LA IGLESIA Y LOS POBRES
DOCUMENTO DE REFLEXIÓN DE LA
COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL SOCIAL
(21 de febrero de 1994

 

5. LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA Y LA POBREZA

5.1. Amor a la pobreza
- Liberar el corazón
- Confiar en la providencia de Dios Padre
- Compartir con el hombre nuestro hermano
- Respetar la creación

5.2. Amor a los pobres
- Un solo corazón
- Un solo cuerpo
a) Espiritualidad de inserción
b) Espiritualidad de solidaridad
c) Espiritualidad del misterio pascual
- Un solo Dios y Padre
a) Caridad universal
b) Caridad liberadora
c) Caridad escatológica


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LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA Y LA POBREZA

Más de una vez, dentro de la Iglesia, hemos caído en la tentación de contraponer la vida activa y la contemplativa, el compromiso y la oración, y más concretamente, hemos considerado la lucha por la justicia social y la vida espiritual como dos realidades no sólo diferentes -que sí lo son en cuanto a su objeto inmediato-, sino independientes y hasta contrarias, cuando no lo son en modo alguno, sino más bien complementarias y vinculadas entre sí.

Hablando muy en general, toda la vida cristiana se mueve dentro de la dinámica del doble mandamiento del amor a Dios y al hombre, de la caridad afectiva y efectiva con Dios y con el prójimo. Tanto el Nuevo Testamento como toda la Tradición, coinciden en señalar este aspecto como el fundamento y la esencia de la vida cristiana, y los grandes santos no han hecho otra cosa que vivir y predicar esta verdad central en la Iglesia 99 .

La caridad universal a los hombres, precisamente para ser afectiva y efectiva, debe llegar a personas determinadas que viven en unas circunstancias concretas. De aquí que la forma de ejercer este amor a los hombres a lo largo de la historia de la Iglesia y a lo ancho de la geografía del mundo puede ser variable hasta el infinito. Ahora mismo, como dijimos antes, puede y debe seguir siendo también individual y ocasional, de persona a persona, pero también institucional, estructural y política, en el sentido genérico de la palabra, para aquellos que tengan esta noble vocación.

Por todo lo que venimos diciendo, la Iglesia en general y cada cristiano en particular, debemos tener un amor de predilección a los pobres, como lo tuvo el Señor y como lo encargó a sus seguidores. En nuestro tiempo, tanto la Jerarquía como los teólogos y pastora-listas han concretado esta actitud en la llamada "opción preferencial por los pobres y por los oprimidos".

Quisiéramos recordar ahora los estrechos vínculos existentes entre la vida espiritual y la pobreza. Trataremos en primer lugar del amor a la pobreza evangélica como ideal de la vida cristiana con valor en sí mismo, y posteriormente hablaremos del amor a los pobres, entendida aquí la pobreza en el sentido sociológico usual de indigencia, miseria y marginación.

5.1. AMOR A LA POBREZA

120. Concebimos ahora la pobreza como una forma de vida modesta y sencilla, pero digna y honesta; que no busca acaparar riquezas para un mañana siempre incierto, sino que vive trabajando honestamente para vivir en el presente; que se muere por la ansiedad de consumir cada vez más cosas y cada vez más caras, sino que sabe saborear el valor de lo que está a su alcance, lo pequeño y lo cercano; que vive en paz consigo mismo, con la sociedad y con el medio ambiente, sin la mala conciencia de gastar inútilmente lo que otros hombres necesitan para no morir de hambre o vivir en la miseria, ni colaborar al deterioro irreversible del planeta, dejando para las siguientes generaciones un mundo inhabitable 100 .

Este ideal de vida ha sido defendido y vivido a lo largo de la historia por diferentes tendencias humanistas, y aun ahora mismo, cuando el mundo occidental ha fomentado y sostenido un ritmo de vida hedonista y consumista que sirve de señuelo también hacia otros pueblos, no faltan pensadores, grupos y movimientos sociales que comprenden y defienden que si queremos salvar al hombre, a la sociedad y a la Tierra es preciso un cambio de mentalidad, una vuelta a la austeridad, que no es enemiga de la modernidad ni del progreso, pero sí de un materialismo embrutecedor que deshumaniza, rebaja y frustra al ser humano.

121. El cristiano puede asumir y compartir esta forma de vida, y colaborar a su implantación y extensión con otros hombres de diversas religiones y tendencias sociales que busquen también este ideal. Pero, además, en nuestro caso, tenemos una motivación particular desde nuestra fe y nuestro seguimiento del Señor. Como recordábamos anteriormente, la Santa Trinidad eligió para la encarnación del Verbo una familia trabajadora, una actividad artesana obrera, un trabajo artesano que les daba para vivir, con modestia y sencillez pero con dignidad y nobleza, eligiendo además amigos y discípulos en general de su misma clase social.

Pero, además el Señor invitó a todos sus seguidores a seguirle también en esta opción preferencial por la pobreza, y esto por varios motivos.

