CONGREGACION PARA EL CLERO

DIRECTORIO GENERAL PARA LA CATEQUESIS



Segunda parte
EL MENSAJE EVANGÉLICO
Significado y finalidad de esta parte

Capítulo I

Normas y criterios para la presentación del mensaje evangélico en la catequesis
La Palabra de Dios, fuente de la catequesis
La fuente y « las fuentes » del mensaje de la catequesis
Los criterios para la presentación del mensaje
El cristocentrismo del mensaje evangélico
El cristocentrismo trinitario del mensaje evangélico
Un mensaje que anuncia la salvación
Un mensaje de liberación
La eclesialidad del mensaje evangélico
Carácter histórico del misterio de la salvación
La inculturación del mensaje evangélico
La integridad del mensaje evangélico
Un mensaje orgánico y jerarquizado
Un mensaje significativo para la persona humana
Principio metodológico para la presentación del mensaje


  SECUNDA PARTE

EL MENSAJE EVANGELICO

« Padre, ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo » (Jn 17, 3).

« Jesús proclamaba la Buena Nueva de Dios: ‘El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: convertíos y creed en la Buena Nueva » (Mc 1,14-15).

« Os recuerdo el Evangelio que os proclamé... Lo primero que os transmití, como lo había recibido, fue esto: Que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras » (1 Co 15, 1-4).

Significado y finalidad de esta parte

92. La fe cristiana, por la que una persona da el « sí » a Jesucristo, puede ser considerada en un doble aspecto:

– Como adhesión a Dios que se revela, hecha bajo el influjo de la gracia. En este caso la fe consiste en entregarse a la Palabra de Dios y confiarse a ella (fides qua).

– Como contenido de la Revelación y del mensaje evangélico. La fe, en este sentido, significa el empeño por conocer cada vez mejor el sentido profundo de esa Palabra (fides quae). Estos dos aspectos, por su propia naturaleza, no pueden separarse. La maduración y crecimiento de la fe exigen que ambas dimensiones progresen orgánica y coherentemente. Sin embargo, por razones metodológicas, ambos pueden considerarse separadamente. (296)

93. En esta segunda parte se trata del contenido del mensaje evangélico (fides quae).

– En el capítulo primero se indican las normas y criterios que debe seguir la catequesis para fundamentar, formular y exponer su propio contenido. Cada forma del ministerio de la Palabra, en efecto, ordena y presenta el mensaje evangélico con arreglo a su carácter propio.

– El capítulo segundo se refiere al contenido de la fe tal como se expone en el Catecismo de la Iglesia Católica, que es texto de referencia doctrinal para la catequesis. Se ofrecen por ello algunas indicaciones que puedan ayudar a asimilar e interiorizar el Catecismo, así como a situarlo dentro de la acción catequizadora de la Iglesia. Igualmente, se presentan algunos criterios para que, en referencia al Catecismo de la Iglesia Católica, se elaboren en las Iglesias particulares Catecismos locales que, guardando la unidad de la fe, tengan debidamente en cuenta las diversas situaciones y culturas.

CAPITULO I

Normas y criterios para la presentación del mensaje evangélico
en la catequesis

« Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales » (Dt 6,4-9). « Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros » (Jn 1,14).

La Palabra de Dios, fuente de la catequesis

94. La fuente de donde la catequesis toma su mensaje es la misma Palabra de Dios:

« La catequesis extraerá siempre su contenido de la fuente viva de la Palabra de Dios, transmitida mediante la Tradición y la Escritura, dado que la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen el único depósito sagrado de la Palabra de Dios confiado a la Iglesia ». (297)

Este « depósito de la fe » (298) es como el arca del padre de la casa, que ha sido confiado a la Iglesia, la familia de Dios, y de donde ella saca continuamente lo viejo y lo nuevo. (299) Todos los hijos del Padre, animados por su Espíritu, se nutren de este tesoro de la Palabra. Ellos saben que la Palabra de Dios es Jesucristo, el Verbo hecho hombre y que su voz sigue resonando por medio del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo. La Palabra de Dios, por admirable « condescendencia » (300) divina, se dirige y llega a nosotros a través de « obras y palabras » humanas, « a la manera como un día el Verbo del Padre eterno, al tomar la carne de la flaqueza humana, se hizo semejante a los hombres ». (301) Sin dejar de ser Palabra de Dios, se expresa en palabra humana. Cercana, permanece sin embargo velada, en estado « kenótico ». Por eso la Iglesia, guiada por el Espíritu, necesita interpretarla continuamente y, al tiempo que la contempla con profundo espíritu de fe, « la escucha piadosamente, la custodia santamente y la anuncia fielmente ». (302)

La fuente y « las fuentes » del mensaje de la catequesis (303)

95. La Palabra de Dios contenida en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura:

– es meditada y comprendida cada vez más profundamente por el sentido de la fe de todo el Pueblo de Dios, bajo la guía del Magisterio, que la enseña con autoridad;

– se celebra en la liturgia, donde constantemente es proclamada, escuchada, interiorizada y comentada;

– resplandece en la vida de la Iglesia, en su historia bimilenaria, sobre todo en el testimonio de los cristianos, particularmente de los santos;

– es profundizada en la investigación teológica, que ayuda a los creyentes a avanzar en la inteligencia vital de los misterios de la fe;

– se manifiesta en los genuinos valores religiosos y morales que, como semillas de la Palabra, están esparcidos en la sociedad humana y en las diversas culturas.

96. Todas éstas son las fuentes, principales o subsidiarias, de la catequesis, las cuales de ninguna manera deben ser tomadas en un sentido unívoco. (304) La Sagrada Escritura « es Palabra de Dios en cuanto que, por inspiración del Espíritu Santo, se consigna por escrito »; (305) y la Sagrada Tradición « transmite íntegramente a los sucesores de los apóstoles la Palabra de Dios que fue a éstos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo ». (306) El Magisterio tiene la función de « interpretar auténticamente la Palabra de Dios », (307) realizando —en nombre de Jesucristo— un servicio eclesial fundamental. Tradición, Escritura y Magisterio, íntimamente entrelazados y unidos, son, « cada uno a su modo », (308) fuentes principales de la catequesis.

