Discurso del Papa a los jóvenes en el estadio de Pacaembu en Sao Paulo
SAO
PAULO, jueves, 9 mayo 2007 (ZENIT.org).-
Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI en la noche de este jueves en
el estadio municipal de Pacaembu «Paulo Machado de Carvalho», en Sao Paulo.
* * *
¡Queridos jóvenes! ¡Queridos amigos y amigas!
«Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres […]
luego ven, y sígueme.» (Mt 19,21).
1. He deseado ardientemente encontrarme con vosotros en éste mi primer viaje a
América Latina. Vine a inaugurar la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano
que, por deseo mío, va a realizarse en Aparecida, aquí en Brasil, en el
Santuario de Nuestra Señora. Ella nos coloca a los pies de Jesús para aprender
sus lecciones sobre el Reino e impulsarnos a ser sus misioneros, para que los
pueblos de este “Continente de la Esperanza” tengan, en Él, vida plena.
Vuestros Obispos de Brasil, en su Asamblea General del año pasado, reflexionaron
sobre el tema de la evangelización de la juventud y colocaron en vuestras manos
un documento. Pidieron que fuese acogido y perfeccionado por vosotros durante
todo el año. En esta última Asamblea retomaron el asunto, enriquecido con
vuestra colaboración, y anhelan que las ponderaciones hechas y las orientaciones
propuestas sirvan como incentivo y faro para vuestro caminar. Las palabras del
Arzobispo de Sao Paulo y del encargado de la Pastoral de la Juventud, las cuales
agradezco, bien testifican el espíritu que os mueve a todos.
Ayer por la tarde, al sobrevolar el territorio brasileño, pensaba ya en éste
nuestro encuentro en el Estadio de Pacaembu, con el deseo de daros un gran
abrazo bien brasileño, y manifestar los sentimientos que llevo en lo íntimo del
corazón y que a propósito, el Evangelio de hoy nos quiso indicar.
Siempre he experimentado una alegría muy especial en estos encuentros. Recuerdo
particularmente la Vigésima Jornada Mundial de la Juventud, que tuve la ocasión
de presidir hace dos años atrás en Alemania. ¡Algunos de los que están aquí
también estuvieron allá! Es un recuerdo conmovedor, por los abundantes frutos de
la gracia enviados por el Señor. Y no queda la menor duda que el primer fruto,
entre muchos, que pude constatar fue el de la fraternidad ejemplar que hubo
entre todos, como demostración evidente de la perenne vitalidad de la Iglesia
por todo el mundo.
2. Pues bien, queridos amigos, estoy seguro de que hoy se renuevan las mismas
impresiones de aquel mi encuentro en Alemania. En 1991, el Siervo de Dios, el
Papa Juan Pablo II, de venerada memoria, decía, a su paso por Mato Grosso
(Brasil), que los “jóvenes son los primeros protagonistas del tercer milenio
[...] son ustedes quienes van a trazar los rumbos de esta nueva etapa de la
humanidad” (Discurso 16/10/1991). Hoy, me siento movido a hacerles idéntica
observación.
El Señor aprecia, sin duda, vuestra vivencia cristiana en las numerosas
comunidades parroquiales y en las pequeñas comunidades eclesiales, en las
Universidades, Colegios y Escuelas y, especialmente, en las calles y en los
ambientes de trabajo de las ciudades y de los campos; se trata, sin embargo, de
ir adelante. Nunca podemos decir basta, pues la caridad de Dios es infinita y el
Señor nos pide, o mejor, nos exige ensanchar nuestros corazones para que en
ellos quepa siempre más amor, más bondad, más comprensión por nuestros
semejantes y por los problemas que envuelven no sólo la convivencia humana, sino
también la efectiva preservación y conservación de la naturaleza, de la cual
todos hacemos parte. “Nuestros bosques tienen más vida”: no dejéis que se apague
esta llama de esperanza que vuestro Himno Nacional pone en vuestros labios. La
devastación ambiental de la Amazonía y las amenazas a la dignidad humana de sus
poblaciones requieren un mayor compromiso en los más diversos espacios de acción
que la sociedad viene pidiendo.
3. Hoy quiero con vosotros reflexionar sobre el texto de San Mateo (19, 16-22),
que acabamos de oír. Habla de un joven. Él vino corriendo al encuentro de Jesús,
merece que se destaque su ansia. En este joven veo a todos vosotros, jóvenes de
Brasil y de América Latina. Vinisteis corriendo de diversas regiones de este
Continente para nuestro encuentro; queréis oír, por la voz del Papa, las
palabras del propio Jesús.
