DEI VERBUM


CAPÍTULO IV

EL ANTIGUO TESTAMENTO

La historia de la salvación consignada en los libros del Antiguo Testamento

14. Dios amantísimo, buscando y preparando solícitamente la salvación de todo el género humano, con providencial favor se eligió un pueblo, a quien confió sus promesas. Hecho, pues, el pacto con Abraham (cf. Gén., 15, 18) y con el pueblo de Israel por medio de Moisés (cf. Ex., 24, 8), de tal forma se reveló con palabras y con obras a su pueblo elegido como el único Dios verdadero y vivo, que Israel experimentó cuáles eran los caminos de Dios con los hombres, y, hablando el mismo Dios por los Profetas, los comprendió más hondamente y con más claridad de día en día, y los difundió ampliamente entre las gentes (cf. Salm., 21, 28-29; 95, 1-3; Is., 2, 1-5; Jer., 3, 17). La economía, pues, de la salvación prenunciada, narrada y explicada por los autores sagrados, se conserva como verdadera palabra de Dios en los libros del Antiguo Testamento; por lo cual, estos libros, inspirados por Dios conservan un valor perenne: "Pues todo cuanto está escrito, para nuestra enseñanza fue escrito, a fin de que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras estemos firmes en la esperanza" (Rom., 15, 4).

Importancia del Antiguo Testamento para los cristianos

15. La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para preparar, anunciar proféticamente (cf. Lc., 24, 44; Jn., 5, 39; 1 Pe., 1, 10) y significar con diversas figuras (cf. 1 Cor., 10, 11) la venida de Cristo redentor universal y la del Reino Mesiánico. Y los libros del Antiguo Testamento manifiestan a todos el conocimiento de Dios y del hombre, y las formas de obrar de Dios justo y misericordioso con los hombres, según la condición del género humano en los tiempos que precedieron a la salvación instaurada por Cristo. Estos libros, aunque contengan también algunas cosas imperfectas y pasajeras, demuestran, sin embargo, la verdadera pedagogía divina[28]. Por tanto, los cristianos han de recibir devotamente estos libros, que expresan el sentimiento vivo de Dios, que encierran sublimes doctrinas acerca de Dios, una sabiduría salvadora sobre la vida del hombre, tesoros admirables de oración y en los que, finalmente, está latente el misterio de nuestra salvación.

Unidad de ambos Testamentos

16. Dios, pues, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo, y el Antiguo está patente en el Nuevo[29]. Porque, aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su sangre (cf. Lc., 22, 20; 1 Cor., 11, 25), no obstante los libros del Antiguo Testamento, recibidos íntegramente en la predicación evangélica[30], adquieren y manifiestan su plena significación en el Nuevo Testamento (cf. Mt., 5, 17; Lc., 24, 27; Rom., 16, 25-26; 2 Cor., 3, 14-16), ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo.


CAPÍTULO V

EL NUEVO TESTAMENTO

Excelencia del Nuevo Testamento

17. La palabra divina, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree (cf. Rom., 1, 16), se presenta y manifiesta su vigor de manera especial en los escritos del Nuevo Testamento. Pues al llegar la plenitud de los tiempos (cf. Gal., 4, 4) el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad (cf. Jn., 1, 14). Cristo instauró el Reino de Dios en la tierra, manifestó a su Padre y a Sí mismo con obras y palabras y completó su obra con la muerte, resurrección y gloriosa ascensión, y con la misión del Espíritu Santo. Levantado de la tierra, atrae a todos a Sí mismo (cf. Jn., 12, 32 gr.), El, el único que tiene palabras de vida eterna (cf. Jn., 6, 68). Pero este misterio no fue descubierto a otras generaciones, como es revelado ahora a sus santos Apóstoles y Profetas en el Espíritu Santo (cf. Ef., 3, 4-6 gr.), para que predicaran el Evangelio, suscitaran la fe en Jesús, Cristo y Señor, y congregaran la Iglesia. De todo lo cual los escritos del Nuevo Testamento son un testimonio perenne y divino.

Origen apostólico de los Evangelios

18. Nadie ignora que entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento, los Evangelios ocupan, con razón, el lugar preeminente, puesto que son el testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador.

La Iglesia siempre y en todas partes ha defendido y defiende que los cuatro Evangelios tienen origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos mismos y los varones apostólicos nos lo transmitieron por escrito, como fundamento de la fe, es decir, el Evangelio en cuatro redacciones, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan[31].

