CONGREGACION PARA EL CLERO

DIRECTORIO GENERAL PARA LA CATEQUESIS



QUINTA PARTE

Capítulo II

La formación para el servicio de la catequesis
La pastoral de catequistas en la Iglesia particular
Importancia de la formación de los catequistas
Finalidad y naturaleza de la formación de los catequistas
Criterios inspiradores de la formación de los catequistas
Las dimensiones de la formación: el ser, el saber, el saber hacer
Madurez humana, cristiana y apostólica de los catequistas
La formación bíblico-teológica del catequista
Las ciencias humanas en la formación de los catequistas
Criterios que pueden inspirar el empleo de las ciencias humanas en la formación de los catequistas
La formación pedagógica
La formación de los catequistas dentro de las comunidades cristianas
Escuelas de catequistas y Centros superiores para peritos en catequesis


CAPITULO II

La formación para el servicio de la catequesis

La pastoral de catequistas en la Iglesia particular

233. Para el buen funcionamiento del ministerio catequético en la Iglesia particular es preciso contar, ante todo, con una adecuada pastoral de los catequistas. En ella varios aspectos deben ser tenidos en cuenta. Se ha de tratar, en efecto, de:

– Suscitar en las parroquias y comunidades cristianas vocaciones para la catequesis. En los tiempos actuales, en los que las necesidades de catequización son cada vez más diferenciadas, hay que promover diferentes tipos de catequistas. « Se requerirán, por tanto, catequistas especializados ». (113) Conviene determinar los criterios de elección.

– Promover un cierto número de « catequistas a tiempo pleno », que puedan dedicarse a la catequesis de manera más intensa y estable, (114) junto a la promoción de « catequistas de tiempo parcial », que ordinariamente serán los más numerosos.

– Establecer una distribución más equilibrada de los catequistas entre los sectores de destinatarios que necesitan catequesis. La toma de conciencia de la necesidad de una catequesis de jóvenes y adultos, por ejemplo, obligará a establecer un mayor equilibrio respecto al número de catequistas que se dedican a la infancia y adolescencia.

– Promover animadores responsables de la acción catequética, que asuman responsabilidades en el nivel diocesano, zonal o parroquial. (115)

– Organizar adecuadamente la formación de los catequistas, tanto en lo que concierne a la formación básica inicial como a la formación permanente.

– Cuidar la atención personal y espiritual de los catequistas y del grupo de catequistas como tal. Esta acción compete, principal y fundamentalmente, a los sacerdotes de las respectivas comunidades cristianas.

– Coordinar a los catequistas con los demás agentes de pastoral en las comunidades cristianas, a fin de que la acción evangelizadora global sea coherente y el grupo de catequistas no quede aislado de la vida de la comunidad.

Importancia de la formación de los catequistas

234. Todos estos quehaceres nacen de la convicción de que cualquier actividad pastoral que no cuente para su realización con personas verdaderamente formadas y preparadas, pone en peligro su calidad. Los instrumentos de trabajo no pueden ser verdaderamente eficaces si no son utilizados por catequistas bien formados. Por tanto, la adecuada formación de los catequistas no puede ser descuidada en favor de la renovación de los textos y de una mejor organización de la catequesis. (116)

En consecuencia, la pastoral catequética diocesana debe dar absoluta prioridad a la formación de los catequistas laicos. Junto a ello, y como elemento realmente decisivo, se deberá cuidar al máximo la formación catequética de los presbíteros, tanto en los planes de estudio de los seminarios como en la formación permanente. Se recomienda encarecidamente a los Obispos que esta formación sea exquisitamente cuidada.

