PARTE II
La Parroquia y el Párroco
3. La parroquia y el oficio de párroco
18. Los rasgos eclesiológicos más significativos de la noción teológico-canónica
de parroquia han sido concebidos por el Concilio Vaticano II a la luz de la
Tradición, de la doctrina católica y de la eclesiología de comunión, y
traducidos más tarde en leyes por el Código de Derecho Canónico. Éstos han
sido desarrollados desde diferentes puntos de vista en el magisterio pontificio
postconciliar, ya sea de una manera explícita o implícita, siempre dentro de
la reflexión sobre el sacerdocio ordenado. Es útil resumir, por tanto, las
principales características de la doctrina teológica y canónica sobre la
materia, sobre todo para dar mejor respuesta a los desafíos pastorales que se
presentan a comienzos del tercer milenio en el ministerio parroquial de los
presbíteros.
Cuanto se dice del párroco, por analogía, y bajo el perfil de una función
pastoral de guía, afecta también en gran medida a aquellos sacerdotes que
prestan su ayuda en la parroquia, y a cuantos tienen específicos encargos
pastorales, por ejemplo, en lugares donde se concentran grupos de fieles
(hospitales, universidades, escuelas...), o en labores de asistencia a
inmigrantes, extranjeros, etc.
La parroquia es una concreta communitas christifidelium, constituida
establemente en el ámbito de una Iglesia particular, y cuya cura pastoral es
confiada a un párroco como pastor propio, bajo la autoridad del Obispo
diocesano. Toda la vida de la parroquia, así como el significado de sus tareas
apostólicas ante la sociedad, deben ser entendidos y vividos con un sentido de
comunión orgánica entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial, y
por tanto, de colaboración fraterna y dinámica entre pastores y fieles en el más
absoluto respeto de los derechos, deberes y funciones ajenos, donde cada uno
tiene sus propias competencias y su propia responsabilidad. El párroco "en
estrecha comunión con el Obispo y con todos los fieles, evitará introducir en
su ministerio pastoral tanto formas de autoritarismo extemporáneo como
modalidades de gestión democratizante ajenas a la realidad más profunda del
ministerio". A este respecto, mantiene pleno vigor la Instrucción
interdicasterial Ecclesiae de Mysterio, aprobada por el Sumo Pontífice, cuya
aplicación íntegra asegura la correcta praxis eclesial en este campo
fundamental para la vida misma de la Iglesia.
El vínculo intrínseco con la comunidad diocesana y con su Obispo, en comunión
jerárquica con el Sucesor de Pedro, asegura a la comunidad parroquial la
pertenencia a la Iglesia universal. Se trata, por tanto, de una pars dioecesis
animada por un mismo espíritu de comunión, por una ordenada corresponsabilidad
bautismal, por una misma vida litúrgica, centrada en la celebración de la
Eucaristía, y por un mismo espíritu de misión, que caracteriza a toda la
comunidad parroquial. Cada parroquia, en definitiva, "está fundada sobre
una realidad teológica, porque ella es una comunidad eucarística. Esto
significa que es una comunidad idónea para celebrar la Eucaristía, en la que
se encuentran la raíz viva de su edificación y el vínculo sacramental de su
existir en plena comunión con toda la Iglesia. Tal idoneidad radica en el hecho
de ser la parroquia una comunidad de fe y una comunidad orgánica, es decir,
constituida por los ministros ordenados y por los demás cristianos, en la que
el párroco —que representa al Obispo diocesano— es el vínculo jerárquico
con toda la Iglesia particular" .
En este sentido, la parroquia, que es como una célula de la diócesis, debe
ofrecer "un claro ejemplo de apostolado comunitario, al reducir a unidad
todas las diversidades humanas que en ella se encuentran e insertarlas en la
universalidad de la Iglesia". La communitas christifidelium, en la noción
de parroquia, constituye el elemento esencial de base, de carácter personal, y,
con tal expresión, se quiere subrayar la relación dinámica entre personas
que, de manera determinada, bajo la guía indispensable de su propio pastor, la
componen. Por regla general, se trata de todos los fieles de un territorio
determinado; o bien, solamente de algunos fieles, en el caso de las parroquias
personales, constituidas sobre la base del rito, la lengua, la nacionalidad u
otras motivaciones concretas.
19. Otro elemento básico de la noción de parroquia es la cura pastoral o cura
de almas, propia del oficio de párroco, que se manifiesta, principalmente, en
la predicación de la Palabra de Dios, en la administración de los sacramentos
y en la guía pastoral de la comunidad. En la parroquia, ámbito de la cura
pastoral ordinaria, "el párroco es el pastor propio de la parroquia que se
le confía, y ejerce la cura pastoral de la comunidad que le está encomendada
bajo la autoridad del Obispo diocesano en cuyo ministerio de Cristo ha sido
llamado a participar, para que en esa misma comunidad cumpla las funciones de
enseñar, santificar y regir, con la cooperación también de otros presbíteros
o diáconos, y con la ayuda de fieles laicos, conforme a la norma del
derecho". Esta noción de párroco manifiesta una gran riqueza eclesiológica,
y no impide al Obispo establecer otras formas de la cura animarum, según las
normas del derecho.
