PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA
LA INTERPRETACIÓN DE LA BIBLIA
EN LA IGLESIA
IV
INTERPRETACIÓN DE LA BIBLIA
EN LA VIDA DE LA IGLESIA
Aunque la interpretación de la
Biblia sea tarea particular de los exegetas, no les pertenece, sin embargo, como
monopolio, ya que comporta, en la Iglesia, aspectos que van más allá del análisis
científico de los textos. La Iglesia, en efecto, no considera la Biblia
simple-mente como un conjunto de documentos históricos concernientes a sus orígenes.
Ella la acoge como palabra de Dios que dirige a ella y al mundo entero, en el
tiempo presente.
Esta convicción de fe tiene como
consecuencia la práctica de la actualización y de la inculturación del
mensaje bíblico, así como los diversos modos de utilización de los textos
inspirados, en la liturgia, la "Lectio divina", el ministerio
pastoral, y el movimiento ecuménico.
A. ACTUALIZACIÓN
Ya en la Biblia misma 3/4como
hemos notado en el capítulo anterior3/4 se puede constatar la práctica de la
actualización: textos más antiguos son releídos a la luz de circunstancias
nuevas y aplicados a la situación presente del pueblo de Dios. Basada sobre
estas mismas convicciones, la actualización continúa siendo practicada
necesariamente en las comunidades creyentes.
1. Principios
Los principios que fundan la práctica
de la actualización son los siguientes:
La actualización es posible,
porque la plenitud de sentido del texto bíblico le otorga valor para todas las
épocas y culturas (cfr. Is. 40, 8; 66, 18-21; Mt. 28, 19-20). El mensaje bíblico
puede a la vez relativizar y fecundar los sistemas de valores y las normas de
comportamiento de cada generación.
La actualización es necesaria
porque, aunque el mensaje de la Biblia tenga un valor duradero, sus textos han
sido elaborados en función de circunstancias pasadas y en un lenguaje
condicionado por diversas épocas. Para manifestar el alcance que ellos tienen
para los hombres y las mujeres de hoy, es necesario aplicar su mensaje a las
circunstancias presentes y expresarlo en un lenguaje adaptado a la época
actual. Esto presupone un esfuerzo hermenéutico que tiende a discernir a través
del condicionamiento histórico los puntos esenciales del mensaje.
La actualización debe tener
constantemente en cuenta las relaciones complejas que existen en la Biblia
cristiana entre el Nuevo Testamento y el Antiguo, ya que el Nuevo Testamento se
presenta a la vez como cumplimiento y superación del Antiguo. La actualización
se efectúa en conformidad con la unidad dinámica, así constituida.
La actualización se realiza
gracias al dinamismo de la tradición viviente de la comunidad de fe. Esta se
sitúa explícitamente en la prolongación de las comunidades donde la escritura
ha nacido, ha sido conservada y trasmitida. En la actualización, la tradición
cumple un doble papel: procura, por una parte, una protección contra las
interpretaciones aberrantes, y asegura, por otra, la trasmisión del dinamismo
original.
Actualización no significa,
pues, manipulación de los textos. No se trata de proyectar sobre los texts bíblicos
opiniones o ideologías nuevas, sino de buscar sinceramente la luz que contienen
para el tiempo presente. El texto de la Biblia tiene autoridad en todo tiempo
sobre la Iglesia cristiana; y aunque hayan pasado siglos desde el momento de su
composición, conserva su papel de guía privilegiado que no se puede manipular.
El magisterio de la Iglesia "no está por encima de la palabra de Dios,
sino a su servicio, no enseñando sino lo que fue trasmitido; por mandato de
Dios, con la asistencia del Espíritu Santo, la escucha con amor, la conserva
santamente y la explica fielmente" (Dei Verbum, 10).
2. Métodos
Partiendo de estos principios, se
pueden utilizar diversos métodos de actualización.
La actualización, practicada ya
en la Biblia misma, se ha continuado luego en la tradición judía por medio de
procedimientos que se pueden observar en los Targumim y Midrasim: búsqueda de
pasajes paralelos (gezerah shawah), modificación en la lectura del texto ('al
tiqrey), adaptación de un segundo sentido (tartey mishmà), etc.
