Capítulo II
LITURGIA Y PIEDAD POPULAR EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
60. Ya se ha señalado la atención que presta a la piedad popular el Magisterio
del Concilio Vaticano II, de los Romanos Pontífices y de los Obispos. Parece
oportuno proponer ahora una síntesis orgánica de las enseñanzas del
Magisterio en esta materia, para facilitar la asimilación de una orientación
doctrinal común respecto a la piedad popular y para favorecer una acción
pastoral adecuada.
Los valores de la piedad popular
61. Según el Magisterio, la piedad popular es una realidad viva en la Iglesia y
de la Iglesia: su fuente se encuentra en la presencia continua y activa del Espíritu
de Dios en el organismo eclesial; su punto de referencia es el misterio de
Cristo Salvador; su objetivo es la gloria de Dios y la salvación de los
hombres; su ocasión histórica es el "feliz encuentro entre la obra de
evangelización y la cultura". Por eso el Magisterio ha expresado muchas
veces su estima por la piedad popular y sus manifestaciones; ha llamado la
atención a los que la ignoran, la descuidan o la desprecian, para que tengan
una actitud más positiva ante ella y consideren sus valores; no ha dudado,
finalmente, en presentarla como "un verdadero tesoro del pueblo de
Dios".
La estima del Magisterio por la piedad popular viene motivada, sobre todo, por
los valores que encarna.
La piedad popular tiene un sentido casi innato de lo sagrado y de lo
trascendente. Manifiesta una auténtica sed de Dios y "un sentido perspicaz
de los atributos profundos de Dios: su paternidad, providencia, presencia
amorosa y constante", su misericordia.
Los documentos del Magisterio ponen de relieve las actitudes interiores y
algunas virtudes que la piedad popular valora particularmente, sugiere y
alimenta: la paciencia, "la resignación cristiana ante las situaciones
irremediables"; el abandono confiando en Dios; la capacidad de sufrir y de
percibir el "sentido de la cruz en la vida cotidiana"; el deseo
sincero de agradar al Señor, de reparar por las ofensas cometidas contra Él y
de hacer penitencia; el desapego respecto a las cosas materiales; la solidaridad
y la apertura a los otros, el "sentido de amistad, de caridad y de unión
familiar".
62. La piedad popular dirige de buen grado su atención al misterio del Hijo de
Dios que, por amor a los hombres, se ha hecho niño, hermano nuestro, naciendo
pobre de una Mujer humilde y pobre, y muestra, al mismo tiempo, una viva
sensibilidad al misterio de la Pasión y Muerte de Cristo.
En la piedad popular tienen un puesto importante la consideración de los
misterios del más allá, el deseo de comunión con los que habitan en el cielo,
con la Virgen María, los Ángeles, y los Santos, y también valora la oración
en sufragio por las almas de los difuntos.
63. La unión armónica del mensaje cristiano con la cultura de un pueblo, lo
que con frecuencia se encuentra en las manifestaciones de la piedad popular, es
un motivo más de la estima del Magisterio por la misma.
En las manifestaciones más auténticas de la piedad popular, de hecho, el
mensaje cristiano, por una parte asimila los modos de expresión de la cultura
del pueblo, y por otra infunde los contenidos evangélicos en la concepción de
dicho pueblo sobre la vida y la muerte, la libertad, la misión y el destino del
hombre.
Así pues, la transmisión de padres a hijos, de una generación a otra, de las
expresiones culturales, conlleva la transmisión de los principios cristianos.
En algunos casos la unión es tan profunda que elementos propios de la fe
cristiana se ha convertido en componentes de la identidad cultural de un pueblo.
Como ejemplo puede tomarse la piedad hacia la Madre del Señor.
64. El Magisterio subraya además la importancia de la piedad popular para la
vida de fe del pueblo de Dios, para la conservación de la misma fe y para
emprender nuevas iniciativas de evangelización.
Se advierte que no es posible dejar de tener en cuenta "las devociones que
en ciertas regiones practica el pueblo fiel con un fervor y una rectitud de
intención conmovedores"; que la sana religiosidad popular, "por sus
raíces esencialmente católicas, puede ser un remedio contra las sectas y una
garantía de fidelidad al mensaje de la salvación"; que la piedad popular
ha sido un instrumento providencial para la conservación de la fe, allí donde
los cristianos se veían privados de atención pastoral; que donde la
evangelización ha sido insuficiente, "gran parte de la población expresa
su fe sobre todo mediante la piedad popular"; que la piedad popular,
finalmente, constituye un valioso e imprescindible "punto de partida para
conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más profunda".
