CONGREGACION PARA EL CLERO

DIRECTORIO GENERAL PARA LA CATEQUESIS



Primera parte
LA CATEQUESIS EN LA MISIÓN EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA
El mandato misionero de Jesús
Significado y finalidad de esta parte

Capítulo I

La Revelación y su transmisión mediante la evangelización
La Revelación del designio benevolente de Dios
La Revelación: hechos y palabras
Jesucristo, mediador y plenitud de la Revelación
La transmisión de la Revelación por medio de la Iglesia,
obra del Espíritu Santo
La evangelización
El proceso de la evangelización
El ministerio de la Palabra de Dios en la evangelización
Funciones y formas del ministerio de la Palabra de Dios
La conversión y la fe
El proceso de conversión permanente
Diferentes situaciones socio-religiosas ante la evangelización
Mutua conexión entre las acciones evangelizadoras correspondientes a estas situaciones


PRIMERA PARTE

LA CATEQUESIS EN LA MISION EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA

« Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda la creación » (Mc 16,15). « Id y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado » (Mt 28, 19-20).

« Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra » (Hch 1,8).

El mandato misionero de Jesús

34. Jesús, después de su resurrección, envió de parte del Padre al Espíritu Santo para que llevase a cabo desde dentro la obra de la salvación y animase a los discípulos a continuar su propia misión en el mundo entero, como él a su vez había sido enviado por el Padre. Él fue el primero y más grande evangelizador. Anunció el Reino de Dios,(66) como nueva y definitiva intervención divina en la historia, y definió este anuncio como « el Evangelio », es decir, la buena noticia. A él dedicó toda su existencia terrena: dio a conocer el gozo de pertenecer al Reino,(67) sus exigencias y su « carta magna »,(68) los misterios que encierra,(69) la vida fraterna de los que entran en él,(70) y su plenitud futura.(71)

Significado y finalidad de esta parte

35. Esta primera parte trata de definir el carácter propio de la catequesis. El capítulo primero, de fundamentación teológica, recuerda brevemente el concepto de Revelación expuesto en la Constitución conciliar Dei Verbum. Dicha concepción determina, de manera específica, el modo de concebir el ministerio de la Palabra. Los conceptos de Palabra de Dios, Evangelio, Reino de Dios y Tradición, presentes en esta Constitución dogmática, fundamentan el significado de catequesis. Junto a ellos, el concepto de evangelización es referente obligado para la catequesis. Su dinámica y sus elementos, son expuestos, con una nueva y profunda precisión, en la Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi.

El capítulo segundo sitúa a la catequesis en el marco de la evangelización y la pone en relación con las otras formas del ministerio de la Palabra de Dios. Gracias a esta relación se descubre más fácilmente el carácter propio de la catequesis.

El capítulo tercero analiza más directamente la catequesis en sí misma: su naturaleza eclesial, su finalidad vinculativa de comunión con Jesucristo, sus tareas, y la inspiración catecumenal que la anima.

La concepción que se tenga de la catequesis condiciona profundamente la selección y organización de sus contenidos (cognoscitivos, experienciales, comportamentales), precisa sus destinatarios y define la pedagogía que se requiere para la consecución de sus objetivos.

El término « catequesis » ha experimentado una evolución semántica durante los veinte siglos de la historia de la Iglesia. En este Directorio la concepción de catequesis se inspira en los Documentos del Magisterio Pontificio post-conciliar y, sobre todo, en Evangelii Nuntiandi, Catechesi Tradendae y Redemptoris Missio.

 

CAPITULO I

LA REVELACIÓN Y SU TRANSMISIÓN
MEDIANTE LA EVANGELIZACIÓN

« Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en Cristo,... dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su designio benevolente, que en El se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza » (Ef 1,3-10).

La Revelación del designio benevolente de Dios

36. « Dios, creando y conservando el universo por su Palabra, ofrece a los hombres en la creación un testimonio perenne de sí mismo ».(72) El hombre, que por su naturaleza y vocación es « capaz de Dios », cuando escucha el mensaje de las criaturas puede alcanzar la certeza de la existencia de Dios como causa y fin de todo y que El puede revelarse al hombre.

La Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II ha descrito la Revelación como el acto por el cual Dios se manifiesta personalmente a los hombres. Dios se muestra, en efecto, como quien quiere comunicarse a Sí mismo, haciendo a la persona humana partícipe de su naturaleza divina.(73) Es así como realiza su designio de amor. « Quiso Dios, en su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad... para invitar a los hombres a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía ».(74)

37. Este designio benevolente(75) del Padre, revelado plenamente en Jesucristo, se realiza con la fuerza del Espíritu Santo. Lleva consigo:

– la revelación de Dios, de su « verdad íntima »,(76) de su « secreto »,(77) así como de la verdadera vocación y dignidad de la persona humana;(78)

– el ofrecimiento de la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios,(79) que implica la liberación del mal, del pecado y de la muerte;(80)

– la definitiva llamada para reunir a todos los hijos dispersos en la familia de Dios, realizando así entre los hombres la unión fraterna.(81)

La Revelación: hechos y palabras

38. Dios, en su inmensidad, para revelarse a la persona humana, utiliza una pedagogía:(82) se sirve de acontecimientos y palabras humanas para comunicar su designio; y lo hace progresivamente, por etapas,(83) para mejor acercarse a los hombres. Dios, en efecto, obra de tal manera que los hombres llegan al conocimiento de su plan salvador mediante los acontecimientos de la historia de la salvación y las palabras divinamente inspiradas que los acompañan y explican.

« Este plan de la Revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas, de forma que

– las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan;

– a su vez, las palabras proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas ».(84)

39. También la evangelización, que transmite al mundo la Revelación, se realiza con obras y palabras. Es, a un tiempo, testimonio y anuncio, palabra y sacramento, enseñanza y compromiso.

La catequesis, por su parte, transmite los hechos y las palabras de la Revelación: debe proclamarlos y narrarlos y, al mismo tiempo, esclarecer los profundos misterios que contienen. Aún más, por ser la Revelación fuente de luz para la persona humana, la catequesis no sólo recuerda las maravillas de Dios hechas en el pasado sino que, a la luz de la misma Revelación, interpreta los signos de los tiempos y la vida de los hombres y mujeres, ya que en ellos se realiza el designio de Dios para la salvación del mundo.(85)

Jesucristo, mediador y plenitud de la Revelación

40. Dios se reveló progresivamente a los hombres, por medio de los profetas y de los acontecimientos salvíficos, hasta que culminó su revelación enviando a su propio Hijo:(86) « Jesucristo, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, y con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación ».(87)

Jesucristo no sólo es el mayor de los profetas sino que es el Hijo eterno de Dios hecho hombre. El es, por tanto, el acontecimiento último hacia el que convergen todos los acontecimientos de la historia de la salvación.(88) El es, en efecto, « la Palabra única, perfecta y definitiva del Padre ».(89)

41. El ministerio de la Palabra debe destacar esta admirable característica, propia de la economía de la Revelación: el Hijo de Dios entra en la historia de los hombres, asume la vida y la muerte humanas y realiza la alianza nueva y definitiva entre Dios y los hombres.

Es tarea propia de la catequesis mostrar quién es Jesucristo: su vida y su misterio, y presentar la fe cristiana como seguimiento de su persona.(90) Para ello, ha de apoyarse continuamente en los evangelios, que « son el corazón de toda la Escritura, por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador ».(91)

El hecho de que Jesucristo sea la plenitud de la Revelación es el fundamento del « cristocentrismo »(92) de la catequesis: el misterio de Cristo, en el mensaje revelado, no es un elemento más junto a otros, sino el centro a partir del cual los restantes elementos se jerarquizan y se iluminan.

La transmisión de la Revelación por medio de la Iglesia, obra del Espíritu Santo

42. La Revelación de Dios, culminada en Jesucristo, está destinada a toda la humanidad: « Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad » (1 Tm 2,4). En virtud de esta voluntad salvífica universal, Dios ha dispuesto que la Revelación se transmitiera a todos los pueblos, a todas las generaciones, y permaneciese íntegra para siempre.(93)

43. Para cumplir este designio divino, Jesucristo instituyó la Iglesia sobre el fundamento de los Apóstoles y, enviándoles de parte del Padre el Espíritu Santo, les mandó predicar el Evangelio por todo el mundo. Los Apóstoles, con palabras, obras y escritos, cumplieron fielmente este mandato.(94)

Esta Tradición apostólica se perpetúa en la Iglesia y por la Iglesia. Toda ella, pastores y fieles, vela por su conservación y transmisión. El Evangelio, en efecto, se conserva íntegro y vivo en la Iglesia: los discípulos de Jesucristo lo contemplan y meditan sin cesar, lo viven en su existencia diaria y lo anuncian en la misión. El Espíritu Santo fecunda constantemente la Iglesia en esta vivencia del Evangelio, la hace crecer continuamente en la inteligencia del mismo, y la impulsa y sostiene en la tarea de anunciarlo por todos los confines del mundo.(95)

44. La conservación íntegra de la Revelación, Palabra de Dios contenida en la Tradición y en la Escritura, así como su continua transmisión, están garantizadas en su autenticidad. El Magisterio de la Iglesia, sostenido por el Espíritu Santo y dotado del « carisma de la verdad », ejerce la función de « interpretar auténticamente la Palabra de Dios ».(96)

45. La Iglesia, « sacramento universal de salvación »,(97) movida por el Espíritu Santo, transmite la Revelación mediante la evangelización: anuncia la buena nueva del designio salvífico del Padre y, en los sacramentos, comunica los dones divinos.