Finalidad y naturaleza de la formación de los catequistas

235. La formación trata de capacitar a los catequistas para transmitir el Evangelio a los que desean seguir a Jesucristo. La finalidad de la formación busca, por tanto, que el catequista sea lo más apto posible para realizar un acto de comunicación: « La cima y el centro de la formación de catequistas es la aptitud y habilidad de comunicar el mensaje evangélico ». (117)

La finalidad cristocéntrica de la catequesis, que busca propiciar la comunión con Jesucristo en el convertido, impregna toda la formación de los catequistas. (118) Lo que ésta persigue, en efecto, no es otra cosa que lograr que el catequista pueda animar eficazmente un itinerario catequético en el que, mediante las necesarias etapas: anuncie a Jesucristo; dé a conocer su vida, enmarcándola en el conjunto de la Historia de la salvación; explique su misterio de Hijo de Dios, hecho hombre por nosotros; y ayude, finalmente, al catecúmeno o al catequizando a identificarse con Jesucristo en los sacramentos de iniciación. (119) En la catequesis permanente, el catequista no hace sino ahondar en estos aspectos básicos.

Esta perspectiva cristológica incide directamente en la identidad del catequista y en su preparación. « La unidad y armonía del catequista se deben leer desde esta perspectiva cristocéntrica, y han de construirse en base a una familiaridad profunda con Cristo y con el Padre en el Espíritu ». (120)

236. El hecho de que la formación busque capacitar al catequista para transmitir el Evangelio en nombre de la Iglesia confiere a toda la formación una naturaleza eclesial. La formación de los catequistas no es otra cosa que un ayudar a éstos a sumergirse en la conciencia viva que la Iglesia tiene hoy del Evangelio, capacitándoles así para transmitirlo en su nombre.

Más en concreto, el catequista —en su formación— entra en comunión con esa aspiración de la Iglesia que, como esposa, « conserva pura e íntegramente la fe prometida al Esposo » (121) y, como « madre y maestra », quiere transmitir el Evangelio en toda su autenticidad, adaptándolo a todas las culturas, edades y situaciones. Esta eclesialidad de la transmisión del Evangelio impregna toda la formación de los catequistas, confiriéndole su verdadera naturaleza.

Criterios inspiradores de la formación de los catequistas

237. Para concebir de manera adecuada la formación de los catequistas hay que tener en cuenta, previamente, una serie de criterios inspiradores que configuran con diferentes acentos dicha formación:

– Se trata, ante todo, de formar catequistas para las necesidades evangelizadoras de este momento histórico con sus valores, sus desafíos y sus sombras. Para responder a él se necesitan catequistas dotados de una fe profunda, (122) de una clara identidad cristiana y eclesial (123) y de una honda sensibilidad social. (124) Todo plan formativo ha de tener en cuenta estos aspectos.

– La formación tendrá presente, también, el concepto de catequesis que hoy propugna la Iglesia. Se trata de formar a los catequistas para que puedan impartir no sólo una enseñanza sino una formación cristiana integral, desarrollando tareas de « iniciación, de educación y de enseñanza ». (125) Se necesitan catequistas que sean, a un tiempo, maestros, educadores y testigos.

– El momento catequético que vive la Iglesia invita, también, a preparar catequistas integradores, que sepan superar « tendencias unilaterales divergentes » (126) y ofrecer una catequesis plena y completa. Han de saber conjugar la dimensión veritativa y significativa de la fe, la ortodoxia y la ortopraxis, el sentido social y eclesial. La formación ha de ayudar a que los polos de estas tensiones se fecunden mutuamente.

– La formación de los catequistas laicos no puede ignorar el carácter propio del laico en la Iglesia y no debe ser concebida como mera síntesis de la formación propia de los sacerdotes o de los religiosos. Al contrario, se tendrá muy en cuenta que « su formación recibe una característica especial por su misma índole secular, propia del laicado, y por el carácter propio de su espiritualidad ».

– Finalmente, la pedagogía utilizada en esta formación tiene una importancia fundamental. Como criterio general hay que decir que debe existir una coherencia entre la pedagogía global de la formación del catequista y la pedagogía propia de un proceso catequético. Al catequista le sería muy difícil improvisar, en su acción catequética, un estilo y una sensibilidad en los que no hubiera sido iniciado durante su formación.