Como en el Evangelio, tenéis una pregunta importante que hacerle. Es la misma
del joven que vino corriendo al encuentro de Jesús: ¿Qué debo hacer para
alcanzar la vida eterna? Me gustaría profundizar con vosotros esta pregunta. Se
trata de la vida, la vida que, en vosotros, es exuberante y bella. ¿Qué hacer
con ella? ¿Cómo vivirla plenamente? Pronto entendemos, en la formulación de la
propia pregunta, que no basta el aquí y ahora, o sea, nosotros no conseguimos
delimitar nuestra vida al espacio y al tiempo, por más que pretendamos extender
sus horizontes. La vida os trasciende. En otras palabras, queremos vivir y no
morir. Sentimos que algo nos revela que la vida es eterna y que es necesario
empeñarnos para que esto acontezca. En otras palabras, ella está en nuestras
manos y depende, de algún modo, de nuestra decisión.
La pregunta del Evangelio no contempla sólo el futuro. No se trata sólo de lo
qué pasará después de la muerte. Hay, por el contrario, un compromiso con el
presente aquí y ahora, que debe garantizar autenticidad y consecuentemente el
futuro. En una palabra, la pregunta cuestiona el sentido de la vida. Puede por
eso formularse así: ¿qué debo hacer para que mi vida tenga sentido? O sea: ¿cómo
debo vivir para cosechar plenamente los frutos de la vida? O más aún: ¿qué debo
hacer para que mi vida no transcurra inútilmente?
Jesús es el único capaz de darnos una respuesta, porque es el único que puede
garantizar la vida eterna. Por eso también es el único que consigue mostrar el
sentido de la vida presente y darle un contenido de plenitud.
4. Sin embargo, antes de dar su respuesta, Jesús cuestiona al joven con una
pregunta muy importante: "¿Por qué me llamas bueno?" En esta pregunta se
encuentra la clave de la respuesta. Aquel joven percibió qué Jesús es bueno y
que es maestro. Un maestro que no engaña. Estamos aquí porque tenemos esta misma
convicción: Jesús es bueno. Quizás no sabemos toda la razón de esta percepción,
pero es cierto que ella nos aproxima a Él y nos abre a su enseñanza: un maestro
bueno. Quien reconoce el bien es señal que ama, y quien ama, en la feliz
expresión de San Juan, conoce a Dios (cf.1Jn 4,7). El joven del Evangelio tuvo
una percepción de Dios en Jesucristo.
Jesús nos garantiza que solo Dios es bueno. Estar abierto a la bondad significa
acoger a Dios. Así nos invita a ver a Dios en todas las cosas y en todos los
acontecimientos, inclusive ahí donde la mayoría solo ve la ausencia de Dios;
viendo la belleza de las criaturas y constatando la bondad presente en todas
ellas, es imposible no creer en Dios y no hacer una experiencia de su presencia
salvífica y consoladora. Si lográsemos ver todo el bien que existe en el mundo
y, más aún, experimentar el bien que proviene del propio Dios, no cesaríamos
jamás de aproximarnos a Él, de alabarlo y agradecerle. Él continuamente nos
llena de alegría y de bienes. Su alegría es nuestra fuerza.
Pero nosotros no conocemos sino de forma parcial. Para percibir el bien
necesitamos de auxilios, que la Iglesia nos proporciona en muchas oportunidades,
principalmente por la catequesis. Jesús mismo explicita lo que es bueno para
nosotros, dándonos su primera catequesis. «si quieres entrar en la vida, guarda
los mandamientos » (Mt 19,17). Él parte del conocimiento que el joven ya obtuvo
ciertamente de su familia y de la Sinagoga: de hecho, conoce los mandamientos.
Ellos conducen a la vida, lo que equivale a decir que ellos nos garantizan
autenticidad. Son los grandes indicadores que nos señalan el camino cierto.
Quien observa los mandamientos está en el camino de Dios.
No basta conocerlos. El testimonio vale más que la ciencia, o sea, es la propia
ciencia aplicada. No nos son impuestos desde afuera, ni disminuyen nuestra
libertad. Por el contrario: constituyen impulsos internos vigorosos, que nos
llevan a actuar en esta dirección. En su base está la gracia y la naturaleza,
que no nos dejan inmóviles. Necesitamos caminar. Nos impulsan a hacer algo para
realizarnos nosotros mismos. Realizarse, a través de la acción es volverse real.
