M E D E L L Í N

3. FAMILIA Y DEMOGRAFIA

«No es fácil, por varias razones, una reflexión sobre la familia en América Latina. Porque la idea de familia se encarna en realidades sociológicas sumamente diversas. Porque la familia ha sufrido, tal vez más que otras instituciones, los impactos de las mudanzas y transformaciones sociales. Porque en América Latina la familia sufre de modo especialmente grave las consecuencias de los círculos viciosos del subdesarrollo: malas condiciones de vida y cultura, bajo nivel de salubridad, bajo poder adquisitivo, transformaciones que no siempre se pueden captar adecuadamente.

(Medellín, Conclusiones 3,1)

I. La familia en sitaución de cambio en América Latina La familia sufre en América latina, como también en otras partes del mundo, la influencia de cuatro fenómenos sociales fundamentales:

a) El paso de una sociedad rural a una sociedad urbana, que conduce a la familia de tipo patriarcal hacia un nuevo tipo de familia, de mayor intimidad, con mejor distribución de responsabilidades y mayor dependencia de otras microsociedades;

b) El proceso de desarrollo lleva consigo abundantes riquezas para algunas familias, inseguridad para otras y marginalidad social para las restantes;

c) El rápido crecimiento demográfico, que si bien no debe ser tomado como la única variable demográfica y mucho menos como la causa de todos los males de América Latina, sí engendra varios problemas tanto de orden socio -económico como de orden ético y religioso;

d) El proceso de socialización que resta a la familia algunos aspectos de su importancia social y de sus zonas de influencia, pero que deja intactos sus valores esenciales y su condición de institución básica de la sociedad global.

(Medellín, Conclusiones 3,2)

II. Papel de la familia latinoamericana Estos fenómenos producen en la familia de América Latina algunas repercusiones que se traducen en problemas de cierta gravedad. En la imposibilidad de catalogarlos todos, apuntamos los que parecen tener mayor trascendencia, más frecuente incidencia o mayor resonancia socio -pastoral:

a) Bajísimo índice de nupcialidad. América Latina cuenta con los más bajos índices de nupcialidad en relación a su población. Esto indica un alto porcentaje de uniones ilegales, aleatorias y casi sin estabilidad, con todas las consecuencias que de allí se derivan.

b) Alto porcentaje de nacimientos ilegítimos y de uniones ocasionales, factor que pesa fuertemente sobre la explosión demográfica.

c) Creciente y alto índice de disgregación familiar, sea por el divorcio, tan fácilmente aceptado y legalizado en no pocas partes, sea por abandono del hogar (casi siempre por parte del padre), sea por los desórdenes sexuales nacidos de una falsa noción de masculinidad.

d) Acentuación del hedonismo y del erotismo como resultante de la asfixiante propaganda propiciada por la civilización de consumo.

e) Desproporción de los salarios con las condiciones reales de la familia.

f) Serios problemas de vivienda por insuficiente y defectuosa política al respecto.

g) Mala distribución de los bienes de consumo y civilización, como alimentación, vestuario, trabajo, medios de comunicación, descanso y diversiones, cultura y otros.

h) Imposibilidad material y moral, para muchos jóvenes, de constituir dignamente una familia, lo cual hace que surjan muchas células familiares deterioradas.

Nuestro deber pastoral nos lleva a hacer un apremiante llamado a los que gobiernan y a todos los que tienen alguna responsabilidad al respecto, para que den a la familia el lugar que le corresponde en la construcción de una ciudad temporal digna del hombre, y le ayuden a superar los graves males que la afligen y que pueden impedir su plena realización.

(Medellín, Conclusiones 3,3)

«Un hecho muestra bien el vigor y la solidez de la institución matrimonial y familiar: las profundas transformaciones de la sociedad contemporánea, a pesar de las dificultades a que han dado origen, con muchísima frecuencia manifiestan, de varios modos la verdadera naturaleza de tal institución».

Es por tanto necesario tener en cuenta la doctrina de la Iglesia para fijar una acción pastoral que lleve a la familia latinoamericana a conservar o adquirir los valores fundamentales que la capacitan para cumplir su misión.

Entre éstos, queremos señalar tres especialmente: la familia formadora de personas, educadora en la fe, promotora del desarrollo.

(Medellín, Conclusiones 3,4)

Formadora de Personas

«Esta misión de ser célula primera y vital de la sociedad, la familia la ha recibido directamente de Dios».

«Es, pues, deber de los padres, crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezcan la educación íntegra, personal y social de los hijos».

«Permanece en cada hombre la obligación de conservar lo esencial a toda persona humana, en la que sobresalen los valores de la inteligencia, de la voluntad, de la conciencia y de la fraternidad... la familia es en primer lugar, como la madre y nodriza de esta educación».

Esta doctrina del Concilio Vaticano II nos hace ver la urgencia de que la familia cumpla su cometido de formar personalidades integrales, para lo cual cuenta con muchos elementos.

En efecto, la presencia e influencia de los modelos distintos y complementarios del padre y de la madre (masculino y femenino), el vínculo del afecto mutuo, el clima de confianza, intimidad, respeto y libertad, el cuadro de vida social con una jerarquía natural pero matizada por aquel clima, todo converge para que la familia se vuelva capaz de plasmar personalidades fuertes y equilibradas para la sociedad.

(Medellín, Conclusiones 3,5)

Educadora en la fe

«Los esposos cristianos son para sí mismos, para sus hijos y demás familiares, cooperadores de la gracia y testigos de la fe. Son para sus hijos los primeros predicadores de la fe y los primeros educadores», y deben «inculcar la doctrina cristiana y las virtudes evangélicas a los hijos amorosamente recibidos de Dios» y realizar esta misión «mediante la palabra y el ejemplo», de tal manera que «gracias a los padres que precederán con el ejemplo y la oración en familia, los hijos y aun los demás que viven en el círculo familiar encontrarán más fácilmente el camino del sentido humano, de la salvación y de la santidad».