Liberar el corazón

122. Jesús insiste frecuentemente en su predicación sobre el grave peligro que para la salvación suponen las riquezas: más difícil que entrar un camello por el ojo de una aguja 101 . Porque ahogan la semilla del Evangelio en el corazón del hombre 102. Por ello, no se puede servir a Dios y a las riquezas 103 . La experiencia de todos los tiempos demuestra que las riquezas terminan por acaparar y esclavizar el corazón del hombre, convertido en un servidor dependiente del dios del dinero, al que sacrifica y se sacrifica constantemente. Ya decía San Pablo que "los que quieren enriquecerse caen en tentaciones, en lazos y en muchas codicias locas y perniciosas, que hunden a los hombres en la perdición y en la ruina, porque la raíz de todos los males es la avaricia, y muchos, por dejarse llevar de ella, se extravían en la fe, y así mismo se atormentan con muchos dolores"104 . Y nadie podría desmentir con hechos la aguda observación de San Ambrosio, válida para todos los tiempos y acaso para los nuestros de manera especial: "Cuanto más rico es un hombre, tanto más desea poseer"105 .

Confiar en la providencia de Dios Padre

123. Como Hijo de Dios, Jesús vive abandonado y confiado en la providencia de su Padre, e impone la misma actitud a sus discípulos. No hay que vivir angustiados por el mañana, diciendo: "¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?", "pues ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de todo eso"106 . El Señor no invita a la pereza o la desidia. Él mismo trabajó en Nazaret, y en diversas parábolas presupone como un hecho normal la actividad profesional del hombre en sociedad. Debemos hacer todo lo que esté en nuestras manos para ganar el pan con el sudor de nuestra frente, pero no para acaparar muchos panes para muchos días, por si luego nos falta. La oración del Señor nos invita a pedir "el pan nuestro de cada día dánosle hoy", porque "a cada día le basta su afán" -" o su problema"-107 .

124. Esta actitud es fundamental para la espiritualidad cristiana, ya que supone a la vez el abandono confiado y amoroso en los brazos del Padre, el seguimiento de Jesucristo como hermanos y discípulos, lo cual no puede realizarse si no es movidos por el Espíritu Santo. En la práctica de cada día, esta opción verdaderamente fundamental podrá y deberá adoptar formas muy variadas. No puede ser la misma en un monje que en un empresario, en un padre de familia numerosa que en un célibe, en un científico que en una religiosa. Pero la pobreza evangélica es una vocación universal para todos los bautizados, y no solamente para los que asumen con un voto especial la pobreza de la vida consagrada.

125. Dentro de la flexibilidad de cada persona y circunstancias debe mantenerse siempre el ideal del Sermón de la Montaña, a cuya cumbre no sabemos cuándo llegaremos si llegamos, pero hacia la cual es necesario escalar diaria y esforzadamente. Dada la condición humana, con nuestro corazón herido que tiende hacia la concupiscencia de las cosas materiales, y la envoltura de una sociedad consumista, que nos invita constantemente a poner nuestra ilusión en nuevos objetos que debemos tener para ser felices, podríamos decir: todo aquello que en mis circunstancias necesito realmente y puedo adquirirlo fácilmente, debo tenerlo con acción de gracias a Dios y el corazón desprendido. Aquello que teniendo en cuenta la pobreza evangélica veo claramente que no me es indispensable, debo renunciarlo tajantemente. En los casos de duda, que serán muy frecuentes, entre tener o no tener, siempre será mejor y más seguro renunciar, para una mayor libertad de corazón. "Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios"108.

Compartir con el hombre nuestro hermano

126. ¿Cómo podríamos concebir la vida de Jesús, viviendo en la abundancia mientras otros hombres estuvieran en la miseria?.

¿No es una contradicción flagrante que nos llamemos hijos de Dios si no nos sentimos hermanos de todos los hombres? ¿Y cómo podemos decir con verdad que somos hermanos de los hombres si nosotros acaparamos lo que nos es innecesario cuando a otros les falta hasta lo más necesario para poder vivir? San Pablo nos recuerda cómo el Señor "siendo rico, se hizo pobre por nosotros"109 . Todo lo compartió con nosotros, y a los discípulos les impuso esta norma tajante: "Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioren, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón ni la polilla. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón"110 . El libro de los Hechos nos relata la práctica generalizada de la comunicación de bienes en la primitiva comunidad. Y San Juan Evangelista, en su 1ª carta, insiste especialmente en el principio de que "si alguno que posee bienes de la tierra ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad"111 .

Los Padres de la Iglesia, los grandes predicadores y teólogos, los santos y fundadores han insistido unánimemente en esta obligación de la caridad cristiana hacia los necesitados. Así, decía san Juan de Ávila: "Harto mal es que entre cristianos se diga que para que la limosna sea obligatoria ha de ser en extrema necesidad. En negocio de caridad, no creáis a todos, aunque sean predicadores. Aunque no sea la necesidad de muerte, si es grande la necesidad somos obligados a cumplirla"112 .

