Catequesis
espontánea de Benedicto XVI
a unos cien mil niños
Al encontrarse con unos cien mil pequeños que harán o
acaban de hacer la primera Comunión
CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 24 octubre 2005 (ZENIT.org).-
Publicamos la catequesis que en forma de coloquio espontáneo dirigió Benedicto
XVI a unos cien mil niños que hicieron este año o que van a hacer la primera
Comunión, en un encuentro celebrado en la plaza de San Pedro del Vaticano el 15
de octubre por la tarde.
* * *
--Andrés: Querido Papa, ¿qué recuerdo tienes del día de tu primera Comunión?
--Benedicto XVI: Ante todo, quisiera dar las gracias por esta fiesta de fe que
me ofrecéis, por vuestra presencia y vuestra alegría. Saludo y agradezco el
abrazo que algunos de vosotros me han dado, un abrazo que simbólicamente vale
para todos vosotros, naturalmente. En cuanto a la pregunta, recuerdo bien el día
de mi primera Comunión. Fue un hermoso domingo de marzo de 1936; o sea, hace 69
años. Era un día de sol; era muy bella la iglesia y la música; eran muchas las
cosas hermosas y aún las recuerdo. Éramos unos treinta niños y niñas de nuestra
pequeña localidad, que apenas tenía 500 habitantes. Pero en el centro de mis
recuerdos alegres y hermosos, está este pensamiento -el mismo que ha dicho ya
vuestro portavoz-: comprendí que Jesús entraba en mi corazón, que me visitaba
precisamente a mí. Y, junto con Jesús, Dios mismo estaba conmigo. Y que era un
don de amor que realmente valía mucho más que todo lo que se podía recibir en la
vida; así me sentí realmente feliz, porque Jesús había venido a mí. Y comprendí
que entonces comenzaba una nueva etapa de mi vida —tenía 9 años— y que era
importante permanecer fiel a ese encuentro, a esa Comunión. Prometí al Señor:
"Quisiera estar siempre contigo" en la medida de lo posible, y le pedí: "Pero,
sobre todo, está tú siempre conmigo". Y así he ido adelante por la vida. Gracias
a Dios, el Señor me ha llevado siempre de la mano y me ha guiado incluso en
situaciones difíciles. Así, esa alegría de la primera Comunión fue el inicio de
un camino recorrido juntos. Espero que, también para todos vosotros, la primera
Comunión, que habéis recibido en este Año de la Eucaristía, sea el inicio de una
amistad con Jesús para toda la vida. El inicio de un camino juntos, porque yendo
con Jesús vamos bien, y nuestra vida es buena.
--Livia: Santo Padre, el día anterior a mi primera Comunión me confesé.
Luego, me he confesado otras veces. Pero quisiera preguntarte: ¿debo confesarme
todas las veces que recibo la Comunión? ¿Incluso cuando he cometido los mismos
pecados? Porque me doy cuenta de que son siempre los mismos.
--Benedicto XVI: Diría dos cosas: la primera, naturalmente, es que no debes
confesarte siempre antes de la Comunión, si no has cometido pecados tan graves
que necesiten confesión. Por tanto, no es necesario confesarse antes de cada
Comunión eucarística. Este es el primer punto. Sólo es necesario en el caso de
que hayas cometido un pecado realmente grave, cuando hayas ofendido
profundamente a Jesús, de modo que la amistad se haya roto y debas comenzar de
nuevo. Sólo en este caso, cuando se está en pecado "mortal", es decir, grave, es
necesario confesarse antes de la Comunión. Este es el primer punto. El segundo:
aunque, como he dicho, no sea necesario confesarse antes de cada Comunión, es
muy útil confesarse con cierta frecuencia. Es verdad que nuestros pecados son
casi siempre los mismos, pero limpiamos nuestras casas, nuestras habitaciones,
al menos una vez por semana, aunque la suciedad sea siempre la misma, para vivir
en un lugar limpio, para recomenzar; de lo contrario, tal vez la suciedad no se
vea, pero se acumula.
