INSTRUCCIÓN PASTORAL Introducción Hablamos, como Pastores, sobre las
raíces de la situación moral I. Libertad y verdad del ser humano Nuestra sociedad está hoy tan
necesitada de verdad como de libertad
Introducción Hablamos, como Pastores, sobre las raíces de la situación moral de nuestra sociedad 1. En nuestro escrito de hace cinco años, "La verdad os hará libres" (Jn 8,32)1 , los Obispos mostrábamos una seria preocupación por la "profunda crisis de conciencia y vida moral de la sociedad española"2. El diagnóstico que entonces hacíamos sigue siendo válido hoy. Es más, hay signos para pensar que la situación se ha agravado en estos años. Son numerosos los escándalos que abruman a la opinión pública, crean un clima bastante generalizado de desconfianza y desmoralización y denotan una grave quiebra de la moral pública y privada. 2. No es nuestro propósito interferir en las decisiones judiciales y políticas que sean convenientes para aclarar los casos en cuestión y establecer las responsabilidades en las que se haya incurrido. Será, sin duda, necesario adoptar medidas adecuadas de orden legal y administrativo para evitar, en lo posible, el deterioro de las instituciones y de los propios mecanismos de la vida democrática, al que conduciría la repetición de tales desórdenes en la conducta de las personas y de los grupos con responsabilidades sociales. Confiamos en que las personas e instituciones a quienes compete actuar lo hagan con justicia y con la mirada puesta en el bien común de toda la sociedad. 3. Pero nuestra responsabilidad pastoral nos mueve a seguir iluminando la relación profunda de la vida social con la moral y con la fe. Deseamos también alentar a todos, muy en particular a los católicos presentes en la vida pública y a los llamados a estarlo, a reflexionar seriamente sobre estos asuntos y a actuar en consecuencia y en conciencia. Si vamos a las raíces de los problemas que hoy se ven todavía con mayor claridad que hace cinco años, será posible ir construyendo entre todos una sociedad más justa y humana. El Espíritu del Señor nos ha puesto al servicio del Pueblo que se encamina hacia la plenitud del Reino de Dios en la vida eterna. En este Reino encontraremos, "limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados", los mismos "bienes de la dignidad humana, la comunión fraterna y la libertad"3 que hayamos promovido y vivido en esta etapa de nuestra vida en la tierra. 4. Nos dirigimos ante todo a la comunidad católica, con su legítima pluralidad de concepciones políticas concretas 4 . Pero creemos que también los no católicos podrán aceptar la sustancia de lo que aquí decimos. Nuestra reflexión quiere centrarse en algunos valores objetivos, ligados a la misma condición del hombre y accesibles a la razón humana; valores que, sin ignorar las diversas creencias e ideologías, deberían regir nuestra convivencia más allá de las opiniones coyunturales de la mayoría o de los diversos grupos gobernantes. Y reiteramos que "la propuesta moral que hace la Iglesia no pretende, de ningún modo, violentar la libertad humana"5. A la libertad y a la responsabilidad de todos apelamos al proponer las consideraciones que siguen. Profundizando en algunos temas ya abordados en La verdad os hará libres 5. La instrucción pastoral "La verdad os hará libres", además del diagnóstico de la situación moral de nuestra sociedad, ofrece también sucinta y claramente los elementos básicos que configuran la conciencia moral cristiana, con sus implicaciones sociales. Recomendamos vivamente una nueva y pausada lectura de aquel escrito. Quienes no lo hayan leído, tendrán ahora, sin duda, nuevos motivos para hacerlo 6 . Por tanto, no vamos a repetir aquí ni la descripción de la situación y de sus causas, ni el desarrollo de los aspectos fundamentales del comportamiento moral cristiano, que se podrán encontrar allí. 6. Nos limitamos a profundizar en algunos temas ya abordados entonces, que, ante la situación y los debates actuales, demandan una consideración algo más pausada. Además, las recientes encíclicas de Juan Pablo II Veritatis splendor y Evangelium vitae han proyectado nueva y autorizada luz sobre estas materias. Reflexionaremos, pues, - sobre la relación constitutiva de la libertad con la verdad del hombre (I), - sobre la necesaria vinculación de la ley civil con el orden moral (II) y - sobre el valor y los límites de la democ r ac ia en su relación con la cuestión moral (III).
