PARTE SEGUNDA
ORIENTACIONES PARA ARMONIZAR LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA
Premisa
93. Como ayuda para concretar en la acción pastoral lo que se ha expuesto más
arriba, se ofrecen algunas orientaciones sobre la necesaria relación entre la
piedad popular y la Liturgia, de manera que la acción pastoral resulte armónica
y provechosa. Al mencionar los ejercicios y prácticas de piedad más
extendidos, no se pretende hacer un elenco exhaustivo ni abarcar todas y cada
una de las manifestaciones de carácter local. También se encuentran,
dispersas, indicaciones sobre la pastoral litúrgica, dada la afinidad de la
materia en estos campos, en los que las fronteras no están delimitadas
rigurosamente.
La exposición se articula en cinco capítulos:
- el cuarto, sobre el Año litúrgico, desde el punto de vista de la deseable
armonización entre sus celebraciones y las manifestaciones de la piedad
popular;
- el quinto, sobre la veneración de la santa Madre del Señor, que ocupa un
puesto singular tanto en la sagrada Liturgia como en la piedad popular:
- el sexto, sobre el culto de los Santos y Beatos, que ocupa también un amplio
espacio en la Liturgia y en la devoción de los fieles;
- el séptimo, sobre el sufragio por los difuntos, que aparece con frecuencia en
las diversas expresiones de la vida cultual de la Iglesia;
- el octavo, sobre los santuarios y peregrinaciones, lugares significativos y
expresiones características de la piedad popular, que tienen no pocas
repercusiones de orden litúrgico.
Aunque se hace referencia a situaciones muy distintas y a ejercicios de piedad
de índole y naturaleza diversa, el texto formula sus propuestas respetando
siempre unos presupuestos fundamentales: la superioridad de la Liturgia sobre
otras expresiones cultuales; la dignidad y la legitimidad de la piedad popular;
la necesidad pastoral de evitar cualquier clase de contraposición entre la
Liturgia y la piedad popular, así como de no confundir ambas expresiones, dando
lugar a celebraciones híbridas.
Capítulo IV
AÑO LITÚRGICO Y PIEDAD POPULAR
94. El Año litúrgico es la estructura temporal en la que la Iglesia celebra
todo el misterio de Cristo: "desde la Encarnación y la Navidad hasta la
Ascensión, al día de Pentecostés, y a la expectativa de la dichosa esperanza
y venida del Señor".
En el Año litúrgico "la celebración del misterio pascual tiene la máxima
importancia en el culto cristiano y se explicita a lo largo de los días, las
semanas y en el curso de todo el año". De aquí se sigue que, en la relación
entre Liturgia y piedad popular, la prioridad de la celebración del Año litúrgico
sobre cualquier otra expresión y práctica de devoción es un elemento
fundamental e imprescindible.
El Domingo
95. El "día del Señor", en cuanto "fiesta primordial" y
"el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico", no se puede
subordinar a las manifestaciones de la piedad popular. No es cuestión, por lo
tanto, de insistir en aquellos ejercicios de piedad para cuya realización se
elige el domingo como punto de referencia temporal.
Por el bien pastoral de los fieles es lícito que en los domingos del
"tiempo ordinario" tengan lugar aquellas celebraciones del Señor, en
honor de la Virgen María o de los Santos, que se celebran durante la semana y
son especialmente valoradas por la piedad de los fieles, ya que en el elenco de
precedencias tienen preeminencia sobre el mismo domingo.
Puesto que, a veces, las tradiciones populares y culturales corren el riesgo de
invadir la celebración del domingo, adulterando su espíritu cristiano,
"en estos casos conviene clarificarlo, con la catequesis y oportunas
intervenciones pastorales, rechazando todo lo que es inconciliable con el
Evangelio de Cristo. Sin embargo es necesario recordar que a menudo estas
tradiciones —y esto es válido análogamente para las nuevas propuestas
culturales de la sociedad civil— tienen valores que se adecuan sin dificultad
a las exigencias de la fe. Es deber de los Pastores actuar con discernimiento
para salvar los valores presentes en la cultura de un determinado contexto
social y sobre todo en la religiosidad popular, de modo que la celebración litúrgica,
principalmente la de los domingos y fiestas, no sea perjudicada, sino que más
bien sea potenciada".
En el tiempo de Adviento
96. El Adviento es tiempo de espera, de conversión, de esperanza:
- espera-memoria de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne
mortal; espera-súplica de la última y gloriosa venida de Cristo, Señor de la
historia y Juez universal;
- conversión, a la cual invita con frecuencia la Liturgia de este tiempo,
mediante la voz de los profetas y sobre todo de Juan Bautista: "Convertios,
porque está cerca el reino de los cielos" (Mt 3,2);
- esperanza gozosa de que la salvación ya realizada por Cristo (cfr. Rom
8,24-25) y las realidades de la gracia ya presentes en el mundo lleguen a su
madurez y plenitud, por lo que la promesa se convertirá en posesión, la fe en
visión y "nosotros seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual
es" (1 Jn 3,2)
97. La piedad popular es sensible al tiempo de Adviento, sobre todo en cuanto
memoria de la preparación a la venida del Mesías. Está sólidamente enraizada
en el pueblo cristiano la conciencia de la larga espera que precedió a la
venida del Salvador. Los fieles saben que Dios mantenía, mediante las profecías,
la esperanza de Israel en la venida del Mesías.
A la piedad popular no se le escapa, es más, subraya llena de estupor, el
acontecimiento extraordinario por el que el Dios de la gloria se ha hecho niño
en el seno de una mujer virgen, pobre y humilde. Los fieles son especialmente
sensibles a las dificultades que la Virgen María tuvo que afrontar durante su
embarazo y se conmueven al pensar que en la posada no hubo un lugar para José
ni para María, que estaba a punto de dar a luz al Niño (cfr. Lc 2,7).
Con referencia al Adviento han surgido diversas expresiones de piedad popular,
que alientan la fe del pueblo cristiano y transmiten, de una generación a otra,
la conciencia de algunos valores de este tiempo litúrgico.
La Corona de Adviento
98. La colocación de cuatro cirios sobre una corona de ramos verdes, que es
costumbre sobre todo en los países germánicos y en América del Norte, se ha
convertido en un símbolo del Adviento en los hogares cristianos.
La Corona de Adviento, cuyas cuatro luces se encienden progresivamente, domingo
tras domingo hasta la solemnidad de Navidad, es memoria de las diversas etapas
de la historia de la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética
que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia
(cfr. Mal 3,20; Lc 1,78).
Las Procesiones de Adviento
99. En el tiempo de Adviento se celebran, en algunas regiones, diversas
procesiones, que son un anuncio por las calles de la ciudad del próximo
nacimiento del Salvador (la "clara estrella" en algunos lugares de
Italia), o bien representaciones del camino de José y María hacia Belén, y su
búsqueda de un lugar acogedor para el nacimiento de Jesús (las
"posadas" de la tradición española y latinoamericana).
Las "Témporas de invierno"
100. En el hemisferio norte, en el tiempo de Adviento se celebran las "témporas
de invierno". Indican el paso de una estación a otra y son un momento de
descanso en algunos campos de la actividad humana. La piedad popular está muy
atenta al desarrollo del ciclo vital de la naturaleza: mientras se celebran las
"témporas de invierno", las semillas se encuentran enterradas, en
espera de que la luz y el calor del sol, que precisamente en el solsticio de
invierno vuelve a comenzar su ciclo, las haga germinar.
Donde la piedad popular haya establecido expresiones celebrativas del cambio de
estación, consérvense y valórense como tiempo de súplica al Señor y de
meditación sobre el significado del trabajo humano, que es colaboración con la
obra creadora de Dios, realización de la persona, servicio al bien común,
actualización del plan de la Redención.
La Virgen María en el Adviento
101. Durante el tiempo de Adviento, la Liturgia celebra con frecuencia y de modo
ejemplar a la Virgen María: recuerda algunas mujeres de la Antigua Alianza, que
eran figura y profecía de su misión; exalta la actitud de fe y de humildad con
que María de Nazaret se adhirió, total e inmediatamente, al proyecto salvífico
de Dios; subraya su presencia en los acontecimientos de gracia que precedieron
el nacimiento del Salvador. También la piedad popular dedica, en el tiempo de
Adviento, una atención particular a Santa María; lo atestiguan de manera inequívoca
diversos ejercicios de piedad, y sobre todo las novenas de la Inmaculada y de la
Navidad.
Sin embargo, la valoración del Adviento "como tiempo particularmente apto
para el culto de la Madre del Señor" no quiere decir que este tiempo se
deba presentar como un "mes de María".
En los calendarios litúrgicos del Oriente cristiano, el periodo de preparación
al misterio de la manifestación (Adviento) de la salvación divina (Teofanía)
en los misterios de la Navidad-Epifanía del Hijo Unigénito de Dios Padre,
tiene un carácter marcadamente mariano. Se centra la atención sobre la
preparación a la venida del Señor en el misterio de la Deípara. Para el
Oriente, todos los misterios marianos son misterios cristológicos, esto es,
referidos al misterio de nuestra salvación en Cristo. Así, en el rito copto
durante este periodo se cantan las Laudes de María en los Theotokia; en el
Oriente sirio este tiempo es denominado Subbara, esto es, Anunciación, para
subrayar de esta manera su fisonomía mariana. En el rito bizantino se nos
prepara a la Navidad mediante una serie creciente de fiestas y cantos marianos.
102. La solemnidad de la Inmaculada (8 de Diciembre), profundamente sentida por
los fieles, da lugar a muchas manifestaciones de piedad popular, cuya expresión
principal es la novena de la Inmaculada. No hay duda de que el contenido de la
fiesta de la Concepción purísima y sin mancha de María, en cuanto preparación
fontal al nacimiento de Jesús, se armoniza bien con algunos temas principales
del Adviento: nos remite a la larga espera mesiánica y recuerda profecías y símbolos
del Antiguo Testamento, empleados también en la Liturgia del Adviento.
Donde se celebre la Novena de la Inmaculada se deberían destacar los textos
proféticos que partiendo del vaticinio de Génesis 3,15, desembocan en el
saludo de Gabriel a la "llena de gracia" (Lc 1,28) y en el anuncio del
nacimiento del Salvador (cfr. Lc 1,31-33).
Acompañada por múltiples manifestaciones populares, en el Continente Americano
se celebra, al acercarse la Navidad, la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe
(12 de Diciembre), que acrecienta en buena medida la disposición para recibir
al Salvador: María "unida íntimamente al nacimiento de la Iglesia en América,
fue la Estrella radiante que iluminó el anunció de Cristo Salvador a los hijos
de estos pueblos".
La Novena de Navidad
103. La Novena de Navidad nació para comunicar a los fieles las riquezas de una
Liturgia a la cual no tenían fácil acceso. La novena navideña ha desempeñado
una función valiosa y la puede continuar desempeñando. Sin embargo en nuestros
días, en los que se ha facilitado la participación del pueblo en las
celebraciones litúrgicas, sería deseable que en los días 17 al 23 de
Diciembre se solemnizara la celebración de las Vísperas con las "antífonas
mayores" y se invitara a participar a los fieles. Esta celebración, antes
o después de la cual podrían tener lugar algunos de los elementos
especialmente queridos por la piedad popular, sería una excelente "novena
de Navidad" plenamente litúrgica y atenta a las exigencias de la piedad
popular. En la celebración de las Vísperas se pueden desarrollar algunos
elementos, tal como está previsto (p. ej. homilía, uso del incienso, adaptación
de las preces).
El Nacimiento
104. Como es bien sabido, además de las representaciones del pesebre de Belén,
que existían desde la antigüedad en las iglesias, a partir del siglo XIII se
difundió la costumbre de preparar pequeños nacimientos en las habitaciones de
la casa, sin duda por influencia del "nacimiento" construido en
Greccio por San Francisco de Asís, en el año 1223. La preparación de los
mismos (en la cual participan especialmente los niños) se convierte en una
ocasión para que los miembros de la familia entren en contacto con el misterio
de la Navidad, y para que se recojan en un momento de oración o de lectura de
las páginas bíblicas referidas al episodio del nacimiento de Jesús.
La piedad popular y el espíritu del Adviento
105. La piedad popular, a causa de su comprensión intuitiva del misterio
cristiano, puede contribuir eficazmente a salvaguardar algunos de los valores
del Adviento, amenazados por la costumbre de convertir la preparación a la
Navidad en una "operación comercial", llena de propuestas vacías,
procedentes de una sociedad consumista.