Las « fuentes » de la catequesis tienen cada una su propio lenguaje, que queda plasmado en una rica variedad de « documentos de la fe ». La catequesis es tradición viva de esos documentos: (309) perícopas bíblicas, textos litúrgicos, escritos de los Padres de la Iglesia, formulaciones del Magisterio, símbolos de fe, testimonios de santos, reflexiones teológicas.

La fuente viva de la Palabra de Dios y las « fuentes » que de ella derivan y en las que ella se expresa, proporcionan a la catequesis los criterios para transmitir su mensaje a todos aquellos que han tomado la decisión de seguir a Jesucristo.

Los criterios para la presentación del mensaje

97. Los criterios para presentar el mensaje evangélico en la catequesis están íntimamente relacionados entre sí, pues brotan de una única fuente.

– El mensaje, centrado en la persona de Jesucristo (cristocentrismo), por su propia dinámica interna, introduce en la dimensión trinitaria del mismo mensaje.

– El anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios, centrado en el don de la salvación, implica un mensaje de liberación.

– El carácter eclesial del mensaje remite a su carácter histórico, pues la catequesis —como el conjunto de la evangelización— se realiza en el « tiempo de la Iglesia ».

– El mensaje evangélico, por ser Buena Nueva destinada a todos los pueblos, busca la inculturación, la cual se logrará en profundidad sólo si el mensaje se presenta en toda su integridad y pureza.

– El mensaje evangélico es necesariamente un mensaje orgánico, con su jerarquía de verdades. Es esta visión armónica del Evangelio la que convierte en acontecimiento profundamente significativo para la persona humana.

Aunque estos criterios son válidos para todo el ministerio de la Palabra, aquí se presentan referidos en relación a la catequesis.

El cristocentrismo del mensaje evangélico

98. Jesucristo no sólo transmite la Palabra de Dios: El es la Palabra de Dios. Por eso, la catequesis —toda ella— está referida a El. En este sentido, lo que caracteriza al mensaje que transmite la catequesis es, ante todo, el « cristocentrismo », (310) que debe entenderse en varios sentidos:

– En primer lugar, significa que « en el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús de Nazaret, Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad ». (311) En realidad, la tarea fundamental de la catequesis es mostrar a Cristo: todo lo demás, en referencia a El. Lo que, en definitiva, busca es propiciar el seguimiento de Jesucristo, la comunión con El: cada elemento del mensaje tiende a ello.

– El cristocentrismo, en segundo lugar, significa que Cristo está « en el centro de la historia de la salvación », (312) que la catequesis presenta. El es, en efecto, el acontecimiento último hacia el que converge toda la historia salvífica. El, venido en « la plenitud de los tiempos » (Ga 4,4), es « la clave, el centro y el fin de toda la historia humana ». (313) El mensaje catequético ayuda al cristiano a situarse en la historia, y a insertarse activamente en ella, al mostrar cómo Cristo es el sentido último de esta historia.

– El cristocentrismo significa, igualmente, que el mensaje evangélico no proviene del hombre sino que es Palabra de Dios. La Iglesia, y en su nombre todo catequista, puede decir con verdad: « Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado » (Jn 7,16). Por eso, lo que transmite la catequesis es « la enseñanza de Jesucristo, la verdad que El comunica o, más exactamente, la Verdad que El es ». (314) El cristocentrismo obliga a la catequesis a transmitir lo que Jesús enseña acerca de Dios, del hombre, de la felicidad, de la vida moral, de la muerte... sin permitirse cambiar en nada su pensamiento. (315)

Los evangelios, que narran la vida de Jesús, están en el centro del mensaje catequético. Dotados ellos mismos de una « estructura catequética », (316) manifiestan la enseñanza que se proponía a las primitivas comunidades cristianas y que transmitía la vida de Jesús, su mensaje y sus acciones salvadoras. En la catequesis, « los cuatro evangelios ocupan un lugar central, pues su centro es Cristo Jesús ». (317)

El cristocentrismo trinitario del mensaje evangélico

99. La Palabra de Dios, encarnada en Jesús de Nazaret, Hijo de María Virgen, es la Palabra del Padre, que habla al mundo por medio de su Espíritu. Jesús remite constantemente al Padre, del que se sabe Hijo Único, y al Espíritu Santo, por el que se sabe Ungido. El es el « camino » que introduce en el misterio íntimo de Dios. (318) El cristocentrismo de la catequesis, en virtud de su propia dinámica interna, conduce a la confesión de la fe en Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es un cristocentrismo esencialmente trinitario. Los cristianos, en el Bautismo, quedan configurados con Cristo, « Uno de la Trinidad », (319) y esta configuración sitúa a los bautizados, « hijos en el Hijo », en comunión con el Padre y con el Espíritu Santo. Por eso su fe es radicalmente trinitaria. «El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana». (320)

100. El cristocentrismo trinitario del mensaje evangélico impulsa a la catequesis a cuidar, entre otros, los siguientes aspectos:

– La estructura interna de la catequesis, en cualquier modalidad de presentación, será siempre cristocéntrico-trinitaria: « Por Cristo al Padre en el Espíritu ». (321) Una catequesis que omitiese una de estas dimensiones o desconociese su orgánica unión, correría el riesgo de traicionar la originalidad del mensaje cristiano. (322)

