Βiblia Comentada.

Texto de la Nácar-Colunga.

 

 

Epístolas Paulinas,

por Lorenzo Turrado.

 

Tomo VI b.

 

 

Epístola 2ª a los Corintios.

 

Introducción.

Entorno histórico. Ocasión de la carta. Estructura o plan general. Perspectivas doctrinales. Condición de los muertos en el tiempo que media hasta la parusia.

Introducción, 1:1-1:1.

Salado epistolar, 1:1-2. Acción de gracias, 1:3-11.

I. Apología de Pablo y de su Apostolado, 1:12-7:16.

No hay doblez en lo que enseña, 1:12-14. Por qué no ha ido a Corinto, 1:15-24. La carta a en lágrimas, 2-1-11. Inquietud por tener noticias de los corintios, 2:12-17. Las cartas comendaticias de Pablo, 3:1-3. Ministerio de la "letra" y ministerio del "espíritu," 3:4-18. Pablo, heraldo de la verdad, 4:1-6. Vasos de barro en las manos de Dios, 4:7-18. Firme esperanza de los ministros del Evangelio, 5:1-10. La caridad de Cristo, resorte del apostolado, 5:11-21. Azares apostólicos de Pablo, 6:1-10. Vibrante llamada a la reconciliación y a la enmienda, 6:11-18. Alegría por las buenas noticias que le dio Tito, 7:1-16.

II. La Colecta en Favor de los Fieles de Jerusalén, 8:1-9:15.

Llamada a la generosidad de los corintios, 8:1-15. Recomendación de Tito y sus dos compañeros, 8:16-24. Nueva llamada a la generosidad, 9:1-5. La limosna, fuente de bendiciones, 9:6-15.

III. Pablo y sus Adversarios, 10:1-13:10.

Hará valer su autoridad, 10:1-11. No ha usurpado campos de nadie, 10:12-18. Excusas Por Tener Que Alabarse, 11:1-15. Sigue gloriándose de su obra apostólica, 11:16-33. Las revelaciones divinas de Pablo, 12:1-10. Por qué ha hecho su apología, 12:11-21. Exhortaciones varias en relación con su próxima visita, 13:1-10.

Epilogo, 13:11-13.
 

Introducción.

 

Entorno histórico.

El período de tiempo entre la primera y segunda a los Corintios es de los más oscuros para nosotros en la vida del Apóstol. A poco que nos fijemos, podremos observar que la segunda de dichas cartas presupone una serie de coyunturas materiales y morales que no coinciden fácilmente en el marco histórico que podemos formar a base de los Hechos y de la primera a los Corintios. Se habla de una grave injuria hecha a Pablo en Corinto (2:5-10), así como de una carta que les escribió en medio de muchas lágrimas (2:4; 7:8-12); se habla también de que le han acusado de inconstancia en sus promesas de visitarlos (1:15-18) y de que él estaba sin sosiego hasta tener noticias de los corintios (2:12-13; 7:5-7). ¿A qué alude todo esto?

La opinión tradicional, y que modernamente siguen todavía bastantes autores (Gornely, Fillion, Prat, M. Sales, Rosadini, Bover), trata de explicar todo a base de los datos suministrados por la carta primera a los Corintios. Esa injuria irrogada a Pablo serían los escándalos del incestuoso (cf. 1 Cor 5:1-5), que constituían una ofensa para él, en cuanto fundador y pastor de aquella comunidad; la carta "escrita en lágrimas" sería la primera a los Corintios, en la que hay frases muy duras, que revelan un corazón apenado (cf. 1 Cor 4:18-21; 5:1-2; 6:8; 9:1-6; 11:17-22). Y en cuanto a su promesa de hacer un viaje a Corinto y a su preocupación por tener noticias de los corintios, lo primero siempre quedará oscuro por falta de otros datos, y lo segundo nada tiene de particular, dado el amor que les profesaba y las graves admoniciones que acababa de hacerles en su carta.

Así quieren explicar estos autores esa atmósfera de tensión contra Pablo que parece descubrirnos la carta segunda a los Corintios. Sin embargo, la mayoría de los autores modernos (Alio, Ricciotti, Spicq, Re Wikenhauser, Cambier, Benoit) van por otro camino. Creen que para asentar sólidamente la exégesis de la carta segunda a los Corintios, la base ha de ser la misma segunda a los Corintios, no la primera. Y es que entre la primera y la segunda, a juzgar por esta última, hay que suponer una serie de acontecimientos de los que ni Hechos ni primera a los Corintios nos suministran noticias. En líneas generales, las cosas habrían sucedido así: enterado San Pablo de que su carta a los Corintios no había producido los efectos deseados, sino que más bien se había agravado la crisis, no sin intervención de ciertos "pseudoapóstoles" llegados de fuera (cf. 2 Cor 3:1; 10:2; 11:13; 12:11), determinó hacer una rápida visita a Corinto (cf. 2 Cor 2:1; 12:21), yendo directamente desde Efeso por mar, y no a través de Macedonia, como últimamente les había anunciado (cf. 1 Cor 16:5). Estando en Corinto, encontró mucha oposición, y parece que hasta se le insultó públicamente, con no pequeño escándalo de la comunidad, que, además, debió de mostrarse en un principio bastante negligente en castigar al culpable (cf. 2 Cor 2:5-10). El Apóstol, por motivos que nos son desconocidos, quizás de prudencia pastoral, juzgó oportuno no proceder con rigor (cf. 2 Cor 13:2), y partió de nuevo para Efeso, no sin antes prometerles una próxima visita, que luego no realizó (cf. 2 Cor 1:15-18). En lugar de la visita, que de nuevo habría de ser "en tristeza" (cf. 2 Cor 2:1), les envió una severa carta, hoy perdida, la escrita "con muchas lágrimas" (cf. 2 Cor 2:4; 7:8), que confió a Tito, con el encargo de que, cumplida su misión, fuera luego a encontrarse con él en Tróade, que era donde, según sus cálculos, pensaba estar a la sazón (cf. 2 Cor 2:12-13; 7:6-7).

Desde luego, en toda esta reconstrucción no todo puede darse por apolíticamente demostrado. Sin embargo, las razones en que dicha reconstrucción se apoya son muy serias. Querer aplicar al caso del incestuoso la ofensa para la que pide perdón el Apóstol (2 Cor 2:5-11), y a la primera a los Corintios lo que dice de la carta "en lágrimas" (2 Cor 2:3-4; 7:8-12), nos parece que es hacer bastante violencia a los textos. Todo da la impresión de que se trata de una ofensa hecha directamente a él 196, la cual fue causa muy principal de la carta "en lágrimas" (cf, 2 Cor 2:9; 7:12), cosas ambas difícilmente aplicables al pecado del incestuoso. Tampoco la primera a los Corintios, no obstante algunos textos que puedan alegarse en contra, está caracterizada por esa dureza con que se supone fue escrita la carta "en lágrimas" y de la que el Apóstol trata como de disculparse (cf. 2 Cor 7:8-9). Tanto más que en la misma segunda a los Corintios hay textos tan duros y más que en la primera (cf. 10, 6-12; 11:13-20; 13:2); ¿cómo, pues, tratar de disculparse de un modo de proceder que luego va a repetir en la carta que está escribiendo? Por lo demás, ese viaje a Corinto entre la primera y la segunda carta se deduce indirectamente de las palabras mismas de Pablo, que habla de que va a ir a visitarles "por tercera vez" (2 Cor 12:14; 13:1). La primera visita fue la de la fundación de la iglesia (cf. Act 18:1-18); pero ¿cuándo había tenido lugar la segunda? Ponerla durante su estancia en Efeso y antes de escribir la primera a los Corintios, conforme hacen algunos autores (Bisping, Weber), parece que debe ser totalmente excluido, dado que el Apóstol afirma estar informado por otros, no por propia experiencia, de la situación de aquella iglesia (cf. 1 Cor 1:1ι; 5,ι; 11:18). Ni hay indicio alguno en la primera Carta de que les hubiera hecho una visita "en tristeza," como debió ser esa segunda visita (cf. 2:1; 13:2). Menos aún parece deba admitirse la opinión de los que, como Cornely y M. Sales, para salir de la dificultad, dividen en dos fases la evangelización primera de Corinto, suponiendo que el Apóstol la interrumpió durante algún tiempo por haber tenido que salir de la ciudad. No queda, pues, sino admitir el viaje intermedio entre la primera y segunda a los Corintios, como, por lo demás, lo están pidiendo esos otros textos que aluden a la ofensa contra Pablo y a la carta "en lágrimas."

 

Ocasión de la carta.

Que la carta está escrita por el Apóstol desde Macedonia, una vez que había dejado Efeso e iba camino de Corinto, no parece caber duda (cf. 2:13; 7:5; 8:1; 9:2-4; Act 20:1-2). Algunos antiguos manuscritos, entre los cuales el códice Vaticano y la versión siríaca Peshitto, precisan que el lugar de redacción fue Filipos. Nada se puede alegar en contra.

Esto supuesto, ¿qué fue lo que movió al Apóstol a escribir esta segunda carta a los Corintios? La respuesta ha de estar en armonía con lo que acabamos de decir sobre la ambientación histórica de la carta. Pablo, que había enviado a Tito a Corinto como portador de la carta "en lágrimas," esperaba ansioso noticias sobre el resultado. Habían calculado de encontrarse en Tróade, por donde el Apóstol pensaba pasar camino de Macedonia y Grecia; pero, a causa probablemente del alboroto promovido por el platero Demetrio (cf. Act 19:24-40), hubo de adelantar su salida de Efeso, por lo que, al llegar a Tróade, no encontró a Tito (cf. 2:13). Se encontraron más tarde en Macedonia (cf. 7:5-6).

Las noticias que le dio fueron, en general, buenas: el ofensor había sido debidamente castigado y la comunidad había prestado entera sumisión al Apóstol (7:6-16). Sin embargo, el mal no había desaparecido del todo. Allí seguían ciertos elementos peligrosos, predicadores llegados de fuera, que habían logrado infiltrarse en la comunidad con cartas de recomendación (cf. 3:1; 11:13) y acusaban a Pablo de ambicioso e inconstante (cf. 1:17; 7:2; 10:2; 11:7) y de que se atribuía indebidamente la misión de apóstol (cf. 11:22-12:13). A fin, pues, de salir al paso a esas calumnias y hacer que su próxima visita a Corinto fuera más tranquila que la anterior (cf. 13,10), juzgó oportuno enviar a los corintios una nueva carta, en la que, junto a una gran ternura de corazón para con los arrepentidos, aparece una gran severidad para con los recalcitrantes agitadores, que tanto daño estaban haciendo. Al mismo tiempo, aprovecha la ocasión para insistir en la organización de la colecta a favor de los fieles de Jerusalén (c.8-9), de que ya les había hablado anteriormente (cf. 1 Cor 16:1-4).

Tenía lugar todo esto a fines del año 57, y probablemente la carta la llevó a Corinto el mismo Tito (cf. 8:16-24). Es de creer que Pablo había retrasado algún tanto su salida de Efeso, proyectada para las fiestas de Pentecostés (cf. 1 Cor 16:8), debido a los incidentes que motivaron su rápido viaje por mar a Corinto.

 

Estructura o plan general.

Es una carta sumamente personal en la que Pablo, ante los ataques de que era objeto por parte de los agitadores judaizantes, defiende su modo de proceder, encarándose con los adversarios y manifestando ante los fieles cuáles habían sido los verdaderos móviles de su actuación.

Damos a continuación el esquema de la carta:

Introducción (1:1-11).

Saludo epistolar (1:1-2) y acción de gracias (1:3-11).

I. Apología de Pablo y de su apostolado (1:12-7:16).

a) No ha habido doblez ni ligereza en su modo de proceder (1:12-2:17).

b) La gloria del ministerio apostólico, del que él está investido (3:1-6:10).

c) Vibrante exhortación a la plena unión de corazones con él, y alegría por las noticias que en este sentido le trajo Tito (6:11-7:16).

II. La colecta en favor de los fieles de Jerusalén (8:1 -9:15).

a) Llamada a la generosidad de los corintios (8:1-15).

b) Recomendación de Tito y de sus dos compañeros (8:16-24).

c) Grandes beneficios que se derivan de la limosna (9:1-15).

III. Pablo y sus adversarios (10:1-13:10).

a) Réplica a las acusaciones de debilidad y de ambición (ίο, ι -18).

b) Sus títulos de gloria (11:1-12:18).

c) Severas advertencias a los obstinados (12:19-13:10). Epílogo (13:11-13).

Recomendaciones (13:11-12) y bendición final (13:13).

El esquema anterior abarca la carta integramente, es decir, tal como se conserva en nuestras ediciones de la Biblia y en todos los códices y manuscritos, incluso los más antiguos. Es de notar, sin embargo, que gran número de críticos (Hausrath, Pfleiderer, Volter, Kennedy, Krenkel, Windisch) niegan la unidad de la carta, afirmando que ha sido compuesta a base de fragmentos de otras cartas. Se refieren sobre todo a tres secciones: 6:14-7:1, que sería probablemente un fragmento de la carta mencionada en 1 Cor 5:9; c.8-9, que serían dos billetes paulinos distintos sobre la colecta; c. 10-13, que serían o bien un fragmento de la carta escrita "en lágrimas" (Hausrath) o quizás una quinta carta de San Pablo escrita a raíz de un ataque contra él por parte de los judaizantes (Krenkel). Las razones en que se apoyan son de crítica interna: esas secciones no encajan en el contexto. Así, por lo que se refiere a 6:14-7:1, no se ve a qué viene ahí esa perícopa, que interrumpe el pensamiento de 6:11-13, continuado en 7:2; por lo que se refiere a los c.8-9, todo da la impresión de que 9:1 no es continuación de 8:24; y, por lo que se refiere a los c. 10-13 (violentos y mordaces), hay un cambio de tono tan radical respecto de los c.1-9 (serenos y afectuosos), que difícilmente pueden pertenecer a una misma carta.

¿Qué decir a todo esto? Desde luego, las razones alegadas tienen su peso, y presentan un problema muy delicado. No se trata propiamente de discutir el origen paulino de la carta, que incluso esos críticos admiten, sino de saber si ya desde el principio salió así de las manos de San Pablo, o más bien se formó con fragmentos de otras cartas en tiempos ya muy antiguos, cuando se trataba de coleccionar los escritos del Apóstol. Nuestra opinión es que no vemos motivos suficientes para abandonar la tesis tradicional. En efecto, debemos tener en cuenta que en ningún manuscrito ni en ningún autor antiguo hay indicio alguno de que estas partes existieran alguna vez separadas, y que, además, la psicología de San Pablo no se opone a estos cambios más o menos bruscos en una misma carta (cf. Rom 16:17-20). Por lo demás, la carta toda presenta un plan homogéneo, ordenada a conseguir la plena reconciliación del Apóstol con la comunidad cristiana de Corinto. Cierto que los cuatro últimos capítulos, en que el Apóstol alude sobre todo a los promotores de la agitación, abundan más en expresiones duras; pero tampoco faltan las expresiones afectuosas (cf. 11:2; 12:15), así como las duras en los primeros (cf. 1:13; 5:20). Incluso es posible, opinión actualmente del agrado de muchos (Ricciotti, Spicq, Re), que el cambio de tono en los últimos capítulos se deba a las malas noticias recibidas de Corinto a última hora, mientras el Apóstol dictaba la carta al amanuense, trabajo largo, que podía durar bastantes días, sobre todo dadas sus muchas ocupaciones.

En cuanto a 6:14-7:1 y c.8-9, tampoco vemos motivos para considerar estos pasajes como adiciones posteriores a la carta primitiva, conforme explicamos en el lugar respectivo del comentario.

 

Perspectivas doctrinales.

Esta segunda carta a los Corintios es, entre todas las del Apóstol, la que nos revela más al vivo la grandeza de su alma en lo que tiene de humano y de sobrenatural a la vez. Al ser atacado, hubo de defenderse, y en la defensa dio rienda suelta a los diversos sentimientos que agitaban su ánimo, resultando una carta con pasajes a veces de un colorido y dramatismo difícilmente superables.

La idea central es la defensa del ministerio apostólico, de qué él se considera investido. Lo mismo cuando trata de explicar su modo de proceder que cuando se encara con sus adversarios, que cuando exhorta a los fieles a que vivan plenamente la vida cristiana, el hilo conductor permanece inalterado: es apóstol de Jesucristo y heraldo de la verdad, con todas las dificultades y toda la gloria que eso lleva consigo. Creemos que, si para todos es de gran aplicación la doctrina expuesta en esta carta, lo es de manera muy particular para los pastores de almas, que se habrán de encontrar a "veces en circunstancias muy parecidas a las del Apóstol.

Como dice en 2:14: "Sean dadas gracias a Dios, que en todo tiempo nos hace triunfar en Cristo, y por nosotros manifiesta en todo lugar el aroma de su conocimiento." Ahí tenemos como sintetizada la tesis de Pablo: detrás de los predicadores evangélicos están Dios y Cristo, que son quienes fundamentan el origen de su apostolado y quienes les impulsan y sostienen en sus trabajos, para que como enviados o "embajadores" suyos (cf. 5:20), sin peligro de desfallecimiento y hasta con alegría, hagan llegar a todos los hombres la obra divina de reconciliación, inaugurada con la muerte y resurrección de Cristo (cf. 1:21-22; 4:1-6; 5:11-20; 10:4-5).

Esta tesis de Pablo señalando la verdadera naturaleza del ministerio apostólico, la había expuesto ya en su primera carta diciendo y recalcando a los corintios que el agente principal de toda obra apostólica es Dios, y que a nosotros, ministros y cooperadores de Dios, lo único que se nos pide es fidelidad a la misión encomendada, sin que sean los fieles los que deban juzgarnos (cf. 1 Cor 3:5-4:13). Ahora sigue insistiendo en el mismo tema y apuntando quizás a desfiguraciones del ministerio apostólico que hacían esos "pseudo-apóstoles" de origen judío que le atacaban (cf. 11:13:22), expone en una especie de midrash, a base de un pasaje del Éxodo, la inmensa superioridad de los ministros o servidores de la Nueva Alianza sobre los de la Antigua (cf. 3:6-18). Este parangón entre antigua y nueva economía religiosa, que aquí presenta Pablo para hacer resaltar la grandeza del ministerio apostólico cristiano, es tema capital en su teología (cf. Gal 3:1-5:23; Rom 4:1-8:15). En frase gráfica dirá, comparando ambas alianzas, que la antigua es "letra que mata," mientras que la nueva es "espíritu que da vida" (3:6). Notemos el término "espíritu" (πνεύμα), que repite hasta seis veces en el pasaje (v.6:8.17,18), y que es uno de los términos predilectos de Pablo siempre que habla de la economía religiosa cristiana. Con frecuencia lo vemos aplicado a la persona del Espíritu Santo, llamado también Espíritu de Dios o Espíritu de Cristo (cf. 1:22; 5:5; 13:13; 1 Cor 2:10-14; 12:3-4; Gal 4:6; Rom 8:9-11; 15:18; Ef 3:16), pero con no menos frecuencia lo usa para designar el espíritu del hombre (cf. 2:13; 7:13; 1 Cor 2:11; 16:18), esa faceta o parte más íntima de la persona humana, que es como el campo de acción del Espíritu Santo en el ser humano hasta el punto de que a veces es difícil saber si Pablo está hablando del "espíritu" del hombre o del "Espíritu" de Dios actuando en él (cf. Rom 8:1-11). Lo cierto es que Pablo ve siempre la obra religiosa cristiana como influenciada y penetrada de la acción del Espíritu; de ahí que sea "espíritu que da vida" (3:6), y de ahí la grandeza de los ministros de la Nueva Alianza.

Un aspecto del ministerio cristiano que Pablo pinta muy al vivo en esta carta es el que pudiéramos denominar de la debilidad-fortaleza, esa paradoja que habrá de llenar la vida de todo apóstol de Cristo (cf. 1:8-10; 3:4-5; 4:7-12; 6:3-10; 7:5-6; 11:23-33; 12:7-10) 197. Es con esta ocasión precisamente, ante el desgaste que los continuos trabajos de su vida de apóstol le van ocasionando, y previendo que puede estar cercano el día de su muerte sin que haya llegado la parusía del Señor, cuando Pablo nos completa su pensamiento sobre la vida de ultratumba, con referencia explícita a esa etapa entre la muerte de cada uno y la resurrección gloriosa al final de los tiempos. Dada la importancia del tema, que sólo volvemos a ver aludido en Fil 1:21-23, parece oportuno que lo examinemos un poco detenidamente.