La piedad popular percibe que no se puede celebrar el Nacimiento de Señor si no
es en un clima de sobriedad y de sencillez alegre, y con una actitud de
solidaridad para con los pobres y marginados; la espera del nacimiento del
Salvador la hace sensible al valor de la vida y al deber de respetarla y
protegerla desde su concepción; intuye también que no se puede celebrar con
coherencia el nacimiento del que "salvará a su pueblo de sus pecados"
(Mt 1,21) sin un esfuerzo para eliminar de sí el mal del pecado, viviendo en la
vigilante espera del que volverá al final de los tiempos.
En el tiempo de Navidad
106. En el tiempo de Navidad, la Iglesia celebra el misterio de la manifestación
del Señor: su humilde nacimiento en Belén, anunciado a los pastores, primicia
de Israel que acoge al Salvador; la manifestación a los Magos, "venidos de
Oriente" (Mt 2,1), primicia de los gentiles, que en Jesús recién nacido
reconocen y adoran al Cristo Mesías; la teofanía en el río Jordán, donde Jesús
fue proclamado por el Padre "hijo predilecto" (Mt 3,17) y comienza públicamente
su ministerio mesiánico; el signo realizado en Caná, con el que Jesús
"manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él" (Jn 2,11).
107. Durante el tiempo navideño, además de estas celebraciones, que muestran
su sentido esencial, tienen lugar otras que están íntimamente relacionadas con
el misterio de la manifestación del Señor: el martirio de los Santos Inocentes
(28 de Diciembre), cuya sangre fue derramada a causa del odio a Jesús y del
rechazo de su reino por parte de Herodes; la memoria del Nombre de Jesús, el 3
de Enero; la fiesta de la Sagrada Familia (domingo dentro de la octava), en la
que se celebra el santo núcleo familiar en el que "Jesús crecía en
sabiduría, edad y gracia ante Dios y antes los hombres" (Lc 2, 52); la
solemnidad del 1 de Enero, memoria importante de la maternidad divina, virginal
y salvífica de María; y, aunque fuera ya de los límites del tiempo navideño,
la fiesta de la Presentación del Señor (2 de Febrero), celebración del
encuentro del Mesías con su pueblo, representado en Simeón y Ana, y ocasión
de la profecía mesiánica de Simeón.
108. Gran parte del rico y complejo misterio de la manifestación del Señor
encuentra amplio eco y expresiones propias en la piedad popular. Esta muestra
una atención particular a los acontecimientos de la infancia del Salvador, en
los que se ha manifestado su amor por nosotros. La piedad popular capta de un
modo intuitivo:
- el valor de la "espiritualidad del don", propia de la Navidad:
"un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado" (Is 9,5), don que es
expresión del amor infinito de Dios que "tanto amó al mundo que nos ha
dado a su Hijo único" (Jn 3,16);
- el mensaje de solidaridad que conlleva el acontecimiento de Navidad:
solidaridad con el hombre pecador, por el cual, en Jesús, Dios se ha hecho
hombre "por nosotros los hombres y por nuestra salvación";
solidaridad con los pobres, porque el Hijo de Dios "siendo rico se ha hecho
pobre" para enriquecernos "por medio de su pobreza" (2 Cor 8,9);
- el valor sagrado de la vida y el acontecimiento maravilloso que se realiza en
el parto de toda mujer, porque mediante el parto de María, el Verbo de la vida
ha venido a los hombres y se ha hecho visible (cfr. 1 Jn 1,2);
- el valor de la alegría y de la paz mesiánicas, aspiraciones profundas de los
hombres de todos los tiempos: los Ángeles anuncian a los pastores que ha nacido
el Salvador del mundo, el "Príncipe de la paz" (Is 9,5) y expresan el
deseo de "paz en la tierra a los hombres que ama Dios" (Lc 2,14);
- el clima de sencillez, y de pobreza, de humildad y de confianza en Dios, que
envuelve los acontecimientos del nacimiento del niño Jesús.
La piedad popular, precisamente porque intuye los valores que se esconden en el
misterio de la Navidad, está llamada a cooperar para salvaguardar la memoria de
la manifestación del Señor, de modo que la fuerte tradición religiosa
vinculada a la Navidad no se convierta en terreno abonado para el consumismo ni
para la infiltración del neopaganismo.
La Noche de Navidad
109. En el tiempo que discurre entre las primeras Vísperas de Navidad y la
celebración eucarística de media noche, junto con la tradición de los
villancicos, que son instrumentos muy poderosos para transmitir el mensaje de
alegría y paz de Navidad, la piedad popular propone algunas de sus expresiones
de oración, distintas según los países, que es oportuno valorar y, si es
preciso, armonizar con las celebraciones de la Liturgia. Se pueden presentar,
por ejemplo:
- los "nacimientos vivientes", la inauguración del nacimiento doméstico,
que puede dar lugar a una ocasión de oración de toda la familia: oración que
incluya la lectura de la narración del nacimiento de Jesús según San Lucas,
en la cual resuenen los cantos típicos de la Navidad y se eleven las súplicas
y las alabanzas, sobre todo las de los niños, protagonistas de este encuentro
familiar;
- la inauguración del árbol de Navidad. También se presta a una acto de oración
familiar semejante al anterior. Independientemente de su origen histórico, el
árbol de Navidad es hoy un signo fuertemente evocador, bastante extendido en
los ambientes cristianos; evoca tanto el árbol de la vida, plantado en el jardín
del Edén (cfr. Gn 2,9), como el árbol de la cruz, y adquiere así un
significado cristológico: Cristo es el verdadero árbol de la vida, nacido de
nuestro linaje, de la tierra virgen Santa María, árbol siempre verde, fecundo
en frutos. El adorno cristiano del árbol, según los evangelizadores de los países
nórdicos, consta de manzanas y dulces que cuelgan de sus ramos. Se pueden añadir
otros "dones"; sin embargo, entre los regalos colocados bajo el árbol
de Navidad no deberían faltar los regalos para los pobres: ellos forman parte
de toda familia cristiana;
- la cena de Navidad. La familia cristiana que todos los días, según la
tradición, bendice la mesa y da gracias al Señor por el don de los alimentos,
realizará este gesto con mayor intensidad y atención en la cena de Navidad, en
la que se manifiestan con toda su fuerza la firmeza y la alegría de los vínculos
familiares.
110. La Iglesia desea que todos los fieles participen en la noche del 24 de
Diciembre, a ser posible, en el Oficio de Lecturas, como preparación inmediata
a la celebración de la Eucaristía de media noche. Donde esto no se haga, puede
ser oportuno preparar una vigilia con cantos, lecturas y elementos de la piedad
popular, inspirándose en dicho oficio.
111. En la Misa de media noche, que tiene un gran sentido litúrgico y goza del
aprecio popular, se podrán destacar:
- al comienzo de la Misa, el canto del anuncio del nacimiento del Señor, con la
fórmula del Martirologio Romano;
- la oración de los fieles deberá asumir un carácter verdaderamente
universal, incluso, donde sea oportuno, con el empleo de varios idiomas como un
signo; y en la presentación de los dones para el ofertorio siempre habrá un
recuerdo concreto de los pobres;
- al final de la celebración podrá tener lugar el beso de la imagen del Niño
Jesús por parte de los fieles, y la colocación de la misma en el nacimiento
que se haya puesto en la iglesia o en algún lugar cercano.
La fiesta de la Sagrada Familia
112. La fiesta de la Sagrada Familia, Jesús, María y José (Domingo en la
octava de Navidad) ofrece un ámbito celebrativo apropiado para el desarrollo de
algunos ritos o momentos de oración, propios de la familia cristiana.
El recuerdo de José, de María y del niño Jesús, que se dirigen a Jerusalén,
como toda familia hebrea observante, para realizar los ritos de la Pascua (cfr.
Lc 2,41-42), animará a que toda la familia acepte la invitación a participar
unida, ese día, en la Eucaristía. Y resultaría muy significativo que la
familia se encomendase nuevamente al patrocinio de la Sagrada Familia de Nazaret,
la bendición de los hijos, prevista en el Ritual, y donde sea oportuno, la
renovación de las promesas matrimoniales asumidas por los esposos, convertidos
ya en padres, en el día de su matrimonio, así como las promesas de los
desposorios con las que los novios formalizan su proyecto de fundar en el futuro
una nueva familia.
Pero más allá del día de la fiesta, a los fieles les agrada recurrir a la
Sagrada Familia de Nazaret en muchas circunstancias de la vida: se inscriben con
gusto en las Asociaciones de la Sagrada Familia, para configurar su propio núcleo
familiar según el modelo de la Familia de Nazaret, y dirigen a la misma
jaculatorias frecuentes, mediante las que se encomiendan a su patrocinio y piden
la asistencia para el momento de la muerte.
La fiesta de los Santos Inocentes
113. Desde el final del siglo VI, la Iglesia celebra el 28 de Diciembre la
memoria de los niños a los que mató el ciego furor de Herodes por causa de Jesús
(cfr. Mt 2,16-17). La tradición litúrgica los llama "Santos
Inocentes" y los considera mártires. A lo largo de los siglos, en el arte,
en la poesía y en la piedad popular, los sentimientos de ternura y de simpatía
han rodeado la memoria de este "pequeño rebaño de corderos
inmolados"; a estos sentimientos se ha unido siempre la indignación por la
violencia con que fueron arrancados de las manos de sus madres y entregados a la
muerte.
En nuestros días los niños padecen todavía innumerables formas de violencia,
que atentan contra su vida, dignidad, moralidad y derecho a la educación. Hay
que tener presente en este día la innumerable multitud de niños no nacidos y
asesinados al amparo de las leyes que permiten el aborto, un crimen abominable.
La piedad popular, atenta a los problemas concretos, en no pocos lugares ha dado
vida a manifestaciones de culto y a formas de caridad como la asistencia a las
madres embarazadas, la adopción de los niños e impulsar su educación.
El 31 de Diciembre
114. De la piedad popular provienen algunos ejercicios de piedad característicos
del 31 de Diciembre. Este día se celebra, en la mayor parte de los países de
Occidente, el final del año civil. La ocasión invita a los fieles a
reflexionar sobre el "misterio del tiempo", que corre veloz e
inexorable. Esto suscita en su espíritu un doble sentimiento: arrepentimiento y
pesar por las culpas cometidas y por las ocasiones de gracia perdidas durante el
año que llega a su fin; agradecimiento por los beneficios recibidos de Dios.
Esta doble actitud ha dado origen, respectivamente, a dos ejercicios de piedad:
la exposición prolongada del Santísimo Sacramento, que ofrece una ocasión a
las comunidades religiosas y a los fieles, para un tiempo de oración,
preferentemente en silencio; al canto del Te Deum, como expresión comunitaria
de alabanza y agradecimiento por los beneficios obtenidos de Dios en el curso
del año que está a punto de terminar.
En algunos lugares, sobre todo en comunidades monásticas y en asociaciones
laicales marcadamente eucarísticas, la noche del 31 de Diciembre tiene lugar
una vigilia de oración que se suele concluir con la celebración de la Eucaristía.
Se debe alentar esta vigilia, y su celebración tiene que estar en armonía con
los contenidos litúrgicos de la Octava de la Navidad, vivida no sólo como una
reacción justificada ante la despreocupación y disipación con la que la
sociedad vive el paso de una año a otro, sino como ofrenda vigilante al Señor,
de las primicias del nuevo año.
La solemnidad de santa María, Madre de Dios
115. El 1 de Enero, Octava de la Navidad, la Iglesia celebra la solemnidad de
Santa María, Madre de Dios. La maternidad divina y virginal de María
constituye un acontecimiento salvífico singular: para la Virgen fue presupuesto
y causa de su gloria extraordinaria; para nosotros es fuente de gracia y de
salvación, porque "por medio de ella hemos recibido al Autor de la
vida".
La solemnidad del 1 de Enero, eminentemente mariana, ofrece un espacio
particularmente apto para el encuentro entre la piedad litúrgica y la piedad
popular: la primera celebra este acontecimiento con las formas que le son
propias; la segunda, si está formada de manera adecuada, no dejará de dar vida
a expresiones de alabanza y felicitación a la Virgen por el nacimiento de su
Hijo divino, y de profundizar en el contenido de tantas formulas de oración,
comenzando por la que resulta tan entrañable a los fieles: "Santa María,
Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores".