A Dios que se revela se le debe la obediencia de la fe, por la cual el hombre se adhiere libremente al « Evangelio de la gracia de Dios » (Hch 20,24), con asentimiento pleno de la inteligencia y de la voluntad. Guiado por la fe, don del Espíritu, el hombre llega a contemplar y gustar al Dios del amor, que en Cristo ha revelado las riquezas de su gloria.(98)

La evangelización(99)

46. La Iglesia « existe para evangelizar », (100) esto es, para « llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad ». (101)

El mandato misionero de Jesús comporta varios aspectos, íntimamente unidos entre sí: « anunciad » (Mc 16,15), « haced discípulos y enseñad », (102) « sed mis testigos », (103) « bautizad », (104) « haced esto en memoria mía » (Lc 22,19), « amaos unos a otros » (Jn 15,12). Anuncio, testimonio, enseñanza, sacramentos, amor al prójimo, hacer discípulos: todos estos aspectos son vías y medios para la transmisión del único Evangelio y constituyen los elementos de la evangelización.

Algunos de estos elementos revisten una importancia tan grande que, a veces, se tiende a identificarlos con la acción evangelizadora. Sin embargo, « ninguna definición parcial y fragmentaria refleja la realidad rica, compleja y dinámica que comporta la evangelización ».(105) Se corre el riesgo de empobrecerla e, incluso, de mutilarla. Al contrario, ella debe desplegar « toda su integridad »(106) e incorporar sus intrínsecas bipolaridades: testimonio y anuncio,(107) palabra y sacramento,(108) cambio interior y transformación social.(109) Los agentes de la evangelización han de saber operar con una « visión global »(110) de la misma e identificarla con el conjunto de la misión de la Iglesia.(111)

El proceso de la evangelización

47. La Iglesia, aun conteniendo en sí permanentemente la plenitud de los medios de salvación, obra de modo gradual.(112) El decreto conciliar Ad Gentes ha clarificado bien la dinámica del proceso evangelizador: testimonio cristiano, diálogo y presencia de la caridad (nn. 11-12), anuncio del Evangelio y llamada a la conversión (n. 13), catecumenado e iniciación cristiana (n. 14), formación de la comunidad cristiana, por medio de los sacramentos, con sus ministerios (nn. 15-18). 113 Este es el dinamismo de la implantación y edificación de la Iglesia.

48. Según esto, hemos de concebir la evangelización como el proceso, por el que la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo, de tal modo que ella:

– Impulsada por la caridad, impregna y transforma todo el orden temporal, asumiendo y renovando las culturas; (114)

– da testimonio (115) entre los pueblos de la nueva manera de ser y de vivir que caracteriza a los cristianos;

– y proclama explícitamente el Evangelio, mediante el «primer anuncio », (116) llamando a la conversión.(117)

– Inicia en la fe y vida cristiana, mediante la « catequesis » (118) y los « sacramentos de iniciación », (119) a los que se convierten a Jesucristo, o a los que reemprenden el camino de su seguimiento, incorporando a unos y reconduciendo a otros a la comunidad cristiana.(120)

– Alimenta constantemente el don de la comunión (121) en los fieles mediante la educación permanente de la fe (homilía, otras formas del ministerio de la Palabra), los sacramentos y el ejercicio de la caridad;

– y suscita continuamente la misión, (122) al enviar a todos los discípulos de Cristo a anunciar el Evangelio, con palabras y obras, por todo el mundo.

49. El proceso evangelizador, (123) por consiguiente, está estructurado en etapas o « momentos esenciales »: (124) la acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequético-iniciatoria para los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana. (125) Estos momentos, sin embargo, no son etapas cerradas: se reiteran siempre que sea necesario, ya que tratan de dar el alimento evangélico más adecuado al crecimiento espiritual de cada persona o de la misma comunidad.

El ministerio de la Palabra de Dios en la evangelización

50. El ministerio de la Palabra (126) es elemento fundamental de la evangelización. La presencia cristiana en medio de los diferentes grupos humanos y el testimonio de vida necesitan ser esclarecidos y justificados por el anuncio explícito de Jesucristo, el Señor. «No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios ». (127) También quienes son ya discípulos de Cristo necesitan ser alimentados constantemente con la Palabra de Dios para crecer en su vida cristiana. (128)

El ministerio de la Palabra, al interior de la evangelización, transmite la Revelación por medio de la Iglesia, valiéndose de « palabras » humanas. Pero éstas siempre están referidas a las « obras »: a las que Dios realizó y sigue realizando, especialmente en la liturgia; al testimonio de vida de los cristianos; a la acción transformadora que éstos, unidos a tantos hombres de buena voluntad, realizan en el mundo. Esta palabra humana de la Iglesia es el medio de que se sirve el Espíritu Santo para continuar el diálogo con la humanidad. El es, efectivamente, el agente principal del ministerio de la Palabra y por quien « la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo ».(129) El ministerio de la Palabra se ejerce « de forma múltiple ».(130) La Iglesia, desde la época apostólica, (131) en su deseo de ofrecer la Palabra de Dios de la manera más conveniente, ha realizado este ministerio a través de formas muy variadas. (132) Todas ellas sirven para canalizar aquellas funciones básicas que el ministerio de la Palabra está llamado a desplegar.

