LA IGLESIA Y LOS POBRES DOCUMENTO DE REFLEXIÓN DE LA COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL SOCIAL (21 de febrero de 1994 3. LA IGLESIA Y LOS
CRISTIANOS, 3.1. Luchar contra la injusticia como
generadora de pobreza 3.2. Principios permanentes y Valores
fundamentales en la lucha 3.3. Objetivos prioritarios en la
lucha por la justicia 3 LA IGLESIA Y LOS
CRISTIANOS, Después de haber recordado la injusta situación de la pobreza en el mundo; de haber meditado con la Palabra de Dios en nuestra responsabilidad ante la triste condición de tantos hermanos nuestros, y de haber analizado las causas que la originan, debemos ahora plantearnos qué podemos y debemos hacer para encontrar alguna solución a estos problemas. De otro modo, caeríamos en el reproche del Señor al criado que no había negociado con el talento que le encomendaron: "¡Siervo malo y perezoso!"45 . Porque, como dice en el Sermón del Monte: "No todo el que me diga `Señor, Señor' entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial"46 . En el último siglo, la Iglesia ha estudiado más profundamente su responsabilidad a la luz de la Palabra de Dios siempre permanente, en relación con las circunstancias del tiempo, siempre cambiante. Especialmente desde hace un siglo, con la Encíclica Rerum Novarum, de León XIII, hasta la última Encíclica social de Juan Pablo II, Centesimus Annus, ha reconocido y asumido su deber en la lucha a favor de los pobres y de los oprimidos. Como un ejemplo entre tantos, recordemos el mensaje del Papa Pablo VI y de los padres sinodales, al final del Sínodo de 1974: "En nuestro tiempo, la Iglesia ha llegado a comprender más profundamente esta verdad, en virtud de la cual cree firmemente que la promoción de los derechos humanos es requerida por el Evangelio, y es central en su ministerio. La Iglesia desea convertirse más plenamente al Señor, y realizar su ministerio manifestando respeto y atención a los derechos humanos en su propia vida. Hay en la Iglesia una conciencia renovada del papel de la justicia en su ministerio. El progreso ya realizado nos anima a proseguir los esfuerzos para conformarnos más plenamente a la voluntad del Señor"47 . 3.1. LUCHAR CONTRA LA
INJUSTICIA COMO GENERADORA 45. Hoy la pobreza no es un hecho inevitable, considerada desde el punto de vista social. Por primera vez en la historia de la humanidad, disponemos de tecnología y de recursos suficientes para que nadie sea excluido de los medios de vida básicos, considerados como mínimos dentro de la propia sociedad. El problema en la actualidad no es de medios, sino de objetivos: querer o no querer. Los principales obstáculos para erradicar la pobreza ya no son técnicos, sino políticos y éticos 48 . Por lo mismo, la pobreza que se tolera en medio de la abundancia es una grave injusticia social. De la misma manera, luchar por la justicia supone para la Iglesia en general y para cada uno de los cristianos en particular una exigencia fundamental y una opción preferencial en favor de los pobres y de los oprimidos. 46. Juan Pablo II, cuando desciende a dar algunas orientaciones particulares en la Sollicitudo Rei Socialis, dice hablando del magisterio social de la Iglesia: "La enseñanza y la difusión de esta doctrina social forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia. Y como se trata de una doctrina que debe orientar la conducta de las personas, tiene como consecuencia el "compromiso por la justicia" según la función, vocación y circunstancias de cada uno. Al ejercicio de este ministerio de evangelización en el campo social, que es un aspecto de la función profética de la Iglesia, pertenece también la denuncia de los males y de las injusticias. Pero conviene aclarar que el anuncio es siempre más importante que la denuncia, y que ésta no puede prescindir de aquél, que le brinda su verdadera consistencia y la fuerza de su motivación más alta"49 . Como se indica en este párrafo del Papa y según aludimos también en el título de este capítulo, el compromiso en la lucha por la justicia nos afecta a todos en cuanto comunidad eclesial y a cada uno también como cristianos, de diferente forma según las circunstancias y los diversos carismas y vocaciones. Dando todo ello por supuesto, ahora, por razones de método, vamos a ceñirnos a la actuación individual de los cristianos, en particular de los laicos, especialmente llamados por su vocación bautismal a su compromiso en el mundo y en la sociedad, dejando para más adelante el tratamiento de la acción eclesial, institucional y comunitaria en la lucha por la justicia y por la promoción social a favor de los pobres. 