– Siguiendo la misma pedagogía de Jesús, en su revelación del Padre, de sí mismo como Hijo y del Espíritu Santo, la catequesis mostrará la vida íntima de Dios, a partir de sus obras salvíficas en favor de la humanidad. (323) Las obras de Dios revelan quién es Él en sí mismo y, a la vez, el misterio de su ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Sucede así, analógicamente, en las relaciones humanas: las personas se revelan en su obrar y, a medida que las conocemos mejor, comprendemos mejor su conducta. (324)

– La presentación del ser íntimo de Dios revelado por Jesús, uno en esencia y trino en personas, mostrará las implicaciones vitales para la vida de los seres humanos. Confesar a un Dios único significa que « el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal ». (325) Significa, también, que la humanidad, creada a imagen de un Dios que es « comunión de personas », está llamada a ser una sociedad fraterna, compuesta por hijos de un mismo Padre, iguales en dignidad personal. Las implicaciones humanas y sociales de la concepción cristiana de Dios son inmensas. (326) La Iglesia, al profesar su fe en la Trinidad y anunciarla al mundo, se comprende a sí misma como « una muchedumbre reunida por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo ». (327)

Un mensaje que anuncia la salvación

101. El mensaje de Jesús sobre Dios es una buena noticia para la humanidad. Jesús, en efecto, anunció el Reino de Dios: (328) una nueva y definitiva intervención divina, con un poder transformador tan grande, y aún mayor, que el que utilizó en la creación del mundo. (329) En este sentido, « como núcleo y centro de la Buena Nueva, Cristo anuncia la salvación: ese gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es sobre todo liberación del pecado y del maligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por El, de verlo, de entregarse a El ». (330)

La catequesis transmite este mensaje del Reino, central en la predicación de Jesús. Y al hacerlo, este mensaje « se profundiza poco a poco y se desarrolla en sus corolarios implícitos », (331) mostrando las grandes repercusiones que tiene para las personas y para el mundo.

102. En esta explicitación del kerigma evangélico de Jesús, la catequesis subraya los siguientes aspectos fundamentales:

– Jesús, con la llegada del Reino, anuncia y revela que Dios no es un ser distante e inaccesible, « no es un poder anónimo y lejano », (332) sino que es el Padre, que está en medio de sus criaturas actuando con su amor y poder. Este testimonio acerca de Dios como Padre, ofrecido de una manera sencilla y directa, es fundamental en la catequesis.

– Jesús indica, al mismo tiempo, que Dios con su reinado ofrece el don de la salvación integral: libera del pecado, introduce en la comunión con el Padre, otorga la filiación divina y promete la vida eterna, venciendo a la muerte. (333) Esta salvación integral es, a un tiempo, inmanente y escatológica, ya que « comienza ciertamente en esta vida, pero tiene su cumplimiento en la eternidad ». (334)

– Jesús, al anunciar el Reino, anuncia la justicia de Dios: proclama el juicio divino y nuestra responsabilidad. El anuncio del juicio de Dios, con su poder de formación de las conciencias, es contenido central del Evangelio y buena noticia para el mundo. Lo es para el que sufre la falta de justicia y para todo el que lucha por implantarla; lo es, también, para el que no ha sabido amar y ser solidario, porque es posible la penitencia y el perdón, ya que en la cruz de Cristo se nos gana la redención del pecado. La llamada a la conversión y a creer en el Evangelio del Reino, que es reino de justicia, amor y paz, y a cuya luz seremos juzgados, es fundamental para la catequesis.

– Jesús declara que el Reino de Dios se inaugura con él, en su propia persona. (335) Revela, en efecto, que él mismo, constituido Señor, asume la realización de ese Reino hasta que lo entregue, consumado plenamente, al Padre, cuando venga de nuevo en su gloria. (336) « El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor se consumará su perfección ». (337) Jesús indica, así mismo, que la comunidad de sus discípulos, su Iglesia, «constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra » (338) y que, como fermento en la masa, lo que ella desea es que el Reino de Dios crezca en el mundo como un árbol frondoso, incorporando a todos los pueblos y a todas las culturas. « La Iglesia está efectiva y concretamente al servicio del Reino ». (339)

– Jesús manifiesta, finalmente, que la historia de la humanidad no camina hacia la nada sino que, con sus aspectos de gracia y pecado, es —en El— asumida por Dios para ser transformada. Ella, en su actual peregrinar hacia la casa del Padre, ofrece ya un bosquejo del mundo futuro donde, asumida y purificada, quedará consumada. « La evangelización no puede menos de incluir el anuncio profético de un más allá, vocación profunda y definitiva del hombre, en continuidad y discontinuidad a la vez con la situación presente ». (340)

Un mensaje de liberación

103. La Buena Nueva del Reino de Dios, que anuncia la salvación, incluye un mensaje de liberación. (341) Al anunciar este Reino, Jesús se dirigía de una manera muy particular a los pobres: « Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Dichosos los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Dichosos los que lloráis ahora, porque reiréis » (Lc 6,20-21). Estas bienaventuranzas de Jesús, dirigidas a los que sufren, son un anuncio escatológico de la salvación que el Reino trae consigo. Ellas apuntan a esa experiencia tan lacerante a la que el Evangelio es tan sensible: la pobreza, el hambre y el sufrimiento de la humanidad.

La comunidad de los discípulos de Jesús, la Iglesia, participa hoy de la misma sensibilidad que tuvo su Maestro. Con profundo dolor se fija en esos « pueblos empeñados con todas sus energías en el esfuerzo y en la lucha por superar todo aquello que les condena a quedar al margen de la vida: hambres, enfermedades crónicas, analfabetismo, depauperación, injusticia en las relaciones internacionales, ... situaciones de neocolonialismo económico y cultural ». (342) Todas las formas de pobreza, « no sólo económica sino también cultural y religiosa », (343) preocupan a la Iglesia.

