Visita del Papa a
Alemania: Celebración Ecuménica.
El Papa invita a católicos y evangélicos a “profundizar en lo que une”. El testimonio común de Cristo resucitado y la defensa de la dignidad humana.
Visita del
Papa a Alemania: CELEBRACIÓN ECUMÉNICA
DISCURSO
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Iglesia del
antiguo convento de los agustinos de Erfurt
Viernes 23
de septiembre de 2011
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
“No
solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por
la palabra de ellos” (Jn 17, 20): Así, en el Cenáculo, lo ha
dicho Jesús al Padre. Él intercede por las futuras generaciones
de creyentes. Mira más allá del Cenáculo hacía el futuro. Ha
rezado también por nosotros y reza por nuestra unidad. Esta
oración de Jesús no es simplemente algo del pasado. Él está
siempre ante el Padre intercediendo por nosotros, y así está en
este momento entre nosotros y quiere atraernos a su oración. En
la oración de Jesús está el lugar interior, de nuestra unidad.
Seremos, pues una sola cosa, si nos dejamos atraer dentro de
esta oración. Cada vez que, como cristianos, nos encontramos
reunidos en la oración, esta lucha de Jesús por nosotros y con
el Padre nos debería conmover profundamente en el corazón.
Cuanto más nos dejamos atraer en está dinámica, tanto más se
realiza la unidad.
La
oración de Jesús ¿ha quedado desoída? La historia del
cristianismo es, por así decirlo, la parte visible de este
drama, en la que Cristo lucha y sufre con los seres humanos. Una
y otra vez Él debe soportar el rechazo a la unidad, y aun así,
una y otra vez se culmina la unidad con Él, y en Él con el
Dios Trinitario. Debemos
ver ambas cosas: el pecado del hombre, que reniega a Dios y se
repliega en sí mismo, pero también las victorias de Dios, que
sostiene la Iglesia no obstante su debilidad y atrae
continuamente a los hombres dentro de sí, acercándolos de este
modo los unos a los otros. Por eso, en un encuentro ecuménico,
no debemos lamentar solo las divisiones y las separaciones, sino
agradecer a Dios por todos los elementos de unidad que ha
conservado para nosotros y que continuamente nos da. Gratitud
que debe ser al mismo tiempo disponibilidad para no perder la
unidad alcanzada, en medio de un tiempo de tentación y de
peligros.
La
unidad fundamental consiste en el hecho que creemos en Dios
Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Que lo
profesamos como Dios Trinitario: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
La unidad suprema no es la soledad monádita, sino unidad a
través del
amor. Creemos en
Dios, en el Dios concreto. Creemos que Dios nos ha hablado y se
ha hecho uno de nosotros. La tarea común que actualmente
tenemos, es dar testimonio de este Dios vivo.
El
hombre tiene necesidad de Dios, o ¿acaso las cosas van bien sin
Él? Cuando en una primera fase de la ausencia de Dios, su luz
sigue mandando sus reflejos y mantiene unido el orden de la
existencia humana, se tiene la impresión que las cosas funcionan
bastante bien incluso sin Dios. Pero cuanto más se aleja el
mundo de Dios, tanto más resulta claro que el hombre, en el
hybris del poder, en el vacío del corazón y en el ansia de
satisfacción y de felicidad, “pierde” cada vez más la vida. La
sed de infinito esta presente en el hombre de tal manera que no
se puede extirpar. El hombre ha sido creado para relacionarse
con Dios y tiene necesidad de Él. En este tiempo, nuestro primer
servicio ecuménico debe ser el testimoniar juntos la presencia
del Dios vivo y dar así al mundo la respuesta que necesita.
Naturalmente, de este testimonio fundamental de Dios forma
parte, y de modo absolutamente central, el dar testimonio de
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, que vivió entre
nosotros, padeció y murió por nosotros, y que en su resurrección
ha abierto totalmente la puerta de la muerte. Queridos amigos,
¡fortifiquémonos en está fe! ¡Ayudémonos recíprocamente a
vivirla! Esta es una gran tarea ecuménica que nos introduce en
el corazón de la oración de Jesús.