116. En Occidente el 1 de Enero es un día para felicitarse: es el inicio del año
civil. Los fieles están envueltos en el clima festivo del comienzo del año y
se intercambian, con todos, los deseos de "Feliz año". Sin embargo,
deben saber dar a esta costumbre un sentido cristiano, y hacer de ella casi una
expresión de piedad. Los fieles saben que "el año nuevo" está bajo
el señorío de Cristo y por eso, al intercambiarse las felicitaciones y deseos,
lo ponen, implícita o explícitamente, bajo el dominio de Cristo, a quien
pertenecen los días y los siglos eternos (cfr. Ap 1,8; 22,13).
Con esta conciencia se relaciona la costumbre, bastante extendida, de cantar el
1 de Enero el himno Veni, creator Spiritus, para que el Espíritu del Señor
dirija los pensamientos y las acciones de todos y cada uno de los fieles y de
las comunidades cristianas durante todo el año.
117. Entre los buenos deseos, con los que hombres y mujeres se saludan el 1 de
Enero, destaca el de la paz. El "deseo de paz" tiene profundas raíces
bíblicas, cristológicas y navideñas; los hombres de todos los tiempos invocan
el "bien de la paz" , aunque atentan contra el frecuentemente, y en el
modo más violento y destructor: con la guerra.
La Sede Apostólica, partícipe de las aspiraciones profundas de los pueblos,
desde el 1967, ha señalado para el 1 de Enero la celebración de la
"Jornada mundial de la paz".
La piedad popular no ha permanecido insensible ante esta iniciativa de la Sede
Apostólica y, a la luz del Príncipe de la paz recién nacido, convierte este día
en un momento importante de oración por la paz, de educación en la paz y en
los valores que están indisolublemente unidos a la misma, como la libertad, la
solidaridad y la fraternidad, la dignidad de la persona humana, el respeto de la
naturaleza, el derecho al trabajo y el carácter sagrado de la vida, y de
denuncia de situaciones injustas, que turban las conciencias y amenazan la paz.
La solemnidad de la Epifanía del Señor
118. En torno a la solemnidad de la Epifanía, que tiene un origen muy antiguo y
un contenido muy rico, han nacido y se han desarrollado muchas tradiciones y
expresiones genuinas de piedad popular. Entre estas se pueden recordar:
- el solemne anuncio de la Pascua y de las fiestas principales del año; la
recuperación de este anuncio, que se está realizando en diversos lugares, se
debe favorecer, pues ayuda a los fieles a descubrir la relación entre la Epifanía
y la Pascua, y la orientación de todas las fiestas hacia la mayor de las
solemnidades cristianas;
- el intercambio de "regalos de Reyes"; esta costumbre tiene sus raíces
en el episodio evangélico de los dones ofrecidos por los Magos al niño Jesús
(cfr. Mt 2,11), y en un sentido más radical, en el don que Dios Padre ha
concedido a la humanidad con el nacimiento entre nosotros del Enmanuel (cfr. Is
7,14; 9,6; Mt 1,23). Es deseable que el intercambio de regalos con ocasión de
la Epifanía mantenga un carácter religioso, muestre que su motivación última
se encuentra en la narración evangélica: esto ayudará a convertir el regalo
en una expresión de piedad cristiana y a sacarlo de los condicionamientos de
lujo, ostentación y despilfarro, que son ajenos a sus orígenes;
- la bendición de las casas, sobre cuyas puertas se traza la cruz del Señor,
el número del año comenzado, las letras iniciales de los nombres tradicionales
de los santos Magos (C+M+B) [en algunas lenguas], explicadas también como
siglas de "Christus mansinem benedicat", escritas con una tiza
bendecida; estos gestos, realizados por grupos de niños acompañados de
adultos, expresan la invocación de la bendición de Cristo por intercesión de
los santos Magos y a la vez son una ocasión para recoger ofrendas que se
dedican a fines misioneros y de caridad;
- las iniciativas de solidaridad a favor de hombres y mujeres que, como los
Magos, vienen de regiones lejanas; respecto a ellos, sean o no cristianos, la
piedad popular adopta una actitud de comprensión acogedora y de solidaridad
efectiva;
- la ayuda a la evangelización de los pueblos; el fuerte carácter misionero de
la Epifanía ha sido percibido por la piedad popular, por lo cual, en este día
tienen lugar iniciativas a favor de las misiones, especialmente las vinculadas a
la "Obra misionera de la Santa Infancia", instituida por la Sede Apostólica;
- la designación de Santos Patronos; en no pocas comunidades religiosas y
cofradías existe la costumbre de asignar a cada uno de los miembros un Santo
bajo cuyo patrocinio se pone el año recién comenzado
La fiesta del Bautismo del Señor
119. Los misterios del Bautismo del Señor y de su manifestación en las bodas
de Caná están estrechamente ligados con el acontecimiento salvífico de la
Epifanía.
La fiesta del Bautismo del Señor concluye el Tiempo de navidad. Esta fiesta,
revalorizada en nuestros días, no ha dado origen a especiales manifestaciones
de la piedad popular. Sin embargo, para que los fieles sean sensibles a lo
referente al Bautismo y a la memoria de su nacimiento como hijos de Dios, esta
fiesta puede constituir un momento oportuno para iniciativas eficaces, como: el
uso del Rito de la aspersión dominical con el agua bendita en todas las misas
que se celebran con asistencia del pueblo; centrar la homilía y la catequesis
en los temas y símbolos bautismales.
La fiesta de la Presentación del Señor
120. Hasta el 1969 la antigua fiesta del 2 de Febrero, de origen oriental, recibía
en Occidente el título de "Purificación de Santa María Virgen", y
concluía, cuarenta días después de Navidad, el ciclo de navidad.
Esta fiesta siempre ha tenido un marcado carácter popular. Los fieles, de
hecho:
- asisten con gusto a la procesión conmemorativa de la entrada de Jesús en el
Templo y de su encuentro, ante todo con Dios Padre, en cuya morada entra por
primera vez, después con Simeón y Ana. Esta procesión, que en Occidente había
sustituido a los cortejos paganos licenciosos y que era de tipo penitencial,
posteriormente se caracterizó por la bendición de las candelas, que se
llevaban encendidas durante la procesión, en honor de Cristo "luz para
alumbrar a las naciones" (Lc 2,32);
- son sensibles al gesto realizado por la Virgen María, que presenta a su Hijo
en el Templo y se somete, según el rito de la Ley de Moisés (cfr. Lv 12,1-8),
al rito de la purificación; en la piedad popular el episodio de la purificación
se ha visto como una muestra de la humildad de la Virgen, por lo cual, la fiesta
del 2 de Febrero es considerada con frecuencia la fiesta de los que realizan los
servicios más humildes en la Iglesia.
121. La piedad popular es sensible al acontecimiento, providencial y misterioso,
de la concepción y del nacimiento de una vida nueva. En particular las madres
cristianas advierten la relación que existe, a pesar de las notables
diferencias – la concepción y el parto de María son hechos únicos – entre
la maternidad de la Virgen, la purísima, madre de la Cabeza del Cuerpo Místico,
y su maternidad: ellas también son madres según el plan de Dios, pues han
generado los futuros miembros del mismo Cuerpo Místico. En esta intuición, y
como imitando el rito realizado por María (cfr. Lc 2,22-24), tenía origen el
rito de la purificación de la que había dado a luz, algunos de cuyos elementos
reflejaban una visión negativa de lo relacionado con el parto
En el actual Rituale Romanum está prevista una bendición para la madre, tanto
antes del parto como después del parto, esta última sólo en el caso de que la
madre no haya podido participar en el bautismo del hijo.
Sin embargo, es muy oportuno que la madre y sus parientes, al pedir esta bendición,
se adapten a las características de la oración de la Iglesia: comunión de fe
y de caridad en la oración, para que llegue a su feliz cumplimiento el tiempo
de espera (bendición antes del parto) y para dar gracias a Dios por el don
recibido (bendición después del parto).
122. En algunas Iglesias locales se valoran de modo especial algunos elementos
del relato evangélico de la fiesta de la Presentación del Señor (Lc 2,22-40),
como la obediencia de José y María a la Ley del Señor, la pobreza de los
santos esposos, la condición virginal de la Madre de Jesús, lo que ha
aconsejado convertir, también, el 2 de Febrero en la fiesta de los que se
dedican al servicio del Señor y de los hermanos, en las diversas formas de vida
consagrada.
123. La fiesta del 2 de Febrero conserva un carácter popular. Sin embargo es
necesario que responda verdaderamente al sentido auténtico de la fiesta. No
resultaría adecuado que la piedad popular, al celebrar la Presentación del Señor,
se olvidase el contenido cristológico, que es el fundamental, para quedarse
casi exclusivamente en los aspectos mariológicos; el hecho de que deba
"ser considerada ...como memoria simultánea del Hijo y de la Madre"
no autoriza semejante cambio de la perspectiva; las velas, conservadas en los
hogares, deben ser para los fieles un signo de Cristo "luz del mundo"
y por lo tanto, un motivo para expresar la fe.
En el tiempo de Cuaresma
124. La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la
Pascua. Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación
y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de
recurso más frecuente a las "armas de la penitencia cristiana": la
oración, el ayuno y la limosna (cfr. Mt 6,1-6.16-18).
En el ámbito de la piedad popular no se percibe fácilmente el sentido mistérico
de la Cuaresma y no se han asimilado algunos de los grandes valores y temas,
como la relación entre el "sacramento de los cuarenta días" y los
sacramentos de la iniciación cristiana, o el misterio del "éxodo",
presente a lo largo de todo el itinerario cuaresmal. Según una constante de la
piedad popular, que tiende a centrarse en los misterios de la humanidad de
Cristo, en la Cuaresma los fieles concentran su atención en la Pasión y Muerte
del Señor.
125. El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se
caracteriza por el austero símbolo de las Cenizas, que distingue la Liturgia
del Miércoles de Ceniza. Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores
convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con
ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que
necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto
puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del
corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario
cuaresmal. Se debe ayudar a los fieles, que acuden en gran número a recibir la
Ceniza, a que capten el significado interior que tiene este gesto, que abre a la
conversión y al esfuerzo de la renovación pascual.
A pesar de la secularización de la sociedad contemporánea, el pueblo cristiano
advierte claramente que durante la Cuaresma hay que dirigir el espíritu hacia
las realidades que son verdaderamente importantes; que hace falta un esfuerzo
evangélico y una coherencia de vida, traducida en buenas obras, en forma de
renuncia a lo superfluo y suntuoso, en expresiones de solidaridad con los que
sufren y con los necesitados.
También los fieles que frecuentan poco los sacramentos de la Penitencia y de la
Eucaristía saben, por una larga tradición eclesial, que el tiempo de
Cuaresma-Pascua está en relación con el precepto de la Iglesia de confesar lo
propios pecados graves, al menos una vez al año, preferentemente en el tiempo
pascual.
126. La divergencia existente entre la concepción litúrgica y la visión
popular de la Cuaresma, no impide que el tiempo de los "Cuarenta días"
sea un espacio propicio para una interacción fecunda entre Liturgia y piedad
popular.
Un ejemplo de esta interacción lo tenemos en el hecho de que la piedad popular
favorece algunos días, algunos ejercicios de piedad y algunas actividades apostólicas
y caritativas, que la misma Liturgia cuaresmal prevé y recomienda. La práctica
del ayuno, tan característica desde la antigüedad en este tiempo litúrgico,
es un "ejercicio" que libera voluntariamente de las necesidades de la
vida terrena para redescubrir la necesidad de la vida que viene del cielo:
"No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca
de Dios" (Mt 4,4; cfr. Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I Domingo
de Cuaresma)
La veneración de Cristo crucificado
127. El camino cuaresmal termina con el comienzo del Triduo pascual, es decir,
con la celebración de la Misa In Cena Domini. En el Triduo pascual, el Viernes
Santo, dedicado a celebrar la Pasión del Señor, es el día por excelencia para
la "Adoración de la santa Cruz".
Sin embargo, la piedad popular desea anticipar la veneración cultual de la
Cruz. De hecho, a lo largo de todo el tiempo cuaresmal, el viernes, que por una
antiquísima tradición cristiana es el día conmemorativo de la Pasión de
Cristo, los fieles dirigen con gusto su piedad hacia el misterio de la Cruz.
Contemplando al Salvador crucificado captan más fácilmente el significado del
dolor inmenso e injusto que Jesús, el Santo, el Inocente, padeció por la
salvación del hombre, y comprenden también el valor de su amor solidario y la
eficacia de su sacrificio redentor.