Algunos peligros que pueden desviar la piedad popular
65. El Magisterio, que subraya los valores innegables de la piedad popular, no
deja de indicar algunos peligros que pueden amenazarla: presencia insuficiente
de elementos esenciales de la fe cristiana, como el significado salvífico de la
Resurrección de Cristo, el sentido de pertenencia a la Iglesia, la persona y la
acción del Espíritu divino; la desproporción entre la estima por el culto a
los Santos y la conciencia de la centralidad absoluta de Jesucristo y de su
misterio; el escaso contacto directo con la Sagrada Escritura; el
distanciamiento respecto a la vida sacramental de la Iglesia; la tendencia a
separar el momento cultual de los compromisos de la vida cristiana; la concepción
utilitarista de algunas formas de piedad; la utilización de "signos,
gestos y fórmulas, que a veces adquieren excesiva importancia hasta el punto de
buscar lo espectacular"; el riesgo, en casos extremos, de "favorecer
la entrada de las sectas y de conducir a la superstición, la magia, el
fatalismo o la angustia".
66. Para poner remedio a estas eventuales limitaciones y defectos de la piedad
popular, el Magisterio de nuestro tiempo repite con insistencia que se debe
"evangelizar" la piedad popular, ponerla en contacto con la palabra
del Evangelio para que sea fecunda. Esto "la liberará progresivamente de
sus defectos; purificándola la consolidará, haciendo que lo ambiguo se aclare
en lo que se refiere a los contenidos de fe, esperanza y caridad".
En esta labor de "evangelización" de la piedad popular, el sentido
pastoral invita a actuar con una paciencia grande y con prudente tolerancia,
inspirándose en la metodología que ha seguido la Iglesia a lo largo de la
historia, para hacer frente a los problemas de enculturación de la fe cristiana
y de la Liturgia, o de las cuestiones sobre las devociones populares.
El sujeto de la piedad popular
67. El Magisterio de la Iglesia, al recordar que "la participación en la
sagrada Liturgia no abarca toda la vida espiritual" y que el cristiano
"debe entrar también en su cuarto para orar al Padre en secreto; más aún,
debe orar sin tregua, según enseña el Apóstol", indica que el sujeto de
las diversas formas de oración es todo cristiano – clérigo, religioso, laico
– tanto cuando reza privadamente, movido por el Espíritu Santo, como cuando
reza comunitariamente en grupos de diverso origen o naturaleza.
68. De una manera más particular, el Santo Padre Juan Pablo II ha señalado a
la familia como sujeto de la piedad popular. La Exhortación apostólica
Familiaris consortio, después de haber exaltado la familia como santuario doméstico
de la Iglesia, subraya que "Para preparar y prolongar en casa el culto
celebrado en la iglesia, la familia cristiana recurre a la oración privada, que
presenta gran variedad de formas. Esta variedad, mientras testimonia la riqueza
extraordinaria con la que el Espíritu anima la plegaria cristiana, se adapta a
las diversas exigencias y situaciones de vida de quien recurre al Señor".
Después observa que "Además de las oraciones de la mañana y de la noche,
hay que recomendar explícitamente...: la lectura y meditación de la Palabra de
Dios, la preparación a los sacramentos, la devoción y consagración al Corazón
de Jesús, las varias formas de culto a la Virgen Santísima, la bendición de
la mesa, las expresiones de la religiosidad popular".
69. También son sujeto igualmente importante de la piedad popular las cofradías
y otras asociaciones piadosas de fieles. Entre sus fines institucionales, además
del ejercicio de la caridad y del compromiso social, está el fomento del culto
cristiano: de la Trinidad, de Cristo y sus misterios, de la Virgen María, de
los Ángeles, los Santos, los Beatos, así como el sufragio por las almas de los
fieles difuntos.
Con frecuencia las cofradías, además del calendario litúrgico, disponen de
una especie de calendario propio, en el cual están indicadas las fiestas
particulares, los oficios, las novenas, los septenarios, los triduos que se
deben celebrar, los días penitenciales que se deben guardar y los días en los
que se realizan las procesiones o las peregrinaciones, o en los que se deben
hacer determinadas obras de misericordia. A veces tienen devocionarios propios y
signos distintivos particulares, como escapularios, medallas, hábitos,
cinturones e incluso lugares para el culto propio y cementerios.