I Libertad y verdad del ser humano Nuestra sociedad está hoy tan necesitada de verdad como de libertad 7. El clima de libertad creado en nuestro país con el paso a la democracia ha tenido muchos aspectos positivos. El aprecio de la libertad, tan propio de la cultura de nuestros días, está fundamentalmente en consonancia con el reconocimiento y el respeto de la dignidad humana. Todos nos podemos sentir legítimamente orgullosos de estos avances 7 , entre los que podemos mencionar los siguientes: * la aceptación del derecho a la libertad religiosa y de conciencia, así como el de la libertad de expresión; * la libertad de acción política y sindical; * una mayor conciencia de que hay que respetar la naturaleza; * una participación más rica en el concierto internacional, en especial en Europa; * una estabilidad económica que, si bien con altibajos, está posibilitando un desarrollo sostenido en el marco de la economía de mercado; * y, en general, todos los beneficios del Estado de derecho, cuyas instituciones han ido fortaleciéndose. 8. Pero no todo han sido logros. Nuestra sociedad va tomando conciencia cada vez más clara de que la libertad, al alejarse del respeto al ser humano y a sus derechos y deberes fundamentales, tiende a reducirse a una pura formalidad o a un vocablo vacío e incluso peligroso. Va viéndose con mayor realismo que si se ignoran las exigencias que brotan de la verdadera condición humana, bajo la sagrada palabra "libertad" viene a ocultarse el predominio del interés de los poderosos y la ruina de la humanidad del hombre. 9. La opinión pública es cada día más consciente de los resultados de una libertad y de unas "libertades" vividas a menudo sin apenas otra referencia que la misma "libertad", entendida como la mera capacidad de elegir y hacer cualquier cosa. Ahí están, a la vista de todos: * tantos jóvenes hundidos física y moralmente por la droga y el alcohol, sin horizontes para una vida con sentido; carentes de una auténtica educación ética para vivir la sexualidad, el amor conyugal y la verdadera solidaridad social; * familias destrozadas por la infidelidad y por un egoísmo que nos ha llevado a tener un índice de natalidad de los más bajos del mundo; a lo cual ha contribuido una legislación poco atenta a la realidad familiar. * un clima social en el que se profesa, abierta o tácitamente, la regla del "todo vale" para conseguir el bienestar propio o el poder económico y político; con estos fines se recurre a la violencia, a la mentira, al fraude y a la conculcación de los derechos humanos, incluso del derecho a la vida, en algún caso con la connivencia de la ley; * el terrorismo, que desprecia la vida y la auténtica libertad; * la frecuente ausencia de profesionalidad y empeño por el trabajo bien hecho, así como la violación de los compromisos contractuales y de otras obligaciones sociales y económicas; * la sospecha -más de una vez probada ya- de que los cargos públicos son utilizados como medio de enriquecimiento ilegítimo. 10. Por todo ello nuestra sociedad está hoy tan necesitada de verdad como de libertad. De verdad en lo que se dice y, todavía más, en lo que se hace. Se echa en falta, en efecto, una mayor transpa-rencia y una mayor adecuación a la realidad en las informaciones que se reciben de instancias públicas, de medios informativos y de muchos particulares. Los intereses que se quieren defender pesan, por desgracia, en demasiadas ocasiones más que la verdad de lo que se comunica. La mentira y la manipulación crean un clima de sospecha y desconfianza que tiende a reforzar el individualismo y que retrae a muchos del trabajo solidario por el bien común. 