Sabemos que muchas familias en América Latina han sido incapaces de ser educadoras en la fe, o por no estar bien constituidas o por estar desintegradas; otras porque han dado esta educación en términos de mero tradicionalismo, a veces con aspectos míticos y supersticiosos. De ahí la necesidad de dotar a la familia actual de elementos que le restituyan su capacidad evangelizadora, de acuerdo con la doctrina de la Iglesia.

(Medellín, Conclusiones 3,6)

Promotora del desarrollo

La familia es la primera escuela de las virtudes sociales que necesitan todas las demás sociedades... Encuentran en la familia los hijos la primera experiencia de una sana sociedad humana... y se introducen poco a poco en la sociedad civil y en la Iglesia».

Además «la familia es escuela del más rico humanismo» y «el humanismo completo es el desarrollo integral». «La familia, en la que coinciden diversas generaciones y se ayudan mutuamente para adquirir una sabiduría más completa, y para saber armonizar los derechos de las personas con las demás exigencias de la vida social, constituye el fundamento de la sociedad». «En ella los hijos, en un clima de amor, aprenden juntos con mayor facilidad la recta jerarquía de las cosas, al mismo tiempo que se imprimen de modo como natural en el alma de los adolescentes formas probadas de cultura a medida que van creciendo». «A los padres corresponde el preparar en el seno de la familia a sus hijos... para conocer el amor de Dios hacia todos los hombres, el enseñarles gradualmente, sobre todo con el ejemplo, a preocuparse de las necesidades del prójimo, tanto materiales como espirituales»; así la familia cumplirá su misión si «promueve la justicia y demás obras buenas al servicio de todos los hermanos que padecen necesidad». De aquí que «el bienestar de la persona y de la sociedad humana esté ligado estrechamente a una favorable situación de la comunidad conyugal y familiar, pues es ésta un factor importantísimo en el desarrollo.

«Por ello, todos los que influyen en las comunidades y grupos sociales deben contribuir eficazmente al progreso del matrimonio y de la familia».

(Medellín, Conclusiones 3,7)

III. Problemas de demografía en América Latina

La cuestión demográfica reviste en nuestro continente una complejidad y delicadeza peculiares: es cierto que existe, hablando en general, un rápido crecimiento de población, debido menos a los nacimientos, que al bajo índice de mortalidad infantil, a la vez que al creciente índice de longevidad; pero es cierto, también, que la mayoría de nuestros países adolece de subpoblación y necesita aumento demográfico hasta como factor de desarrollo; también es cierto que las condiciones socio -económico -culturales, excesivamente bajas, se muestran adversas a un crecimiento demográfico pronunciado.

(Medellín, Conclusiones 3,8)

IV. Recomendaciones para una pastoral familiar Como Pastores, sensibles a los problemas de nuestra gente, haciendo nuestros sus dolores y angustias, juzgamos necesario enunciar algunos puntos fundamentales sobre esta materia. Todo enfoque unilateral, como toda solución simplista respecto de estos problemas, son incompletos y por lo tanto equivocados. Aparece como particularmente dañosa la adopción de una política demográfica antinatalista que tiende a suplantar, sustituir o relegar al olvido una política de desarrollo, más exigente, pero la única aceptable. «Trátase en efecto, no de suprimir los comensales, sino de multiplicar el pan».

(Medellín, Conclusiones 3,9)

«En este sentido la Encíclica Humanae vitae, con el carácter social que en ella ocupa un lugar prominente y que la coloca al lado de la Populorum progressio, tiene para nuestro continente una importancia especial. Pues ante nuestros problemas y aspiraciones la Encíclica:

a) Acentúa la necesidad imperiosa de salir al encuentro del desafío de los problemas demográficos con una respuesta integral y enfocada hacia el desarrollo;

b) Denuncia toda política fundada en un control indiscriminado de nacimientos, es decir, a cualquier precio y de cualquier manera, sobre todo cuando éste aparece como condición para prestar ayudas económicas;

c) Se yergue como defensora de valores inalienables: el respeto a la persona humana, especialmente de los pobres y marginados, el aprecio de la vida, el amor conyugal;

d) Contiene una invitación y un estímulo para la formación integral de las personas mediante una autoeducación de los matrimonios cuyos elementos principales son: el autodominio, el rechazo de soluciones fáciles pero peligrosas por ser alienantes y deformadoras, la necesidad de la gracia de Dios para cumplir la ley, la fe como animadora de la existencia y un humanismo nuevo libertado del erotismo de la civilización burguesa.

(Medellín, Conclusiones 3,10)

La aplicación de la Encíclica, en la parte que se refiere a la ética conyugal, como lo reconoce el mismo Papa, «aparecerá fácilmente a los ojos de muchos difícil y hasta imposible en la práctica». Conscientes de esas dificultades, y sintiendo en el alma los interrogantes y angustias de todos nuestros hijos, y empeñados en ofrecer nuestro apoyo a todos indistintamente, pero de modo particular a aquellos que escuchan la palabra del Papa y tratan de vivir el ideal que ella propone, indicamos los siguientes puntos:

a) La enseñanza del Magisterio en la Encíclica es clara e inequívoca sobre la exclusión de los medios artificiales para hacer voluntariamente infecundo el acto conyugal;

b) Pero el mismo Santo Padre reafirmó, al inaugurar esta Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano: «esta norma no constituye una ciega carrera hacia la superpoblación; ni disminuye la responsabilidad ni la libertad de los cónyuges, a quienes no prohibe una honesta y razonable limitación de la natalidad, ni impide las terapéuticas legítimas ni el progreso de las investigaciones científicas»;

c) La vida sacramental, sobre todo como un camino para una progresiva maduración humana y cristiana del matrimonio, es un derecho y más aún un deber, y corresponderá a nosotros, Pastores, facilitar ese camino a los matrimonios cristianos;

d) La ayuda mutua que los matrimonios se proporcionan al reunirse, respaldados por peritos en ciencias humanas y por sacerdotes imbuidos de espíritu pastoral, puede ser inestimable para los que, a pesar de las dificultades, procuran alcanzar el ideal propuesto;

e) Formulamos el propósito y procuraremos cumplirlo, no sólo de prestar «nuestro servicio a las almas en estas grandes dificultades... con corazón de Buen Pastor», sino sobre todo de subrayar nuestra propia solidaridad con los matrimonios que sufren, por medio del ejemplo de nuestra propia abnegación personal y colectiva, en la pobreza real, en el celibato asumido con sinceridad y vivido con seriedad y alegría, en la paciencia y dedicación a los hombres, en la obediencia a la Palabra de Dios, y sobre todo en la caridad llevada hasta el heroísmo.