47. La vida del cristiano debe guardar una profunda unidad, aunque pueda también presentar una armoniosa variedad según los diversos momentos y circunstancias de cada día. Así, tanto la oración como el compromiso, el profetismo y la liturgia, la Sagrada Escritura y el diario, la Misa de la Iglesia y la Mesa del Mundo, la familia y la sociedad, la comunidad cristiana y el sindicato o el partido político, etc., son dimensiones diferentes de su única vida de hijo de Dios y hermano de los hombres. Tanto el espiritualismo alienante como el secularismo rampante son caricaturas y desviaciones de la vida cristiana que deforman también la imagen de la Iglesia ante los ojos del mundo. Por ello, no solamente el compromiso temporal es legítimo y santo, sino necesario y obligatorio, si queremos caminar hacia la perfección cristiana. Este compromiso del cristiano en la lucha por la justicia debe abarcar conjuntamente los tres campos siguientes: Actuar en justicia 48. Más que una caricatura, sería un sarcasmo y un verdadero escándalo que los bautizados, que estamos llamados a superar la justicia humana mediante la caridad cristiana, no solamente no obráramos en caridad sino ni siquiera guardásemos el mínimo de la justicia. Hay que reconocer humildemente que no pocas veces hemos caído en ese pecado a lo largo de los siglos, contribuyendo así al desprestigio de la hermosa palabra caridad, alabando como muy caritativas a personas que daban a los pobres de limosna unas migajas de lo mucho que por otra parte adquirían injustamente en sus empresas o negocios. 49. Dios mismo nos hace justos en Cristo por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Siendo nosotros injustos y pecadores 50 , nos perdonó, nos justificó y nos santificó por pura gracia 51 . Pero esa justicia gratuita o agraciada pide y exige de nosotros que respondamos obrando justamente hacia Dios y hacia los hombres. Y si bien la justicia divina que obra en nosotros debe superar el concepto de justicia humana conmutativa o distributiva, más corto y más estricto, lo que no puede hacer es ignorarlo. Diríamos que puede superarlo, pero no suprimirlo. Además, en la mayor parte de las ocasiones de la vida diaria el cristiano que está inserto en los mecanismos de la sociedad no podrá hacer más que guardar honestamente y justamente las reglas de juego convenidas por todos de antemano. Todos y en muchas circunstancias tenemos la posibilidad y el deber de obrar con justicia hacia los demás: en el hogar, en el comercio, en la fábrica, en la oficina, en el ocio, en el campo, en los tributos municipales, autonómicos o estatales, en las compras y en las ventas, en los préstamos y en las deudas. De mil maneras, el cristiano puede hablar con su conducta, expresando así el valor y la importancia que damos a la modesta pero indispensable y fundamental justicia humana, aunque nosotros la vivamos movidos por la gracia -la justicia-divina. Luchar por la justicia 50. La vida cristiana, como la higuera de la parábola del Señor, debe dar fruto. No bastaría con decir que no da frutos envenenados para no ser infiel a su deber, sino que debe darlos buenos, y los propios de su especie. Por todo lo que venimos recordando, los cristianos, cada uno según su vocación, su condición y circunstancias, debemos estar interesados y preocupados por la injusticia que produce tanta pobreza y miseria entre los hombres, y hacer todo lo que podamos para que haya justicia en el mundo. Salvo el pecado, no existe ningún campo ni actividad alguna en la que el cristiano no pueda y deba incorporarse para luchar a favor de la justicia siempre que se trate de medios compatibles con el Evangelio: sindicatos y partidos políticos, asociaciones de vecinos, y asociaciones no gubernamentales de diversos movimientos en pro de los derechos humanos, la paz, la ecología, la defensa de los consumidores, etc.; desfilar en manifestaciones y firmar manifiestos; asistir a mítines y encuentros, círculos de estudio y conferencias, y tantas y tantas formas más de colaborar con todos aquellos que luchan por un mundo mejor y una sociedad más justa y solidaria, recordando el hermoso lema de una benemérita asociación: "En la noche, vale más encender una vela que discutir sobre las tinieblas"52 . Y recordar una vez más -siempre serán pocas-la advertencia del Señor: "Conmigo lo hicisteis"53 . Denunciar la injusticia 51. Aunque muy conectado con el punto anterior, debemos destacar este aspecto de la denuncia profética por la especial conexión que tiene con la vida de los cristianos, ya que desde el bautismo somos todos un pueblo de profetas, como volvió a recordar y proclamar solemnemente el último Concilio: "El pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad"54. Como dijimos más arriba, Dios no permanece indiferente ni quiere mantenerse en silencio ante la injusticia, pero deja este ministerio a los profetas del Antiguo Testamento y a la Iglesia del Nuevo. La denuncia profética tiene una doble finalidad: defender al inocente y convertir al culpable. Por ello, como decía Juan Pablo II en el párrafo antes citado 55 , a la función profética de la Iglesia pertenece tanto el anuncio como la denuncia. La palabra de Dios es promotora de futuro y creadora de esperanza. Mientras el hombre está en camino, siempre tiene abierto el horizonte de la salvación. Dios quiere la salvación del rico opresor y del pobre oprimido, pero no de la misma manera para uno que para el otro. El caso de Zaqueo es simbólico, dado que es precisamente San Lucas, el evangelista de la pobreza, el único de los tres sinópticos que recoge este relato, como también es el único que incorpora las maldiciones a los ricos. Pues bien, Zaqueo recibe a Jesús y se salva al dar a los pobres la mitad de sus bienes, y devolviendo lo injustamente defraudado. 