 

Condición de los muertos en el tiempo que media hasta la parusia.

Al referirse a la vida de ultratumba, como explicamos en la introducción a la primera carta a los Tesalonicenses, Pablo suele llevar directamente la atención del lector al tiempo de la resurrección corporal en la parusía, que es cuando el hombre conseguirá plenamente su "salvación." Pero ¿qué sucede desde la muerte de cada uno hasta entonces ? Es aquí, en esta segunda carta a los Corintios, donde por primera vez hallamos respuesta de Pablo; sin que eso quiera decir, como también explicamos entonces, que anteriormente Pablo hubiera pensado de otra manera. Simplemente, no habían surgido las circunstancias para hablar del tema.

Pues bien, ¿qué es lo que aquí dice Pablo ? El Apóstol no abandona su viejo anhelo de que la parusía le coja en vida, y así poder ser "sobrevestido" sin haber sido "desnudado," es decir, llegar a la transformación gloriosa de nuestro ser carnal sin haber pasado por la muerte (cf. 5:1-5). Sin embargo, no descarta la otra eventualidad (cf. 5:3). ¿Qué sucedería en ese caso? La respuesta de Pablo podría ser resumida así: no le preocupa quedar "desnudo" si es que la parusía tarda, antes al contrario, prefiere morir, mejor que seguir aquí en vida, a fin de "estar presente al Señor" (5:6-9). Es exactamente la misma idea que expresa también en Fil 1:21-23. Afirmación básica que nos aclara extraordinariamente el pensamiento de Pablo sobre la vida de ultratumba. Tratemos de precisar algo más.

La afirmación de Pablo para una mentalidad griega como era la de los corintios a los que el Apóstol se dirigía, podía ser entendida sin dificultad. Para los griegos, y de modo especial para los platónicos, el alma, que era donde residía el verdadero valor del hombre, era de naturaleza espiritual e inmortal, y con la muerte se liberaba del cuerpo, partiendo hacia Dios, libre ya de todos los trabajos y penalidades que su encierro en el cuerpo llevaba consigo. Pero ¿era eso lo que quería decir Pablo? Por supuesto, Pablo no concreta tanto, sino que habla simplemente de que, con la muerte, logramos alcanzar el "estar con el Señor," lo cual es mucho mejor que "vivir" acá en la tierra, permaneciendo "lejos" o "ausentes" del Señor. De otra parte, sabemos que Pablo es semita, y que para un semita, con visión rígidamente unitaria del hombre, era impensable un estado de felicidad sin el cuerpo. Este es el dilema del que es difícil salir, si tratamos de encasillar a Pablo en una concepción antropológica puramente semita. Pero ¿hay derecho a hacerlo? Creemos que no, conforme explicaremos en la introducción a la primera carta a los Tesalonicenses. Pablo no está atado a ninguna concepción antropológica determinada, ni semita ni griega, al exponer el mensaje cristiano. Quizás haya algo de las dos cosas. Es su mismo modo de expresarse el que debe servirnos de base para interpretarlo. Pues bien, ¿qué presupone el modo de hablar de Pablo?

Desde luego, queda claro que Pablo no concibe la muerte, al menos la del justo, como aniquilación total del hombre, ni tampoco como disminución tal de su existencia, que quede reducido a algo umbrátil, estado de "dormición" o somnolencia, tipo "sheol" judío. Para la fe de Pablo, mientras el cuerpo sigue reducido a polvo esperando la resurrección, algo sigue viviendo del hombre, que le permite ser dichoso "junto al Señor." ¿Hemos de ver ahí ya la idea de un alma de naturaleza espiritual, inmortal, que constituye el componente fundamental del hombre? Nosotros creemos que sí. El modo de hablar de Pablo está presuponiendo claramente la idea de un substrato espiritual subsistente, llamémosle como queramos, que constituye lo más íntimo y fundamental del hombre, y que sigue viviendo después de la muerte. ¿Por qué no llamarlo "alma"? Como escribe Cerfaux, esta "noción de alma, representada con los términos ψυχή, πνεύμα, etc., se hallaba difundida un poco por doquier en los tiempos neotestamentarios. Lucas la expresa en términos griegos (cf. Act 20:10; Lc 12:20). Se la encuentra en la literatura apócrifa. y en el rabinismo. Es concepción básica en la doctrina de la inmortalidad (con o sin resurrección). No hay razón alguna para privar de ella a San Pablo." 198 Tendríamos, pues, que en Pablo semita ese dualismo más o menos latente de la antropología judía queda muy acentuado, aproximándose así al dualismo abierto de los griegos.

Tengamos en cuenta que Pablo lleva ya mucho tiempo viviendo en estrecho contacto con la cultura griega. Poco antes de esta su afirmación sobre la "supervivencia" junto a Cristo después de la muerte, Pablo ha hablado del "hombre exterior" (ó έξω ημών άνθρωπος) que se va desmoronando con las penalidades apostólicas, mientras que el "interior (ó έσω) se va renovando y fortificando día tras día" (4:16), expresiones que, como dice J. Héring, "podrían estar escritas por Filón o cualquier otro platónico" ^9. Hombre "exterior," como está pidiendo el contexto, es para Pablo el hombre en su aspecto caduco, mortal y visible, que se va gastando y acabando con las fatigas apostólicas (cf. 4:8-11; 12:15); el hombre "interior," por el contrario, de que vuelve a hablar en otras dos ocasiones (Rom 7:22; Ef 3:16), es el hombre en su "yo" profundo e invisible, abierto a la gracia divina, y en continuo avance de crecimiento hasta su culminación en la gloria eterna del cielo. Parece que, en el pensamiento de Pablo, la idea de "hombre interior" es afín a la idea de "inteligencia" (vous), esa faceta o parte más elevada del hombre con que juzgamos rectamente de las cosas morales, tan aludida entre los platónicos. Así se deduce de la comparación entre Rom 7:21-22, donde se habla de "hombre interior," y Rom 7:23-25, en que dicha expresión queda sustituida por "inteligencia." 200 Vemos, pues, que en Pablo hay una aproximación, incluso terminológica, al dualismo de los griegos. Ni ello se opone a la concepción unitaria del hombre y a que en realidad es el ser humano quien muere y es el ser humano el que será salvado.

Todavía una última observación. Pablo ha hablado de la supervivencia de los justos junto con Cristo, pero ¿qué pensar de los pecadores ? De su castigo en el juicio final habla Pablo con frecuencia; pero ¿y hasta entonces? La Iglesia católica afirma que, al igual que para los justos el premio, también para los pecadores el castigo comenzará a partir de la muerte. Es lo que claramente deja entenderse también en la parábola del rico epulón (cf. Lc 16:19-31). Pablo no dice nunca nada explícito al respecto; sin embargo, es obvio suponer que sea también ése su pensamiento, pues de lo contrario necesitaríamos una intervención milagrosa de Dios para traer de nuevo a los pecadores a la vida en orden al castigo, lo cual resulta muy extraño.

Dado, pues, que aquí la "supervivencia" no puede explicarse ya, como en el caso de los justos, por su vinculación a Cristo, ¿no estará ello suponiendo, lo mismo en la mente de Pablo que en la de la comunidad primitiva, la idea de una "supervivencia" natural del hombre, por razón de ese "yo" o substrato espiritual subsistente que llamamos "alma"? Así lo creemos.

 

 

Introducción, 1:1-1:1.

 

Salado epistolar, 1:1-2.

1 Pablo, por la voluntad de Dios apóstol de Jesucristo, y el hermano Timoteo, a la iglesia de Dios en Corinto, con todos los santos de toda la Acaya: 2 sea con vosotros la gracia y la paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

 

Es el saludo corriente en las cartas de San Pablo, cuyas expresiones más características ya examinamos al comentar Rom y 1 Cor.

El nombre de Timoteo, unido al de Pablo, era bien conocido en Corinto. Era uno de los más íntimos colaboradores del Apóstol, y le había acompañado en la evangelización de la ciudad (cf. 1:19; Act 18:5). No hacía aún mucho había visitado Corinto (cf. 1 Cor 4, 17; 16:10); pero se ve que ahora se encontraba en Macedonia, que es desde donde San Pablo escribe la carta.

La carta va dirigida no sólo a la iglesia de Corinto, sino también a los fieles de "toda la Acaya," es decir, a los grupos cristianos que, con centro en Corinto, la capital, se habían ido formando en toda la provincia. Indirectamente al menos, todos esos grupos eran también fundación de Pablo.

 

Acción de gracias, 1:3-11.

3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, 4 que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos consolar nosotros a todos los atribulados con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios. 5 Porque, así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así por Cristo abunda nuestra consolación. 6 Pues si somos atribulados, es para vuestro consuelo y salud; si somos consolados, es por vuestro consuelo, que se muestra eficaz en la tolerancia de los mismos trabajos que nosotros padecemos; 7 y es firme nuestra esperanza en vosotros, sabiendo que así como participáis en nuestros padecimientos, así también participaréis en los consuelos. 8 No queremos, hermanos, que ignoréis la tribulación que nos sobrevino en Asia, pues fue muy sobre nuestras fuerzas, tanto que desesperábamos ya de salir con vida. 9 Aún más, temimos como cierta la sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos, 10 que nos sacó de tan mortal peligro y nos sacará. En El tenemos puesta la esperanza de que seguirá sacándonos, n cooperando vosotros con la oración a favor nuestro, a fin de que la gracia que por las plegarias de muchos se nos concedió sea de muchos agradecida por nosotros.

 

San Pablo, antes de entrar en materia, antepone la acostumbrada acción de gracias a Dios. El motivo, más que los beneficios concedidos a los destinatarios, que es el habitual de otras cartas (cf. Rom 1:8; 1 Cor 1:4; Flp 1:3; Col 1:3; 1 Tes 1:2), son aquí los consuelos con que Dios le favorece en medio de tantas tribulaciones, para que él a su vez pueda consolar a los corintios (v.3-7). A su mente acude sobre todo la idea de una gravísima "tribulación" reciente, de la que le libró el Señor y confía que le seguirá librando, para lo que pide la ayuda de las oraciones de los corintios (v.8-11).

La fórmula "bendito sea el Dios." (v.3; cf. Ef 1:3), distinta de la que el Apóstol suele emplear en otras cartas (cf. Rom 1:8; 1 Cor i, 4), es muy corriente en el Antiguo Testamento (cf. Gen 9:26; 24:27; 1 Sam 25:39; 1 Re 1:48). Ni debe extrañarnos la expresión "Dios. de Jesucristo" (v.3), pues el mismo Salvador llamó al Padre con ese nombre (Jn 20:17; cf. 1 Cor 8:6). Es en Dios Padre, primera persona de la Santísima Trinidad, donde el Apóstol coloca el origen o raíz de toda consolación, la cual debemos a su misericordia: "Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo" (v.3).

Cuando el Apóstol habla de que Dios "nos consuela." (v.4), ese pronombre "nos," aunque es plural, está refiriéndose, en este contexto, directamente a él, Pablo, cuyos padecimientos y cuyos consuelos quiere hacer resaltar. Claro que sus afirmaciones (v.4-7) valdrían igual respecto de los padecimientos y consuelos de los otros predicadores evangélicos. La idea que aquí quiere inculcar, en sustancia, es la misma que había expresado ya en 1 Cor 3:22, es, a saber, que todo cuanto sucede a los apóstoles o en torno a ellos, de triste o de alegre, está ordenado al bien de los fieles. A esas tribulaciones, soportadas por motivos de apostolado (cf. 4:8-18), llama San Pablo "padecimientos de Cristo" (v.5), bien porque se sufren a imitación de Cristo, bien porque son como continuación de los que Cristo, nuestra cabeza, comenzó a sufrir en el desempeño de su función redentora (cf. Gal 6:17; Flp 3:10; Col 1:24). El cristiano entra por el bautismo en las dos fases de la vida de Cristo, vida de sufrimiento y vida de gloria, como luego dirá el mismo San Pablo (4:10; cf. Rom 6:3-11). Los apóstoles son como intermediarios, a través de los cuales Dios ha determinado "consolar y salvar" a los fieles (v.6). San Pablo no explica en qué forma se realiza ese influjo "consolatorio" del Apóstol en los fieles; pero se ve claro, atendido el conjunto del pasaje, que, aparte el influjo externo con el ejemplo y con la predicación, en el fondo del pensamiento paulino late la doctrina de la comunión de los santos, que es la que hace posible el intercambio de bienes entre uno y otros. De ahí que pida a los corintios que le ayuden con sus oraciones (v.11); mientras que él, a su vez, hace llegar a ellos la fuerza divina para soportar con constancia "los mismos trabajos que él padece" (v.6). No creemos que haya aquí alusión a pruebas particulares de la comunidad de Corinto, sino simplemente a las generales inherentes a la vida cristiana (cf. 1 Cor 15:19; 1 Tes 3:3; 2 Tim 3:12; Act 14:22; Jn 15:20). San Pablo manifiesta su firme esperanza en los corintios, sabiendo que, al igual que participan de sus trabajos, participarán también de sus consuelos (v.7). Son las dos fases de la vida del cristiano, ambas esenciales, que fueron también de la de Cristo: vida de sufrimiento y vida de gloria. Sin unirnos a Cristo paciente, no podremos unirnos a Cristo glorioso (cf. Rom 6:3-11).

A continuación, el Apóstol alude a una gravísima "tribulación" () que le sobrevino en Asia, tan grave que daba ya por cierta su muerte; cosa, dice, que Dios permitió para que no confiase en mí mismo, sino en El, cuyo poder es capaz incluso de resucitar de la muerte (v.8-9). No sabemos cuál fuera esa "tribulación" tan grave de la que el Apóstol manifiesta a los corintios que Dios le libró y confía que le seguirá librando en adelante, cooperando ellos con sus oraciones (v.10-11). La opinión más corriente entre los expositores es la de que se trata de las graves persecuciones que hubo de sufrir en Efeso y que culminaron en el alboroto promovido por el platero Demetrio (cf. Act 19:23-31). Sin embargo, otros autores, como el P. Alio, creen que el Apóstol alude a algún recrudecimiento de la enfermedad crónica a que se referirá luego en 12:7-9, y que, probablemente, es la misma de que habla en Gal 4:13-14. Las palabras del Apóstol, cuando dice que confía en que Dios "le seguirá librando de tan mortal peligro" (v.10), parecen favorecer esta última interpretación; con todo, pueden también entenderse de los peligros inherentes, en general, al ministerio apostólico. Creemos que no es posible, por falta de datos, responder taxativamente a esta cuestión.

Es muy digna de notarse la importancia que San Pablo concede a la oración de unos por otros, que solicita de los corintios: las oraciones de muchos, al ser escuchadas, aunque sean sólo a favor de uno, terminan en abundancia de acciones de gracias (v.11).

 

 

I. Apología de Pablo y de su Apostolado, 1:12-7:16.

 

No hay doblez en lo que enseña, 1:12-14.

12 Pues ésta es nuestra gloria, el testimonio de nuestra conciencia. Que no en sabiduría carnal, sino en la santidad y sinceridad de Dios, en la gracia de Dios, hemos vivido en el mundo, y más especialmente entre vosotros. 13 No os escribimos sino lo que leéis y conocéis, y espero que hasta el fin lo conoceréis, 14 así como nos habéis ya en parte conocido que somos vuestra gloria, como sois vosotros la nuestra, en el día de nuestro Señor Jesucristo.

 

Después del saludo y acción de gracias (1:1-11), San Pablo entra en materia. La primera parte de su carta (1:12-7:16) estará dedicada a justificar su conducta respecto de la iglesia de Corinto, deshaciendo las calumnias que contra él habían propalado sus adversarios.

En la presente narración (1:12-14), que sirve como de pórtico a su defensa, asegura a los corintios la absoluta lealtad con que siempre ha procedido, sin disimulo ni doblez de ninguna clase, lo mismo en su actuación (v.12) que cuando escribe (v.13). Los autores antiguos solían interpretar ese "escribimos" (γράφομεν) del v.13, como alusivo a la presente carta; sin embargo, parece claro, dado el contexto, que San Pablo está refiriéndose a cartas anteriores a la presente, que algunos debían comentar desfavorablemente cual si contuviesen no sé qué ideas recónditas o insinuaciones entre líneas. Añade el Apóstol que esa su lealtad era ya reconocida por los corintios "en parte" (οστό μέρους), confiando en que lo fuese "hasta el fin" (έως τέλους) en el futuro (v.13-14). No está claro qué quiera significar con las expresiones "en parte" y "hasta el fin," que ciertamente parecen estar en contraposición. Lo más probable es que se refiera, no a que entre los corintios han reconocido su recto modo de proceder solamente algunos, no todos, sino a que ese conocimiento que tienen de él, del que le ha informado Tito (cf. 7:7), todavía no es total, y conviene que lo lleven hasta el fin, como espera que sucederá pronto (cf. 6:11-13).

La alusión a la parusía o "día del Señor" (v.14) es corriente en las cartas del Apóstol (cf. 1 Cor 1:7-8; Rom 13:11-14). Es entonces cuando todo quedará al descubierto, y los corintios podrán gloriarse de Pablo como de su genuino maestro y predicador, y Pablo a su vez podrá gloriarse de los corintios.

 

Por qué no ha ido a Corinto, 1:15-24.

15 En esta confianza quise ir primero a veros, para que tuvieseis una segunda gracia, 16 y pasando por vosotros ir a Macedonia, y de nuevo desde Macedonia volver por ahí y ser por vosotros encaminado hacia Judea. 17 Al proponerme esto, ¿obré a la ligera? O lo que yo me he propuesto, ¿me lo propuse llevado de sentimientos humanos, de manera que haya en mí sí y no? 18 Dios me es fiel testigo de que nuestra palabra con vosotros no es sí y no.19 Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús, que os hemos predicado, yo, Silvano y Timoteo, no ha sido sí y no, antes ha sido sí. 2° Cuantas promesas hay de Dios, son en El sí; y por El decimos amén para gloria de Dios en nosotros. 21 Es Dios quien a nosotros y a vosotros nos confirma en Cristo, nos ha ungido, 22 nos ha sellado y ha depositado las arras del Espíritu en nuestros corazones. 23 Pongo a Dios por testigo sobre mi alma de que por amor vuestro no he ido todavía a Corinto. 24 No porque pretendamos dominar sobre vuestra fe, sino porque queremos contribuir a vuestro gozo, pues en la fe os mantenéis firmes.

 

Alude aquí el Apóstol a un proyectado viaje a Corinto que luego no realizó, siendo ello causa de que algunos le acusaran de hombre inconstante y falto de palabra, un juguete del sí y del no. El Apóstol trata de defenderse, y da la razón de por qué no realizó ese viaje.

El viaje proyectado (v. 15-16) presenta un itinerario distinto del de 1 Cor 16:5-6, donde se preveía la visita primero a Macedonia y luego a Corinto, mientras que aquí se prevé primero la visita a Corinto y luego a Macedonia, volviendo de allí a Corinto, para, finalmente, dirigirse a Judea. ¿Cuándo había prometido el Apóstol a los corintios hacer ese viaje? Tenemos que movernos entre conjeturas. Lo más probable es que fuera a raíz de la rápida visita que les hizo entre la primera y la segunda carta, como ya explicamos poco ha en la introducción a esta segunda. El Apóstol habla de "segunda gracia" (v.15), pues con ese nuevo viaje repetía la prueba de estima y afecto hacia los corintios, con la consiguiente efusión de gracias divinas que sus visitas apostólicas llevaban consigo.

El que prometiera esa visita y luego no la realizara, no es, dice el Apóstol, porque obrara a la ligera o se dejara llevar de "sentimientos humanos," mirando a la propia comodidad (v.17). Y con una especie de juramento, invocando la fidelidad de Dios, protesta de haber siempre obrado con constancia y lealtad (ν. 18); cosa, añade, que es simple consecuencia de que predicamos a Cristo, y Cristo no ha sido "sí y no," sino que en El todo es "sí" (v. 19-20). Esas "promesas divinas" de que habla el Apóstol (v.20), son las promesas mesiánicas, que se han cumplido en Cristo y deben hacer felices a los hombres (cf. 7:1; Rom 9:4; 15:8; Gal 3:16; Heb 6:12); gracias a El, estamos seguros de haberse ya cumplido y pronunciamos el litúrgico "amén" (=asi es) al final de las oraciones públicas (cf. 1 Cor 14:16), adhiriéndonos a ellas firmemente por la fe, para gloria de Dios. El "Silvano" aludido en el v.19 es el "Silas" de los Hechos, que había acompañado al Apóstol en la evangelización de Corinto (cf. Act 18:5).