(Medellín, Conclusiones 3,11)

Por varios factores históricos, étnicos, sociológicos, y hasta caracterológicos, la institución familiar siempre tiene en América Latina una importancia global muy grande.

Es cierto que en las grandes ciudades pierde parte de esa importancia. En las áreas rurales, que forman aún la mayor parte del continente, a pesar de todos los cambios externos, la familia continúa desempeñando un papel primordial en lo social, en lo cultural, lo ético y lo religioso.

Por eso, y más aún por su condición de formadora de personas, educadora en la fe y promotora del desarrollo, pero también a fin de sanar todas las carencias que ella padece y que tiene graves repercusiones, juzgamos necesario dar a la pastoral familiar una prioridad en la planificación de la Pastoral de conjunto; sugerimos que ésta sea planeada en diálogo con los casados que, por su experiencia humana y los carismas propios del sacramento del matrimonio, pueden ayudar eficazmente en ella.

Esta pastoral familiar debe tener, entre otras, algunas metas y orientaciones fundamentales que a continuación enunciamos.

(Medellín, Conclusiones 3,12)

Procurar, desde los años de la adolescencia, una sólida educación para el amor, que integre y al mismo tiempo sobrepase la simple educación sexual, inculcando en los jóvenes de ambos sexos la sensibilidad y la conciencia de los valores esenciales: amor, respeto, don de sí.

(Medellín, Conclusiones 3,13)

Difundir la idea y facilitar en la práctica una preparación para el matrimonio accesible a todos los que se van a casar y tan integral como sea posible: física, sicológica, jurídica, moral y espiritual.

(Medellín, Conclusiones 3,14)

Elaborar y difundir una espiritualidad matrimonial basada al mismo tiempo en una clara visión del laico en el mundo y en la Iglesia, y en una teología del matrimonio como sacramento.

(Medellín, Conclusiones 3,15)

Inculcar en los jóvenes y, sobre todo, en los recién casados, la conciencia y la convicción de una paternidad realmente responsable.

(Medellín, Conclusiones 3,16)

Despertar en los esposos la necesidad del diálogo conyugal que los lleve a una unidad profunda y a un espíritu de corresponsabilidad y colaboración.

(Medellín, Conclusiones 3,17)

«Facilitar el diálogo entre padres e hijos que ayude a superar en el seno de la familia el conflicto generacional y haga del hogar un lugar donde se realice el encuentro de las generaciones.

(Medellín, Conclusiones 3,18)

Hacer que la familia sea verdaderamente «Iglesia doméstica»: comunidad de fe, de oración, de amor, de acción evangelizadora, escuela de catequesis.

(Medellín, Conclusiones 3,19)

Llevar todas las familias a una generosa apertura para con las otras familias, inclusive de confesiones cristianas diferentes; y sobre todo las familias marginadas o en proceso de desintegración; apertura hacia la sociedad, hacia el mundo y hacia la vida de la Iglesia.

(Medellín, Conclusiones 3,20)

Queremos, por fin, estimular a aquellos matrimonios que se esfuerzan por vivir la santidad conyugal y realizan el apostolado familiar, así como a los que, «de común acuerdo, bien ponderado, aceptan con magnanimidad, una prole más numerosa para educarla dignamente».

Bien planeada y bien ejecutada, mediante los movimientos familiares, tan meritorios, o mediante otras formas, la pastoral familiar contribuirá ciertamente a hacer de nuestras familias una fuerza viva, (y no, como podría acontecer, un peso muerto) al servicio de la construcción de la Iglesia, del desarrollo a realizar y de las necesarias transformaciones en nuestro continente.

(Medellín, Conclusiones 3,21)

4. EDUCACION

Esta Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que se ha propuesto comprometer a la Iglesia en el proceso de transformación de los pueblos latinoamericanos, fija muy especialmente su atención en la educación, como un factor básico y decisivo en el desarrollo del continente.

(Medellín, Conclusiones 4,1)

I. Caracteristica de la educación en América Latina

Hay que reconocer, ante todo, que se están haciendo esfuerzos muy considerables en casi todos nuestros países, por extender la educación en sus diversos niveles, y son grandes los méritos que en ese esfuerzo corresponden tanto a los gobiernos, como a la Iglesia y a los demás sectores responsables de la educación.

Con todo, el panorama general de la educación se ofrece a nuestra vista con características a la vez de drama y de reto. Al decir esto, no nos anima un espíritu pesimista, sino un afán de superación.

Considerando la urgencia del desarrollo integral del hombre y de todos los hombres en la gran comunidad latinoamericana, los esfuerzos educativos adolecen de serias deficiencias e inadecuaciones.

(Medellín, Conclusiones 4,2)

II. Sentido humanista y cristiano de la educación

«Existe, en primer lugar, el vasto sector de los hombres «marginados» de la cultura, los analfabetos, y especialmente los analfabetos indígenas, privados a veces hasta del beneficio elemental de la comunicación por medio de una lengua común. Su ignorancia es una servidumbre inhumana. Su liberación, una responsabilidad de todos los hombres latinoamericanos. Deben ser liberados de sus prejuicios y supersticiones, de sus complejos e inhibiciones, de sus fanatismos, de su sentido fatalista, de su incomprensión temerosa del mundo en que viven, de su desconfianza y de su pasividad.