Funciones y formas del ministerio de la Palabra de Dios

51. Las principales funciones del ministerio de la Palabra son las siguientes:

– Convocatoria y llamada a la fe

Es la función que más inmediatamente se desprende del mandato misionero de Jesús. Se realiza mediante el «primer anuncio», dirigido a los no creyentes: aquellos que han hecho una opción de increencia, los bautizados que viven al margen de la vida cristiana, los que pertenecen a otras religiones...(133) El despertar religioso de los niños, en las familias cristianas, es también una forma eminente de esta función.

– La función de iniciación

Aquel que, movido por la gracia, decide seguir a Jesucristo es « introducido en la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios ».(134) La Iglesia realiza esta función, fundamentalmente, por medio de la catequesis, en íntima relación con los sacramentos de la iniciación, tanto si van a ser recibidos como si ya se han recibido. Formas importantes son: la catequesis de adultos no bautizados, en el catecumenado; la catequesis de adultos bautizados que desean volver a la fe, o de los que necesitan completar su iniciación; la catequesis de niños y jóvenes, que tiene de por sí un carácter iniciatorio. También la educación cristiana familiar y la enseñanza religiosa escolar ejercen una función de iniciación.

– La educación permanente de la fe

En diversas regiones es llamada también « catequesis permanente ».(135) Se dirige a los cristianos iniciados en los elementos básicos, que necesitan alimentar y madurar constantemente su fe a lo largo de toda la vida. Es una función que se realiza a través de formas muy variadas: « sistemáticas y ocasionales, individuales y comunitarias, organizadas y espontáneas, etc. ».(136)

– La función litúrgica

El ministerio de la Palabra tiene, asímismo, una función litúrgica, ya que cuando se realiza al interior de una acción sagrada es parte integrante de la misma.(137) Este ministerio se expresa de modo eminente a través de la homilía. Otras formas, son las intervenciones y exhortaciones durante las celebraciones de la palabra. Hay que referirse también a la preparación inmediata a los diversos sacramentos y a las celebraciones sacramentales, sobre todo a la participación de los fieles en la Eucaristía, que es la forma frontal de la educación de la fe.

– La función teológica

Trata de desarrollar la inteligencia de la fe, situándose en la dinámica de la « fides quaerens intellectum », es decir, de la fe que busca entender.(138) La teología, para cumplir esta función, necesita confrontarse o dialogar con las formas filosóficas del pensamiento, con los humanismos que configuran la cultura y con las ciencias del hombre. Se canaliza a través de formas que promueven « la enseñanza sistemática y la investigación científica de las verdades de la fe ».(139)

52. Formas importantes del ministerio de la Palabra son: el primer anuncio o predicación misionera, la catequesis pre y post bautismal, la forma litúrgica y la forma teológica. Ocurre, a menudo, que tales formas —por circunstancias pastorales— deben asumir más de una función. La catequesis, por ejemplo, junto a su función de iniciación, debe asumir frecuentemente tareas misioneras. La misma homilía, según las circunstancias, convendrá que asuma las funciones de convocatoria y de iniciación orgánica.

La conversión y la fe

53. La evangelización, al anunciar al mundo la Buena Nueva de la Revelación, invita a hombres y mujeres a la conversión y a la fe.(140) La llamada de Jesús, « convertíos y creed el Evangelio » (Mc 1,15), sigue resonando, hoy, mediante la evangelización de la Iglesia.

La fe cristiana es, ante todo, conversión a Jesucristo, (141) adhesión plena y sincera a su persona y decisión de caminar en su seguimiento.(142) La fe es un encuentro personal con Jesucristo, es hacerse discípulo suyo. Esto exige el compromiso permanente de pensar como El, de juzgar como El y de vivir como El lo hizo.(143) Así, el creyente se une a la comunidad de los discípulos y hace suya la fe de la Iglesia.(144)

54. Este « sí » a Jesucristo, plenitud de la Revelación del Padre, encierra en sí una doble dimensión: la entrega confiada a Dios y el asentimiento cordial a todo lo que El nos ha revelado. Esto sólo es posible por la acción del Espíritu Santo.(145) « Por la fe,