Las dimensiones de la formación: el ser, el saber, el saber hacer

238. La formación de los catequistas comprende varias dimensiones. La más profunda hace referencia al ser del catequista, a su dimensión humana y cristiana. La formación, en efecto, le ha de ayudar a madurar, ante todo, como persona, como creyente y como apóstol. Después está lo que el catequista debe saber para desempeñar bien su tarea.

Esta dimensión, penetrada de la doble fidelidad al mensaje y a la persona humana, requiere que el catequista conozca bien el mensaje que transmite y, al mismo tiempo, al destinatario que lo recibe y al contexto social en que vive. Finalmente, está la dimensión del saber hacer, ya que la catequesis es un acto de comunicación. La formación tiende a hacer del catequista un educador del hombre y de la vida del hombre. (127)

Madurez humana, cristiana y apostólica de los catequistas

239. Apoyado en una madurez humana inicial, (128) el ejercicio de la catequesis, constantemente discernido y evaluado, permitirá al catequista crecer en equilibrio afectivo, en sentido crítico, en unidad interior, en capacidad de relación y de diálogo, en espíritu constructivo y en trabajo de equipo. (129) Se procurará, sobre todo, hacerle crecer en el respeto y amor hacia los catecúmenos y catequizandos: « ¿De qué amor se trata? Mucho más que el de un pedagogo; es el amor de un padre: más aún, el de una madre. Tal es el amor que el Señor espera de cada anunciador del Evangelio, de cada constructor de la Iglesia ». (130)

La formación cuidará, al mismo tiempo, que el ejercicio de la catequesis alimente y nutra la fe del catequista, haciéndole crecer como creyente. Por eso, la verdadera formación alimenta, ante todo, la espiritualidad del propio catequista, (131) de modo que su acción brote, en verdad, del testimonio de su vida. Cada tema catequético que se imparte debe nutrir, en primer lugar, la fe del propio catequista. En verdad, uno catequiza a los demás catequizándose antes a sí mismo.

La formación, también, alimentará constantemente la conciencia apostólica del catequista, su sentido evangelizador. Para ello ha de conocer y vivir el proyecto de evangelización concreto de su Iglesia diocesana y el de su parroquia, a fin de sintonizar con la conciencia que la Iglesia particular tiene de su propia misión. La mejor forma de alimentar esta conciencia apostólica es identificarse con la figura de Jesucristo, maestro y formador de discípulos, tratando de hacer suyo el celo por el Reino que Jesús manifestó. A partir del ejercicio de la catequesis, la vocación apostólica del catequista, alimentada con una formación permanente, irá constantemente madurando.

La formación bíblico-teológica del catequista

240. Además de testigo, el catequista debe ser maestro que enseña la fe. Una formación bíblico-teológica adecuada le proporcionará un conocimiento orgánico del mensaje cristiano, articulado en torno al misterio central de la fe que es Jesucristo. El contenido de esta formación doctrinal viene pedido por los elementos inherentes a todo proceso orgánico de catequesis:

– las tres grandes etapas de la Historia de la salvación: Antiguo Testamento, vida de Jesucristo e historia de la Iglesia;

– los grandes núcleos del mensaje cristiano: Símbolo, liturgia, moral y oración. En el nivel propio de una enseñanza teológica, el contenido doctrinal de la formación de un catequista es el mismo que el que la catequesis debe transmitir. Por otra parte, la Sagrada Escritura deberá ser « como el alma de toda esta formación ». (132) El Catecismo de la Iglesia Católica, será referencia doctrinal fundamental de toda la formación, juntamente con el Catecismo de la propia Iglesia particular o local.