128. Las expresiones de devoción a Cristo crucificado, numerosas y variadas,
adquieren un particular relieve en las iglesias dedicadas al misterio de la Cruz
o en las que se veneran reliquias, consideradas auténticas, del lignum Crucis.
La "invención de la Cruz", acaecida según la tradición durante la
primera mitad del siglo IV, con la consiguiente difusión por todo el mundo de
fragmentos de la misma, objeto de grandísima veneración, determinó un aumento
notable del culto a la Cruz.
En las manifestaciones de devoción a Cristo crucificado, los elementos
acostumbrados de la piedad popular como cantos y oraciones, gestos como la
ostensión y el beso de la cruz, la procesión y la bendición con la cruz, se
combinan de diversas maneras, dando lugar a ejercicios de piedad que a veces
resultan preciosos por su contenido y por su forma.
No obstante, la piedad respecto a la Cruz, con frecuencia, tiene necesidad de
ser iluminada. Se debe mostrar a los fieles la referencia esencial de la Cruz al
acontecimiento de la Resurrección: la Cruz y el sepulcro vacío, la Muerte y la
Resurrección de Cristo, son inseparables en la narración evangélica y en el
designio salvífico de Dios. En la fe cristiana, la Cruz es expresión del
triunfo sobre el poder de las tinieblas, y por esto se la presenta adornada con
gemas y convertida en signo de bendición, tanto cuando se traza sobre uno
mismo, como cuando se traza sobre otras personas y objetos.
129. El texto evangélico, particularmente detallado en la narración de los
diversos episodios de la Pasión, y la tendencia a especificar y a diferenciar,
propia de la piedad popular, ha hecho que los fieles dirijan su atención, también,
a aspectos particulares de la Pasión de Cristo y hayan hecho de ellos objeto de
diferentes devociones: el "Ecce homo", el Cristo vilipendiado,
"con la corona de espinas y el manto de púrpura" (Jn 19,5), que
Pilato muestra al pueblo; las llagas del Señor, sobre todo la herida del
costado y la sangre vivificadora que brota de allí (cfr. Jn 19,34); los
instrumentos de la Pasión, como la columna de la flagelación, la escalera del
pretorio, la corona de espinas, los clavos, la lanza de la transfixión; la sábana
santa o lienza de la deposición.
Estas expresiones de piedad, promovidas en ocasiones por personas de santidad
eminente, son legítimas. Sin embargo, para evitar una división excesiva en la
contemplación del misterio de la Cruz, será conveniente subrayar la
consideración de conjunto de todo el acontecimiento de la Pasión, conforme a
la tradición bíblica y patrística.
La lectura de la Pasión del Señor
130. La Iglesia exhorta a los fieles a la lectura frecuente, de manera
individual o comunitaria, de la Palabra de Dios. Ahora bien, no hay duda de que
entre las páginas de la Biblia, la narración de la Pasión del Señor tiene un
valor pastoral especial, por lo que, por ejemplo, el Ordo unctionis infirmorum
eorumque pastoralis curae sugiere la lectura, en el momento de la agonía del
cristiano, de la narración de la Pasión del Señor o de alguna paso de la
misma.
Durante el tiempo de Cuaresma, el amor a Cristo crucificado deberá llevar a la
comunidad cristiana a preferir el miércoles y el viernes, sobre todo, para la
lectura de la Pasión del Señor.
Esta lectura, de gran sentido doctrinal, atrae la atención de los fieles tanto
por el contenido como por la estructura narrativa, y suscita en ellos
sentimientos de auténtica piedad: arrepentimiento de las culpas cometidas,
porque los fieles perciben que la Muerte de Cristo ha sucedido para remisión de
los pecados de todo el género humano y también de los propios; compasión y
solidaridad con el Inocente injustamente perseguido; gratitud por el amor
infinito que Jesús, el Hermano primogénito, ha demostrado en su Pasión para
con todos los hombres, sus hermanos; decisión de seguir los ejemplos de
mansedumbre, paciencia, misericordia, perdón de las ofensas y abandono confiado
en las manos del Padre, que Jesús dio de modo abundante y eficaz durante su
Pasión.
Fuera de la celebración litúrgica, la lectura de la Pasión se puede
"dramatizar" si es oportuno, confiando a lectores distintos los textos
correspondientes a los diversos personajes; asimismo, se pueden intercalar
cantos o momentos de silencio meditativo.
El "Vía Crucis"
131. Entre los ejercicios de piedad con los que los fieles veneran la Pasión
del Señor, hay pocos que sean tan estimados como el Vía Crucis. A través de
este ejercicio de piedad los fieles recorren, participando con su afecto, el último
tramo del camino recorrido por Jesús durante su vida terrena: del Monte de los
Olivos, donde en el "huerto llamado Getsemani" (Mc 14,32) el Señor
fue "presa de la angustia" (Lc 22,44), hasta el Monte Calvario, donde
fue crucificado entre dos malhechores (cfr. Lc 23,33), al jardín donde fue
sepultado en un sepulcro nuevo, excavado en la roca (cfr. Jn 19,40-42).
Un testimonio del amor del pueblo cristiano por este ejercicio de piedad son los
innumerables Vía Crucis erigidos en las iglesias, en los santuarios, en los
claustros e incluso al aire libre, en el campo, o en la subida a una colina, a
la cual las diversas estaciones le confieren una fisonomía sugestiva.
132. El Vía Crucis es la síntesis de varias devociones surgidas desde la alta
Edad Media: la peregrinación a Tierra Santa, durante la cual los fieles visitan
devotamente los lugares de la Pasión del Señor; la devoción a las "caídas
de Cristo" bajo el peso de la Cruz; la devoción a los "caminos
dolorosos de Cristo", que consiste en ir en procesión de una iglesia a
otra en memoria de los recorridos de Cristo durante su Pasión; la devoción a
las "estaciones de Cristo", esto es, a los momentos en los que Jesús
se detiene durante su camino al Calvario, o porque le obligan sus verdugos o
porque está agotado por la fatiga, o porque, movido por el amor, trata de
entablar un diálogo con los hombres y mujeres que asisten a su Pasión.
En su forma actual, que está ya atestiguada en la primera mitad del siglo XVII,
el Vía Crucis, difundido sobre todo por San Leonardo de Porto Mauricio (+1751),
ha sido aprobado por la Sede Apostólica, dotado de indulgencias y consta de
catorce estaciones.
133. El Vía Crucis es un camino trazado por el Espíritu Santo, fuego divino
que ardía en el pecho de Cristo (cfr. Lc 12,49-50) y lo impulsó hasta el
Calvario; es un camino amado por la Iglesia, que ha conservado la memoria viva
de las palabras y de los acontecimientos de los último días de su Esposo y Señor.
En el ejercicio de piedad del Vía Crucis confluyen también diversas
expresiones características de la espiritualidad cristiana: la comprensión de
la vida como camino o peregrinación; como paso, a través del misterio de la
Cruz, del exilio terreno a la patria celeste; el deseo de conformarse
profundamente con la Pasión de Cristo; las exigencias de la sequela Christi,
según la cual el discípulo debe caminar detrás del Maestro, llevando cada día
su propia cruz (cfr. Lc 9,23)
Por todo esto el Vía Crucis es un ejercicio de piedad especialmente adecuado al
tiempo de Cuaresma.
134. Para realizar con fruto el Vía Crucis pueden ser útiles las siguientes
indicaciones:
- la forma tradicional, con sus catorce estaciones, se debe considerar como la
forma típica de este ejercicio de piedad; sin embargo, en algunas ocasiones, no
se debe excluir la sustitución de una u otra "estación" por otras
que reflejen episodios evangélicos del camino doloroso de Cristo, y que no se
consideran en la forma tradicional;
- en todo caso, existen formas alternativas del Vía Crucis aprobadas por la
Sede Apostólica o usadas públicamente por el Romano Pontífice: estas se deben
considerar formas auténticas del mismo, que se pueden emplear según sea
oportuno;
- el Vía Crucis es un ejercicio de piedad que se refiere a la Pasión de
Cristo; sin embargo es oportuno que concluya de manera que los fieles se abran a
la expectativa, llena de fe y de esperanza, de la Resurrección; tomando como
modelo la estación de la Anastasis al final del Vía Crucis de Jerusalén, se
puede concluir el ejercicio de piedad con la memoria de la Resurrección del Señor.
135. Los textos para el Vía Crucis son innumerables. Han sido compuestos por
pastores movidos por una sincera estima a este ejercicio de piedad y convencidos
de su eficacia espiritual; otras veces tienen por autores a fieles laicos,
eminentes por la santidad de vida, doctrina o talento literario.
La selección del texto, teniendo presente las eventuales indicaciones del
Obispo, se deberá hacer considerando sobre todo las características de los que
participan en el ejercicio de piedad y el principio pastoral de combinar
sabiamente la continuidad y la innovación. En todo caso, serán preferibles los
textos en los que resuenen, correctamente aplicadas, las palabras de la Biblia,
y que estén escritos con un estilo digno y sencillo.
Un desarrollo inteligente del Vía Crucis, en el que se alternan de manera
equilibrada: palabra, silencio, canto, movimiento procesional y parada
meditativa, contribuye a que se obtengan los frutos espirituales de este
ejercicio de piedad.
El "Vía Matris"
136. Así como en el plan salvífico de Dios (cfr. Lc 2,34-35) están asociados
Cristo crucificado y la Virgen dolorosa, también los están en la Liturgia y en
la piedad popular.
Como Cristo es el "hombre de dolores" (Is 53,3), por medio del cual se
ha complacido Dios en "reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y
los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz" (Col 1,20), así
María es la "mujer del dolor", que Dios ha querido asociar a su Hijo,
como madre y partícipe de su Pasión (socia Passionis).
Desde los días de la infancia de Cristo, toda la vida de la Virgen,
participando del rechazo de que era objeto su Hijo, transcurrió bajo el signo
de la espada (cfr. Lc 2,35). Sin embargo, la piedad del pueblo cristiano ha señalado
siete episodios principales en la vida dolorosa de la Madre y los ha considerado
como los "siete dolores" de Santa María Virgen.
Así, según el modelo del Vía Crucis, ha nacido el ejercicio de piedad del Vía
Matris dolorosae, o simplemente Vía Matris, aprobado también por la Sede Apostólica.
Desde el siglo XVI hay ya formas incipientes del Vía Matris, pero en su forma
actual no es anterior al siglo XIX. La intuición fundamental es considerar toda
la vida de la Virgen, desde el anuncio profético de Simeón (cfr. Lc 2,34-35)
hasta la muerte y sepultura del Hijo, como un camino de fe y de dolor: camino
articulado en siete "estaciones", que corresponden a los "siete
dolores" de la Madre del Señor.
137. El ejercicio de piedad del Vía Matris se armoniza bien con algunos temas
propios del itinerario cuaresmal. Como el dolor de la Virgen tiene su causa en
el rechazo que Cristo ha sufrido por parte de los hombres, el Vía Matris remite
constante y necesariamente al misterio de Cristo, siervo sufriente del Señor
(cfr. Is 52,13-53,12), rechazado por su propio pueblo (cfr. Jn 1,11; Lc 2,1-7;
2,34-35; 4,28-29; Mt 26,47-56; Hech 12,1-5). Y remite también al misterio de la
Iglesia: las estaciones del Vía Matris son etapas del camino de fe y dolor en
el que la Virgen ha precedido a la Iglesia y que esta deberá recorrer hasta el
final de los tiempos.
El Vía Matris tiene como máxima expresión la "Piedad", tema
inagotable del arte cristiano desde la Edad Media.
La Semana Santa
138. "Durante la Semana Santa la Iglesia celebra los misterios de la
salvación actuados por Cristo en los últimos días de su vida, comenzando por
su entrada mesiánica en Jerusalén".
Es muy intensa la participación del pueblo en los ritos de la Semana Santa.
Algunos muestran todavía señales de su origen en el ámbito de la piedad
popular. Sin embargo ha sucedido que, a lo largo de los siglos, se ha producido
en los ritos de la Semana Santa una especie de paralelismo celebrativo, por lo
cual se dan prácticamente dos ciclos con planteamiento diverso: uno
rigurosamente litúrgico, otro caracterizado por ejercicios de piedad específicos,
sobre todo las procesiones.
Esta diferencia se debería reconducir a una correcta armonización entre las
celebraciones litúrgicas y los ejercicios de piedad. En relación con la Semana
Santa, el amor y el cuidado de las manifestaciones de piedad tradicionalmente
estimadas por el pueblo debe llevar necesariamente a valorar las acciones litúrgicas,
sostenidas ciertamente por los actos de piedad popular.