Respetar la creación

127. El Espíritu de pobreza evangélica favorece una actitud en el hombre que le lleva a contentarse con lo necesario para su propia subsistencia, sin malgastar inútilmente las riquezas de la tierra. En la Sagrada escritura se expresa simbólicamente la vinculación entre el hombre y nuestro planeta en el relato de la creación llamado yahvista. Yahveh hizo una figura humana con el barro de la tierra, de la que toma su nombre: Adán, de la palabra hebrea adamah (tierra), insuflándole después su aliento, su soplo de vida que le hace imagen y semejanza de Dios. Luego le entrega el Paraíso para que lo cuide y lo disfrute como rentero administrador 113 . Y es significativo que la ocasión escogida para simbolizar el primer pecado del hombre es el mal uso de un árbol cuyo fruto no debía tocar ni comer, por orden del propietario. Teniendo tanta abundancia de árboles frutales de los que podía alimentar, parece que su orgullo y su voracidad se encendió precisamente hacia la fruta prohibida, aunque ello supusiera perder el paraíso, convertir el vergel en estepa. ¿No es esto lo que hacemos cuando destruimos para siempre tantas especies de plantas y animales; contaminamos y envenenamos los ríos y los lagos que podrían darnos de beber; incendiamos o talamos los bosques que nos darían oxígeno y lluvias, sombra y recreo; convertimos los mares en basureros industriales y nucleares: agotamos riquezas irrecuperables como el petróleo por malgastar la gasolina y no buscar energías alternativas, y agujereamos rápidamente la capa de ozono que nos protege como una placenta maternal?

128. Es también simbólico, entre otras actitudes de Jesús en los Evangelios, el respeto y amor a la tierra, los animales y las plantas; el gesto de mandar recoger las sobras de los panes y los peces, después del milagro para dar de comer a la multitud. Se podría haber pensado ingenuamente: Si con tanta facilidad puede multiplicar el pan, ¿para qué molestarse en recoger las sobras? Jesús nos da una hermosa lección: Aunque Dios sea rico, no quiere que sus hijos derrochemos y malgastemos. Un mendrugo de pan, venido de la mano de Dios, todavía es digno de ser comido por sus hijos. Y es curioso destacar que precisamente los santos más ascetas y austeros, como Francisco de Asís o Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola o Teresa de Jesús, han sido los mayores contemplativos de la creación, que se han extasiado con la naturaleza, desde la más humilde hierbecilla hasta los altos cielos estrellados.

5.2. AMOR A LOS POBRES 114

129. "Si me falta el amor, nada me aprovecha". Bien podemos recordar aquí la conocida frase de san Pablo en el himno a la caridad 115 . Si nos falta el amor, nos sobra burocracia. Podríamos tener una perfecta organización, abundancia de medios económicos y expertos en problemas sociales, pero si no tenemos caridad, nuestras instituciones serán frías, sin alma, y a nuestra acción caritativa y social le faltará impulso, entusiasmo, entrega, constancia, paciencia, ternura y generosidad, tan necesarias siempre en este campo de la atención a la indigencia, la miseria y la marginación.

Es evidente que la ayuda efectiva al necesitado es absoluta-mente indispensable como fruto de la caridad cristiana. Pero caeríamos en un materialismo y pragmatismo inhumanos si olvidáramos la actitud afectiva en una acción caritativa y social que pretenda llamarse realmente cristiana.

Quisiéramos hablar ahora de la relación existente entre nuestra vida espiritual y el compromiso de la acción caritativa y social. ¿Son dos campos separados e independientes? ¿Son opuestos e incompatibles? ¿O se vinculan entre sí, como los vasos comunicantes, que suben o bajan de nivel conjuntamente?

Un solo corazón

130. Cristianamente hablando, no puede haber más espiritualidad que la que viene del Espíritu Santo. Él formó a Jesús en el seno de María, el día de la Anunciación; en la primitiva comunidad, el día de Pentecostés, y en cada uno de nosotros, el día de nuestro bautismo. Él es el alma de la Iglesia, dándole vida y unidad, iluminándola con sus dones y enriqueciéndola con sus carismas, a fin de que pueda dar testimonio de Cristo a través de la historia. Él es el Amor personificado de Dios; el que transforma y purifica los corazones de los discípulos, cambiándolos de egoístas y cobardes en generosos y valientes; de estrechos y calculadores, en abiertos y desprendidos; el que con su fuego encendió en el hogar de la Iglesia la llama del amor a los necesitados hasta darles la vida.

El Espíritu Santo no estrecha, sino que dilata; no encierra ni encapsula, sino que empuja y misiona hacia el servicio del amor. Así, cuando viene a María para la Encarnación no duda aquélla en dirigirse presurosa, en un largo y penoso viaje, para alegrarse con su prima Isabel y ayudarla en aquella situación. Y nada más recibirlo en el Cenáculo el día de Pentecostés, la primitiva comunidad, antes escondida y amedrentada, sale a las calles de Jerusalén y al mundo a dar testimonio del Evangelio de Cristo.

Aunque parezca débil entre los grandes poderes del mundo, sólo el amor es fuerte: más fuerte que el olvido, que el odio y que la muerte 116 . No se trata de un vago sentimiento, ineficaz, ni de frases retóricas vacías, sino de obras de una caridad creativa, práctica y eficaz que promovieron los grandes hombres y mujeres del amor que fueron los santos, como testigos e instrumentos del Espíritu Santo.

Necesitamos el amor para vivir y para dar vida, en especial para amar y servir a los olvidados y marginados del mundo. Pero nosotros no podemos producir ese amor, ni suplirlo con técnicas psicológicas, ideologías racionalistas o impulsos voluntaristas. Hemos de acudir con nuestra oración perseverante al Espíritu Santo para que nos encienda en el fuego de su amor; para que veamos al pobre como Cristo lo ve, le amemos como Cristo le ama, y le sirvamos como Cristo le serviría en su tiempo, y quiere seguir haciéndolo en el nuestro, ahora por medio de nosotros.

