Conferencia Episcopal Española

MATRIMONIO Y FAMILIA

Documento Pastoral aprobado por la
XXXI Asamblea Plenaria,
el 6 de julio de 1979



PRESENTACIÓN

I. UN NUEVO HORIZONTE FAMILIAR
Nuevo contexto social y cultural
Mayor conciencia de libertad
Incomunicación y disociación familiar
Manipulación del sexo
Balance, a la luz de la fe
Algunos elementos positivos
Aspectos problemáticos
Actitud cristiana ante esta crisis


PRESENTACIÓN

0. La Iglesia, fiel a su misión, sigue con especial atención los cambios sociales, culturales y religiosos que afectan a la familia. Los obispos tenemos la obligación de poner al servicio de todo el pueblo cristiano nuestro ministerio de orientación y ayuda. Por ello, la Conferencia Episcopal Española aborda en este documento los problemas del matrimonio y la familia a la luz del misterio de Cristo.

Vivimos en una época marcada por mutaciones muy profundas de la sociedad, a las que no escapa sector alguno de la realidad humana. En este documento queremos prestar una singular atención a las actuales situaciones matrimoniales y familiares. Nos urge la exigencia pastoral de darles una respuesta a la luz del Evangelio. No pretendemos con nuestra intervención ofrecer soluciones que sustituyan vuestra propia responsabilidad de padres, esposos e hijos; queremos, más bien, ofreceros como pastores la ayuda de nuestro magisterio para la renovación de vuestra vida familiar. Nuestro propósito es también estimular todas las iniciativas, alentar todos los esfuerzos y superar las principales carencias que hoy percibimos en el campo de la pastoral matrimonial y familiar.

El resultado de nuestra reflexión pastoral que ahora presentamos es el fruto de un largo proceso de elaboración, que iniciado por la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar ha sido enriquecido y aprobado por la Asamblea Plenaria del Episcopado. En un tema de tanta importancia para la vida de la Iglesia hemos contado con la valiosa ayuda de matrimonios cristianos, movimientos familiares, teólogos y otros expertos.

Este documento llega a vuestras manos en un momento en que la Iglesia se encuentra convocada a reflexionar sobre estos temas con motivo del próximo Sínodo de los Obispos. Esperamos que nuestra aportación contribuya a despertar y alentar la reflexión de todo el pueblo cristiano en materia de tanta importancia para la Iglesia. Quiera el Señor que nuestras palabras, como eco de las suyas, sean para vosotros espíritu y vida.

 

I

UN NUEVO HORIZONTE FAMILIAR

1. La aceleración histórica actual está poniendo en crisis a personas e instituciones y repercute también con fuerza sobre la realidad familiar. Son evidentes los servicios positivos de la ciencia y de la técnica al mejoramiento de las condiciones de vida; aunque, a la vez, van naciendo en el cuerpo social nuevas servidumbres y tensiones, que comprometen seriamente otros valores humanos, incluidos los de la familia.

Nuevo contexto social y cultural

2. Las nuevas condiciones de la economía y del trabajo, la irrupción en el marco familiar de los medios de comunicación social, la promoción de la mujer y su acceso al trabajo profesional, el pluriempleo forzoso, la escasez de viviendas y las condiciones de las mismas, junto con las aglomeraciones urbanas, están provocando cambios muy notables en los hábitos familiares y hacen sospechar que se irán abriendo paso nuevos estilos de convivencia.

Mayor conciencia de libertad

3. En esta situación, la configuración tradicional de la familia ya no es un hecho adquirido y socialmente cristalizado; se impone, por el contrario, una realidad doméstica con mayores espacios de libertad y más serio compromiso de todos sus miembros, con un reparto equitativo de cargas, responsabilidades y tareas.

4. Dentro y fuera del ámbito familiar se da por admitido el pluralismo de ideas y de creencias, ya sean políticas, sociales o religiosas, que ha roto definitivamente la visión unitaria del mundo y pone en cuestión no pocas evidencias del pasado. Semejante crisis de principios, valores y convicciones, se ve reflejada también en el comportamiento religioso de las personas y de las comunidades.

