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SI HUBIERAS ESTADO AQUÍ

 

 

LECTURA CONTINUADA

Puesta en común sobre Jn 11-12

La salvación ofrecida por Jesús es motivo de persecución por parte de los judíos. La resurrección de Lázaro, acogida por muchos como signo de que en el Maestro está la vida, contrasta con la intención que otros tienen de matarle. Las palabras del Prólogo del evangelio cuando nos hablan de la luz, que "vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron" se cumplen una vez más.

Al terminar la sesión anterior nos proponíamos leer los capítulos 11 y 12 procurando responder a una pregunta: ¿Cómo reaccionan los judíos ante el signo y las palabras de Jesús?

Vamos a dedicar unos minutos a compartir en el grupo lo que cada uno ha descubierto.


GUÍA DE LECTURA

"Yo soy la resurrección y la vida"

Antes de comenzar, buscamos Jn 11,17-27

> Ambientación

En la lectura continuada que estamos haciendo del cuarto evangelio hemos llegado al último de los signos que el autor nos relata: la resurrección de Lázaro. Ya hemos comentado cómo a través de ellos, Jesús ha querido revelar la gloria de Dios y animar la fe de sus discípulos.

Vamos a detener nuestro camino junto a Marta, la hermana de María y de Lázaro. Ella, en medio del dolor, intenta conjugar el drama de la muerte de su hermano con su confianza en el Señor.

> Miramos nuestra vida

Nuestra sociedad está empeñada en hacer más feliz la vida de la gente. En ese empeño va suavizando todo lo que molesta, apartando lo que estorba, silenciando gritos, acallando preguntas. Parece que hay interés por ocultar, por volver la espalda a todo lo que nos hace sufrir, como si al ignorarlo desapareciera.

Sin embargo, todos vivimos acontecimientos que nos hacen ver esa otra dimensión de la vida. La muerte de un ser querido puede ser uno de esos acontecimientos. Nuestras seguridades, nuestra fe, nuestra propia existencia quedan como suspendidas de un gran interrogante.

- ¿Cómo se vive en tu entorno el hecho de la muerte? Des-de tu experiencia personal, ¿cómo te ha afectado la muerte de un ser querido?

- En esos u otros momentos importantes de tu vida ¿has podido comentar con alguna persona en confianza lo que estabas viviendo? ¿Eso te ha ayudado?

> Escuchamos la Palabra de Dios

- Proclamamos ahora el pasaje en el que se recoge el encuentro y la conversación entre Marta y Jesús. La oscuridad que causa en Marta la muerte de su hermano la anima a salir a la búsqueda de un poco de luz.

- Hacemos un momento de silencio.

- Un miembro del grupo proclama Jn 11,17-27.

- Volvemos a leer el pasaje con atención, en silencio, consultando las notas de nuestra Biblia.

- Intentamos responder a las siguientes preguntas:


> Volvemos sobre nuestra vida

En su diálogo con el Señor, las convicciones de Marta se tambalean. El cambio de mentalidad que le exige no tuvo que resultarle fácil: su esperanza en una resurrección en el último día, al final de los tiempos, cae ante las palabras de Jesús quien le dice: yo, el que está hablando contigo aquí y ahora, soy la resurrección y la vida. Nuestra vida actual adquiere así, a la luz de la resurrección, un sentido radicalmente distinto.

Vamos a reflexionar un poco más sobre todo esto respondiendo a las siguientes preguntas:

- ¿Te ha ayudado la experiencia de la muerte a madurar en la fe? ¿De qué manera?

- ¿Cómo debería influir nuestra fe en la resurrección en la forma de vivir la muerte desde ahora? ¿Y en la vida de cada día?

> Oramos

Hacemos, para terminar, un momento de oración en el que recogemos el fruto de nuestra meditación sobre el encuentro entre Jesús y Marta.

- Tras un instante de silencio, volvemos a leer Jn 11,17-27.

- Dejamos un tiempo de oración personal para que resuenen en nuestro interior el pasaje y lo que hemos reflexiona-do en esta sesión.

- Podemos finalizar recitando juntos el salmo 27 (26): "El Señor es mi luz y mi salvación".


PARA PROFUNDIZAR

La fe y el evangelio de Juan

"Al principio creó Dios el cielo y la tierra" (Gn 1,1). Así comienza una historia que conocemos bien. Es la historia de la humanidad. Es nuestra historia. Es una historia de amor, de amistad. Si la leemos despacio descubrimos antepasados insignes que esperaron contra toda esperanza. Pero también encontramos otros que a la mínima ocasión volvieron la espalda a Dios. El pueblo entero vivió esta doble experiencia de fidelidad e infidelidad con su Señor.

Ante esto, Dios no se encerró en sí mismo. Continuó hablando a su pueblo, amando a su pueblo. Su amor hecho gesto y palabra se expresó de forma única en el momento culminante de la historia. Y la historia se volvió a escribir con un amor renovado: "Al principio ya existía la Palabra. La Palabra era Dios. Todo fue hecho por ella. En ella estaba la vida que era la luz de los hombres. La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros".