Como dimensión importante de su misión, la Iglesia « tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos entre los cuales hay muchos hijos suyos; el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total ». (344)

104. Para preparar a los cristianos a esta tarea, la catequesis cuidará, entre otros, los siguientes aspectos:

– Situará el mensaje de liberación en la perspectiva de « la finalidad específicamente religiosa de la evangelización », (345) ya que ésta perdería su razón de ser « si se desviara del eje religioso que la dirige: ante todo el Reino de Dios, en su sentido plenamente teológico ». (346) Por eso, el mensaje de la liberación « no puede reducirse a la simple y estrecha dimensión económica, política, social o cultural, sino que debe abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios ». (347)

– La catequesis, en la tarea de la educación moral, presentará la moral social cristiana como una exigencia y una consecuencia de « la liberación radical obrada por Cristo ». (348) Esta es, en efecto, la Buena Nueva que los cristianos profesan, con el corazón lleno de esperanza: Cristo ha liberado al mundo y continúa liberándolo. Aquí se genera la praxis cristiana, que es el cumplimiento del gran mandamiento del amor.

– Igualmente, en la tarea de la iniciación a la misión, la catequesis suscitará en los catecúmenos y en los catequizandos « la opción preferencial por los pobres » (349) que, « lejos de ser un signo de particularismo o de sectarismo, manifiesta la universalidad del ser y de la misión de la Iglesia. Dicha opción no es exclusiva », (350) sino que lleva consigo « el compromiso por la justicia según la función, vocación y circunstancias de cada uno ». (351)

La eclesialidad del mensaje evangélico

105. La naturaleza eclesial de la catequesis confiere al mensaje evangélico que transmite un intrínseco carácter eclesial. La catequesis tiene su origen en la confesión de fe de la Iglesia y conduce a la confesión de fe del catecúmeno y del catequizando. La primera palabra oficial que la Iglesia dirige al bautizando adulto, después de interesarse por su nombre, es preguntarle: « ‘Qué pides a la Iglesia de Dios? ». « La fe », es la respuesta del candidato. (352) El catecúmeno sabe, en efecto, que el Evangelio que ha descubierto y desea conocer, está vivo en el corazón de los creyentes. La catequesis no es otra cosa que el proceso de transmisión del Evangelio tal como la comunidad cristiana lo ha recibido, lo comprende, lo celebra, lo vive y lo comunica de múltiples formas.

Por eso, cuando la catequesis transmite el misterio de Cristo, en su mensaje resuena la fe de todo el Pueblo de Dios a lo largo de la historia: la de los apóstoles, que la recibieron del mismo Cristo y de la acción del Espíritu Santo; la de los mártires, que la confesaron y la confiesan con su sangre; la de los santos, que la vivieron y viven en profundidad; la de los Padres y doctores de la Iglesia, que la enseñaron luminosamente; la de los misioneros, que la anuncian sin cesar; la de los teólogos, que ayudan a comprenderla mejor; la de los pastores, en fin, que la custodian con celo y amor y la enseñan e interpretan auténticamente. En verdad, en la catequesis está presente la fe de todos los que creen y se dejan conducir por el Espíritu Santo.

106. Esta fe, transmitida por la comunidad eclesial, es una sola. Aunque los discípulos de Jesucristo forman una comunidad dispersa por todo el mundo y aunque la catequesis transmite la fe en lenguajes culturales muy diferentes, el Evangelio que se entrega es sólo uno, la confesión de fe es única y uno sólo el Bautismo: « un solo Señor, una sola fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre de todos » (Ef 4,5).

La catequesis es, así, en la Iglesia, el servicio que introduce a los catecúmenos y catequizandos en la unidad de la confesión de fe. (353) Por su propia naturaleza alimenta el vínculo de la unidad, (354) creando la conciencia de pertenecer a una gran comunidad que ni el espacio ni el tiempo pueden limitar: « Desde el justo Abel hasta el último elegido; hasta los extremos de la tierra; hasta la consumación del mundo ». (355)

Carácter histórico del misterio de la salvación

107. La confesión de fe de los discípulos de Jesucristo brota de una Iglesia peregrina, enviada en misión. No es aún la proclamación gloriosa del final del camino, sino la que corresponde al « tiempo de la Iglesia ». (356) La « economía de la salvación » tiene un carácter histórico, pues se realiza en el tiempo: « empezó en el pasado, se desarrolló y alcanzó su cumbre en Cristo; despliega su poder en el presente; y espera su consumación en el futuro ». (357)

Por eso la Iglesia, al transmitir hoy el mensaje cristiano desde la viva conciencia que tiene de él, guarda constante « memoria » de los acontecimientos salvíficos del pasado, narrándolos de generación en generación. A su luz, interpreta los acontecimientos actuales de la historia humana, donde el Espíritu de Dios renueva la faz de la tierra y permanece en una espera confiada de la venida del Señor. En la catequesis patrística, la narración (narratio) de las maravillas obradas por Dios y la espera (expectatio) del retorno de Cristo acompañaban siempre la exposición (explanatio) de los misterios de la fe. (358)

108. El carácter histórico del mensaje cristiano obliga a la catequesis a cuidar estos aspectos:

– Presentar la historia de la salvación por medio de una catequesis bíblica que dé a conocer las « obras y palabras » con las que Dios se ha revelado a la humanidad: las grandes etapas del Antiguo Testamento, con las que preparó el camino del Evangelio; (359) la vida de Jesús, Hijo de Dios, encarnado en el seno de María que con sus hechos y enseñanzas llevó a plenitud la Revelación; (360) y la historia de la Iglesia, transmisora de esa Revelación. Esta historia, leída desde la fe, es también parte fundamental del contenido de la catequesis.