La necesidad de adaptar la asistencia pastoral en la parroquia a las
circunstancias del tiempo actual, caracterizado en algunos lugares por la
escasez de sacerdotes, y también por la existencia de parroquias urbanas
superpobladas y parroquias rurales dispersas, o bien por el reducido número de
parroquianos, ha hecho aconsejable introducir en el derecho universal de la
Iglesia algunas innovaciones, no ciertamente en cuestiones de principio,
relativas al titular de la cura pastoral de la parroquia. Una de éstas consiste
en la posibilidad de confiar in solidum a varios sacerdotes la cura pastoral de
una o varias parroquias, con la condición terminante de que uno solo de ellos
sea el moderador, el que dirija la actividad común y responda de ella
personalmente ante el Obispo. Se confía por tanto el único oficio pastoral, la
única cura pastoral de la parroquia a un titular múltiple, constituido por
varios sacerdotes, que reciben una idéntica participación en el oficio
confiado, bajo la dirección personal de un hermano moderador. Confiar la cura
pastoral in solidum resulta útil para resolver algunas situaciones en diócesis
donde los sacerdotes, siendo pocos, tienen que organizar su tiempo en la
asistencia de actividades ministeriales diversas, y constituye un medio oportuno
para promover la corresponsabilidad pastoral de los presbíteros y, de manera
especial, para facilitar la costumbre de la vida en común de los sacerdotes,
que se ha de recomendar vivamente.
No se puede prudentemente ignorar, sin embargo, algunas dificultades que puede
comportar la cura pastoral in solidum —siempre y en cualquier caso compuesta sólo
por sacerdotes—, ya que es connatural a los fieles la identificación con el
propio pastor, y puede ser desorientadora, y no bien comprendida, la presencia
cambiante de varios presbíteros, aunque estén coordinados entre sí. Es
evidente la riqueza de la paternidad espiritual del párroco, como un "pater
familias" sacramental de la parroquia, con los consiguientes vínculos que
generan gran fecundidad pastoral.
En los casos en que lo exija la necesidad pastoral, el Obispo diocesano puede
proceder oportunamente a la asignación temporal de más parroquias a la cura
pastoral de un solo párroco.
Cuando las circunstancias lo sugieran, la asignación de una parroquia a un
administrador puede constituir una solución provisional. Es oportuno recordar,
sin embargo, que el oficio de párroco, siendo esencialmente pastoral, exige
plenitud y estabilidad. El párroco debería ser un icono de la presencia del
Cristo histórico. La exigencia de la configuración con Cristo subraya este
deber prioritario.
20. Para desempeñar la misión de pastor en una parroquia, que comporta la
plena cura de almas, se requiere de modo absoluto el ejercicio del orden
sacerdotal. Por tanto, además de la comunión eclesial, el requisito explícitamente
exigido por el derecho canónico para que cualquiera pueda ser nombrado válidamente
párroco es que haya sido constituido en el sagrado Orden del presbiterado.
Por cuanto se refiere a la responsabilidad del párroco en el anuncio de la
palabra de Dios y en la predicación de la auténtica doctrina católica, el
can. 528 menciona expresamente la homilía y la instrucción catequética; la
promoción de iniciativas que difundan el espíritu evangélico en cada ámbito
de la vida humana; la formación católica de los niños y de los jóvenes, y el
empeño en que, con la ordenada colaboración de los fieles laicos, el mensaje
del Evangelio llegue a aquellos que hayan abandonado la práctica religiosa o no
profesan la verdadera fe, y así puedan, con la gracia de Dios, llegar a la
conversión. Como es lógico, el párroco no está obligado a realizar
personalmente todas estas tareas, sino a procurar que se realicen de manera
oportuna, conforme a la recta doctrina y a la disciplina eclesial, en el seno de
la parroquia, según las circunstancias y siempre bajo su propia
responsabilidad. Algunas de estas funciones, por ejemplo, la homilía durante la
celebración eucarística, deberán realizarse siempre y exclusivamente por un
ministro ordenado. "Aunque otros fieles no ordenados lo superaran en
elocuencia, esto no anularía su ser representación sacramental de Cristo,
cabeza y pastor, y de esto deriva sobre todo la eficacia de su predicación".
En cambio, otras funciones, como por ejemplo la catequesis, podrán ser
desarrolladas habitualmente por fieles laicos que hayan recibido la debida
preparación, según la recta doctrina, y lleven una vida cristiana coherente,
manteniendo siempre la obligación del contacto personal entre párroco y
fieles. El beato Juan XXIII escribía que "es de suma importancia que el
clero en todo tiempo y lugar sea fiel a su deber de enseñar. "Aquí —decía
a este propósito San Pío X— es preciso tender sólo a esto e insistir sólo
en esto, es decir, en que todo sacerdote no está obligado por ningún otro
oficio más grave ni por ningún otro vínculo más estrecho"".
Sobre el párroco, como es obvio, por una razón de efectiva caridad pastoral,
graba el deber de ejercer una atenta y primorosa vigilancia sobre todos y cada
uno de sus colaboradores. En aquellos países en que existen fieles
pertenecientes a diferentes grupos lingüísticos, si no fuera erigida una
parroquia personal, u otra solución adecuada, será el párroco territorial,
como pastor propio, el que se preocupe de atender las peculiares necesidades de
sus fieles, también en lo que afecta a sus específicas sensibilidades
culturales.
21. En cuanto a los medios ordinarios de santificación, el can. 528 establece
que el párroco debe empeñarse particularmente en que la Santísima Eucaristía
constituya el centro de la comunidad parroquial, y que todos los fieles puedan
alcanzar la plenitud de la vida cristiana mediante una consciente y activa
participación en la sagrada Liturgia, la celebración de los sacramentos, la
vida de oración y las buenas obras.