Por su parte, los Padres de la
Iglesia se han servido de la tipología y de la alegoría para actualizar los
textos bíblicos de un modo adaptado a la situación de los cristianos de su
tiempo.
En nuestra época, la actualización
debe tener en cuenta la evolución de las mentalidades y el progreso de los métodos
de interpretación.
La actualización presupone una
exégesis correcta del texto, que determina el sentido literal. Si la persona
que actualiza no tiene ella misma una formación exegética, debe recurrir a
buenas guías de lectura, que permiten orientar la interpretación.
Para llevar a cabo adecuadamente
la actualización, la interpretación de la Escritura por la Escritura es el método
más seguro y más fecundo, especialmente en el caso de textos del Antiguo
Testamento que son releídos en el Antiguo Testamento mismo (por ejemplo el maná
de Ex. 16 en Sab. 16, 20-29) y/o en el Nuevo Testamento (Jn. 6). La actualización
de un texto bíblico en la existencia cristiana no puede hacerse correctamente
sin establecer una relación con el misterio de Cristo y la Iglesia. No sería
normal, por ejemplo, proponer a cristianos, como modelos para una lucha de
liberación, únicamente episodios del Antiguo Testamento (Exodo, 13/42 Macabeos).
Inspirada por filosofías hermenéuticas,
la operación hermenéutica comporta luego tres etapas: 1) escuchar la Palabra a
partir de la situación presente; 2) discernir los aspectos de la situación
presente que el texto bíblico ilumina o pone en cuestión; 3) sacar de la
plenitud de sentido del texto bíblico los elementos que pueden hacer
evolucionar la situación presente de un modo fecundo, conforme a la voluntad
salvífica de Dios en Cristo.
Gracias a la actualización, la
Biblia ilumina múltiples problemas actuales, por ejemplo: la cuestión de los
ministerios, la dimensión comunitaria de la Iglesia, la opción preferencial
por los pobres; la teología de la liberación; la condición de la mujer. La
actualización puede también estar atenta a los valores cada vez más
reconocidos por la conciencia moderna, como los derechos de la persona, la
protección de la vida humana, la preservación de la naturaleza, la inspiración
a la paz universal.
3. Límites
Para estar de acuerdo con la
verdad salvífica expresada en la Biblia, la actualización debe respetar
ciertos límites y abstenerse de posibles desviaciones.
Aunque toda lectura de la Biblia
sea forzosamente selectiva, se deben eliminar las lecturas tendenciosas, es
decir, aquéllas que, en lugar de ser dóciles al texto, no hacen sino
utilizarlo con fines estrechos (como es el caso dela actualización hecha por
sectas, por ejemplo la de los Testigos de Jehová).
La actualización pierde toda
validez si se basa sobre principios teóricos que están en desacuerdo con las
orientaciones fundamentales del texto de la Biblia mismo; como, por ejemplo, el
racionalismo opuesto a la fe o el materialismo ateo.
Es necesario proscribir también,
evidentemente, toda actualización orientada en un sentido contrario a la
justicia y a la caridad evangélicas, como las que querrían apoyar sobre textos
bíblicos la segregación racial, el antisemitismo o el sexismo, masculino o
femenino. Una atención especial es necesaria, según el espíritu del Concilio
Vaticano II (Nostra aetate, 4), para evitar absolutamente actualizar algunos
textos del Nuevo Testamento en un sentido que podría provocar o reforzar
actitudes desfavorables hacia los judíos. Los acontecimientos trágicos del
pasado, al contrario, deben ayudar a recordar sin cesar que, según el Nuevo
Testamento, los judíos siguen siendo "amados" por Dios, "ya que
los dones y la llamada de Dios son sin arrepentimiento" (Rom. 11, 28-29).
Las desviaciones serán evitadas,
si la actualización parte de una correcta interpretación del texto y se efectúa
en la corriente de la tradición viva, bajo la guía del Magisterio eclesial.
De todas maneras, los riesgos de
desviación no pueden constituir una objeción válida contra el cumplimiento de
una tarea necesaria: la de hacer llegar el mensaje de la Biblia a los oídos y
al corazón de nuestra generación.