Nosotros somos, en gran parte, a partir de nuestra juventud, lo que nosotros
queremos ser. Somos, por así decir, obra de nuestras manos.
5. En este momento me dirijo nuevamente a vosotros jóvenes, queriendo oír
también de vosotros la respuesta del joven del Evangelio: "todo esto lo he
observado desde mi juventud". El joven del Evangelio era bueno, observaba los
mandamientos, estaba pues en el camino de Dios, por eso Jesús lo miró con amor.
Al reconocer que Jesús era bueno, dio testimonio de que también él era bueno.
Tenía una experiencia de la bondad y por tanto, de Dios. Y vosotros, jóvenes de
Brasil y de América Latina ¿ya descubristeis lo que es bueno? ¿Seguís los
mandamientos del Señor? ¿Descubristeis que éste es el verdadero y único camino
hacia la felicidad?
Los años que estáis viviendo son los años que preparan vuestro futuro. El
“mañana” depende mucho de cómo estéis viviendo el “hoy” de la juventud. Ante los
ojos, mis queridos jóvenes, tenéis una vida que deseamos que sea larga; pero es
una sola, es única: no la dejéis pasar en vano, no la desperdiciéis. Vivid con
entusiasmo, con alegría, pero, sobretodo, con sentido de responsabilidad.
Muchas veces sentimos temblar nuestros corazones de pastores, constatando la
situación de nuestro tiempo. Oímos hablar de los miedos de la juventud de hoy.
Nos revelan un enorme déficit de esperanza: miedo de morir, en un momento en que
la vida se está abriendo y busca encontrar el propio camino de realización;
miedo de sobrar, por no descubrir el sentido de la vida; y miedo de quedar
desconectado delante de la deslumbrante rapidez de los acontecimientos y de las
comunicaciones.
Registramos el alto índice de muertes entre los jóvenes, la amenaza de la
violencia, la deplorable proliferación de las drogas que sacude hasta la raíz
más profunda a la juventud de hoy, se habla por eso, a menudo de una juventud
perdida.
Pero mirándoos a vosotros, jóvenes aquí presentes, que irradiáis alegría y
entusiasmo, asumo la mirada de Jesús: una mirada de amor y confianza, con la
certeza de que vosotros habéis encontrado el verdadero camino. Sois jóvenes de
la Iglesia, por eso yo os envío para la gran misión de evangelizar a los jóvenes
y a las jóvenes que andan errantes por este mundo, como ovejas sin pastor. Sed
los apóstoles de los jóvenes, invitadles a que vengan con vosotros, a que hagan
la misma experiencia de fe, de esperanza y de amor; se encuentren con Jesús,
para que se sientan realmente amados, acogidos, con plena posibilidad de
realizarse. Que también ellos y ellas descubran los caminos seguros de los
Mandamientos y por ellos lleguen hasta Dios.
Podéis ser protagonistas de una sociedad nueva si buscáis poner en práctica una
vivencia real inspirada en los valores morales universales, pero también un
empeño personal de formación humana y espiritual de vital importancia. Un hombre
o una mujer no preparados para los desafíos reales de una correcta
interpretación de la vida cristiana de su medio ambiente será presa fácil de
todos los asaltos del materialismo y del laicismo, cada vez más activos a todos
los niveles.
Sed hombres y mujeres libres y responsables; haced de la familia un foco
irradiador de paz y de alegría; sed promotores de la vida, desde el inicio hasta
su final natural; amparad a los ancianos, pues ellos merecen respeto y
admiración por el bien que os hicieron. El Papa también espera que los jóvenes
busquen santificar su trabajo, haciéndolo con capacidad técnica y con
laboriosidad, para contribuir al progreso de todos sus hermanos y para iluminar
con la luz del Verbo todas las actividades humanas (cf. Lumen Gentium, N. 36).
Pero, sobretodo, el Papa espera que sepan ser protagonistas de una sociedad más
justa y más fraterna, cumpliendo las obligaciones ante al Estado: respetando sus
leyes; no dejándose llevar por el odio y por la violencia; siendo ejemplo de
conducta cristiana en el ambiente profesional y social, distinguiéndose por la
honestidad en las relaciones sociales y profesionales. Tengan en cuenta que la
ambición desmedida de riqueza y de poder lleva a la corrupción personal y ajena;
no existen motivos para hacer prevalecer las propias aspiraciones humanas, sean
ellas económicas o políticas, con el fraude y el engaño.