Merece la pena considerar el hecho de que el Código menciona la recepción
frecuente de la Eucaristía y la práctica también frecuente del sacramento de
la Penitencia. Esto sugiere la oportunidad de que el párroco, al establecer en
la parroquia los horarios de las Misas y de las confesiones, considere cuáles
son los momentos más adecuados para la mayor parte de los fieles, permitiendo
también a los que tienen especiales dificultades de horario acercarse fácilmente
a los sacramentos. Una atención particular deberán reservar los párrocos a
las confesiones individuales, en el espíritu y en la forma establecida por la
Iglesia. Recuérdese, además, que ésta precede necesariamente a la primera
comunión de los niños. Téngase también presente que, por motivos pastorales
obvios, con el fin de facilitar a los fieles la recepción del sacramento, se
pueden escuchar confesiones individuales durante la celebración de la Santa
Misa.
Además, debe hacerse todo lo posible por "respetar la sensibilidad del
penitente en lo concerniente a la elección de la modalidad de la confesión, es
decir, cara a cara o a través de la rejilla del confesionario". El
confesor también puede tener razones pastorales para preferir el uso del
confesionario con rejilla.
Se deberá favorecer al máximo la práctica de la visita al Santísimo
Sacramento, disponiendo y estableciendo, de manera fija, el mayor espacio de
tiempo posible en que la iglesia permanezca abierta. No son pocos los párrocos
que, felizmente, promueven la adoración mediante la exposición solemne del
Santísimo Sacramento y la bendición eucarística, de tan abundantes frutos
para la vitalidad de la parroquia.
La Santísima Eucaristía es custodiada con amor en el tabernáculo "como
el corazón espiritual de la comunidad religiosa y parroquial". " Sin
el culto eucarístico, como su corazón palpitante, la parroquia se vuelve estéril".
"Si queréis que los fieles recen con gusto y con piedad —decía Pío XII
al clero de Roma— precededlos en la iglesia con el ejemplo, haciendo oración
delante de ellos. Un sacerdote de rodillas ante el tabernáculo, en actitud
digna, con profundo recogimiento, es un modelo de edificación, una advertencia
y una invitación a la imitación orante para el pueblo".
22. Por su parte, el can. 529 contempla las exigencias principales que comporta
el cumplimiento de la función pastoral parroquial, configurando así en cierto
sentido la actitud ministerial del párroco. Como pastor propio, éste se
esfuerza en conocer a los fieles confiados a su cura, evitando caer en el
peligro del funcionalismo: no es un funcionario que cumple un papel y ofrece
servicios a los que lo solicitan. Como hombre de Dios, ejerce de modo pleno el
propio ministerio, buscando a los fieles, visitando a las familias, participando
en sus necesidades, en sus alegrías; corrige con prudencia, cuida de los
ancianos, de los débiles, de los abandonados, de los enfermos, y se entrega a
los moribundos; dedica particular atención a los pobres y a los afligidos; se
esfuerza en la conversión de los pecadores, de cuantos están en el error, y
ayuda a cada uno a cumplir con su propio deber, fomentando el crecimiento de la
vida cristiana en las familias.
Educar en la práctica de la obras de misericordia espirituales y corporales
constituye una prioridad pastoral, y es signo de vitalidad en una comunidad
cristiana.
También resulta significativo el encargo, confiado al párroco, de promocionar
la función propia de los fieles laicos en la misión de la Iglesia, es decir,
la función de impulsar y perfeccionar el orden de las realidades temporales con
el espíritu evangélico, dando testimonio de Cristo, particularmente en el
ejercicio de las tareas seculares.
Por otra parte, el párroco debe colaborar con el Obispo y con los otros presbíteros
de la diócesis para que los fieles, participando en la comunidad parroquial, se
sientan también miembros de la diócesis y de la Iglesia universal. La
creciente movilidad de la sociedad actual hace necesario que la parroquia no se
cierre en sí misma y sepa acoger a los fieles de otras parroquias que la
frecuentan, y también evite mirar con desconfianza que algunos parroquianos
participen en la vida de otras parroquias, iglesias rectorales, o capellanías.
En el párroco recae especialmente el deber de promover con celo, sostener y
seguir con particular cuidado las vocaciones sacerdotales. El ejemplo personal,
al mostrar la propia identidad, también visiblemente, al vivir consecuentemente
con ella, junto con la atención de las confesiones individuales y de la dirección
espiritual de los jóvenes, así como de la catequesis sobre el sacerdocio
ordenado, harán que sea una realidad la irrenunciable pastoral vocacional.
"Ha sido siempre un deber particular del ministerio sacerdotal arrojar la
semilla de una vida totalmente consagrada a Dios y suscitar el amor por la
virginidad".
Las funciones que en el Código se confían de modo específico al párroco son:
administrar el bautismo; administrar el sacramento de la confirmación a
aquellos que están en peligro de muerte, según la norma del can. 883,3;
administrar el Viático y la Unción de los enfermos, estando vigente lo
dispuesto en el can. 1003, §§ 2 y 3, e impartir la bendición apostólica;
asistir a los matrimonios y bendecir las nupcias; celebrar los funerales;
bendecir la fuente bautismal en el tiempo pascual; guiar las procesiones e
impartir las bendiciones solemnes fuera de la iglesia; celebrar la Santísima
Eucaristía con mayor solemnidad en los domingos y en las fiestas de precepto.
Más que funciones exclusivas del párroco, o incluso derechos exclusivos suyos,
le son confiadas de modo especial en razón de su particular responsabilidad;
debe por tanto realizarlas personalmente, en cuanto sea posible, o al menos
seguir su desarrollo.