– el hombre se entrega entera y libremente a Dios

– y le ofrece el homenaje total de su entendimiento y voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios ha revelado ». (146) « Creer entraña, pues, una doble referencia: a la persona y a la verdad; a la verdad por confianza en la persona que lo atestigua ».(147)

55. La fe lleva consigo un cambio de vida, una « metanoia », (148) es decir, una transformación profunda de la mente y del corazón: hace así que el creyente viva esa « nueva manera de ser, de vivir, de vivir juntos, que inaugura el Evangelio ».(149) Y este cambio de vida se manifiesta en todos los niveles de la existencia del cristiano: en su vida interior de adoración y acogida de la voluntad divina; en su participación activa en la misión de la Iglesia; en su vida matrimonial y familiar; en el ejercicio de la vida profesional; en el desempeño de las actividades económicas y sociales.

La fe y la conversión brotan del corazón, es decir, de lo más profundo de la persona humana, afectándola por entero. Al encontrar a Jesucristo, y al adherirse a El, el ser humano ve colmadas sus aspiraciones más hondas: encuentra lo que siempre buscó y además de manera sobreabundante.(150) La fe responde a esa « espera », (151) a menudo no consciente y siempre limitada, por conocer la verdad sobre Dios, sobre el hombre mismo y sobre el destino que le espera. Es como un agua pura (152) que reaviva el camino del ser humano, peregrino en busca de su hogar.

La fe es un don de Dios. Sólo puede nacer en el fondo del corazón humano como fruto de « la gracia que previene y ayuda », (153) y como respuesta, enteramente libre, a la moción del Espíritu Santo, que mueve el corazón y lo convierte a Dios, « dándole la dulzura en el asentir y creer a la verdad ».(154)

La Virgen María vivió de la manera más perfecta estas dimensiones de la fe. La Iglesia venera en ella « la realización más pura de la fe ».(155)

El proceso de conversión permanente

56. La fe es un don destinado a crecer en el corazón de los creyentes. (156) La adhesión a Jesucristo, en efecto, da origen a un proceso de conversión permanente que dura toda la vida. (157) Quien accede a la fe es como un niño recién nacido (158) que, poco a poco, crecerá y se convertirá en un ser adulto, que tiende al « estado de hombre perfecto », (159) a la madurez de la plenitud de Cristo.

En el proceso de la fe y de la conversión se pueden destacar, desde el punto de vista teológico, varios momentos importantes:

a) El interés por el Evangelio. El primer momento se produce cuando en el corazón del no creyente, del indiferente o del que pertenece a otra religión, brota, como consecuencia del primer anuncio, un interés por el Evangelio, sin ser todavía una decisión firme. Ese primer movimiento del espíritu humano en dirección a la fe, que ya es fruto de la gracia, recibe varios nombres: « atracción a la fe », (160) « preparación evangélica », (161) inclinación a creer, « búsqueda religiosa ». (162) La Iglesia denomina « simpatizantes » (163) a los que muestran esta inquietud.

b) La conversión. Este primer interés por el Evangelio necesita un tiempo de búsqueda (164) para poder llegar a ser una opción firme. La decisión por la fe debe ser sopesada y madurada. Esa búsqueda, impulsada por la acción del Espíritu Santo y el anuncio del kerigma, prepara la conversión, que será —ciertamente— « inicial », (165) pero que lleva consigo la adhesión a Jesucristo y la voluntad de caminar en su seguimiento. Sobre esta « opción fundamental » descansa toda la vida cristiana del discípulo del Señor.(166)

c) La profesión de fe. La entrega a Jesucristo genera en los creyentes el deseo de conocerle más profundamente y de identificarse con El. La catequesis les inicia en el conocimiento de la fe y en el aprendizaje de la vida cristiana, favoreciendo un camino espiritual que provoca un « cambio progresivo de actitudes y costumbres », (167) hecho de renuncias y de luchas, y también de gozos que Dios concede sin medida. El discípulo de Jesucristo es ya apto, entonces, para realizar una viva, explícita y operante profesión de fe. (168)

d) El camino hacia la perfección. Esa madurez básica, de la que brota la profesión de fe, no es el punto final en el proceso permanente de la conversión. La profesión de fe bautismal se sitúa en los cimientos de un edificio espiritual destinado a crecer. El bautizado, impulsado siempre por el Espíritu, alimentado por los sacramentos, la oración y el ejercicio de la caridad, y ayudado por las múltiples formas de educación permanente de la fe, busca hacer suyo el deseo de Cristo: « Vosotros sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto ».(169) Es la llamada a la plenitud que se dirige a todo bautizado.