La tarea de educación de estos hermanos nuestros no consiste propiamente en incorporarlos a las estructuras culturales que existen en torno de ellos, y que pueden ser también opresores, sino en algo mucho más profundo. Consiste en capacitarlos para que ellos mismos, como autores de su propio progreso, desarrollen de una manera creativa y original un mundo cultural, acorde con su propia riqueza y que sea fruto de sus propios esfuerzos. Especialmente en el caso de los indígenas se han de respetar los valores propios de su cultura, sin excluir el diálogo creador con otras culturas.

(Medellín, Conclusiones 4,3)

La educación formal, o sistemática, se extiende cada vez más a los niños y jóvenes latinoamericanos, aunque gran número de ellos queda todavía fuera de los sistemas escolares. Cualitativamente está lejos de ser lo que exige nuestro desarrollo, mirando al futuro.

Sin olvidar las diferencias que existen, respecto a los sistemas educativos, entre los diversos países del continente, nos parece que el contenido programático es, en general, demasiado abstracto y formalista. Los métodos didácticos están más preocupados por la transmisión de los conocimientos que por la creación entre otros valores, de un espíritu crítico. Desde el punto de vista social, los sistemas educativos están orientados al mantenimiento de las estructuras sociales y económicas imperantes, más que a su transformación. Es una educación uniforme, cuando la comunidad latinoamericana ha despertado a la riqueza de su pluralismo humano; es pasiva, cuando ha sonado la hora para nuestros pueblos de descubrir su propio ser, pletórico de originalidad; está orientada a sostener una economía basada en el ansia de «tener más», cuando la juventud latinoamericana exige «ser más», en el gozo de su autorrealización, por el servicio y el amor.

En especial, la formación profesional de nivel intermedio y superior, sacrifica con frecuencia la profundidad humana en aras del pragmatismo y del inmediatismo, para ajustarse a las exigencias de los mercados de trabajo. Este tipo de educación es responsable de poner a los hombres al servicio de la economía, y no está al servicio del hombre.

(Medellín, Conclusiones 4,4)

En estos momentos aflora también una preocupación nueva por la educación asistemática, de creciente importancia: medios de comunicación social, movimientos juveniles, y cuanto contribuye a la creación de una cierta cultura popular y al aumento de deseo de cambio.

(Medellín, Conclusiones 4,5)

La democratización de la educación es un ideal que está todavía lejos de conseguirse en todos los niveles, sobre todo en el universitario, ya que nuestras universidades no han tomado suficientemente en cuenta las peculiaridades latinoamericanas, trasplantando con frecuencia esquemas de países desarrollados, y no han dado suficiente respuesta a los problemas propios de nuestro continente. La universidad ha conservado frecuentemente estudios tradicionales, casi sin carreras de duración intermedia aptas para nuestra situación socio -económica. No ha estado, siempre y en todo lugar, debidamente abierta a la investigación ni al diálogo interdisciplinario, indispensable para el progreso de la cultura y el desarrollo integral de la sociedad.

Particularmente, en cuanto a la universidad católica, señalamos una insuficiencia en la instauración del diálogo entre la Teología y las diversas ramas del saber, que respete la debida autonomía de las ciencias y aporte la luz del Evangelio para la convergencia de los valores humanos en Cristo.

(Medellín, Conclusiones 4,6)

La educación latinoamericana, en una palabra, está llamada a dar una respuesta al reto del presente y del futuro, para nuestro continente. Solo así será capaz de liberar a nuestros hombres de las servidumbres culturales, sociales, económicas y políticas que se oponen a nuestro desarrollo. Cuando hablamos así no perdemos de vista la dimensión sobrenatural que se inscribe en el mismo desarrollo, el cual condiciona la plenitud de la vida cristiana.

(Medellín, Conclusiones 4,7)

La educación liberadora como respuestas a nuestras necesidades

«Nuestra reflexión sobre este panorama, nos conduce a proponer una visión de la educación, más conforme con el desarrollo integral que propugnamos para nuestro continente; la llamaríamos la «educación liberadora»; esto es, la que convierte al educando en sujeto de su propio desarrollo. La educación es efectivamente el medio clave para liberar a los pueblos de toda servidumbre y para hacerlos ascender «de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas», teniendo en cuenta que el hombre es el responsable y el «artífice principal de su éxito o de su fracaso».

Para ello, la educación en todos sus niveles debe llegar a ser creadora, pues ha de anticipar el nuevo tipo de sociedad que buscamos en la personalización de las nuevas generaciones, profundizando la conciencia de su dignidad humana, favoreciendo su libre autodeterminación y promoviendo su sentido comunitario.

Debe ser abierta al diálogo, para enriquecerse con los valores que la juventud intuye y descubre como valederos para el futuro y así promover la comprensión de los jóvenes, entre sí y con los adultos. Esto permitirá a los jóvenes «lo mejor del ejemplo y de las enseñanzas de sus padres y maestros y formar la sociedad del mañana».

Debe además la educación afirmar con sincero aprecio, las peculiaridades locales y nacionales e integrarlas en la unidad pluralista del continente y del mundo. Debe, finalmente, capacitar a las nuevas generaciones para el cambio permanente y orgánico que implica el desarrollo.

ésta es la educación liberadora que América Latina necesita para redimirse de las servidumbres injustas, y antes que nada, de nuestro propio egoísmo. ésta es la educación que reclama nuestro desarrollo integral.

(Medellín, Conclusiones 4,8)

La educación liberadora y la misión de la Iglesia

Como toda liberación es ya un anticipo de la plena redención de Cristo, la Iglesia de América Latina se siente particularmente solidaria con todo esfuerzo educativo tendiente a liberar a nuestros pueblos. Cristo pascual, «imagen del Dios invisible», es la meta que el designio de Dios establece al desarrollo del hombre, para que «alcancemos todos la estatura del hombre perfecto».