La Iglesia reconoce a las cofradías y les confiere personalidad jurídica,
aprueba sus estatutos y aprecia sus fines y sus actividades de culto. Sin
embargo les pide que, evitando toda forma de contraposición y aislamiento, estén
integradas de manera adecuada en la vida parroquial y diocesana.
Los ejercicios de piedad
70. Los ejercicios de piedad son expresión característica de la piedad
popular, los cuales, por otra parte, son muy diferentes entre sí tanto por su
origen histórico como por su contenido, lenguaje, estilo, usos y destinatarios.
El Concilio Vaticano II ha tenido en cuenta los ejercicios de piedad, ha
recordado que están vivamente recomendados, indicando, además, las condiciones
que garantizan su legitimidad y su validez.
71. A la luz de la naturaleza y las características propias del culto
cristiano, es evidente, ante todo, que los ejercicios de piedad deben ser
conformes con la sana doctrina y con las leyes y normas de la Iglesia; además
deben estar en armonía con la sagrada Liturgia; tener en cuenta, en la medida
de la posible, los tiempos del año litúrgico y favorecer "una participación
consciente y activa en la oración común de la Iglesia".
72. Los ejercicios de piedad pertenecen a la esfera del culto cristiano. Por
esto la Iglesia siempre ha sentido la necesidad de prestarles atención, para
que a través de los mismos Dios sea glorificado dignamente y el hombre obtenga
provecho espiritual e impulso para llevar una vida cristiana coherente.
La acción de los Pastores respecto a los ejercicios de piedad se ha realizado
de muchas maneras: recomendaciones, estímulo, orientación y a veces corrección.
En la amplia gama de ejercicios de piedad, hay que distinguir: ejercicios de
piedad que se realizan por disposición de la Sede Apostólica o que han sido
recomendados por la misma a lo largo de los siglos; ejercicios de piedad de las
Iglesias particulares que "se celebran por mandato de los Obispos, a tenor
de las costumbres o de los libros legítimamente aprobados";otros
ejercicios de piedad que se practican por derecho particular o tradición en las
familias religiosas o en las hermandades, o en otras asociaciones piadosas de
fieles, con frecuencia, estos han recibido la aprobación explícita de la
Iglesia; los ejercicios de piedad que se realizan en el ámbito de la vida
familiar o personal.
A algunos ejercicios de piedad, introducidos por la costumbre de la comunidad de
los fieles, y aprobados por el Magisterio, se han concedido indulgencias.
Liturgia y ejercicios de piedad
73. La enseñanza de la Iglesia sobre la relación entre la Liturgia y los
ejercicios de piedad se puede sintetizar en lo siguiente: la Liturgia, por
naturaleza, es superior, con mucho, a los ejercicios de piedad, por lo cual en
la praxis pastoral hay que dar a la Liturgia "el lugar preeminente que le
corresponde respecto a los ejercicios de piedad"; Liturgia y ejercicios de
piedad deben coexistir respetando la jerarquía de valores y a la naturaleza
específica de ambas expresiones cultuales.
74. Una consideración atenta de estos principios debe llevar a un verdadero
empeño para armonizar, en la medida de lo posible, los ejercicios de piedad con
los ritmos y las exigencias de la Liturgia; esto es "sin fusionar o
confundir las dos formas de piedad"; para evitar, consiguientemente, la
confusión y la mezcla híbrida de Liturgia y ejercicios de piedad; a no
contraponer la Liturgia a los ejercicios de piedad o, contra el sentir de la
Iglesia, eliminarlos, produciendo un vacío que con frecuencia no se ve colmado,
en perjuicio del pueblo fiel.
Criterios generales para la renovación de los ejercicios de piedad
75. La Sede Apostólica no ha dejado de indicar los criterios teológicos,
pastorales, históricos y literarios, conforme a los cuales se deben reformar
-cuando sea preciso- los ejercicios de piedad; ha señalado cómo se debe
acentuar en ellos el espíritu bíblico y la inspiración litúrgica, y también
debe encontrar su expresión el aspecto ecuménico; cómo se deba mostrar el núcleo
esencial, descubierto a través del estudio histórico y hacer que reflejen
aspectos de la espiritualidad de nuestros días; cómo deben tener en cuenta las
conclusiones ya adquiridas por una sana antropología; cómo deben respetar la
cultura y el estilo de expresión del pueblo al que se dirigen, sin perder los
elementos tradicionales arraigados en las costumbres populares.