57. El ministerio de la Palabra está al servicio de este proceso de conversión plena. El primer anuncio tiene el carácter de llamar a la fe; la catequesis el de fundamentar la conversión, estructurando básicamente la vida cristiana; y la educación permanente de la fe, en la que destaca la homilía, el carácter de ser el alimento constante que todo organismo adulto necesita para vivir. (170)

Diferentes situaciones socio-religiosas ante la evangelización

58. La evangelización del mundo se encuentra ante un panorama religioso muy diversificado y cambiante, en el que se pueden distinguir, fundamentalmente, « tres situaciones » (171) que piden respuestas adecuadas y diferenciadas.

a) La situación de aquellos « pueblos, grupos humanos, contextos socio-culturales, donde Cristo y su Evangelio no son conocidos, o donde faltan comunidades cristianas suficientemente maduras como para poder encarnar la fe en el propio ambiente y anunciarla a otros grupos ».(172) Esta situación reclama la misión ad gentes,(173) con una acción evangelizadora centrada, preferentemente, en los jóvenes y en los adultos. Su peculiaridad consiste en el hecho de dirigirse a los no cristianos invitándoles a la conversión. La catequesis, en esta situación, se desarrolla ordinariamente en el interior del catecumenado bautismal.

b) Hay, además, situaciones en que, en un contexto socio-cultural determinado, están presentes de manera muy significativa « comunidades cristianas dotadas de estructuras eclesiales adecuadas y sólidas, que tienen un gran fervor de fe y de vida; que irradian el testimonio del Evangelio en su ambiente, y sienten el compromiso de la misión universal ». (174) Estas comunidades necesitan una intensa acción pastoral de la Iglesia, puesto que son personas y familias con un hondo sentido cristiano. En tal situación, es necesario que la catequesis de niños, adolescentes y jóvenes desarrolle verdaderos procesos de iniciación cristiana, bien articulados, que les permitan acceder a la edad adulta con una fe madura, y que de evangelizados se conviertan en evangelizadores. También en estas situaciones, los adultos son destinatarios de modalidades diversas de formación cristiana.

c) En muchos países de tradición cristiana, y a veces también en las Iglesias más jóvenes, se da una «situación intermedia», (175) ya que en ella « grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio».(176) Esta situación requiere una nueva evangelización. Su peculiaridad consiste en que la acción misionera se dirige a bautizados de toda edad, que viven en un contexto religioso de referencias cristianas, percibidas sólo exteriormente. En esta situación, el primer anuncio y una catequesis fundante constituyen la opción prioritaria.

Mutua conexión entre las acciones evangelizadoras correspondientes a estas situaciones

59. Estas situaciones socio-religiosas son, obviamente, diferentes y no es justo equipararlas. Tal diversidad, que siempre se ha dado en la misión de la Iglesia, adquiere hoy, en este mundo cambiante, una novedad. En efecto, frecuentemente conviven juntas en un mismo territorio. En muchas grandes ciudades, por ejemplo, la situación que reclama una « misión ad gentes » y la que pide una « nueva evangelización » coexisten simultáneamente. Junto a ellas, están dinámicamente presentes comunidades cristianas misioneras, alimentadas por una « acción pastoral » adecuada. Hoy es frecuente, que en el territorio de una Iglesia particular, haya que atender al conjunto de estas situaciones. « No es fácil definir los confines entre atención pastoral a los fieles, nueva evangelización y acción misionera específica, y no es pensable crear entre ellos barreras o compartimentos estancos ». 177 De hecho, « cada una influye en la otra, la estimula y la ayuda ». (178)

Por eso, en orden al mutuo enriquecimiento de unas acciones evangelizadoras que conviven juntas, conviene tener presente que:

– La « misión ad gentes », sea cual sea la zona o el ámbito en que se realice, es la responsabilidad más específicamente misionera que Jesús ha confiado a su Iglesia y, por tanto, es el paradigma del conjunto de la acción misionera de la Iglesia. La « nueva evangelización » no puede suplantar o sustituir a la « misión ad gentes », que sigue siendo la actividad misionera específica y tarea primaria. (179)

– « El modelo de toda catequesis es el catecumenado bautismal, que es formación específica que conduce al adulto convertido a la profesión de su fe bautismal en la noche pascual ».(180) Esta formación catecumenal ha de inspirar, en sus objetivos y en su dinamismo, a las otras formas de catequesis.

– « La catequesis de adultos, al ir dirigida a personas capaces de una adhesión plenamente responsable, debe ser considerada como la forma principal de catequesis, a la que todas las demás, siempre ciertamente necesarias, de alguna manera se ordenan ». (181) Esto implica que la catequesis de las otras edades debe tenerla como punto de referencia, y articularse con ella en un proyecto catequético coherente de pastoral diocesana.

De este modo, la catequesis, situada en el interior de la misión evangelizadora de la Iglesia como « momento » esencial de la misma, recibe de la evangelización un dinamismo misionero que la fecunda interiormente y la configura en su identidad. El ministerio de la catequesis aparece, así, como un servicio eclesial fundamental en la realización del mandato misionero de Jesús.


