en la armonización de las
acciones litúrgicas y los ejercicios de piedad.
257. Es necesario, ante todo, que la piedad popular sea educada por los
principios de la fe cristiana, como el sentido pascual de la muerte de los que,
mediante el Bautismo, se han incorporado al misterio de la muerte y resurrección
de Cristo (cfr. Rom 6,3-10); la inmortalidad del alma (cfr. Lc 23,43); la comunión
de los santos, por la que "la unión... con los hermanos que durmieron en
la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe; antes bien, según la
constante fe de la Iglesia, se fortalece con la comunicación de los bienes
espirituales": "nuestra oración por ellos puede no solamente
ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor"; la
resurrección de la carne; la manifestación gloriosa de Cristo, "que vendrá
a juzgar a los vivos y a los muertos"; la retribución conforme a las obras
de cada uno; la vida eterna.
En los usos y tradiciones de algunos pueblos, respecto al "culto de los
muertos", aparecen elementos profundamente arraigados en la cultura y en
unas determinadas concepciones antropológicas, con frecuencia determinadas por
el deseo de prolongar los vínculos familiares, y por así decir, sociales, con
los difuntos. Al examinar y valorar estos usos se deberá actuar con cuidado,
evitando, cuando no estén en abierta oposición al Evangelio, interpretarlos
apresuradamente como restos del paganismo.
258. Por lo que se refiere a los aspectos doctrinales, hay que evitar:
- el peligro de que permanezcan, en la piedad popular para con los difuntos,
elementos o aspectos inaceptables del culto pagano a los antepasados;
- la invocación de los muertos para prácticas adivinatorias;
- la atribución a sueños, que tienen por objeto a personas difuntas, supuestos
significados o consecuencias, cuyo temor condiciona el actuar de los fieles;
- el riesgo de que se insinúen formas de creencia en la reencarnación;
. el peligro de negar la inmortalidad del alma y de separar el acontecimiento de
la muerte de la perspectiva de la resurrección, de tal manera que la religión
cristiana apareciera como una religión de muertos;
- la aplicación de categorías espacio temporales a la condición de los
difuntos.
259. Esta muy difundido en la sociedad moderna, y con frecuencia tiene
consecuencias negativas, el error doctrinal y pastoral de "ocultar la
muerte y sus signos".
Médicos, enfermeros, parientes, piensan frecuentemente que es un deber ocultar
al enfermo, que por el desarrollo de la hospitalización suele morir, casi
siempre, fuera de su casa, la inminencia de la muerte.
Se ha repetido que en las grandes ciudades de los vivos no hay sitio para los
muertos: en las pequeñas habitaciones de los edificios urbanos, no se puede
habilitar un "lugar para una vigilia fúnebre"; en las calles, debido
a un tráfico congestionado, no se permiten los lentos cortejos fúnebres que
dificultan la circulación; en las áreas urbanas, el cementerio, que antes, al
menos en los pueblos, estaba en torno o en las cercanías de la Iglesia – era
un verdadero campo santo y signo de la comunión con Cristo de los vivos y los
muertos – se sitúa en la periferia, cada vez más lejano de la ciudad, para
que con el crecimiento urbano no se vuelva a encontrar dentro de la misma.
La civilización moderna rechaza la "visibilidad de la muerte", por lo
que se esfuerza en eliminar sus signos. De aquí viene el recurso, difundido en
un cierto número de países, a conservar al difunto, mediante un proceso químico,
en su aspecto natural, como si estuviera vivo (tanatopraxis): el muerto no debe
aparecer como muerto, sino mantener la apariencia de vida.
El cristiano, para el cual el pensamiento de la muerte debe tener un carácter
familiar y sereno, no se puede unir en su fuero interno al fenómeno de la
"intolerancia respecto a los muertos", que priva a los difuntos de
todo lugar en la vida de las ciudades, ni al rechazo de la "visibilidad de
la muerte", cuando esta intolerancia y rechazo están motivados por una
huida irresponsable de la realidad o por una visión materialista, carente de
esperanza, ajena a la fe en Cristo muerto y resucitado.
También el cristiano se debe oponer con toda firmeza a las numerosas formas de
"comercio de la muerte", que aprovechando los sentimientos de los
fieles, pretenden simplemente obtener ganancias desmesuradas y vergonzosas.
260. La piedad popular para con los difuntos se expresa de múltiples formas,
según los lugares y las tradiciones.
- la novena de los difuntos como preparación y el octavario como prolongación
de la Conmemoración del 2 de Noviembre; ambos se deben celebrar respetando las
normas litúrgicas;
- la visita al cementerio; en algunas circunstancias se realiza de forma
comunitaria, como en la Conmemoración de todos los fieles difuntos, al final de
las misiones populares, con ocasión de la toma de posesión de la parroquia por
el nuevo párroco; en otras se realiza de forma privada, como cuando los fieles
se acercan a la tumba de sus seres queridos para mantenerla limpia y adornada
con luces y flores; esta visita debe ser una muestra de la relación que existe
entre el difunto y sus allegados, no expresión de una obligación, que se teme
descuidar por una especie de temor supersticioso;
- la adhesión a cofradías y otras asociaciones, que tienen como finalidad
"enterrar a los muertos" conforme a una visión cristiana del hecho de
la muerte, ofrecer sufragios por los difuntos, ser solidarios y ayudar a los
familiares del fallecido;
- los sufragios frecuentes, de los que ya se ha hablado, mediante limosnas y
otras obras de misericordia, ayunos, aplicación de indulgencias y sobre todo
oraciones, como la recitación del salmo De profundis, de la breve fórmula
Requiem aeternam, que suele acompañar con frecuencia al Ángelus, el santo
Rosario, la bendición de la mesa familiar.