B. INCULTURACIÓN
Al esfuerzo de actualización,
que permite a la Biblia continuar siendo fecunda a través de la diversidad de
los tiempos, corresponde el esfuerzo de inculturación, para la diversidad de
lugares, que asegura el enraizamiento del mensaje bíblico en los más diversos
terrenos. Esta diversidad no es, por lo demás, jamás completa. Toda cultura
auténtica, en efecto, es portadora, a su modo, de valores universales
establecidos por Dios.
El fundamento teológico de la
inculturación es la convicción de fe, que la palabra de Dios trasciende las
culturas en las cuales se expresa, y tiene la capacidad de propagarse en otras
culturas, de modo que pueda llegar a todas las personas humanas en el contexto
cultural donde viven. Esta convicción emana de la Biblia misma, que desde el
libro del Génesis toma una orientación universal (Gn. 1, 27-28), la mantiene
luego en la bendición prometida a todos los pueblos gracias a Abraham y a su
descendencia (Gn. 12, 3; 18, 18) y la confirma definitivamente extendiendo a
"todas las naciones" la evangelización cristiana (Mt. 28, 18-20; Rom.
4, 16-17; Ef. 3, 6).
La primera etapa de la
inculturación consiste en traducir en otra lengua la Escritura inspirada. Esta
etapa ha sido franqueada ya en tiempos del Antiguo Testamento, cuando se tradujo
oralmente el texto hebreo de la Biblia en arameo (Neh. 8, 8. 12) y más tarde,
por escrito, en griego. Una traducción, en efecto, es siempre más que una
simple transcripción del texto original. El paso de una lengua a otra comporta
necesariamente un cambio de contexto cultural: los conceptos no son idénticos y
el alcance de los símbolos es diferente, ya que ellos ponen en relación con
otras tradiciones de pensamiento y otras maneras de vivir.
Escrito en griego, el Nuevo
Testamento está marcado todo él por un dinamismo de inculturación, ya que
traspone en la cultura judío-helenística el mensaje palestino de Jesús,
manifestando por ello mismo una clara voluntad de superar los límites de un
medio cultural único.
Aunque es una etapa fundamental,
la traducción de los textos bíblicos no basta, sin embargo, para asegurar una
verdadera inculturción. Esta se debe continuar, gracias a una interpretación
que ponga el mensaje bíblico en relación más explícita con los modos de
sentir, de pensar, de vivir y de expresarse, propios de la cultura local. De la
interpretación se pasa en seguida a otras etapas de inculturación, que llegan
a la formación de una cultura local cristiana, extendiéndose a todas las
dimensiones de la existencia (oración, trabajo, vida social, costumbres,
legislación, ciencias y artes, reflexión filosófica y teológica). La palabra
de Dios es, en efecto, una semilla, que saca de la tierra donde se encuentra los
elementos útiles para su crecimiento y fecundidad (cfr. Ad gentes, 22). En
consecuencia, los cristianos deben procurar discernir "qué riquezas, Dios,
en su generosidad, ha dispensado a las naciones; deben al mismo tiempo
esforzarse por iluminar estas riquezas con la luz evangélica, por liberarlas, y
conducirlas bajo la autoridad de Dios Salvador" (Ad gentes, 11).
No se trata, ya se ve, de un
proceso en un sentido único, sino de una "mutua fecundación". Por
una parte las riquezas contenidas en las diversas culturas permiten a la palabra
de Dios producir nuevos frutos; y por otra, la luz de la palabra de Dios permite
operar una selección en lo que aportan las culturas, para rechazar los
elementos dañosos y favorecer el desarrollo de los elementos válidos. La
completa fidelidad a la persona de Cristo, al dinamismo de su misterio pascual,
y a su amor por la Iglesia, permite evitar dos soluciones falsas: la de la
"adaptación" superficial del mensaje, y la de la confusión
sincretista (cfr. Ad gentes, 22).