11. Pero el interés por la verdad va más allá del deseo de mayor veracidad: se refiere también a la verdad misma de la existencia humana, al reconocimiento y respeto de lo que algunos llaman "los mínimos antropológicos" o lo "universalmente humano". Si se rechazan tantas conductas y situaciones que quiebran al ser humano y si se echa en falta una mayor limpieza y honradez en las relaciones sociales, es porque se intuye o se sabe que ni la libertad de expresión ni de elección bastan por sí mismas -por nobles y necesarias que sean- para conseguir una libertad verdaderamente humana. Por eso no será difícil comprender un principio fundamental de la enseñanza moral de la Iglesia: la libertad florece realmente cuando hunde sus raíces en la verdad del hombre. La verdad del hombre se encuentra básicamente en su propia razón. 12. Pero ¿cuál es la verdad del hombre? No pocos desconfían de quien se atreva tan sólo a plantear esta pregunta con voluntad de encon-trarle una respuesta válida para todos. Piensan que se trata de una es-trategia de dominio y alegan que quien tenga o pretenda tener la res-puesta a esa cuestión se arrogará fácilmente la capacidad de someter a los demás. Lo correcto sería -según se dice- que cada cual diera a esa pregunta la respuesta que mejor le pareciera y que actuara, sin más, según creyera oportuno. De este modo se abren las puertas al puro arbitrio de los individuos, fácilmente manipulable por la voluntad inmoral tanto de los individuos mismos como -no se olvide- de los más fuertes. Se empieza por desvincular la libertad de la verdad del hombre y se acaba entendiéndola de un modo individualista que la despoja de su esencial dimensión de solidaridad y la entrega al capricho del egoísmo individual y de los poderosos de turno. 13. En efecto, el deseo, fuertemente arraigado en el hombre actual, de emanciparse de todo lo que juzga como limitador de su libertad ha llevado a desconocer el sentido positivo de la renuncia y a deshacerse de las aspiraciones ajenas que entren en conflicto con las propias. Si otra persona se interpone en el camino de la autorrealización -entendida como ejercicio ilimitado de la elección individual- será apartada por todos los medios, incluso ilícitos y hasta violentos. En este proceder aparece claro cómo la libertad humana auténtica no existe sin la solidaridad con los demás. El ansia de emancipación insolidaria se convierte en una fuerza inhumana que utiliza a los otros como instrumentos del propio provecho. Hay que superar estas falsas y destructivas oposiciones: libertad y verdad, libertad y solidaridad son bienes indisociables 8. 14. La Iglesia, por su parte, no pretende tener el monopolio de la respuesta a la pregunta por la verdad del hombre, en la que radica la libertad. Ella sabe que esa verdad es universal y accesible, en principio, a todo hombre 9. Si hay unos "derechos humanos", como, gracias a Dios, han sido formulados en nuestro siglo, es porque existen unos valores universales que permiten a la inteligencia calificarlos y defenderlos como tales, como "humanos". Dábamos razón de ello en "La verdad os hará libres", cuando decíamos que "el hombre, aun en medio de oscuridades, tiene capacidad para penetrar con auténtica certeza la racionalidad que la sabiduría divina ha marcado en el mismo hombre y en el entorno en el que éste se mueve. Por su inteligencia, reflejo de la luz de la mente divina, puede descubrir en sí mismo y en el `lenguaje de la creación la voz y manifestación de Dios (GS 22, cfr ibid. 14 y 15), llegando a formarse juicios de valor universal sobre sí mismo, sobre las normas de conducta y su última meta"10 . La Iglesia confía en la capacidad de la razón humana para la verdad porque confía en su Creador. Por eso insistimos en que "negar que la verdad existe y se hace perceptible para el hombre equivale a sustraer a sus opciones libres toda orientación razonable"11 . La verdadera dignidad del hombre, esclarecida por Jesucristo. 