(66) Cf Mc 1,15 y paralelos; RM 12-20; CEC 541-560.

(67) Cf Mt 5,3-12.

(68) Cf Mt 5,1-7.29.

(69) Cf Mt 13,11.

(70) Cf Mt 18,1-35.

(71) Cf Mt 24,1-25.46.

(72) DV 3.

(73) Cf 2 P 1,4; CEC 51-52.

(74) DV 2.

(75) Cf Ef 1,9.

(76) DV 2.

(77) EN 11.

(78) Cf GS 22a.

(79) Cf Ef 2,8; EN 27.

(80) Cf EN 9.

(81) Cf Jn 11,52; AG 2b y 3a.

(82) Cf DV 15; CT 58; ChL 61; CEC 53.122; cf S. Ireneo de lyón, Adversus haereses III,20,2; SCh 211,389-393.; Veáse en la Tercera Parte, cap. 1 del presente Directorio.

(83) CEC 54-64.

(84) DV 2.

(85) Cf DCG (1971) 11 b.

(86) Cf Heb 1,1-2.

(87) DV 4.

(88) Cf Lc 24,27.

(89) CEC 65; S. Juan de la Cruz se expresa así: « Todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra » (Subida al Monte Carmelo 2,22); cf Liturgia de las Horas, I, Oficio de lecturas del lunes de la segunda semana de Adviento.

(90) Cf CT 5; CEC 520 y 2053.

(91) CEC 125, haciendo referencia a DV 18.

(92) CT 5. El tema del cristocentrismo se afronta, con más detalle, en: « Finalidad de la catequesis: la comunión con Jesucristo » (Primera Parte, cap. 3) y « El cristocentrismo del mensaje evangélico » (Segunda Parte, cap. 1).

(93) Cf DV 7.

(94) Cf DV 7 a.

(95) Cf DV 8 y CEC 75-79.

(96) DV 10b; cf CEC 85-87.

(97) LG 48; AG 1; GS 45; cf CEC 774-776.

(98) Cf Col 1,26.

(99) En la Constitución Dei Verbum (nn. 2-5) y en el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 50-175) se habla de la fe como respuesta a la Revelación. Por razones catequético-pastorales, el presente Directorio prefiere vincular la fe más a la evangelización que a la Revelación, en cuanto que ésta última, de hecho, llega al hombre ordinariamente a través de la misión evangelizadora de la Iglesia.

(100) EN 14.

(101) EN 18.

(102) Cf Mt 28,19-20.

(103) Cf Hch 1,8.

(104) Cf Mt 28,19.

(105) EN 17.

(106) EN 28.

(107) Cf EN 22a.

(108) Cf EN 47b.

(109) Cf EN 18.

(110) EN 24d.

(111) Cf EN 14.

(112) Cf AG 6b.

(113) En el dinamismo de la evangelización hay que distinguir lo que son las « situaciones iniciales » (initia), los « desarrollos graduales » (gradus) y la situación de madurez: « a cada circunstancia o estado deben corresponder actividades apropiadas o medios adecuados » (AG 6).

(114) Cf EN 18-20 y RM 52-54; AG 11-12 y 22.

(115) Cf EN 21 y 41; RM 42-43; AG 11.

(116) EN 51.52.53; cf CT 18.19.21.25; RM 44.

(117) Cf AG 13; EN 10 y 23; CT 19; RM 46.

(118) EN 22; CT 18; cf AG 14 y RM 47.

(119) AG 14; CEC 1212; cf CEC 1229-1233.

(120) Cf EN 23; CT 24; RM 48-49; AG 15.

(121) Cf ChL 18.

(122) Cf ChL 32, que muestra la íntima conexión entre « comunión » y « misión ».

(123) Cf EN 24.

(124) CT 18.

(125) Cf AG 6f; RM 33 y 48.

(126) Cf Hch 6,4. El ministerio de la Palabra divina, es ejercido en la Iglesia por parte:

– de los ministerios ordenados (cf CIC 756-757);

– de los miembros de los institutos de vida consagrada, en virtud de su consagración a Dios (cf CIC 758);

– de los fieles laicos, en virtud de su bautismo y de la confirmación (cf CIC 759). En relación con el término ministerio (servitium), es preciso señalar que sólo la constante referencia al único y fontal ministerio de Cristo permite, en cierta medida, aplicar también a los fieles no ordenados sin ambigüedad, el término ministerio... En su sentido originario, este término expresa el trabajo con que algunos miembros de la Iglesia prolongan, en su interior y para el mundo, la misión de Cristo. Por el contrario, cuando el término se diferencia en la relación y en la confrontación entre los diversos munera y officia, entonces es preciso advertir con claridad que sólo en virtud de la sagrada ordenación este término obtiene aquella plenitud y univocidad del significado que la Tradición siempre le ha atribuido (cf Juan Pablo II, Alocución al Simposio sobre « La participación de los fieles laicos en el Ministerio », n. 4: L’Osservatore Romano, 23 abril 1994, p. 4).