En el Oriente y el Occidente
cristianos, la inculturación de la Biblia se ha efectuado desde los primeros
siglos y ha manifestado una gran fecundidad. Pero no se la puede considerar, sin
embargo, concluida. Hay que reanudarla constantemente, en relación con la
continua evolución de las culturas. En los países de evangelización más
reciente, el problema se presenta en términos diferentes. Los misioneros en
efecto, aportan inevitablemente la palabra de Dios bajo la forma en la cual se
ha inculturado en sus países de origen. Las nuevas Iglesias locales deben
realizar grandes esfuerzos para pasar de esta forma extranjera de inculturación
de la Biblia a otra forma, que corresponda a la cultura del propio país.
C. USO DE LA BIBLIA
1. En la liturgia
Desde los comienzos de la
Iglesia, la lectura de las Escrituras ha formado parte de la liturgia cristiana,
parcialmente heredera de la liturgia sinagogal. Hoy, todavía, es sobre todo en
la liturgia donde los cristianos entran en contacto con las Escrituras, en
particular en ocasión de la celebración eucarística dominical.
En principio, la liturgia, y
especialmente la liturgia sacramental, de la cual la celebración eucarística
es su cumbre, realiza la actualización más perfecta de los textos bíblicos,
ya que ella sitúa su proclamación en medio de la comunidad de los creyentes
reunidos al- rededor de Cristo para aproximarse a Dios. Cristo está entonces
"presente en su Palabra, porque es él mismo quien habla cuando las
Sagradas Escrituras son leídas a la Iglesia" (Sacrosanctum Concilium, 7).
El texto escrito se vuelve así, una vez más, palabra viva.
La reforma litúrgica decidida
por el Concilio Vaticano II se ha esforzado en presentar a los católicos un más
rico alimento bíblico. Los tres ciclos de lecturas de las misas dominicales
otorgan un lugar privilegiado a los evangelios, para poner a la luz el misterio
de Cristo como principio de nuestra salvación. Al poner en relación,
regularmente, un texto del Antiguo Testamento con el texto del evangelio, este
ciclo sugiere frecuentemente el camino tipológic para la interpretación de la
Escritura. Como se sabe, ésta no es la única lectura posible.
La homilía, que actualiza explícitamente
la palabra de Dios, forma parte de la liturgia. Volveremos a hablar de ella a
propósito del ministerio pastoral.
El leccionario surgido de las
directivas del Concilio (Sacrosanctum Concilium, 35), debía permitir una
lectura de la Sagrada Escritura "más abundante, más variada y más
adaptada". En su estado actual, no responde sino en parte a esta orientación.
Sin embargo, su existencia ha tenido felices efectos ecuménicos. En algunos países,
ha permitido, además, medir la falta de familiaridad de los católicos con la
Escritura.
La liturgia de la palabra es un
elemento decisivo en la celebración de cada sacramento de la Iglesia. No
consiste en una simple sucesión de lecturas, sino que debe incluir igualmente
tiempos de silencio y de oración. Esta liturgia, en particular la Liturgia de
las Horas, acude como fuente al libro de los Salmos para hacer orar a la
comunidad cristiana. Himnos y oraciones están impregnados del lenguaje bíblico
y de su simbolismo. Esto sugiere la necesidad de que la participación en la
liturgia esté preparada y acompañada por una práctica de lectura de la
Escritura.
Si en las lecturas "Dios
dirige su palabra a su pueblo" (Misal Romano, 33), la liturgia de la
Palabra exige un gran cuidado, tanto para la proclamación de las lecturas como
para su interpretación. Es, pues, deseable que la formación de futuros
presidentes de asambleas y de aquellos que los acompañan, tenga en cuenta las
exigencias de una liturgia de la palabra de Dios fuertemente renovada. Así,
gracias a los esfuerzos de todos, la Iglesia continuará la misión que le ha
sido confiada, "de tomar el pan de vida de la mesa de la palabra de Dios,
como de la del cuerpo de Cristo, para ofrecerlo a los fieles (Dei Verbum, 21).
2. La Lectio divina
La Lectio divina es una lectura,
individual o comunitaria, de un pasaje más o menos largo de la Escritura,
acogida como palabra de Dios, y que se desarrolla bajo la moción del Espíritu
en meditación, oración y contemplación.