En definitiva, existe un inmenso panorama de acción en el cual las cuestiones de
orden social, económico y político adquieren un particular relieve, siempre que
tengan su fuente de inspiración en el Evangelio y en la Doctrina Social de la
Iglesia. La construcción de una sociedad más justa y solidaria, reconciliada y
pacífica; la contención de la violencia y las iniciativas que promuevan la vida
plena, el orden democrático y el bien común y, especialmente, aquellas que
llevan a eliminar ciertas discriminaciones existentes en las sociedades
latinoamericanas y no son motivo de exclusión, sino de recíproco
enriquecimiento.
Tened, sobretodo, un gran respeto por la institución del Sacramento del
Matrimonio. No podrá haber verdadera felicidad en los hogares si, al mismo
tiempo, no hay fidelidad entre los esposos. El matrimonio es una institución de
derecho natural, que fue elevado por Cristo a la dignidad de Sacramento; es un
gran don que Dios hizo a la humanidad, Respetadlo, veneradlo. Al mismo tiempo,
Dios os llama a respetaros también en el enamoramiento y en el noviazgo, pues la
vida conyugal que, por disposición divina, está destinada a los casados es
solamente fuente de felicidad y de paz en la medida en la que sepáis hacer de la
castidad, dentro y fuera del matrimonio, un baluarte de vuestras esperanzas
futuras.
Repito aquí para todos vosotros que “el eros quiere remontarnos ‘en éxtasis’
hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por
eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación”
( “Deus caritas est”, [25/12/2005], N. 5). En pocas palabras, requiere espíritu
de sacrificio y de renuncia por un bien mayor, que es precisamente el amor de
Dios sobre todas las cosas. Buscad resistir con fortaleza a las insidias del mal
existente en muchos ambientes, que os lleva a una vida disoluta, paradójicamente
vacía, al hacer perder el bien precioso de vuestra libertad y de vuestra
verdadera felicidad. El amor verdadero
“buscará cada vez más la felicidad del otro, se preocupará de él, se entregará y
deseará ‘ser para’ el otro” (Ib. N. 7) y, por eso, será siempre más fiel,
indisoluble y fecundo.
Para ello, contáis con la ayuda de Jesucristo que, con su gracia, hará esto
posible (cf. MT 19,26). La vida de fe y de oración os conducirá por los caminos
de la intimidad con Dios, y de la comprensión de la grandeza de los planes que
Él tiene para cada uno. “Por amor del reino de los cielos” (ib., 12), algunos
son llamados a una entrega total y definitiva, para consagrarse a Dios en la
vida religiosa, “eximio don de la gracia”, como fue definido por el Concilio
Vaticano II (Decreto “Perfectae caritatis”, n.12).
Los consagrados que se entregan totalmente a Dios, bajo la moción del Espíritu
Santo, participan en la misión de Iglesia, testimoniando la esperanza en el
Reino celeste ante todos los hombres. Por eso, bendigo e invoco la protección
divina a todos los religiosos que dentro de la mies del Señor se dedican a
Cristo y a los hermanos. Las personas consagradas merecen, verdaderamente, la
gratitud de la comunidad eclesial: monjes y monjas, contemplativos y
contemplativas, religiosos y religiosas dedicados a las obras de apostolado,
miembros de institutos seculares y de las sociedades de vida apostólica,
eremitas y vírgenes consagradas. “Su existencia da testimonio del amor a Cristo
cuando ellos se encaminan por su seguimiento, tal como éste se propone en el
Evangelio y, con íntima alegría, asumen el mismo estilo de vida que Él escogió
para Sí” (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades
de Vida Apostólica: Instrucción “Caminar desde Cristo”, N. 5).
Espero que, en este momento de gracia y de profunda comunión en Cristo, el
Espíritu Santo despierte en el corazón de tantos jóvenes un amor apasionado en
el seguimiento e imitación de Jesucristo casto, pobre y obediente, dirigido
completamente a la gloria del Padre y al amor de los hermanos y hermanas.
6. El Evangelio nos asegura que aquel joven, que vino corriendo al encuentro de
Jesús, era muy rico. Entendemos esta riqueza no apenas en el plano material, la
propia juventud es una riqueza singular. Es necesario descubrirla y valorarla.
Jesús le dio tal valor que invitó a este joven a participar de su misión de
salvación. Tenía todas las condiciones para una gran realización y una gran
obra.