Todavía no se contenta San Pablo con lo dicho. Recalcando la misma idea de constancia y lealtad, afirma que es Dios mismo quien "a él y a los corintios los mantiene firmes en Cristo" (v.21). ¿Cómo y cuándo les ha concedido Dios esa firmeza en la fe? El Apóstol responde con tres imágenes, hoy familiares en el vocabulario cristiano: "nos ha ungido., sellado., dado las arras del Espíritu" (v.22). Parece claro que alude aquí el Apóstol, no precisamente a la vocación al apostolado, como fue opinión común entre los expositores antiguos, sino más bien al sacramento del bautismo, y probablemente también al de la confirmación, dos sacramentos íntimamente relacionados (cf. Act 2:38; 8:17-18). Lo de "ungidos" sería un eco del nombre mismo de "Cristo," palabra griega que equivale a Ungido (cf. Act 4:26-27), y significaría la unción espiritual que recibimos en el bautismo mediante la gracia, quedando incorporados a Cristo y constituidos hijos de Dios y herederos del cielo (cf. Rom 6:4; 8:17). Por esa nuestra incorporación a Cristo quedamos como "sellados," es decir, marcados con el distintivo de que somos propiedad de otro y ya no nos pertenecemos (cf. 1 Cor 1:13; 3:23). En cuanto a "las arras del Espíritu" que Dios pone en nuestros corazones, podría ser también una alusión al bautismo, donde ciertamente se nos concede el Espíritu; pero juzgamos más probable que haya una alusión a la confirmación (cf. 1 Cor 12:13), que incluso quizás late ya antes en la palabra "sellados" (cf. Ef 1:13-14). El término "arras" (άρραβών) indica que la presencia del Espíritu en los cristianos es como un anticipo o primera entrega de la vida bienaventurada futura.

Por fin, San Pablo da la razón de por qué abandonó su proyectada visita a los corintios. Dice, y lo afirma con juramento, que fue "por miramiento" a ellos (v.23); o, como declara más poco después, para no tener que volver "en tristeza" (2:1). Alude aquí el Apóstol a su rápida y todavía reciente visita, llena de tan amargos recuerdos. Por misericordia hacia ellos no quiso hacer otra igual, pues se habría visto obligado a tener que tomar severas medidas. Y que sepan que "no pretende dominar sobre su fe," imponiéndola por la fuerza, como tratan de hacer algunos pseudoapóstoles (cf. 11:20), sino sólo y únicamente ayudarles a conseguir esa alegría que es consecuencia de la fe, en la que ellos se mantienen firmes (v.24; cf. Rom 15:13; Gal 5:22; Flp 1:25).

 

La carta a en lágrimas, 2-1-11.

1 He hecho propósito de no ir otra vez a vosotros en tristeza. 2 Porque si yo os contristo, ¿quién va a ser el que a mí me alegre sino aquel que por mí se entristeció? 3 Y esto mismo os escribí para que cuando vaya no tenga que entristecerme de lo que debiera alegrarme, confiando en todos vosotros, pues mi gozo es también el vuestro. 4 Os escribí en medio de una gran tribulación y ansiedad de corazón con muchas lágrimas, no para que os entristezcáis, sino para que conozcáis el gran amor que os tengo. 5 Si alguno me contristó, no me contristó a mí, sino, en cierto modo para no exagerar, a todos vosotros. 6 Bástele a ése la corrección de los más, 7 pues casi habríamos de perdonarle y consolarle, para que no se vea consumido por excesiva tristeza. 8 Por eso os ruego que públicamente le ratifiquéis vuestra caridad, 9 pues para esto os escribí, a fin de conocer vuestra virtud y vuestra obediencia. 10 Y al que vosotros algo perdonéis, también le perdono yo, pues lo que yo perdono, si algo perdono, por amor vuestro lo perdono en la presencia de Cristo, 11 para no ser víctimas de los ardides de Satanás, ya que no ignoramos sus propósitos.

 

Pasaje éste lleno de ternura y amor. San Pablo dice a los corintios que, en vez de la visita personal, que hubiera tenido que resultar penosa, les escribió una carta en la que trató de arreglar las cosas desde lejos, pues juzgaba que así sería menos violenta la situación para ambas partes.

Son emocionantes esas expresiones: "Si yo os contristo, ¿quién va a ser el que a mí me alegre?" (v.2). ¡No podría tener alegría si ve tristes a sus queridos corintios! Por eso no quiso hacerles la visita prometida (v.1), como así se lo dijo ya "por escrito" en carta anterior (v.3). Esa carta se la escribió "en medio de una gran tribulación y con muchas lágrimas," pero no para que "se entristecieran," sino llevado únicamente del gran amor que les tiene (v.4). Aquí no dice más el Apóstol; sin embargo, por lo que dice más tarde, junto a frases de afecto, debieron también brotar de su pluma frases bastante duras (cf. 7:8-12).

El motivo de esa situación reflejada en la carta, al menos el inmediato y directo, fueron los graves acontecimientos que habían tenido lugar en su anterior visita a Corinto y que culminaron en una injuria pública a su persona. Es difícil poder interpretar de otra manera los v.5-11. Hay aquí un ofendido, que es Pablo (v.5.10; cf. 7.12), y un ofensor, que es "castigado" por la comunidad (v.6) y para el que Pablo pide perdón, a fin de que no se sienta oprimido por la excesiva tristeza y sea víctima de los ardides de Satanás (v.7-11). Cierto que esa ofensa es presentada también como ofensa a la comunidad (v.5), pero todo da la impresión de que eso es sólo de manera indirecta y que el lenguaje de Pablo está motivado por un delicado sentimiento de humildad, tratando de dar a entender que no le preocupa tanto su ofensa personal cuanto las repercusiones que esa ofensa tuvo en la comunidad. Es debido también a esa delicadeza el que anteponga al suyo el perdón que debe dar la comunidad (v.7-8), aunque dando luego a entender con bastante claridad que es una ofensa que necesita su perdón personal (v.10). Determinar más cuál fuera la naturaleza de la ofensa y quién el ofensor no es posible. Probablemente el Apóstol se expresó intencionadamente de modo tan genérico, para no suscitar demasiado al vivo, con detalles innecesarios, la imagen vergonzosa de lo ocurrido. Los corintios entendían de sobra sus palabras, aunque para nosotros hoy resulten oscuras.

Tal es, en líneas generales, la interpretación que juzgamos más probable de este pasaje. Suponer que San Pablo esté aludiendo a su carta primera a los Corintios y al caso del incestuoso, conforme fue opinión corriente entre los expositores antiguos y siguen todavía hoy defendiendo algunos, nos parece muy difícil de sostener. Remitimos a lo dicho en la introducción. Añadimos ahora únicamente la explicación de algunas frases particulares. Con la expresión: "no me contristó a mí, sino en cierto modo (από μέρους), para no exagerar (ίνα μη έτηβαρώ), a todos vosotros" (v.5), quiere decir el Apóstol que la comunidad deploró la acción, pero no fue toda la comunidad, pues hubo algunos que no compartieron esos sentimientos de repulsa; por eso pone "en cierto modo," pues sin esa restricción habría exageración en lo que dice. Es la misma idea que expresa luego, al afirmar que la corrección fue impuesta al culpable por los mas (v.6). Cuando habla de que perdona al culpable "en la presencia de Cristo" (v.10), trata de dar elevación a su acción personal, dando a entender que Cristo, de quien deriva el poder de perdonar, mira complacido ese rasgo de perdón. Finalmente, con la expresión "para no ser víctima de los ardides de Satanás" (v.11), alude el Apóstol a las funestas consecuencias que puede tener la falta de perdón al culpable; pues Satanás, que se aprovecha de todo para hacer el mal (cf. 1 Pe 5:8), tratará de inducir a éste a sentimientos de desesperación y venganza, dando ocasión a los enemigos de Pablo para atacarle de dureza y sembrar divisiones y discordias entre los fieles.

 

Inquietud por tener noticias de los corintios, 2:12-17.

12 Habiendo ido a Tróade para anunciar el evangelio de Cristo, no obstante hallar una puerta abierta en el Señor, 13 no hallé sosiego para mi espíritu por no haber encontrado allí a Tito, mi hermano; y despidiéndome de ellos, partí para Macedonia. 14 Sean dadas gracias a Dios, que en todo tiempo nos hace triunfar en Cristo, y por nosotros manifiesta en todo lugar el aroma de su conocimiento; 15 porque somos para Dios el buen olor de Cristo, en los que se salvan y en los que se pierden; 16 en éstos olor de muerte para muerte, en aquéllos olor de vida para vida. Y para esto, ¿quién es suficiente? 17 Porque no somos como muchos, que trafican con la palabra de Dios, sino que sinceramente, como de Dios, hablamos delante de Dios en Cristo.

 

Poco después de haber escrito la carta "en lágrimas," San Pablo hubo de salir precipitadamente de Efeso, debido al tumulto promovido contra él por el platero Demetrio (cf. Act 20:1). El portador de la carta había sido Tito, uno de los más fieles colaboradores del Apóstol (cf. 8:23; Gal 2:1; Tit 1:4), y habían quedado en encontrarse en Tróade, ciudad de Misia (cf. Act 16:8), por donde San Pablo pensaba pasar, camino de Macedonia y Grecia. Mas, llegado a Tróade, no encontró allí todavía a Tito, y fue tal su ansiedad por tener noticias de los corintios, que salió enseguida para Macedonia (v.12-13), donde podría encontrarse con él más pronto, pues, al parecer, ése era el camino que Tito debía seguir de vuelta de la misión de Corinto. Y Pablo lo sabía.

Efectivamente, en Macedonia encontrará a Tito, que le da noticias bastante consoladoras de los corintios (cf. 7:5-7). Mas el estilo de Pablo es único. Antes de narrar ese encuentro, se entretiene en una serie de consideraciones sobre el ministerio apostólico (2:14-7:4), que, ante las buenas noticias de Tito, surgen espontáneamente de su corazón, como grito de reconocimiento a Dios, que se digna valerse de los Apóstoles para difundir el Evangelio. Es pensando en el caso de los corintios por lo que exclama: "doy gracias a Dios, que nos hace triunfar en Cristo" (v.14); y eso le sirve de punto de partida para todas las consideraciones que vienen después, antes de narrar concretamente el encuentro con Tito.

Este corte brusco de la narración del viaje, que luego se continúa en 7:5-6, hace que algunos críticos consideren esta sección de 2:14-7:4 como una carta independiente introducida aquí por error. Otros suponen que los v.12-13 de este c.2 no están en su lugar, sino que primitivamente estaban antes de 7:5. Creemos que no son necesarias tales hipótesis, y la psicología de Pablo no se opone a estos cambios y cortes.

La expresión "nos hace triunfar en Cristo" (βριαμβεύοντι ήμαβ εν τω Χριστώ) no alude, directamente al menos, a los triunfos del Apóstol, sino al triunfo de Dios, a quien San Pablo imagina recorriendo el mundo como triunfador, a imagen de los generales victoriosos a su entrada en Roma, llevando en su cortejo a los apóstoles (cf. Col 2:15), que van difundiendo por todas partes, cual suave "aroma" que sube de la tierra al cielo, el conocimiento de Cristo; conocimiento que para unos es causa de vida y de salud eterna, y para otros, por su incredulidad, causa de muerte y de condenación (v.16; cf. 1 Cor 1:18; Lc 2:34). La metáfora del "aroma" o "buen olor" de Cristo está basada en el incienso que se quemaba como perfume a lo largo de la vía de los triunfadores, y que sabemos también era normal en las ceremonias religiosas del templo judío.

La pregunta final: "Y para esto, ¿quién es suficiente?" (v.16), surge en el ánimo del Apóstol como por reacción. El tiene plena conciencia de que ningún hombre se basta a sí mismo para esa misión de evangelizar; así lo dirá luego claramente (cf. 3:5). Pero sabe que hay otros que no piensan así; y su temperamento le lleva a encararse con ellos antes de dar la prueba directa, acusándoles de "traficar" (καπηλεύοντες) con la palabra de Dios, que presentan adulterada y no limpia y genuina, como deben hacer los verdaderos apóstoles y hace él (v.17; cf. 4:2).

 

Las cartas comendaticias de Pablo, 3:1-3.

1 ¿Voy a comenzar de nuevo a recomendarme a mí mismo? ¿O necesito, como algunos, de cartas que nos recomienden a vosotros o en que vosotros me recomendéis? 2Mi carta sois vosotros mismos, escrita en nuestros corazones, conocida y leída de todos los hombres, 3 pues notorio es que sois carta de Cristo, expedida por nosotros mismos, escrita, no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne que son vuestros corazones.

 

Sabe el Apóstol que sus adversarios de Corinto, apoyándose quizás en algunas frases de sus escritos (cf. 1 Cor 4:18-21; 9:1; 14:18; 15:10), le acusaban de arrogancia y ambición (cf. 7:2; 10:10; 11-22-23). Todo para ganarse admiradores. La alabanza que, comparándose con ellos, acababa de hacer de sí mismo (cf. 2:17), podía dar pie a nuevas críticas; por eso sale enseguida al paso, con dos preguntas que están cargadas de ironía (v.1). Son ellos, sus adversarios, los que necesitaron cartas de recomendación. Aquí no les dice más. Volverá a ocuparse de ellos en los c. 10-13. Estas cartas informativas o de recomendación eran corrientes en la diáspora judía (cf. Act 28, 21), y también entre los cristianos (cf. Act 18:27; Rom 16:1-2).

San Pablo, con una metáfora atrevida, llama a los corintios su "carta" de recomendación (v.2). Quiere decir que su labor en Corinto era como una carta abierta, que todos podían leer, y que estaba indicando a todo el mundo qué clase de apóstol era él. Ya en otra parte había dicho que los cristianos de Corinto eran el "sello de su apostolado" (1 Cor 9:2). Esta carta la llevaba "escrita en su corazón," según era el amor y afecto con que siempre los estaba recordando (cf. 7:3). Claro que, más que carta suya, eran "carta de Cristo" (v.3), del que él era simple instrumento (cf. 1 Cor 3:5-p); y había sido escrita, no con tinta, sino con la virtud interna y vivificadora del Espíritu Santo, que es algo mucho más permanente que la tinta. La imagen "tablas de piedra" y "corazones de carne" está tomada del Antiguo Testamento (cf. Ex 24:12; 31:18; Jer 31:33; Ez 36:26), y con ella insinúa ya San Pablo la diferencia entre la Antigua y la Nueva Alianza, de que va a hablar a continuación.

 

Ministerio de la "letra" y ministerio del "espíritu," 3:4-18.

4 Tal es la confianza que por Cristo tenemos en Dios: 5 No que nosotros seamos capaces de poner en cuenta cosa alguna como de nosotros mismos, que nuestra suficiencia viene de Dios. 6 El nos capacitó como ministros de la nueva alianza, no de la letra, sino del espíritu, que la letra mata, pero el espíritu da vida. 7 Pues si el ministerio de muerte escrito con letras sobre piedras fue glorioso, hasta el punto de que no pudieran los hijos de Israel mirar el rostro de Moisés a causa de su resplandor, con ser transitorio, 8 ¡cuánto más no será glorioso el ministerio del espíritu! 9 Si el ministerio de condenación es glorioso, mucho más glorioso será el ministerio de la justicia.10 Y en verdad, en este aspecto aquella gloria deja de serlo, comparada con esta otra gloria sobreeminente. 11 Porque si lo transitorio fue glorioso, ¿cuánto más lo será lo que permanece? 12 Teniendo, pues, tal esperanza, procedemos con plena franqueza, 13 y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro para que los hijos de Israel no pusiesen los ojos en una gloria destinada a perecer. 14 Pero sus entendimientos estaban velados y lo están hoy por el mismo velo que continúa sobre la lección de la Antigua Alianza, sin percibir que sólo por Cristo ha sido removido. 15 Hasta el día de hoy, siempre que leen a Moisés, el velo persiste tendido sobre sus corazones; 16 mas cuando se vuelvan al Señor, será corrido el velo. 17 El Señor es espíritu, y donde está el espíritu del Señor, está la libertad. 18 Todos nosotros a cara descubierta reflejamos la gloria del Señor como en un espejo y nos transformamos en la misma imagen, de gloria en gloria, a medida que obra en nosotros el espíritu del Señor.

 

La idea fundamental de esta perícopa es hacer ver que los predicadores del Evangelio son ministros de una revelación o economía muy superior a la de Moisés. Como punto de partida, San Pablo toma el pensamiento desarrollado en 2:14-16, y dice que una tal "confianza," es a saber, la de poder considerarse como "buen olor de Cristo" y con capacidad para esa misión, le viene únicamente de la gracia de Dios por los méritos de Jesucristo (v.4). Y lo explica más en los v.5-6: de nosotros mismos no somos capaces de "poner en cuenta" (λογίσασ οα) cosa alguna, toda nuestra "suficiencia" (ικανότης) nos viene de Dios, que es quien "nos capacitó" (ίκάνωσεν ήμαβ) como ministros de la Nueva Alianza 201.

A fin de poner de manifiesto la grandeza de esa Nueva Alianza, y, consiguientemente, la de sus ministros o servidores, San Pablo toma como punto de referencia la Antigua, que Dios había establecido con Israel en el Sinaí (v.6-1:1). De la Antigua dice que era Alianza de "la letra que mata., ministerio de muerte escrito con letra sobre piedras., ministerio de condenación"; de la Nueva, por el contrario, que es Alianza del "espíritu que da vida., Ministerio del espíritu. , Ministerio de la justicia." Con todas estas expresiones, para nuestra mentalidad literaria bastante extrañas, trata el Apóstol de definir la naturaleza de ambas economías, la mosaica y la cristiana. Son expresiones cargadas de sentido y cuya inteligencia sería muy difícil, de no tener otros escritos del Apóstol que nos las aclaren. Sin duda que eran conceptos corrientes en su predicación, razón por la que fácilmente podrían ser entendidos por los destinatarios de las cartas, aunque a nosotros nos resulten oscuros. Es sobre todo en la carta a los Romanos (c.6-8), donde estas ideas han sido expuestas con más detalle. Conforme a lo que allí dice el Apóstol, lo de "letra que mata" y "ministerio de muerte y condenación," aplicado a la Ley mosaica, no significa que la Ley no fuera en sí santa y buena, sino que la Ley, en cuanto tal, no sirvió sino para aumentar pecados, pues señalaba desde fuera cuál era la voluntad de Dios, pero no daba fuerza interior para cumplirlo (cf. Rom 7:7-24). Cierto que también hubo justos en el Antiguo Testamento, pero fueron tales, no merced a la Ley, sino merced a la gracia sobrenatural proveniente de los méritos previstos de Cristo, que, de suyo, era algo extrínseco a la Ley. Muy de otra condición es la Ley evangélica. En la economía del Evangelio, sin necesidad de ayuda proveniente de principios extraños, podemos conseguir la "justicia" (cf. Rom 1: 17; 3:26), merced a los méritos de Jesucristo y al influjo vivificador del Espíritu que opera sobre nuestras almas, iluminando la mente, corroborando la voluntad y transformando las disposiciones del corazón (cf. Rom 5:5; 8:1-17). Supuesta esta superioridad de la nueva economía sobre la antigua, el Apóstol arguye de la siguiente manera: si el ministerio de los servidores de la antigua economía fue "glorioso," ¿cuánto más lo será el de los servidores de la nueva, entre los cuales está él? Para probar lo primero se fija en el caso de Moisés, cuya irradiación esplendorosa de gloria, al bajar de comunicar con Yahvé, no podían soportar los hijos de Israel (v.7; cf. Ex 34, 29-30). En el hecho de que fuera transitorio aquel resplandor del rostro de Moisés, San Pablo ve como un símbolo del carácter transitorio del régimen del Sinaí, destinado a desaparecer para dar lugar al Evangelio eterno de Cristo (cf. ν.7.1.1). Υ dice que, en realidad, esa "gloria" pasajera de la antigua economía apenas merece llamarse gloria, si se compara con la del Nuevo Testamento (v.10). Algo así como la luz de una lámpara, muy brillante durante la noche, pero que, comparada con la luz del sol, ni siquiera merece llamarse luz,

En los v.12-18, con razonamientos muy del gusto rabínico, San Pablo hace numerosas aplicaciones del hecho de cubrirse Moisés la cara con el velo después de hablar con Dios (cf. Ex 34:29-35). Presenta ese velo como destinado, no tanto para ocultar una claridad que no podían soportar los israelitas, cuanto para impedir que se diesen cuenta de que el resplandor de su rostro iba desapareciendo a medida que pasaba el tiempo desde su última conversación con Dios (v.13). Evidentemente, San Pablo está pensando en el carácter transitorio de la Ley mosaica: ese resplandor del rostro de Moisés que los israelitas creen permanente, pero que desaparece bajo el velo, representa la gloria de la Ley, la cual es transitoria, aunque los judíos no se den cuenta. Y es que también ellos tienen un velo tendido sobre sus corazones cuando leen el Antiguo Testamento, cuyo carácter transitorio, que desemboca en Cristo, no comprenden (v.14-15; cf. Rom 13:8-10). Cuando "se vuelvan" al Señor, aceptando el Evangelio, ya como individuos, ya como nación (cf. Rom 11:1-27), será removido ese velo, al igual que lo removía Moisés cuando volvía a hablar con Dios (v.16; cf. Ex 34:34). Eso, en cuanto a los judíos. Por lo que toca a los cristianos con conciencia de pertenecer a la economía imperecedera del Evangelio, no necesitamos, como necesitaba Moisés, tapar nada, sino que procedemos con absoluta "franqueza" de lenguaje y de acción (v.12); y, a cara descubierta siempre, reflejando a manera de espejos la gloria del Señor, nos vamos asemejando más y más cada día a la imagen reflejada, conforme va operando en nosotros el Espíritu (v.18). ¡Gran dignidad la del cristiano! Nada de velos ni de ocultaciones. Sin velo, como Moisés al hablar con Dios, estamos reflejando en nuestras almas el resplandor o gloria de Cristo, el cual a su vez es imagen de Dios (cf. 4:4; Col i, 15). Y este reflejo de la gloria de Cristo en nosotros es permanente, no transitorio, como era el de Moisés, haciéndonos cada día más conformes a su imagen (cf. Rom 8:29; 1 Cor 15:49; Flp 3:21), a través de la fe y de la caridad, movidas por el Espíritu 202.

