El origen de la Iglesia 

De entre las muchas y complicadas cuestiones relacionadas con el 
problema de la fundación de la Iglesia por Jesús, sólo cabe destacar 
aquí una pequeña sección. Aquélla precisamente que esclarece el 
núcleo del pensamiento eclesial de Jesús. Que Jesús quiso ser más 
que un propagandista de una nueva moralidad, que por lo demás no 
sería obligatoria y quedaría al capricho del individuo; que quiso más 
bien una nueva comunidad religiosa, un pueblo nuevo, lo expresó él 
mismo con un gesto único y sencillo, que Marcos formula así: «Llamó 
a los que quiso... y designó a doce...» (Mc 3,13s). Mucho antes de 
que existiera el nombre de "apóstol" (sólo apareció sin duda después 
de la resurrección), ya existía la comunidad de los doce, cuyo nombre 
esencial era cabalmente ser «los Doce». Toda la importancia que se 
daba precisamente a ese número de doce, se mostró bien a las claras 
después de la traición de Judas: los apóstoles (bajo la dirección de 
Pedro) consideraron como su primer deber restablecer el número 
perdido de doce (Act 1,15-26) De hecho, ese número era cualquier 
cosa menos indiferente o casual. Israel seguía considerándose como 
el pueblo de las doce tribus, que esperaba para la era mesiánica de 
salvación el restablecimiento precisamente de las doce tribus de 
Israel, que habían nacido un día de los doce hijos de Jacob-Israel. Al 
"designar a doce", Jesús se confesaba como el nuevo Jacob (cf. 
también Jn 1,51; 4,12ss), que ponía ahora el fundamento del nuevo 
Israel, del nuevo pueblo de Dios, que había de nacer de estos doce 
nuevos patriarcas para formar el verdadero pueblo de las doce tribus 
en virtud de la palabra de Dios; y a esos hombres se les confiaba el 
esparcir su semilla.

Así, en el fondo, toda la acción de Jesús en el círculo de los doce 
era al propio tiempo obra de fundación de la Iglesia, en cuanto toda 
estaba dirigida a capacitarlos para ser padres espirituales del nuevo 
pueblo de Dios. Más aún, se ha hecho notar que en la 
autodesignación de Jesús como "Hijo del hombre" vibra siempre el 
factor fundacional, porque, desde su origen en Dan 7, es palabra 
simbólica para designar al pueblo de Dios de los últimos tiempos. Al 
aplicársela Jesús a sí mismo, se designa implícitamente como creador 
y señor de este nuevo pueblo, con lo que toda su existencia aparece 
referida a la Iglesia (Kattenbusch). Pero hay naturalmente ciertos 
momentos en su vida en que gravita con mayor fuerza su intención de 
fundar la Iglesia. Tales momentos son la colación del poder de atar y 
desatar a Pedro (Mt 16,18s y Jn 21,15-17) y a los apóstoles (Mt 
18,18), y más todavía la última cena. Sabios como A. Schlatter, T. 
Schmidt, F. Kattenbusch, K.H. Schelkle han mostrado que la última 
cena debe concebirse como el verdadero acto fundacional de la 
Iglesia por parte de Jesús. Cierto que precedieron la vocación de los 
doce y el primado de Pedro; ni una ni otra cosa se suprimen en la 
cena, sino que se dan por supuestas y ambas cobran con la cena su 
propio y verdadero sentido. Porque sólo con la cena da Jesús a su 
futura comunidad un punto específico de apoyo, un acontecimiento 
aparte, que sólo a ella le conviene, la destaca de manera 
inconfundible de toda otra comunidad religiosa y la reúne con sus 
miembros y con su Señor para formar una nueva comunidad. Pero 
aquí es sobre todo instructivo el estrecho contexto con la pascua 
judía. Si la última cena de Jesús fue una comida pascual o si, al 
tiempo que se sacrificaban los corderos pascuales, se estaba él 
desangrando sobre la cruz, no lo sabemos con certeza. En todo caso 
se da un estrecho nexo con la pascua judía: o insertó Jesús su nueva 
comida en la antigua comida pascual y así declara su comida como 
verdadera pascua, o murió en la hora misma en que corría en el 
templo la sangre de los corderos pascuales, y demostraba así ser el 
nuevo y verdadero cordero pascual (cf. Jn 19,36 y Éx 12,46; lCor 5,7). 
PAS/ISRAEL: Ahora bien, la primera noche pascual fue la verdadera hora del nacimiento del pueblo de Israel. Fue la noche en que el ángel de Dios exterminó a los primogénitos de los egipcios y perdonó a los hijos de Israel, los dinteles de cuyas casas estaban marcados con la sangre del cordero (Ex 11-12). Ello acabó por dar al pueblo esclavizado de Israel la libertad de salir de Egipto y convertirse en un verdadero pueblo. Si, pues, Israel celebraba año tras año la pascua, pensaba en su nacimiento como pueblo que le fue dado en aquella noche. La pascua era más que un mero recuerdo; seguía 
siendo el hontanar del que vivía Israel y lograba su unidad como 
pueblo de Dios. Israel seguía sintiéndose afirmado sobre el 
acontecimiento pascual, para recibir de él su renovada fundación. En 
la fiesta de pascua vuelve a reunirse todo el pueblo de Israel, 
disperso por todo el mundo y en el templo único de este pueblo para 
encontrarse aquí, en este lugar único de culto, con su Dios y sentir 
así el centro de su unidad. «El culto es en el antiguo Israel un acto 
creador, en que se hace presente la redención histórica y 
escatológica e Israel es creado de nuevo como pueblo de Dios» (N.A. 
DAHL, Das Volk Gottes, Oslo 1941, 722).
 