23. Donde haya escasez de sacerdotes se puede plantear, como sucede en algunos
lugares, que el Obispo, habiendo considerado el asunto con prudencia, confíe,
según las modalidades canónicamente permitidas, una colaboración "ad
tempus" en el ejercicio de la cura pastoral de la parroquia a una o varias
personas no marcadas por el carácter sacerdotal. Sin embargo, en estos casos,
deben observarse y protegerse atentamente las propiedades originarias de
diversidad y complementariedad entre los dones y las funciones de los ministros
ordenados y de los fieles laicos, que son propias de la Iglesia que Dios ha
querido orgánicamente estructurada. Existen situaciones objetivamente
extraordinarias que justifican tal colaboración. Ésta, sin embargo, no puede
superar legítimamente los límites de la especifidad ministerial y laical.
Deseando purificar una terminología que podría llevar a confusión, la Iglesia
ha reservado las expresiones que indican "capitalidad" —como las de
"pastor", "capellán", "director",
"coordinador", o equivalentes— exclusivamente a los sacerdotes.
El Código, en efecto, en el título dedicado a los derechos y a los deberes de
los fieles laicos, distingue las tareas o las funciones que, como derecho y
deber propio, pertenecen a cualquier laico, de otras que se sitúan en la línea
de colaboración con el ministerio pastoral. Éstas constituyen una capacitas o
habilitas cuyo ejercicio depende de la llamada a asumirlas por parte de los legítimos
pastores. No son, por tanto, derechos.
24. Todo esto ha sido expresado por Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica
post-sinodal Christifideles laici: "La misión salvífica de la Iglesia en
el mundo es llevada a cabo no sólo por los ministros en virtud del sacramento
del Orden, sino también por todos los fieles laicos. En efecto, éstos, en
virtud de su condición bautismal y de su específica vocación, participan en
el oficio sacerdotal, profético y real de Jesucristo, cada uno en su propia
medida. Los pastores, por tanto, han de reconocer y promover los ministerios,
oficios y funciones de los fieles laicos, que tienen su fundamento sacramental
en el Bautismo y en la Confirmación, y para muchos de ellos en el Matrimonio.
Después, cuando la necesidad o la utilidad de la Iglesia lo exija, los pastores
—según las normas establecidas por el derecho universal— pueden confiar a
los fieles laicos algunas tareas que, si bien están conectadas a su propio
ministerio de pastores, no exigen, sin embargo, el carácter del Orden" (n.
23). Este mismo documento recuerda además el principio básico que regula esta
colaboración, así como sus límites insuperables: "Sin embargo, el
ejercicio de estas tareas no hace del fiel laico un pastor: en realidad, no es
la tarea lo que constituye el ministerio, sino la ordenación sacramental. Sólo
el sacramento del Orden atribuye al ministerio ordenado una peculiar participación
en el oficio de Cristo Cabeza y Pastor y en su sacerdocio eterno. La tarea
realizada en calidad de suplente tiene su legitimación ¾ formal e
inmediatamente¾ en el encargo oficial hecho por los pastores, y depende, en su
concreto ejercicio, de la dirección de la autoridad eclesiástica" (n.
23).
En los casos en que se confíen algunas tareas a fieles no ordenados, debe
nombrarse necesariamente un sacerdote como moderador, con la potestad y los
deberes propios del párroco, que dirija personalmente la atención pastoral.
Como es lógico, la participación en el oficio parroquial es diversa en el caso
del presbítero designado para dirigir la actividad pastoral –provisto de las
facultades de párroco–, quien desempeña las funciones exclusivas del
sacerdote; respecto del caso de otras personas que no han recibido el orden del
presbiterado y participan subsidiariamente en el ejercicio de las demás
funciones. El religioso no sacerdote, la religiosa o el fiel laico, llamados a
participar en el ejercicio de la atención pastoral, pueden desempeñar tareas
de tipo administrativo, así como de formación y animación espiritual,
mientras que lógicamente no pueden desempeñar funciones de plena atención a
las almas, en cuanto ésta requiere el carácter sacerdotal. En todo caso,
pueden suplir la ausencia del ministro ordenado en aquellas funciones litúrgicas
adecuadas a su condición canónica, enumeradas por el can. 230 § 3:
"ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas,
administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones
del derecho". Los diáconos, aunque no pueden situarse en el mismo plano
que los demás fieles, no pueden tampoco ejercer una plena cura animarum.
Es conveniente que el Obispo diocesano verifique, con la máxima prudencia y
previsión pastoral, la existencia de un auténtico estado de necesidad y, en
consecuencia, establezca las condiciones de idoneidad de las personas llamadas a
esta colaboración, definiendo las funciones que deben atribuirse a cada una de
ellas, según las circunstancias de las respectivas comunidades parroquiales. En
todo caso, en ausencia de una clara distribución de funciones, corresponde al
presbítero moderador determinar lo que se debe hacer. La excepcionalidad y
provisionalidad de estas fórmulas exige que, en el seno de estas comunidades
parroquiales, se promueva al máximo la conciencia de la absoluta necesidad de
vocaciones sacerdotales; que se cultive con amoroso esmero los gérmenes de esta
vocación, y que también se promueva la oración –comunitaria y personal–
por la santificación de los sacerdotes.
Para que en una comunidad puedan florecer más fácilmente las vocaciones
sacerdotales, es de gran ayuda que exista en ella un vivo y difundido
sentimiento de auténtico afecto, de profunda estima, de fuerte entusiasmo por
la realidad de la Iglesia, Esposa de Cristo, colaboradora del Espíritu Santo en
la obra de la salvación.
Convendría mantener siempre despiertos en el ánimo de los creyentes la alegría
y el santo orgullo de pertenecer a la Iglesia, como se hace patente, por
ejemplo, en la primera carta de Pedro y en el Apocalipsis (cfr. 1 Pe 3,14; Ap
2,13.17; 7,9; 14,1ss.; 19,6; 22,14). Sin la alegría y el orgullo de esta
pertenencia sería difícil, en el plano psicológico, salvaguardar y
desarrollar la misma vida de fe. No ha de sorprender que en tales situaciones,
al menos en el plano psicológico, cueste que las vocaciones sacerdotales
germinen y consigan madurar.