52. Teniendo en cuenta la gran complejidad de la economía actual 56 , no podemos presentar soluciones simplistas y retóricas, que no harían más que desanimar a los posibles zaqueos de buena voluntad, aunque nosotros, los profetas, quedáramos con la conciencia tranquila y la autocomplacencia de mantener la imagen de defensores de los pobres. Deberíamos promover un diálogo interdisciplinar entre economistas, sociólogos, politólogos, educadores y moralistas, con el fin de encontrar caminos posibles y realistas, opciones y fórmulas operativas, pistas y orientaciones prácticas para transformar radicalmente las estructuras injustas de la economía nacional, internacional e intercontinental. 53. Este anuncio/denuncia no puede reducirse a tratar de convertir, si es posible, a los ricos y al capitalismo salvaje y sus mecanismos opresores, sino que debe promover ante todo la liberación económica y social de las personas y de los pueblos oprimidos por la pobreza, la indigencia y la miseria, colaborando con ellos en su promoción con programas de desarrollo, asociaciones de libre comercio, foros y debates internacionales, etc., y también estimulando su propia iniciativa, su creatividad, su inventiva y su laboriosidad, sin dejarles caer en la pasividad, el victimismo o la inactividad. Aunque en ocasiones pueda resultar impopular, el profetismo cristiano debe ser partidario, pero no partidista; popular, pero no demagogo; animoso, pero no voluntarista; sencillo y evangélico, pero no ingenuo ni simplista. 54. Finalmente, en otro sentido es necesaria también la voz profética de los cristianos en el mundo, en cuanto utopía y esperanza, modelo de futuro y proyecto de un mundo mejor, programa de trabajo y camino hacia una sociedad más justa, más solidaria y más humana. Dios creó el mundo con su Palabra, y por la palabra de los profetas liberó, convocó y guió a su pueblo hacia la Tierra Prometida. Jesús es la Palabra de Dios hecha palabra de hombre para salvar a los hombres. Con su Palabra hacía obras de curación y salvación, y con sus obras anunciaba y hablaba del Reino de Dios que estaba llegando. Los cristianos reconocemos en la palabra del hombre 57 una derivación y un eco del Verbo de Dios, y en la Iglesia, movida por el Espíritu que empujaba a los profetas del Antiguo Testamento y a Jesús de Nazaret, así como a tantos y tantos santos, nuestra palabra tiene carácter de misión, de alguna manera de palabra de Dios que despierta a los dormidos y les empuja incansablemente a trabajar, preparando un futuro mejor. Contra todos los fracasos y superando todas las fatigas, siglo tras siglo y generación tras generación, la voz de los cristianos debe seguir resonando para denunciar las sombras y anunciar las luces; formando hombres de esperanza que levanten la esperanza de los hombres, y pregonando ideales que puedan convertirse en realidad. Gracias a tantos suspiros de deseo de un lado y otro, pudo caer, como las murallas de Jericó, el muro que dividía el Este del Oeste. Debemos seguir soñando y suspirando, hablando, anunciando y esperando la caída del muro entre el Norte y el Sur, entre los ricos y los pobres, los hartos y los hambrientos, los que tienen de todo y aquellos a los que todo les falta. Que no les falte nunca, al menos, nuestra voz de aliento y de esperanza, una voz llena de amor para que los injustos se conviertan y los pobres alcancen su dignidad humana perdida. 3.2. PRINCIPIOS
PERMANENTES Y VALORES FUNDAMENTALES En la vida humana, tanto individual como social, no solamente es importante el fin, sino los medios; el qué y el cómo; la meta y el camino. Por medio del instinto natural, los animales tienen perfectamente claro y determinado de antemano lo uno y lo otro, pero los hombres, por nuestra libertad, hemos de buscar constantemente cuáles son los mejores fines y los medios más aptos para alcanzarlos. 