Domingo de Ramos
Las palmas y los ramos de olivo o de otros árboles
139. "La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos "de la Pasión
del Señor", que comprende a la vez el triunfo real de Cristo y el anuncio
de la Pasión".
La procesión que conmemora la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén tiene
un carácter festivo y popular. A los fieles les gusta conservar en sus hogares,
y a veces en el lugar de trabajo, los ramos de olivo o de otros árboles, que
han sido bendecidos y llevados en la procesión.
Sin embargo es preciso instruir a los fieles sobre el significado de la
celebración, para que entiendan su sentido. Será oportuno, por ejemplo,
insistir en que lo verdaderamente importante es participar en la procesión y no
simplemente procurarse una palma o ramo de olivo; que estos no se conserven como
si fueran amuletos, con un fin curativo o para mantener alejados a los malos espíritus
y evitar así, en las casas y los campos, los daños que causan, lo cual podría
ser una forma de superstición.
La palma y el ramo de olivo se conservan, ante todo, como un testimonio de la fe
en Cristo, rey mesiánico, y en su victoria pascual.
Triduo pascual
140. Todos los años en el "sacratísimo triduo del crucificado, del
sepultado y del resucitado" o Triduo pascual, que se celebra desde la Misa
vespertina del Jueves en la cena del Señor hasta las Vísperas del Domingo de
Resurrección, la Iglesia celebra, "en íntima comunión con Cristo su
Esposo", los grandes misterios de la redención humana.
Jueves Santo
La visita al lugar de la reserva
141. La piedad popular es especialmente sensible a la adoración del santísimo
Sacramento, que sigue a la celebración de la Misa en la cena del Señor. A
causa de un proceso histórico, que todavía no está del todo claro en algunas
de sus fases, el lugar de la reserva se ha considerado como "santo
sepulcro"; los fieles acudían para venerar a Jesús que después del
descendimiento de la Cruz fue sepultado en la tumba, donde permaneció unas
Cuarenta horas.
Es preciso iluminar a los fieles sobre el sentido de la reserva: realizada con
austera solemnidad y ordenada esencialmente a la conservación del Cuerpo del Señor,
para la comunión de los fieles en la Celebración litúrgica del Viernes Santo
y para el Viático de los enfermos, es una invitación a la adoración,
silenciosa y prolongada, del Sacramento admirable, instituido en este día.
Por lo tanto, para el lugar de la reserva hay que evitar el término
"sepulcro" ("monumento"), y en su disposición no se le debe
dar la forma de una sepultura; el sagrario no puede tener la forma de un
sepulcro o urna funeraria: el Sacramento hay que conservarlo en un sagrario
cerrado, sin hacer la exposición con la custodia.
Después de la media noche del Jueves Santo, la adoración se realiza sin
solemnidad, pues ya ha comenzado el día de la Pasión del Señor.
Viernes Santo
La procesión del Viernes Santo
142. El Viernes Santo la Iglesia celebra la Muerte salvadora de Cristo. En el
Acto litúrgico de la tarde, medita en la Pasión de su Señor, intercede por la
salvación del mundo, adora la Cruz y conmemora su propio nacimiento del costado
abierto del Salvador (Cfr. Jn 19,34).
Entre las manifestaciones de piedad popular del Viernes Santo, además del Vía
Crucis, destaca la procesión del "Cristo muerto". Esta destaca, según
las formas expresivas de la piedad popular, el pequeño grupo de amigos y discípulos
que, después de haber bajado de la Cruz el Cuerpo de Jesús, lo llevaron al
lugar en el cual había una "tumba excavada en la roca, en la cual todavía
no se había dado sepultura a nadie" (Lc 23,53).
La procesión del "Cristo muerto" se desarrolla, por lo general, en un
clima de austeridad, de silencio y de oración, con la participación de
numerosos fieles, que perciben no pocos sentidos del misterio de la sepultura de
Jesús.
143. Sin embargo, es necesario que estas manifestaciones de la piedad popular
nunca aparezcan ante los fieles, ni por la hora ni por el modo de convocatoria,
como sucedáneo de las celebraciones litúrgicas del Viernes Santo.
Por lo tanto, al planificar pastoralmente el Viernes Santo se deberá conceder
el primer lugar y el máximo relieve a la Celebración litúrgica, y se deberá
explicar a los fieles que ningún ejercicio de piedad debe sustituir a esta
celebración, en su valor objetivo.
Finalmente, hay que evitar introducir la procesión de "Cristo muerto"
en el ámbito de la solemne Celebración litúrgica del Viernes Santo, porque
esto constituiría una mezcla híbrida de celebraciones.
Representación de la Pasión de Cristo
144. En muchas regiones, durante la Semana Santa, sobre todo el Viernes, tienen
lugar representaciones de la Pasión de Cristo. Se trata, frecuentemente, de
verdaderas "representaciones sagradas", que con razón se pueden
considerar un ejercicio de piedad. Las representaciones sagradas hunden sus raíces
en la Liturgia. Algunas de ellas, nacidas casi en el coro de los monjes,
mediante un proceso de dramatización progresiva, han pasado al atrio de la
iglesia.
En muchos lugares, la preparación y ejecución de la representación de la Pasión
de Cristo está encomendada a cofradías, cuyos miembros han asumido
determinados compromisos de vida cristiana. En estas representaciones, actores y
espectadores son introducidos en un movimiento de fe y de auténtica piedad. Es
muy deseable que las representaciones sagradas de la Pasión del Señor no se
alejen de este estilo de expresión sincera y gratuita de piedad, para
convertirse en manifestaciones folclóricas, que atraen no tanto el espíritu
religioso cuanto el interés de los turistas.
Respecto a las representaciones sagradas hay que explicar a los fieles la
profunda diferencia que hay entre una "representación" que es mímesis,
y la "acción litúrgica", que es anámnesis, presencia mistérica del
acontecimiento salvífico de la Pasión.
Hay que rechazar las prácticas penitenciales que consisten en hacerse
crucificar con clavos.
El recuerdo de la Virgen de los Dolores
145. Dada su importancia doctrinal y pastoral, se recomienda no descuidar el
"recuerdo de los dolores de la Santísima Virgen María". La piedad
popular, siguiendo el relato evangélico, ha destacado la asociación de la
Madre a la Pasión salvadora del Hijo (cfr. Jn 19,25-27; Lc 2,34ss) y ha dado
lugar a diversos ejercicios de piedad entre los que se deben recordar:
- el Planctus Mariae, expresión intensa de dolor, que con frecuencia contiene
elementos de gran valor literario y musical, en el que la Virgen llora no sólo
la muerte del Hijo, inocente y santo, su bien sumo, sino también la pérdida de
su pueblo y el pecado de la humanidad.
- la "Hora de la Dolorosa", en la que los fieles, con expresiones de
conmovedora devoción, "hacen compañía" a la Madre del Señor, que
se ha quedado sola y sumergida en un profundo dolor, después de la muerte de su
único Hijo; al contemplar a la Virgen con el Hijo entre sus brazos – la
Piedad – comprenden que en María se concentra el dolor del universo por la
muerte de Cristo; en ella ven la personificación de todas las madres que, a lo
largo de la historia, han llorado la muerte de un hijo. Este ejercicio de
piedad, que en algunos lugares de América Latina se denomina "El pésame",
no se debe limitar a expresar el sentimiento humano ante una madre desolada,
sino que, desde la fe en la Resurrección, debe ayudar a comprender la grandeza
del amor redentor de Cristo y la participación en el mismo de su Madre.
Sábado Santo
146. "Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del
Señor, meditando su Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos y esperando
en la oración y el ayuno su Resurrección".
La piedad popular no puede permanecer ajena al carácter particular del Sábado
Santo; así pues, las costumbres y las tradiciones festivas vinculadas a este día,
en el que durante una época se anticipaba la celebración pascual, se deben
reservar para la noche y el día de Pascua.
La "Hora de la Madre"
147. En María, conforme a la enseñanza de la tradición, está como
concentrado todo el cuerpo de la Iglesia: ella es la "credentium collectio
universa". Por esto la Virgen María, que permanece junto al sepulcro de su
Hijo, tal como la representa la tradición eclesial, es imagen de la Iglesia
Virgen que vela junto a la tumba de su Esposo, en espera de celebrar su
Resurrección.
En esta intuición de la relación entre María y la Iglesia se inspira el
ejercicio de piedad de la Hora de la Madre: mientras el cuerpo del Hijo reposa
en el sepulcro y su alma desciende a los infiernos para anunciar a sus
antepasados la inminente liberación de la región de las tinieblas, la Virgen,
anticipando y representando a la Iglesia, espera llena de fe la victoria del
Hijo sobre la muerte.
Domingo de Pascua
148. También en el Domingo de Pascua, máxima solemnidad del año litúrgico,
tienen lugar no pocas manifestaciones de la piedad popular: son, todas,
expresiones cultuales que exaltan la nueva condición y la gloria de Cristo
resucitado, así como su poder divino que brota de su victoria sobre el pecado y
sobre la muerte.
El encuentro del Resucitado con la Madre
149. La piedad popular ha intuido que la asociación del Hijo con la Madre es
permanente: en la hora del dolor y de la muerte, en la hora de la alegría y de
la Resurrección.
La afirmación litúrgica de que Dios ha colmado de alegría a la Virgen en la
Resurrección del Hijo, ha sido, por decirlo de algún modo, traducida y
representada por la piedad popular en el Encuentro de la Madre con el Hijo
resucitado: la mañana de Pascua dos procesiones, una con la imagen de la Madre
dolorosa, otra con la de Cristo resucitado, se encuentran para significar que la
Virgen fue la primera que participó, y plenamente, del misterio de la
Resurrección del Hijo.
Para este ejercicio de piedad es válida la observación que se hizo respecto a
la procesión del "Cristo muerto": su realización no debe dar a
entender que sea más importante que las celebraciones litúrgicas del domingo
de Pascua, ni dar lugar a mezclas rituales inadecuadas.
Bendición de la mesa familiar
150. Toda la Liturgia pascual está penetrada de un sentido de novedad: es nueva
la naturaleza, porque en el hemisferio norte la pascua coincide con el despertar
primaveral; son nuevos el fuego y el agua; son nuevos los corazones de los
cristianos, renovados por el sacramento de la Penitencia y, a ser posible, por
los mismos sacramentos de la Iniciación cristiana; es nueva, por decirlo de
alguna manera, la Eucaristía: son signos y realidades-signo de la nueva condición
de vida inaugurada por Cristo con su Resurrección.
Entre los ejercicios de piedad que se relacionan con la Pascua se cuentan las
tradicionales bendiciones de huevos, símbolos de vida, y la bendición de la
mesa familiar; esta última, que es además una costumbre diaria de las familias
cristianas, que se debe alentar, adquiere un significado particular en el día
de Pascua: con el agua bendecida en la Vigilia Pascual, que los fieles llevan a
sus hogares, según una loable costumbre, el cabeza de familia u otro miembro de
la comunidad doméstica bendice la mesa pascual.
El saludo pascual a la Madre del Resucitado
151. En algunos lugares, al final de la Vigilia pascual o después de las II Vísperas
del Domingo de Pascua, se realiza un breve ejercicio de piedad: se bendicen
flores, que se distribuyen a los fieles como signo de la alegría pascual, y se
rinde homenaje a la imagen de la Dolorosa, que a veces se corona, mientras se
canta el Regina caeli. Los fieles, que se habían asociado al dolor de la Virgen
por la Pasión del Hijo, quieren así alegrarse con ella por el acontecimiento
de la Resurrección.
Este ejercicio de piedad, que no se debe mezclar con el acto litúrgico, es
conforme a los contenidos del Misterio pascual y constituye una prueba ulterior
de cómo la piedad popular percibe la asociación de la Madre a la obra
salvadora del Hijo.
En el Tiempo Pascual
La bendición anual de las familias en sus casas
152. Durante el tiempo pascual – o en otros periodos del año – tiene lugar
la bendición anual de las familias, visitadas en sus casas. Esta costumbre, tan
apreciada por los fieles y encomendada a la atención pastoral de los párrocos
y de sus colaboradores, es una ocasión preciosa para hacer resonar en las
familias cristianas el recuerdo de la presencia continua de Dios, llena de
bendiciones, la invitación a vivir conforme al Evangelio, la exhortación a los
padres e hijos a que conserven y promuevan el misterio de ser "iglesia doméstica".