Carácter histórico de los Evangelios

19. La santa Madre Iglesia firme y constantemente ha mantenido y mantiene que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, transmiten fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día en que fue levantado al cielo (cf. Hech., 1, 1-2). Los Apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y hecho, con aquel mayor conocimiento de que ellos gozaban, ilustrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo[32] y por la luz del Espíritu de verdad[33]. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o desarrollándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo, en fin, la forma de anuncio, de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús[34]. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes "desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra" para que conozcamos "la verdad" de las palabras que nos enseñan (cf. Lc., 1, 2-4).

Los restantes escritos del Nuevo Testamento

20. El Canon del Nuevo Testamento, además de los cuatro Evangelios, contiene también las cartas de San Pablo y otros libros apostólicos escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, con los cuales, según la sabia disposición de Dios, se confirma todo lo que se refiere a Cristo Señor, se declara más y más su genuina doctrina, se manifiesta el poder salvador de la obra divina de Cristo, se cuentan los principios de la Iglesia y su admirable difusión, y se anuncia su gloriosa consumación.

El Señor Jesús, pues, estuvo con los Apóstoles como había prometido (cf. Mt., 28, 20) y les envió el Espíritu Consolador, para que los llevara en la plenitud de la verdad (cf. Jn., 16, 13).


CAPÍTULO VI

LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA

La Iglesia venera las Sagradas Escrituras

21. La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Liturgia. Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles. Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros el Padre que está en los cielos va con amor al encuentro de sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y para sus hijos, fortaleza de la fe, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual. Perfectamente, por tanto, se aplican a la Sagrada Escritura estas palabras: "Pues la palabra de Dios es viva y eficaz" (Heb., 4, 12), "que puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido santificados" (Hech., 20, 32; cf. 1 Tes., 2, 13).

Se recomiendan las traducciones cuidadosas

22. Es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso a la Sagrada Escritura. Por eso la Iglesia, ya desde sus principios, hizo suya la antiquísima versión griega del Antiguo Testamento, llamada de los Setenta, y conserva siempre con honor otras traducciones orientales y latinas, sobre todo la que llaman Vulgata. Pero como la palabra de Dios debe estar siempre disponible, la Iglesia procura, con solicitud materna, que se redacten traducciones aptas y fieles en varias lenguas, sobre todo de los textos originales de los sagrados libros. Y si estas traducciones, oportunamente y con el beneplácito de la autoridad de la Iglesia, se llevan a cabo incluso con la colaboración de los hermanos separados, podrán usarlas todos los cristianos.

Deber apostólico de los católicos doctos

23. La Esposa del Verbo Encarnado, es decir, la Iglesia, enseñada por el Espíritu Santo, se esfuerza en acercarse a una inteligencia cada vez más profunda de las Sagradas Escrituras, para alimentar continuamente a sus hijos con las divinas enseñanzas; por lo cual fomenta también convenientemente el estudio de los Santos Padres, así del Oriente como del Occidente, y de las Sagradas Liturgias. Los exegetas católicos y demás teólogos deben trabajar, aunando diligentemente sus fuerzas, para investigar y proponer las Letras divinas con los instrumentos oportunos, bajo la vigilancia del sagrado Magisterio, de tal forma que el mayor número posible de ministros de la palabra puedan repartir fructuosamente al pueblo de Dios el alimento de las Escrituras, que ilumine la mente, robustezca las voluntades y encienda los corazones de los hombres en el amor de Dios[35]. El sagrado Concilio anima a los hijos de la Iglesia dedicados a los estudios bíblicos, para que, renovando constantemente las fuerzas, sigan realizando con todo celo, según el sentir de la Iglesia, la obra felizmente comenzada[36].

Importancia de la Sagrada Escritura para la Teología

24. La Sagrada Teología se apoya, como en cimiento perpetuo, en la palabra escrita de Dios al mismo tiempo que en la Sagrada Tradición, y con ella se robustece firmemente y se rejuvenece continuamente, investigando a la luz de la fe toda la verdad contenida en el misterio de Cristo. Las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en verdad palabra de Dios; por consiguiente, el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la Sagrada Teología[37]. También el ministerio de la palabra, esto es, la predicación pastoral, la catequesis y toda instrucción cristiana, en la que es preciso que ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre saludablemente y se vigoriza santamente con la misma palabra de la Escritura.