La preocupación de una lectura
regular, más aún, cotidiana, de la Escritura, corresponde a una antigua práctica
en la Iglesia. Como práctica colectiva, está testimoniada en el siglo III, en
la época de Orígenes. Este hacía la homilía a partir de un texto de la
Escritura leído cursivamente durante la semana. Había entonces asambleas
cotidianas consagradas a la lectura y a la explicación de la Escritura. Esta práctica,
que fue posteriormente abandonada, no tenía siempre un gran éxito entre los
cristianos (Orígenes, Hom. Gen. X, 1).
La Lectio divina como práctica
sobre todo individual está testimoniada en el ambiente monástico muy temprano.
En el período contemporáneo, una Instrucción de la Comisión Bíblica,
aprobada por el papa Pío XII, la ha recomendado a todos los clérigos, tanto
seculares como regulares (De Scriptura Sacra, 1950; Enchiridion Biblicum, 592).
La insistencia sobre la Lectio divina bajo este doble aspecto, individual y
comunitario, ha vuelto a ser actual. La finalidad pretendida es suscitar y
alimentar un "amor efectivo y constante" a la Sagrada Escritura,
fuente de vida interior y de fecundidad apostólica (Enchiridion Biblicum, 591 y
567), favorecer también una mejor comprensión de la liturgia y asegurar a la
Biblia un lugar más importante en los estudios teológicos y en la oración.
La constitución conciliar Dei
Verbum, 25 insiste igualmente sobre una lectura asidua de las Escrituras, para
los sacerdotes y los religiosos. Además 3/4y es una novedad3/4 invita también
"a todos los fieles de Cristo" a adquirir "por una lectura
frecuente de las escrituas divinas la 'eminente ciencia de Jesucristo' (Flp. 3,
8)". Diversos medios son propuestos. Junto a una lectura individual, se
sugiere una lectura en grupo. El texto conciliar subraya que la oración debe
acompañar a la lectura de la Escritura, ya que ella es la respuesta a la
palabra de Dios encontrada en la Escritura bajo la inspiración del Espíritu.
En el pueblo cristiano han surgido numerosas iniciativas para una lectura
comunitaria. No se puede sino animar este deseo de un mejor conocimiento de Dios
y de su designio de salvación en Jesucristo, a través de las Escrituras.
3. En el ministerio pastoral
Recomendado por Dei Verbum, 24,
el recurso frecuente a la Biblia en el ministerio pastoral toma diversas formas,
siguiendo el género de hermenéutica del cual se sirven los pastores y que
pueden comprender los fieles. Se pueden distinguir tres situaciones principales:
la catequesis, la predicación, y el apostolado bíblico. Numerosos factores
intervienen, en relación con el nivel general de vida cristiana.
La explicación de la palabra de
Dios en la catequesis 3/4Sacrosanctum Concilium, 35; Direct. catec. gen., 1971,
163/4, tiene como primera fuente la Sagrada Escritura, que explicada en el
contexto de la Tradición, proporciona el punto de partida, el fundamento y la
norma de la enseñanza catequística. La catequesis debería introducir a una
justa comprensión de la Biblia y a su lectura fructuosa, que permite descubrir
la verdad divina que contiene, y que suscita una respuesta, la más generosa
posible, al mensaje que Dios dirige por su palabra a la humanidad.
La catequesis debe partir del
contexto histórico de la revelación divina, para presentar personajes y
acontecimientos del Antiguo y del Nuevo Testamento a la luz del designio de
Dios.
Para pasar del texto bíblico a
su significación salvífica para el tiempo presente, se utilizan hermenéuticas
variadas, que inspiran diversos géneros de comentarios. La fecundidad de la
catequesis depende del valor de la hermenéutica empleada. Existe el peligro de
contentarse con un comentario superficial, que se queda en una consideración
cronológica de la sucesión de acontecimientos y de personajes de la Biblia.
La catequesis no puede,
evidentemente, explotar sino una pequeña parte de los textos bíblicos. En
general, utiliza sobre todo los relatos, tanto del Nuevo como del Antiguo
Testamento e insiste sobre el Decálogo. Pero debería emplear igualmente los oráculos
de los profetas, la enseñanza sapiencial, y los grandes discursos evangélicos,
como el Sermón de la montaña.