En cuanto a la frase: "El Señor es espíritu, y donde está el espíritu del Señor, está la libertad" (v.17), hay gran variedad de interpretaciones entre los autores 203. Desde luego, el texto no es claro. Lo más probable es que el término "Señor" se refiera a Jesucristo, como es lo ordinario en San Pablo (cf. 1 Cor 8:6), del que se dice que es "espíritu," en el mismo sentido en que este término está contrapuesto a "letra" en el v.6. Es decir, Jesucristo es el sentido espiritual y profundo que late bajo la letra del Antiguo Testamento, verdadero espíritu vivificador de la antigua economía, en contraposición a la letra inerte que mata; y donde está el espíritu del Señor está la "libertad," esa libertad de que gozan los hijos de Dios independizados de la esclavitud del pecado y de la Ley (cf. Rom 8:1-17; Gal 4:21-31) y que el Apóstol poseía a plenitud (cf. v.1a). En su anterior carta a los Corintios, San Pablo había dicho ya de Jesucristo que era "espíritu vivificante" (cf. 1 Cor 15:45). Todo esto no quiere decir que in obliquo no quede también aludido el Espíritu Santo. Jesucristo y el Espíritu Santo, que ciertamente son dos personas distintas, no tienen intereses contrapuestos en la santificación de las almas, sino perfectamente compenetrados. Podemos muy bien decir, desde el punto de vista espiritual, que vivimos por el Hijo y vivimos por el Espíritu; o, más exactamente, que vivimos del Espíritu enviado por el Hijo. Cristo resucitado es para los cristianos el origen y fuente del Espíritu (cf. 1 Cor 15:45), de ahí que, en cierto sentido, es la misma cosa recibir a Cristo y recibir el Espíritu. Todo esto resulta más claro si atendemos a que Pablo, como en general la Escritura, mira más al aspecto funcional que al ontológico o metafísico. El Espíritu viene a ser como la presencia actuante del Señor.

 

Pablo, heraldo de la verdad, 4:1-6.

1 Por esto, investidos de este ministerio de la misericordia, no desfallecemos, 2 sino que, desechando todo indigno tapujo y toda astucia, en vez de adulterar la palabra de Dios, manifestamos la verdad y nos recomendamos nosotros mismos a toda humana conciencia ante Dios. 3 Si nuestro evangelio queda encubierto, es para los incrédulos, para los que se pierden, 4 cuya inteligencia cegó el dios de este mundo, para que no brille en ellos la luz del Evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de Dios. 5 Pues no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, Señor, y, cuanto a nosotros, nos predicamos siervos vuestros por amor de Jesús. 6 Porque Dios, que dijo: Brille la luz del seno de las tinieblas, es el que ha hecho brillar la luz en nuestros corazones para que demos a conocer la ciencia de la gloria de Dios que brilla en el rostro de Cristo.

 

Sigue San Pablo en la misma línea temática de los versículos anteriores, pero en estilo ya más polémico. No es él como sus adversarios, que adulteran la palabra de Dios y usan de tapujos indignos, sino que, habiendo recibido toda su "suficiencia" de Dios (cf. 3:5-6), predica siempre con sinceridad y franqueza (v.1-2; cf. 3:12). Si no todos aceptan su predicación, es debido a sus malas disposiciones, provocadas y atizadas por el demonio o "dios de este mundo," que trata de restar almas a Cristo, impidiéndoles que conozcan el Evangelio, en el que resplandece Jesucristo, imagen de Dios (v.3-4; cf. 2:11; Ef 2:2; Jn 12:31). La afirmación de que Jesucristo es "imagen de Dios" la encontramos también en Col 1:15 y Heb 1:3; y prácticamente a ella equivale la expresión que viene luego: "gloria de Dios en el rostro de Cristo" (v.6). La gloria de Dios, que era inaccesible (cf. Jn 1:18), reverberando en el rostro de Cristo, como antes transitoriamente en el de Moisés (cf. 3:7), se hizo accesible; y nosotros podemos ver en Cristo, en su persona y acciones, como encarnadas las perfecciones divinas. Como Dios es imagen adecuada; como hombre, es imagen visible; y estas dos propiedades, adecuación y visibilidad, hacen que Jesucristo sea la única imagen perfecta de Dios.

Todavía insiste San Pablo, con ese "pues" del v.5, en que la culpa de que algunos no acepten el Evangelio no está de la parte del predicador. Ellos no tratan de predicarse a sí mismos para ganar aplausos, sino que predican únicamente a Cristo, que es el auténtico "Señor" (cf. 1 Cor 8:6), considerándose como simples "siervos de los fieles por amor de Jesús" (v.5). En sustancia, es la misma idea expresada ya en 1 Cor 3:22. Ha sido Dios, aquel mismo Dios que al principio del mundo hizo brillar la luz de entre las tinieblas (cf. Gen 1:3), quien ha iluminado también sus corazones para que prediquen a Jesucristo, reflejo de la gloria del Padre (v.6). No parece caber duda que San Pablo, aunque habla en plural y lo que dice se aplica a todos los apóstoles, está pensando sobre todo en su caso, cuando el Señor, con un milagro no menor al de la creación de la luz, le iluminó a él en el camino de Damasco (cf. Gal 1:15-16).

 

Vasos de barro en las manos de Dios, 4:7-18.

7 Pero llevamos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no parezca nuestra. 8 En mil maneras somos atribulados, pero no nos abatimos; en perplejidades, no nos desconcertamos; 9 perseguidos, pero no abandonados; derribados no nos anonadamos, 10 llevando siempre en el cuerpo la mortificación de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. 11 Mientras vivimos estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal. 12 De manera que en nosotros obra la muerte, en vosotros la vida. 13 Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: "Creí, por eso hablé"; también nosotros creemos, y por esto hablamos; 14 sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros; 15 porque todas las cosas suceden por vosotros, para que la gracia difundida en muchos acreciente la acción de gracias para gloria de Dios. 16 Por lo cual no desmayamos, sino que mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día. 17 Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable, 18 y no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las visibles son temporales; las invisibles, eternas.

 

En toda esta perícopa, San Pablo, refiriéndose particularmente a los apóstoles o ministros del Evangelio, no hace sino desarrollar una paradoja: la de que no somos nada de parte nuestra, pero podemos mucho con la ayuda de Dios. Precisamente, siendo nosotros tan poca cosa, es como resalta más la grandeza y poder divinos en la difusión del Evangelio.

La tesis fundamental está ya claramente enunciada en el v.7. La expresión "vasos de barro" parece ser literariamente una reminiscencia de Gen 2:7, aunque en este contexto no se refiera exclusivamente al cuerpo, sino al hombre todo entero, con capacidades tan limitadas y sujeto a mil miserias y debilidades. El "tesoro" de que los apóstoles son portadores es el ministerio mismo apostólico, dignidad sublime que Dios les ha confiado. A continuación (v.8-9), San Pablo, con gran riqueza de estilo y valiéndose de imágenes que recuerdan las luchas de los atletas, traza un breve cuadro de lo que es la vida de un apóstol: de una parte (la nuestra), debilidades y temblores; de otra (la gracia), fortaleza y triunfos.

Esos dos aspectos los resume en el v.10 diciendo que los apóstoles llevan siempre en el cuerpo la "mortificación" (νέκρωσις) de Jesús, para que también la "vida" de Jesús se manifieste en su cuerpo. Hay aquí un pensamiento sumamente interesante que vamos a intentar aclarar. Trata San Pablo de dar a entender que la vida de un apóstol o ministro del Evangelio debe ser una reproducción de la vida de Cristo. Pues bien, la vida de Cristo tiene dos aspectos completamente distintos: Cristo paciente, que sufre y muere para redimir a los hombres, y Cristo glorioso, que vive vida pujante e indefectible, fruto de aquella redención dolorosa. Es lo que debe aparecer también en los apóstoles: de una parte, continuas tribulaciones, que se funden con las de Cristo y forman con ellas cierta unidad (cf. 1:5; Col 1:24), y de otra, manifestación de vida pujante interior con que pueden resistir a tantas tribulaciones, y que, a su tiempo, aparecerá con todo su esplendor en el cielo, junto a Cristo resucitado. La misma idea se repite en el v.11; y prácticamente también en el v.12, aunque aquí el aspecto glorioso o de "vida" se pone explícitamente sólo en los fieles, que se aprovechan de la obra redentora de los sufrimientos de Cristo, con los que van asociados los de los apóstoles. Sin embargo, no cabe duda que el primero que participa de esa vida es el mismo apóstol que la propaga (cf. v.16).

En los v.13-18 se declara más esa vida, atendiendo a su fase final de desarrollo, que es la vida de gloria en el cielo, y cuya esperanza sostiene a los apóstoles en sus tribulaciones. San Pablo comienza citando Sal 116:10, para, decirnos que el mismo espíritu de fe y confianza en Dios que tenía el salmista tiene también él, sabiendo que Dios "le resucitará" a su debido tiempo y podrá "estar con sus fieles" en el cielo (v.13-14; cf. Rom 8:11). Esta última expresión está rebosando cariño,y debía servir de estímulo a los corintios, pensando también ellos en la suerte gloriosa que les esperaba. Les vuelve a repetir (v.15; cf. v.5) que los apóstoles están para los fieles, aunque, como fin último, buscan la gloria de Dios: habiendo más fieles, habrá más que den gracias (cf. 1:11). Insiste todavía en recordar (v.16-18) que la esperanza del premio futuro, de mucho más peso que las momentáneas tribulaciones presentes, da ánimo a los apóstoles para "no desmayar," sabiendo que, aunque el "hombre exterior" se vaya deshaciendo con las fatigas, el "hombre interior" va creciendo progresivamente en la vida de gracia, que desembocará en la vida de gloria, llevando consigo incluso la glorificación del cuerpo (v.16-18; cf. Rom 8:11; 1 Cor 15:22-28). De la noción de hombre "exterior" e "interior" ya hablamos en la introducción a esta carta.

 

Firme esperanza de los ministros del Evangelio, 5:1-10.

1 Pues sabemos que si la tienda de nuestra mansión terrena se deshace, tenemos de Dios una sólida casa, no hecha por mano de hombres, eterna en los cielos. 2 Gemimos en esta nuestra tienda, anhelando sobrevestirnos de aquella nuestra habitación celestial, 3 supuesto que seamos hallados vestidos, no desnudos. 4 Pues realmente, mientras moramos en esta tienda, gemimos oprimidos, por cuanto no queremos ser desnudados, sino sobrevestidos, para que nuestra mortalidad sea absorbida por la vida. 5 Y es Dios quien así nos ha hecho, dándonos las arras de su Espíritu. 6 Así estamos siempre confiados, persuadidos de que mientras moramos en este cuerpo, estamos ausentes del Señor, 7 porque caminamos en fe y no en visión, 8 pero confiamos y quisiéramos más partir del cuerpo y estar presentes al Señor. 9 Por esto, presentes o ausentes, nos esforzamos por serle gratos, 10 puesto que todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para que reciba cada uno según lo que hubiere hecho mientras vivió en el cuerpo, bueno o malo.

 

Continúa San Pablo (cf. "pues" del v.1) desarrollando la idea expresada ya en los últimos versículos del capítulo anterior, es a saber, nuestra firme y consoladora esperanza de una vida gloriosa en el cielo, meta feliz de ese "hombre interior" que se va renovando de día en día, mientras el "hombre exterior" acaba desmoronándose del todo con la muerte. Es uno de los pasajes más hermosos de San Pablo, y en él se inspira el prefacio de la misa de difuntos: "para tus fieles, Señor, la vida se cambia, no se pierde, y al desmoronarse la casa de su cuerpo en el destierro de este mundo, entran en posesión de una mansión eterna en el cielo."

Efectivamente, la primera imagen usada por San Pablo es la de una "casa" o "tienda." El "vaso de barro" y el "hombre exterior," de que habló antes (cf. 4:7.16), se convierte ahora en una "tienda" o casa de poca consistencia, destinada a ser destruida después de algún tiempo, para dejar lugar a otra "casa" mucho más sólida y duradera (v.1). Alude Pablo a este nuestro cuerpo actual, frágil y caduco, del que luego dirá que es como una carga o peso: "gemimos oprimidos" (v.4). La imagen, que también encontramos en 1 Pe 1:13-14, está tomada de lo que sucede entre los hombres, particularmente entre los beduinos del desierto, que hoy plantan su tienda en un lugar y mañana la levantan hacia otra parte; por eso dice Pablo, continuando con la imagen, que, aunque se deshaga esa "tienda" terrena, tenemos otra "casa" (οικοδομή-οΐκία: desaparece el término "tienda," quizá por su carácter de transitoriedad) en los cielos, que no está hecha "por mano de hombres (no se debe a la generación humana), sino que "viene de Dios" y es "eterna." Evidentemente, Pablo está aludiendo al "cuerpo glorioso," de que trató ampliamente en 1 Cor 15:35-53. Ni hay razón para suponer, conforme hacen algunos críticos (Holtzmann, Reitzenstein), que está refiriéndose a un "cuerpo" semimaterial intermedio, de que espera ser revestido hasta que llegue la parusía. De hecho, ese tiempo intermedio entre la muerte de cada uno y la parusía lo caracteriza Pablo diciendo que estaremos "desnudos" (v.3-4), lo que equivale a decir que careceremos de "cuerpo." Cierto que pone "tenemos" (v.1), en presente, pero eso puede explicarse porque ese "cuerpo" lo tenemos ya en derecho y en esperanza cierta, tanto más que la humanidad gloriosa de Cristo resucitado, como primicias de la nueva creación, abarca virtualmente (cf. Ef 2:6) el cuerpo glorioso de todos los cristianos 204.

Sin abandonar la imagen "tienda terrena-casa celeste," Pablo la presenta con un matiz nuevo: el del "vestido" (v.2-4). Dice, en efecto, que desea ser "sobrevestido," es decir, adquirir un cuerpo glorioso, sin ser "desvestido" del cuerpo mortal. No explica en qué sentido un "cuerpo glorioso" pueda sobrevestir a quien tiene un "cuerpo mortal," pero es evidente que queda incluida esa transformación a que se alude en 1 Cor 15:35-53, y que podemos ver insinuada también aquí cuando dice:." para que nuestra mortalidad sea absorbida por la vida" (v.4). Lo que principalmente queremos hacer resaltar es ese deseo de Pablo de no pasar por la muerte, "sobrevistiendo" el cuerpo glorioso sin antes haber sido "desnudado" del cuerpo mortal. ¿A qué se debe este deseo? Algunos autores, como Cerfaux, dicen que Pablo aquí "piensa como judío, temiendo pasar por un estadio de existencia en el que, abandonado por su cuerpo mortal, no se hubiera revestido todavía de su cuerpo resucitado" 205; sin embargo, juzgamos más probable que se trata simplemente de ese deseo de vida indefectible y de repugnancia a la muerte que todos experimentamos. A todos nos gustaría que, sin tener que separarnos de este cuerpo que ahora tenemos, fuese despojado de sus miserias y revestido de las dotes del cuerpo glorioso. En el v.5 afirma que Dios mismo es quien "nos ha hecho así," poniendo en nosotros ese deseo de vida indefectible, es a saber, no querer ser "desnudados," sino "sobrevestidos," dándonos ya ahora como "arras" o anticipo su Espíritu (cf. i, 22; Rom 8:11.23).

A continuación (v.6-8) recoge Pablo nuevamente la alternativa desarrollada en los v.3-4, es a saber, morir antes de la parusía o conservarse en vida hasta la parusía y ser "transformado" sin pasar por la muerte; pero ahora nos encontramos con un cambio completo de perspectiva. Ya no preocupa a Pablo el quedar "desnudo"; antes al contrario, sin hacer alusión alguna a la parusía, dice que prefiere morir a seguir viviendo en la tierra. ¿Cuál es la razón de esa preferencia? Pablo es muy claro al respecto: mientras "estemos domiciliados en el cuerpo" (ενδημούντες εν τω σώματι), "estamos lejos" (εκδημουμεν από.) del Señor (v.6), dado que caminamos "por la fe" y no "por la visión" (v.y; cf. 1 Cor 13:12; Rom 8:24); de ahí que prefiera (v.8) "marchar del cuerpo" (έκδημήσαι εκ του σώματος) y "estar domiciliado junto al Señor" (ένδημήσαι προς τον Κύριον).

El cambio de perspectiva respecto de los v.2-4 es total. Allí la perspectiva era de profundas raíces veterotestamentarías, pero ahora Pablo se mueve en un plano específicamente cristiano, centrando su mirada en Jesucristo, que nos está esperando en el cielo, nuestra verdadera patria, de la que actualmente, mientras moramos en este cuerpo, estamos ausentes, teniendo que caminar "en fe y no en visión." Ni hay contradicción con lo dicho en los v.1-5; pues nada se opone a que Pablo siga pensando que ha de ser precisamente revestidos de un cuerpo glorioso como adquiriremos la felicidad completa "junto al Señor."

La relación de continuidad que el Apóstol establece entre partir del cuerpo y estar presentes al Señor (v.8), claramente deja entender que la reunión del cristiano con Cristo tendrá lugar en seguida después de la muerte individual. Serían vanos esos deseos de morir, si una vez dejado el cuerpo, no se le concediese al justo la visión beatífica, teniendo que esperar hasta el final de los tiempos en la resurrección general. Es la misma doctrina que encontramos también en otros lugares del Nuevo Testamento (cf. Lc 16:22-23; 23:43).

En los v.9-10 continúa Pablo en la misma idea, añadiendo un rasgo muy propio suyo, que revela la grandeza de su alma; es a saber, que, no obstante su preferencia por la muerte para "estar junto al Señor," se somete gustoso a la voluntad divina ("presentes o ausentes," v.9), sin otra ambición que la de esforzarse por ser "grato al Señor," sabiendo que habremos de darle cuenta de todas las acciones realizadas mientras vivimos en esta carne mortal (v.9-10; cf. Act 10:42). Parece claro, en conformidad con el v.8, que Pablo se refiere no sólo al juicio universal al final de los tiempos (cf. 2 Tes 1:6-10), sino que incluye también el juicio particular de cada uno después de la muerte.

 

La caridad de Cristo, resorte del apostolado, 5:11-21.