Por esto, todo «crecimiento en humanidad» nos acerca a «reproducir la imagen del Hijo para que él sea el primogénito entre muchos hermanos».

La Iglesia, en cuanto a su misión específica, debe promover e impartir la educación cristiana a la que todos los bautizados tienen derecho, para que alcancen la madurez de su fe. En cuanto servidora de todos los hombres, la Iglesia busca colaborar mediante sus miembros, especialmente laicos, en las tareas de promoción cultural humana, en todas las formas que interesan a la sociedad. En el ejercicio de este derecho y servicio, junto con los demás sectores responsables, la obra educadora de la Iglesia no debe ser obstaculizada con discriminaciones de ningún género.

ésta es la visión alentadora que sobre la educación de América Latina presenta hoy la Iglesia. Ella, es decir, todos los cristianos, sumarán sus esfuerzos con humildad, desinterés y deseo de servir, a la tarea de crear la nueva educación que requieren nuestros pueblos, en este despertar de un nuevo mundo.

(Medellín, Conclusiones 4,9)

III. Orientaciones Pastorales

Líneas Generales

La Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano recomienda algunos criterios y orientaciones que se juzgan fundamentales.

Reconociendo la trascendencia de la educación sistemática mediante escuelas o colegios, para la promoción del hombre, conviene no identificar la educación con cualquiera de los instrumentos concretos.

Dentro del concepto educativo moderno, esta trascendencia es enorme, pues la educación es la mejor garantía del desarrollo personal y del progreso social, ya que, conducida rectamente, no sólo prepara a los autores del desarrollo, sino que es también ella la mejor distribuidora del fruto del mismo que consiste en las conquistas culturales de la humanidad, constituyéndose en el elemento más rentable de la nación.

(Medellín, Conclusiones 4,10)

Con relación a la escuela

Este concepto rebasa la mera institucionalidad de los centros docentes y proyecta su dinámica apostólica hacia otros sectores que reclaman urgentemente la presencia y el compromiso de la Iglesia. Por ello, esta Conferencia Episcopal hace un llamado a los responsables de la educación para que ofrezcan las oportunidades educativas a todos los hombres en orden a la posesión evolucionada de su propio talento y de su propia personalidad, a fin de que, mediante ella, logren por sí mismos su integración en la sociedad, con plenitud de participación social, económica, cultural, política y religiosa.

En consecuencia, exhorta a los agentes de la educación al cumplimiento de sus deberes y a la custodia de sus derechos. La Iglesia, a su vez, por su misión de servicio, se compromete a utilizar todos los medios a su alcance.

(Medellín, Conclusiones 4,11)

Se dirige, en primer lugar, a los padres de familia, «Los primeros y principales educadores». No pueden quedar marginados del proceso educativo. Es urgente ayudarles a tomar conciencia de sus deberes y derechos, y facilitarles la participación directa en las actividades y aun en la organización de los centros docentes, a través de las Asociaciones de Padres de Familia, que deben ser creadas o fomentadas donde ya existen, a nivel local, nacional e internacional.

(Medellín, Conclusiones 4,12)

Por lo que se refiere a los educandos insiste en que se tome en cuenta su problemática. La juventud pide ser oída con relación a su propia formación. Es preciso no olvidar, que el alumno tiende a su autoperfeccionamiento y por ello se le deben presentar los valores, para que él tome una actitud de aceptación personal frente a los mismos. La autoeducación, que debe ser sabiamente ordenada, es un requisito indispensable para lograr la verdadera comunidad de educandos.

(Medellín, Conclusiones 4,13)

En cuanto a los educadores se debe, ante todo, valorar su misión decisiva en la transformación de la sociedad y llegar a una decisión consciente y valiente, en la preparación, selección y promoción del profesorado.

La selección y promoción deberá insistir fundamentalmente en las dotes humanas de personalidad y actitud de servicio en permanente evolución; y para la preparación debe la Iglesia Latinoamericana apoyar los institutos de formación del personal docente, confesional o no.

Debe, además, la Iglesia trabajar para que se les retribuya convenientemente con todas las prestaciones sociales y colaborando con ellos en sus justos reclamos.

(Medellín, Conclusiones 4,14)

Dentro de la comunidad educativa ocupan hoy lugar preferente los grupos juveniles que salvan la distancia creciente entre el mundo adulto y el mundo de los jóvenes. Por ello esta Conferencia Episcopal recomienda la formación de movimientos juveniles que realicen toda clase de actividades, de acuerdo con sus propios intereses y con una suficiente, gradual y cada vez mayor dirección de los propios jóvenes. Además estima que debe darse oportunidad a los que tengan cualidades humanas para formarse como líderes.

(Medellín, Conclusiones 4,15)

La Iglesia toma conciencia de la suma importancia de la Educación de Base. En atención al gran número de analfabetos y marginados en América Latina, la Iglesia, sin escatimar sacrifico alguno, se comprometerá a la Educación de Base, la cual aspira no sólo a alfabetizar, sino a capacitar al hombre para convertirlo en agente consciente de su desarrollo integral.

(Medellín, Conclusiones 4,16)

La Iglesia, servidora de la humanidad, se ha preocupado, a través de la historia, de la educación, no sólo catequética, sino integral del hombre. La Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, reafirma esta actitud de servicio y proseguirá preocupándose por medio de sus Institutos Educacionales, a los cuales reconoce plena validez, de continuar esta labor adaptada a los cambios históricos. Asimismo alienta a los educadores católicos y congregaciones docentes a proseguir incansablemente en su abnegada función apostólica y exhorta a su renovación y actualización, dentro de la línea propuesta por el Concilio y por esta misma Conferencia.

En consecuencia recomienda la obtención de los títulos correspondientes al ejercicio de su profesión educadora.

(Medellín, Conclusiones 4,17)

Con relación a la universidad católica

Procúrese aplicar la recomendación del Concilio referente a una efectiva democratización de la escuela católica, de tal manera que todos los sectores sociales, sin discriminación alguna, tengan acceso a ella y adquieran en la misma una auténtica conciencia social que informe su vida.