Capítulo III
PRINCIPIOS TEOLÓGICOS PARA LA VALORACIÓN Y RENOVACIÓN DE LA PIEDAD POPULAR
La vida cultual: comunión con el Padre, por Cristo, en el Espíritu
76. En la historia de la revelación, la salvación del hombre se presenta
continuamente como un don de Dios, que brota de su misericordia, de una manera
absolutamente libre y totalmente gratuita. Todo el conjunto de los
acontecimientos y palabras mediante los cuales se manifiesta y se actualiza el
plan de salvación, se configura como un diálogo continuo entre Dios y el
hombre, diálogo en el que Dios tiene la iniciativa y que exige por parte del
hombre una actitud de escucha en la fe, y una respuesta de "obediencia a la
fe" (Rom 1,5; 16,26).
En el diálogo salvífico tiene una importancia singular la Alianza establecida
en el Sinaí entre Dios y el pueblo elegido (cfr. Ex 19-24), que convierte a
este último en "propiedad del Señor", en un "reino de
sacerdotes y una nación santa" (Ex 19,6). E Israel, aunque no fue siempre
fiel a la Alianza, encontró en ella inspiración y fuerza para acomodar su
comportamiento al comportamiento del mismo Dios (cfr. Lev 11,44-45; 19,2) y a lo
que se contenía en su Palabra.
De manera particular el culto de Israel y su oración tienen como objeto
especialmente la memoria de las mirabilia Dei, esto es, de las intervenciones
salvíficas de Dios en la historia; esto mantiene viva la veneración de los
acontecimientos en los que se han actualizado las promesas de Dios y que
constituyen, consiguientemente, la referencia obligada tanto para la reflexión
de fe como para la vida de oración.
77. Conforme a su designio eterno, "Dios, que había hablado ya en los
tiempos antiguos muchas veces y de diversas maneras a los padres por medio de
los profetas, en esta etapa final de la historia nos ha hablado por medio del
Hijo, a quien ha constituido heredero de todas las cosas y por medio del cual ha
creado también el mundo" (Heb 1,1-2). El misterio de Cristo, sobre todo su
Pascua de Muerte y de Resurrección, es la plena y definitiva revelación y
realización de las promesas salvíficas. Como Jesús, "el Hijo Unigénito
de Dios" (Jn 3,18) es aquel en quien el Padre nos ha dado todo, sin
reservarse nada (cfr. Rom 8,32; Jn 3,16), es evidente que la referencia esencial
para la fe y la vida de oración del pueblo de Dios está en la persona y en la
obra de Cristo: en Él tenemos al Maestro de la verdad (cfr. Mt 22,16), al
Testigo fiel (cfr. Ap 1,5), al Sumo Sacerdote (cfr. Heb 4,14), al Pastor de
nuestras almas (cfr. 1 Pe 2,25), al Mediador único y perfecto (cfr. 1 Tim 2,5;
Heb 8,6; 9,15; 12,24): por medio de Él el hombre va al Padre (cfr. Jn 14,6),
asciende a Dios la alabanza y la súplica dela Iglesia y desciende sobre la
humanidad todo don divino.
Sepultados con Cristo y resucitados con Él en el bautismo (cfr. Col 2,12; Rom
6,4), apartados del dominio de la carne e introducidos en el del Espíritu (cfr.
Rom 8,9), estamos llamados a la perfección según la medida de la madurez en
Cristo (cfr. Ef 4,13); en Cristo tenemos el modelo de una existencia que en todo
momento refleja la actitud de escucha de la Palabra del Padre y de aceptación
de su querer, como un "sí" incesante a su voluntad: "mi alimento
es hacer la voluntad del que me ha enviado" (Jn 4,34).
Así pues, Cristo es el modelo perfecto de la piedad filial y de la conversación
incesante con el Padre, es decir, el modelo de una búsqueda permanente del
contacto vital, íntimo y confiado con Dios, que ilumina, sostiene y guía al
hombre durante toda su vida.