"Sería un error fatal resignarse ante las dificultades actuales, y
comportarse de hecho como si hubiera que prepararse para una Iglesia del futuro
imaginada casi sin presbíteros. De este modo, las medidas adoptadas para
solucionar las carencias actuales resultarían de hecho seriamente perjudiciales
para la comunidad eclesial, a pesar de su buena voluntad".
25. "Cuando se trata de participar en el ejercicio del cuidado pastoral de
una parroquia —en los casos en que, por escasez de presbíteros, no pudiese
contar con el cuidado inmediato de un párroco—, los diáconos permanentes
tienen siempre la precedencia sobre los fieles no ordenados". En efecto, en
virtud del Orden sagrado "el diácono es maestro, en cuanto proclama e
ilustra la Palabra de Dios; es santificador, en cuanto administra el sacramento
del Bautismo, de la Eucaristía y los sacramentales, participa en la celebración
de la Santa Misa en calidad de "ministro de la sangre", conserva y
distribuye la Eucaristía; es guía, en cuanto animador de la comunidad o de
diversos sectores de la vida eclesial".
Se ha de otorgar una especial acogida a los diáconos, candidatos al sacerdocio,
que prestan servicio pastoral en la parroquia. El párroco, de acuerdo con los
superiores del seminario, será para ellos guía y maestro, consciente de que de
su testimonio de coherencia con la propia identidad, de su generosidad misionera
en el servicio y de su amor a la parroquia, podrá depender la donación sincera
y total a Cristo por parte del candidato al sacerdocio.
26. A imagen del consejo pastoral de la diócesis, la normativa canónica prevé
la posibilidad de constituir –si el Obispo diocesano lo considera oportuno,
una vez escuchado el consejo presbiteral– un consejo pastoral parroquial, cuya
finalidad básica es la de proveer, en un cauce institucional, la ordenada
colaboración de los fieles en el desarrollo de la actividad pastoral propia de
los presbíteros. Se trata de un órgano consultivo constituido para que los
fieles, expresando su responsabilidad bautismal, puedan ayudar al párroco que
lo preside mediante su consejo en materia pastoral. "Los fieles laicos
deben estar cada vez más convencidos del particular significado que asume el
compromiso apostólico en su parroquia"; es necesario animar a una
"valorización más convencida, amplia y decidida de los Consejos
pastorales parroquiales". La razón es clara y convergente: "En las
circunstancias actuales, los fieles laicos pueden y deben prestar una gran ayuda
al crecimiento de una auténtica comunión eclesial en sus respectivas
parroquias, y en el dar nueva vida al afán misionero dirigido hacia los no
creyentes y hacia los mismos creyentes que han abandonado o limitado la práctica
de la vida cristiana ".
"Todos los fieles tienen la facultad, es más, incluso a veces el deber, de
dar a conocer su parecer sobre los asuntos concernientes al bien de la Iglesia,
cosa que puede realizarse gracias a instituciones establecidas para tal fin:
[...] El consejo pastoral podrá prestar una ayuda muy útil ... haciendo
propuestas y ofreciendo sugerencias respecto a las iniciativas misioneras,
catequéticas y apostólicas, [...] respecto a la promoción de la formación
doctrinal y de la vida sacramental de los fieles; respecto a la ayuda que ha de
ofrecerse a la acción pastoral de los sacerdotes en los diversos ámbitos
sociales o zonas territoriales; respecto al modo de sensibilizar cada vez mejor
a la opinión pública, etc.". El consejo pastoral pertenece al ámbito de
las relaciones de mutuo servicio entre el párroco y sus fieles y, por tanto, no
tendría sentido considerarlo como un órgano que sustituye al párroco en la
dirección de la parroquia o que, con un criterio de mayoría, condicione prácticamente
la dirección del párroco.
En este mismo sentido, los sistemas de deliberación respecto a las cuestiones
económicas de la parroquia, permaneciendo firme la norma de derecho para la
recta y honesta administración, no pueden condicionar la función pastoral del
párroco, el cual es representante legal y administrador de los bienes de la
parroquia.
4. Los desafíos positivos del presente en la pastoral parroquial
27. Si toda la Iglesia ha sido invitada en los inicios del nuevo milenio a
alcanzar "un renovado impulso en la vida cristiana", fundado en la
conciencia de la presencia de Cristo Resucitado entre nosotros, debemos saber
extraer consecuencias para la pastoral en las parroquias.
No se trata de inventar nuevos programas pastorales, ya que el programa
cristiano, centrado en Cristo mismo, consiste siempre en conocerle, amarle,
imitarle, vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia
hasta su consumación: "un programa que no cambia al variar los tiempos y
las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero
diálogo y una comunicación eficaz".
Dentro del vasto y afanoso horizonte de la pastoral ordinaria, "es en las
Iglesias locales donde se pueden establecer aquellas indicaciones programáticas
concretas –objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de
los agentes y la búsqueda de los medios necesarios– que permiten que el
anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida
profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad
y en la cultura". Éstos son los horizontes de la "apasionante tarea
de renacimiento pastoral que nos espera".
La tarea pastoral más relevante y fundamental, con diferencia, es conducir a
los fieles hacia una sólida vida interior, sobre el fundamento de los
principios de la doctrina cristiana, tal y como han sido vividos y enseñados
por los santos. Precisamente este aspecto debería ser privilegiado en los
planes pastorales. Hoy más que nunca es necesario redescubrir que la oración,
la vida sacramental, la meditación, el silencio de adoración, el trato de
corazón a corazón con nuestro Señor, el ejercicio diario de las virtudes que
configuran con Él, es mucho más productivo que cualquier debate, y en todo
caso, es la condición para su eficacia.