Algo semejante vale también para el alma, para mí mismo; si no me confieso
nunca, el alma se descuida y, al final, estoy siempre satisfecho de mí mismo y
ya no comprendo que debo esforzarme también por ser mejor, que debo avanzar. Y
esta limpieza del alma, que Jesús nos da en el sacramento de la Confesión, nos
ayuda a tener una conciencia más despierta, más abierta, y así también a madurar
espiritualmente y como persona humana. Resumiendo, dos cosas: sólo es necesario
confesarse en caso de pecado grave, pero es muy útil confesarse regularmente
para mantener la limpieza, la belleza del alma, y madurar poco a poco en la
vida.
--Andrés: Mi catequista, al prepararme para el día de mi primera Comunión, me
dijo que Jesús está presente en la Eucaristía. Pero ¿cómo? Yo no lo veo.
--Benedicto XVI: Sí, no lo vemos, pero hay muchas cosas que no vemos y que
existen y son esenciales. Por ejemplo, no vemos nuestra razón; y, sin embargo,
tenemos la razón. No vemos nuestra inteligencia, y la tenemos. En una palabra,
no vemos nuestra alma y, sin embargo, existe y vemos sus efectos, porque podemos
hablar, pensar, decidir, etc. Así tampoco vemos, por ejemplo, la corriente
eléctrica y, sin embargo, vemos que existe, vemos cómo funciona este micrófono;
vemos las luces.
En una palabra, precisamente las cosas más profundas, que sostienen realmente la
vida y el mundo, no las vemos, pero podemos ver, sentir sus efectos. No vemos la
electricidad, la corriente, pero vemos la luz. Y así sucesivamente. Del mismo
modo, tampoco vemos con nuestros ojos al Señor resucitado, pero vemos que donde
está Jesús los hombres cambian, se hacen mejores. Se crea mayor capacidad de
paz, de reconciliación, etc. Por consiguiente, no vemos al Señor mismo, pero
vemos sus efectos: así podemos comprender que Jesús está presente. Como he
dicho, precisamente las cosas invisibles son las más profundas e importantes.
Por eso, vayamos al encuentro de este Señor invisible, pero fuerte, que nos
ayuda a vivir bien.
--Julia: Santidad, todos nos dicen que es importante ir a misa el domingo.
Nosotros iríamos con mucho gusto, pero, a menudo, nuestros padres no nos
acompañan porque el domingo duermen. El papá y la mamá de un amigo mío trabajan
en un comercio, y nosotros vamos con frecuencia fuera de la ciudad a visitar a
nuestros abuelos. ¿Puedes decirles una palabra para que entiendan que es
importante que vayamos juntos a misa todos los domingos?
--Benedicto XVI: Creo que sí, naturalmente con gran amor, con gran respeto por
los padres que, ciertamente, tienen muchas cosas que hacer. Sin embargo, con el
respeto y el amor de una hija, se puede decir: querida mamá, querido papá, sería
muy importante para todos nosotros, también para ti, encontrarnos con Jesús.
Esto nos enriquece, trae un elemento importante a nuestra vida. Juntos podemos
encontrar un poco de tiempo, podemos encontrar una posibilidad. Quizá también
donde vive la abuela se pueda encontrar esta posibilidad. En una palabra, con
gran amor y respeto, a los padres les diría: "Comprended que esto no sólo es
importante para mí, que no lo dicen sólo los catequistas; es importante para
todos nosotros; y será una luz del domingo para toda nuestra familia".
--Alejandro: ¿Para qué sirve, en la vida de todos los días, ir a la santa
misa y recibir la Comunión?
--Benedicto XVI: Sirve para hallar el centro de la vida. La vivimos en medio de
muchas cosas. Y las personas que no van a la iglesia no saben que les falta
precisamente Jesús. Pero sienten que les falta algo en su vida. Si Dios está
ausente en mi vida, si Jesús está ausente en mi vida, me falta una orientación,
me falta una amistad esencial, me falta también una alegría que es importante
para la vida. Me falta también la fuerza para crecer como hombre, para superar
mis vicios y madurar humanamente. Por consiguiente, no vemos enseguida el efecto
de estar con Jesús cuando vamos a recibir la Comunión; se ve con el tiempo. Del
mismo modo que a lo largo de las semanas, de los años, se siente cada vez más la
ausencia de Dios, la ausencia de Jesús. Es una laguna fundamental y destructora.