241. Esta formación bíblico-teológica debe reunir algunas cualidades:

a) En primer lugar, es preciso que sea una formación de carácter sintético, que corresponda al anuncio que se ha de transmitir, y donde los diferentes elementos de la fe cristiana aparezcan, trabados y unidos, en una visión orgánica que respete la « jerarquía de verdades ».

b) Esta síntesis de fe ha de ser tal que ayude al catequista a madurar en su propia fe, al tiempo que le capacite para dar razón de la esperanza en un tiempo de misión: « Se revela hoy cada vez más urgente la formación doctrinal de los fieles laicos, no sólo por el natural dinamismo de la profundización de su fe, sino también por la exigencia de dar razón de la esperanza que hay en ellos, frente al mundo y sus graves y complejos problemas ». (133)

c) Debe ser una formación teológica muy cercana a la experiencia humana, capaz de relacionar los diferentes aspectos del mensaje cristiano con la vida concreta de los hombres y mujeres, « ya sea para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del Evangelio ». (134) De alguna forma, y manteniéndose como enseñanza teológica, debe adoptar un talante catequético.

d) Finalmente ha de ser tal que el catequista « pueda no sólo transmitir con exactitud el mensaje evangélico, sino también capacitar a los mismos catequizandos para recibir ese mensaje de manera activa y poder discernir lo que, en su vida espiritual, es conforme a la fe ». (135)

Las ciencias humanas en la formación de los catequistas

242. El catequista adquiere el conocimiento del hombre y de la realidad en la que vive por medio de las ciencias humanas, que han alcanzado en nuestros días un incremento extraordinario. « Hay que conocer y emplear suficientemente en el trabajo pastoral no sólo los principios teológicos sino también los descubrimientos de las ciencias profanas, sobre todo en psicología y sociología, llevando así a los fieles a una más pura y madura vida de fe ». (136)

Es necesario que el catequista entre en contacto al menos con algunos elementos fundamentales de la psicología: los dinamismos psicológicos que mueven al hombre, la estructura de la personalidad, las necesidades y aspiraciones más hondas del corazón humano, la psicología evolutiva y las etapas del ciclo vital humano, la psicología religiosa y las experiencias que abren al hombre al misterio de lo sagrado...

Las ciencias sociales proporcionan el conocimiento del contexto socio-cultural en que vive el hombre y que afecta decisivamente a su vida. Por eso es necesario que en la formación de los catequistas se haga « un análisis de las condiciones sociológicas, culturales y económicas, en tanto que estos datos de la vida colectiva pueden tener una gran influencia en el proceso de la evangelización ». (137)

Junto a estas ciencias recomendadas explícitamente por el Concilio Vaticano II, otras ciencias han de estar presentes, de un modo u otro, en la formación de los catequistas, especialmente las ciencias de la educación y ciencias de la comunicación. Criterios que pueden inspirar el empleo de las ciencias humanas en la formación de los catequistas

243. Estos son:

a) El respeto a la autonomía de las ciencias: « La Iglesia afirma la autonomía legítima de la cultura humana y especialmente la de las ciencias ». (138)

b) El discernimiento evangélico de las diferentes tendencias o escuelas psicológicas, sociológicas y pedagógicas: sus valores y sus límites.

c) El estudio de las ciencias humanas —en la formación de los catequistas— no es un fin en sí mismo. La toma de conciencia de la situación existencial, psicológica, cultural y social del hombre, se hace con vistas a la fe en que se le quiere educar. (139)

d) La teología y las ciencias humanas, en la formación de catequistas, deben fecundarse mutuamente. En consecuencia hay que evitar que estas ciencias se conviertan en la única norma para la pedagogía de la fe, prescindiendo de los criterios teológicos que dimanan de la misma pedagogía divina. Son disciplinas fundamentales y necesarias, pero siempre al servicio de una acción evangelizadora que no es sólo humana. (140)

La formación pedagógica

244. Junto a las dimensiones que conciernen al ser y al saber, la formación de los catequistas, ha de cultivar también la del saber hacer. El catequista es un educador que facilita la maduración de la fe que el catecúmeno o el catequizando realiza con la ayuda del Espíritu Santo. (141)