– Al explicar el Símbolo de la fe y el contenido de la moral cristiana por medio de una catequesis doctrinal, el mensaje evangélico ha de iluminar el « hoy » de la historia de la salvación. En efecto, « el ministerio de la Palabra no sólo recuerda la revelación de las maravillas de Dios hechas en el pasado... sino que, al mismo tiempo, interpreta, a la luz de esta revelación, la vida de los hombres de nuestra época, los signos de los tiempos y las realidades de este mundo, ya que en ellos se realiza el designio de Dios para la salvación de los hombres ». (361)

– Situar los sacramentos dentro de la historia de la salvación por medio de una catequesis mistagógica, que « relee y revive los acontecimientos de la historia de la salvación en el « hoy » de la liturgia ». (362) Esta referencia al « hoy » histórico-salvífico es esencial en esta catequesis. Se ayuda, así, a catecúmenos y catequizandos « a abrirse a la inteligencia « espiritual » de la economía de la salvación ». (363)

– Las « obras y palabras » de la Revelación remiten al « misterio contenido en ellas ». (364) La catequesis ayudará a hacer el paso del signo al misterio. Llevará a descubrir, tras la humanidad de Jesús, su condición de Hijo de Dios; tras la historia de la Iglesia, su misterio como « sacramento de salvación »; tras los « signos de los tiempos », las huellas de la presencia y de los planes de Dios. La catequesis mostrará, así, el conocimiento propio de la fe, « que es un conocimiento por medio de signos ». (365)

La inculturación del mensaje evangélico (366)

109. La Palabra de Dios se hizo hombre, hombre concreto, situado en el tiempo y en el espacio, enraizado en una cultura determinada: « Cristo, por su encarnación, se unió a las concretas condiciones sociales y culturales de los hombres con quienes convivió ». (367) Esta es la originaria « inculturación » de la Palabra de Dios y el modelo referencial para toda la evangelización de la Iglesia, « llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la cultura y de las culturas ». (368)

La « inculturación » (369) de la fe, por la que se « asumen en admirable intercambio todas las riquezas de las naciones dadas a Cristo en herencia », (370) es un proceso profundo y global y un camino lento. (371) No es una mera adaptación externa que, para hacer más atrayente el mensaje cristiano, se limitase a cubrirlo de manera decorativa con un barniz superficial. Se trata, por el contrario, de la penetración del Evangelio en los niveles más profundos de las personas y de los pueblos, afectándoles « de una manera vital, en profundidad y hasta las mismas raíces » (372) de sus culturas.

En este trabajo de inculturación, sin embargo, las comunidades cristianas deberán hacer un discernimiento: se trata de « asumir », (373) por una parte, aquellas riquezas culturales que sean compatibles con la fe; pero se trata también, por otra parte, de ayudar a « sanar » (374) y « transformar » (375) aquellos criterios, líneas de pensamiento o estilos de vida que estén en contraste con el Reino de Dios. Este discernimiento se rige por dos principios básicos: « la compatibilidad con el Evangelio de las varias culturas a asumir y la comunión con la Iglesia universal ». (376) Todo el pueblo de Dios debe implicarse en este proceso, que « necesita una gradualidad para que sea verdaderamente expresión de la experiencia cristiana de la comunidad ». (377)

110. En esta inculturación de la fe, a la catequesis, se le presentan en concreto diversas tareas. Entre ellas cabe destacar:

– Considerar a la comunidad eclesial como principal factor de inculturación. Una expresión, y al mismo tiempo un instrumento eficaz de esta tarea, es el catequista que, junto a un sentido religioso profundo, debe poseer una viva sensibilidad social y estar bien enraizado en su ambiente cultural. (378)

– Elaborar unos Catecismos locales que respondan « a las exigencias que dimanan de las diferentes culturas », (379) presentando el Evangelio en relación a las aspiraciones, interrogantes y problemas que en esas culturas aparecen.

– Realizar una oportuna inculturación en el Catecumenado y en las instituciones catequéticas, incorporando con discernimiento el lenguaje, los símbolos y los valores de la cultura en que están enraizados los catecúmenos y catequizandos.

– Presentar el mensaje cristiano de modo que capacite para «dar razón de la esperanza» (1 P 3,15) a los que han de anunciar el Evangelio en medio de unas culturas a menudo ajenas a lo religioso, y a veces postcristianas. Una apologética acertada, que ayude al diálogo « fe-cultura », se hace imprescindible.

La integridad del mensaje evangélico

111. En la tarea de la inculturación de la fe, la catequesis debe transmitir el mensaje evangélico en toda su integridad y pureza. Jesús anuncia el Evangelio íntegramente: « Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer » (Jn 15,15). Y esta misma integridad la exige Cristo de sus discípulos, al enviarles a la misión: « Enseñadles a guardar todo lo que yo os he mandado » (Mt 28,19). Por eso, un criterio fundamental de la catequesis es el de salvaguardar la integridad del mensaje, evitando presentaciones parciales o deformadas del mismo: « A fin de que la «oblación de su fe» sea perfecta, el que se hace discípulo de Cristo tiene derecho a recibir la «palabra de la fe» no mutilada, falsificada o disminuida, sino completa e integral, en todo su rigor y su vigor ». (380)

112. Dos dimensiones íntimamente unidas subyacen a este criterio. Se trata, en efecto de:

– Presentar el mensaje evangélico íntegro, sin silenciar ningún aspecto fundamental o realizar una selección en el depósito de la fe. (381) La catequesis, al contrario, « debe procurar diligentemente proponer con fidelidad el tesoro íntegro del mensaje cristiano ». (382) Esto debe hacerse, sin embargo, gradualmente, siguiendo el ejemplo de la pedagogía divina, con la que Dios se ha ido revelando de manera progresiva y gradual. La integridad debe compaginarse con la adaptación.

La catequesis, en consecuencia, parte de una sencilla proposición de la estructura íntegra del mensaje cristiano, y la expone de manera adaptada a la capacidad de los destinatarios. Sin limitarse a esta exposición inicial, la catequesis, gradualmente, propondrá el mensaje de manera cada vez más amplia y explícita, según la capacidad del catequizando y el carácter propio de la catequesis. (383) Estos dos niveles de exposición íntegra del mensaje son denominados « integridad intensiva » e « integridad extensiva ».