Son siete las prioridades pastorales que ha individuado la Novo Millenio ineunte:
la santidad, la oración, la Santísima Eucaristía dominical, el sacramento de
la Reconciliación, el primado de la gracia, la escucha de la Palabra y el
anuncio de la Palabra. Estas prioridades, surgidas especialmente de la
experiencia del Gran Jubileo, no sólo ofrecen el contenido y la sustancia de
las cuestiones sobre las que los párrocos y los sacerdotes implicados en la
cura animarum parroquial deben meditar con atención, sino que también
sintetizan el espíritu con que se debe afrontar esta tarea de renovación
pastoral.
La Novo Millenio ineunte evidencia "otro aspecto importante en que será
necesario poner un decidido empeño programático, tanto en el ámbito de la
Iglesia universal como de las Iglesias particulares: aquel de la comunión (koinonia)
que encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia" (n.
42) e invita a promover una espiritualidad de comunión. "Hacer de la
Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que
tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al
designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo"
(n. 43). Además especifica: "Antes de programar iniciativas concretas,
hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como
principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el
cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y
los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades"
(n. 43).
Una verdadera pastoral de la santidad en nuestras comunidades parroquiales
implica una auténtica pedagogía de la oración; una renovada, persuasiva y
eficaz catequesis sobre la importancia de la Santísima Eucaristía dominical y
también diaria, de la adoración comunitaria y personal del Santísimo
Sacramento; sobre la práctica frecuente e individual del sacramento de la
Reconciliación; sobre la dirección espiritual; sobre la devoción mariana;
sobre la imitación de los santos; un nuevo impulso apostólico vivido como
compromiso cotidiano de las comunidades y de las personas concretas; una
adecuada pastoral de la familia, un coherente compromiso social y político.
Tal pastoral no es posible si no está inspirada, sostenida y vivificada por
sacerdotes dotados de este mismo espíritu. "Del ejemplo y testimonio del
sacerdote los fieles pueden obtener una gran ayuda (...) descubriendo la
parroquia como ‘escuela’ de oración, donde "el encuentro con Cristo no
se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias,
alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el
arrebato del corazón"". "No se ha de olvidar que, sin Cristo,
"no podemos hacer nada" (cfr. Jn 15,5). La oración nos hace vivir
precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo
y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad.
Cuando no se respeta este principio (...) hagamos, pues, la experiencia de los
discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: "Maestro
hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada" (Lc 5, 5).
Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios para abrir el
corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase
por nosotros con toda su fuerza: ¡Duc in altum!".
Sin sacerdotes verdaderamente santos sería muy difícil tener un buen laicado,
y todo estaría como falto de vida; del mismo modo que, sin familias cristianas
–iglesias domésticas–, es muy difícil que llegue la primavera de las
vocaciones. Por tanto, es un error enfatizar el papel del laicado descuidando el
del sacerdocio ordenado porque, actuando así, se termina penalizando el mismo
laicado y haciendo estéril la entera misión de la Iglesia.
28. La perspectiva desde la que debe plantearse el camino y el fundamento de
toda programación pastoral, consiste en ayudar a redescubrir en nuestras
comunidades la universalidad de la llamada cristiana a la santidad. ¡Es
necesario recordar que el alma de todo apostolado radica en la intimidad divina,
en no anteponer nada al amor de Cristo, en buscar en todo la mayor gloria de
Dios, en vivir la dinámica cristocéntrica del mariano "totus tuus"!
La pedagogía de la santidad sitúa "la programación pastoral bajo el
signo de la santidad" y constituye el principal desafío pastoral en el
contexto actual. En la Iglesia santa todos los fieles están llamados a la
santidad.
En consecuencia, una tarea central de la pedagogía de la santidad consiste en
saber enseñar a todos –y en recordarlo sin cansancio– que la santidad
constituye el objetivo de la existencia de todo cristiano. "En la Iglesia,
todos, lo mismo quienes pertenecen a la Jerarquía que los apacentados por ella,
están llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: "Porque ésta
es la voluntad de Dios, vuestra santificación" (1 Ts 4, 3; cfr. Ef 1,
4)". Éste es el primer elemento que se ha de desarrollar pedagógicamente
en la catequesis eclesial, hasta que la conciencia de la santificación en la
propia existencia llegue a ser una convicción común.
El anuncio de la universalidad de la llamada a la santidad exige la comprensión
de la existencia cristiana como sequela Christi, como conformación con Cristo;
no se trata de encarnar de modo extrínseco comportamientos éticos, sino de
dejarse envolver personalmente en el acontecimiento de la gracia de Cristo. Este
conformarse con Cristo es la sustancia de la santificación, y constituye la
finalidad específica de la existencia cristiana. Para alcanzarla, todo
cristiano necesita la ayuda de la Iglesia, mater et magistra. La pedagogía de
la santidad es un desafío, tan exigente como atrayente, para todos aquellos que
detentan en la Iglesia una responsabilidad de guía y de formación.
29. El empeño ardientemente misionero a favor de la evangelización tiene una
especial prioridad para la Iglesia, y por consiguiente para la pastoral
parroquial. "Ha pasado ya, incluso en los países de antigua evangelización,
la situación de una "sociedad cristiana", la cual, aun con las múltiples
debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy
se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y
comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante
situación de los pueblos y culturas que la caracteriza".