(127) EN 22; cf EN 51-53.

(128) Cf EN 42-45. 54. 57.

(129) DV 8c.

(130) PO 4b; cf CD 13c.

(131) En el Nuevo Testamento aparecen formas muy diversas de este único ministerio: « anuncio », « enseñanza », « exhortación »... La riqueza de expresiones es grande.

(132) Las modalidades por las que se canaliza el único ministerio de la Palabra no son, en realidad, intrínsecas al mensaje cristiano. Son, más bien, acentuaciones, tonalidades, desarrollos más o menos explicitados, adoptados a la situación de fe de cada persona y de cada grupo humano en sus circunstancias.

(133) Cf EN 51-53.

(134) AG 14.

(135) Hay razones de diversa índole que legitiman las expresiones « educación permanente de la fe » o «catequesis permanente », a condición de que no se relativice el carácter prioritario, fundante, estructurante y específico de la catequesis en cuanto iniciación básica. La expresión « educación permanente de la fe » se generalizó, en la actividad catequética, a partir del Concilio Vaticano II, para indicar solamente un segundo grado de catequesis, posterior a la catequesis de iniciación, y no como la totalidad de la acción catequizadora. Véase cómo esta distinción entre formación básica y formación permanente es asumida, referida a la preparación de los presbíteros, en: Juan Pablo II, Exhortación apostólica Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), cap. V y VI, especialmente el n. 71: AAS 84 (1992), pp. 729 ss.; 778 ss.; 782-873.

(136) DCG (1971) 19d.

(137) Cf SC 35; CEC 1154.

(138) Cf Congregación para la doctrina de la fe, Instrucción Donum veritatis sobre la vocación eclesial del teólogo (24 mayo 1990), 6: AAS 82 (1990) p. 1552.

(139) DCG (1971) 17; cf GS 62g.

(140) Cf Rm 10,17; LG 16; AG 7; CEC 846-848.

(141) Cf AG 13a.

(142) Cf CT 5b.

(143) Cf CT 20b.

(144) Cf CEC 166-167.

(145) Cf CEC 150.153.176.

(146) DV 5.

(147) CEC 177.

(148) Cf EN 10; AG 13b; CEC 1430-1431.

(149) EN 23.

(150) Cf AG 13.

(151) Cf RM 45c.

(152) Cf RM 46d.

(153) DV 5; cf CEC 153.

(154) DV 5; cf CEC 163 y 184.

(155) CEC 149.

(156) Cf CT 20a: « Se trata de hacer crecer, a nivel de conocimiento y de vida, el germen de fe sembrado por el Espíritu Santo con el primer anuncio ».

(157) Cf RM 46b.

(158) Cf 1 P 2,2; Hb 5,13.

(159) Ef 4,13.

(160) Rica 12.

(161) Eusebio de Cesarea, Praeparatio evangelica I,1; SCh 206,6; cf LG 16; AG 3a

(162) ChL 4c.

(163) Rica 12 y 111.

(164) Cf Rica 6 y 7.

(165) AG 13b.

(166) Cf AG 13; EN 10; RM 46; VS 66; Rica 10.

(167) AG 13b.

(168) Cf MPD 8; CEC 187-189.

(169) Mt 5,48; cf LG 11c. 40b. 42e.

(170) Cf DV 24; EN 45.

(171) Cf RM 33.

(172) RM 33b.

(173) RM 33b. Es importante tomar conciencia de los « ámbitos » (fines) que Redemptoris Missio asigna a la « misión ad gentes ». No se trata sólo de « ámbitos territoriales » (RM 37 ad a), sino también de « agrupaciones humanas y fenómenos sociales nuevos » (RM 37 ad b), como son las grandes ciudades, el mundo de la juventud, las migraciones,... y de « áreas culturales o areópagos modernos » (RM 37 ad c), como son el mundo de la comunicación, de la ciencia, de la ecología,... Según esto, una Iglesia particular, ya implantada en un territorio, realiza la « misión ad gentes » no sólo « ad extra », sino también « ad intra » de sus confines.

(174) RM 33c.

(175) RM 33d.

(176) Ibidem.

(177) RM 34b.

(178) RM 34c. El texto habla, en concreto, del mutuo enriquecimiento entre la misión ad intra y la misión ad extra. En RM 59c, en el mismo sentido, se muestra cómo la « misión ad gentes » alienta a los pueblos a su desarrollo, mientras la « nueva evangelización » en países más desarrollados crea una clara conciencia de solidaridad respecto a los otros.

(179) Cf RM 31 y 34.

(180) MPD 8.

(181) DCG (1971) 20; cf CT 43; Cuarta Parte, cap. 2.