El "Vía lucis"
153. Recientemente, en diversos lugares, se está difundiendo un ejercicio de
piedad denominado Vía lucis. En él, como sucede en el Vía Crucis, los fieles,
recorriendo un camino, consideran las diversas apariciones en las que Jesús –
desde la Resurrección a la Ascensión, con la perspectiva de la Parusía –
manifestó su gloria a los discípulos, en espera del Espíritu prometido (cfr.
Jn 14,26; 16,13-15; Lc 24,49), confortó su fe, culminó las enseñanzas sobre
el Reino y determinó aún más la estructura sacramental y jerárquica de la
Iglesia.
Mediante el ejercicio del Vía lucis los fieles recuerdan el acontecimiento
central de la fe – la Resurrección de Cristo – y su condición de discípulos
que en el Bautismo, sacramento pascual, han pasado de las tinieblas del pecado a
la luz de la gracia (cfr. Col 1,13; Ef 5,8).
Durante siglos, el Vía Crucis ha mediado la participación de los fieles en el
primer momento del evento pascual – la Pasión – y ha contribuido a fijar
sus contenidos en la conciencia del pueblo. De modo análogo, en nuestros días,
el Vía lucis, siempre que se realice con fidelidad al texto evangélico, puede
ser un medio para que los fieles comprendan vitalmente el segundo momento de la
Pascua del Señor: la Resurrección.
El Vía lucis, además, puede convertirse en una óptima pedagogía de la fe,
porque, como se suele decir, "per crucem ad lucem". Con la metáfora
del camino, el Vía lucis lleva desde la constatación de la realidad del dolor,
que en plan de Dios no constituye el fin de la vida, a la esperanza de alcanzar
la verdadera meta del hombre: la liberación, la alegría, la paz, que son
valores esencialmente pascuales.
El Vía lucis, finalmente, en una sociedad que con frecuencia está marcada por
la "cultura de la muerte", con sus expresiones de angustia y apatía,
es un estímulo para establecer una "cultura de la vida", una cultura
abierta a las expectativas de la esperanza y a las certezas de la fe.
La devoción a la divina misericordia
154. En relación con la octava de Pascua, en nuestros días y a raíz de los
mensajes de la religiosa Faustina Kowalska, canonizada el 30 de Abril del 2000,
se ha difundido progresivamente una devoción particular a la misericordia
divina comunicada por Cristo muerto y resucitado, fuente del Espíritu que
perdona los pecados y devuelve la alegría de la salvación. Puesto que la
Liturgia del "II Domingo de Pascua o de la divina misericordia" –
como se denomina en la actualidad – constituye el espacio natural en el que se
expresa la acogida de la misericordia del Redentor del hombre, debe educarse a
los fieles para comprender esta devoción a la luz de las celebraciones litúrgicas
de estos días de Pascua. En efecto, "El Cristo pascual es la encarnación
definitiva de la misericordia, su signo viviente: histórico-salvífico y a la
vez escatológico. En el mismo espíritu, la Liturgia del tiempo pascual pone en
nuestros labios las palabras del salmo: "Cantaré eternamente las
misericordias del Señor" (Sal 89 (88),2)".
La novena de Pentecostés
155. La Escritura da testimonio de que en los nueve días entre la Ascensión y
Pentecostés, los Apóstoles "permanecían unidos y eran asiduos en la
oración, junto con algunas mujeres y con María, la Madre de Jesús, y con sus
hermanos" (Hech 1,14), en espera de ser "revestidos con el poder de lo
alto" (Lc 24,49). De la reflexión orante sobre este acontecimiento salvífico
ha nacido el ejercicio de piedad de la novena de Pentecostés, muy difundido en
el pueblo cristiano.
En realidad, en el Misal y en la Liturgia de las Horas, sobre todo en las Vísperas,
esta "novena" ya está presente: los textos bíblicos y eucológicos
se refieren, de diversos modos, a la espera del Paráclito. Por lo tanto, en la
medida de lo posible, la novena de Pentecostés debería consistir en la
celebración solemne de las Vísperas. Donde esto no sea posible, dispóngase la
novena de Pentecostés de tal modo que refleje los temas litúrgicos de los días
que van de la Ascensión a la Vigilia de Pentecostés.
En algunos lugares se celebra durante estos días la semana de oración por la
unidad de los cristianos.
Pentecostés
El domingo de Pentecostés
156. El tiempo pascual concluye en el quincuagésimo día, con el domingo de
Pentecostés, conmemorativo de la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles
(cfr. Hech 2,1-4), de los comienzos de la Iglesia y del inicio de su misión a
toda lengua, pueblo y nación. Es significativa la importancia que ha adquirido,
especialmente en la catedral, pero también en las parroquias, la celebración
prolongada de la Misa de la Vigilia, que tiene el carácter de una oración
intensa y perseverante de toda la comunidad cristiana, según el ejemplo de los
Apóstoles reunidos en oración unánime con la Madre del Señor.
Exhortando a la oración y a la participación en la misión, el misterio de
Pentecostés ilumina la piedad popular: también esta "es una demostración
continua de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia. Éste enciende en
los corazones la fe, la esperanza y el amor, virtudes excelentes que dan valor a
la piedad cristiana. El mismo Espíritu ennoblece las numerosas y variadas
formas de transmitir el mensaje cristiano según la cultura y las costumbres de
cualquier lugar, en cualquier momento histórico".
Con fórmulas conocidas que vienen de la celebración de Pentecostés (Veni,
creator Spiritus; Veni, Sancte Spiritus) o con breves súplicas (Emitte Spiritum
tuum et creabuntur...), los fieles suelen invocar al Espíritu, sobre todo al
comenzar una actividad o un trabajo, o en situaciones especiales de angustia.
También el rosario, en el tercer misterio glorioso, invita a meditar en la
efusión del Espíritu Santo. Los fieles, además, saben que han recibido,
especialmente en la Confirmación, el Espíritu de sabiduría y de consejo que
les guía en su existencia, el Espíritu de fortaleza y de luz que les ayuda a
tomar las decisiones importantes y a afrontar las pruebas de la vida. Saben que
su cuerpo, desde el día del Bautismo, es templo del Espíritu Santo, y que debe
ser respetado y honrado, también en la muerte, y que en el último día la
potencia del Espíritu lo hará resucitar.
Al tiempo que nos abre a la comunión con Dios en la oración, el Espíritu
Santo nos mueve hacia el prójimo con sentimientos de encuentro, reconciliación,
testimonio, deseos de justicia y de paz, renovación de la mente, verdadero
progreso social e impulso misionero. Con este espíritu, la solemnidad de
Pentecostés se celebra en algunas comunidades como "jornada de sacrificio
por las misiones".
En el Tiempo ordinario
La solemnidad de la santísima Trinidad
157. El domingo siguiente a Pentecostés la Iglesia celebra la solemnidad de la
santísima Trinidad. En la baja Edad Media, la devoción creciente de los fieles
al misterio de Dios Uno y Trino, que desde la época carolingia tenía un lugar
importante en la piedad privada y había dado origen a expresiones de piedad litúrgica,
indujo a Juan XXII a extender en 1334 la fiesta de la Trinidad a toda la Iglesia
latina. Este acontecimiento tuvo, a su vez, un influjo determinante en la
aparición y desarrollo de algunos ejercicios de piedad.
Respecto a la piedad popular a la Santísima Trinidad, "el misterio central
de la fe y de la vida cristiana", no es cuestión tanto de recordar tal o
cual ejercicio de piedad, sino de subrayar que toda forma auténtica de piedad
cristiana debe hacer referencia al verdadero y solo Dios Uno y Trino, "el
Padre omnipotente y su Hijo unigénito y el Espíritu Santo". Tal es el
misterio de Dios, el que se nos ha revelado en Cristo y por medio de Él. Tal es
su manifestación en la historia de la salvación. Esta no es otra cosa que
"la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres,
apartados por el pecado, y se une con ellos".
En efecto, son numerosos los ejercicios de piedad que tienen una impronta y una
dimensión trinitaria. La mayor parte de ellos comienza con el signo de la cruz
y "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo", la misma fórmula
con la que son bautizados los discípulos de Jesús (cfr. Mt 28,19) y comienzan
una vida de intimidad con Dios, como hijos del Padre, hermanos del Hijo
encarnado, templos del Espíritu. Otros ejercicios de piedad emplean fórmulas
similares a la actual Liturgia de las Horas, y comienzan dando "Gloria al
Padre, al Hijo y al Espíritu Santo". Otros concluyen con la bendición
impartida en el nombre de las tres Personas divinas. Y no son pocos los
ejercicios de piedad cuyas oraciones, siguiendo el esquema característico de la
oración litúrgica, se dirigen "al Padre por Cristo en el Espíritu"
y presentan formulas doxológicas inspiradas en los textos litúrgicos.
158. Como ya se ha dicho en la Primera Parte del presente Directorio, la vida
cultual es un diálogo de Dios con el hombre, por Cristo, en el Espíritu Santo.
Por esto, es necesario que el aspecto trinitario sea un elemento constante,
también en la piedad popular. Tiene que quedar claro a los fieles que los
ejercicios de piedad en honor de la Santísima Virgen, de los Ángeles y de los
Santos, tienen como término al Padre, del que todo procede y al que todo
conduce; al Hijo, encarnado, muerto, resucitado, único mediador (cfr. 1 Tim
2,5) sin el cual es imposible tener acceso al Padre (Jn 14,6); al Espíritu, única
fuente de gracia y de santificación. Es importante evitar el peligro de
alimentar la idea de una "divinidad" que prescinda de las Personas
Divinas.
159. Entre los ejercicios de piedad dedicados directamente a Dios Trino y Uno
hay que recordar, junto con la pequeña doxología (Gloria al Padre y al Hijo y
al Espíritu Santo...) y la gran doxología (Gloria a Dios en el cielo...), el
Trisagio bíblico (Santo, Santo, Santo) y litúrgico (Santo Dios, Santo Fuerte,
Santo Inmortal, ten piedad de nosotros), muy difundido en Oriente y también en
algunos países, órdenes y congregaciones de Occidente.
El Trisagio litúrgico, que se inspira en otros cantos litúrgicos basados en el
Trisagio bíblico – como el Santo en la celebración de la Eucaristía, el
himno Te Deum, los improperios del rito de la adoración de la Cruz, el Viernes
Santo, derivados a su vez de Isaías 6,3 y de Apocalipsis 4,8 – es un
ejercicio de piedad en el que los que oran, en comunión con los ángeles,
glorifican repetidamente a Dios Santo, Fuerte e Inmortal, con expresiones de
alabanza tomadas de la Sagrada Escritura y de la Liturgia.
La solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor
160. El jueves siguiente a la solemnidad de la santísima Trinidad, la Iglesia
celebra la solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre del Señor. La fiesta,
extendida en 1269 por el Papa Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte
constituyó una respuesta de fe y de culto a doctrinas heréticas acerca del
misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por otra parte fue la
culminación de un movimiento de ardiente devoción hacia el augusto Sacramento
del altar.
La piedad popular favoreció el proceso que instituyó la fiesta del Corpus
Christi; a su vez, esta fue causa y motivo de la aparición de nuevas formas de
piedad eucarística en el pueblo de Dios.
Durante siglos, la celebración del Corpus Christi fue el principal punto de
confluencia de la piedad popular a la Eucaristía. En los siglos XVI-XVII, la
fe, reavivada por la necesidad de responder a las negaciones del movimiento
protestante, y la cultura – arte, literatura, folclore – han contribuido a
dar vida a muchas y significativas expresiones de la piedad popular para con el
misterio de la Eucaristía.
161. La devoción eucarística, tan arraigada en el pueblo cristiano, debe ser
educada para que capte dos realidades de fondo:
- que el punto de referencia supremo de la piedad eucarística es la Pascua del
Señor; la Pascua, según la visión de los Padres, es la fiesta de la Eucaristía,
como, por otra parte, la Eucaristía es ante todo celebración de la Pascua, es
decir, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús;
- que toda forma de devoción eucarística tiene una relación esencial con el
Sacrificio eucarístico, ya porque dispone a su celebración, ya porque prolonga
las actitudes cultuales y existenciales suscitadas por ella.
A causa precisamente de esto, el Rituale Romanum advierte: "Los fieles,
cuando veneran a Cristo, presente en el Sacramento, recuerden que esta presencia
deriva del Sacrificio y tiende a la comunión, sacramental y espiritual".
162. La procesión de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo es, por así
decir, la "forma tipo" de las procesiones eucarísticas. Prolonga la
celebración de la Eucaristía: inmediatamente después de la Misa, la Hostia
que ha sido consagrada en dicha Misa se conduce fuera de la iglesia para que el
pueblo cristiano "dé un testimonio público de fe y de veneración al Santísimo
Sacramento".