11 Sabedores, pues, del temor del Señor, hacernos por sincerarnos ante los hombres, que a Dios bien de manifiesto le estamos; espero que también a vuestra conciencia, 12 No es que otra vez pretendamos recomendarnos, sino daros ocasión para gloriaros en nosotros, a fin de que tengáis qué responder a los que ponen la gloria en lo exterior y no en lo interior. 13 Porque, si loqueamos, es por Dios; si juicioseamos, es por vosotros. 14 La caridad de Cristo nos constriñe, persuadidos como lo estamos de que, si uno murió por todos, luego todos son muertos; 15 y murió por todos para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que por ellos murió y resucitó. 16 De manera que desde ahora a nadie conocemos según la carne; y aun a Cristo, si le conocimos según la carne, pero ahora ya no así. 17 De suerte que el que está en Cristo es una criatura nueva y lo viejo pasó, se ha hecho nuevo.18 Mas todo esto viene de Dios, que por Cristo nos ha reconciliado consigo, y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación. 19 Porque a la verdad, Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo y no imputándole sus delitos, y puso en nuestras manos la palabra de reconciliación. 20 Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros. Por Cristo os rogamos: Reconciliaos con Dios. 21 A quien no conoció el pecado, le hizo pecado por nosotros, para que en El fuéramos justicia de Dios.

 

Nadie podrá leer sin emoción estas líneas del Apóstol, que rebosan amor a Jesucristo, a cuya obra de salud aluden constantemente. La idea del juicio divino, últimamente mencionada, liga esta sección con la precedente.

Pablo, que sabe ha de dar cuenta ante el tribunal de Jesucristo de todas sus acciones (v.10), quiere dejar bien claro cuáles son los móviles de su apostolado. No quiere tapujos ni ocultaciones. La sinceridad de su proceder es manifiesta a Dios, pero quiere que lo sea también a los hombres (v.1.1). Y no va a hablar de esto porque de nuevo quiera alabarse (cf. 3:1), sino simplemente para que sus fieles puedan gloriarse en él y sepan cómo responder a los que le calumnian, llenos, sí, de exterioridades y palabrada, pero faltos de realidades auténticas interiores (v.12). El Apóstol no concreta más. Es posible que esos falsos apóstoles, adversarios de Pablo, hicieran ostentación de su origen judío y de su trato con los Doce (cf. 10:7; 11:18). Lo que sí parece claro es que a Pablo Ife acusaban de exaltado y de "loco." Así hará también más tarde Festo en Cesárea (cf. Act 26:24). Pablo recoge la acusación y dice que si hace el "loco," mostrando un celo apostólico que muchos toman por locura, sepan que lo hace por Dios; pero sepan, añade un poco humorísticamente, que sabe también hacer el "cuerdo," como está haciendo ahora con ellos, al tenerles que dar tantas explicaciones (ν.13).

Después de estos preliminares, señala concretamente cuál es el móvil de su apostolado: "la caridad de Cristo" (v.14). He ahí lo que no le deja descansar, lo que le impele a una completa entrega a la obra apostólica, lo que es causa de sus "locuras" y de sus "corduras." Ese "amor de Cristo" (αγάπη του Χρίστου), como se deduce de las expresiones que vienen a continuación, es sobre todo el amor de Cristo a nosotros; es claro, sin embargo, que ese amor está exigiendo la correspondencia, es decir, el amor de nosotros a Cristo, y en la mente de Pablo no se conciben separados. La afirmación de que "la muerte de Cristo es muerte de todos" (v.14), que sustancialmente vuelve a repetir en el v.15 y en el v.21, constituye el verdadero eje de la doctrina de la redención: un solo hombre, Cristo, ha muerto y resucitado por todos, en calidad de representante de la humanidad. Hay una doble corriente entre nosotros y Cristo: corriente de pecado, que va de nosotros a El, y corriente de justicia, que viene de El a nosotros. No se trata simplemente de que ha muerto y resucitado en beneficio nuestro; eso es verdad, pero no va hasta el fondo del problema. La clave de la solución ha de buscarse en el principio de solidaridad, como explicamos con más detalle al comentar otros textos paulinos parecidos a éstos (cf. Rom 8:3-4; Gal 3:13-14). La muerte y resurrección de Cristo fue un hecho histórico que tuvo lugar hace ya muchos años; aunque, tratándose de cada hombre en particular, la muerte y resurrección no tiene lugar sino en el bautismo, que es el momento en que, de hecho, se incorpora a Cristo muerto y resucitado (cf. Rom 6:3-11).

Como consecuencia de esta incorporación y de esta nueva vida a la que nace, el cristiano a nadie debe conocer "según la carne" (v.16), siendo en realidad como una "criatura nueva" (v.17; cf. Gal 6:15; Ef 4:24; Gol 3:9-10) 206. La expresión "conocer según la carne, no se refiere a una contemplación material, sino a un juicio o apreciación carnal y equivale prácticamente a conocer según las apariencias exteriores, guiados por consideraciones puramente humanas. Es el conocimiento que Pablo confiesa haber tenido de Cristo (v.16), en consonancia con los criterios de la corriente farisea en que estaba educado (cf. Gal 1:13-14; 1 Tim 1:13). Evidentemente, no se refiere a que hubiera conocido a Cristo personalmente; pues, en ese caso, ¿qué significaría lo de que "ahora ya no le conoce así"? Esta expresión no parece significar otra cosa sino que ahora, a partir de su conversión, le conoce desde el punto de vista de la fe, cual corresponde a una "criatura nueva," renovada por la acción de la gracia, única que está capacitada para juzgar de las cosas de Dios (cf. 1 Cor 2, 14-15).

Los ν. 18-21 constituyen como la conclusión de cuanto ha venido diciendo, pero aplicándolo directamente al ministerio apostólico del cual una vez más hace la apología. Hace notar que la iniciativa en el procedimiento de "reconciliación" parte de Dios, la obra la lleva a cabo Jesucristo, y los apóstoles son los encargados de darla a conocer al mundo. ¡Gran dignidad la de los apóstoles, y, consiguientemente, la de los predicadores, que continúan su misión! Somos "embajadores de Cristo" (v.20), dice muy alto San Pablo. Las expresiones tan fuertes y cargadas de sentido con que en el v.21 caracteriza la obra redentora de Cristo, ya quedaron explicadas al comentar el v.14.

 

Azares apostólicos de Pablo, 6:1-10.

1 Cooperando, pues, con El, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios, 2 porque dice: "En el tiempo propicio te escuché y en el día de la salud te ayudé." Este es el tiempo propicio, éste el día de la salud* 3 Por nuestra parte, en nada damos motivo alguno de escándalo, para que no sea vituperado nuestro ministerio, 4 sino que en todo nos mostramos como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias, 5 en azotes, en prisiones, en tumultos, en fatigas, en desvelos, en ayunos, 6 en santidad, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en Espíritu Santo, en caridad sincera, 7 en palabras de veracidad, en el poder de Dios, en armas de justicia ofensivas y defensivas, 8 en honra y deshonra, en mala o buena fama; cual seductores, siendo veraces; 9 cual desconocidos, siendo bien conocidos; cual moribundos, bien que vivamos; cual castigados, mas no muertos; 10 como tristes, pero siempre alegres; como pobres, pero enriqueciendo a muchos; como quienes nada tienen, poseyéndolo todo.

 

Aletea aquí el espíritu del sermón de la montaña, tomando carne en San Pablo. Junto a un impresionante recuento de tribulaciones y debilidades, otro no menos impresionante de alegrías y actos de fortaleza. Es la conocida paradoja del cristianismo. Desde el punto de vista literario, es un pasaje de subido tono lírico y uno de los más hermosos que salieron de la pluma del Apóstol. Nada hay, sin embargo, que huela a rebuscado o artificial; todo fluye espontáneo.

La perícopa está estrechamente ligada a los últimos versículos del capítulo anterior, donde el Apóstol se refirió a la obra de "reconciliación" de Dios con los hombres, para cuya difusión en el mundo fueron ellos, los apóstoles, nombrados "embajadores." Por eso, en su condición de tal, debe "cooperar" con Dios en la obra de salud, exhortando a los hombres a que "no reciban en vano" la gracia de Dios (v.1; cf. 1 Cor 3:9). Parece que el Apóstol se refiere sobre todo a la gracia de la conversión a la fe, a la que los corintios deben cooperar, a fin de que produzca en ellos los frutos de renovación y santificación que está destinada a producir. Para más urgir su exhortación, les dice que no hay tiempo que perder, pues estamos "en el tiempo propicio, en el día de la salud" (v.2). La cita es de Is 49:8, y el profeta alude a los tiempos mesiánicos. Para San Pablo, ese "tiempo propicio" y "día de salud" es el tiempo intermedio entre la primera venida de Cristo (cf. Rom 3:21-26; Gal 4:4-5) y la segunda (cf. 1 Cor 1:8; Flp 1:10), tiempo destinado al arrepentimiento y conversión (cf. Rom 13:11-14; Act 3:18-21). Que ese tiempo sea corto o largo, San Pablo lo ignora (cf. 5:3; 1 Tes 5:1-3; Mt 24:36), aunque en ocasiones manifiesta sus deseos de que sea corto (cf. 5:2; 1 Cor 16:22).

Hecha esa exhortación general (v.1-2), pasa a hablar de su conducta personal en el ejercicio del ministerio, que es el modo como ha tratado de llevar a la práctica la "cooperación" con Dios que le exige su condición de apóstol (v.3-10). Ante todo, su empeño en "no dar motivo alguno de escándalo," a fin de no desacreditar la labor apostólica con perjuicio de las almas (v.3). Y, en verdad, ¡cuánto daño se puede hacer si la conducta no responde a la doctrina que se predica! Luego mostrarse siempre cual corresponde a los "ministros de Dios," sin rehuir las penalidades (v.4-5), aprovechando los dones de Dios (v.6-7), sin perder el dominio de la voluntad por el juicio erróneo de los demás (v.8-10). ¡Magnífico ideal para todo hombre apostólico! Entre las penalidades (v.4-5), muchas provienen de sucesos fortuitos o de la malicia humana, pero otras (ayunos) se las impone voluntariamente el Apóstol. Al hablar de las virtudes y dones de Dios, San Pablo pone, como si fuera uno más, "en Espíritu Santo" (v.6). Parece que es una alusión a los carismas, cuyo dador es el Espíritu (cf. 1 Cor 12:11), y que San Pablo ciertamente poseía. Las "armas de justicia" (v.7) son las virtudes propias de la lucha cristiana, en orden a promover (ofensivas) y defender (defensivas) la justicia, que San Pablo gusta de comparar a la armadura de un guerrero (cf. 10:4; Ef 6:11-17; 1 Tes 5:8). Por lo que respecta a los v.8-10, constituyen una serie de antítesis, con las que el tono lírico del pasaje llega a su punto culminante. Nada ha logrado quebrar el ánimo del Apóstol. Ha seguido impertérrito su camino, sin dejarse afectar por los mueras o por los hosannas, sabiendo que no seremos más ni menos de lo que nuestras obras digan.

 

Vibrante llamada a la reconciliación y a la enmienda, 6:11-18.

11 Os abrimos, oh corintios!, nuestra boca, ensanchamos nuestro corazón; 12 no estáis al estrecho en nosotros, lo estáis en vuestras entrañas; 13 pues para corresponder de igual modo, como a hijos os hablo, ensanchaos también vosotros. 14 No os unáis en yunta desigual con los infieles" ¿Qué consorcio hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué comunidad entre la luz y las tinieblas? 15 ¿Qué concordia entre Cristo y Belial? ¿Qué parte del creyente con el infiel? 16 ¿Qué concierto entre el templo de Dios y los ídolos? Pues vosotros sois templo de Dios vivo, según Dios dijo: "Yo habitaré y andaré en medio de ellos y seré su Dios y ellos serán mi pueblo. 17 Por lo cual, salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor; y no toquéis cosa inmunda, y yo os acogeré 18 y seré vuestro padre, y vosotros seréis mis hijos y mis hijas, dice el Señor todopoderoso."

 

Pablo no sabe ya qué otra cosa añadir para ganarse de nuevo la confianza de los corintios. Les ha contado con absoluta franqueza cuál ha sido su proceder para con ellos, siempre limpio y desinteresado, sin reparar en dificultades ni fatigas. Les sigue amando extraordinariamente. ¿Qué más puede hacer?

Los v.11-13 responden a esa situación psicológica. Pide el Apóstol reciprocidad: amistad por amistad. Los corintios no están "al estrecho" y mal tolerados en su corazón "ensanchado"; pues que ellos hagan lo mismo con él, "ensanchando" también su corazón y dándole allí cabida a él. La expresión "ensanchar" el corazón viene a equivaler prácticamente a amar con intensidad, conforme a la manera de hablar corriente de que el amor intenso dilata el corazón.

No es fácil explicar la ilación que tengan con todo esto los v. 14-18, que siguen, en los que el Apóstol exhorta a los corintios a que estén en guardia contra las infiltraciones del paganismo. Como ya hicimos notar en la introducción a esta carta, no faltan autores que creen que estos versículos no están aquí en su lugar y que la continuación de la carta habría que buscarla en 7:2. Se aduce en confirmación el hecho de que en estos seis versículos hay varios hapax legome-na en relación con el resto de las cartas paulinas, y el hecho no menos sorprendente de que Pablo mande evitar el contacto con los gentiles, siendo así que en la primera carta les había dicho lo contrario (cf. 1 Cor 5:9-10; 10:27). Sin embargo, dado que se hallan en todos los códices y versiones, creemos que no hay motivo para sacarlos de aquí. Cierto que parecen romper el contexto, pero tengamos en cuenta que estos saltos de pensamiento no son infrecuentes en San Pablo, quien a veces interrumpe el hilo regular para exponer conceptos complementarios que acuden a su mente, reanudando luego el hilo cuando ha expresado esos conceptos. Por lo demás, es posible que el Apóstol, pensando en las causas profundas del porqué de la "estrechez" de corazón de los corintios hacia él, las encontrase en la excesiva familiaridad de trato con los infieles. En los v. 14-18 iría, pues, al fondo del problema. Tampoco las otras razones alegadas son decisivas, búsquese una u otra explicación. Desde luego, este pasaje muestra una gran afinidad con la literatura de Qumrán, recalcando la lucha entre la luz y la oscuridad; pero eso no es obstáculo para que sea de Pablo.

Lo que en estos versículos dice a los corintios es que huyan de contactos peligrosos con los paganos. Ya en otras partes había aludido a este tema, que constituyó un problema delicado en el cristianismo primitivo, pues ciertos contactos eran inevitables (cf. 1 Cor 5:9-13; 10:27). Lo difícil era saber mantenerse en el punto justo. La expresión "yunta desigual" (v.14) está sugerida probablemente por el precepto de la Ley mosaica, prohibiendo uncir bajo el mismo yugo animales de diversa especie (cf. Dt 22:10; Lev 19:19). Con cinco certeras preguntas, recalcando las diferencias fundamentales entre cristianismo y paganismo, San Pablo pone en guardia a los corintios contra esa "yunta desigual" entre fieles e infieles. El yugo ata a dos para una obra común, y ¿qué puede haber de común entre justicia e iniquidad, luz y tinieblas, Cristo y Belial 207, creyentes e incrédulos, templos de Dios 208 e ídolos? La cita de Escritura de los v.16-18 está formada bastante libremente a base de diversos textos del Antiguo Testamento, principalmente Lev 26:11-12 e Is 52:11. La finalidad de San Pablo es mostrar que la unión de los fieles con Dios implica apartarse de las religiones falsas.

 

Alegría por las buenas noticias que le dio Tito, 7:1-16.

1 Pues que tenemos estas promesas, carísimos, purifiquémonos de toda mancha de nuestra carne y nuestro espíritu, acabando la obra de la santificación en el temor de Dios. 2 Acogednos en vuestros corazones; a nadie hemos agraviado, a nadie hemos perjudicado, a nadie hemos explotado. 3 No lo digo para condenaros, que ya antes os he dicho cuan dentro de nuestro corazón estáis para vida y para muerte. 4 Tengo mucha confianza con vosotros; tengo en vosotros grande motivo de gloria, estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones. 5 Pues aun llegados a Macedonia, no tuvo nuestra carne ningún reposo, sino que en todo fuimos atribulados, luchas por fuera, por dentro temores. 6 Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la llegada de Tito: 7 y no sólo con su llegada, sino también con el consuelo que él tuvo por causa vuestra, al anunciarnos vuestra ansia, vuestro llanto y vuestro celo por mí, con lo que creció más mi gozo. 8 Porque si con la epístola os entristecí, no me pesa. Y si estaba pesaroso viendo que aquella carta, aunque por un momento, os había contristado, 9 ahora me alegro, no porque os entristecisteis, sino porque os entristecisteis para penitencia. Os contristasteis según Dios, para que no recibieseis daño alguno de nuestra parte. 10 Pues la tristeza según Dios es causa de penitencia saludable, de que jamás hay por qué arrepentirse; mientras que la tristeza según el mundo lleva a la muerte. 11 Ved cuánta solicitud os ha causado esa misma tristeza según Dios, y qué excusas, qué enojos, qué temores, qué deseos, qué celo y qué vindicaciones. Totalmente limpios os habéis mostrado en este asunto. 12 Pues si yo os escribí, no fue por el que cometió el agravio ni por el que lo recibió, sino para que se manifestase vuestra solicitud por nosotros delante de Dios. 13 Con esto nos hemos consolado. Y a este consuelo nuestro vino a unirse el extremado gozo de Tito, cuyo espíritu habéis todos confortado. 14 Que si en algo me glorié con él de vosotros, no he quedado confundido, sino que así como en todo os habíamos hablado verdad, así resultó también verdadero nuestro gloriarnos con Tito. 15 Y su cariño por vosotros se ha acrecentado viendo vuestra obediencia y el temor y temblor con que le recibisteis.16 Me alegró de poder en todo confiar en vosotros.

 

Los v.1-4, aunque los hemos puesto aquí para no entremezclar capítulos, pertenecen más bien a la perícopa precedente, a la que van ligados por la partícula "pues" (oüv). San Pablo dice a los corintíos (v.1) que no hagan inútiles las anteriores "promesas" divinas (cf. 6:16-18) con su adaptación al modo de vivir pagano, sino que vivan puros de cuerpo y alma, llevando hasta el final la obra de santificación comenzada en el bautismo (cf. Rom 6:12-13; 1 Cor 7, 34; 1 Tes 5:23). Luego, continuando en la idea de 6:11-13, de nuevo pióle que correspondan a su amor (v.2-4). Probablemente al insistir hasta tres veces de que a nadie ha hecho daño (v.2), está aludiendo a las calumnias de sus adversarios de Corinto, que distingue muy bien del común de los fieles, a los que lleva muy "dentro del corazón" y en los que tiene plena "confianza" (v.3-4).

A partir del v.5 comienza San Pablo a describir la alegría que le produjo el encuentro con Tito en Macedonia por las buenas noticias que le traía de los corintios. Se reanuda, pues, la narración interrumpida en 2:13. Alude primeramente a su estado de angustia e intranquilidad antes de encontrar a Tito (v.5). Aunque no indica concretamente los motivos de esa angustia, pensemos que había tenido que salir precipitadamente de Efeso ante el motín promovido contra él por los plateros (cf. Act. 20:1); que de Jerusalén y de Galacia le llegaban noticias de hostilidad contra su obra (cf. Rom 15:31; Gal 1:7); que a Corinto había tenido que escribir una carta "en lágrimas," dada la situación de aquella iglesia (cf. 2:4). Eran motivos más que suficientes, aparte de los generales inherentes siempre a toda labor apostólica. Las noticias que acerca de los corintios le dio Tito, le consolaron sobre manera (v.6-16).

La epístola a que alude el Apóstol (v.8) evidentemente es la carta "en lágrimas," de que ya hablamos al comentar 2:1-11. Esa carta produjo un magnífico efecto en los corintios, según lo que aquí se nos indica. Se contristaron "según Dios" (v.10), es decir, con una tristeza saludable, motivada por el reconocimiento de no haber obrado como debían. Es lo contrario de la tristeza "según el mundo" (v. 10), nacida de motivos humanos y ambiciones personales contrariadas; ésta, más que al arrepentimiento, lleva al desánimo y a la desesperación. San Pablo recuerda a los corintios (v.12) que si les escribió en esa forma, no fue para vengarse del ofensor o para reparar el honor personal del ofendido, sino para que tuviesen ocasión de mostrar su obediencia y afecto hacia él en presencia de Dios, que mira complacido que haya buena inteligencia entre apóstol y fieles. Es una manera delicada de indicarles que tenía confianza en ellos y como tratando de quitar importancia al pecado ya pasado. Y aun les añade (v.13-16) que también con Tito había hablado favorablemente de ellos, alegrándose ahora de haber quedado en bien, pues los hechos le han dado la razón. La alabanza es general. Esto no excluye, claro está, que aún le quedaran enemigos en Corinto (cf. 10:2; 11:5; 12:11).

 

 

II. La Colecta en Favor de los Fieles de Jerusalén, 8:1-9:15.

 

Llamada a la generosidad de los corintios, 8:1-15.