Un solo cuerpo

131. Si adoptamos para este caso una de las figuras simbólicas de la Iglesia, la del Cuerpo de Cristo, de la que tan frecuentemente habla San Pablo 117 , experimentamos la profunda unidad existente en la vida cristiana entre la espiritualidad y la acción caritativo-social. El Verbo de Dios se encarnó en Jesús de Nazaret como cabeza de la humanidad y señor de la historia, no para un señorío de poder, sino de servicio; no de violencia, sino de amor; no de opresión, sino de liberación. Mientras que en su vida histórica tuvo que limitarse a su propia existencia, hasta que resucitó y se cumplió la promesa del Espíritu, desde entonces se prolonga en cierta manera su incardinación a lo largo del tiempo y a lo ancho del mundo, algunas veces de manera explícita y existencial, en todos los hombres de buena voluntad.

132. Así como nuestra fe descubre a Cristo en la Eucaristía, que es su Cuerpo Místico, como lo llamó la Iglesia de los primeros siglos, o en nuestro corazón por el Espíritu que se nos ha dado, también debemos despertar nuestra fe para descubrirle en todos los hombres, en particular en los más necesitados. No podemos afirmar un aspecto sin el otro, ni negar uno sin negar el otro. La proporción dependerá de la vocación y de las circunstancias de cada cristiano, de acuerdo con un constante discernimiento espiritual 118 . No es que suplantemos la personalidad de cada hombre recubriéndolo con un imaginario pan-cristismo, sino que reconocemos que el Espíritu de Dios ha asumido nuestra existencia para unirla en simbiosis perfecta con el Cuerpo de Cristo que es en simiente y sacramento la Iglesia, y en potencia y esperanza la humanidad entera.

De aquí que, en principio y bien entendido, y como lo dijeron algunos Santos Padres, tenga para nuestra fe el mismo valor arrodillarnos en oración contemplativa ante el sagrario que encierra la Eucaristía, que arrodillarnos junto al lecho del enfermo para curarle o limpiarle. Más aún: como ya comentaba San Agustín, es Cristo (en nosotros) quien visita a Cristo (en los otros).

Ahora bien: la Iglesia y los cristianos de cada época debemos mirar muy bien cómo fue la vida de Jesús de Nazaret, no para imitarla miméticamente sino para seguirla fielmente, adaptándola a nuestras circunstancias. La pregunta que debemos hacernos con sinceridad y con frecuencia, a la luz de la lectura del Nuevo Testamento, de la oración y de las mociones del Espíritu Santo, sería ésta: ¿Cómo se encarnaría el Señor en nuestro tiempo y en nuestra sociedad para cumplir la misma misión que cumplió en aquella época y en aquel pueblo?

133. En este aspecto, la Iglesia de nuestro tiempo tiene un gran tesoro de doctrina social que puede y debe servirnos de orientación general en la adaptación de las exigencias de la caridad cristiana a las condiciones culturales, sociales y económicas de esta época. De todo esto venimos hablando ampliamente en este documento, y a ello nos remitimos. Solamente quisiéramos añadir ahora algunos aspectos especialmente significativos para nuestro propósito.

a) Espiritualidad de inserción

134. Para salvarnos, Dios se acercó a nosotros, vino a vivir con nosotros y entre nosotros; "Se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como un hombre"119 . La caridad acerca a los que estaban lejos. La caridad iguala y comparte. Jesús manifestó una predilección muy especial a los pobres. Nuestra caridad debe acercarnos a ellos de todas las maneras posibles, pero especialmente en la convivencia, situándonos entre ellos para poder analizar las situaciones con realismo, compartir sus problemas y buscar soluciones, recibir su La caridad iguala y comparte amistad y también la amistad especial del Señor con los que sirven a sus pobres.

b) Espiritualidad de solidaridad

135. Jesucristo no solamente se acercó a nosotros, sino que se solidarizó con nosotros, responsabilizándose de nuestras deudas, curándonos de nuestras heridas, haciéndonos volver al buen camino para llevarnos hacia la casa del Padre. "él mismo llevó nuestros pecados"120 . "Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros"121 . Él ha venido "a buscar y salvar lo que estaba perdido"122 . ¡Cuánto más nosotros, en seguimiento de Jesús, debemos asumir la causa de los inocentes que sufren del hambre, la miseria, la injusticia y la opresión! Los cristianos debemos trabajar y luchar en su defensa, siendo voz de los sin voz y colaborando con todas nuestras fuerzas en su liberación. Pidamos al Espíritu Santo que nos dé corazón de hermano hacia todos los hombres, pero especialmente entrañas de misericordia para sentir compasión hacia los más necesitados.

c) Espiritualidad del misterio pascual

136. Los discípulos de Jesús no podemos engañarnos. Si seguimos sus pasos, los que a Él le persiguieron también a nosotros nos perseguirán 123 . Si luchamos contra las fuerzas de la mentira, la injusticia y la opresión, poniéndonos de parte de los débiles, los pobres y los oprimidos, tendremos que compartir también el desprestigio, la marginación, la persecución y quizá hasta la muerte. Pero nosotros tenemos confianza en la Palabra del Señor: "En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!; yo he vencido al mundo"124 . Aunque la experiencia inmediata de la cruz pareció desmentir esta confianza, la Resurrección vino a confirmarla plenamente y para siempre.