Lo primero que hay que tener en cuenta en este decisivo aspecto de la formación es respetar la pedagogía original de la fe. En efecto, el catequista se prepara para facilitar el crecimiento de una experiencia de fe de la que él no es dueño. Ha sido depositada por Dios en el corazón del hombre y de la mujer. La tarea del catequista es solo cultivar ese don, ofrecerlo, alimentarlo y ayudarlo a crecer. (142)

La formación tratará de que madure en el catequista la capacidad educativa, que implica: la facultad de atención a las personas, la habilidad para interpretar y responder a la demanda educativa, la iniciativa de activar procesos de aprendizaje y el arte de conducir a un grupo humano hacia la madurez. Como en todo arte, lo más importante es que el catequista adquiera su estilo propio de dar catequesis, acomodando a su propia personalidad los principios generales de la pedagogía catequética. (143)

245. Más en concreto: el catequista, particularmente el dedicado de modo más pleno a la catequesis, habrá de capacitarse para saber programar -en el grupo de catequistas- la acción educativa, ponderando las circunstancias, elaborando un plan realista y, después de realizarlo, evaluándolo críticamente. (144) También ha de ser capaz de animar un grupo, sabiendo utilizar con discernimiento las técnicas de animación grupal que ofrece la psicología.

Esta capacidad educativa y este saber hacer, con los conocimientos, actitudes y técnicas que lleva consigo, « pueden adquirirse mejor, si se imparten al mismo tiempo que se realizan, por ejemplo durante las reuniones tenidas para preparar y revisar las sesiones de catequesis ». (145)

El fin y la meta ideal es procurar que los catequistas se conviertan en protagonistas de su propio aprendizaje, situando la formación bajo el signo de la creatividad y no de una mera asimilación de pautas externas. Por eso debe ser una formación muy cercana a la práctica: hay que partir de ella para volver a ella. (146)

La formación de los catequistas dentro de las comunidades cristianas

246. Entre los cauces de formación de los catequistas destaca, ante todo, la propia comunidad cristiana. Es en ella donde el catequista experimenta su vocación y donde alimenta constantemente su sentido apostólico. En la tarea de asegurar su maduración progresiva como creyente y testigo, la figura del sacerdote es fundamental. (147)

247. Una comunidad cristiana puede realizar varios tipos de acciones formativas en favor de sus catequistas:

a) Una de ellas consiste en alimentar constantemente la vocación eclesial de los catequistas, fomentando en ellos la conciencia de ser enviados por la Iglesia.

b) También es muy importante procurar la maduración de la fe de los propios catequistas, a través del cauce normal con el que la comunidad educa en la fe a sus agentes de pastoral y a los laicos más comprometidos. (148) Cuando la fe de los catequistas no es todavía madura, es aconsejable que participen en un proceso de tipo catecumenal para jóvenes y adultos. Puede ser el proceso ordinario de la propia comunidad o uno creado expresamente para ellos.

c) La preparación inmediata de la catequesis, realizada con el grupo de catequistas, es un medio formativo excelente, sobre todo si va seguida de una evaluación de todo lo experimentado en las sesiones de catequesis.

d) También pueden realizarse, dentro del marco de la comunidad, otras actividades formativas: cursos de sensibilización a la catequesis, por ejemplo a comienzo del año pastoral; retiros y convivencias en los tiempos fuertes del año litúrgico (149); cursos monográficos sobre temas que parezcan necesarios o urgentes; una formación doctrinal más sistemática, por ejemplo estudiando el Catecismo de la Iglesia Católica... Son actividades de formación permanente que, junto al trabajo personal del catequista, aparecen como muy convenientes. (150)

Escuelas de catequistas y Centros superiores para peritos en catequesis

248. La asistencia a una Escuela de catequistas (151) es un momento particularmente importante, dentro del proceso formativo de un catequista. En muchos lugares tales escuelas funcionan a un doble nivel: para « catequistas de base » (152) y para « responsables de catequesis ».