(Medellín, Conclusiones 4,18)

La escuela católica deberá:

a) Ser una verdadera comunidad formada por todos los elementos que la integran;

b) Integrarse en la comunidad local y estar abierta a la comunidad nacional y latinoamericana;

c) Ser dinámica y viviente, dentro de una oportuna y sincera experimentación renovadora;

d) Estar abierta al diálogo ecuménico;

e) Partir de la escuela para llegar a la comunidad, transformando la misma escuela en centro cultural, social y espiritual de la comunidad; partir de los hijos para llegar a los padres y a las familias; partir de la educación escolar, para llegar a los demás medios de educación.

(Medellín, Conclusiones 4,19)

En orden a lograr una escuela católica, abierta y democrática, esta Conferencia Episcopal apoya el derecho que los padres y los alumnos tienen de escoger su propia escuela y de obtener los medios económicos pertinentes, dentro de las exigencias del bien común..

(Medellín, Conclusiones 4,20)

La Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano recuerda a las universidades católicas: que deben ser ante todo Universidades, es decir, órganos superiores, consagrados a la investigación y a la enseñanza, donde la búsqueda de la verdad sea un trabajo común entre profesores y alumnos y así se cree la cultura en sus diversas manifestaciones.

Para lograr el fin anteriormente enunciado, las universidades católicas deben instituir el diálogo de las disciplinas humanas entre sí, por una parte, y con el saber teológico por otra, en íntima comunión con las exigencias más profundas del hombre y de la sociedad, respetando el método propio de cada disciplina.

Para ello la enseñanza teológica debe estar en todos los sectores de la universidad en armónica integración. Procurarán tener a este efecto su propia Facultad de Teología, o por lo menos, un Instituto superior de formación teológica.

(Medellín, Conclusiones 4,21)

Con relación al planeamiento

De acuerdo con el Concilio Vaticano II, las universidades católicas han de esforzarse por integrar activamente a sus profesores, alumnos y graduados en la comunidad universitaria, suscitando su respectiva responsabilidad y participación en la vida y quehacer universitario, en la medida en que las circunstancias concretas lo aconsejen.

(Medellín, Conclusiones 4,22)

La Universidad debe ser integrada en la vida nacional y responder con espíritu creador y valentía a las exigencias del propio país. Deberá auscultar las necesidades reales, para la creación de sus facultades e institutos y para establecer las carreras intermedias de capacitación técnica, en vista al desarrollo de la comunidad, de la Nación y del continente.

(Medellín, Conclusiones 4,23)

Para la constante renovación de las tareas universitarias es importante promover una permanente evaluación de los métodos y estructuras de nuestras universidades.

(Medellín, Conclusiones 4,24)

Dada la complejidad actual de los problemas educacionales en los países latinoamericanos, la pastoral educacional no puede concebirse como una serie de actividades y normas desconectadas, sino como resultados de un verdadero planeamiento, continuamente renovado, compuesto de los siguientes elementos:

a) Reconocimiento de las urgencias en la Pastoral de conjunto;

b) Elaboración de las metas educacionales, fijando las prioridades;

c) Censo y ordenamiento de los recursos humanos disponibles;

d) Censo de los instrumentos y medios institucionales, financieros y otros;

e) Elaboración de las etapas del plan.

(Medellín, Conclusiones 4,25)

En los asuntos de pastoral educacional es conveniente que se procure gradualmente, dentro del respeto a personas y grupos, una adecuada articulación entre los organismos episcopales de educación y los organismo correspondientes de las Conferencias de Religiosos y de las Federaciones de Colegios Católicos.

(Medellín, Conclusiones 4,26)

Compete a los cristianos estar presentes en todas las posibles iniciativas del campo de la educación y de la cultura e informarlas para que a todos llegue el plan divino de la salvación.

(Medellín, Conclusiones 4,27)

Para atender a gran número de alumnos de las universidades y escuelas no católicas será necesario organizar equipos de sacerdotes, de religiosos o de laicos educadores, responsables de tareas apostólicas de esas instituciones.

(Medellín, Conclusiones 4,28)

La actitud de la Iglesia en el campo de la educación, no puede ser la de contraponer la escuela confesional a la no confesional, la escuela privada a la oficial, sino la de colaboración abierta y franca entre escuela y escuela, universidad y universidad, entre las escuelas y las iniciativas extraescolares de formación de educación, entre los planes de educación de la Iglesia y los del Estado; «colaboración que exige el bien de la comunidad universal de los hombres». Esta coordinación no constituye peligro para el carácter confesional de las escuelas católicas; antes bien es un deber post -conciliar de las mismas, según el nuevo concepto de presencia de la Iglesia en el mundo de hoy.

Todas estas indicaciones respecto a la colaboración urgen, de manera especialísima, en el campo universitario.

(Medellín, Conclusiones 4,29)

La Iglesia debe procurar prioritariamente el mejoramiento de las universidades católicas existentes, antes de promover la creación de nuevas instituciones.

(Medellín, Conclusiones 4,30)

Búsquese también una coordinación efectiva entre las instituciones educacionales de la Iglesia y los organismos nacionales e internacionales, interesados en la educación.

(Medellín, Conclusiones 4,31)

5. JUVENTUD

I. Situación de la juventud

La juventud, tema «digno del máximo interés de grandísima actualidad», constituye hoy no sólo el grupo más numeroso de la sociedad latinoamericana, sino también una gran fuerza nueva de presión.

Ella se presenta, en gran parte del continente, como un nuevo cuerpo social (con riesgo de detrimento en la relación con los otros cuerpos), portador de sus propias ideas y valores y de su propio dinamismo íntimo. Busca participar activamente, asumiendo nuevas responsabilidades y funciones, dentro de la comunidad latinoamericana.

Con frecuencia, la imposibilidad de participación en la vida de la sociedad, provoca en ella una cierta obligada marginalidad.