1 También quiero, hermanos, haceros conocer la gracia que Dios ha hecho a las iglesias de Macedonia, 2 que la gran tribulación con que han sido probados abundó en gozo y su extremada pobreza se convirtió en riqueza de su liberalidad. 3 Doy testimonio de que, según sus facultades y aun por encima de sus facultades, de iniciativa propia, 4 rápidamente nos rogaban que les hiciésemos la gracia de participar en el socorro a favor de los santos: 5 y no como esperábamos, sino que a sí mismos se entregaron, primeramente al Señor, y luego a nosotros, por la voluntad de Dios. 6 Así que encargamos a Tito que, según había comenzado, así también hiciese entre vosotros esta obra de caridad. 7 Y así como abundáis en todo, en fe, en palabra, en ciencia, en toda obra de celo y en amor hacia nosotros, así abundéis también en esta obra de caridad. 8 No os lo digo como imponiendo un precepto, sino en vista de la solicitud de otros y para que probéis lo sincero de vuestra caridad. 9 Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza; 10 y os aconsejo esto, pues es lo que os conviene a vosotros, que, desde el año pasado, habéis sido los primeros no sólo en proponeros esta obra, sino en realizarla. 11 Procurad, pues, ahora llevarla a buen término, a fin de que, según la prontitud de la voluntad, así sea la ejecución de aquélla, conforme a vuestras facultades. 12 Cuando está pronta la voluntad, es acepta en la medida de lo que se tiene, no de lo que no se tiene, 13 porque no se trata de que, viviendo otros con desahogo, viváis vosotros en estrechez, sino que haya igualdad, y ahora 14 vuestra abundancia alivie la escasez de aquéllos, para que asimismo su abundancia alivie vuestra penuria, de manera que haya equidad, 15 según está escrito: "Ni el que recogió mucho abundaba, ni el que recogió poco estaba escaso."

 

Comienza San Pablo a tocar un tema nuevo, el de la colecta a favor de los fieles de Jerusalén, que recomienda vivamente a los corintios. Le dedica dos íntegros capítulos (8-9), lo que es señal de la gran importancia que le concedía. Esta colecta no la organizó sólo en Corinto, sino también en las otras iglesias por él fundadas (cf. Rom 15:25-26; 1 Cor 16:1; Gal 2:10). Trataba con ello, sin duda, de acudir en ayuda de auténticas necesidades materiales; pero, tanto y más que eso, pretendía presentar una prueba visible de que las iglesias fundadas por él no eran algo aparte, disgregadas de la Iglesia madre, como propalaban sus adversarios judaizantes. Había, y quería que siguiera habiendo, perfecta unión fraterna entre todas. Por eso teme, ante las calumnias lanzadas contra él, que en Jerusalén no le quieran recibir la colecta (cf. Rom 15:30-31).

Por lo que respecta a la iglesia de Corinto, la idea de la colecta no era cosa que les propusiese ahora Pablo por primera vez. Ya les había hablado de ese asunto en su carta anterior (cf. 1 Cor 16:1-4). Más aún; antes incluso de esa carta, como entonces comentamos, los corintios pensaban ya en la colecta. Aquí San Pablo concretará (v.10; cf. 9:2): "desde el año pasado" (από πέρυσι). Sin embargo, debido sin duda a la crisis interna que había padecido la comunidad, las cosas se debían de haber enfriado bastante. Ahora, resuelta esa crisis y restablecida la mutua confianza, San Pablo insiste de nuevo en lo de la colecta; y no de pasada, como en la primera carta, sino largamente, aduciendo hermosas consideraciones de carácter doctrinal sobre la caridad cristiana. Un verdadero "sermón de caridad." Es de notar la extraordinaria delicadeza con que toca el tema, sin pronunciar la palabra dinero, y ni siquiera la de colecta o limosna, sustituidas por bendición, obra de caridad, servicio en favor de los santos, gracia de Dios.

La primera razón aducida por San Pablo para mover a los corintios a ser generosos es la del ejemplo de los cristianos de Macedonia (v.1-8). Sabe sacar provecho, elevando las cosas al plano sobrenatural, del espíritu de emulación entre las dos provincias: los de Macedonia, a pesar de las graves tribulaciones con que han sido probados y de su extremada pobreza, han dado por encima de sus posibilidades, ¿qué cabe, pues, esperar de vosotros, los de Acaya, que en todo sobresalís? No concreta el Apóstol cuáles fueron esas tribulaciones especiales de los cristianos de Macedonia ni si la "extremada pobreza" (v.2) tenía algo que ver con su conversión al cristianismo. Es probable que sí y que su conversión fuera causa de persecuciones e incluso a veces de pérdida de bienes (cf. Act 17"5-9; 1 Tes 1:6-7; 2:14). Lo de "entregarse a sí mismos" (v.5) parece aludir a que no sólo se desprendían de sus bienes, sino que ponían sus mismas personas al servicio de Cristo, ayudando a Pablo en el negocio de la colecta. Tanto entusiasmo y generosidad, concluye el Apóstol (v.6), le movió a enviar a Tito a Corinto (cf. v.16-17), en la seguridad de que allí mostrarían aún más entusiasmo; y enviaba precisamente a Tito, que era el que había comenzado ya a trabajar entre ellos en una misión anterior (cf. 7:6-7). La "fe," "palabra" y "ciencia," en que el Apóstol dice que abundaban los corintios, son esos dones carismáticos a que ha aludido ya en otras ocasiones (cf. 1 Cor 1:5; 12:8-9).

Otro motivo que debe mover a los corintios a ser generosos es el ejemplo de Cristo, que, siendo rico, se hizo pobre, a fin de enriquecernos a nosotros (v.9; cf. Flp 2:6-8). Si, pues, El se privó de tantas cosas en beneficio nuestro, ¿no es justo que también nosotros nos privemos de alguna en beneficio de nuestros hermanos? Y San Pablo remacha el razonamiento haciendo hincapié en la buena voluntad de los corintios, quienes espontáneamente habían comenzado ya la colecta el año anterior (v.10-15). Les advierte que no importa la cantidad, sino la buena voluntad, de modo que dé cada uno según sus posibilidades (v.12; cf. Mc 12:41-44). La frase "para que asimismo su abundancia alivie vuestra penuria" (v.14), se presta a dos interpretaciones: que pueden volverse las tornas y ser los corintios los que necesiten de los de Jerusalén, o que la abundancia espiritual de los fieles de Jerusalén alivie la penuria, también espiritual, de los de Corinto. La interpretación tradicional es esta última, que es la que creemos más fundada; se trata, dice hermosamente Ricciotti, de "una osmosis entre materia y espíritu en el gran cuadro de la comunión de los santos." Como remate, San Pablo cita (v.15) el texto de Ex 16:18, tratando de darnos a entender que la misma igualdad que el milagro producía en el maná, recogiesen mucho o recogiesen poco, debe producir en los cristianos la candad.

 

Recomendación de Tito y sus dos compañeros, 8:16-24.

16 y gracias sean dadas a Dios, que puso en el corazón de Tito esta solicitud por vosotros, 17 pues no sólo acogió nuestro ruego, sino que, solícito, por propia iniciativa, partió a vosotros. 18 Y con él enviamos a otro hermano, cuyo elogio en la predicación del Evangelio está difundido por todas las iglesias: 19 y no sólo esto, sino que también fue elegido por las iglesias para compañero nuestro de viaje en esta obra de caridad que hacemos para gloria del mismo Señor y para cumplimiento de nuestra pronta voluntad, 20 mirando a que nadie nos vitupere con motivo de esta importante suma que administramos. 21 Pues procuramos hacer el bien, no sólo ante Dios, sino también ante los hombres. 22 Enviamos con ellos a nuestro hermano, cuya solicitud tenemos bien probada con frecuencia en muchos negocios, y ahora se ha mostrado muy solícito por la gran confianza que tiene en vosotros. 23 Por lo que hace a Tito, es mi compañero y cooperador entre vosotros; cuanto a nuestros hermanos, enviados son de las iglesias, gloria de Cristo. 24 Mostrad, pues, para con ellos vuestra caridad a la faz de las iglesias y la verdad de los encomios que he hecho de vosotros.

 

Para llevar a cabo la obra de la colecta en Corinto, San Pablo, que determina permanecer todavía algún tiempo en Macedonia, les envía por delante a Tito con otros dos compañeros. Es casi seguro que fue Tito mismo quien llevó a Corinto la presente carta. El "partió (έξηλβεν) a vosotros" del v.17, aunque está en tiempo pasado, parece que es un aoristo epistolar, con referencia no al momento en que se escribe la carta, sino al momento en que la recibe el destinatario (cf. Gal 6:11; Flm 19).

El Apóstol hace primeramente el elogio de Tito, cuyo celo y buenos deseos hacia los corintios hace resaltar (v. 16-17). Luego hace el elogio de otro "hermano" que va con él, del que dice que se ha distinguido "en la predicación del Evangelio" y que ha sido "elegido por las iglesias" para compañero suyo en la recogida de la colecta (v. 18-19). No da su nombre, aunque a buen seguro que es alguno de los indicados en Act 20:4-6, sus acompañantes en el viaje a Jerusalén. Es posible que se trate de Lucas, que entonces estaría en Filipos (cf. Act 16:12.40; 20:5), desde donde se escribía la carta. Con esa ocasión, advierte de su cuidado en prevenir cualquier sospecha en cuestión de dinero (v.20), pues, aunque su conciencia está tranquila "delante de Dios," se preocupa también de su reputación "ante los hombres" (v.21; cf. Mt 5:16).

Hace, por fin, el elogio del tercer enviado, del que tampoco da el nombre (v.22). Quizás se trate de Apolo (cf. 1 Cor 6:12), o de Aristarco (cf. Act 19:29; 20:4). Pero son meras conjeturas. Termina haciendo conjuntamente el elogio de los tres enviados (v.23) y rogando a los corintios que sean generosos en la colecta, con lo que le dejarán a él en bien, que siempre ha hablado favorablemente de los corintios (v.24).

 

Nueva llamada a la generosidad, 9:1-5.

1 Pues cuanto al socorro en favor de los santos, no es necesario que yo os escriba; 2 conozco vuestra pronta voluntad, que es para mí motivo de gloria en vosotros ante los macedonios, pues Acaya está apercibida desde el año pasado, y vuestro celo ha estimulado a muchos. 3 A pesar de esto, envié a los hermanos, para que nuestra gloria en vosotros no resulte vana en este asunto, y que según he dicho estéis dispuestos, 4 no sea que al llegar los macedonios conmigo os encuentren desprevenidos, y quedemos confundidos nosotros, por no decir vosotros, en este negocio" 5 Por eso he creído necesario rogar a los hermanos que anticiparan el viaje y preparasen de antemano vuestra prometida bendición, y con esta preparación resulte obra de liberalidad, y no de mezquindad.

 

En este c.9 se repiten en gran parte ideas expuestas ya en el c.8. Esta es la razón por la que bastantes autores modernos suponen que este capítulo no es continuación del anterior, sino que proviene de otro escrito de San Pablo y fue introducido aquí posteriormente. Tanto más que en 9:1 parece hablarse de la colecta como de tema aún no tocado. Creemos, sin embargo, que ambos capítulos guardan entre sí relación y nada impide que puedan ser considerados como pertenecientes a una misma carta, tal como nos los presentan ya desde el principio todos los códices y versiones.

En efecto, San Pablo conocía bien a los corintios, y, no obstante las repetidas alabanzas que de ellos hace, vemos que busca y rebusca motivos para urgirles a que sean diligentes en hacer la colecta. ¡Se ve que no las tenía todas consigo! Nada tiene, pues, de extraño que insista una y otra vez en el tema, completando y urgiendo más lo ya dicho anteriormente. Ni es cierto que 9:1 suponga una entrada en materia, y no sea más bien un modo hábil de continuar insistiendo en el tema. Ese "pues" (yáp) del v.1 parece claro que está enlazando ambos capítulos. Su exhortación a que fueran generosos y demostraran así lo fundado de las alabanzas que él/hacía de ellos (8:24) quiso remacharla con una nueva alabanza: es superfluo que yo me detenga a haceros recomendaciones sobre esto a vosotros, que ya desde el año pasado andáis Con la colecta, y tanto, que vuestro celo ha estimulado a los de Macedonia (v.1-2); sin embargo, os envío los delegados para que todo esté pronto a mi llegada, no sea que ahora que van a ir conmigo algunos cristianos de Macedonia os encuentren desprevenidos, con vergüenza para mí, que tanto os he alabado delante de ellos, y para vosotros (v.3-5). ¡Es admirable cómo sabe aprovechar todos los recursos San Pablo! Antes (cf. 8:1-5) elogió a los macedonios, ahora (9:2) elogia a los corintios; pero el fin es el mismo: que los corintios, a quienes dirige la carta, se muestren generosos.

 

La limosna, fuente de bendiciones, 9:6-15.

6 Pues os digo: El que escaso siembra, escaso cosecha; el que siembra con largura, con largura cosechará. 7 Cada uno haga según se ha propuesto en su corazón, no de mala gana ni obligado, que Dios ama al que da con alegría. 8 Y poderoso es Dios para acrecentar en vosotros todo género de gracias, para que, teniendo siempre y en todo lo bastante, abundéis en toda obra buena, 9 según que está escrito: "Con largueza repartió, dio a los pobres; su justicia permanecerá para siempre." 10 El que da la simiente al que siembra, también le dará el pan para su alimento, y multiplicará vuestra sementera, y acrecentará los frutos de vuestra justicia. 11 Υ en todo seréis enriquecidos para toda liberalidad, que por nuestra mediación produzca acción de gracias a Dios. 12 Pues el ministerio de este servicio no sólo remedia la escasez de los santos, sino que hace rebosar en ellos copiosa acción de gracias a Dios; 13 por cuanto, experimentando este vuestro servicio, glorifican a Dios por vuestra obediencia al Evangelio de Cristo y por la largueza de vuestra comunión con ellos y con todos; 14 y con su oración por vosotros manifiestan el afecto que os tienen, a causa de la sobreabundante gracia que Dios ha derramado en vosotros. 15 Gracias sean dadas a Dios por su inefable don.

 

Hermosa conclusión del "sermón de caridad." San Pablo, valiéndose de la imagen de la siembra y la cosecha, hace resaltar la maravillosa fecundidad de la limosna. Prácticamente no es sino un comentario, con aplicación al caso concreto de la limosna, de aquellas palabras de Jesucristo: "dad y se os dará" (Lc 6:38).

El Apóstol expone dos ideas fundamentales: que la limosna, hecha de buen ánimo y con alegría, no sólo no disminuye, sino que , acrecienta los bienes (v.6-10), y que, además, es ocasión de acción de gracias a Dios y estrechamiento de vínculos entre los cristianos (v.11-15). Respecto de la primera idea, no parece caber duda que el Apóstol apunta directamente a los bienes materiales, de menor importancia, sin duda, que los espirituales, pero que Dios concederá abundantemente a los que den limosna, de modo que teniendo siempre lo bastante para sí, puedan repartir también con los demás (v.8:10). En apoyo de que las obras de caridad serán siempre bendecidas por Dios, aquí y en el más allá, cita el Apóstol (v.9) una frase del Sal 112:9.

Respecto de la segunda idea, el Apóstol comienza diciendo que la limosna, llevada a Jerusalén por mediación suya, no sólo remediará necesidades materiales, sino que producirá "copiosa acción de gracias a Dios" (v. 11-12). Esa acción de gracias a Dios por parte de los fieles de Jerusalén tendrá como motivo, no sólo el verse ayudados materialmente por los corintios, sino su "obediencia al Evangelio de Cristo," es decir, el que también los corintios hayan abrazado la fe y entrado en el camino de la salud (v.15). Es este el fruto de la colecta que San Pablo ansia más: que los fieles de la iglesia-madre de Jerusalén se alegren y den gracias a Dios porque también los gentiles hayan abrazado la fe. En efecto, no era fácil acabar con la aversión de los judíos hacia los gentiles, incluso después de su conversión al cristianismo (cf. Gal 2:12; Act 11:3). La colecta podía contribuir a romper ese muro. ¡Qué alegría si, a causa de la colecta, los fieles de Jerusalén ruegan por los de Corinto y se alegran de la "sobreabundante gracia" que Dios les ha concedido (v.14), llamándoles a la fe! Sería para San Pablo la consecución de su gran objetivo (cf. 1 Cor 12:23; Gal 3:28; Col 3:11). Como si ya fuese un hecho, exclama gozoso: "Gracias sean dadas a Dios por su inefable don" (v.15), es decir, por esa plena unificación de todos los cristianos, sea cualquiera su procedencia. Ello significa que el Espíritu está ejerciendo su poderoso influjo en Corinto y en Jerusalén.

 

 

III. Pablo y sus Adversarios, 10:1-13:10.

 

Hará valer su autoridad, 10:1-11.

1 Yo, pues, el mismo Pablo, que presente soy humilde entre vosotros, pero ausente soy resuelto con vosotros, 2 os ruego, por la mansedumbre y la bondad de Cristo, que cuando esté presente no tenga que atreverme con la energía con que pienso resueltamente obrar con algunos que nos tienen como si procediésemos según la carne. 3 Pues, aunque vivimos en la carne, no militamos según la carne; 4 pues las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas por Dios para derribar fortalezas, destruyendo sofismas, 5 y toda altanería que se levante contra la ciencia de Dios y doblegando todo pensamiento a la obediencia de Cristo, 6 prontos a castigar toda desobediencia, una vez que sea perfecta vuestra obediencia. 7 Mirad sólo lo que a la vista tenéis. Si alguno confía en que es de Cristo, piense también que como él lo es, así lo somos nosotros. 8 Porque aunque con exceso me gloríe yo de la autoridad que me dio el Señor para edificación y no para destrucción vuestra, no por eso me avergonzaré. 9 Y que nadie crea que pretendo amedrentaros con las cartas. 10 Porque hay quien dice que las cartas son duras y fuertes, pero la presencia corporal es poca cosa y la palabra menospreciable. 11 Piense ese tal que cuales somos ausentes por las cartas, tales seremos presentes de obra.

 

Desde este momento el tono de la carta, hasta ahora afectuoso, y conciliador, cambia bastante. Sin embargo, como ya indicamos en la Introducción, no creemos que esto sea motivo para suponer que se trata de fragmentos pertenecientes a otra carta, introducidos posteriormente aquí. De hecho, también en los capítulos anteriores hay atisbos polémicos (cf. 1:12; 2:17; 3:1; 4:2; 5:12; 7:2; 8:20), aunque Pablo parece que trata de reprimirse en seguida, como si quisiera dejar esa cuestión para ocuparse luego aparte de ella con más detenimiento. Es lo que hace en estos cuatro últimos capítulos.

Sabemos muy poco de esos adversarios del Apóstol contra los que aquí se enfrenta enérgica y decididamente. Parece ser que eran judíos de origen (cf. 11:22), y que de fuera habían llegado a Corinto con cartas de recomendación (cf. 3:1). Algunos autores los relacionan con los agitadores judaizantes que por esas mismas fechas turbaban las comunidades cristianas de Galacia (cf. Gal 1:7; 3:1; 4:17; 5:12); pero no hay razones para suponer positivo contacto entre ellos. Lo cierto es que trataban de desacreditar a Pablo, sembrando la desconfianza en torno a él, acusándole de ser un intruso en el apostolado y de proceder poco limpiamente, persona mediocre, muy fuerte desde lejos en las cartas, pero muy poca cosa en la realidad cuando se hacía presente (cf. v.2.10). Pablo, con todo el fuego de su ardiente temperamento, se encara abiertamente con ellos, usando incluso de la ironía y el sarcasmo (cf. 10:12; 11:14), a fin de hacerles perder crédito ante los fieles. Son quizás estas páginas, entre todos los escritos del Apóstol, los que más al vivo nos descubren la parte íntima de sus afanes apostólicos. También aquí podríamos aplicar el oh felix culpa! de la liturgia. Propiamente San Pablo no se dirige a la comunidad de los fieles, quienes, como se deduce de los capítulos anteriores, estaban ya reconciliados con él (cf. 2:9; 7:15), sino al grupo de agitadores venidos de fuera y a los pocos adeptos que tenían todavía dominados con sus intrigas. Respecto al común de los fieles, basta con que se enteren; a los agitadores intrusos hay que descubrirlos, aunque ninguna esperanza hay de que se conviertan; al grupo de adeptos, todavía engañados, hay que volverles al buen camino. Son tres categorías de personas y de mentalidades que debemos distinguir bien al leer estas páginas del Apóstol, si no queremos perdernos en un laberinto de cuestiones.