– Presentar el mensaje evangélico auténtico, en toda su pureza, sin reducir sus exigencias, por temor al rechazo; y sin imponer cargas pesadas que él no incluye, pues el yugo de Jesús es suave. (384)

Este criterio acerca de la autenticidad está íntimamente vinculado al de la inculturación, porque ésta tiene la función de « traducir » (385) lo esencial del mensaje a un determinado lenguaje cultural. En esta necesaria tarea, se da siempre una tensión: « la evangelización pierde mucho de su fuerza si no toma en consideración al pueblo concreto al que se dirige », pero también « corre el riesgo de perder su alma y desvanecerse si se vacía o desvirtúa su contenido, bajo el pretexto de traducirlo ». (386)

113. En esta compleja relación entre inculturación e integridad del mensaje cristiano, el criterio que debe seguirse es el de una actitud evangélica de « apertura misionera para la salvación integral del mundo ». (387) Esta actitud debe saber conjugar la aceptación de los valores verdaderamente humanos y religiosos, por encima de cerrazones inmovilistas, con el compromiso misionero de anunciar toda la verdad del evangelio, por encima de fáciles acomodaciones que llevarían a desvirtuar el Evangelio y a secularizar la Iglesia. La autenticidad evangélica excluye ambas actitudes, contrarias al verdadero sentido de la misión.

Un mensaje orgánico y jerarquizado

114. El mensaje que transmite la catequesis tiene « un carácter orgánico y jerarquizado », (388) constituyendo una síntesis coherente y vital de la fe. Se organiza en torno al misterio de la Santísima Trinidad, en una perspectiva cristocéntrica, ya que este misterio es « la fuente de todos los otros misterios de la fe y la luz que los ilumina ». (389) A partir de él, la armonía del conjunto del mensaje requiere una « jerarquía de verdades », (390) por ser diversa la conexión de cada una de ellas con el fundamento de la fe cristiana. Ahora bien « esta jerarquía no significa que algunas verdades pertenezcan a la fe menos que otras, sino que algunas verdades se apoyan en otras como más principales y son iluminadas por ellas ». (391)

115. Todos los aspectos y dimensiones del mensaje cristiano participan de esta organicidad jerarquizada:

– La historia de la salvación, al narrar las «maravillas de Dios» (mirabilia Dei), las que hizo, hace y hará por nosotros, se organiza en torno a Jesucristo, « centro de la historia de la salvación ». (392) La preparación al Evangelio, en el Antiguo Testamento, la plenitud de la Revelación en Jesucristo, y el tiempo de la Iglesia, estructuran toda la historia salvífica, de la que la creación y la escatología son su principio y su fin.

– El Símbolo apostólico muestra cómo la Iglesia ha querido siempre presentar el misterio cristiano en una síntesis vital. Este símbolo es el resumen y la clave de lectura de toda la Escritura y de toda la doctrina de la Iglesia, que se ordena jerárquicamente en torno a él. (393)

– Los sacramentos son, también, un todo orgánico, que como fuerzas regeneradoras brotan del misterio pascual de Jesucristo, « formando un organismo en el que cada sacramento particular tiene su lugar vital ». (394) La Eucaristía ocupa en este cuerpo orgánico un puesto único, hacia el que los demás sacramentos están ordenados: se presenta como « sacramento de los sacramentos ». (395)

– El doble mandamiento del amor, a Dios y al prójimo, es —en el mensaje moral— la jerarquía de valores que el propio Jesús estableció: « De estos mandamientos pende toda la Ley y los Profetas » (Mt 22, 40). El amor a Dios y al prójimo, que resumen el decálogo, si son vividos con el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas, constituyen la carta magna de la vida cristiana que Jesús proclamó en el sermón del Monte. (396)

– El Padre nuestro, condensando la esencia del Evangelio, sintetiza y jerarquiza las inmensas riquezas de oración contenidas en la Sagrada Escritura y en toda la vida de la Iglesia. Esta oración, propuesta a sus discípulos por el propio Jesús, trasluce la confianza filial y los deseos más profundos con que una persona puede dirigirse a Dios. (397)

Un mensaje significativo para la persona humana

116. La Palabra de Dios, al hacerse hombre, asume la naturaleza humana en todo menos en el pecado. De este modo, Jesucristo que es « imagen de Dios invisible » (Col 1,15), es también el hombre perfecto. De ahí que « en realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado ». (398)

La catequesis, al presentar el mensaje cristiano, no sólo muestra quién es Dios y cuál es su designio salvífico, sino que, como hizo el propio Jesús, muestra también plenamente quién es el hombre al propio hombre y cuál es su altísima vocación. (399) La revelación, en efecto, « no está aislada de la vida, ni yuxtapuesta artificialmente a ella. Se refiere al sentido último de la existencia y la ilumina, ya para inspirarla ya para juzgarla, a la luz del Evangelio ». (400)

La relación del mensaje cristiano con la experiencia humana no es puramente metodológica, sino que brota de la finalidad misma de la catequesis, que busca la comunión de la persona humana con Jesucristo. Jesús, en su vida terrena, vivió plenamente su humanidad: « trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre ». (401) Pues bien, « todo lo que Cristo vivió, hace que podamos vivirlo en El y que El lo viva en nosotros ». (402) La catequesis actúa sobre esta identidad de experiencia humana entre Jesús, Maestro, y el discípulo, y enseña a pensar como El, obrar como El, amar como El. (403) Vivir la comunión con Cristo es hacer la experiencia de la vida nueva de la gracia. (404)

117. Por esta razón, eminentemente cristológica, la catequesis, al presentar el mensaje cristiano, « debe preocuparse por orientar la atención de los hombres hacia sus experiencias de mayor importancia, tanto personales como sociales, siendo tarea suya plantear, a la luz del Evangelio, los interrogantes que brotan de ellas, de modo que se estimule el justo deseo de transformar la propia conducta ». (405) En este sentido:

– En la primera evangelización, propia del precatecumenado o de la precatequesis, el anuncio del Evangelio se hará siempre en íntima conexión con la naturaleza humana y sus aspiraciones, mostrando cómo satisface plenamente al corazón humano. (406)

– En la catequesis bíblica, se ayudará a interpretar la vida humana actual a la luz de las experiencias vividas por el pueblo de Israel, por Jesucristo y por la comunidad eclesial, en la cual el Espíritu de Cristo resucitado vive y opera continuamente.