La presentación de los
evangelios se debe hacer de modo que provoque un encuentro con Cristo, que da la
clave de toda la revelación bíblica y trasmite la llamada de Dios, a la cual
cada uno debe responder. La palabra de los profetas y la de los "servidores
de la Palabra" (Lc. 1, 2) deben aparecer como dirigidas ahora a los
cristianos.
Observaciones análogas se
aplican al ministerio de la predicación, que debe sacar de los textos antiguos
un alimento espiritual adaptado a las necesidades actuales de la comunidad
cristiana.
Actualmente, este ministerio se
ejerce sobre todo por la homilía, que sigue a la proclamación de la palabra de
Dios en la celebración eucarística.
La explicación de los textos bíblicos
durante la homilía no puede entrar en muchos detalles. Conviene, pues, poner a
la luz los aportes principales de esos textos que sean más esclarecedores para
la fe y más estimulantes para el progreso de la vida cristiana, comunitaria o
personal. Presentados esos aportes, es necesario hacer obra de actualización e
inculturación, según cuanto ha sido dicho antes. Para esta finalidad, son
necesarios principios hermenéuticos válidos. Una falta de preparación en este
campo tiene como consecuencias la tentación derenunciar a profundizar las
lecturas bíblicas, contentándose con moralizar o hablar de cuestiones
actuales, sin iluminarlas con la palabra de Dios.
En diversos países, se han hecho
publicaciones con la colaboración de exegetas, para ayudar a los responsables
pastorales a interpretar correctamente las lecturas bíblicas de la liturgia y a
actualizarlas de manera válida. Es deseable que esfuerzos semejantes se
generalicen.
Seguramente se debería evitar
una insistencia unilateral sobre las obligaciones que se imponen a los
creyentes. El mensaje bíblico debe conservar su carácter principal de buena
noticia de salvación ofrecida por Dios. La predicación será más útil y
conforme a la Biblia si ayuda a los fieles, primero a "conocer el don de
Dios" (Jn. 4, 10), tal como ha sido revelado en la Escritura, y luego a
comprender de modo positivo las exigencias que de allí derivan.
El apostolado bíblico tiene como
objetivo hacer conocer la Biblia como palabra de Dios y fuente de vida. En
primer lugar favorece la traducción de la Biblia en las diversas lenguas y la
difusión de esas traducciones. Suscita y sostiene numerosas iniciativas:
formación de grupos bíblicos, conferencias sobre la Biblia, semanas bíblicas,
publicación de revistas y libros, etc.
Una importante contribución es
la de asociaciones y movimientos eclesiales que ponen en primer plano la lectura
de la Biblia en una perspectiva de fe y de compromiso cristiano. Numerosas
"comunidades de base" centran sobre la Biblia sus reuniones y se
proponen un triple objetivo: conocer la Biblia, construir la comunidad y servir
al pueblo. También aquí la ayuda de los exegetas es útil, para evitar
actualizaciones mal fundadas. Pero hay que alegrarse de ver que gente humilde y
pobre, toma la Biblia en sus manos y puede aportar a su interpretación y
actualización una luz más penetrante, desde el punto de vista espiritual y
existencial, que la que vie-ne de una ciencia segura de sí misma (cfr. Mt. 11,
25).
La importancia siempre creciente
de los medios de comunicación de masa, diarios, radio, televisión, exige que
el anuncio de la palabra de Dios y el conocimiento de la Biblia sean propagados
activamente por estos medios. Las exigencias muy particulares de estos, y por
otra parte, su influjo sobre un vasto público, requieren para su utilización
una preparación específica, que permita evitar las improvisaciones penosas, así
como los efectos espectaculares de mal gusto.
Se trate de la catequesis, la
predicación o el apostolado bíblico, el texto de la Biblia debe ser presentado
siempre con el respeto que merece.
4. En el ecumenismo
Si el ecumenismo, en cuanto
movimiento específico y organizado, es relativamente reciente, la idea de la
unidad del pueblo de Dios, que este movimiento se propone restaurar, está
profundamente enraizada en la Escritura. Tal objetivo era la preocupación
constante del Señor (Jn. 10, 16; 17, 11. 20-23). Supone la unión de los
cristianos en la fe, la esperanza y la caridad (Ef. 4, 2-5), en el respeto mutuo
(Flp. 2, 1-5) y la solidaridad (1 Cor. 12, 14-27; Rom. 12, 4-5); pero también,
y sobre todo, la unión orgánica a Cristo, como los sarmientos con la vid (Jn.