La manera de comenzar, poniendo por delante expresamente su nombre (v.1), da la impresión de que San Pablo quiere acentuar la nota personal de cuanto va a decir. Su primera afirmación, recogiendo irónicamente la acusación de sus adversarios (cf. v.10), es que no le obliguen, una vez que vaya a Corinto, a tener que obrar duramente "contra algunos que nos tienen como si procediésemos según la carne" (v.1-2). Parece que ese "algunos" se refiere al grupo de adeptos con que todavía contaban sus encarnizados adversarios, los obreros engañosos disfrazados de "apóstoles de Cristo" (cf. 11:13); en cuanto a la expresión "proceder según la carne," es claro que equivale a dejarse guiar en su conducta apostólica por motivos e intereses humanos. San Pablo lo niega rotundamente, precisando que "vive en la carne," como cualquier hombre de aquí abajo, pero "no milita según la carne" (ν.8). Υ, siguiendo en la misma idea, con expresiones tomadas del lenguaje militar, añade que las armas con que milita, tratando de destruir cuanto se opone a la doctrina auténtica del Evangelio, no son carnales, sino espirituales, que reciben eficacia del mismo Dios (v.4-6; cf. 6:7). No es del todo claro a quiénes aluda en el v.6. Parece que distingue entre los intrusos agitadores rebeldes, que será necesario castigar, y el pequeño grupo de corintios todavía engañados, de quienes espera la sumisión. Será, una vez obtenida ésta, cuando él se encuentre más libre para proceder con todo rigor contra los rebeldes intrusos y acabar con ese foco de insubordinación.

Viene luego (v.7-8) una llamada a la reflexión y al buen sentido: los hechos hablan a favor de Pablo. Con mucha más razón que sus adversarios, que tanto se glorían de que son "de Cristo," se puede gloriar él, que tiene "autoridad" recibida de Cristo (cf. Gal 1:15-16), y sin miedo a tener que "avergonzarse" de que alguno se lo desmienta, como sucedería a los que tanto se ensalzan denigrándole a él. La frase "para edificación y no para destrucción" (v.8) alude a sus poderes apostólicos para edificar los templos de Dios, que son las iglesias cristianas, y no para llevarlas a la ruina (cf. 1 Cor 3:9.17), como están haciendo precisamente esos que tanto se glorían de que son "de Cristo" 209.

Termina el Apóstol advirtiendo a los corintios que también cuando esté presente y no sólo en las cartas, sabrá usar con energía de sus poderes apostólicos, si es necesario (v.9-11). La alusión que a su "presencia corporal" y a su "palabra" hacen despectivamente sus adversarios (v.10), parece referirse a la postura mantenida en sus dos visitas a Corinto, adonde llegó en "debilidad" y "tristeza," sin usar de los artificios de la sabiduría humana (cf. 1 Cor 2:1-5; 2 Cor 2:1). No parece que de ahí pueda deducirse nada respecto a la presencia física de Pablo, si de alta o baja estatura, de constitución fuerte o endeble, de aspecto adusto o atrayente.

 

No ha usurpado campos de nadie, 10:12-18.

12 Porque no osamos igualarnos o compararnos con los que a sí mismos se recomiendan: mas midiéndose a sí mismos y tomándose a sí mismos por medida, no tienen juicio" 13 Nosotros no nos gloriamos desmedidamente, sino según la regla que Dios nos ha dado por medida, de modo que llegásemos hasta vosotros. 14 Porque no nos salimos fuera de los límites prescritos, como si no llegásemos hasta vosotros, pues hasta vosotros llegamos en el Evangelio de Cristo. 15 No glodándonos desmedidamente de trabajos ajenos, sino esperando que creciendo vuestra fe, crezcamos más y más entre vosotros, conforme a nuestra medida, 16 evangelizando a los que están más allá de vosotros, sin entrar en campo ajeno, gloriándonos de la labor de otros. 17 "El que se gloría, que se gloríe en el Señor." 18 Pues no es el que a sí mismo se recomienda quien está probado, sino aquel a quien recomienda el Señor.

 

El presente pasaje tiene un estilo bastante alambicado, y no siempre resulta fácil precisar el sentido exacto de cada frase. En sustancia, la idea es ésta: Pablo no se ha salido nunca del campo de trabajo que Dios le ha señalado; ese campo incluye Corinto y también otras regiones más lejanas, a las que confía poder ir, una vez que se haya consolidado la fe entre los corintios.

Comienza ironizando cáusticamente a los adversarios, con los que él "no osa" compararse, los cuales, en cuestión de méritos, se ponen a sí mismos por medida, y, en realidad, lo que hacen es el ridículo (v.12). A continuación expone positivamente cuál ha. sido su conducta (v. 13-16): nunca se ha salido del propio campo, metiéndose en el ajeno, como han hecho sus adversarios, que tratan de aparecer como beneméritos de la comunidad de Corinto, vistiéndose con los trabajos y méritos que son de otro. Corinto pertenece a su campo, y la fundación de aquella iglesia es obra suya. Cuando la fe de los corintios se consolide, espera poder ir a evangelizar a otros que están "más allá," aunque sin invadir campos ajenos (v.16; cf. Rom 15:20-24).

Termina diciendo (v. 17-18), aparte ya toda ironía, que "el que se gloríe, se gloríe en el Señor" (v.17; cf. 1 Cor 1:31), y que de poco vale que nos alabemos a nosotros mismos si no tenemos la aprobación de Dios, que es el que ha de hacer fecundos nuestros trabajos (v.18; cf. 1 Cor 3:5-8).

 

Excusas Por Tener Que Alabarse, 11:1-15.

1 ¡ Ojalá soportéis un poco mi demencia! Pero soportadla; 2 porque os celo con celo de Dios, pues os he desposado a un solo marido para presentaros a Cristo como casta virgen. 3 Pero temo que como la serpiente engañó a Eva con su astucia, también corrompa vuestros pensamientos, apartándolos de la sinceridad y de la santidad debidas a Cristo. 4 Porque si viniese alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o dándoos otro Espíritu que el que os ha sido dado, u otro evangelio que el que habéis recibido, lo soportaríais. 5 Pero yo creo que en nada soy inferior a esos preclaros apóstoles, 6 y aunque imperio de palabra, no de ciencia, pues en todo y siempre la hemos manifestado entre vosotros. 7 ¿O es que he cometido un pecado humillándome a mí mismo, para que vosotros fueseis ensalzados, predicándoos gratuitamente el Evangelio de Dios? 8 Despojé a otras iglesias, recibiendo de ellas estipendio para serviros a vosotros; 9 y estando entre vosotros y hallándome necesitado, a nadie fue gravoso, pues a mis necesidades subvinieron los hermanos venidos de Macedonia; y en todo momento me guardé y me guardaré de seros gravoso. ίο γ por la verdad de Cristo que está en mí, que esta gloria no sufrirá mengua en las regiones de Acaya. n ¿Por qué? ¿Porque no os amo? Eso Dios lo sabe. 12 Lo que yo ahora hago también lo haré en lo futuro, para cortar toda ocasión a los que la buscan de hallar en qué gloriarse igual que nosotros. 13 Pues esos falsos apóstoles, obreros engañosos, se disfrazan de apóstoles de Cristo; 14 y no es maravilla, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. 15 No es, pues, mucho que sus ministros se disfracen de ministros de la justicia: Su fin será el que corresponde a sus obras.

 

Contra lo que él mismo había criticado en sus adversarios (cf. 10:12.18), Pablo se ve obligado a alabarse a sí mismo. Por eso, una y otra vez pide disculpa (v.1; cf. v.16; 12:1.11). No puede, sin embargo, dejar sin contestación las calumnias con que trataban de desprestigiar su persona y su obra, pues sería en perjuicio de sus fieles. Es precisamente el amor apasionado que les tiene, cuando los ve en peligro, lo que le mueve a hacer estas manifestaciones íntimas, que, de lo contrario, a buen seguro nunca hubiera hecho.

Comienza manifestando su intenso amor a los corintios, por cuya fidelidad siente "celos," que son los "celos" de Dios, pues como en otro tiempo la serpiente engañó a Eva (cf. Gen 3:1-6), también ahora hay peligro de que ellos, la iglesia de Corinto, a la que él, haciendo de intermediario, quiere "presentar a Jesucristo como casta virgen," se dejen seducir por esos falsos predicadores que tan pacientemente "soportan" (v.2-4). Se vale aquí San Pablo de una imagen muy frecuente en el Antiguo Testamento para designar las relaciones entre Dios y su pueblo, del que se considera como esposo celoso, que no admite competidores (cf. Ex 20:5; Is 62:5; Jer 3, 6-10; Ez 16:8-29). Esta imagen es usada también en el Nuevo Testamento (cf. Mt 9:15; Ef 5:25-32; Ap 21:9; 22:17). San Pablóle presenta como el intermediario entre el esposo y la esposa, participando de los mismos "celos" del esposo, vigilando cuidadosamente frente a los competidores rivales para que la esposa, que en este caso es la iglesia de Corinto, no sea seducida. Ese "para presentaros" (v.2) creemos que alude a la consumación de las bodas en la etapa escatológica (cf. Ap 19:7-9), a cuyo momento el Apóstol quiere que la esposa llegue con la frescura virginal, sin adulteraciones de ninguna clase (cf. 1 Cor 1:8; Flp 1:1ρ; 1 Tes 5:23).

Hecha esta manifestación de celo, que es lo que dirige su conducta, sigue un ataque a sus adversarios, esos "preclaros apóstoles"210 que los corintios tan pacientemente "soportan" (v.5-15). No sin ironía, dice que "cree que en nada es inferior a ellos" (v.5), pues su predicación, aunque carezca de artificios retóricos, está llena de ciencia de las cosas divinas (v.6). De este tema ya había tratado ampliamente en 1 Cor 1:17-3:4. Y si eso no le hace inferior, ¿será acaso inferior (v.7) por el hecho de que ha predicado el Evangelio gratuitamente en Corinto? Parece que sus adversarios incluso de esto se valían para calumniarle. Quizás haciendo notar que con el trabajo manual se rebajaba; y, además, al no exigir el sustento de sus evangelizados, como hacían los Doce (cf. 1 Cor 9:4-6), dejaba claramente entrever que no se consideraba con derecho a tal servicio y, consiguientemente, que no tenía verdadera misión de apóstol. San Pablo rechaza la calumnia poniendo las cosas en su punto. Efectivamente, no ha querido exigir de los corintios el sustento que, sin embargo, recibió de los de Macedonia, incluso cuando estaba predicando en Corinto (v.8-9; cf. Flp 4:15-16; 1 Tes 3:6-8; Act 18:3-5). Ni sólo eso, sino que a toda costa quiere seguir en el futuro haciendo lo mismo (v.10). Pero añade: bien sabe Dios que eso no es por falta de amor a los corintios; es sencillamente para no dar ocasión a sus enemigos, allí en Corinto tan encarnizados, de que puedan ponerse en el mismo plano que él, pues está seguro de que en ese terreno nunca intentarán competir (v. 11-12). A continuación (v.13-15), los desenmascara abiertamente, lanzando contra ellos frases de terrible dureza: obreros engañosos, ministros de Satanás, que se disfrazan de apóstoles de Cristo, cuyo fin será el que corresponde a sus obras.

 

Sigue gloriándose de su obra apostólica, 11:16-33.

16 Una vez más os digo, que nadie me tenga por insensato, y en todo caso, toleradme como insensato, permitiéndome que un poco me gloríe.17 Lo que voy a decir, no lo digo según el Señor, sino como en locura, que me da pie para gloriarme. 18 Puesto que muchos se glorían según la carne, también yo me gloriaré. 19 Pues con gusto soportáis a los insensatos, siendo vosotros sensatos. 20 Soportáis que os esclavicen, que os devoren, que os engañen, que se engrían, que os abofeteen. 21 Con sonrojo mío lo digo, es que nosotros nos hemos mostrado débiles. En aquello en que cualquiera ose gloriarse, en locura lo digo, también osaré yo. 22 ¿Son hebreos? También yo. ¿Son israelitas? También yo. ¿Son descendencia de Abraham? También yo. 23 ¿Son ministros de Cristo? Hablando en locura, más yo; en muchos trabajos, en muchas prisiones, en muchos azotes, en, frecuentes peligros de muerte. 24 Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. 25 Tres veces fui azotado con varas, una vez fui apedreado, tres veces padecí naufragio, un día y una noche pasé en los abismos del mar; 26 muchas veces en viaje me vi en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros aje, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre los falsos hermanos, 27 trabajos y miserias, en prolongadas vigilias, en hambre y sed, en ayunos frecuentes, en frío y en desnudez; 28 esto sin hablar de otras cosas, de mis cuidados de cada día, de la preocupación por todas las iglesias.29 ¿Quién desfallece que no desfallezca yo? ¿Quién se escandaliza que yo no me abrase? 30 Si es menester gloriarse, me gloriaré en lo que es mi flaqueza. 31 Dios y Padre del Señor Jesucristo, que es bendito por los siglos, sabe que no miento. 32 En Damasco el etnarca del rey Aretas puso guardia en la ciudad de los damascenos para prenderme, 33 y por una ventana, en una espuerta, fui descolgado por el muro, y escapé a sus manos.

 

Ya anteriormente Pablo había hecho recuento a los corintios en dos ocasiones de sus trabajos y penalidades (cf. 4:8-12; 6:3-10). Ahora vuelve a lo mismo, y con una lista todavía más impresionante. Trata de comparar, pues las circunstancias le obligan, sus propios servicios a Cristo y al Evangelio con los de los falsos apóstoles, que seguían todavía ejerciendo nefasto influjo sobre algunos fieles de Corinto.

Primeramente pide de nuevo perdón por tener que gloriarse (v.16). Lo va a hacer como en locura, no "según el Señor," que nos prohibió alabarnos (cf. Mt 6:1-6; Lc 17:10); pero, puesto que sus enemigos se glorían "según la carne" y hacen impresión en los corintios (cf. 12:11), se ve también él obligado a combatirlos en el mismo terreno, haciendo resaltar sus cualidades humanas y sus méritos. Claro que, añade con mordaz ironía, a ellos gustosamente los soportáis, pues despiadadamente os explotan y esclavizan, mientras que yo, para vergüenza mía lo digo, soy en eso inferior a ellos, ya que siempre me he mostrado "débil" con vosotros (v.19-21a).

Luego, dejada toda ironía, afirma abiertamente que no teme la comparación (v.21b); cosa que hace acto continuo, mostrando que, por lo que toca a la ascendencia hebrea, es igual a ellos (v.22), y por lo que toca al apostolado, es muy superior (v.23-33). Las expresiones hebreo, israelita, descendiente de Abraham (v.22), prácticamente vienen a significar lo mismo. Quizás, si es que no pretende simplemente presentar la comparación con más énfasis, los términos aludan respectivamente a origen judío, religión santa de Israel, herederos de las promesas mesiánicas. La lista de sufrimientos por Cristo en el ejercicio de su ministerio apostólico (v.23-33) es impresionante. San Pablo habla primero de sufrimientos físicos (v.23-27), de muchos de los cuales no nos queda más noticia que la que aquí nos da él; luego habla de sufrimientos morales, preocupado por la suerte de tantas comunidades cristianas como había fundado (v.28) y también por la de cada uno de los individuos (v.29).

Resumiendo: después de haber enumerado sus sufrimientos, dice que, "si es menester gloriarse," es así, en sus "flaquezas," como se gloriará él (v.30; cf. v. 17-18), pues ellas son la mejor prueba de que tiene el apoyo de Cristo (cf. 12:9). En confirmación de que es verdad cuanto dice, pone a Dios por testigo (v.31). Los v.32-33, aludiendo a su huida de Damasco, parecen aquí un añadido fuera de lugar. Quizás Pablo, cerrada la lista de "flaquezas," se acordó de improviso de este episodio, uno de los primeros en su vida de apóstol, y, sin más, lo introdujo aquí, como apéndice a la lista de "flaquezas." Del episodio en sí ya hablamos al comentar Act 9:23-25.

 

Las revelaciones divinas de Pablo, 12:1-10.

1 Si es menester gloriarse, aunque no conviene, vendré a las visiones y revelaciones del Señor. 2 Sé de un hombre en Cristo que hace catorce años — si en el cuerpo no lo sé, si fuera del cuerpo tampoco lo sé, Dios lo sabe — fue arrebatado hasta el tercer cielo; 3 y sé que este hombre — si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe — 4 fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede decir. 5 De tales cosas me gloriaré, pero de mí mismo no he de gloriarme, si no es de mis flaquezas. 6 Si quisiera gloriarme, no haría el loco, pues diría verdad. Me abstengo, no obstante, para que nadie juzgue de mí por encima de lo que en mí ve y oye de mí, 7 a causa de la alteza, de mis revelaciones. Por lo cual, para que yo no me engría, fue me dada una espina en la carne, un emisario de Satanás, que me abofetea, para que no me engría. 8 Por esto rogué tres veces al Señor que se retirase de mí, 9 y El me dijo: "Te basta mi gracia, que en la flaqueza llega al colmo el poder." Muy gustosamente, pues, continuaré gloriando me en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo. 10 Por lo cual me complazco en las enfermedades, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias por Cristo; pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte.

 

Continúa San Pablo haciendo el recuento de sus glorias. Aquí, sin embargo, más que en sus fatigas y penalidades, se fija en las revelaciones con que Dios le ha favorecido.

Aunque habla de "visiones y revelaciones," en plural (v.1), concretando no describe sino una (v.2-4). Que tuvo muchas, nos consta por otros lugares (cf. Act 9:3-9; 16:9; 18:9; 22:18; 27:23; 1 Cor 9:1; 15:8; Gal 1:12; 2:2), y al menos algunas de ellas, como la de Damasco, eran perfectamente conocidas de los fieles. Aquí, sin embargo, se fija en una, a la que da una importancia especial y que describe como quien está haciendo la confidencia de un hecho desconocido. No da su nombre, sino que usa la perífrasis "sé de un hombre en Cristo" (= un cristiano, v.2), pero es claro que está refiriéndose a sí mismo (cf. v.7). La visión había tenido lugar hacía "catorce años" (v.2). Si, pues, la carta está escrita a fines del año 57, hemos de colocarla hacia los años 43-44, en los principios de sus tareas apostólicas. Del tiempo se acuerda perfectamente; el modo, en cambio, lo ignora. No sabe si fue "en el cuerpo" o "fuera del cuerpo," es decir, si solamente fue su alma la que fue arrebatada "hasta el tercer cielo" o fue conjuntamente con el cuerpo. La expresión "el tercer cielo" (v.2), para designar el lugar donde mora Dios, está tomada del lenguaje que le era familiar, en conformidad con la ciencia astronómica de entonces, distinguiendo el cielo atmosférico, el de los astros y el superior o empíreo. Se corresponde con la otra expresión "paraíso" (v.3), que es de sabor más judío (cf. Gen 2:8), y ya fue empleada por Jesucristo para designar el lugar donde van las almas de los justos después de la muerte (cf. Le 23:43). Allí, en ese "paraíso" o "tercer cielo," San Pablo oyó "palabras inefables que el hombre no puede decir" (v.4). Se considera impotente para expresar lo que allí contempló. Todo hace suponer que el Apóstol llegó hasta el máximo que puede alcanzar una persona en la vida, acercándose a la directa contemplación de Dios.

Después de estas manifestaciones, San Pablo da como un paso atrás, temiendo que alguno le considere más de lo que es, y dice que, aunque pudiera gloriarse de la alteza de esas revelaciones que Dios le ha concedido, él prefiere gloriarse de sus "flaquezas," que es cosa más suya (v.5-6). Con esta ocasión hace (v.7) una declaración importante: la de que, para que no se engriese con esas revelaciones, Dios le dio "una espina en la carne, un emisario de Satanás, que le abofetee" (σκόλοψ τη σαρκί, άγγελοβ σατανά, ϊνα με κολαφίζη). Mucho se ha discutido sobre el sentido de estas expresiones. Creemos, con la mayoría de los autores modernos (Cornely, Fillión, Prat, Alio, Spicq), que el Apóstol alude a alguna enfermedad corporal que le hacía sufrir fuertemente, sea en sentido físico, sea también en sentido moral, en cuanto parecía un obstáculo a su labor misionera. Lo más probable es qué esta enfermedad, sobre cuya naturaleza es aventurado afirmar nada concreto, sea la misma que la aludida en Gal 4:13-14. Nada tiene de extraño que la llame "emisario de Satanás," pues era corriente entre los judíos atribuir las enfermedades al demonio (cf. Le 13:16; Job 2:6); y, además, siempre es verdad que el demonio se aprovecha de todos los tantos (cf. 2:11) para hacernos daño y llevarnos al pesimismo 211.