15. Lo que la revelación de Dios en Jesucristo dice sobre el hombre en modo alguno se opone a lo que éste puede conocer sobre sí mismo en virtud de su razón natural, sino que lo "esclarece"12 hasta sus últimas consecuencias. La Iglesia, presencia viva de esa revela-ción entre los hombres de hoy y de cada época, es plenamente cons-ciente de ello. Ella anuncia sin cansancio la novedad gozosa del misterio de Cristo, que, superado el pecado y el error, nos devuelve al camino de nuestro auténtico futuro según el plan que Dios tenía desde "el principio". La Iglesia anuncia la libertad de Cristo estableciendo con los hombres un verdadero diálogo, pues para ellos nunca ha permanecido ni permanece del todo desconocido aquel plan de Dios y ella, por tanto, no les aborda con una palabra extraña que no les fuera ya de alguna manera familiar. La plenitud de la verdad y de la vida, manifestadas en Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14, 5), no niega, sino que, por el contrario, garantiza y estimula el caminar de la humanidad en su auténtica verdad. 16. Pues bien, el núcleo de la verdad del hombre que la Iglesia anuncia es que todos estamos llamados a vivir según lo que somos: hijos de Dios y hermanos de nuestro prójimo. Por tanto, no somos dueños absolutos de nuestra vida, que hemos recibido de Dios y que debe ser respetada y promovida en nosotros mismos y en los demás. Llegamos a ser realmente dueños de nuestra existencia cuando la comprendemos y la vivimos como "un don que se realiza al darse", es decir, cuando abrimos nuestra alma y nuestras manos para regalar lo que hemos recibido gratis: todas nuestras capacidades y la vida misma. Es algo que todos sabemos, porque esta "ley de vida", la ley de la gratuidad, ha sido "inscrita por Dios en el corazón de los hombres"13 . 17. Sabemos que el "dar la vida" por los hermanos tiene como exigencia mínima no lesionar algunos bienes fundamentales a los que todos tenemos derecho: "la vida humana, la comunión de las personas en el matrimonio, la propiedad privada, la veracidad y la buena fama"14 . Son bienes básicos de la persona respecto de los cuales todos esperamos el mismo respeto que hemos de estar dispuestos a ofrecer a los demás, según la profunda sabiduría formulada en la llamada "regla de oro" de la reciprocidad. El Papa Juan XXIII aludía expresiva-mente a esta regla cuando escribía que "quienes, al reivindicar sus derechos, olvidan por completo sus deberes o no les dan la importancia debida, se asemejan a los que derriban con una mano lo que con la otra construyen"15 . Este mínimo de la reciprocidad sincera es condición de partida para la verdadera libertad, que, en su atención solidaria al bien del otro, puede llegar a exigir a veces decisiones y actitudes heroicas. 18. Pero la libertad se desarrolla plenamente cuando, más allá de la pura reciprocidad, el ser humano está dispuesto a salir al encuentro del hermano haciéndose prójimo de él, aun sin poder esperar un comportamiento semejante de su parte. A esta hondura de humanidad se llega cuando se comprende y vive la existencia como gracia, como participación donada en el Bien y la Verdad, que hacen valiosa nuestra vida y nos mueven a entregarla generosamente. En especial, el perdón, incluso del enemigo, es una espléndida expresión de la vida vivida en clave de gratuidad y de gracia. 19. Jesucristo, con su vida entera y, en particular, con su oblación libre en la cruz, ha esclarecido definitivamente que la ley más profunda de la existencia es la de la gratuidad. Además, con la fuerza que brota del renovado don que Dios nos hace de su propia vida en la sangre del Hijo, se nos capacita de un modo supremo para entregar libremente la nuestra a Dios y a los hermanos. Así llegamos a ser en plenitud "a imagen de Dios" (Gn 1, 26), como Cristo mismo (cfr Col 1, 15 y Rom 8, 29). Ser libres es vivir de acuerdo con la propia condición humana. 