15, 4-5), como los miembros y la cabeza (Ef. 1, 22-23; 4, 12-16). Esta unión
de-be ser perfecta, a imagen de la del Padre y del Hijo (Jn. 17, 11. 22). La
Escritura define su fundamento teológico (Ef. 4, 4-6; Gál. 3, 27-28). La
primera comunidad apostólica es un modelo concreto y viviente (Hech. 2, 44; 4,
32).
La mayor parte de los problemas
que afronta el diálogo ecuménico tiene una relación con la interpretación de
los textos bíblicos. Algunos problemas son de orden teológico: la escatología,
la estructura de la Iglesia, el primado y la colegialidad, el matrimonio y el
divorcio, la concesión del sacerdocio ministerial a las mujeres, etc. Otros son
de orden canónico jurisdicional: se refieren a la administración de la Iglesia
universal y de las Iglesias locales. Otros, en fin, son de orden estrictamente bíblico:
la lista de libros canónicos, ciertas cuestiones hermenéuticas, etc.
Aunque no pueda pretender
resolver ella sola todos esos problemas, la exégesis bíblica está llamada a
contribuir al ecumenismo con una importante ayuda. Progresos notables se han
realizado ya. Gracias a la adopción de los mismos métodos y de puntos de vista
hermenéuticos análogos, los exegetas de diversas confesiones cristianas llegan
a una gran convergencia en la interpretación de las Escrituras, como lo
muestran el texto y las notas de varias traducciones ecuménicas de la Biblia,
así como otras publicaciones.
Hay que reconocer, además, que
sobre puntos particulares, las divergencias de interpretación de las Escrituras
son frecuentemente estimulantes y pueden revelarse complementarias y
enriquecedoras. Tal es el caso, cuando expresan valores de tradiciones
particulares de diversas comunidades cristianas, y traducen así los múltiples
aspectos del Misterio de Cristo.
Puesto que la Biblia es la base
común de la regla de fe, el imperativo ecuménico comporta, para todos los
cristianos, una llamada apremiante a releer los textos inspirados en la
docilidad al Espíritu Santo, la caridad, la sinceridad y la humildad, a meditar
esos textos y a vivir de ellos, para llegar a la conversión del corazón y a la
santidad de vida que, unidas a la oración por la unidad de los cristianos, son
el alma de todo movimiento ecuménico (cfr. Unitatis redintegratio, 8). Habría
que hacer accesible, para esto, al mayor número posible de cristianos, la
adquisición de la Biblia, animar las traducciones ecuménicas 3/4ya que un
texto común ayuda a una lectura y comprensión comunes3/4, promover grupos de
oración ecuménicos, para contribuir, por un testimonio auténtico y viviente,
a la realización de la unidad en la diversidad (cfr. Rom. 12, 4-5).
CONCLUSION
De cuanto ha sido dicho en el
curso de esta larga exposición 3/4breve, sin embargo, sobre numerosos puntos3/4
la primera conclusión que se sigue es la que la exégesis bíblica cumple, en
la Iglesia y en el mundo una tarea indispensable. Querer prescindir de ella para
comprender la Biblia supondría una ilusión y manifestaría una falta de
respeto por la Escritura inspirada.
Pretendiendo reducir los exegetas
al papel de traductores (o ignorando que traducir la Biblia es ya hacer obra de
exégesis) y rehusando seguirlos más lejos en sus estudios, los
fundamentalistas no se dan cuenta de que, por una muy loable preocupación de
completa fidelidad a la palabra de Dios, se lanzan en realidad por caminos que
los alejan del sentido exacto de los textos bíblicos, así como de la plena
aceptación de las consecuencias de la encarnación. La Palabra eterna se ha
encarnado en una época precisa de la historia, en un medio social y cultural
bien determinados. Quien desea comprenderla, debe buscarla humildemente allí
donde se ha hecho perceptible, aceptando la ayuda necesaria del saber humano.