(Medellín, Conclusiones 5,1)

II. Criterios básicos para una orientacion pastoral

Vive en una época de crisis y de cambios que son causa de conflictos entre las diversas generaciones. Conflictos que están exigiendo un sincero esfuerzo de comprensión y diálogo, tanto de parte de los jóvenes como de los adultos. Se trata de una crisis que abarca todos los órdenes y que a la par que produce un efecto purificador, entraña también frecuentemente la negación de grandes valores.

(Medellín, Conclusiones 5,2)

Mientras un sector de la juventud acepta pasivamente las formas burguesas de la sociedad (dejándose llevar a veces por el indiferentismo religioso), otro rechaza con marcado radicalismo el mundo que han plasmado sus mayores por considerar su estilo de vida falto de autenticidad; rechaza igualmente una sociedad de consumo que masifica y deshumaniza al hombre. Esta insatisfacción crece más y más.

La juventud, particularmente sensible a los problemas sociales reclama los cambios profundos y rápidos que garanticen una sociedad más justa; reclamos que a menudo se siente tentada a expresar por medio de la violencia. Es un hecho comprobable que el excesivo idealismo de los jóvenes los expone fácilmente a la acción de grupos de diversas tendencias extremistas.

(Medellín, Conclusiones 5,3)

Los jóvenes son más sensibles que los adultos a los valores positivos del proceso de secularización. Se esfuerzan por construir un mundo más comunitario que vislumbran quizás con más claridad que los mayores. Están más abiertos a una sociedad pluralista y a una dimensión más universal de la fraternidad.

Su actitud religiosa se caracteriza por el rechazo de una imagen desfigurada de Dios que a veces les ha sido presentada y por la búsqueda de auténticos valores evangélicos.

(Medellín, Conclusiones 5,4)

Frecuentemente los jóvenes identifican a la Iglesia con los obispos y los sacerdotes. Al no habérseles llamado a una plena participación en la comunidad eclesial, no se consideran ellos mismos Iglesia. El lenguaje ordinario de transmisión de la Palabra (predicaciones, escritos pastorales), les resulta a menudo extraño y por lo mismo no tiene mayor repercusión en sus vidas.

Esperan de los Pastores no sólo que difundan principios doctrinales sino que los corroboren con actitudes y realizaciones concretas. Se da el caso de jóvenes que condicionan la adhesión a sus pastores a la coherencia de sus actitudes con la dimensión social del Evangelio. «El mundo, dice Pablo VI, nos observa hoy de modo particular con relación a la pobreza, a la sencillez de vida...».

(Medellín, Conclusiones 5,5)

La tendencia a reunirse en grupos o comunidades juveniles se muestra cada vez más fuerte dentro de la dinámica de los movimientos juveniles en Latinoamérica; rechazan los jóvenes las organizaciones demasiado institucionalizadas, las estructuras rígidas y las formas de agrupación masiva.

Las comunidades juveniles arriba mencionadas se caracterizan, en general, por ser grupos naturales (a «medida humana»), de reflexión evangélica y revisión de vida, en torno a un compromiso cristiano ambiental.

(Medellín, Conclusiones 5,6)

Sin desconocer el significado de las acciones masivas entre los jóvenes, el excesivo valor que la Jerarquía otorga a veces a sus resultados (cuya importancia es sobre todo numérica) dificulta la tarea de aquellos movimientos educativos y apostólicos que se esfuerzan por una presencia de fermento e irradiación.

(Medellín, Conclusiones 5,7)

Los movimientos juveniles esperan de la Jerarquía de la Iglesia mayor apoyo moral, cuando se comprometen en la aplicación concreta de los principios de doctrina social enunciados por los Pastores.

(Medellín, Conclusiones 5,8)

En síntesis: la juventud aporta indudablemente un conjunto de valores, acompañados no obstante de aspectos negativos.

Cabe mencionar, en primer término, una tendencia a la personalización, conciencia de sí mismos, creatividad, que por contraste los lleva a rechazar los valores de la tradición. Poseen un idealismo excesivo que los lleva a desconocer realidades innegables que han de ser aceptadas, y a adoptar un inconformismo radical cuyas manifestaciones características se dan casi en todos los países y que los impulsa a pretender construir todo de nuevo con prescindencia absoluta del pasado.

Característica de la juventud es también la espontaneidad que la lleva a un menosprecio no siempre justificado de las formas institucionales, de las normas, de la autoridad y del formalismo.

Presenta, finalmente un conjunto de valores en el plano de la relación comunitaria, v. gr., ciertas formas de responsabilidad, una voluntad de autenticidad y de sinceridad, una aceptación de los demás, tales como son y un franco reconocimiento del carácter pluralista de la sociedad. Esta tendencia comunitaria, por otra parte, le hace correr el peligro de encerrarse en pequeños grupos agresivos.

(Medellín, Conclusiones 5,9)

Antes de pasar a considerar las actitudes concretas que deben adoptarse con relación a la juventud, será oportuno esbozar la visión general que de ella tiene la Iglesia.

La Iglesia ve en la juventud la constante renovación de la vida de la humanidad y descubre en ella un signo de sí misma: «La Iglesia es la verdadera juventud del mundo».

(Medellín, Conclusiones 5,10)

III. Recomendaciones pastorales

Ve en efecto en la juventud el renovado comienzo y la persistencia de la vida, o sea, una forma de superación de la muerte.

Esto no tiene sólo un sentido biológico sino también socio -cultural, sicológico y espiritual.

En efecto, frente a las culturas que muestran signos de vejez y caducidad, la juventud está llamada a aportar una revitalización; a mantener una «fe en la vida», a conservar su «facultad de alegrarse con lo que comienza». Ella tiene la tarea de reintroducir permanentemente el «sentido de la vida». Renovar las culturas y el espíritu, significa aportar y mantener vivos nuevos sentidos de la existencia. La juventud está, pues, llamada a ser como una perenne «reactualización de la vida».

(Medellín, Conclusiones 5,11)

En la juventud así entendida, descubre también la Iglesia un signo de sí misma.