55. Los cristianos hemos descubierto que en nuestra coyuntura histórica y social es un deber de caridad luchar contra la injusticia generadora de pobreza y de miseria en el mundo. Pero ¿de qué manera? ¿con qué criterios, que sean coherentes con el Evangelio y con la vida de la Iglesia? Dentro de la variedad infinita de las diversas circunstancias, que requieren un discernimiento adecuado a cada caso, en el pensamiento social de la Iglesia destacan principalmente algunos valores fundamentales que hay que salvaguardar, y algunos criterios que pueden servirnos de orientación en la lucha por la justicia, de los que entresacamos los siguientes: Los derechos humanos 56. Creado a imagen y semejanza de Dios, el hombre es el señor y el centro de toda la creación de donde se derivan la dignidad y los derechos de la persona humana. Como dice el Vaticano II, "todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos" (GS, 12). Por eso toda la organización de la sociedad, la cultura, la economía y la política deben estar al servicio de la dignidad y los derechos del hombre, tanto considerado en su individualidad como en sus formas de vida comunitarias 59 . El bien común 60 57. El hombre es un ser sociable por naturaleza y por vocación. En el plano natural, no podría llegar en modo alguno a su madurez humana sin crecer y vivir en sociedad: la familia, el lenguaje, la convivencia, la educación, la cultura, la amistad, el trabajo y el intercambio de servicios colaboran a la humanización del hombre a lo largo de toda su vida. En la concepción cristiana, el hombre está llamado por el Dios Comunidad, Tres personas compartiendo eternamente una vida común, a formar parte de la Iglesia de Jesucristo cuya etimología viene de "convocada", "reunida", en la que el Espíritu Santo engendra a la familia de Dios como hijos en el Hijo. Tanto en el plano natural como en el de la vida eclesial, el bien individual y el bien comunitario se relacionan y se potencian mutuamente, sin exclusión ni oposición. Ciñéndonos ahora a la vida social, debe organizarse en todos los aspectos buscando ese ideal, no siempre alcanzable con absoluta perfección, pero siempre a perseguir con total dedicación. Ni la organización comunitaria puede manipular a las personas como si fueran meros instrumentos, ni el individuo puede buscar de manera egoísta en la comunidad solamente su propio bien, sin colaborar en el bien común de todos, confundiendo libertad con independencia egoísta o insolidaridad. El espíritu cristiano debe aportar aquí la consigna de Jesús, que no vino a ser servido, sino a servir, y quiere que nosotros seamos los unos servidores de los otros por amor. Paradójicamente, sirviendo es como Jesús llegó a ser el Señor, y el discípulo de Jesús se realiza como hombre y como cristiano tanto más cuanto más sirve, en el doble sentido de servir a y servir para. La solidaridad 61 58. Desde los Santos Padres de los primeros siglos hasta el Papa y la jerarquía actuales, se ha mantenido este principio, que podría resumirse en esta cita del Concilio Vaticano II: "Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa, bajo la guía de la justicia y de la caridad"62 . 59. De aquí que el derecho a la propiedad privada de los bienes de producción no pueda nunca ser algo absoluto y primario, sino relativo y secundario, como ha recordado recientemente Juan Pablo II, retomando una doctrina que ya procede de la tradición de los primeros siglos, aunque se haya oscurecido en algunas épocas: "La tradición cristiana no ha sostenido nunca este derecho como algo absoluto e intocable. Al contrario, siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común de todos a usar de los bienes de la creación entera: el derecho a la propiedad privada como subordinado al derecho al uso común, al destino universal de los bienes" (LE, 14). Es lo que se ha llamado también en el magisterio reciente la hipoteca de la propiedad privada, y secularmente la teología y la predicación interpretaban como mera administración en favor de los pobres. El principio de subsidiariedad 63 60. De los principios anteriores se deduce necesariamente que el bien común debe buscarse también comunitaria y corresponsablemente. Tratándose de personas humanas, básicamente con la misma dignidad, todos pueden y deben colaborar en la búsqueda del bien común, tanto respecto a sus fines como por lo que respecta a los medios. El totalitarismo, el autoritarismo y el absolutismo representan actitudes completamente opuestas, pero también, aunque en grado menor, van contra esta orientación el despotismo ilustrado o inclusive el paternalismo, que se desvelan por el bien del pueblo pero sin contar para nada con él, tratándole en conjunto como a menores de edad 64 . Afortunadamente, en las sociedades modernas ha seguido progresando y extendiéndose la forma democrática de gobierno, siquiera sea en sus formas todavía inmaduras e imperfectas que suelen llamarse democracias formales. Pero es preciso continuar avanzando en el espíritu que representa esta tendencia, no solamente en el Estado y en otras instituciones de gobierno político, sino también en todos los campos de la vida social, fomentando y estimulando la colaboración del pueblo en lo que sea posible. El principio de subsidiariedad, responde a la vez al deber de solidaridad con el bien común y al respeto a la dignidad de la persona humana y de los grupos sociales intermedios. Por tanto, toda institución, asociación, organización, grupo o estamento debe llevar a cabo con autonomía todo aquello para lo que se encuentre capacitado, sin impedimento ni suplantación por otra instancia superior, salvo quizá el mínimo de información o