San Pablo rogó "tres veces" al Señor, como Jesús en Getsemaní (cf. Mt 26:44), que le quitara esa enfermedad (v.8); pero, como Jesús, también él hubo de aceptar la prueba, confortado con la respuesta del mismo Jesús: "Te basta mi gracia, que en la flaqueza llega al colmo el poder" (v.9). Respuesta sublime, que constituye un magnífico resumen de la doctrina que Pablo ha venido inculcando en toda la carta. No es extraño, pues, que, apoyado en ella, vuelva a hacer lista de sus "debilidades" para gloriarse en ellas (v.10).

 

Por qué ha hecho su apología, 12:11-21.

11 He hecho el loco: vosotros me habéis obligado. Porque necesitaba ser estimado de vosotros, pues en nada fui inferior a esos preclaros apóstoles, aunque nada soy. 12 Las señales de apóstol se realizaron entre vosotros en mucha paciencia, en señales y prodigios y milagros. 13 ¿Pues en qué habéis sido inferiores a las otras iglesias, sino en que no os fui gravoso ? Perdonadme este agravio. 14 He aquí que por tercera vez estoy para ir a vosotros, y no os seré gravoso; porque no busco vuestros bienes, sino a vosotros; pues no son los hijos los que deben atesorar para los padres, sino los padres para los hijos. 15 Yo de muy buena gana me gastaré y me desgastaré hasta agotarme por vuestra alma, aunque, amándoos con mayor amor, sea menos amado. 16 Bien, en nada os fui gravoso, pero en mi astucia os cacé con engaño. 17 ¿Os he explotado acaso por medio de alguno de los que os envié? 18 Yo animé a Tito a ir y envié con él al hermano; ¿acaso Tito os explotó ? ¿No procedimos ambos según el mismo espíritu? ¿No seguimos los mismos pasos?19 Hace tiempo creéis que tratamos de justificarnos ante vosotros. Ante Dios, en Cristo, hablamos; y todo, carísimos, para vuestra edificación. 20 Pues temo que cuando vaya no os halle cual querría y no me halléis vosotros cual querríais; temo que haya contiendas, envidias, iras, ambiciones, detracciones, murmuraciones, hinchazones, sedicio-es; 21 que al llegar de nuevo a vosotros sea de Dios humillado a causa vuestra, y tenga que llorar por muchos de los que antes pecaron y no hicieron penitencia de su impureza, de su fornicación y de su lascivia.

 

El Apóstol se queja de la pasividad de los corintios, que no han sabido defenderle frente a las calumnias de los adversarios. Por eso ha tenido que hacer "el loco," defendiéndose y alabándose él (v.11). Y tenían motivos para conocerle, pues había vivido entre ellos "en mucha paciencia, en señales, y prodigios y milagros" (v.1a). Estos tres últimos términos prácticamente son equivalentes, y aluden a los milagros realizados por Pablo en Corinto; cosa, sin embargo, de que Lucas, al describirnos la estancia del Apóstol en aquella ciudad (cf. Act 18:1-18), guarda silencio. Aparece, pues, claro que las narraciones de Lucas en los Hechos no siempre son completas.

La única cosa en que podéis quejaros de mí, añade irónicamente el Apóstol, es que no os fui "gravoso" (ν.13), recibiendo de vosotros el sustento, como recibí de algunas otras iglesias (cf. 11:9) y, en general, exigían los demás apóstoles a las suyas (cf. 1 Cor 9:4-6). Y aún recalca la ironía: "perdonadme este agravio." Luego, dejada toda ironía, dice que, al ir ahora a Corinto "por tercera vez" (cf. 13:1), piensa seguir con el mismo proceder, y que está dispuesto a "gastarse y desgastarse" por el bien de sus almas, aunque ellos cada vez le amen menos (v.14-15). Revela aquí San Pablo todo el amor de su corazón.

A continuación (v.16-18) responde a una calumnia que parece propalaban contra él sus adversarios: la de que engañaba astutamente a los corintios, diciendo que no les exigía nada, y enviando luego a sus colaboradores o delegados para recibir donativos, de los que él se aprovechaba. Pablo no responde directamente, sino que apela a la experiencia misma de los corintios. "¿Es que Tito os explotó? ¿No seguimos siempre ambos los mismos pasos?" La alusión a la conducta de Tito parece referirse al tiempo de su estancia entre los corintios, cuando fue portador de la carta "en lágrimas" (cf. 7:6-7), no al de la visita para la colecta que ahora, en la presente carta, les notificaba (cf. 8:17). Eso no obsta para que el primer inciso: "animé a Tito a ir y envié con él al hermano" (v.18a), pueda referirse a la visita de la colecta, siendo aoristos epistolares, como en 8:17.

Últimamente (v. 19-21), San Pablo deshace un reparo. Que no crean, como sin duda vienen pensando algunos desde que comenzaron a leer la carta, que trata de justificarse ante ellos, cual si fuera él el acusado y ellos los jueces. No; si ha hecho su apología, es simplemente porque la cree necesaria para "edificación" de los corintios, es decir, para su bien espiritual, de modo que no se dejen seducir por los que tratan de apartarles del recto camino (v.1g). Quiere evitar sentirse "humillado al llegar a Corinto, por la conducta indigna de los que más bien debieran serle motivo de orgullo (cf. 1:14; 3:2; 7:4; 8:24; 9:2), viéndose obligado a castigar (v.20-21).

 

Exhortaciones varias en relación con su próxima visita, 13:1-10.

1 Por tercera vez voy a vosotros: "Por el testimonio de dos o de tres es firme toda sentencia." 2 Os lo he dicho ya, y ahora de antemano lo repito ausente, como cuando por segunda vez estuve presente, y declaro a los que han pecado y a todos los demás que cuando otra vez vuelva no perdonaré; 3 puesto que buscáis experimentar que en mí habla Cristo, que no es débil para con vosotros, sino fuerte en vosotros. 4 Porque aunque fue crucificado en su debilidad, vive por el poder de Dios. Y así somos nosotros débiles en El, pero vivimos con El para vosotros por el poder de Dios. 5 Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿No reconocéis que Jesucristo está en vosotros? A no ser que estéis reprobados. 6 Pero confío que conoceréis que nosotros no estamos reprobados. 7 Y rogamos a Dios que no hagáis ningún mal, no para que nosotros aparezcamos aprobados, sino para que vosotros practiquéis el bien y nosotros seamos como reprobados; 8 pues nada podemos contra la verdad, sino por la verdad. 9 Nos gozamos siendo nosotros débiles y vosotros fuertes. Lo que pedimos es vuestra perfección. 10 Por eso os escribo esto ausente, para que presente, no necesite usar de la autoridad que el Señor me confirió para edificar, no para destruir.

 

No obstante la dificultad de interpretación de algunas expresiones, la idea fundamental de la narración es transparente: Pablo avisa a los corintios de que está dispuesto a ejercer enérgicamente su autoridad de apóstol castigando a los rebeldes, pero quiere y suplica que no le obliguen a ello.

Es la "tercera vez" que va a ir a Corinto (v.1a; cf. 2:1-11). Valiéndose de una sentencia de la Ley (Dt 19:15), que también había recordado Jesucristo (cf. Mt 18:16; Jn 8:17), les anuncia que piensa juzgar a los culpables con todas las formalidades legales, recogidos testimonios de la culpa y pronunciando luego la sentencia (v.1b). Hay algunos autores que, apoyados en el v.2, relacionan el texto del Deuteronomio, no con los testigos, sino con las tres visitas del propio Pablo, que constituirían otros tantos testimonios para poder proceder contra los culpables. En realidad, la idea apenas cambia; pues lo que quiere decir el Apóstol es que no procederá a la ligera, sino después de la suficiente información y llevando las cosas con todo rigor.

En los v.3-4, conforme a la idea para él tan querida de que el cristiano, y mucho más el apóstol, debe reproducir en sí mismo las vicisitudes de Cristo paciente y glorioso (cf. 1:5-7; Rom 6:3-11; 8:17; Col 2:12), dice que, así como Cristo se mostró débil en su pasión y muerte, pero se mostró potente en su resurrección y gloria, así también él, que ha venido mostrándose débil (cf. 1:23), podrá usar del fuerte poder de Cristo, no sólo para obrar milagros y señales extraordinarias, como ya tiene demostrado (cf, 12:12), sino para castigar duramente a los rebeldes. Esa será la prueba que "buscan experimentar" (v.3). Parece que con esta expresión alude San Pablo a insinuaciones maliciosas sembradas por sus adversarios, poniendo en duda su autoridad de apóstol y pidiendo una prueba de que Cristo hablaba verdaderamente en él. San Pablo responde que, si se ve obligado, aportará esa prueba, obrando con energía en nombre de Cristo.

En relación con esa prueba han de entenderse los términos "examinaos., probaos., reprobados." de los v.5-7. Dice el Apóstol que, en vez de andar pidiéndole a él pruebas, lo mejor sería que ellos mismos se pusiesen a prueba, para ver si Jesucristo está verdaderamente en ellos y son auténticos cristianos; si no lo encuentran, es señal de que están "reprobados" o, como hoy diríamos, descalificados, pues no han resistido la prueba (v.5). Por lo que a mí toca, añade el Apóstol, confío que con ese examen os daríais cuenta de que no estoy "reprobado," es decir, descalificado, sino que soy verdadero apóstol (v.6). Y todavía añade: prefiero que os portéis bien, aunque yo tenga que aparecer "reprobado," es decir, sin poder usar la prueba de mi autoridad de apóstol, castigando a los culpables (v.7); pues ciertamente yo no la podría usar, ya que "nada podemos contra la verdad," o lo que es lo mismo, no tenernos poder para castigar sin motivo, simplemente para mostrar nuestra autoridad (v.8). En los v.9-10 repite prácticamente la misma idea de los v.7-8, mostrando sus deseos de que no tenga que ejercer su autoridad, pues ello es señal de que los corintios están "fuertes" en la vida cristiana; y lo que él quiere es que sus hijos sean "perfectos," reformando lo defectuoso y caminando siempre hacia Dios. Su persona no cuenta; es el bien de sus hijos lo que le preocupa.

 

 

Epilogo, 13:11-13.

11 Por lo demás, hermanos, alegraos, perfeccionaos, anímaos, tened un mismo sentir, vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz será con vosotros. 12 Saludaos mutuamente en el ósculo santo. Todos los santos os saludan. 13 La gracia del Señor Jesucristo y la caridad de Dios y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros.

 

A este breve epílogo con que San Pablo termina su carta, bien pudiéramos poner por título el conocido adagio latino: Post nubila phoebusl Sin duda quiso dejar a los corintios un gusto de suavidad, después de tantas cosas fuertes y amargas como les ha dicho: que se muestren siempre alegres 212, que tiendan a la perfección, que tengan un mismo sentir, sin divisiones ni rivalidades, y Dios estará con ellos (v.11). La expresión "ósculo santo" (v.12), símbolo de la fraternidad cristiana, ya la explicamos al comentar 1 Cor 16:20. Los "santos," de quienes manda saludos, son los cristianos de Macedonia, desde donde escribía la carta (cf. 9:2-4).

En el augurio final (v.13) tenemos un testimonio explícito del dogma de la Trinidad. Probablemente no hay ningún otro pasaje en las cartas paulinas donde, con la concisión y brevedad con que aquí se hace, se exprese tan claramente ese dogma. San Pablo coloca en una misma línea a Jesucristo y al Espíritu Santo con Dios Padre, contribuyendo los tres por igual, cada uno en su esfera de apropiación, a la obra común de nuestra salud. Si pone en primer lugar a Jesucristo, es debido probablemente a que lo primero que acudió a su pensamiento fue la fórmula que le era familiar: "Que la gracia de Jesucristo sea con todos vosotros" (cf. Rom 16:20; 1 Cor 16:23; Gal 6:18), pero que aquí desarrolló más, mencionando también al Padre y al Espíritu Santo. No obstante que coloque a los tres en la misma línea, no hay el menor indicio, ni aquí ni en los otros escritos de Pablo, de que esté pensando en tres dioses juntos, al estilo de las religiones paganas. Su concepción es la de un Dios, que crea y redime el mundo por Cristo en el Espíritu.

 

196 Algunos autores opinan que la ofensa fue dirigida a Pablo, pero más bien en la persona de alguno de sus representantes. El P. Benoit, por ejemplo, es de opinión que la ofensa tuyo lugar cuando San Pablo estaba ya de vuelta en Efeso, siendo ello ocasión de que suprimiera su anunciada próxima visita (2 Cor 2:1), sustituyéndola por la carta "en lágrimas." Todas estas variantes no afectan a la sustancia de la tesis. Juzgamos, sin embargo, más probable que la ofensa fue hecha directamente a la persona de Pablo, como pide el sentido obvio de los textos. — 197 Cf. L. Cerfaux, L'dntinomie paulinienne de la vie apostoliqué: Recueil L. Cerfaux, II (Gembloux 1954) p.455-467. — 198 Cf. L. Cerfaux, £1 cristiano en San Pablo (Madrid 1965) Ρ·ΐ54· — 199 Cf. J. Héring, La seconde Építre de S. Paul aux Corinthiens (Neuchátel 1958) ρ.45· En el mismo sentido se expresa L. Cerfaux: "Las expresiones hombre interior y hombre exterior, inusitadas en la lengua paulina, son platónicas. Pablo las llevaba en sí, y la emoción las hace emerger" (Itinerario espiritual de San Pablo, Barcelona 1968, p.115)· — 200 En realidad, hombre "interior" viene a equivaler corrientemente para Pablo a hombre "nuevo" (= regenerado por la gracia de Cristo), de que habla en otras ocasiones (cf. Ef 2:15; 4:24; Col 3:10); sin embargo, conceptualmente son nociones distintas. La idea de "hombre nuevo," en contraposición a "hombre viejo" (cf. Ef 4:22; Col 3:9; Rom 6:6), es noción específicamente cristiana, que tiene su base y punto de arranque exclusivamente en el campo de la redención llevado a cabo por Cristo; mientras que la idea de "hombre interior" es más amplia y neutral, aplicable al hombre según una realidad que se da incluso en el pecador, como parece ser el caso de Rom 7:21-25. Podríamos decir que "hombre nuevo" es el "hombre interior" renovado por la acción del Espíritu. — 201 Ha sido opinión bastante corriente entre los teólogos la de interpretar la "suficiencia" de que se habla en el v.5 como alusiva a toda la vida cristiana. El Apóstol establecería aquí un principio general: sin la ayuda de la gracia no podemos hacer ni pensar cosa alguna (ni acciones ni pensamientos) saludable en el orden sobrenatural. Es en este sentido que cita el texto paulino el concilio Arausicano II (Denz. 180). Luego, en el v.6, se haría una aplicación al caso concreto del apostolado, afirmando que es Dios quien hace a los apóstoles ministros idóneos del Evangelio, enriqueciéndolos con los dones necesarios para el desempeño de su misión. Sin embargo, dado el contexto, más bien creemos, con la mayoría de los exegetas actuales, que San Pablo se refiere a la "suficiencia" para el apostolado ya desde el v.s. Eso no es obstáculo para que podamos decir también lo mismo de toda la vida cristiana, como ha definido la Iglesia contra pelagianos y semipelagianos. Añadamos que donde nosotros hemos traducido "poner en cuenta," muchos traducen "pensar alguna cosa," como hace también la Vulgata latina ("cogitare aliquid")· La traducción es posible, aunque en este contexto la juzgamos menos probable. De suyo, eso no afecta a la cuestión de si en este lugar se trata de "suficiencia" para el apostolado o para toda obra buena en general. — 202 Cf. J. Dupont, Le chrétien miroir de la gloire divine d'aprés I1 Cor 3:18: Rev. Bibl. (1949) 392-411. — 203 Cf. F. Prat, La Théologie de S. Paul II (París 1937) p.522-529; C. Lattey, Dominus autem Spiritus est: Verbum Domini 20 (1940) 187-189; B. Schneider, Dominus autem spiri' tus est (Roma 1951); L. Cerfaux, Jesucristo en San Pablo (Bilbao 1963) p.246-248. — 204 Cf. A. Feuillet, La demeure celeste et la destinée des Chrétiens: Rech. Se. Relig. (1956) 161-192 y 360-402. — 205 Gf. L. Cerfaux, Itinerario espiritual de San Pablo (Barcelona 1968) p.iiS- — 206 Cf. B. Rey, Crees dans le Christ Jesús. La creation nouvelle selon S. Pauí (París 1966). — 207 Evidentemente, bajo el término "Belial" se designa aquí al demonio. Muchos códices tienen Beliar en vez de Belial, lección que consideran críticamente preferible bastantes autores. Desde luego, en la literatura judía extrabíblica (Testamento de los doce patriarcas, Libro de los jubileos, etc.) es corriente el nombre de Beliar para designar al jefe de los espíritus malignos. Probablemente se trata de la palabra hebrea beliyaal, usada frecuentemente en el Antiguo Testamento como nombre común en sentido de "inútil" o "perverso" (cf. Dt 13:14; 1 Sam 1:16), y que luego el judaismo tardío, con la grafía Beliar, convirtió en nombre propio para designar a Satanás. — 208 Ya en 1 Cor 3:16-17 la comunidad de Corinto es llamada "templo de Dios." Tenemos una espiritualización de la idea de "templo," que también encontramos en Qumrán. — 209 NO es claro qué signifique la expresión "ser de Cristo" en boca de los adversarios de Pablo (ν.?), de quienes parece que él la recoge. En realidad, todos los cristianos, en cuanto tales, somos "de Cristo" (cf. 1 Cor 3:23; Gal 3:29); pero parece que ellos le daban un sentido particular, de manera que fuese algo distintivo suyo, no nota común a todos los cristianos. Es por eso por lo que algunos autores relacionan estos agitadores judaizantes, con quienes ahora se enfrenta Pablo, con los del partido "de Cristo" de que habla en 1 Cor 1:12. Sin embargo, la cosa es dudosa. Bien puede ser que no quisieran significar sino que eran "apóstoles" o "ministros" de Cristo (cf. 11:13.23). — 210 Como es opinión corriente entre los autores modernos, interpretamos la expresión "preclaros apóstoles" (.των Οπερλίαν αποστόλων) como alusiva irónicamente a los falsos apóstoles contra los que San Pablo viene hablando. Creemos que es ésta la interpretación más en consonancia con todo el contexto (cf. 10:12; 11:13.23)· Debemos notar, sin embargo, que en la antigüedad, empezando por San Juan Crisóstomo, se vio ahí una alusión a los Doce, afirmando Pablo que en nada era inferior a ellos. La ironía que parece llevar consigo el término "preclaros," recaería, no sobre los mismos apóstoles, contra cuya conducta Pablo o tenía nada que objetar, sino contra sus adversarios de Corinto, que abusaban del nombre y autoridad de los Doce para rebajarle a él. Sería el mismo caso que en Gal 2:2-0, cuando les llama "los que eran algo" (oi δοκοΰντεβ). — 211 Que San Pablo aluda a una enfermedad, fue ya opinión de algunos Padres, corno San Basilio y San Agustín. Otros, en cambio, como Teodoreto y el Crisóstomo, interpretaron las expresiones del Apóstol cual si estuviera aludiendo a las persecuciones continuas que hubo de sufrir, particularmente de parte de los judíos, sus hermanos seg''m la carne. Esta opinión la defienden todavía hoy algunos modernos (Bonnard, Andriesen, Gutiérrez). Creemos, sin embargo, que no es fácil aplicar a las persecuciones la imagen de "espina en la carne," ni que sean las persecuciones lo más apto para no engreírse, sobre todo si vienen también triunfos, como acaeció a San Pablo. En la Edad Media, a partir ya de San Gregorio Magno y Casiano, prevaleció otra interpretación. Fue corriente, particularmente entre los autores espirituales, ver en las expresiones de San Pablo una alusión a la concupiscencia o tentaciones de lujuria. Creemos que esta opinión tiene todavía menos apoyo en el texto que la anterior. Parece incomprensible que San Pablo, descubriendo cosas de su intimidad, hiciese el juego a sus adversarios, que fácilmente tomarían de ahí ocasión para calumniarle; además, puesto que la "espina en la carne" la incluye entre sus "debilidades," no es fácil que el Apóstol dijera que "gustosamente se gloriaba" en las tentaciones (v.g). — 212 Es significativa la abundancia en los primeros siglos de nombres que indican alegría: Gaudentius, Hiíarius, lucundus, Laetus, Vt'ctorinus, etc.