Los fieles comprenden y aman los valores que contiene la procesión del Corpus
Christi: se sienten "Pueblo de Dios" que camina con su Señor,
proclamando la fe en Él, que se ha hecho verdaderamente el "Dios con
nosotros".
Con todo, es necesario que en las procesiones eucarísticas se observen las
normas que regulan su desarrollo, en particular las que garantizan la dignidad y
la reverencia debidas al santísimo Sacramento; y también es necesario que los
elementos típicos de la piedad popular, como el adorno de las calles y de las
ventanas, la ofrenda de flores, los altares donde se colocará el Santísimo en
las estaciones del recorrido, los cantos y las oraciones "muevan a todos a
manifestar su fe en Cristo, atendiendo únicamente a la alabanza del Señor",
y ajenos a toda forma de emulación.
163. Las procesiones eucarísticas concluyen, normalmente, con la bendición del
santísimo Sacramento. En el caso concreto de la procesión del Corpus Christi,
la bendición constituye la conclusión solemne de toda la celebración: en
lugar de la bendición sacerdotal acostumbrada, se imparte la bendición con el
santísimo Sacramento.
Es importante que los fieles comprendan que la bendición con el santísimo
Sacramento no es una forma de piedad eucarística aislada, sino el momento
conclusivo de un encuentro cultual suficientemente amplio. Por eso, la normativa
litúrgica prohíbe "la exposición realizada únicamente para impartir la
bendición".
La adoración eucarística
164. La adoración del santísimo Sacramento es una expresión particularmente
extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores
y fieles.
Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue
a la celebración de la Misa en la cena del Señor y a la reserva de las
sagradas Especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que existe entre
la celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia permanente
en las Especies consagradas. La reserva de las Especies sagradas, motivada sobre
todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para
administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable
costumbre de recogerse en oración ante el sagrario, para adorar a Cristo
presente en el Sacramento.
De hecho, "la fe en la presencia real del Señor conduce de un modo natural
a la manifestación externa y pública de esta misma fe (...) La piedad que
mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para
participar de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con
gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente la
vida divina en los miembros de su Cuerpo. Al detenerse junto a Cristo Señor,
disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por
ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo. Al
ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este
maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta
manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que
es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos
ha dado el Padre".
165. La adoración del santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas
y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente
los límites, puede realizarse de diversas maneras:
- la simple visita al santísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve
encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la
oración silenciosa;
- adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas,
en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;
- la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen
a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad
parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.
En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la
Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y
oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de
la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del Año litúrgico, para que
permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente
que durante la adoración del santísimo Sacramento no se deben realizar otras
prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los Santos. Sin
embargo, dado el estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del
Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica,
meditando en él los misterios de la Encarnación y de la Redención.
El sagrado Corazón de Jesús
166. El viernes siguiente al segundo domingo después de Pentecostés, la
Iglesia celebra la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús. Además de la
celebración litúrgica, otras muchas expresiones de piedad tienen por objeto el
Corazón de Cristo. No hay duda de que la devoción al Corazón del Salvador ha
sido, y sigue siendo, una de las expresiones más difundidas y amadas de la
piedad eclesial.
Entendida a la luz de la sagrada Escritura, la expresión "Corazón de
Cristo" designa el misterio mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su
persona considerada en el núcleo más íntimo y esencial: Hijo de Dios, sabiduría
increada, caridad infinita, principio de salvación y de santificación para
toda la humanidad. El "Corazón de Cristo" es Cristo, Verbo encarnado
y salvador, intrínsecamente ofrecido, en el Espíritu, con amor infinito
divino-humano hacia el Padre y hacia los hombres sus hermanos.
167. Como han recordado frecuentemente los Romanos Pontífices, la devoción al
Corazón de Cristo tiene un sólido fundamento en la Escritura.
Jesús, que es uno con el Padre (cfr. Jn 10,30), invita a sus discípulos a
vivir en íntima comunión con Él, a asumir su persona y su palabra como norma
de conducta, y se presenta a sí mismo como maestro "manso y humilde de
corazón" (Mt 11,29). Se puede decir, en un cierto sentido, que la devoción
al Corazón de Cristo es la traducción en términos cultuales de la mirada que,
según las palabras proféticas y evangélicas, todas las generaciones
cristianas dirigirán al que ha sido atravesado (cfr. Jn 19,37; Zc 12,10), esto
es, al costado de Cristo atravesado por la lanza, del cual brotó sangre y agua
(cfr. Jn 19,34), símbolo del "sacramento admirable de toda la
Iglesia".
El texto de san Juan que narra la ostensión de las manos y del costado de
Cristo a los discípulos (cfr. Jn 20,20) y la invitación dirigida por Cristo a
Tomás, para que extendiera su mano y la metiera en su costado (cfr. Jn 20,27),
han tenido también un influjo notable en el origen y en el desarrollo de la
piedad eclesial al sagrado Corazón.
168. Estos textos, y otros que presentan a Cristo como Cordero pascual,
victorioso, aunque también inmolado (cfr. Ap 5,6), fueron objeto de asidua
meditación por parte de los Santos Padres, que desvelaron las riquezas
doctrinales y con frecuencia invitaron a los fieles a penetrar en el misterio de
Cristo por la puerta abierta de su costado. Así san Agustín: "La entrada
es accesible: Cristo es la puerta. También se abrió para ti cuando su costado
fue abierto por la lanza. Recuerda qué salió de allí; así mira por dónde
puedes entrar. Del costado del Señor que colgaba y moría en la Cruz salió
sangre y agua, cuando fue abierto por la lanza. En el agua está tu purificación,
en la sangre tu redención".
169. La Edad Media fue una época especialmente fecunda para el desarrollo de la
devoción al Corazón del Salvador. Hombres insignes por su doctrina y santidad,
como san Bernardo (+1153), san Buenaventura (+1274), y místicos como santa
Lutgarda (+1246), santa Matilde de Magdeburgo (+1282), las santas hermanas
Matilde (+1299) y Gertrudis (+1302) del monasterio de Helfta, Ludolfo de Sajonia
(+1378), santa Catalina de Siena (+1380), profundizaron en el misterio del Corazón
de Cristo, en el que veían el "refugio" donde acogerse, la sede de la
misericordia, el lugar del encuentro con Él, la fuente del amor infinito del Señor,
la fuente de la cual brota el agua del Espíritu, la verdadera tierra prometida
y el verdadero paraíso.
170. En la época moderna, el culto del Corazón de Salvador tuvo un nuevo
desarrollo. En un momento en el que el jansenismo proclamaba los rigores de la
justicia divina, la devoción al Corazón de Cristo fue un antídoto eficaz para
suscitar en los fieles el amor al Señor y la confianza en su infinita
misericordia, de la cual el Corazón es prenda y símbolo. San Francisco de
Sales (+1622), que adoptó como norma de vida y apostolado la actitud
fundamental del Corazón de Cristo, esto es, la humildad, la mansedumbre (cfr.
Mt 11,29), el amor tierno y misericordioso; santa Margarita María de Alacoque
(+1690), a quien el Señor mostró repetidas veces las riquezas de su Corazón;
San Juan Eudes (+1680), promotor del culto litúrgico al sagrado Corazón; san
Claudio de la Colombiere (+1682), San Juan Bosco (+1888) y otros santos, han
sido insignes apóstoles de la devoción al sagrado Corazón.
171. Las formas de devoción al Corazón del Salvador son muy numerosas; algunas
han sido explícitamente aprobadas y recomendadas con frecuencia por la Sede
Apostólica. Entre éstas hay que recordar:
- la consagración personal, que, según Pío XI, "entre todas las prácticas
del culto al sagrado Corazón es sin duda la principal";
- la consagración de la familia, mediante la que el núcleo familiar, partícipe
ya por el sacramento del matrimonio del misterio de unidad y de amor entre
Cristo y la Iglesia, se entrega al Señor para que reine en el corazón de cada
uno de sus miembros;
- las Letanías del Corazón de Jesús, aprobadas en 1891 para toda la Iglesia,
de contenido marcadamente bíblico y a las que se han concedido indulgencias;
- el acto de reparación, fórmula de oración con la que el fiel, consciente de
la infinita bondad de Cristo, quiere implorar misericordia y reparar las ofensas
cometidas de tantas maneras contra su Corazón;
- la práctica de los nueve primeros viernes de mes, que tiene su origen en la
"gran promesa" hecha por Jesús a santa Margarita María de Alacoque.
En una época en la que la comunión sacramental era muy rara entre los fieles,
la práctica de los nueve primeros viernes de mes contribuyó significativamente
a restablecer la frecuencia de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía.
En nuestros días, la devoción de los primeros viernes de mes, si se practica
de un modo correcto, puede dar todavía indudable fruto espiritual. Es preciso,
sin embargo, que se instruya de manera conveniente a los fieles: sobre el hecho
de que no se debe poner en esta práctica una confianza que se convierta en una
vana credulidad que, en orden a la salvación, anula las exigencias
absolutamente necesarias de la fe operante y del propósito de llevar una vida
conforme al Evangelio; sobre el valor absolutamente principal del domingo, la
"fiesta primordial", que se debe caracterizar por la plena participación
de los fieles en la celebración eucarística.
172. La devoción al sagrado Corazón constituye una gran expresión histórica
de la piedad de la Iglesia hacia Jesucristo, su esposo y señor; requiere una
actitud de fondo, constituida por la conversión y la reparación, por el amor y
la gratitud, por el empeño apostólico y la consagración a Cristo y a su obra
de salvación. Por esto, la Sede Apostólica y los Obispos la recomiendan, y
promueven su renovación: en las expresiones del lenguaje y en las imágenes, en
la toma de conciencia de sus raíces bíblicas y su vinculación con las
verdades principales de la fe, en la afirmación de la primacía del amor a Dios
y al prójimo, como contenido esencial de la misma devoción.
173. La piedad popular tiende a identificar una devoción con su representación
iconográfica. Esto es algo normal, que sin duda tiene elementos positivos, pero
puede también dar lugar a ciertos inconvenientes: un tipo de imágenes que no
responda ya al gusto de los fieles, puede ocasionar un menor aprecio del objeto
de la devoción, independientemente de su fundamento teológico y de contenido
histórico salvífico.
Así ha sucedido con la devoción al sagrado Corazón: ciertas láminas con imágenes
a veces dulzonas, inadecuadas para expresar el robusto contenido teológico, no
favorecen el acercamiento de los fieles al misterio del Corazón del Salvador.
En nuestro tiempo se ha visto con agrado la tendencia a representar el sagrado
Corazón remitiéndose al momento de la Crucifixión, en la que se manifiesta en
grado máximo el amor de Cristo. El sagrado Corazón es Cristo crucificado, con
el costado abierto por la lanza, del que brotan sangre y agua (cfr. Jn 19,34).
El Corazón inmaculado de María
174. Al día siguiente de la solemnidad del sagrado Corazón de Jesús, la
Iglesia celebra la memoria del Corazón inmaculado de María. La contigüidad de
las dos celebraciones es ya, en sí misma, un signo litúrgico de su estrecha
relación: el mysterium del Corazón del Salvador se proyecta y refleja en el
Corazón de la Madre que es también compañera y discípula. Así como la
solemnidad del sagrado Corazón celebra los misterios salvíficos de Cristo de
una manera sintética y refiriéndolos a su fuente – precisamente el Corazón
-, la memoria del Corazón inmaculado de María es celebración resumida de la
asociación "cordial" de la Madre a la obra salvadora del Hijo: de la
Encarnación a la Muerte y Resurrección, y al don del Espíritu.
La devoción al Corazón inmaculado de María se ha difundido mucho, después de
las apariciones de la Virgen en Fátima, en el 1917. A los veinticinco años de
las mismas, en el 1942, Pío XII consagraba la Iglesia y el género humano al
Corazón inmaculado de María, y en el 1944 la fiesta del Corazón inmaculado de
María se extendió a toda la Iglesia.
Las expresiones de la piedad popular hacia el Corazón de María imitan, aunque
salvando la infranqueable distancia entre el Hijo, verdadero Dios, y la Madre, sólo
criatura, las del Corazón de Cristo: la consagración de cada uno de los
fieles, de las familias, de las comunidades religiosas, de las naciones; la
reparación, realizada sobre todo mediante la oración, la mortificación y las
obras de misericordia; la práctica de los cinco primeros sábados de mes.