78. En su vida de comunión con el Padre, los fieles son guiados por el Espíritu
Santo (cfr. Rom 8,14), que les ha sido dado para transformarles progresivamente
en Cristo; para que infunda en ellos el "espíritu de los hijos
adoptivos", para que adquieran la actitud filial de Cristo (cfr. Rom
8,15-17) y sus mismos sentimientos (cfr. Fil 2,5); para que haga presente en
ellos la enseñanza de Cristo (cfr. Jn 14,26; 16,13-25), de modo que interpreten
a su luz los acontecimientos de la vida y los avatares de la historia; para que
los conduzca al conocimiento de las profundidades de Dios (cfr. 1 Cor 2,10) y
les disponga a convertir su vida en un "culto espiritual" (cfr. Rom
12,1); para que les sostenga en las contrariedades y en las pruebas a las que
deben hacer frente en el camino fatigoso de transformación en Cristo; para que
suscite, alimente y dirija su oración: "El Espíritu de Dios viene en
ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros ni siquiera sabemos pedir lo que nos
conviene, pero el mismo Espíritu intercede insistentemente por nosotros con
gemidos inefables; y el que escruta los corazones sabe cuáles son los deseos
del Espíritu, porque intercede por los creyentes conforme a los designios de
Dios" (Rom 8,26-27).
El culto cristiano tiene su origen y su fuerza en el Espíritu, y se desarrolla
y perfecciona en Él. Así, se puede afirmar que sin la presencia del Espíritu
de Cristo no hay auténtico culto litúrgico y tampoco puede expresarse la auténtica
piedad popular.
79. A la luz de los principios expuestos se muestra que es necesario que la
piedad popular se configure como un momento del diálogo entre Dios y el hombre,
por Cristo, en el Espíritu Santo. No hay duda de que ésta, a pesar de las
carencias que se notan aquí y allá – como por ejemplo la confusión entre
Dios Padre y Jesús -, tiene en sí una impronta trinitaria.
La piedad popular es muy sensible al misterio de la paternidad de Dios: se
conmueve ante su bondad, se admira de su poder y sabiduría; se alegra por la
belleza de la creación y alaba al Creador por ella; sabe que Dios Padre es
justo y misericordioso, y que se ocupa de los pobres y de los humildes; proclama
que Él manda hacer el bien y premia a los que viven honradamente siguiendo el
buen camino, en cambio aborrece el mal y aleja de sí a los que se obstinan en
el camino del odio y de la violencia, de la injusticia y de la mentira.
La piedad popular se detiene con gusto en la figura de Cristo, Hijo de Dios y
Salvador del hombre: se conmueve ante la narración de su nacimiento e intuye el
amor inmenso que se esconde en ese Niño, Dios verdadero y verdadero hermano
nuestro, pobre y perseguido desde su infancia; goza con la representación de
numeras escenas de la vida pública del Señor Jesús, el Buen Pastor que se
acerca a los publicanos y a los pecadores, el Taumaturgo que cura a los enfermos
y socorre a los necesitados, el Maestro que habla con verdad; y sobre todo le
gusta contemplar los misterios de la Pasión de Cristo, porque advierte en ellos
su amor ilimitado y la medida de su solidaridad con el sufrimiento humano: Jesús
traicionado y abandonado, flagelado y coronado de espinas, crucificado entre
malhechores, bajado de la cruz y sepultado en la tierra, llorado por amigos y
discípulos.
La piedad popular no ignora que en el misterio de Dios está la persona del Espíritu
Santo. Cree que "por obra del Espíritu Santo" el Hijo de Dios
"se ha encarnado en el seno de la Virgen María y se ha hecho hombre"
y que en los comienzos de la Iglesia se dio el Espíritu a los Apóstoles (cfr.
Hech 2,1-13); sabe que la fuerza del Espíritu de Dios, cuyo sello está impreso
en los cristianos de manera particular mediante la confirmación, está viva en
todo sacramento de la Iglesia; sabe que "En el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo" comienza la celebración de la Misa, se
confiere el Bautismo y se da el perdón de los pecados; sabe que en el nombre de
las tres Divinas Personas se realiza toda forma de oración de la comunidad
cristiana y se invoca la bendición divina sobre el hombre y sobre todas las
criaturas.
80. Así pues, es preciso que en la piedad popular se fortalezca la conciencia
de la referencia a la Santísima Trinidad que, como se ha dicho, ya lleva en sí
misma, aunque todavía como una semilla. Para este fin se dan las siguientes
indicaciones:
- Es necesario ilustrar a los fieles sobre el carácter particular de la oración
cristiana, que tiene como destinatario al Padre, por la mediación de
Jesucristo, en la fuerza del Espíritu Santo.