En la sociedad de hoy, marcada por el pluralismo cultural, religioso y étnico,
y parcialmente caracterizada por el relativismo, el indiferentismo, el irenismo
y el sincretismo, parece que algunos cristianos casi se han habituado a una
suerte de "cristianismo" carente de referencias reales a Cristo y a su
Iglesia; se tiende así a reducir el proyecto pastoral a temáticas sociales
abordadas desde una perspectiva exclusivamente antropológica, dentro de un
reclamo genérico al pacifismo, al universalismo y a una referencia no bien
precisada a los "valores".
La evangelización del mundo contemporáneo se verificará sólo a partir del
redescubrimiento de la identidad personal, social y cultural de los cristianos.
¡Esto significa sobre todo el redescubrimiento de Jesucristo, Verbo encarnado,
único Salvador de los hombres! De este convencimiento se desprende la exigencia
de la misión, que urge de modo muy particular el corazón de todo sacerdote y,
a través de él, debe caracterizar a toda parroquia y comunidad dirigida
pastoralmente por él. "Pues, como ya enseñó mucho antes que nosotros
Gregorio Nacianceno (...) no es conveniente una misma exhortación para todos,
puesto que no todos están sujetos al mismo modo de vida (...). Por tanto,
cualquier maestro, a fin de edificar a todos en una misma virtud de caridad,
debe tocar los corazones de sus oyentes con la misma doctrina, pero no con la
misma y única exhortación".
Será preocupación del párroco conseguir que las distintas asociaciones,
movimientos y agrupaciones presentes en la parroquia ofrezcan su específica
contribución a la vida misionera de ésta. "Tiene gran importancia para la
comunión el deber de promover diversas realidades de asociación, que tanto en
sus modalidades más tradicionales como en las más nuevas de los movimientos
eclesiales, siguen dando a la Iglesia una viveza que es don de Dios
constituyendo una auténtica primavera del Espíritu. Conviene ciertamente que,
tanto en la Iglesia universal como en las Iglesias particulares, las
asociaciones y movimientos actúen en plena sintonía eclesial y en obediencia a
las directrices de los pastores". Debe evitarse en el tejido parroquial
cualquier género de exclusivismo o de aislamiento por parte de grupos
individuales, porque la dimensión misionera descansa sobre la certeza, que debe
ser compartida por todos, de que "Jesucristo tiene, para el género humano
y su historia, un significado y un valor singular y único, sólo de él propio,
exclusivo, universal y absoluto. Jesús es, en efecto, el Verbo de Dios hecho
hombre para la salvación de todos".
La Iglesia confía en la fidelidad diaria de los presbíteros al ministerio
pastoral, empeñados en la propia e insustituible misión de velar por la
parroquia encargada a su guía.
A los párrocos y a los demás sacerdotes que sirven en las diversas
comunidades, no les faltan ciertamente dificultades pastorales, fatiga interior
y física por la sobrecarga de trabajo, no siempre compensada con saludables períodos
de retiro espiritual y de justo descanso. ¡Cuántas amarguras al constatar más
tarde que, con frecuencia, el viento de la secularización aridece el terreno en
que se había sembrado con grandes y prolongados esfuerzos!
Una cultura ampliamente secularizada, que tiende a homologar al sacerdote con
las propias categorías de pensamiento, despojándolo de su fundamental dimensión
mistérico-sacramental, es fuertemente responsable de este fenómeno. De aquí
nacen los desánimos que pueden llevar al aislamiento, a una especie de
depresivo fatalismo, o a un activismo dispersivo. Esto no quita que la gran
mayoría de los sacerdotes en toda la Iglesia, correspondiendo a la solicitud de
sus obispos, afronta positivamente los difíciles desafíos de la actual
coyuntura histórica, y consigue vivir en plenitud y con alegría la propia
identidad y el generoso empeño pastoral.
Sin embargo, no faltan, también desde dentro, peligros como la burocratización,
el funcionalismo, el democraticismo, o la planificación que atiende más a la
gestión que a la pastoral. Por desgracia, en algunas circunstancias el presbítero
puede encontrarse oprimido por un cúmulo de estructuras no siempre necesarias,
que terminan por sobrecargarlo, y que tienen consecuencias negativas tanto sobre
su estado psicofísico como espiritual y, en consecuencia, repercuten
negativamente sobre el mismo ministerio.
El Obispo, que es ante todo padre de sus primeros y más preciados
colaboradores, ha de mostrarse especialmente vigilante en estas situaciones. De
modo singular, en estos momentos es actual y urgente la unión de todas las
fuerzas eclesiales para oponerse positivamente a las insidias de que son objeto
el sacerdote y su ministerio.
30. Teniendo en cuenta las actuales circunstancias de la vida de la Iglesia, de
las exigencias de la nueva evangelización, y considerando la respuesta que los
sacerdotes están llamados a dar, la Congregación para el Clero ha querido
ofrecer el presente documento como muestra de ayuda, aliento y estímulo al
ministerio pastoral de los presbíteros en la atención parroquial. En efecto,
el contacto más inmediato de la Iglesia con la gente tiene lugar normalmente en
el ámbito de las parroquias. Por tanto, nuestras consideraciones se limitan a
la persona del sacerdote en cuanto párroco. En él Cristo se hace presente como
Cabeza de su Cuerpo Místico, el Buen Pastor que cuida de cada oveja. Hemos
pretendido ilustrar la naturaleza mistérico-sacramental de este ministerio.
