Mensaje de Su Santidad Benedicto XVI
para la XVI Jornada Mundial del Enfermo.
Queridos hermanos y hermanas:
1. El 11 de febrero, memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, se celebra
la Jornada mundial del enfermo, ocasión propicia para reflexionar sobre el
sentido del dolor y sobre el deber cristiano de salir a su encuentro en
cualquier circunstancia que se presente. Este año, en esa fecha coinciden dos
importantes acontecimientos para la vida de la Iglesia, como se puede apreciar
ya en el tema elegido - "La Eucaristía, Lourdes y la atención pastoral a los
enfermos" - : el 150° aniversario de las apariciones de la Inmaculada en Lourdes
y la celebración del
Congreso eucarístico internacional en Québec (Canadá). De ese modo se brinda
una ocasión singular para considerar la íntima unión que existe entre el
misterio eucarístico, el papel de María en el plan salvífico y la realidad del
dolor y del sufrimiento del hombre.
El 150° aniversario de las apariciones de Lourdes nos invita a dirigir la mirada
hacia la Virgen santísima, cuya Inmaculada Concepción constituye el don sublime
y gratuito de Dios a una mujer, para que pudiera adherirse plenamente a los
designios divinos con fe firme e inquebrantable, a pesar de las pruebas y los
sufrimientos que debía afrontar.
Por eso, María es modelo de abandono total a la voluntad de Dios: acogió en su
corazón al Verbo eterno y lo concibió en su seno virginal; se fió de Dios y, con
el alma traspasada por la espada del dolor (cf. Lc 2, 35), no dudó en compartir
la pasión de su Hijo, renovando en el Calvario, al pie de la cruz, el "sí" de la
Anunciación.
Meditar en la Inmaculada Concepción de María es, por consiguiente, dejarse
atraer por el "sí" que la unió admirablemente a la misión de Cristo, Redentor de
la humanidad; es dejarse asir y guiar por su mano, para pronunciar el mismo fiat
a la voluntad de Dios con toda la existencia entretejida de alegrías y
tristezas, de esperanzas y desilusiones, convencidos de que las pruebas, el
dolor y el sufrimiento dan un sentido profundo a nuestra peregrinación en la
tierra.
2. No se puede contemplar a María sin ser atraídos por Cristo y no se puede
mirar a Cristo sin descubrir inmediatamente la presencia de María. Existe un
nexo inseparable entre la Madre y el Hijo engendrado en su seno por obra del
Espíritu Santo, y este vínculo lo percibimos, de manera misteriosa, en el
sacramento de la Eucaristía, como pusieron de relieve desde los primeros siglos
los Padres de la Iglesia y los teólogos.
«La carne nacida de María, procediendo del Espíritu Santo, es el pan bajado del
cielo», afirma san Hilario de Poitiers; y en el Sacramentario Bergomense, del
siglo IX, leemos: «Su seno hizo florecer un fruto, un pan que nos ha colmado de
un don angélico. María restituyó a la salvación lo que Eva destruyó con su
culpa». Asimismo, san Pedro Damián dice: «Aquel cuerpo que la santísima Virgen
engendró y alimentó en su seno con solicitud materna, aquel cuerpo sin duda, y
no otro, ahora lo recibimos en el sagrado altar y bebemos la sangre como
sacramento de nuestra redención. Esto es lo que nos dice la fe católica; esto es
lo que enseña fielmente la santa Iglesia».
El vínculo de la Virgen santísima con su Hijo, Cordero inmolado que quita el
pecado del mundo, se extiende a la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. Como
afirma el siervo de Dios Juan Pablo II, María es «mujer eucarística» con toda su
vida, por lo cual la Iglesia, contemplándola a ella como su modelo, «ha de
imitarla también en su relación con este santísimo Misterio» (Ecclesia de
Eucharistia, 53).
Desde esta perspectiva se comprende mucho mejor por qué en Lourdes el culto a la
santísima Virgen María va unido a un fuerte y constante culto a la Eucaristía,
con celebraciones eucarísticas diarias, con la adoración del santísimo
Sacramento y la bendición a los enfermos, que constituye uno de los momentos más
fuertes de la visita de los peregrinos a la gruta de Massabielle.
La presencia en Lourdes de muchos peregrinos enfermos y de voluntarios que los
acompañan ayuda a reflexionar sobre la solicitud materna y tierna que la Virgen
manifiesta con respecto al dolor y a los sufrimientos del hombre. La comunidad
cristiana siente que María, Mater dolorosa, asociada al sacrificio de Cristo,
sufriendo al pie de la cruz con su Hijo divino, está particularmente cerca de
ella cuando se congrega en torno a sus miembros que sufren, llevando los signos
de la pasión del Señor.
María sufre con quienes pasan por la prueba, con ellos espera y es su consuelo,
sosteniéndolos con su ayuda materna. ¿No es verdad que la experiencia espiritual
de tantos enfermos lleva a comprender cada vez más que «el divino Redentor
quiere penetrar en el ánimo de todo paciente a través del corazón de su Madre
santísima, primicia y vértice de todos los redimidos» ?.(Salvifici doloris, 26).
