Visita del Papa a
Alemania: Homilía en Aeropuerto de Friburgo
El Papa exhorta a la Iglesia en Alemania a permanecer unida a Pedro sólo así seguirá siendo una bendición para la comunidad católica mundial.
Visita del
Papa a Alemania: SANTA MISA
HOMILÍA DEL
SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Aeropuerto
turístico de Friburgo de Brisgovia
Domingo 25
de septiembre de 2011
Queridos hermanos y hermanas
Me
emociona celebrar aquí la Eucaristía, la Acción de Gracias, con
tanta gente llegada de distintas
partes de Alemania y de
los países limítrofes. Dirijamos nuestro agradecimiento sobre
todo a Dios, en el cual vivimos, nos movemos y existimos (cf.
Hch 17,28). Pero quisiera también daros las gracias a todos
vosotros por vuestra oración por el Sucesor de Pedro, para que
siga ejerciendo su ministerio con alegría y confiada esperanza,
confirmando a los hermanos en la fe.
“Oh
Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la
misericordia…”, hemos dicho en la oración colecta del día. Hemos
escuchado en la primera lectura cómo Dios ha manifestado en la
historia de
Israel el poder de su misericordia. La experiencia del exilio en
Babilonia había hecho caer al pueblo en una profunda crisis de
fe: ¿Por qué sobrevino esta calamidad? ¿Acaso Dios no era
verdaderamente poderoso?
Ante
todas las cosas terribles que suceden hoy en el mundo, hay
teólogos que dicen que Dios de ningún modo puede ser
omnipotente. Frente a esto, nosotros profesamos nuestra fe en
Dios Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Y nos
alegramos y agradecemos que Él sea omnipotente. Pero, al mismo
tiempo, debemos darnos cuenta de que Él ejerce su poder de
manera distinta a como nosotros, los hombres, solemos hacer. Él
mismo ha puesto un límite a su poder al reconocer la libertad de
sus criaturas. Estamos alegres y reconocidos por el don de la
libertad. Pero cuando vemos las cosas tremendas que suceden por
su causa, nos asustamos. Fiémonos de Dios, cuyo poder se
manifiesta sobre todo en la misericordia y el perdón. Y,
queridos fieles, no lo dudemos: Dios desea la salvación de su
pueblo.
Desea nuestra salvación, mi salvación, la salvación de cada uno.
Siempre, y sobre todo en tiempos de peligro y de cambio radical,
Él nos es cercano y su corazón se conmueve por nosotros, se
inclina sobre nosotros. Para que el poder de su misericordia
pueda tocar nuestros corazones, es necesario que nos abramos a
Él, se necesita la libre disponibilidad para abandonar el
mal, superar la
indiferencia y dar cabida a su Palabra. Dios respeta nuestra
libertad. No nos coacciona. Él espera nuestro “sí” y, por
decirlo así, lo mendiga.
Jesús retoma en el Evangelio este tema fundamental de la
predicación profética. Narra la parábola de los dos hijos
enviados por el padre a trabajar en la viña. El primer hijo
responde: “«No quiero». Pero después se arrepintió y fue” (Mt
21, 29). El otro, sin embargo, dijo al padre: “«Voy, señor».
Pero no fue” (Mt 21, 30). A la pregunta de Jesús sobre quién de
los dos ha hecho la voluntad del padre, los que le escuchaban
responden justamente: “El primero” (Mt 21, 31). El mensaje de la
parábola está claro: no cuentan las palabras, sino las obras,
los hechos de conversión y de fe. Jesús – lo hemos oído – dirige
este mensaje a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo
de Israel, es decir, a los expertos en religión de su pueblo. En
un primer momento, ellos dicen “sí” a la voluntad de Dios. Pero
su religiosidad acaba siendo una rutina, y Dios ya no los
inquieta. Por esto perciben el mensaje de Juan el Bautista y de
Jesús como una molestia. Así, el Señor concluye su parábola con
palabras drásticas: “Los publicanos y las prostitutas van por
delante de vosotros en el Reino de Dios. Porque vino Juan a
vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis;
en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y, aun
después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le
creísteis” (Mt 21, 31-32). Traducida al lenguaje de nuestro
tiempo, la afirmación podría sonar más o menos así: los
agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios; los
que sufren a causa de sus pecados y tienen deseo de un corazón
puro, están más cerca del Reino de Dios que los fieles
rutinarios, que ven ya solamente en la Iglesia el sistema, sin
que su corazón quede tocado por esto: por la fe.
De
este modo, la palabra nos debe hacer reflexionar mucho, es más,
nos debe impactar a todos. Sin embargo, esto no significa en
modo alguno que se deba considerar a todos los que viven en la
Iglesia y trabajan en ella como alejados de Jesús y del Reino de
Dios. Absolutamente no. No, este el momento de decir más bien
una palabra de profundo agradecimiento a tantos colaboradores,
empleados y voluntarios, sin los cuales sería impensable la vida
en las parroquias y en toda la Iglesia. La Iglesia en Alemania
tiene muchas instituciones sociales y caritativas, en las cuales
el amor al prójimo se lleva a cabo de una forma también
socialmente eficaz y que llega a los confines de la tierra.