- Por lo tanto, es necesario que las expresiones de la piedad popular muestren
claramente la persona y la acción del Espíritu Santo. La falta de un
"nombre" para el Espíritu de Dios y la costumbre de no representarlo
con imágenes antropomórficas han dado lugar, al menos en parte, a cierta
ausencia del Espíritu Santo en los textos y en otras formas de expresión de la
piedad popular, aunque sin olvidar la función de la música y de los gestos del
cuerpo para manifestar la relación con el Espíritu. Esta ausencia se puede
solucionar mediante la evangelización de la piedad popular, de la que ha
tratado tantas veces el Magisterio de la Iglesia.
- Es necesario, por otra parte, que las expresiones de la piedad popular pongan
de manifiesto el valor primario y fundamental de la Resurrección de Cristo. La
atención amorosa dedicada a la humanidad sufriente del Salvador, tan viva en la
piedad popular, se debe unir siempre a la perspectiva de su glorificación. Sólo
con esta condición se presentará de manera íntegra el designio salvífico de
Dios en Cristo y se captará en su unidad inseparable el Misterio pascual de
Cristo; sólo así se trazará el rostro genuino del cristianismo, que es
victoria de la vida sobre la muerte, celebración del que "no es un Dios de
muertos, sino de vivos" (Mt 22,32), de Cristo, el Viviente, que estaba
muerto y ahora vive para siempre (cfr. Ap 1,28), y del Espíritu "que es Señor
y dador de vida".
- Finalmente es necesario que la devoción a la Pasión de Cristo lleve a los
fieles a una participación plena y consciente en la Eucaristía, en la que se
da como alimento el cuerpo de Cristo, ofrecido en sacrificio por nosotros (cfr.
1 Cor 11,24); y se da como bebida la sangre de Jesús, derramada en la cruz para
la nueva y eterna Alianza, y para la remisión de todos los pecados. Esta
participación tiene su momento más alto y significativo en la celebración del
Triduo pascual, culminación del Año litúrgico, y en la celebración dominical
de los sagrados Misterios.
La Iglesia, comunidad cultual
81. La Iglesia, "pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo" es una comunidad de culto. Por voluntad de su Señor y Fundador,
realiza numerosas acciones rituales que tiene como objetivo la gloria de Dios y
la santificación del hombre, y que son todas, de distinto modo y en diverso
grado, celebraciones del Misterio pascual de Cristo, orientadas a realizar la
voluntad de Dios de reunir a los hijos dispersos en la unidad de un solo pueblo.
En las diversas acciones rituales, la Iglesia anuncia el Evangelio de la salvación
y proclama la Muerte y Resurrección de Cristo, realizando a través de los
signos su obra de salvación. En la Eucaristía celebra el memorial de la santa
Pasión, de la gloriosa Resurrección y de la admirable Ascensión, y en los
otros sacramentos obtiene otros dones del Espíritu que brotan de la Cruz del
Salvador. La Iglesia glorifica al Padre con salmos e himnos por las maravillas
que ha realizado en la Muerte y en la Exaltación de Cristo su Hijo, y le
suplica que el misterio salvífico de la Pascua llegue a todos los hombres; en
los sacramentales, instituidos para socorrer a los fieles en diversas
situaciones y necesidades, suplica al Señor para que toda su actividad esté
sostenida e iluminada por el Espíritu de la Pascua.
82. Sin embargo, en la celebración de la Liturgia no se agota la misión de la
Iglesia por lo que se refiere al culto divino. Los discípulos de Cristo, según
el ejemplo y la enseñanza del Maestro, rezan también en lo escondido de su
morada (cfr. Mt 6,6); se reúnen a rezar según formas establecidas por hombres
y mujeres de gran experiencia religiosa, que han percibido los anhelos de los
fieles y han orientado su piedad hacia aspectos particulares del misterio de
Cristo; rezan de unas formas determinadas, que han surgido de una manera prácticamente
anónima desde el fondo de la conciencia colectiva cristiana, en las cuales las
exigencias de la cultura popular se armonizan con los datos esenciales del
mensaje evangélico.
83. Las formas auténticas de la piedad popular son también fruto del Espíritu
Santo y se deben considerar como expresiones de la piedad de la Iglesia: porque
son realizadas por los fieles que viven en comunión con la Iglesia, adheridos a
su fe y respetando la disciplina eclesiástica del culto; porque no pocas de
dichas expresiones han sido explícitamente aprobadas y recomendadas por la
misma Iglesia.