5. Está comprobado que el hombre de hoy es particularmente sensible a su propia realización como persona. Por eso, cuando algunos perciben que ciertas formas de vida familiar, más que apoyar y potenciar esa realización, suponen un obstáculo para ella, llegan a poner en duda los compromisos contraídos y el amor prometido.

Incomunicación y disociación familiar

6. No es pequeño el contrasentido de que, dentro de una sociedad dominada por los medios de comunicación social y los de movilidad humana, esté creciendo, en medida preocupante, la incomunicación en el seno de la familia. Sin duda que la televisión puede ser, y lo es en ocasiones, un instrumento privilegiado para animar la vida doméstica y suscitar comentarios vivos sobre temas de interés. Pero, con frecuencia también la pantalla es sólo el punto de convergencia óptica de unos espíritus ausentes entre sí, que van cayendo gradualmente en un mutismo desolador.

Es verdad igualmente que el vehículo familiar multiplica las posibilidades de vivir en común, padres e hijos, de compartir experiencias exteriores. Pero las condiciones de trabajo imponen una prolongada ausencia del hogar: pluriempleo, desplazamientos urbanos, ausencias profesionales, etc. Poco a poco, y sin apercibirse de ello, se van creando nuevas áreas de relación que terminan por sustituir, en gran parte, si no anular prácticamente, la intercomunicación personal entre los miembros de la familia.

7. Las familiar que emigran, empujadas generalmente por problemas económicos, sufren en sus carnes el desarraigo social y cultural y se ven abocadas muchas veces a serias dificultades para la estabilidad de la pareja o para la compenetración afectiva entre padres e hijos. Unas veces las condiciones legales, laborales o económicas, obligan a una disociación entre el cabeza de familia y los demás miembros de la misma; otras, emigran los padres y quedan los pequeños encomendados a diversos familiares. Tratándose de emigración al extranjero, cuando se desplaza toda la familia, la integración en la cultura ambiente crea, especialmente por el sistema escolar, dos mundos diferentes entre los padres y sus hijos. Estos se adaptan mejor a la lengua y a las costumbres del nuevo país y terminan por ver a sus propios padres como extranjeros.

8. Especial atención merece el estado en que suelen quedar muchas familias campesinas por efecto del fenómeno migratorio. Son numerosos los núcleos de población rural, privados de las generaciones más activas y casi reducidos a la convivencia de ancianos y niños. El campo español, que ha ofrecido al país un amplio contingente de mano de obra, se encuentra ahora injustamente marginado.

Los problemas familiares de los trabajadores del mar son aún más desconocidos por el conjunto de la población. Las largas ausencia del hogar, que impiden las normales relaciones interpersonales, no suelen ser compensadas con la debida protección social de las familias.

Manipulación del sexo

9. La libertad es un valor humano, y también evangélico, por todos reconocido y deseado en nuestro tiempo. Pero, a menudo, en nombre de la libertad, se manipula a las personas y se trivializan sus impulsos y sus sentimientos más profundos. El campo del sexo, tan entrañado en la dignidad de la persona, es singularmente propicio, por la congénita flaqueza humana, para ese género de manipulaciones, sutilmente coactivas. Los jóvenes son los que más sufren el impacto de una sociedad permisiva, que no respeta la intimidad personal y en la que el sexo se compra, se vende y se exhibe en nombre de la libertad.

10. Parte de esta responsabilidad puede atribuirse a los medios informativos y publicitarios, que hacen un uso incorrecto de la libertad de expresión. Es a todas luces desmesurada la relevancia que, en seriales televisivos o radiofónicos, en textos e imágenes publicitarias, en las revistas llamadas de sociedad, se concede a las anomalías matrimoniales, al mal uso del sexo, del amor infiel. Por no hablar de la explotación del sexo que prostituye al cine o del negocio oscuro de la pornografía.

Balance a la luz de la fe

11. Al contrastar las nuevas formas que está asumiendo en nuestros días la vida familiar y matrimonial, con la visión cristiana que brota del mensaje evangélico y la tradición de la Iglesia, creemos percibir una mezcla de luces y sombras, de aspectos nuevos y valiosos y de otros que tenemos que calificar de negativos y problemáticos.