Y ahora podemos reflexionar: Cristo se 
entiende a sí mismo como el nuevo y verdadero cordero pascual, que 
muere vicariamente por todo el mundo e instituye la comida en que se 
come su carne y se bebe su sangre en verdadera y definitiva comida 
pascual. Esto significa que a esta comida le conviene ahora el sentido 
que antaño fue característico de la celebración de la pascua judía. 
Así, resulta que esta comida aparece como el origen de un nuevo 
Israel y centro permanente del mismo. Como el antiguo Israel veneró 
un día en su templo su centro y la garantía de su unidad y en la 
celebración común de la pascua realizó de manera viva esta unidad, 
así ahora la nueva comida será el vínculo de unidad de un nuevo 
pueblo de Dios. Éste no necesita ya el centro local de un templo 
exterior, porque en esta comida ha encontrado una unidad interior 
mucho más profunda: con su cena el Señor único está personalmente 
entre ellos, dondequiera que se encuentren; todos comen de un 
Señor, dentro del cual se funden por esa comida: el cuerpo del Señor, 
que es centro de la comida del Señor, es el nuevo templo único, que 
aúna a los cristianos de todos los lugares y tiempos con unidad 
mucho más real de lo que pudiera hacerlo un templo de piedra. Así, 
de esta nueva pascua cabe decir de manera más eficaz y real lo que 
ya se dijo de la antigua: que no sólo fue fuente y centro del pueblo de 
Dios, sino que lo es y lo será siempre. 

Aquí hay que recordar todavía otra serie de ideas, que 
pueden esclarecer aún más todo el problema. Mateo y Marcos, lo 
mismo que Juan, transmiten (aunque en contextos distintos) una 
palabra de Jesús según la cual reedificaría en tres días el templo 
destruido sustituyéndolo por otro mejor (Mc 14,58 y Mt 26,61; Mc 
15,29 y Mt 27,40; Jn 2,19; cf. Mc 11,15-19 par; Mt 12,6). Tanto en los 
sinópticos como en Juan, es evidente que el nuevo templo «no hecho 
por mano de hombre» es el cuerpo glorificado de Jesús. Por eso, 
según todo lo dicho, el sentido de la frase completa sólo puede ser 
éste: Jesús anuncia la ruina del antiguo culto y, con él, del antiguo 
pueblo elegido y de la antigua economía mientras promete un culto 
nuevo y superior, cuyo centro será su propio cuerpo glorificado. 
Partiendo de aquí cobra también su sentido exacto el relato de que a 
la muerte de Jesús se rasgó el velo del Sancta sanctorum 
(/Mc/15/38:/Mt/27/51:/Lc/23/45). En este rasgarse se cumple 
simbólicamente de antemano la ruina del antiguo templo. El Sancta 
sanctorum, cuyo velo se rasga, deja de ser lugar de la presencia de 
Dio, el templo ha perdido su corazón, y el culto, que todavía se 
celebra en él por algún tiempo, se convierte así en un gesto vacío. 
Con la muerte de Jesús el templo antiguo y, por ende, el culto y el 
pueblo cuyo centro era, pierde toda su legitimidad, porque ahora ha 
nacido el nuevo culto y el nuevo pueblo cultual, cuyo centro es el 
nuevo templo: el cuerpo glorificado de Jesús, que representa ahora el 
lugar de la presencia de Dios entre los hombres y su nuevo centro de 
culto.

Resumiendo, puede decirse que Jesús creó una "Iglesia", es decir, 
una nueva comunidad visible de salvación. Jesús la entiende como un 
nuevo Israel, como un nuevo pueblo de Dios que tiene su centro en la 
celebración de la cena, en la que ha nacido y en la cual encuentra su 
centro permanente de vida. O dicho de otra manera: el nuevo pueblo 
de Dios es pueblo que nace del cuerpo de Cristo.

JOSEPH RATZINGER
EL NUEVO PUEBLO DE DIOS
HERDER 101 BARCELONA 1972.Págs. 89-93