84. En cuanto expresión de la piedad eclesial, la piedad popular está sometida
a las leyes generales del culto cristiano y a la autoridad pastoral de la
Iglesia, que ejerce sobre ella la acción de discernir y declarar auténtico, y
la renueva al ponerla en contacto con la Palabra revelada, la tradición y la
misma Liturgia, un contacto que resulta fecundo.
Es necesario, por otra parte, que las expresiones de la piedad popular estén
siempre iluminadas por el "principio eclesiológico" del culto
cristiano. Esto permitirá a la piedad popular:
- tener una visión correcta de las relaciones entre la Iglesia particular y la
Iglesia universal; la piedad popular suele centrarse en los valores locales, con
el riesgo de cerrarse a los valores universales y a las perspectivas eclesiológicas;
- situar la veneración de la Virgen Santísima, de los Ángeles, de los Santos
y Beatos, y el sufragio por los difuntos, en el amplio campo de la Comunión de
los Santos y dentro de las relaciones existentes entre la Iglesia celeste y la
Iglesia que todavía peregrina en la tierra;
- comprender de modo fecundo la relación entre ministerio y carisma; el
primero, necesario en las expresiones del culto litúrgico; el segundo,
frecuente en las manifestaciones de la piedad popular.
Sacerdocio común y piedad popular
85. Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana el fiel entra a formar
parte de la Iglesia, pueblo profético, sacerdotal y real, al que corresponde
dar culto a Dios en espíritu y en verdad (cfr. Jn 4,23). Este pueblo ejerce
dicho sacerdocio por Cristo en el Espíritu Santo, no sólo en ámbito litúrgico,
especialmente en la celebración de la Eucaristía, sino también en otras
expresiones de la vida cristiana, entre las que se cuentan las manifestaciones
de la piedad popular. El Espíritu Santo le confiere la capacidad de ofrecer
sacrificios de alabanza a Dios, de elevar oraciones y súplicas y, ante todo, de
convertir la propia vida en un "sacrificio vivo, santo y agradable a
Dios" (Rom 12,1; cfr. Heb 12,28).
86. Desde este fundamento sacerdotal, la piedad popular ayuda a los fieles a
perseverar en la oración y en la alabanza a Dios Padre, a dar testimonio de
Cristo (cfr. Hech 2,42-47) y, manteniendo la vigilante espera de su venida
gloriosa, da razón, en el Espíritu Santo, de la esperanza de la vida eterna
(cfr. 1 Pe 3,15); y mientras conserva aspectos significativos del propio
contexto cultural, expresa los valores de eclesialidad que caracterizan, en
diverso modo y grado, todo lo que nace y se desarrolla en el Cuerpo místico de
Cristo.
Palabra de Dios y piedad popular
87. La Palabra de Dios, contenida en la Sagrada Escritura, custodiada y
propuesta por el Magisterio de la Iglesia, celebrada en la Liturgia, es un
instrumento privilegiado e insustituible de la acción del Espíritu en la vida
cultual de los fieles.
Como en la escucha de la Palabra de Dios se edifica y crece la Iglesia, el
pueblo cristiano debe adquirir familiaridad con la Sagrada Escritura y llenarse
de su espíritu, para traducir en formas adecuadas y conformes a los datos de la
fe, el sentido de piedad y devoción que brota del contacto con el Dios que
salva, regenera y santifica.
En las palabras de la Biblia, la piedad popular encontrará una fuente
inagotable de inspiración, modelos insuperables de oración y fecundas
propuestas de diversos temas. Además, la referencia constante a la Sagrada
Escritura constituirá un índice y un criterio, para moderar la exuberancia con
la que no raras veces se manifiesta el sentimiento religioso popular, dando
lugar a expresiones ambiguas y en ocasiones incluso incorrectas.
88. Pero "la lectura de la Sagrada Escritura debe estar acompañada de la
oración, para que pueda realizarse el diálogo entre Dios y el hombre";
por lo tanto, es muy recomendable que las diversas formas con las que se expresa
la piedad popular procuren, en general, que haya textos bíblicos, oportunamente
elegidos y debidamente comentados.