coordinación que esté previsto en las reglas del juego social. La autoridad y la ley cuidarán que todos los grupos sociales puedan ejercer con igualdad esas iniciativas. De esta manera, no solamente se respeta la legítima autonomía y dignidad de las personas y los grupos humanos, sino que también se fomenta la creatividad, la participación y la corresponsabilidad social que responde al ideal de una democracia real, directa y popular. Valores fundamentales que es preciso salvaguardar 65 61. Según la orientación general del Evangelio, y en particular del Sermón de la Montaña, así como con las notas del Reino, la actuación cristiana debe tener en cuenta una constelación de valores que deben conjugarse simultáneamente en cada caso, como son, principalmente, la verdad, la justicia, la libertad, el amor y la paz. Así, no se puede buscar la paz sin la verdad, ni la justicia ni el amor. Ni se puede promover la justicia sin el amor, la paz y la verdad, etc. De aquí se derivan inmediatamente otros valores como la fraternidad, solidaridad, la primacía de la persona sobre las cosas, del espíritu sobre la materia y de la ética sobre la técnica. Es preciso, además, cultivar un espíritu de discernimiento espiritual, para encontrar en cada caso cómo conciliar los diversos valores que se presentan muchas veces como contrarios y que, en todo caso, habrá que conjugar con diferente proporción, cosa no siempre fácil, por lo que deberemos recurrir al diálogo, al análisis detallado de la realidad, y a la oración al Espíritu Santo, que debe ser el guía de nuestra actividad cristiana. 62. Nada de lo que venimos diciendo podría llevarse a cabo sin desarrollar en nosotros un fuerte espíritu de responsabilidad, de generosidad y de laboriosidad. Para ser corresponsables es necesario antes ser responsables. No podemos exigir derechos sin aceptar deberes. Una sociedad democrática es más digna del ser humano que una sociedad autoritaria, pero no dispensa del esfuerzo, de la disciplina y la laboriosidad. Es una ligereza desprestigiar el trabajo humano. Tal y como Dios ha hecho al hombre y como nos manifiesta simbólicamente en el relato de la creación 66 , es tan necesario el trabajo como el descanso, la obligación como la fiesta. Si solamente vivimos para trabajar, nos convertimos en esclavos. Pero si solamente vivimos para descansar, nos convertimos en seres abúlicos y aburridos, incapaces de esforzarnos ni siquiera para divertirnos, capaces solamente de bostezar interminablemente. Aparte de otros factores que también deben tenerse en cuenta, la prosperidad de muchos pueblos y la decadencia de otros podría deberse a la laboriosidad y espíritu emprendedor de aquéllos y a la desidia, abulia e inoperancia de éstos. Trabajar en favor de la justicia significa, en efecto, antes que nada eso: trabajar. 3.3. OBJETIVOS PRIORITARIOS EN LA LUCHA POR LA JUSTICIA 63. Creemos que de todas las premisas anteriores se deduce lógicamente la exigencia para el cristiano de comprometerse en la lucha por la justicia. Aunque la Iglesia como institución no haya recibido la misión de ofrecer al mundo un proyecto determinado de vida social, política y económica, el mensaje evangélico que ella custodia y proclama contiene unas orientaciones y encierra unas fuerzas que necesariamente deben encarnarse en la vida concreta de los hombres de cada tiempo y de cada sociedad. Con este fin, quisiéramos recoger ahora algunos objetivos que nos parecen prioritarios en esta coyuntura histórica, tanto en el ámbito nacional como internacional. Unos podrán ser alcanzables a corto o medio plazo, y otros lo serán solamente a largo plazo, y hasta podrían algunos dar la impresión de ideales irrealizables, si no tuviéramos a la vez la paciencia histórica y la esperanza utópica, que apoyándonos en los progresos alcanzados en el pasado nos muevan a confiar en el progreso del futuro. Los cristianos tenemos motivos especiales para la esperanza, sabiendo que desde la Encarnación del Verbo, Dios comparte nuestra vida, convirtiendo la historia de pecado en historia de salvación. Recordemos además que si bien nosotros tenemos unas motivaciones especiales y un horizonte propio, podemos y debemos unirnos a todos los hombres de buena voluntad que luchan en el mundo por construir una sociedad más justa, solidaria y fraternal 67 . Macroética 64. Teniendo en cuenta el uso actual que se da al término macroeconomía, nos permitimos aportar el de macroética, para destacar la necesidad de tener en cuenta las circunstancias del mundo de nuestra época, convertido en todos los aspectos en lo que gráficamente se ha llamado la aldea planetaria, en la que se han estrechado las relaciones e interdependencias mutuas entre todos los pueblos, naciones y continentes. La ética racional o la moral religiosa han ido evolucionando al compás de la historia del hombre, desde las hordas primitivas y los pueblos tribales hasta las sociedades modernas, con tendencias más individualistas o más colectivistas, con mayor acento en el liberalismo o en el socialismo, pero en general centradas principalmente dentro del horizonte estrecho de un país o de un reducido número de países. 