137. Aún antes de llegar a un momento límite, sabemos que la cruz de cada día es como un sacramento cuando la llevamos por Cristo y con Cristo. En el camino del Calvario, el Cirineo tuvo el honor inmenso de ayudar al Señor a llevar su cruz. También ahora nosotros podemos prestarle este servicio si ayudamos a los más débiles a llevar el peso de una vida tan dura y tan difícil como la que viven tantos hermanos. "Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame"125 . Y san Pablo decía a los Gálatas: Llevad cada uno las cargas de los otros 126 .

Si ayudamos al hermano a llevar su cruz, estamos ayudando a Cristo, y entonces la llevamos juntos. De este modo sentiremos que lo que parecía debilidad se convierte en fortaleza: el dolor y la muerte, en vida para siempre.

Un solo Dios y Padre

138. Por Jesucristo, los cristianos hemos recibido el Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios Padre: "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!"127 . Así recordamos y actualizamos diariamente en la oración que nos dejó el Señor: "Padre nuestro". Al ser Jesucristo, el Hijo, Cabeza de toda la humanidad, todos los hombres son en principio hijos de Dios y, por lo mismo, hermanos entre sí.

139. Los cristianos, por tanto, nos sentimos hermanos de todos los hombres, formando una sola familia, aunque sea una familia muy numerosa. Además, no se trata de ser hermanos de cualquier manera, como tantas veces por desgracia se comprueba entre los hombres, en cuyas familias en ocasiones se da el desinterés, la insolidaridad, la envidia y hasta el odio, la violencia y la división. Nuestro modelo es Jesús, el hermano de todos, que no solamente nos amo "hasta el extremo" a todos y cada uno 128 , sino que nos mandó que nos amáramos los unos a los otros como Él nos había amado, hasta la muerte 129 , y que este amor sería como el distintivo de los cristianos 130 . Aplicándola al objetivo principal de este documento, la caridad fraternal del cristiano debe tener, entre otros los siguientes matices:

a) Caridad universal

140. Debemos considerar, amar y tratar a todos los hombres como hermanos, ya sean amigos o enemigos; cercanos o lejanos; ateos o creyentes; buenos o malos, simpáticos o antipáticos. Más específicamente, habría que añadir: pobres y ricos, explotadores y explotados; opresores y oprimidos; torturadores y torturados. Uno de los deberes particulares del cristiano, por mandato y a imitación de Jesús, es el amor a los enemigos 131 . Eso no significa en modo alguno aprobar ciertas conductas insolidarias y asociales, ni ser indiferentes ante la injusticia y la opresión.

Jesús, cuyo nombre significa Salvador, viene a salvar a todos, como un buen médico quiere curar a todos los enfermos, pero aplicándoles diferentes remedios según su enfermedad. El Señor ama a los ricos y a los pobres, a los fariseos orgullosos y a los humildes pastores, pero se lo manifiesta de diferente manera. Así, por ejemplo, no tiene escrúpulos en visitar la casa de Zaqueo, el colaboracionista con el poder opresor y explotador de sus connacionales, para convertirlo a la solidaridad y la justicia, devolviendo lo injustamente adquirido y dando sus bienes a los pobres.

Como Jesús, los cristianos quisiéramos que todos los hombres se salven. Pero Él mismo nos advirtió que los ricos tienen grave peligro de perderse, por orgullosos, injustos y adoradores del dios-dinero, mientras que recomienda a sus discípulos vivir modestamente, teniendo el corazón desprendido de las riquezas materiales y compartiendo de nuestros bienes con los que tienen menos.

Mientras no llegue ese ideal en su plenitud, nosotros debemos trabajar y luchar incansablemente por acercarnos progresivamente a él, por todos los medios y caminos que estén a nuestro alcance, siempre movidos por el amor a todos los hombres, como hijos de Dios y hermanos nuestros. El cristiano nunca puede moverse por el odio o la venganza. El mandato del Señor es tajante: "Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen"132 . "Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber", decía ya el Antiguo Testamento 133 . Y san Pablo, que reproduce este pasaje en la epístola a los Romanos, añade: "No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien"134 .

b) Caridad liberadora

141. Como llamados a ser hijos en el Hijo, Dios hizo al hombre libre. No para el mal, sino para el bien. No para el pecado, sino para el amor. Sin embargo, dada nuestra condición, entraba en el concepto de libertad poder usarla para el mal, a fin de que hiciéramos el bien por amor y no por necesidad. De hecho, la historia del hombre es una triste historia de pecado, desde nuestros primeros padres hasta nosotros mismos. La raíz del pecado es el orgullo frente a Dios, cuyos caminos y consejos, el hombre pecador rechaza con autosuficiencia, ingratitud y desamor, buscándose sus propios caminos, por los que no encuentra más que la perdición. Como el hijo pródigo, cuando cree encontrar alejándose del Padre la libertad y la felicidad, no encuentra más que la esclavitud, la miseria y la abyección 135 .