Este documento, a la luz de la enseñanza del Concilio Ecuménico Vaticano II y
de la Exhortación apostólica Pastores dabo vobis, se sitúa en continuidad con
el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, con la Instrucción
interdicasterial Ecclesiae de Mysterio y con la Carta circular El presbítero,
Maestro de la palabra, Ministro de los sacramentos y Guía de la comunidad ante
el Tercer Milenio cristiano.
Sólo es posible vivir el propio ministerio cotidiano mediante la santificación
personal, que debe apoyarse siempre en la fuerza sobrenatural de los
sacramentos, de la Santísima Eucaristía y de la Penitencia.
"La Eucaristía es la fuente desde la que todo mana y la meta a la que todo
conduce (...) Muchos sacerdotes, a través de los siglos, han encontrado en ella
el consuelo prometido por Jesús la noche de la Última Cena, el secreto para
vencer su soledad, el apoyo para soportar sus sufrimientos, el alimento para
retomar el camino después de cada desaliento, la energía interior para
confirmar la propia elección de fidelidad".
Para profundizar en la vida sacramental y en la formación permanente, es de
gran estímulo una vida fraterna entre sacerdotes que no sea simple convivencia
bajo el mismo techo, sino comunión en la oración, en los proyectos compartidos
y en la cooperación pastoral, junto con el valor de la amistad recíproca y con
el Obispo. Todo esto constituye una notable ayuda para superar las dificultades
y pruebas en el ejercicio del ministerio sagrado. Todo presbítero necesita no sólo
el auxilio ministerial de sus propios hermanos: también necesita de ellos en
cuanto hermanos.
Entre otras cosas, podría habilitarse en la Diócesis una Casa para todos los
sacerdotes que, periódicamente, tienen necesidad de retirarse a un lugar
adecuado para el recogimiento y la oración, para reencontrar allí los medios
indispensables para su santificación.
En el espíritu del Cenáculo –donde los apóstoles estaban reunidos y
perseveraban unánimes en la oración con María, Madre de Jesús (Hch 1,14)–,
a Ella confiamos estas páginas, redactadas con afecto y reconocimiento hacia
todos los sacerdotes con cura de almas, esparcidos por todo el mundo. Que cada
uno, en el ejercicio del cotidiano "munus" pastoral, pueda gozar del
auxilio de la Reina de los Apóstoles, y sepa vivir en profunda comunión con
Ella. En efecto, "en nuestro sacerdocio ministerial se da la dimensión
espléndida y penetrante de la cercanía a la Madre de Cristo". ¡Consuela
saber que "… junto a nosotros está la Madre del Redentor, que nos
introduce en el misterio de la ofrenda redentora de su divino Hijo. "Ad
Iesum per Mariam": que éste sea nuestro programa diario de vida espiritual
y pastoral"!
Oración del Párroco a María Santísima
Oh María, Madre de Jesucristo, Crucificado y Resucitado,
Madre de la Iglesia, pueblo sacerdotal (1 Pe 2,9),
Madre de los sacerdotes, ministros de tu Hijo:
acoge el humilde ofrecimiento de mí mismo,
para que en mi misión pastoral
pueda anunciar la infinita misericordia
del Sumo y Eterno Sacerdote:
oh "Madre de misericordia".
Tú que has compartido con tu Hijo,
su "obediencia sacerdotal" (Heb 10,5-7; Lc 1,38),
y has preparado para él un cuerpo (Heb 10,7)
en la unción del Espíritu Santo,
introduce mi vida sacerdotal en el misterio inefable
de tu divina maternidad,
oh "Santa Madre de Dios".
Dame fuerza en las horas oscuras de la vida,
confórtame en la fatiga de mi ministerio
que tu Jesús me ha confiado,
para que, en comunión Contigo, pueda llevarlo a cabo
con fidelidad y amor,
oh Madre del Eterno Sacerdote,
"Reina de los Apóstoles, Auxilio de los presbíteros".
Tú que has acompañado silenciosamente a Jesús
en su misión de anunciar
el Evangelio de paz a los pobres,
hazme fiel a la grey
que el Buen Pastor me ha confiado.
Haz que yo pueda guiarla siempre
con sentimientos de paciencia, de dulzura
de firmeza y amor,
en la predilección por los enfermos,
por los pequeños, por los pobres, por los pecadores,
oh "Madre Auxiliadora del Pueblo cristiano".
A Ti me consagro y confío, oh María,
que, junto a la Cruz de tu Hijo,
has sido hecha partícipe de su obra redentora,
"unida con lazo indisoluble a la obra de la salvación".
Haz que, en el ejercicio de mi ministerio,
pueda sentir siempre más
"la dimensión espléndida y penetrante de tu cercanía"
en todo momento de mi vida,
en la oración y en la acción,
en la alegría y en el dolor, en el cansancio y en el descanso,
oh "Madre de la Confianza".
Concédeme oh Madre, que en la celebración de la Eucaristía,
centro y fuente del ministerio sacerdotal,
pueda vivir mi cercanía a Jesús
en tu cercanía materna,
porque "cuando celebramos la Santa Misa tú estás junto a nosotros"
y nos introduces en el misterio de la ofrenda redentora de tu divino Hijo,
oh "Mediadora de las gracias que brotan de esta ofrenda para la Iglesia y
para todos los fieles"
oh "Madre del Salvador".
Oh María: deseo poner mi persona,
mi voluntad de ser santo,
bajo tu protección e inspiración materna
para que Tú me guíes
hacia aquella "conformación con Cristo, Cabeza y Pastor"
que requiere el ministerio de párroco.
Haz que yo tome conciencia
de que "Tú estás siempre junto a todo sacerdote",
en su misión de ministro
del Único Mediador Jesucristo:
Oh "Madre de los Sacerdotes",
"Socorro y Mediadora"
de todas las gracias.
Amén.