Se recomienda la lectura de la Sagrada Escritura

25. Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los demás que como los diáconos y catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, insistan en las Escrituras con asidua lectura sagrada y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte "predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios, que no la escucha en su interior"[38], puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina. De igual forma el santo Concilio exhorta con vehemencia a todos los cristianos, en particular a los religiosos, a que aprendan "el sublime conocimiento de Jesucristo" (Fil., 3, 8) con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. "Porque el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo"[39]. Lléguense, pues, gustosamente, al mismo sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura espiritual, ya por instituciones aptas para ello, y por otros medios que con la aprobación o el cuidado de los Pastores de la Iglesia se difunden ahora laudablemente por todas partes. Pero no olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura, para que se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque "a El hablamos cuando oramos, y a El oímos cuando leemos las palabras divinas"[40].

Incumbe a los prelados, "en quienes está la doctrina apostólica"[41], instruir oportunamente a los fieles a ellos confiados, para que usen rectamente los libros sagrados, sobre todo del Nuevo Testamento, y especialmente los Evangelios, por medio de traducciones de los sagrados textos, que estén provistas de las explicaciones necesarias y realmente suficientes para que los hijos de la Iglesia se familiaricen con seguridad y provecho con las Sagradas Escrituras y se informen de su espíritu.

Háganse, además, ediciones de la Sagrada Escritura, con notas convenientes, para uso también de los no cristianos, y acomodadas a sus condiciones, y procuren los pastores de las almas y los cristianos de cualquier estado difundirlas discretamente.


Epílogo

26. Así, pues, con la lectura y el estudio de los Libros Sagrados "la palabra de Dios se difunda y resplandezca" (2 Tes., 3, 1) y el tesoro de la revelación, confiado a la Iglesia, llene más y más los corazones de los hombres. Como la vida de la Iglesia recibe su incremento de la renovación constante del misterio Eucarístico, así es de esperar un nuevo impulso de la vida espiritual por el aumento de la veneración de la palabra de Dios, que "permanece para siempre" (Is., 40, 8; cf. Pe., 1, 23-25).

Todas y casa una de las cosas establecidas en esta Constitución fueron del agrado de los Padres. Y Nos, con la potestad Apostólica conferida por Cristo, juntamente con los Venerables Padres, en el Espíritu Santo, las aprobamos, decretamos y establecemos y mandamos que, decretadas sinodalmente, sean promulgadas para gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, día 18 de noviembre de 1965.

Yo PABLO, Obispo de la Iglesia Católica

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28 Pío XI, Encícl. Mit Brennender Sorge, del 14 de marzo de 1937: A.A.S. 29 (1937) 151.

29 S. Agustín, Quaest. in Hept., 2, 73: PL 34, 623.

30 S. Ireneo, Adv. Haer., III, 21, 3: PG 7, 950; 25, 1: Harvey, 2, p. 115; S. Cirilo de Jerusalén, Catech., 4, 35: PG 33, 497; Teodoro Mops., In Soph., 1, 4-6: 66, 452 D-453 A.

31 Cf. S. Ireneo, Adv. Haer., III, 11, 8: PG 7, 885; ed. Sagnard, p. 194.

32 Cf. Jn. 14, 26; 16, 13.

33 Jn. 2, 22; 12, 16; 11, 51-52; cf. 14, 26; 16, 12-13; 7, 39.

34 Cf. Instrucción Sancta Mater Ecclesia, publicada por la Comisión Bíblica: A.A.S. 56 (1964), p. 715.

35 Cf. Pío XII, Encícl. Divino afflante Spiritu: Enchir. Biblic., 551, 553, 567. Pont. Com. Bíblica, Instructio de S. Scriptura in Clericorum Seminariis et Religiosorum Collegiis recte docenda, del 13 de mayo de 1950: A.A.S. 42 (1950) 495-505.

36 Cf. Pío XII, ibidem: Enchir. Biblic., 569.

37 Cf. León XIII, Encícl. Providentissimus: Enchir. Biblic., 114; Benedicto XV, Encícl. Spiritus Paraclitus: Enchir. Biblic., 483.

38 S. Agustín, Serm., 179, 1: PL 38, 966.

39 S. Jerónimo, Com. in Is. Prol.: PL 24, 17; Cf. Benedicto XV, Encícl. Spiritus Paraclitus: Enchir. Biblic., 475-480; Pío XII, Encícl. Divino afflante Spiritu: Enchir. Biblic., 544.

40 S. Ambrosio, De officiis ministrorum, I, 20, 88: PL 16, 50.

41 S. Ireneo, Adv. Haer., IV, 32, 1: PG 7, 1071 (49, 2); Harvey, 2, p. 255.