El pecado repetido y habitual se convierte en vicio, que esclaviza al hombre a sus propias pasiones, como sucede en los casos más notorios socialmente del alcoholismo, la ludopatía, o la drogodependencia, tan unidos además a sicopatías que no se puede saber si la enfermedad lleva al vicio o el vicio lleva a la enfermedad. Conviene, sin embargo, advertir que aunque en algunos de estos casos la compulsividad sea tan fuerte que llegue hasta a anular la responsabilidad, y siempre generalmente a disminuirla, no obstante el hombre es más libre y por tanto responsable antes de dejarse caer por la pendiente resbaladiza del pecado inveterado 136 .

142. Pero el pecado del hombre no solamente esclaviza al que lo comete, sino que en muchas ocasiones produce como efecto la opresión y manipulación de los demás. Por ceñirnos ahora al objeto de este momento, la ambición de muchos hombres produce la opresión de otros, desde los tiempos antiguos, con la esclavitud, hasta nuestros días, con los regímenes políticos totalitarios y las estructuras sociolaborales y económicas injustas, tanto en el ámbito nacional como internacional.

143. En este sentido, la teología de la liberación ha sido en la Iglesia del post-concilio un grito profético en favor de la liberación de tantos oprimidos por el peso de las estructuras políticas, culturales, sociales y económicas. El Papa ha invitado a realizar un discernimiento de dicha teología para mejorarla, potenciando sus valores y corrigiendo sus posibles defectos, que pueden darse y se dan como en toda obra humana 137 .

144. Lo que debemos evitar siempre es hacer un uso parcial y exclusivista del concepto de liberación reduciéndolo solamente a lo espiritual o a lo material, a lo individual o a lo social, a lo eterno o a lo temporal. Aunque en la actividad concreta podamos acotar objetivos parciales, la acción caritativa y social debe tener un horizonte amplio, que abarque conjuntamente la liberación de cada hombre, y también de las estructuras de la sociedad; la liberación espiritual del pecado y de la infidelidad, por la conversión a Cristo y al Evangelio, y la liberación material de la indigencia, la miseria y la marginación; la liberación aquí y ahora, en nuestro tiempo, y la liberación futura y para siempre en el Reino de los Cielos. Hemos de ofrecer, simultáneamente, respuestas llenas de amor al hambre de pan y al hambre de la Palabra que tienen los pobres del mundo.

145. Jesús vino a "anunciar a los cautivos la liberación, a devolver la libertad a los oprimidos"138 , y Pablo dice a los Gálatas: "habéis sido llamados a la libertad"139 . Y si bien, por las condiciones de la sociedad de su tiempo y por las circunstancias de la primitiva comunidad, no se hizo especial hincapié en los efectos sociales inmediatos de tales principios, no solamente se habían puesto los fundamentos en esa dirección, sino que no faltaron anticipaciones prácticas del mensaje fraternal y liberador del Nuevo Testamento: así son comunitariamente, la solidaridad y caridad afectivas y efectivas que demuestra la primitiva comunidad, en la que todos se consideraban hermanos e iguales; e individualmente, el hermoso episodio del esclavo de Filemón, convertido por san Pablo, que ruega a su dueño que ya no lo considere como esclavo, sino como hermano en la fe. El ser humano es totalmente libre sólo cuando es él mismo en la plenitud de sus derechos y deberes: y lo mismo cabe decir de toda la sociedad. "La libertad con la cual Cristo nos ha liberado 140 nos mueve a convertirnos en siervos de todos. De esta manera, el proceso del desarrollo y de la liberación se concreta en el ejercicio de la solidaridad, es decir, del amor y servicio al prójimo, particularmente a los más pobres"141 .

Así se cierra en la concepción cristiana el círculo de la libertad liberadora, la libertad no para la insolidaridad y el capricho, sino para el servicio en el amor. Uno de los males de nuestra época es haber llegado a confundir lamentablemente libertad con independencia. Cristo, el hombre más libre de la historia, se autoproclamó el Siervo de Yahveh, que vino no a ser servido, sino a servir y a dar la vida por nosotros, y que mandó a sus discípulos que entre ellos el que sea mayor se haga el servidor de todos 142 .

c) Caridad escatológica

146. "Ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que seremos", dice san Juan, con realismo y esperanza al mismo tiempo 143 . Por eso nosotros, los cristianos "esperamos pacientemente la esperanza de la justicia"144 . Como se ha dicho con una frase muy expresiva, la Iglesia de la historia vive entre el ya sí y el todavía no. Por una parte, vive en el gozo y se apoya en la garantía de que en Cristo Resucitado el Reino de los Cielos ha llegado a nosotros. Por otra, reconoce que todavía no ha llegado a su plenitud hasta que Cristo vuelva glorioso en su Parusía. De aquí que la Iglesia del Concilio haya reconocido con humildad y afirmado con esperanza que la Iglesia terrena no es ni más ni menos que sacramento del Reino de Dios, en cuanto "sacramento universal de salva-ción" 145 .