Escuelas de catequistas de base

249. Estas escuelas tienen la finalidad de proporcionar una formación catequética, orgánica y sistemática, de carácter básico y fundamental. Durante un tiempo suficientemente prolongado, se cultivan las dimensiones más específicamente catequéticas de la formación: el mensaje cristiano, el conocimiento del hombre y del contexto sociocultural y la pedagogía de la fe.

Las ventajas de esta formación orgánica son grandes y conciernen a:

– su sistematicidad, al tratarse de una formación menos absorbida por lo inmediato de la acción;

– su calidad, al contar con formadores especializados;

– su integración con catequistas de diferentes comunidades, que fomentan la comunión eclesial.

Escuelas para responsables

250. A fin de favorecer la preparación de los responsables de la catequesis en parroquias o zonas, así como para aquellos catequistas que se van a dedicar más estable y plenamente a la catequesis, (153) es conveniente a nivel diocesano o interdiocesano promover escuelas para responsables.

El nivel de estas escuelas será, obviamente, más exigente. Es frecuente que en ellas, junto a un tronco formativo común, se cultivarán aquellas especializaciones catequéticas que la diócesis juzgue particularmente necesarias en su circunstancia.

Puede ser también oportuno, por economía de medios y posibilidades, que la orientación de estas escuelas esté dirigida, más ampliamente, a los responsables de las diversas acciones pastorales, convirtiéndose en Centros de formación de agentes de pastoral. Sobre una base formativa común (doctrinal y antropológica), las especializaciones vendrán pedidas por las diferentes acciones pastorales o apostólicas que se van a encomendar a tales agentes.

Centros superiores para peritos en catequesis

251. Una formación catequética de nivel superior, a la que puedan acceder también sacerdotes, religiosos y laicos, es de una importancia vital para la catequesis. Por ello, se renueva el deseo de « fomentar o crear Institutos superiores de pastoral catequética con objeto de preparar catequistas idóneos para dirigir la catequesis a nivel diocesano o dentro de las actividades a las que se dedican las congregaciones religiosas. Estos institutos superiores podrán ser nacionales o incluso internacionales. Deben asemejarse a los estudios universitarios en lo tocante al plan de estudios, duración de los cursos y condiciones de admisión ». (154)

Aparte de formar a los que van a asumir responsabilidades directivas en la catequesis, estos Institutos prepararán también a los profesores de catequética para seminarios, casas de formación o escuelas de catequistas. Tales institutos se dedicarán, igualmente, a promover la correspondiente investigación catequética.

252. Este nivel de formación es muy apto para una fecunda colaboración entre las Iglesias: « Aquí es donde podrá manifestar su mayor eficacia la ayuda material ofrecida por las Iglesias más acomodadas a sus hermanas más pobres. En efecto, ¿puede una Iglesia hacer algo mejor en favor de otra que ayudarla a crecer por sí misma como Iglesia? ». (155)

Obviamente, esta colaboración debe inspirarse en un delicado respeto por las peculiaridades de las Iglesias más pobres y por su propia responsabilidad. Es muy conveniente, en el campo diocesano o interdiocesano, tomar conciencia de la necesidad de formar personas en este nivel superior, como se procura hacer para otras actividades eclesiales o para la enseñanza de otras disciplinas.


(113) GCM 5.

(114) El Concilio Vaticano II distingue dos tipos de catequistas: los «catequistas con plena dedica-

ción» y los « catequistas auxiliares » (cf AG 17). Esta distinción es retomada en GCM 4, con la terminología de « catequistas a tiempo pleno » y « catequistas a tiempo parcial ».

(115) Cf GCM 5.

(116) Cf DCG (1971) 108a.

(117) DCG (1971) 111.

(118) Cf CT 5. Este texto define la finalidad cristocéntrica de la catequesis. Este hecho determina el

cristocentrismo del contenido de la catequesis, el cristocentrismo de la respuesta del destinatario, el sí a Jesucristo y el cristocentrismo de la espiritualidad del catequista y de su formación.

(119) Se señalan aquí las cuatro etapas del catecumenado bautismal con una perspectiva cristocén- trica.