65. Ahora, en cambio, frente a las condiciones y condicionamientos de la economía internacional de nuestro tiempo, cuando las empresas multinacionales, los bancos mundiales y los consorcios financieros internacionales extienden sus redes de influencia por todo el mundo, necesitamos una nueva ética, concebida para esas macro-estructuras de dimensiones planetarias. La moral cristiana, aun basándose en sus principios inmutables y permanentes, puede y debe reformularlos para adaptarlos a las nuevas circunstancias de la época, como vienen haciendo los papas desde la "Rerum novarum" de León XIII hasta la "Centesimus annus" de Juan Pablo II, y la jerarquía en general, especialmente desde el Concilio Vaticano II hasta nuestros días, juntamente con los teólogos, los moralistas, los sociólogos y los economistas cristianos. Pero es preciso continuar esta reflexión buscando aplicaciones prácticas y formulaciones claras y precisas, realizando un esfuerzo constante de información y de divulgación, de catequesis y predicación, de asimilación y recepción de esta doctrina, con el fin de que llegue a ser no sólo el pensamiento sino hasta el sentimiento, la convicción profunda de todos los cristianos del mundo, tanto para su modo de actuar en la sociedad como para colaborar en este cambio mundial de mentalidad que se precisa en las nuevas condiciones de la economía para cambiar las estructuras injustas 68 . Este campo, además, se presta muy bien para realizar un trabajo ecuménico con cristianos de otras confesiones, de colaboración con miembros de otras religiones, y de solidaridad con los no creyentes de buena voluntad de los que habla el Concilio Vaticano II 69. ONU de la economía internacional 66. En continuidad con el objetivo anterior, se debería promover la creación de un foro internacional de carácter representativo, que tuviera autoridad para dirimir los pleitos y conflictos en los intercambios económicos y comerciales de los diferentes países, como en lo político realiza la ONU, con más o menos acierto, pero, al menos, como instancia moral que tiene un gran peso en la opinión pública mundial. Nuevo orden económico mundial 67. Nos referimos precisamente a un orden ordenado de acuerdo con la justicia, la solidaridad y la fraternidad, en lugar de un sistema internacional de relaciones basado en la opresión y la explotación de los más débiles por los más fuertes. De acuerdo con los nuevos principios de una nueva macroética, es preciso replantear las relaciones económicas y comerciales del Norte con el Sur, de forma que se basen principalmente en la colaboración mutua y en la búsqueda del bien común planetario, más que en el consumismo de una sociedad rica o en la avidez insaciable de beneficios de unas cuantas multinacionales. Nuevo orden ecológico mundial 68. Teniendo en cuenta el objetivo anterior, buscando una mayor nivelación del nivel de vida entre los diferentes pueblos del Norte y del Sur, parece evidente que toda la población actual y futura del planeta no podría subsistir con una concepción consumista, que despilfarra y malgasta los bienes de consumo. Hoy sabemos que las riquezas del planeta son limitadas, y que las energías renovables requieren un ritmo de tiempo que el hombre moderno no ha sabido observar y atender, por lo que estamos llegando a una situación límite de deterioro del hábitat humano 70 . 69. Por lo mismo, es necesario generar y cultivar una mentalidad que sepa buscar la felicidad y la alegría en las cosas pequeñas y sencillas, valorando más el ser que el tener, el saborear que el malgastar; redescubriendo que si "la arruga es bella" es mucho más cierto que "lo pequeño es hermoso". Solamente con una civilización de carácter diríamos nosotros "franciscano" -que habría que llamar simplemente "cristiano"-podremos vivir todos los habitantes del planeta con la comodidad indispensable para que sea respetada la dignidad del hombre y, al mismo tiempo, cuidando y conservando nuestra tierra, nuestro hogar comunitario, tanto para nosotros como para nuestros hijos, como Dios nos mandó desde las primeras páginas de la Sagrada Escritura. Trabajo para todos 70. Ciñéndonos ya más concretamente a nuestro país, destaquemos muy especialmente este objetivo, importantísimo en orden a la justicia social. Con ligeras oscilaciones y altibajos, la situación del paro en España es de una especial gravedad por su alto porcentaje 71 . Sin negar, ni menos justificar, los casos en parte explicables pero siempre lamentables de los fraudes legales en este campo, es también innegable que el trabajo es un derecho natural, reconocido además por nuestra Constitución y por la Declaración de Derechos Humanos de la ONU. El paro forzoso -como ya recordábamos más arriba- es una injusticia con dramáticos efectos sobre las personas, las familias y la sociedad en