Algunos elementos positivos

12. El ambiente familiar de numerosos hogares refleja un clima de mayor apertura y libertad personal. Ello se manifiesta en el declive de ciertas formas de autoritarismo, sobre todo en la educación de los hijos. Nos parece que existe un clima de mayor responsabilidad y libertad que favorece el desarrollo más armónico y maduro de la personalidad y conduce a una más profunda y auténtica asimilación de la propia fe y de las convicciones personales.

13. Merece asimismo una valoración positiva la madurez humana y cristiana con la que muchas parejas asumen el ejercicio responsable de la paternidad. El carácter procreador del matrimonio queda enmarcado en el cuadro de posibilidades que aseguren la educación de los hijos, la realización del amor conyugal y el mantenimiento de un clima familiar armónico. Es muchas veces admirable percibir los grandes sacrificios, incluso heroicos, que muchas familias, sobre todo numerosas, toman sobre sí en nuestro país, para poder llevar a cabo la educación y formación integral de sus hijos.

14. Hay que reconocer también, como un logro importante, el creciente reconocimiento en nuestra sociedad de la legítima aspiración de la mujer a una igualdad de derechos y deberes con el hombre y a su participación plena en las decisiones familiares y en la vida social. Hace bien en asociar a su quehacer de mujer, de esposa y de madre, su colaboración en las tareas de la vida social a la que puede ofrecer valiosas aportaciones de convivencia y de cultura, logrando así una más completa realización personal.

15. Hoy la familia es más abierta, dinámica y creadora de nuevos modelos de participación y de diálogo. Al mismo compás con que se incrementa en ellas las responsabilidades compartidas, va superando el excesivo replegamiento sobre sí misma. Y, sin renunciar a la intimidad hogareña, acentuar su apertura hacia otras personas y familias. ¿Cómo no ver ahí una nueva y más clara conciencia de su dimensión social?

16. En el balance positivo de los esposos de hoy debemos anotar desde luego un mayor aprecio de las relaciones interpersonales, en cuyo marco se expresa la sexualidad dentro de la vida conyugal. Hoy somos más sensibles al valor humano de la relación sexual y a su capacidad de expresar el amor y la donación mutua del hombre y la mujer en el matrimonio. Al valorar más la comunicación personal entre los esposos, se contribuye a humanizar toda la convivencia familiar.

Aspectos problemáticos

17. Junto a los elementos positivos ya indicados, nos salen al paso algunos otros que agravan la crisis actual del matrimonio y de la familia. Hoy se corre el peligro de caer en una humillante depreciación de la sexualidad. Esta deja de ser expresión de una profunda relación interpersonal para convertirse en objeto de consumo del que se pretende gozar con egoísmo, vaciándolo de su contenido humano y reduciéndolo a una superficial satisfacción de impulsos biológicos. Hay que denunciar esta degradación de la sexualidad, origen de graves deterioros para la realización de la persona, y para la estabilidad del matrimonio y de la familia. Esta actuación es contraria al profundo respeto que merece la realidad corporal de hombre, tal como es querida por Dios.

18. Prolifera en nuestra sociedad una creciente visión materialista y hedonista de la vida, que considera como valor supremo el logro de los bienes materiales y convierte el placer y el bienestar en principio básico de las aspiraciones del hombre. Tal concepción es incompatible con la visión cristiana del matrimonio y de la familia. De aquí brota la tendencia a un consumismo sin control, que se manifiesta en la búsqueda afanosa de todo tipo de bienes materiales. Para obtenerlos y disfrutarlos cuanto antes se sacrifican sin discernimiento valores fundamentales de la vida familiar.

19. Parece aumentar también el número de los padres que, por causas diferentes, han dimitido de su deber de educadores, como reacción pendular ante ciertas formas de autoritarismo o cediendo, por debilidad, a las presiones de sus propios hijos. Quizá como resultado del conflicto de generaciones, lo cierto es que gana terreno una permisividad poco responsable. Sin embargo, la educación de los hijos en libertad no niega ni hace inútil la autoridad y responsabilidad de los padres; más bien las hace más necesarias. Los padres no pueden abdicar de un ejercicio razonable de su propia autoridad, ni renunciar a su función directiva en la educación de los hijos en un marco de libertad, diálogo y confianza mutua. Por otra parte, los hijos difícilmente podrán encontrar en otros ambientes un consejo más desinteresado que el que puedan recibir de sus propios padres.