Dios se desvela por el hombre, se revela para el hombre ¿Qué es lo que ha fallado en toda esta historia? ¿Acaso Dios se ha guardado algo para sí?

El misterio de Dios, es decir, todo el amor que nos tiene, se ha ido desvelando en la historia de los hombres. Dios ha hablado en nuestro idioma para hacerse comprensible, ha actuado en nuestro vivir cotidiano para hacerse cerca-no de verdad. Y por si algo le quedaba por hacer, ha enviado a su propio Hijo para que, viéndole a Él, reconozcamos al Padre. A esta presencia constante de Dios en el mundo de los hombres es a lo que llamamos "revelación".

Revelación es sinónimo de diálogo, de conversación. Dios no guarda silencio: habla, se revela, actúa en el mundo. En un pasaje del Concilio Vaticano II leemos: "En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía" (DV 2). Para que exista ese diálogo el ser humano tiene también una palabra que decir. Esa palabra es la fe.

¿Creer lo que no se ve?

Tal vez de niños aprendimos una definición en el catecismo: "Fe es creer lo que no se ve". Demasiado escaso para que nos quedemos sólo con eso. La fe es fundamentalmente una respuesta. Dios, que no ha dejado nunca de hablarnos, y que ha sido especialmente elocuente en su Hijo Jesús, no parece conformarse sólo con el eco vacío de sus propias palabras: espera que cada hombre y cada mujer entre en ese diálogo de amistad con Él. Según esto, creer, tener fe, es sinónimo de reconocimiento de Dios y de aceptación de su Palabra.

Ese diálogo que es la fe supone fundamentalmente dos cosas: creer en aquel con el que hablo y creer lo que me dice. Tener fe es creer en Jesús y aceptar como verdaderas sus promesas. Creer es pues, en primer lugar, poner toda nuestra vida en las manos de Dios. Así, creer es creer en Cristo, fiarse, confiar en Él. Y, en segundo lugar, por-que nos fiamos de él, estamos seguros de que lo que dice es cierto: su vida es garantía de que su palabra es verdadera.

Y lo que creemos lo expresamos en voz alta, lo gritamos a los cuatro vientos. Lo hacemos de palabra, repitiendo el Credo que la Iglesia ha conservado a través de los siglos; pero también con nuestra vida. De modo que el amor que ponemos en la historia del ser humano, este amor que es Dios mismo (1 Jn 4,8), garantice la verdad de la fe que profesamos.

En el evangelio de Juan

La fe es, pues, la respuesta del hombre a la revelación de Dios. En el evangelio de Juan, Jesús es presentado como el Revelador, el que nos da a conocer al Padre y su proyecto de salvación para la humanidad. A través de sus signos y palabras contemplamos cómo se ha ido desvelando el misterio del amor de Dios hacia los hombres.

¿Cómo se llega a la fe? El punto de partida es el testimonio de distintas personas que hablan en favor de Jesús como Juan, Andrés o Felipe (puedes leer Jn 1,35-51). A ese momento primero, sigue el encuentro personal con Jesús, y es ahí donde la fe inicial va madurando, tomando cuerpo. El evangelista utiliza con frecuencia los diálogos como recurso literario para que esto quede claro.

El objeto de la fe es siempre Jesús. Muchas veces la expresión que utiliza el autor es "creer en...", queriendo insistir en lo que la fe tiene de relación, de confianza, de caminar como discípulos con el Señor. En otras ocasiones, prefiere seguir insistiendo en la figura de Jesús, y entonces la forma que se emplea es "creer que...": creemos que eres "el Santo de Dios" (Jn 6,69), "el Mesías, el Hijo de Dios" (Jn 11,27), "el que ha venido de Dios" (Jn 16,30), etc. Es importante notar cómo, a través de estos títulos, Juan insiste en la relación especial entre Jesús y el Padre.

La consecuencia fundamental de la fe para el creyente es la vida. Es constante en el cuarto evangelio: el que acoge a Jesús, acoge al que es la vida, y tiene vida eterna (Jn 3,15.16; 5,24; 11,25; 20,31; etc.). La vida que Dios da a los que creen en Él no es algo que tenga que llegar al final de los tiempos, sino una realidad actual, que ya se está cumpliendo: el que cree ya tiene la vida (Jn 6,47; 5,24). Y por el contrario, el que rechaza a Jesús, el que "no lo acepta no tendrá esa vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él" (Jn 3,36); "el que no cree en Él, ya está condena-do, por no haber creído en el Hijo único de Dios" (Jn 3,18).


PARA PREPARAR EL PRÓXIMO ENCUENTRO

Para preparar nuestra próxima reunión, leeremos los capítulos 13 y 14 del evangelio de Juan. En ellos comienza un largo discurso con el que Jesús instruye a sus discípulos y se despide de ellos cuando ve llega-da para Él la hora de la muerte. Al leerlos, fíjate bien y trata de responder a esta pregunta:

¿Qué instrucciones o normas de conducta sobre la vida
comunitaria da Jesús a sus discípulos en esta sección
del evangelio?