general 72 . En todo caso, y mientras existan trabajadores en paro forzoso, esa misma justicia social exige que cada parado perciba un subsidio de paro suficiente como para atender a sus propias necesidades y las de su familia. TRABAJO/VALOR 71. Podríamos añadir -dicho sea con un cierto humor y con un amor cierto- que la justicia social exige no solamente el derecho, sino también el deber del trabajo. A veces no se sabe muy bien si lo que se reivindica no es tanto trabajar como tener un sueldo y un empleo, tal y como se concibe en muchas ocasiones la vida laboral, buscando escapadas y escapatorias, fiestas, fines de semana y puentes, para salir huyendo del trabajo lo más lejos posible. Sin negar el valor y la necesidad del ocio, entre nosotros es preciso revalorizar también la necesidad y el valor del trabajo, y del trabajo bien hecho y a conciencia, para evitar y superar la que se ha llamado "chapuza nacional". Sin merma del idealismo ni de la espiritualidad, es preciso conciliar el ocio y el negocio. Redistribución más justa de la renta nacional 72. Frente a las grandes diferencias existentes en la percepción de la renta entre los diversos sectores de la sociedad española, constituye un deber de justicia no sólo el perfeccionamiento y la recta aplicación de un sistema fiscal apoyado más directa y proporcionalmente sobre las rentas reales, sino además en su cumplimiento en conciencia por parte de todos los contribuyentes. También las empresas están obligadas a pagar los impuestos justos, como contribución necesaria al bien común nacional, y a cambio de los beneficios que las empresas reciben de él. Por otra parte, con la misma firmeza debemos añadir que el propio Estado tiene el deber ineludible de gestionar mejor y redistribuir equitativamente el producto de todos los impuestos entre los más necesitados, en proporción justa a sus necesidades. De lo contrario, carecerá de toda autoridad moral para corregir las situaciones fraudulentas. 73. Nuestra exhortación en este punto se dirige también a cuantos por sus cargos tienen hoy la obligación de luchar eficazmente por eliminar drásticamente el ingente fraude a la Seguridad Social en la percepción injustificada del seguro de desempleo, con ocasión de la incapacidad laboral transitoria, la invalidez permanente, etc., que revela una gran corrupción moral. Mientras exista, pues, la actual situación de fraude fiscal y socio-laboral no se dará una justa redistribución de la renta entre empresarios, trabajadores en activo, parados y jubilados 73 . Participación creciente en la gestión económica y política 74. Para pasar en un sociedad desde la llamada democracia formal a la práctica de una democracia real, es necesaria la participación cada vez más efectiva de todos los ciudadanos en las estructuras sociales, políticas, económicas y culturales de las que dependen 74 . Si atendemos a este aspecto de la vida española, hay que reconocer que estamos muy lejos todavía del ideal. Frecuentemente, los ciudadanos asistimos impotentes a la toma de decisiones que tienen graves repercusiones para toda la sociedad, pero que se han adoptado de manera autoritaria, en manos de grupos económicos y políticos privilegiados, que nos reducen a los demás ciudadanos a ser mudos y pasivos espectadores de la gestión del bien común, pero que no se ha gestionado en común, comunitaria y democráticamente. En consecuencia, debemos colaborar activa y responsablemente en lo que ya está a nuestro alcance, como puede ser participar en toda clase de elecciones municipales, autonómicas y legislativas, así como preparar, promover, potenciar o exigir nuevos cauces de responsabilidad y participación en la gestión del bien común y en todos los campos de la vida social, colaborando en organizaciones no gubernamentales, grupos vecinales, movimientos, asociaciones, sindicatos y partidos políticos. No tenemos derecho a lamentarnos de no tener mayor participación cuando no ejercemos la que ya está a nuestro alcance 75 . Garantizar los derechos sociales 75. La aplicación de algunas medidas económicas en curso están suponiendo un grave costo social y económico para las clases más desfavorecidas. Dicho costo debería ser repartido lo más equitativamente posible, evitando que recaiga desigualmente sobre la población. Porque nunca puede equipararse, por poner un ejemplo, la pérdida del puesto de trabajo con la subsiguiente pérdida de poder adquisitivo y los sacrificios familiares que esto representa con la disminución de los beneficios empresariales. Ante esta situación, es de temer que vayan a quedar en letra muerta tanto los derechos sociales y económicos proclamados tanto en nuestra Constitución 76 como en la Encíclica de Juan Pablo II Centesimus Annus 77 , por citar solamente dos textos fundamentales para nosotros, como ciudadanos y como cristianos. 