Por lo que refiere a la devoción de la comunión sacramental durante cinco
primeros sábados consecutivos, valen las observaciones hechas a propósito de
los nueve primeros viernes: eliminada toda valoración excesiva del signo
temporal y situada correctamente la comunión en el contexto celebrativo de la
Eucaristía, la práctica de piedad debe ser aprovechada como ocasión propicia
para vivir intensamente, con una actitud inspirada en la Virgen, el Misterio
pascual que se celebra en la Eucaristía.
La preciosísima Sangre de Cristo
175. En la revelación bíblica, tanto en la fase de figura, propia del Antiguo
Testamento, como en la de cumplimiento y perfección, propia del Nuevo, la
sangre aparece íntimamente relacionado con la vida, y como antítesis con la
muerte, con el éxodo y la pascua, con el sacerdocio y los sacrificios
cultuales, con la redención y la alianza.
Las figuras del Antiguo Testamento referidas a la sangre y a su valor salvífico
se han realizado de modo perfecto en Cristo, sobre todo en su Pascua de Muerte y
Resurrección. Por esto el misterio de la Sangre de Cristo ocupa un puesto
central en la fe y en la salvación.
Con el misterio de la Sangre salvadora se relacionan o remiten al mismo:
- el acontecimiento de la Encarnación del Verbo (cfr. Jn 1,14) y el rito de
incorporación del recién nacido Jesús al pueblo de la Antigua Alianza,
mediante la circuncisión (cfr. Lc 2,21);
- la figura bíblica del Cordero, con una multitud de aspectos e implicaciones:
"Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29.36); en la
que confluye la imagen del "Siervo sufriente" de Isaías 53, que carga
sobre sí los sufrimientos y el pecado de la humanidad (cfr. Is 53,4-5);
"Cordero pascual" (cfr. Ex 12,1; Jn 12,36), símbolo de la redención
de Israel (cfr. Hech 8,31-35; 1 Cor 5,7; 1 Pe 1,18-20);
- el "cáliz de la pasión", del que habla Jesús, aludiendo a su
inminente muerte redentora, cuando pregunta a los hijos de Zebedeo: "¿Podéis
beber el cáliz que yo voy a beber?" (Mt 20,22; cfr. Mc 10,38) y el cáliz
de la agonía del huerto de los olivos (cfr. Lc 22,42-43), acompañado del sudor
de sangre (cfr. Lc 22,44);
- el cáliz eucarístico, que en el signo del vino contiene la Sangre de la
Alianza nueva y eterna, derramada por la remisión de los pecados, y es memorial
de la Pascua del Señor (cfr. 1 Cor 11,25) y bebida de salvación, conforme a
las palabras del Maestro: "el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida
eterna y yo le resucitaré en el último día" (Jn 6,54);
- el acontecimiento de la muerte, porque mediante la sangre derramada en la
Cruz, Cristo puso en paz el cielo y la tierra (cfr. Col 1,20);
- el golpe de la lanza que atravesó al Cordero inmolado, de cuyo costado
abierto brotaron sangre y agua (cfr. Jn 19,34), testimonio de la redención
realizada, signo de la vida sacramental de la Iglesia – agua y sangre,
Bautismo y Eucaristía -, símbolo de la Iglesia nacida de Cristo dormido en la
Cruz.
176. Con el misterio de la sangre se relacionan, de modo particular, los títulos
cristológicos de Redentor: Cristo con su sangre inocente y preciosa nos ha
rescatado de la antigua esclavitud (cfr. 1 Pe 1,19) y nos "limpia de todo
pecado" (1 Jn 1,7); de sumo Sacerdote de los "bienes futuros",
porque Cristo "no con sangre de machos cabríos y becerros, sino con su
propia sangre entró una vez para siempre en el santuario, obteniéndonos la
redención eterna" (Heb 9,11-12); de Testigo fiel (cfr. Ap 1,5) que hace
justicia a la sangre de los mártires (cfr. Ap 6,10), que "fueron inmolados
por la Palabra de Dios y por el testimonio que dieron de la misma" (Ap
6,9); de Rey, el cual, Dios, "reina desde el madero", adornado con la
púrpura de su propia sangre; de Esposo y Cordero de Dios, en cuya sangre han
lavado sus vestiduras los miembros de la comunidad eclesial – la Esposa
–(cfr. Ap 7,14; Ef 5,25-27).
177. La extraordinaria importancia de la Sangre salvadora ha hecho que su
memoria tenga un lugar central y esencial en la celebración del misterio del
culto: ante todo en el centro mismo de la asamblea eucarística, en la que la
Iglesia eleva a Dios Padre, en acción de gracias, el "cáliz de la bendición"
(1 Cor 10,16) y lo ofrece a los fieles como sacramento de verdadera y real
"comunión con la sangre de Cristo" (1 Cor 10,16), y también en el
curso del Año Litúrgico. La Iglesia conmemora el misterio de la Sangre, no sólo
en la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Señor (jueves siguiente a la solemnidad
de la Santísima Trinidad), sino también en otras muchas celebraciones, de
manera que la memoria cultual de la Sangre que nos ha rescatado (cfr. 1 Pe 1,18)
está presente durante todo el Año. Por ejemplo, en el Tiempo de Navidad, en
las Vísperas, la Iglesia, dirigiéndose a Cristo canta: "Nos quoque, qui
sancto tuo/ redempti sumus sanguine,/ ob diem natalis tui/ hymnum novum
concinimus". Pero sobre todo en el Triduo pascual, el valor y la eficacia
redentora de la Sangre de Cristo son objeto de memoria y adoración constante.
El Viernes Santo, durante la adoración de la Cruz, resuena el canto: "Mite
corpus perforatur, sanguis unde profluit;/ terra, pontus, astra, mundus quo
lavantur flumine!"; y en mismo día de Pascua: "Cuius corpus
sanctissimum/ in ara crucis torridum,/ sed et cruorem roseum/ gustando, Deo
vivimus"
En algunos lugares y Calendarios particulares, la fiesta de la preciosísima
Sangre de Cristo se celebra todavía el 1 de Julio: en ella se recuerdan los títulos
del Redentor.
178. La veneración de la Sangre de Cristo ha pasado del culto litúrgico a la
piedad popular, en la que tiene un amplio espacio y numerosas expresiones. Entre
éstas hay que recordar:
- la Corona de la preciosa Sangre de Cristo, en la que con lecturas bíblicas y
oraciones son objeto de meditación piadosa "siete efusiones de
sangre" de Cristo, explícita o implícitamente recordadas en los
Evangelios: la sangre derramada en la circuncisión, en el huerto de los olivos,
en la flagelación, en la coronación de espinas, en la subida al Monte
Calvario, en la crucifixión, en el golpe de la lanza;
- las Letanías de la Sangre de Cristo: el formulario actual, aprobado por el
Papa Juan XXIII el 24 de Febrero de 1960, se despliega desde un argumento en el
que la línea histórico-salvífica es claramente visible y las referencias a
pasajes bíblicos son numerosas;
- la Hora de adoración a la preciosa Sangre de Cristo, que adquiere una gran
variedad de formas, pero con un único objetivo: la alabanza y la adoración de
la Sangre de Cristo presente en la Eucaristía, el agradecimiento por los dones
de la redención, la intercesión para alcanzar misericordia y perdón, la
ofrenda de la Sangre preciosa por el bien de la Iglesia;
- el Vía Sanguinis: un ejercicio de piedad reciente que, por motivos antropológicos
y culturales, ha tenido su origen en África, donde hoy está particularmente
extendido entre las comunidades cristianas. En el Vía Sanguinis los fieles,
avanzando de un lugar a otro como en el Vía Crucis, reviven los diversos
momentos en los que el Señor Jesús derramó su sangre por nuestra salvación.
179. La veneración de la Sangre del Señor, derramada para nuestra salvación,
y la conciencia de su inmenso valor han favorecido la difusión de
representaciones iconográficas aceptadas por la Iglesia. Hay dos tipos
fundamentales: la que hace referencia al cáliz eucarístico, que contiene la
Sangre de la nueva y eterna Alianza, y la que sitúa en el centro de la imagen a
Jesús crucificado, de cuyas manos, pies y costado brota la Sangre salvadora. A
veces la Sangre inunda la tierra abundantemente, como un torrente de gracia que
purifica los pecados; a veces junto a la cruz se representan cinco Ángeles, que
recogen cada uno en un cáliz la Sangre que mana de las cinco heridas; esta acción
a veces la realiza una figura femenina, que representa a la Iglesia, Esposa del
Cordero.
La Asunción de Santa María Virgen
180. En el transcurso del Tiempo ordinario destaca, por sus múltiples
significados teológicos, la solemnidad de la Asunción de Santa María Virgen
(15 de Agosto). Es una memoria antigua de la Madre del Señor, compendio y síntesis
de muchas verdades de la fe. La Virgen asunta al cielo:
- aparece como "el fruto más excelso de la redención", testimonio
supremo de la amplitud y la eficacia de la obra salvífica de Cristo
(significado soteriológico);
- constituye la prenda de la participación futura de todos los miembros del
Cuerpo místico en la gloria pascual del Resucitado (aspecto cristológico);
- es para todos los hombres "la imagen y la consoladora prenda del
cumplimiento de la esperanza final; pues dicha glorificación plena es el
destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos, teniendo "en común con
ellos la carne y la sangre" (Heb 2, 14; cfr. Gal 4, 4)" (aspecto
antropológico);
- es la imagen escatológica de lo que la Iglesia "toda, desea y espera
llegar a ser" (aspecto eclesiológico);
- es la garantía de la fidelidad del Señor a su promesa: reserva una
recompensa espléndida a su humilde Sierva por su adhesión fiel al plan divino,
esto es, un destino de plenitud y bienaventuranza, de glorificación del alma
inmaculada y del cuerpo virginal, de perfecta configuración con el Hijo
resucitado (aspecto mariológico).
181. La fiesta del 15 de agosto es muy apreciada en la piedad popular. En muchos
lugares se considera que es la fiesta de la Virgen, por antonomasia: el "día
de Santa María", como lo es la Inmaculada para España y para América
Latina.
En los países del área germánica se ha difundido la costumbre de bendecir
plantas aromáticas el 15 de Agosto. Esta bendición, que durante algún tiempo
figuró en el Rituale Romanum, constituye un claro ejemplo de auténtica
evangelización de ritos y creencias pre-cristianas: a Dios, por cuya palabra
"la tierra produce sus brotes, hierbas que producen semillas...y árboles
que dan cada uno fruto con semillas, según sus especies" (Gn 1,12), es a
quien hacía falta dirigirse para obtener lo que los paganos trataban de
conseguir mediante sus ritos mágicos: evitar los daños que producían las
hierbas venenosas, aumentar la eficacia de las curativas.
De esta visión viene, en parte, el uso antiguo de aplicar a la Virgen Santísima,
haciendo referencia a la Escritura, símbolos y apelativos tomados del mundo
vegetal, como viña, espiga, cedro, lirio, y ver en ella una flor de suave olor
por sus virtudes, e incluso describirla como el "retoño germinado de la raíz
de Jesé" (Is 11,1) que engendraría el fruto bendito, Jesús.
Semana de oración por la unidad de los cristianos
182. Teniendo siempre presente la oración de Jesús: "como tú, Padre, estás
en mí y yo en ti, que ellos sean una sola cosa en nosotros, para que el mundo
crea que tú me has enviado" (Jn 17,21), la Iglesia invoca en cada Eucaristía
el don de la unidad y de la paz. El mismo Misal Romano – entre las Misas por
diversas necesidades – contiene tres formularios de Misa "por la unidad
de los cristianos". Esta intención aparece también en las preces de
Liturgia de las Horas.
Dada la diversa sensibilidad de los "hermanos separados", también las
expresiones de la piedad popular deben tener presente el criterio ecuménico. De
hecho "la conversión del corazón y santidad de vida, juntamente con las
oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de
considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico, y con razón puede
llamarse ecumenismo espiritual". Un especial punto de encuentro entre los
católicos y los cristianos pertenecientes a otras Iglesias y Comunidades
eclesiales es la oración en común, para impetrar la gracia de la unidad y para
presentar a Dios las necesidades o preocupaciones comunes, y para darle gracias
e implorar su ayuda. "La oración común se recomienda especialmente
durante la "Semana de oración por la unidad de los cristianos", o en
el tiempo entre la Ascensión y Pentecostés". Se han concedido
indulgencias a la oración por la unidad de los cristianos.