20. Cuando se pretende una libertad entendida como la desvinculación o incluso el rechazo de todo lo que no sea la propia voluntad, se va en contra de la ley fundamental de la vida y se cae en la mayor de las esclavitudes 16 . Se pierden las referencias que hacen de la vida don y oblación y se abre el paso al capricho irracional. Es el pecado que nos tiraniza: "todo el que comete pecado es un esclavo" (Jn 8, 34). Y entonces hasta se llega a pensar que "la moralidad como tal constituye un límite irracional que el hombre, decidido a ser dueño de sí mismo, tendría que superar. Es más, para muchos Dios mismo sería la alienación específica del hombre"17 . 21. La libertad, mal entendida como la mera capacidad de elegir y de hacer cualquier cosa, ha sido imaginada muchas veces como perfectamente realizada en la divinidad. Entonces se ha temido y, al mismo tiempo, envidiado a un "dios" así concebido como omnipotencia absoluta 18. Pero esa omnímoda libertad de elección sólo formal, que se le quiere arrebatar a la divinidad falsamente imaginada, recuperándola para el hombre, no es en realidad la del Dios vivo y verdadero. Es más bien una proyección de la libertad del hombre pecador. Dios, en cambio, es perfectamente libre porque actúa siempre de acuerdo con su razón de ser, que es el Amor (Cfr 1 Jn 4, 8). De ahí que la Liturgia le invoque como Aquél cuya omnipotencia se manifiesta de modo supremo en el perdón y la misericordia 19 . También la libertad de Dios está arraigada en la verdad de su propio ser. Y así, a su imagen, es como llegamos nosotros a ser verdaderamente libres: cuando elegimos según nuestra genuina condición humana, según la ley interior de nuestra vida que acabamos de recordar: la del amor gratuito. 1 Cfr CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Instr. La verdad os hará libres (Jn 8,32), 20-IX- 1990, en Boletín Oficial de la Conferencia Episcopal Española (BOCE) 29 (7-I-1991) 13-32 y en Ecclesia 50 (1990) 1764- 1783. Publicado también como folleto por diversas editoriales. 2 Instr. La verdad os hará libres, 1; cfr 4. 3 CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, 39,3. 4 Cfr PABLO VI, Carta Apost. Octogesima adveniens, 50. 5 Instr. La verdad os hará libres, 51. 6 Recordamos también otros documentos en los que hemos hablado de la relación entre fe, moral y vida pública, cuya relectura será ahora beneficiosa: Testigos del Dios entre fe, moral y vida pública, cuya relectura será ahora beneficiosa: Testigos del Dios vivo. Reflexión sobre la misión e identidad misionera de la Iglesia en nuestra sociedad (28-VI-1985), en BOCE 7 (jul./sept. 1985) 123-136 y en Ecclesia 45 (1985) 824-837; y Los católicos en la vida pública (22-VI-1986), en BOCE 10 (abril/junio 1986) 39-63 y en Ecclesia 46 (593-619). 7 Cfr Instr. La verdad os hará libres, 65. 8 Así lo recordaba en 1991 la Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos: la síntesis de la verdad, la libertad y la comunión es la fuente de la que puede nacer la cultura de la entrega mutua y de la comunión, que se perfecciona también en el sacrificio y en el trabajo diario por el bien común (Relación final, II, 4). 9 Cfr JUAN PABLO II, Enc. Veritatis splendor, 72, 74, 90; y Enc. Evangelium vitae, 29-30. 10 Instr. La verdad os hará libres, 39, 2. 11 Ibid. 12 CONCILIO VATICANO II; Const. Gaudium et spes, 22, citada en Juan Pablo II; Enc.Veritatis splen- dor, 2 y 28. 13 JUAN PABLO II, Enc. Evangelium vitae, 49. 14 JUAN PABLO II, Enc. Veritatis splendor, 13. 15 Enc. Pacem in terris, 30. 16 Cfr CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instr. Libertatis conscientia (22-III-1986), 25-26. 17 CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instr. Libertatis conscientia, 18. 18 Cfr JUAN PABLO II, Enc. Veritatis splendor, 41. 19 MISAL ROMANO, Oración colecta del XXVI Domingo del Tiempo Ordinario: Deus, qui omnipotentiam tuam parcendo maxime et miserando manifestas... |