3. Si Lourdes nos impulsa a meditar en el amor materno de la Virgen Inmaculada
por sus hijos enfermos y que sufren, el próximo Congreso eucarístico
internacional será ocasión para adorar a Jesucristo presente en el Sacramento
del altar, para encomendarnos a él como Esperanza que no defrauda y para
recibirlo como medicina de inmortalidad que cura el cuerpo y el alma.
Jesucristo redimió al mundo con su sufrimiento, con su muerte y resurrección, y
quiso quedarse con nosotros como "pan de vida" en nuestra peregrinación terrena.
El tema del Congreso eucarístico, «La Eucaristía, don de Dios para la vida del
mundo», subraya que la Eucaristía es el don que el Padre hace al mundo de su
único Hijo, encarnado y crucificado. Él es quien nos reúne en torno a la mesa
eucarística, suscitando en sus discípulos una solicitud amorosa en favor de los
que sufren y los enfermos, en los que la comunidad cristiana reconoce el rostro
de su Señor.
Como puse de relieve en la exhortación apostólica postsinodal
Sacramentum caritatis , «nuestras comunidades, cuando celebran la
Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo
es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en él a
hacerse "pan partido" para los demás» (n. 88). Esto nos estimula a servir
personalmente a los hermanos, en especial a los que atraviesan dificultades,
pues en realidad la vocación de todo cristiano consiste en ser, como Jesús, pan
partido para la vida del mundo.
4. Así pues, es evidente que la pastoral de la salud encuentra precisamente en
la Eucaristía la fuerza espiritual necesaria para socorrer de forma eficaz al
hombre y para ayudarle a comprender el valor salvífico de su sufrimiento. Como
dijo el siervo de Dios Juan Pablo II en la citada carta apostólica Salvifici
doloris, la Iglesia ve en los hermanos y hermanas que sufren «como un sujeto
múltiple de la fuerza sobrenatural» de Cristo (cf. n. 27).
El hombre que sufre con amor y con dócil abandono a la voluntad divina, unido
misteriosamente a Cristo, se transforma en ofrenda viva para la salvación del
mundo. Mi amado predecesor afirmó también que «cuanto más se siente el hombre
amenazado por el pecado que lleva en sí el mundo de hoy, tanto más grande es la
elocuencia que posee en sí el sufrimiento humano. Y tanto más la Iglesia siente
la necesidad de recurrir al valor de los sufrimientos humanos para la salvación
del mundo» (ib.).
Por
consiguiente, si en Queébec se contempla el misterio de la Eucaristía, don de
Dios para la vida del mundo, en la Jornada mundial del enfermo, con un
paralelismo espiritual ideal, no sólo se celebra la efectiva participación del
sufrimiento humano en la obra salvífica de Dios, sino que también se puede
gozar, en cierto sentido, de los extraordinarios frutos prometidos a quienes
creen. Así, el dolor, acogido con fe, se convierte en la puerta para entrar en
el misterio del sufrimiento redentor de Jesús y para llegar con él a la paz y a
la felicidad de su resurrección.
5. A la vez que dirijo mi cordial saludo a todos los enfermos y a quienes los
atienden de diversas maneras, invito a las comunidades diocesanas y parroquiales
a celebrar la próxima Jornada mundial del enfermo valorando plenamente la feliz
coincidencia del 150° aniversario de las apariciones de Nuestra Señora de
Lourdes y el Congreso eucarístico internacional.
Se trata de una ocasión para subrayar la importancia de la santa misa, de la
adoración eucarística y del culto a la Eucaristía, haciendo que las capillas en
los centros de salud se transformen en el corazón palpitante en el que Jesús se
ofrece incesantemente al Padre para la vida de la humanidad. También la
distribución de la Eucaristía a los enfermos, hecha con decoro y espíritu de
oración, es verdadero consuelo para quienes sufren por cualquier forma de
enfermedad.
La próxima Jornada mundial del enfermo ha de ser, además, una circunstancia
propicia para invocar de modo especial la protección materna de María sobre
quienes se encuentran probados por la enfermedad, sobre los agentes sanitarios y
sobre todos los que trabajan en la pastoral de la salud.. Pienso, en particular,
en los sacerdotes comprometidos en este campo, en las religiosas y en los
religiosos, en los voluntarios y en todos los que con una entrega efectiva se
dedican a servir, en cuerpo y alma, a los enfermos y a los necesitados.
Encomiendo a todos a María, Madre de Dios y Madre nuestra, Inmaculada
Concepción. Que ella ayude a cada uno a testimoniar que la única respuesta
válida al dolor y al sufrimiento humano es Cristo, el cual al resucitar venció
la muerte y nos dió la vida que no tiene fin.
Con estos sentimientos, imparto de corazón a todos una bendición apostólica
especial.
Vaticano, 11 de enero de 2008.
BENEDICTUS PP. XVI.
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