(120) GCM 20.

(121) LG 64.

(122) DCG (1971) 114.

(123) Cf GCM 7.

(124) Cf GCM 13.

(125) DCG (1971) 31.

(126) CT 52; cf CT 22.

(127) Cf CT 22d.

(128) Cf GCM 21.

(129) Las cualidades humanas que sugiere GCM son las siguientes: facilidad de relaciones humanas y de diálogo, idoneidad para la comunicación, disponibilidad para colaborar, función de guía, serenidad de juicio, comprensión y realismo, capacidad para consolar y hacer recobrar la esperanza... (cf 21).

(130) EN 79.

(131) Cf ChL 60.

(132) DCG (1971) 112. GCM 23 subraya la importancia primordial de la Sagrada Escritura en la formación de los catequistas: « La Sagrada Escritura deberá seguir siendo la materia principal de la enseñanza y constituir el alma de todo el estudio teológico. Esta ha de intensificarse cuanto sea necesario » (23).

(133) ChL 60c.

(134) CT 22.

(135) DCG (1971) 112.

(136) GS 62b.

(137) DCG (1971) 100.

(138) GS 59. (139) « La enseñanza de las ciencias humanas plantea difíciles cuestiones respecto a su selección y método, dado el número y diversidad de estas disciplinas. Puesto que se trata de formar catequistas y no especialistas en psicología, la norma a seguir es distinguir y seleccionar lo que les puede ayudar directamente a adquirir la capacidad de comunicar » (DCG, 1971, 112).

(140) Un texto fundamental para la utilización de las ciencias humanas en la formación de los catequistas sigue siendo esta recomendación del concilio Vaticano II en GS 62: « Los fieles deben vivir estrechamente unidos a los otros hombres de su tiempo y procurar comprender perfectamente su forma de pensar y sentir que se expresan por medio de la cultura. Deben armonizar los conocimientos de las nuevas ciencias y doctrinas y de los más recientes descubrimientos con la moral cristiana y la enseñanza de la doctrina cristiana, para que la cultura religiosa y la rectitud de espíritu avancen en ellos al mismo paso que el conocimiento de las ciencias y los avances diarios de la técnica, y así ellos mismos sean capaces de examinar e interpretar todas las cosas con íntegro sentido cristiano »

(141) La importancia de la pedagogía ha sido subrayada por CT 58: « Entre las numerosas y presti- giosas ciencias del hombre que han progresado enormemente en nuestros días, la pedagogía es ciertamente una de las más importantes... La ciencia de la educación y el arte de enseñar son objeto de continuos replanteamientos con miras a una mejor adaptación o a una mayor eficacia ».

(142) Cf CT 58.

(143) Cf DCG (1971) 113.

(144) Ibidem..

(145) DCG (1971) 112.

(146) Cf GCM 28.

(147) «Los sacerdotes y los religiosos deben ayudar a los fieles laicos en su formación. En este sentido, los Padres del Sínodo han invitado a los presbíteros y a los candidatos a las sagradas órdenes a prepararse cuidadosamente para ser capaces de favorecer la vocación y misión de los laicos » (ChL 61).

(148) Cf ChL 61.

(149) «Se recomiendan, asimismo, las iniciativas parroquiales... que tienen por objeto la formación

interior de los catequistas, como las escuelas de oración, las convivencias fraternas y de coparticipación espiritual y los retiros espirituales. Estas iniciativas no aíslan a los catequistas, sino que les ayudan a crecer en la espiritualidad propia y en la comunión entre ellos » (GCM 22).

(150) Cf DCG (1971) 110.

(151) Cf para lo que se refiere a escuelas de catequistas en tierras de misión: AG 17c; RM 73; CIC 785 y GCM 30. Para la Iglesia en general ver DCG (1971) 109.

(152) La expresión « catequista de base » es utilizada en DCG (1971) 112C.

(153) Cf DCG (1971) 109b.

(154) DCG (1971) 109a.

(155) CT 71a.