La
seriedad de la fe en Dios se manifiesta en vivir su palabra. En
nuestro tiempo, se manifiesta de una forma muy concreta, en el
compromiso por esta criatura, por el hombre, que Él quiso a su
imagen. Vivimos en un tiempo en que los criterios de cómo ser
hombres se han hecho inciertos. La ética viene sustituida con el
calculo de las consecuencias. Frente a esto, como cristianos,
debemos defender la dignidad inviolable del ser humano, desde la
concepción hasta la muerte, desde las cuestiones de la diagnosis
previa a su implantación hasta la eutanasia. “Solo quien conoce
a Dios, conoce al hombre”, dijo una vez Romano Guardini. Sin el
conocimiento de Dios, el hombre se hace manipulable. La fe en
Dios debe concretarse en nuestro común trabajo por el hombre.
Forman parte de esta tarea no sólo estos criterios fundamentales
de humanidad sino, sobre todo y de modo concreto, el amor que
Jesucristo nos ha enseñado en la descripción del Juicio Final
(cf. Mt 25): el Dios juez nos juzgará según nos hayamos
comportado con nuestro prójimo, con los más pequeños de sus
hermanos. La disponibilidad para ayudar en las necesidades
actuales, más allá del propio ambiente de vida es una obra
esencial del cristiano.
Esto
vale sobre todo, como he dicho, en el ámbito de la vida personal
de cada uno. Pero vale también en la comunidad de un pueblo o de
un Estado, en la que todos debemos hacernos cargo los unos de
los otros. Vale para nuestro Continente, en el que estamos
llamados a la solidaridad europea. Y, en fin, vale más allá de
todas las fronteras: la caridad cristiana exige hoy también
nuestro compromiso por la justicia en el mundo entero. Sé que de
parte de los alemanes y de Alemania se trabaja mucho por hacer
posible a todos una existencia humanamente digna, por lo que
expreso una palabra de viva gratitud.
Para
concluir, quisiera detenerme todavía en una dimensión más
profunda de nuestra obligación de amar. La seriedad de la fe se
manifiesta sobre todo cuando esta inspira a ciertas personas a
ponerse totalmente a disposición de Dios y, a partir de Dios, a
los demás. Las grandes ayudas se hacen concretas solamente
cuando sobre el lugar existen aquellos que están a total
disposición de los otros, y con ello hacen creíble el amor de
Dios. Personas así son un signo importante para la verdad de
nuestra fe.
A la
vigilia de mi visita, se ha hablado varia veces de que se espera
de tal visita un don ecuménico del huésped. No es necesario que
yo especifique los dones mencionados en tal contexto. A este
respecto, quisiera decir que esto, como se ve en la mayor parte
de los casos, constituye un malentendido político de la fe y del
ecumenismo. Cuando un jefe de estado visita un país amigo,
generalmente preceden contactos entre las instancias, que
preparan la estipulación de uno o más acuerdos entre los dos
estados: en la ponderación de los ventajas y desventajas se
llega al compromiso que, al fin, aparece ventajoso para ambas
partes, de manera que el tratado puede ser firmado. Pero la fe
de los cristianos no se basa en una ponderación de nuestras
ventajas y desventajas. Una fe autoconstruida no tiene valor. La
fe no es una cosa que nosotros excogitamos y concordamos. Es el
fundamento sobre el cual vivimos. La unidad no crece mediante la
ponderación de ventajas y desventajas, sino profundizando cada
vez más en la fe mediante el pensamiento y la vida. De esta
forma, en los últimos 50 años, y en particular también en la
visita del Papa Juan Pablo II, hace 30 años, ha crecido mucho la
comunión de la cual podemos estar agradecidos. Me es grato
recordar el encuentro con la comisión presidida por el Obispo
Lohse, en la cual nos hemos ejercitado juntos en este
profundizar en la fe mediante el pensamiento y la vida. Expreso
vivo agradecimiento a todos aquellos que han colaborado en esto,
por la parte católica, de modo particular, al Cardenal Lehmann.
No menciono otros nombres, el Señor los conoce a todos. Juntos
podemos agradecer al Señor por el camino de la unidad por el que
nos ha conducido, y asociarnos en humilde confianza a su
oración: Haz, que todos seamos uno, como Tú eres uno con el
Padre, para que el mundo crea que Él te ha enviado (cf. Jn 17,
21).