– En la explicitación del Símbolo, la catequesis mostrará cómo los grandes temas de la fe (creación, pecado original, Encarnación, Pascua, Pentecostés, escatología...) son siempre fuente de vida y de luz para el ser humano.

– La catequesis moral, al presentar en qué consiste la vida digna del Evangelio (407) y promover las bienaventuranzas evangélicas como espíritu que impregna al decálogo, las enraizará en las virtudes humanas, presentes en el corazón del hombre. (408)

– En la catequesis litúrgica, deberá ser constante la referencia a las grandes experiencia humanas, significadas por los signos y los símbolos de la acción litúrgica a partir de la cultura judía y cristiana. (409)

Principio metodológico para la presentación del mensaje (410)

118. Las normas y criterios señalados en este capítulo y « que pertenecen a la exposición del contenido de la catequesis, deben ser aplicadas en las diferentes formas de catequesis: es decir, en la catequesis bíblica y litúrgica, en el resumen doctrinal, en la interpretación de las situaciones de la existencia humana, etc. ». (411)

De estos criterios y normas, sin embargo, no puede deducirse el orden que hay que guardar en la exposición del contenido. En efecto, « es posible que en la situación actual de la catequesis, razones de método o de pedagogía aconsejen organizar la comunicación de las riquezas del contenido de la catequesis de un modo más bien que de otro ». (412) Se puede partir de Dios para llegar a Cristo, y al contrario; igualmente, se puede partir del hombre para llegar a Dios, y al contrario. La adopción de un orden determinado en la presentación del mensaje debe condicionarse a las circunstancias y a la situación de fe del que recibe la catequesis.

Hay que escoger el itinerario pedagógico más adaptado a las circunstancias por las que atraviesa la comunidad eclesial o los destinatarios concretos a los que se dirige la catequesis. De aquí la necesidad de investigar cuidadosamente y de encontrar los caminos y los modos que mejor respondan a las diversas situaciones.

Corresponde a los Obispos dar normas más precisas en esta materia y aplicarlas mediante Directorios catequéticos, Catecismos para diferentes edades y situaciones culturales, y con otros medios que parezcan oportunos. (413)


296) Cf DCG (1971) 36a.

(297) CT 27.

(298) DV 10a y b; cf 1 Tm 6,20; 2 Tm 1,14.

(299) Cf Mt 13,52.

(300) DV 13.

(301) Ibidem.

(302) DV 10.

(303) Como se ve, se emplean ambas expresiones: la fuente y las fuentes de la catequesis. Se habla de « la » fuente de la catequesis para subrayar la unicidad de la Palabra de Dios, recordando la concepción de la Revelación en Dei Verbum. Se ha seguido a CT 27, que habla también de la fuente de la catequesis. Se ha mantenido, no obstante, la expresión las fuentes, siguiendo el ordinario uso catequético de la expresión, para indicar los lugares concretos de donde la catequesis extrae su mensaje; cf DCG (1971) 45.

(304) Cf DCG (1971) 45b.

(305) DV 9.

(306) Ibidem.

(307) DV 10b.

(308) DV 10c.

(309) Cf MPD 9.

(310) Cf CEC 426-429; CT 5-6; DCG (1971) 40.

(311) CT 5.

(312) DCG (1971) 41a. 39. 40. 44.

(313) GS 10.

(314) CT 6.

(315) Cf 1 Co 15,1-4; EN 15e.f.

(316) CT 11b.

(317) CEC 139.

(318) Cf Jn 14,6.

(319) La expresión « Uno de la Trinidad » fue utilizada por el V Concilio ecuménico en Constantinopla (a. 553): cf Constantinopolitano II, Sesión VIII, can. 4: Dz 424. Ha sido recordada en CEC 468.

(320) CEC 234; cf CEC 2157.

(321) DCG (1971) 41; cf Ef 2,18.

(322) Cf DCG (1971) 41.

(323) Cf CEC 258. 236 y 259.

(324) Cf CEC 236.

(325) CEC 450.

(326) Cf CEC 1702.1878. Sollicitudo Rei Socialis (n. 40) utiliza la expresión « modelo de unidad », al referirse a este tema. El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2845), habla de la comunión de la Stma. Trinidad como « la fuente y el criterio de verdad en toda relación ».

(327) LG 4b, que cita textualmente a S. Cipriano, De dominica oratione 23: CCL 3A2, 105.

(328) Cf EN 11-14; RM 12-20; CEC 541-556.

(329) La liturgia de la Iglesia lo expresa así en la Vigilia pascual: « ... ilumina a tus hijos por tí redimidos para que comprendan cómo la creación del mundo, en el comienzo de los siglos, no fue obra de mayor grandeza que el sacrificio pascual de Cristo Señor en la plenitud de los tiempos » (Misal Romano, Vigilia Pascual, Oración después de la Primera Lectura).

(330) EN 9.

(331) CT 25.

(332) EN 26.

(333) Este don salvífico confiere « la justificación por la gracia de la fe y de los sacramentos de la Iglesia. Esta gracia libera del pecado e introduce en la comunión con Dios » (LC 52).