76. La organización de la actividad económica debe interpelar la conciencia social y el espíritu de justicia de todos los ciudadanos, pero muy especialmente de los gestores del bien común en el Gobierno del Estado y de las autonomías. Dicha organización debe hacerse contando con la participación activa de las distintas fuerzas sociales, fomentando un clima de diálogo, de concertación negociada, de compromiso mutuo entre el poder público y los interlocutores económicos y sociales, empresarios y trabajadores etc. 77. En la vida real existen legítimos intereses en conflicto entre empresarios y trabajadores, entre el sector público y sector privado, entre quienes tienen trabajo y los que están en paro, entre los cotizantes a la Seguridad Social y los perceptores de pensiones. En realidad, se trata de conflictos de derechos. Por consiguiente, en todos estos casos hay que esforzarse por encontrar soluciones pacíficas que deben alcanzarse mediante el diálogo y la negociación leal y honesta. La confrontación de fuerzas, incluido el ejercicio del derecho de huelga, puede seguir siendo un medio necesario para la defensa de los derechos y justas aspiraciones de los trabajadores. Pero en una situación en la que existen millones de personas en paro que no pueden ejercitar su derecho al trabajo, a un digno subsidio de paro, o hay pensionistas que no perciben una pensión suficiente, sería injusto e insolidario hacer reivindicaciones consistentes sólo en conseguir mayores salarios para los que ya tienen trabajo, agravando aún más la situación de los parados o jubilados 78 . Desarrollo legislativo y justicia social 78. La pobreza y la marginación no son problemas exclusivos de nuestra época, sino que se han hecho presentes en las sociedades de todos los tiempos y en general, tal vez, con mucha mayor virulencia. Sin embargo, hoy hemos llegado a la convicción de que esa situación no es inevitable ni, por lo mismo, éticamente neutra, sino que representa una responsabilidad y una culpabilidad moral para los que la ocasionan o simplemente la toleran. En este sentido, la aportación de la Iglesia frente a este problema consiste principalmente en anunciar, proponer y promover un espíritu de justicia, de solidaridad y de fraternidad que estimule a compartir a los que tienen más en cualquier campo con los que tienen menos, además de solidarizarse de forma inmediata con los necesitados. Sin embargo, teniendo en cuenta el peso social de la ley para la inmensa mayoría de los ciudadanos, que no son ni héroes ni criminales, en una sociedad desarrollada y democrática, justa y solidaria, es necesario que la legislación recoja de manera concreta y determinada los derechos básicos económicos y sociales de todos los ciudadanos contemplados en nuestra Constitución, de manera que puedan ser exigibles en derecho, y el Gobierno pueda vigilar su cumplimiento o sancionar su incumplimiento. 79. La Administración pública, tanto estatal como autonómica, que recoge y redistribuye la aportación de todos los ciudadanos para ser empleada en atender los servicios necesarios al bien común y malgasta a veces y carga en otros el peso del esfuerzo, debe ante todo garantizar una cobertura que permita vivir a todos los ciudadanos de acuerdo con su dignidad humana y de miembros de nuestra sociedad, cuidando particularmente a aquéllos que se ven amenazados por la indigencia, la marginación o la miseria, por cualquier causa o circunstancia.
45 Mt 25,26. 46 Mt 7,21. 47 Cfr Sínodo 1974, Madrid, 1975, p.69. 48 Cfr SRS, 35,37,38,41,46. 49 SRS, 41. 50 Cfr Rm 5,1ss. 51 Cfr Rm 3,24; 5,21 y ss. 52 Amnistía Internacional. 53 Mt 25,40. 54 LG, 12a. 55 Cfr nota 49. 56 Cfr CA, 43. 57 En la actualidad se destaca el valor performativo de la palabra humana, reconociéndole una fuerza moral transformante, como si fuera una herramienta, un instrumento creador de humanidad, de historia, cultura y sociedad. 58 Cfr Congregación para la Educación Católica. Orientaciones para el estudio y enseñanza de la Doctrina Social de la lglesia en la formación de los sacerdotes. Ciudad del Vaticano, 1988. 59 Cfr Veritatis Splendor, 38ss. 60 Cfr Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1905-1912. 61 Cfr Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1939-1942. 62 GS, 69. 63 Cfr Catecismo de la Iglesia Católica, 1883-85. 64 Cfr CA, 44,45. 65 Cfr Veritatis Splendor, 54,64. 66 Cfr Gn. 1,1-2,4. 67 Cfr CA, 60. 68 Cfr Ca, 35,58,61. 69 Cfr LG, 16. 70 Cfr CA, 37,38. 71 En torno a los 3 millones y medio (Encuesta Población Activa de noviembre de 1993). 72 El desempleo de larga duración (más de doce meses a la búsqueda de empleo) afecta a casi la mitad de la población desempleada, e incide especialmente en los mayores de 25 años y las mujeres. 73 Cfr CEPS: Crisis económica y responsabilidad moral, 3.4. 74 Cfr CA, 46,47. 75 Cfr «Católicos en la vida pública», 117-129. 76 Cfr Art. 9,2,41. 77 Cfr Ca, 10,15,19,35,43. 78 Cfr CEPS, «Crisis económica y responsabilidad moral», IV c.; y Nota del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española sobre la Huelga General del 27 de enero de 1994 (publicada el 13 de enero de 1994). |