Un signo de su fe, pues la fe es la interpretación escatológica de la existencia, su sentido pascual, y por ello, la «novedad» que encierra el Evangelio. La fe, anuncio del nuevo sentido de las cosas, es la renovación y rejuvenecimiento de la humanidad. Desde esta perspectiva la Iglesia invita a los jóvenes «a sumergirse en las claridades de la fe» y de este modo a introducir la fe en el mundo para vencer las formas espirituales de muerte, es decir «las filosofías del egoísmo, del placer, de la desesperanza y de la nada», filosofías que implantan en la cultura formas viejas y caducas.

Es la juventud un símbolo de la Iglesia, llamada a una constante renovación de sí misma, o sea a un incesante rejuvenecimiento.

(Medellín, Conclusiones 5,12)

La Iglesia, adoptando una actitud francamente acogedora hacia la juventud, habrá de discernir los aspectos positivos y negativos que presenta en la actualidad.

Por una parte quiere auscultar atentamente las actitudes de los jóvenes que son manifestación de los signos de los tiempos: la juventud enuncia valores que renuevan las diversas épocas de la historia; quiere aceptarla con gozo en su seno y en sus estructuras y promoverla hacia una activa participación en las tareas humanas y espirituales.

Por otra parte, en consonancia con las ansias de sinceridad que muestra la juventud, hay que llamarla a una constante profundización de su autenticidad y a una autocrítica de sus propias deficiencias, presentándole a la vez los valores permanentes para que sean reconocidos por ella.

Todo esto manifiesta la sincera voluntad de la Iglesia de adoptar una actitud de diálogo con la juventud. Dentro de esta línea pastoral, la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, reconociendo en la juventud no sólo su fuerza numérica, sino también su papel cada vez más decisivo en el proceso de transformación del continente, así como su papel irremplazable en la misión profética de la Iglesia, formula recomendaciones pastorales relativas a la juventud en general y a los movimientos juveniles en particular.

(Medellín, Conclusiones 5,13)

Con respecto a la juventud en general

Desarrollar, en todos los niveles, en los sectores urbano y rural, dentro de la Pastoral de conjunto, una auténtica pastoral de juventud. Esta pastoral ha de tender a la educación de la fe de los jóvenes a partir de su vida, de modo que les permita su plena participación en la comunidad eclesial, asumiendo consciente y cristianamente su compromiso temporal.

Esta pastoral implica:

a) La necesidad de elaborar una pedagogía orgánica de la juventud, a través de la cual se estimulen en los jóvenes una sólida formación humana y cristiana y los esfuerzos por forjarse una auténtica personalidad. Personalidad que los capacite, por una parte, para asimilar con criterios lúcidos y verdadera libertad, todos los elementos positivos de las influencias que reciben a través de los distintos medios de comunicación social y que les permita, por otra, hacer frente al proceso de despersonalización y masificación que acecha de modo particular a la juventud. Pedagogía que eduque también en el sentido (valor y relatividad) de lo institucional;

b) La necesidad de un conocimiento de la realidad socio -religiosa de la juventud, constantemente actualizado;

c) La necesidad de promover centros de investigación y estudio en lo referente a la participación de la juventud en la solución de los problemas del desarrollo;

d) En particular, por parte de los ministros de la Iglesia, un diálogo sincero y permanente con la juventud, tanto de movimientos organizados, como de sectores no organizados, a través de los Consejos Pastorales u otras formas de diálogo.

(Medellín, Conclusiones 5,14)

Con respecto a los movimientos juveniles

La actitud de diálogo implica la respuesta a los legítimos y vehementes reclamos pastorales de la juventud, en los que ha de reconocerse un llamado de Dios. De allí que esta Conferencia Episcopal recomiende:

a) Que se presente cada vez más nítido en Latinoamérica el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres;

b) Que la predicación, los escritos pastorales y, en general, el lenguaje de la Iglesia sean simples y actuales, teniendo en cuenta la vida real de los hombres de nuestro tiempo;

c) Que se viva en la Iglesia, en todos los niveles, un sentido de la autoridad, con carácter de servicio, exento de autoritarismo.

(Medellín, Conclusiones 5,15)

Procurar que en todos los centros educacionales de la Iglesia y en aquellos otros donde ella debe realizar su presencia, se capacite a los jóvenes, a través de una auténtica orientación vocacional (que tenga en cuenta los diferentes estados de vida) para asumir su responsabilidad social, como cristianos en el proceso de cambio latinoamericano.

(Medellín, Conclusiones 5,16)

Que se tenga muy en cuenta la importancia de las organizaciones y movimientos católicos de juventud, en particular aquellos de índole nacional e internacional.

Que se les conceda una mayor confianza a los dirigentes laicos y se reconozca la autonomía propia de los movimientos seglares.

Que se los consulte en la elaboración de la pastoral juvenil, a nivel diocesano, nacional y continental.

Que se estimule su acción evangelizadora en la transformación de las personas y de las estructuras.

Que se favorezcan sus esfuerzos en vista a la formación de líderes de la comunidad.

Que se haga una distribución más racional de los sacerdotes que permita una mejor atención de los movimientos juveniles.

Que se dé a la formación de asesores de juventud (sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos) la importancia que tienen en un continente con mayoría de jóvenes.

(Medellín, Conclusiones 5,17)

Que se favorezca en todos los niveles el encuentro, el intercambio y la acción en común de los movimientos y organizaciones juveniles católicos con otras instituciones de juventud.

(Medellín, Conclusiones 5,18)

Que se alienten las iniciativas de carácter ecuménico, entre los grupos y organizaciones de juventud, según las orientaciones de la Iglesia.

(Medellín, Conclusiones 5,19)

Que se considere la posibilidad y la conveniencia de contar con la colaboración de seglares, y entre ellos de jóvenes, con carácter de consultores, en los distintos Departamentos del CELAM.

(Medellín, Conclusiones 5,20)