(334) EN 27.

(335) Cf LG 3 y 5.

(336) Cf RM 16.

(337) GS 39.

(338) LG 5.

(339) RM 20.

(340) EN 28.

(341) Cf EN 30-35.

(342) EN 30.

(343) CA 57; cf CEC 2444.

(344) EN 30.

(345) EN 32; cf SRS 41 y RM 58.

(346) EN 32.

(347) EN 33; cf LC: Esta Instrucción constituye una referencia obligada para la catequesis.

(348) LC 71.

(349) CA 57; LC 68; cf SRS 42; CEC 2443-2449.

(350) LC 68.

(351) SRS 41; cf LC 77. Por su parte, el Sínodo de 1971 abordó un tema de fundamental importancia para la catequesis: « La educación para la justicia »: cf Documentos del Sinodo de los Obispos, II: De Iustititia in mundo, III: l.c. 835-937.

(352) RICA 75; cf CEC 1253.

(353) Cf CEC 172-175 donde, inspirándose en S. Ireneo de Lyon, se analiza toda la riqueza implicada en la realidad del « una sola fe ».

(354) CEC 815: « La unidad de la Iglesia peregrina está asegurada por vínculos visibles de comunión: la profesión de una misma fe recibida de los Apóstoles; la celebración común del culto divino, sobre todo de los sacramentos; la sucesión apostólica por el sacramento del orden, que conserva la concordia fraterna de la familia de Dios ».

(355) EN 61, recogiendo los testimonios de S. Gregorio Magno y de la Didache.

(356) CEC 1076.

(357) DCG (1971) 44.

(358) Al fundamentar el contenido de la catequesis en la narración de los acontecimientos salvadores, los Santos Padres querían enraizar el cristianismo en el tiempo, mostrando que era historia salvífica y no mera filosofía religiosa; y que Cristo era el centro de esa historia.

(359) CEC 54-64. En estos textos del Catecismo de la Iglesia Católica, que son referencia fundamental para la catequesis bíblica, se indican las etapas más importantes de la Revelación, en las cuales el tema de la Alianza es clave. Cf CEC 1081 y 1093.

(360) Cf DV 4.

(361) DCG (1971) 11.

(362) CEC 1095; cf CEC 1075. 1116. 129-130. 1093-1094.

(363) CEC 1095. El Catecismo de la Iglesia Católica en el n.1075 indica el carácter inductivo de esta « catequesis mistagógica » pues « procede » de lo visible a lo invisible, del signo al significado, de los ?sacramentos’ a los «misterios» ».

(364) DV 2.

(365) DCG (1971) 72; cf CEC 39-43.

(366) Cf Cuarta Parte, cap. 5.

(367) AG 10; cf AG 22a.

(368) CT 53 cf EN 20.

(369) El término « inculturación » ha sido asumido por diversos documentos del Magisterio: cf CT 53 y RM 52-54. El concepto de « cultura », tanto en su sentido más general, como en su sentido « sociológico y etnológico » ha sido aclarado en GS 53; cf ChL 44a.

(370) AG 22a; cf LG 13 y 17; GS 53-62; DCG (1971) 37.

(371) Cf RM 52b que habla del « largo tiempo » que requiere la inculturación.

(372) EN 20; cf EN 63; RM 52.

(373) LG 13 utiliza la expresión: « favorece y asume (fovet et assumit) ».

(374) LG 17 se expresa de este modo: «sanar, elevar y perfeccionar (sanare, elevare et consum-

mare)».

(375) EN 19 afirma: « alcanzar y transformar ».

(376) RM 54a.

(377) RM 54b.

(378) Cf GCM 12.

(379) Cf CEC 24.

(380) CT 30.

(381) Ibidem.

(382) DCG (1971) 38a.

(383) Cf DCG (1971) 38b.

(384) Cf Mt 11,30.

(385) EN 63, que utiliza las expresiones « transferre » y « translatio »; cf RM 53b.

(386) EN 63c; cf CT 53c y 31.

(387) Sínodo 1985, II,D,3; cf EN 65.

(388) CT 31 que, asímismo, trata la integridad del mensaje; cf DCG (1971) 39 y 43.

(389) CEC 234.

(390) UR 11.

(391) DCG (1971) 43.

(392) DCG (1971) 41.

(393) Acerca del símbolo de la fe, S. Cirilo de Jerusalén dice: « Esta síntesis de fe no ha sido hecha según las opiniones humanas, sino que de toda la Escritura ha sido recogido lo que hay en ella de más importante, para dar en su integridad la única enseñanza de la fe » (Catecheses illuminandorum 5,12: PG 33, 521). El texto ha sido recogido en CEC 186; cf CEC 194.

(394) CEC 1211.

(395) CEC 1211.

(396) S. Agustin presenta el sermón del Monte como « la carta perfecta de la vida cristiana... que contiene todos los preceptos propios para guiarla » (De sermone Domini in monte 1,1; CCL 35, 1; cf EN 8.

(397) El Padre nuestro es, en verdad, « el resumen de todo el Evangelio » (Tertuliano, De oratione, 1: CSEL 20, 181) « Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo que no esté incluído en la oración del Señor » (S. Agustín, Epístola 130, c.12: PL 33, 502): cf CEC 2761.

(398) GS 22a.

(399) Cf Ibidem.

(400) CT 22c; cf EN 29.

(401) GS 22b.

(402) CEC 521; cf CEC 519-521.

(403) Cf CT 20b.

(404) Cf Rom 6,4.

(405) DCG (1971) 74; cf CT 29.

(406) Cf AG 8a.

(407) Cf Fil 1,27.

(408) Cf CEC 1697.

(409) Cf CEC 1145-1152.

(410) Cf Tercera Parte, cap. 2.

(411) DCG (1971) 46.

(412) CT 31.

(413) Cf CIC 775, 1-3.