Nosotros, los cristianos, podemos ser a la vez realistas y utópicos no solamente sin contradicción, sino viviendo la mutua implicación entre ambos aspectos. Vivimos al día apoyados en el ayer, sembrando para el mañana. Podemos permitirnos el lujo de gastar -no de malgastar- el tiempo, ya que contamos con la eternidad, sin que ese aparente fracaso de la experiencia inevitable de la muerte amenace truncar nuestro proyecto. "Porque mil años a tus ojos, son como el ayer que ya pasó, como una vigilia de la noche", dice a Dios el salmista 146 . Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre"147 . Y Él nos prometió: "El que cree en mí aunque muera, vivirá"148 .

147. Nuestra historia individual es muy corta, en relación con lo mucho que la humanidad tiene que andar en el camino hacia el ideal de una "civilización del amor", como la ha llamado frecuentemente Juan Pablo II; de una sociedad en la que reinen la justicia, la solidaridad y la fraternidad. La acción caritativa y social de la Iglesia debe trabajar a largo plazo y, al mismo tiempo, con urgencia; con paz y con premura, como dice una frase ya tópica, "sin prisa y sin pausa", y con sentido de continuidad, recordando la frase de san Pablo: "Yo planté, Apolo regó, más fue Dios quien dio el crecimiento. De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; (...) colaboradores de Dios"149 .

148. Esto exige de la acción caritativo-social una actitud a la vez de humildad y de esperanza. Por una parte, ante tarea tan ingente nos sentimos "siervos inútiles"150 . Por otra, sabiendo que trabajamos con Dios, por Dios y para el Reino de Dios, "todo lo puedo en Aquel que me da fuerzas" 151 . Ni podemos establecernos por nuestra cuenta en la acción caritativa y social, independizándonos con autosuficiencia de la inspiración y la gracia del Señor, ni tampoco enterrar el talento recibido con pereza y con excusas de falsa humildad. Cristianos humanamente muy pequeños hicieron obras gigantescas, movidos por la caridad de Cristo y la luz del Espíritu Santo para ayudar a los necesitados.

149. La caridad escatológica supone también la paz y la paciencia, para dar tiempo al tiempo, como el sembrador que siembra la semilla contando con el trabajo de la tierra a lo largo de los días y las noches: " El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra: ya duerma o se levante, ya de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo"152 . ¡Y no se podrá decir por eso que el Señor no se afanó durante toda su vida para implantar el Reino...! Muchas veces, en cambio, podemos echar a perder la siembra con impaciencias y exigencias prematuras, perdiendo la paz escatológica y la paciencia histórica, al no tener en cuenta los ritmos vitales de las personas y los pueblos, ni los tiempos oportunos -kairoi- de la gracia de Dios, que no siempre siguen el ritmo de nuestro reloj ni de nuestro calendario. La construcción de la nueva Jerusalén durará hasta el fin de los tiempos.

150. Esto exige además las virtudes también escatológicas de la perseverancia, la continuidad y la fidelidad, lo que se expresa tan gráficamente con el conocido refrán popular de "a Dios rogando y con el mazo dando". Los que nos dedicamos a construir ese inmenso edificio que ha de ser la nueva humanidad o, lo que para nosotros es equivalente, el Reinado de Dios, debemos conservar a la vez la grandiosa visión de conjunto y los detalles y filigranas de la pequeña parte que a nosotros nos toca labrar. Debemos ser operarios metódicos que trabajan a conciencia, sin perdonar esfuerzo, sin desgana ni desvío, sin abandonos ni excusas, sino con laboriosidad, responsabilidad y fidelidad 153 .

151. Por otra parte, tenemos la certeza y la esperanza de que Dios mismo dará el último y definitivo remate a nuestra obra al final de los tiempos. Dice el Concilio: "La Iglesia (...) no alcanzará su consumada plenitud sino en la gloria celeste, cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas 154 y cuando, junto con el género humano, también la creación entera, que está íntimamente unida con el hombre y por él alcanza su fin, será perfectamente renovada en Cristo 155 .

Aunque torpes aprendices en el taller de un maestro genial, nosotros aspiramos a hacer una obra maestra. Ensayamos aquí y ahora una sociedad y una humanidad cada vez más parecida al modelo de Dios en Jesucristo. Cuando trabajamos entre los hombres para implantar la justicia, la solidaridad, la colaboración y la amistad sabemos que nunca alcanzaremos una perfección absoluta en todo el hombre y para todos los hombres. Sin embargo, ello no nos desanima, porque sabemos que el Maestro dará al final unas pinceladas geniales que llevarán nuestra obra a la perfección.

Ello no puede justificar en modo alguno la pasividad o el fatalismo. En la constitución Gaudium et Spes advierte el Concilio: "la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo"156 .

152. Pero sí puede levantar nuestra esperanza hacia los bienes futuros que nos aguardan en el Reino, donde Dios será "todo en todos"157 y así llenará plenamente esta sed insaciable de bien que mueve el corazón humano sin descanso; "Hiciste nuestro corazón para ti, y está inquieto hasta que no descanse en ti", decía San Agustín. Es que, como dice san Pablo, "somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas" 158 .

153. Entretanto, los cristianos "vivificados y reunidos en su Espíritu, caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia humana, la cual coincide plenamente con su amoroso designio: "Restaurar en Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra" (Ef.1,10)159 .