20. Es patente, a su vez, el debilitamiento progresivo de los lazos familiares. Contribuyen a ello las mutaciones históricas ya descritas (nn. 1-10), el espíritu de independencia de los hijos y un cierto descenso en el espíritu de sacrificio de algunos padres. No siempre está justificada, ni por razones de trabajo ni por otras relaciones sociales, la falta de afectuosa convivencia y de tranquila intimidad entre padres e hijos.

21. La incomunicación se registra también en el terreno religioso. Decrece en el seno de muchas familias la transmisión de la fe y de las vivencias religiosas. Han desaparecido las prácticas religiosas en común o quedan reducidas, a veces, a una rutina enojosa, que no ofrece el menor atractivo a los pequeños o los jóvenes. Ocurre también que, cuando despunta la inquietud humana y religiosa de los hijos, mezclada en ocasiones con la rebeldía de la edad, no puede establecerse el diálogo con los mayores, por la falta de formación o de actualización de estos últimos. Se aboca muchas veces a discusiones acaloradas, con detrimento de la educación en la fe.

Actitud cristiana ante esta crisis

22. Lo expuesto aquí desemboca en la urgente obligación de renovar nuestra visión cristiana del matrimonio y la familia. Esta renovación no será posible sin un profundo cambio de actitudes y de mentalidad, que, sucintamente, se podría llamar auténtica conversión cristiana. Tenemos que llegar al convencimiento de que no bastan pequeñas correcciones de rumbo para afrontar la nueva situación.

23. Nos sale al paso, como primer escollo, el atrincheramiento en las propias posiciones, mediante una cerrada defensa del pasado. No le va esto a una Iglesia animada por el Espíritu Santo, que debe distinguirse por su talante creador, sin quedar bloqueada en actitudes conservadoras a ultranza; ni la sociedad en que vivimos ni aquella hacia la que caminamos permiten la pervivencia indiscriminada de formas y modelos del pasado. Tampoco está justificado incorporar ingenuamente las nuevas adquisiciones, sin ejercitar sobre ellas la crítica y el discernimiento. La fidelidad con que acojamos la Palabra de Dios, la seriedad con que vivamos nuestra vocación cristiana, serán garantía de nuestro juicio para examinarlo todo y comprobar lo que es bueno y humano. El matrimonio y la familia son realidades a un tiempo permanentes y dinámicas que deben ser asumidas en una línea de renovación, de invención y de purificación continuas.

24. Al servicio de un programa tan noble hemos de considerar válida cualquier luz, experiencia o iniciativa, que abra paso a una vida familiar más plena y coherente. Buen punto de partida puede ser, en muchos casos, el innato sentido evangélico que brota de la experiencia de los esposos cristianos. Son también de atender, con respetuosa apertura, las nuevas expresiones de vida familiar que aporta la juventud. Por su parte los teólogos, fieles a su oficio de interpretar desde la fe todas las realidades humanas, deben aportar su luz a este empeño de diseñar según Dios la familia del futuro. Y también los estudiosos de las ciencias humanas podrán suministrarnos para ello los frutos de su investigación. Así los pastores de la Iglesia, obispos y presbíteros, podremos escuchar la voz del Espíritu en el seno del Pueblo de Dios y hacer un discernimiento responsable de todas las aportaciones.

25. Es urgente que sepamos diferenciar en la actual evolución sociológica y antropológica del matrimonio, y de la familia, qué elementos nuevos son auténticamente válidos y, por tanto, compatibles con nuestra fe; y cuáles otros son irreductibles o difícilmente integrables en el genuino mensaje evangélico. Como dice el Concilio Vaticano II, es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio.

26. Hecho ese esclarecimiento la aportación del creyente a la actual crisis del matrimonio y de la familia, no puede quedar circunscrita a la comunidad cristiana. Con sentido de solidaridad, el cristiano debe aportar su luz, su creatividad y el testimonio de su vida, para iluminar un problema en el que tanto se juega el hombre de cara a su futuro. El cristiano de mañana dependerá mucho de lo que sea su hogar familiar, en el que el niño y el joven son iniciados en la experiencia de la fe y encaminados hacia su vida futura. Es necesario entablar un diálogo, abierto a toda la familia humana, para ofrecer la luz del Evangelio de la que somos testigos.