89. Para este fin ayudará el modelo que ofrecen las celebraciones litúrgicas,
donde la Sagrada Escritura tiene un papel constitutivo, propuesta de maneras
diversas, según los tipos de celebración. Sin embargo, como a las expresiones
de la piedad popular se les reconoce una legítima variedad de forma y de
organización, no es necesario que en ellas la disposición de las lecturas bíblicas
sea un calco de las estructuras rituales con las que la Liturgia proclama la
Palabra de Dios.
El modelo litúrgico constituirá, en cualquier caso, para la piedad popular,
una especie de garantía de una correcta escala de valores, en la cual el primer
lugar le corresponde a la actitud de escucha de Dios que habla; enseñará a
descubrir la armonía entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y a interpretar el
uno a la luz del otro; presentará soluciones, avaladas por una experiencia
secular, para actualizar de manera concreta el mensaje bíblico y ofrecerá un
criterio válido para valorar la autenticidad de la oración.
En la elección de los textos es deseable que se recurra a pasajes breves, fáciles
de memorizar, incisivos, fáciles de comprender aunque resulten difíciles de
llevar a la práctica. Por lo demás, algunos ejercicios de piedad, como el Vía
Crucis y el Rosario, favorecen el conocimiento de la Escritura: al vincular
directamente los episodios evangélicos de la vida de Jesús a gestos y
oraciones aprendidas de memoria, se recuerdan con mayor facilidad.
Piedad popular y revelaciones privadas
90. Desde siempre, y en todas partes, la religiosidad popular se ha interesado
en fenómenos y hechos extraordinarios, con frecuencia relacionados con
revelaciones privadas. Aunque no se pueden circunscribir al ámbito de la piedad
mariana, en esta especialmente se dan las "apariciones" y los
consiguientes "mensajes". En este sentido recuerda el Catecismo de la
Iglesia Católica: "A lo largo de los siglos ha habido revelaciones
llamadas "privadas", algunas de las cuales han sido reconocidas por la
autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la
fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la
Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en
una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el
sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas
revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la
Iglesia" (n.67).
Enculturación y piedad popular
91. La piedad popular está caracterizada, naturalmente, por el sentimiento
propio de una época de la historia y de una cultura. Una muestra de esto es la
variedad de expresiones que la constituyen, florecidas y afirmadas en las
diversas Iglesias particulares en el transcurso del tiempo, signo del enraizarse
de la fe en el corazón de los diversos pueblos y de su entrada en el ámbito de
lo cotidiano. Realmente "la religiosidad popular es la primera y
fundamental forma de "enculturación" de la fe, que se debe dejar
orientar continuamente y guiar por las indicaciones de la Liturgia, pero que a
su vez fecunda la fe desde el corazón". El encuentro entre el dinamismo
innovador del mensaje del Evangelio y los diversos componentes de una cultura es
algo que está atestiguado en la piedad popular.
92. El proceso de adaptación o de enculturación de un ejercicio de piedad no
debería presentar dificultades por lo que se refiere al lenguaje, a las
expresiones musicales y artísticas y al uso de gestos y posturas del cuerpo.
Los ejercicios de piedad, por una parte no conciernen a aspectos esenciales de
la vida sacramental y por otra son, en muchos casos, de origen popular, nacidos
del pueblo, formulados con su lenguaje y situados en el marco de la fe católica.
Sin embargo, el hecho de que los ejercicios de piedad y las prácticas de devoción
sean expresión del sentir del pueblo, no autoriza a actuar en esta materia de
modo subjetivo y con personalismo. Manteniendo la competencia propia del
Ordinario del lugar o de los Superiores Mayores – si se trata de devociones
vinculadas a Órdenes religiosas -, cuando se trata de ejercicios de piedad que
afectan a toda una nación o a una amplia región, conviene que se pronuncie la
Conferencia de Obispos.
Es preciso una gran atención y un profundo sentido de discernimiento para
impedir que, a través de las diversas formas del lenguaje, se insinúen en los
ejercicios de piedad nociones contrarias a la fe cristiana o se abra la puerta a
expresiones contaminadas por el sincretismo.
En particular es necesario que el ejercicio de piedad, objeto de un proceso de
adaptación o de enculturación, conserve su identidad profunda y su fisonomía
esencial. Esto requiere que se mantenga reconocible su origen histórico y las líneas
doctrinales y cultuales que lo caracterizan.
En lo referente al empleo de formas de piedad popular en el proceso de
enculturación de la Liturgia, hay que remitirse a la Instrucción de este
Dicasterio sobre el tema en cuestión.