154. "Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa; pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra"160 . "Mientras no lleguen los nuevos cielos y la tierra nueva donde mora la justicia 161 , la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, pertenecientes a este tiempo, la imagen de este siglo que pasa, y ella misma vive entre las criaturas que gimen con dolores de parto al presente en espera de la manifestación de los hijos de Dios (Cfr Rom. 8,19-n)"162 .

Sin embargo, mientras caminamos día a día hacia el Reino de Dios, el Dios del Reino ya ha venido a nosotros en nuestro corazón: "¡Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él!”, dice el Señor en la última Cena 163 . En el libro del Apocalipsis invita al discípulo: "Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo"164 . Y al final de dicho libro, el discípulo pide al Maestro en un grito de esperanza: "¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!"165 .

Para terminar, recordemos que este definitivo encuentro, donde se juega nuestro destino eterno, estará condicionado por nuestra actitud afectiva y efectiva hacia los hombres más débiles y necesitados. Bien podríamos decir, por tanto, teniendo en cuenta la necesaria adaptación del mensaje cristiano a las condiciones sociales de cada tiempo y lugar, que el programa de actividades que aquí presentamos como exigencias de la acción caritativa y social será la piedra de toque para los cristianos y la Iglesia de nuestro tiempo, para que el Señor pueda decirnos al fin de nuestra vida terrena y al final de los tiempos: Venid, benditos de mi Padre, porque estaba parado y me disteis trabajo; era inmigrante y me acogisteis; estaba hundido en la droga, el alcoholismo o el juego, y me tendisteis una mano para levantarme; era un feto y me defendisteis contra el aborto para que pudiera nacer y vivir; estaba muy anciano, enfermo y solitario, y vinisteis a limpiarme, hacerme la comida y a darme compañía; era un niño de la calle, sin familia y sin techo donde cobijarme, y me buscasteis un hogar donde poder crecer con afecto y con dignidad; era un campesino en el Tercer Mundo, sin tierras ni trabajo, y luchasteis para defender mis tierras y mis derechos...etc. Conmigo lo hicisteis 166 .


99 Recordemos el conocido ejemplo de San Vicente de Paúl, cuando dice que dejar la oración por atender a un enfermo es "dejar a Dios por Dios". San Vicente de Paúl, Obras completas, Sígueme, Salamanca 1972-1986, 14 vols. en 12 tomos, IX/2, 725.

100 Cfr Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2544-2547.

101 Cfr Mt 19,24.

102 Cfr Mt 13,22.

103 Cfr Mt 6,24.

104 1 Tm. 6,9-10.

105 San Ambrosio, De Nabuthe Jezraelita, c.II,4, PL 14,732.

106 Mt 24,34.

107 Mt 6,34.

108 Mt 5,8.

109 2 Co. 8,9.

110 Lc 12,33-34.

111 1 Jn 3,17-18. Cfr Hch. 2,44-46; 4,32-35.

112 Obras Completas, Madrid 1970. IV 349-354.

113 Cfr Gn. 2,4b-17.

114 Cfr Catecismo de la Iglesia Católica, 2443-2449.

115 1 Co. 13,3.

116 Cfr Cant. 8,6-7.

117 Cfr Hch. 9,4; Rom. 12, 4-5; 1 Co. 12, 12-13; Ef. 1,23; Col. 1,18, etc.

118 Cfr Mt 25,31-46; Lc 10,38-43; Jn 12, 1-7.

119 Fil. 2,6-7.

120 1 Pe. 2,24.

121 2 Cor. 5,21.

122 Lc 19,10.

123 Cfr Jn 15,20.

124 Jn 16,33.

125 Lc 9,23.

126 Cfr Ga 6,2.

127 Ga 4,6.

128 Jn 13,1.

129 Cfr Jn 13,34.

130 Cfr Jn 13,35.

131 Cfr Mt 5,44.

132 Lc 6,27-35.

133 Pr. 25,21.

134 Rom. 12,21.

135 Cfr Lc 15,11-16.

136 Cfr Veritatis Splendor, 69-70.

137 Cfr SRS, 46; Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación, Libertatis nuntius, (6 de agosto de 1984); Instrucción sobre la libertad cristiana y liberación, Libertatis conscientia (22 de marzo de 1986).

138 Lc 4,18.

139 Ga 5,13.

140 Cfr Ga 5,1.

141 SRS, 46. Cfr Libertatis conscientia, 24; Veritatis Splendor, 33ss.

142 Cfr Mt 20,24-28; Jn 13,2-17.

143 1 Jn 3,2.

144 Ga 5,5.

145 LG, 48; GS, 45; AG, 1; etc.

146 Sal. 90,4.

147 Heb. 13,8.

148 Jn 11,25.

149 1 Co. 3,5-9.

150 Lc. 17,10.

151 Flp. 4,13.

152 Mc 4,26-29.

153 Cfr CA, 32.

154 Cfr Hch. 3,21.

155 Cfr Ef. 1,10; Col. 1,20; 2 Pe.3,10-13. LG, 48.

156 GS, 39.

157 I Cor. 15,28.

158 Flp. 3,20-21.

159 GS, 45.

160 GS, 39.

161 Cfr 2 Pe 3,13.

162 LG, 48.

163 Jn 14,23.

164 Ap. 3,20.

165 Ap. 22,20.

166 Cfr Mt 25,31-46.