Para hablar a hombres y mujeres, desde el tiempo del Antiguo Testamento, Dios
utilizó todas las posibilidades del lenguaje humano; pero al mismo tiempo, debió
someter su palabra a todos los condicionamientos de este lenguaje. El verdadero
respeto por la Escritura inspirada exige que se cumplan los esfuerzos necesarios
para que se pueda captar bien su sentido. No es posible, ciertamente, que cada
cristiano haga personalmente las investigaciones de todo género que permiten
comprender mejor los textos bíblicos. Esta tarea es confiada a los exegetas,
responsables, en ese sector, del bien de todos.
Una segunda conclusión es que la
naturaleza misma de los textos bíblicos exige que, para interpretarlos, se
continúe empleano el método histórico-crítico, al menos en sus operaciones
principales. La Biblia, en efecto, no se presenta como una revelación directa
de verdades atemporales, sino como el testimonio escrito de una serie de
intervenciones por las cuales Dios se revela en la historia humana. A diferencia
de doctrinas sagradas de otras religiones, el mensaje bíblico está sólidamente
enraizado en la historia. Los escritos bíblicos no pueden, por tanto, ser
correctamente comprendidos sin un examen de sus condicionamientos históricos.
Las investigaciones "diacrónicas" serán siempre indispensables a la
exégesis. Cualquiera que sea su interés, los acercamientos "sincrónicos"
no están en grado de reemplazarlas. Para funcionar de modo fecundo, deben
aceptar las conclusiones de aquellas, al menos en sus grandes líneas.
Pero, una vez cumplida esta
condición, los acer-camientos sincrónicos (retórico, narrativo, semiótico y
otros) son susceptibles de renovar en parte la exégesis y de aportar una
contribución muy útil. El método histórico-crítico, en efecto, no puede
pretender el monopolio. Debe tomar conciencia de sus límites y de los peligros
que lo amenazan. El desarrollo reciente de hermenéuticas filosóficas, y por
otra parte, las observaciones que hemos podido hacer sobre la interpretación,
en la tradición bíblica y en la tradición de la Iglesia, han arrojado luces
sobre diversos aspectos del problema de la interpretación que el método histórico-crítico
tenía tendencia a ignorar. Preocupados en efecto, de fijar exactamente el
sentido de los textos situándolos en su contexto histórico de origen, este método
se manifiesta a veces insuficientemente atento al aspecto dinámico del
significado y a los posibles desarrollos del sentido. Cuando no llega hasta el
estudio de la redacción, sino que se absorbe completamente en los problemas de
fuentes y de estratificación de los textos, no cumple completamente la tarea
exegética.
Por fidelidad a la gran tradición,
de la cual la Biblia misma es un testigo, la exégesis católica debe evitar, en
cuanto sea posible, ese género de deformación profesional y mantener su
identidad de disciplina teológica, cuya finalidad principal es la profundización
de la fe. Esto no significa un menor compromiso en la más rigurosa investigación
científica, ni la manipulación de los métodos por preocupaciones apologéticas.
Cada sector de la investigación (crítica textual, estudios lingüísticos, análisis
literarios, etc.) tiene sus reglas propias, que es necesario seguir con toda
autonomía. Pero ninguna de esas especialidades es el fin en sí misma. En la
organización de la tarea exegética, la orientación hacia el fin principal
debe ser siempre efectiva, evitando pérdidas de energía. La exégesis católica
no tiene el derecho de asemejarse a una corriente de agua que se pierde en la
arena de un análisis hipercrítico. Tiene que cumplir, en la Iglesia y en el
mundo, una función vital, la de contribuir a una trasmisión más auténtica
del contenido de la Escritura inspirada.
A esta finalidad se dirigen sus
esfuerzos, en unión con la renovación de las otras disciplinas teológicas y
con el trabajo pastoral de actualización y de inculturación de la palabra de
Dios. Examinando la problemática actual, y expresando algunas reflexiones sobre
este tema, la presente exposición espera facilitar, una más clara toma de
conciencia de todos, acerca de la tarea de los exegetas católicos.
Roma, 15 de abril de 1993.