Ahora podría hablar fácilmente de los países donde el ateísmo ha gobernado
durante muchos años; se han destruido las almas, y también la tierra; y así
podemos ver que es importante, más aún, fundamental, alimentarse de Jesús en la
Comunión. Es él quien nos da la luz, quien nos orienta en nuestra vida, quien
nos da la orientación que necesitamos.
--Ana: Querido Papa, ¿nos puedes explicar qué quería decir Jesús cuando dijo
a la gente que lo seguía: "Yo soy el pan de vida"?
--Benedicto XVI: En este caso, quizá debemos aclarar ante todo qué es el pan.
Hoy nuestra comida es refinada, con gran diversidad de alimentos, pero en las
situaciones más simples el pan es el fundamento de la alimentación, y si Jesús
se llama el pan de vida, el pan es, digamos, la sigla, un resumen de todo el
alimento. Y como necesitamos alimentar nuestro cuerpo para vivir, así también
nuestro espíritu, nuestra alma, nuestra voluntad necesita alimentarse. Nosotros,
como personas humanas, no sólo tenemos un cuerpo sino también un alma; somos
personas que pensamos, con una voluntad, una inteligencia, y debemos alimentar
también el espíritu, el alma, para que pueda madurar, para que pueda llegar
realmente a su plenitud. Así pues, si Jesús dice "yo soy el pan de vida", quiere
decir que Jesús mismo es este alimento de nuestra alma, del hombre interior, que
necesitamos, porque también el alma debe alimentarse. Y no bastan las cosas
técnicas, aunque sean importantes.
Necesitamos precisamente esta amistad con Dios, que nos ayuda a tomar las
decisiones correctas. Necesitamos madurar humanamente. En otras palabras, Jesús
nos alimenta para llegar a ser realmente personas maduras y para que nuestra
vida sea buena.
--Adriano: Santo Padre, nos han dicho que hoy haremos adoración eucarística.
¿Qué es? ¿Cómo se hace? ¿Puedes explicárnoslo? Gracias.
--Benedicto XVI: Bueno, ¿qué es la adoración eucarística?, ¿cómo se hace? Lo
veremos enseguida, porque todo está bien preparado: rezaremos oraciones,
entonaremos cantos, nos pondremos de rodillas, y así estaremos delante de Jesús.
Pero, naturalmente, tu pregunta exige una respuesta más profunda: no sólo cómo
se hace, sino también qué es la adoración. Diría que la adoración es reconocer
que Jesús es mi Señor, que Jesús me señala el camino que debo tomar, me hace
comprender que sólo vivo bien si conozco el camino indicado por él, sólo si sigo
el camino que él me señala. Así pues, adorar es decir: "Jesús, yo soy tuyo y te
sigo en mi vida; no quisiera perder jamás esta amistad, esta comunión contigo".
También podría decir que la adoración es, en su esencia, un abrazo con Jesús, en
el que le digo: "Yo soy tuyo y te pido que tú también estés siempre conmigo".
[Al final del encuentro, que culminó con la adoración de la Eucaristía, el
Papa dirigió estas palabras]
Queridos niños y niñas, hermanos y hermanas, al final de este hermosísimo
encuentro, sólo quiero deciros una palabra: ¡Gracias!
Gracias por esta fiesta de fe.
Gracias por este encuentro entre nosotros y con Jesús.
Y gracias, naturalmente, a todos los que han hecho posible esta fiesta: a los
catequistas, a los sacerdotes, a las religiosas; a todos vosotros.
Repito al final las palabras que decimos cada día al inicio de la liturgia: "La
paz esté con vosotros", es decir, el Señor esté con vosotros; la alegría esté
con vosotros; y que así la vida sea feliz.
¡Feliz domingo! ¡Buenas noches!; hasta la vista, todos juntos con el Señor.
¡Muchas gracias!
[Traducción del original italiano distribuida por la Santa