Pero el Evangelio nos refiere que ese joven se entristeció con la invitación. Se
alejó abatido y triste. Este episodio nos hace reflexionar una vez más sobre la
riqueza de la juventud. No se trata, en primer lugar, de bienes materiales, sino
de la propia vida, con los valores inherentes a la juventud. Proviene de una
doble herencia: la vida, transmitida de generación en generación, en cuyo origen
primero está Dios, lleno de sabiduría y de amor; y la educación que nos inserta
en la cultura, a tal punto que, en cierto sentido, podemos decir que somos más
hijos de la cultura y por eso de la fe, que de la naturaleza. De la vida brota
la libertad que, sobretodo en esta fase se manifiesta como responsabilidad. Es
el gran momento de la decisión, en una doble opción: una en cuanto al estado de
vida y otra en cuanto a la profesión. Responde a la cuestión: ¿qué hacer con la
vida?
En otras palabras, la juventud se muestra como una riqueza porque lleva al
descubrimiento de la vida como un don y como una tarea. El joven del Evangelio
percibió la riqueza de su juventud. Fue hasta Jesús, el Buen Maestro, a buscar
una orientación. Pero a la hora de la gran opción no tuvo coraje de apostar todo
en Jesucristo. Consecuentemente salió de allí triste y abatido. Es lo que pasa
cada vez que nuestras decisiones flaquean y se vuelven mezquinas e interesadas.
Sintió que faltó generosidad, lo que no le permitió una realización plena. Se
cerró sobre su riqueza, tornándola egoísta.
Jesús sintió mucho la tristeza y la mezquindad del joven que lo fue a buscar.
Los Apóstoles, como todos y todos vosotros hoy, rellenan esta laguna dejada por
aquel joven que se retiró triste y abatido. Ellos y nosotros estamos alegres
porque sabemos en quién creemos (2 Tim 1,12). Sabemos y damos testimonio con
nuestra propia vida de que solo Él tiene palabras de vida eterna (Jn 6,68). Por
eso, como San Pablo, podemos exclamar: "estad siempre alegres en el Señor" (Fil
4,4).
7. Mi pedido hoy, a vosotros jóvenes, que vinisteis a este encuentro, es que no
desaprovechéis vuestra juventud. No intentéis huir de ella. Vividla
intensamente, consagradla a los elevados ideales de la fe y de la solidaridad
humana. Vosotros, jóvenes, no sois sólo el porvenir de la Iglesia y de la
humanidad, como una especie de fuga del presente, por el contrario: sois el
presente joven de la Iglesia y de la humanidad. Sois su rostro joven. La Iglesia
necesita de vosotros, como jóvenes, para manifestar al mundo el rostro de
Jesucristo, que se dibuja en la comunidad cristiana. Sin el rostro joven la
Iglesia se presentaría desfigurada.
[En español]
Queridos jóvenes, dentro de poco inauguraré la V Conferencia del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe.
Os pido que sigáis con atención sus trabajos; que participéis en sus debates;
que recéis por sus frutos. Como ocurrió con las Conferencias anteriores, también
ésta marcará de modo significativo los próximos diez años de Evangelización en
América Latina y en el Caribe. Nadie debe quedar al margen o permanecer
indiferente ante este esfuerzo de la Iglesia, y mucho menos los jóvenes.
Vosotros con todo derecho formáis parte de la Iglesia, la cual representa el
rostro de Jesucristo para América Latina y el Caribe.
[En francés]
Saludo a los de habla francesa que viven en el Continente latinoamericano,
invitándolos a ser testimonios del Evangelio y actores de la vida eclesial. Me
uno particularmente a vosotros los jóvenes, sois llamados a construir vuestra
vida sobre Cristo y sobre los valores humanos fundamentales. Que todos os
sintáis invitados a colaborar en la edificación de un mundo de justicia y de
paz.
[En inglés]
Queridos jóvenes amigos, como el joven del Evangelio, que preguntó a Jesús “ qué
debo hacer para tener la vida eterna?” , todos vosotros buscáis maneras de
responder generosamente al llamado de Dios. Rezo para que escuchéis su palabra
salvadora y os tornéis sus testigos ante los pueblos de hoy. Que Dios derrame
sobre vosotros sus bendiciones de paz y alegría.
[En portugués]
Queridos jóvenes, Cristo os llama a ser santos. Él mismo os convoca y quiere
andar con vosotros, para animar con Su espíritu los pasos del Brasil en este
inicio del tercer milenio de la era cristiana. Pido a la Señora Aparecida que os
conduzca, con su auxilio materno y os acompañe a lo largo de la vida.
¡Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo!
[Traducción distribuida por el Consejo Episcopal Latinoamericano
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]