Quisiera expresar en este momento mi gratitud y aprecio a todos
los que colaboran en Caritas alemana u otras organizaciones, o
que ponen generosamente a disposición su tiempo y sus fuerzas
para las tareas de voluntariado en la Iglesia. Este servicio
requiere ante todo una competencia objetiva y profesional. Pero
en el espíritu de la enseñanza de Jesús se necesita algo más: un
corazón abierto, que se deja conmover por el amor de Cristo, y
así presta al prójimo que nos necesita más que un servicio
técnico: amor, con el que se muestra al otro el Dios que ama,
Cristo. Entonces, también a partir de Evangelio de hoy,
preguntémonos: ¿Cómo es mi relación personal con Dios en la
oración, en la participación a la Misa dominical, en la
profundización de la fe mediante la meditación de la Sagrada
Escritura y el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica?
Queridos amigos, en último término, la renovación de la Iglesia
puede llevarse a cabo solamente mediante la disponibilidad a la
conversión y una fe renovada.
En
el Evangelio de este domingo – lo hemos oído – se habla de dos
hijos, pero tras los cuales hay misteriosamente un tercero. El
primer hijo dice no, pero después hace lo que se le ordena. El
segundo dice sí, pero no cumple la voluntad del padre. El
tercero dice “sí” y hace lo que se le ordena. Este tercer hijo
es el Hijo unigénito de Dios, Jesucristo, que nos ha reunido a
todos aquí. Jesús, entrando en el mundo, dijo: “He aquí que
vengo... para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad” (Hb 10, 7). Este
“sí”, no solamente lo pronunció, sino que también lo cumplió y
lo sufrió hasta en la muerte. En el himno cristológico de la
segunda lectura se dice: “El cual, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se
despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho
semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su
presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la
muerte y una muerte de cruz” (Flp 2, 6-8). Jesús ha cumplido la
voluntad del Padre en humildad y obediencia, ha muerto en la
cruz por sus hermanos y hermanas – por nosotros – y nos ha
redimido de nuestra soberbia y obstinación. Démosle gracias por
su sacrificio, doblemos las rodillas ante su Nombre y
proclamemos junto con los discípulos de la primera generación:
“Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 10).
La
vida cristiana debe medirse continuamente con Cristo: “Tened
entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2,
5), escribe san Pablo en la introducción al himno cristológico.
Y algunos versículos antes, él ya nos exhorta: “Si queréis darme
el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une
el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran
alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un
mismo sentir” (Flp 2, 1-2). Así como Cristo estaba totalmente
unido al Padre y le obedecía, así sus discípulos deben obedecer
a Dios y tener entre ellos un mismo sentir.
Queridos
amigos, con Pablo
me atrevo a exhortaros: Dadme esta gran alegría estando
firmemente unidos a Cristo. La Iglesia en Alemania superará los
grandes desafíos del presente y del futuro y seguirá siendo
fermento en la sociedad, si los sacerdotes, las personas
consagradas y los laicos que creen en Cristo, fieles a su
vocación especifica, colaboran juntos; si las parroquias, las
comunidades y los movimientos se sostienen y se enriquecen
mutuamente; si los bautizados y confirmados, en comunión con su
obispo, tienen alta la antorcha de una fe inalterada y dejan que
ella ilumine sus ricos conocimientos y capacidades. La Iglesia
en Alemania seguirá siendo una bendición para la comunidad
católica mundial si permanece fielmente unida a los sucesores de
san Pedro y de los Apóstoles, si de diversos modos cuida la
colaboración con los países de misión y se deja también
“contagiar” en esto por la alegría en la fe de las iglesias
jóvenes.
Pablo une la llamada a la humildad con la exhortación a la
unidad. Y dice: “No obréis por rivalidad ni por ostentación,
considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros.
No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el
interés de los demás” (Flp 2, 3-4). La vida cristiana es una
pro-existencia: un ser para el otro, un compromiso humilde para
con el prójimo y con el bien común. Queridos fieles, la humildad
es una virtud que en el mundo de hoy y, en general, de todos los
tiempos, no goza de gran estima, pero los discípulos del Señor
saben que esta virtud es, por decirlo así, el aceite que hace
fecundos los procesos de diálogo, posible la colaboración y
cordial la unidad. Humilitas, la palabra latina para “humildad”,
está relacionada con humus, es decir con la adherencia a la
tierra, a la realidad. Las personas humildes tienen los pies en
la tierra. Pero, sobre todo, escuchan a Cristo, la Palabra de
Dios, que renueva sin cesar a la Iglesia y a cada uno de sus
miembros.
Pidamos a Dios el ánimo y la humildad de avanzar por el camino
de la fe, de alcanzar la riqueza de su misericordia y de tener
la mirada fija en Cristo, la Palabra que hace nuevas todas las
cosas, que para nosotros es “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14, 6),
que es nuestro futuro. Amén.